32

Se encontraban en el espacioso salón familiar. Faith tomó un mando a distancia, pulsó un botón y las llamas de la chimenea cobraron vida. Se sirvió otra copa de vino y le ofreció una a Lee, pero éste declinó la oferta. Se sentaron en el mullido sofá.

Faith tomó un sorbo de vino y miró por la ventana, sin fijar la vista en nada.

– Washington representa el pastel más suculento y grande de la historia de la humanidad. Y todo el mundo quiere su parte. Ciertas personas poseen el cuchillo con el que se puede partir ese pastel. Si quieres una porción, tienes que recurrir a ellas.

– ¿Ahí es donde entráis tú y Buchanan?

– Yo vivía, respiraba y comía mi trabajo. A veces trabajaba más de veinticuatro horas al día porque cruzaba distintas franjas horarias. Soy incapaz de contarte los cientos de detalles, matices, conjeturas, momentos de tensión, la valentía y la perseverancia que supone cabildear a esa escala. -Dejó la copa de vino y miró a Lee-. Danny Buchanan era un gran maestro para mí. Casi nunca perdía. Eso es extraordinario, ¿no crees?

– Supongo que no perder nunca resulta admirable. No todos podemos ser Michael Jordan.

– En tu profesión, ¿puedes garantizar a un cliente que obtendrá un resultado concreto?

Lee sonrió.

– Si pudiera predecir el futuro, jugaría a la lotería.

– Danny Buchanan podía garantizar resultados.

Lee dejó de sonreír.

– ¿Cómo?

– Quien controla a los guardianes, controla el futuro. Lee asintió lentamente en señal de que lo comprendía. -Entonces, ¿sobornaba a los miembros del gobierno?

– De un modo mucho más complejo que nadie.

– ¿Congresistas en nómina? ¿Te refieres a eso?

– En realidad lo hacían gratis.

– ¿Qué…?

– Hasta que dejaban el cargo. Entonces Danny les brindaba todo un mundo de delicias: puestos lucrativos que no les exigían nada en empresas que él había fundado; ingresos de carteras privadas de acciones y bonos del estado, y dinero canalizado a través de negocios legales bajo la tapadera de servicios prestados. Podían jugar al golf todo el día, hacer un par de llamadas fingidas al Congreso, asistir a un par de reuniones y vivir como reyes. Es como sacar el premio gordo. Ya sabes cómo son los americanos con las acciones. Danny les hacía trabajar duro mientras estaban en el Congreso pero luego les proporcionaba los mejores años dorados que el dinero puede comprar.

– ¿Cuántos se han «retirado»?

– De momento, ninguno. Pero está todo preparado para cuando se retiren. Danny sólo lleva en esto unos diez años.

– Hace mucho más de diez años que está en Washington.

– Me refiero a que sólo lleva diez años sobornando a gente. Antes era un cabildero mucho más próspero. Durante los últimos diez años ha ganado mucho menos dinero.

– Yo pensaba que el hecho de garantizar resultados le proporcionaría mucho más dinero.

– Los últimos diez años han sido una especie de década caritativa para él.

– Debe de tener unos ahorros considerables.

– Danny ha agotado casi todo su capital. Empezamos a representar a clientes de pago otra vez para poder continuar con nuestra misión. Y cuanto más tiempo haga su gente lo que él le pida, más dinero recibirá a posteriori. Además, si esperan a dejar el cargo para cobrar, las posibilidades de que los descubran se reducen de forma considerable.

– Pues deben de confiar plenamente en la palabra de Danny Buchanan.

– Estoy segura de que les ha dado muestras de lo que les espera. Pero es un hombre honrado.

– Todos los sinvergüenzas lo son, ¿no? ¿Quiénes figuran en su plan de pensiones?

Ella le dedicó una mirada de desconfianza.

– ¿Por qué?

– Tú contesta.

Faith mencionó a dos de ellos.

– Corrígeme si me equivoco, pero ¿no son el actual vicepresidente de Estados Unidos y el presidente de la Cámara de Representantes?

– Danny no trabaja con mandos intermedios. De hecho empezó a colaborar con el vicepresidente antes de que ocupara ese cargo, cuando era diputado. Pero si Danny necesita que el hombre descuelgue el teléfono para apretarle las tuercas a alguien, lo hace.

– Joder, Faith. ¿Para qué demonios necesitabas ese tipo de arsenal? ¿Os dedicabais a los secretos militares?

– A algo mucho más valioso, en realidad. -Tomó la copa de vino-. Representamos a los más pobres de entre los pobres del mundo: los países africanos en asuntos de ayuda humanitaria, alimentos, medicina, ropa, equipamiento agrícola, semillas y sistemas de desalinización. En América Latina, dinero para vacunas y otros suministros médicos. Exportación de medios legales para el control de natalidad, agujas esterilizadas e información sanitaria a los países más pobres.

Lee adoptó una expresión de escepticismo.

– ¿Me estás diciendo que sobornabais a cargos del gobierno para ayudar a los países del Tercer Mundo?

Ella dejó la copa de vino y lo miró a los ojos.

– En realidad, la denominación oficial ha cambiado. Las naciones ricas han creado una terminología políticamente correcta para sus vecinos necesitados. Es más: la CIA ha publicado un manual al respecto. Así pues, en vez de «Tercer Mundo» hay nuevas categorías: los PPD, países poco desarrollados, son los que integran el último grupo dentro de la jerarquía de países desarrollados. Hay oficialmente ciento setenta y dos PPD, es decir la amplia mayoría de los países del mundo. Luego están los PMD, que son los países menos desarrollados. Están al final de la cola, muriéndose de hambre. «Sólo» hay cuarenta y dos de éstos. Quizá te sorprenda, pero la mitad de la población de este planeta vive en un estado de miseria absoluta.

– ¿Y eso lo justifica? -preguntó Lee-. ¿Eso justifica el soborno y la estafa?

– No te pido que apruebes esa conducta. En realidad no me importa si estás de acuerdo con ella o no. Tú querías hechos, y eso es lo que te he dado.

– Estados Unidos gasta mucho en ayuda externa. Y de hecho no estamos obligados a dar un solo centavo.

Faith le clavó la vista con una fiereza que Lee nunca había percibido en ella.

– Si hablamos de datos concretos, tienes todas las de perder -espetó.

– ¿Cómo?

– ¡Llevo investigando y viviendo con esto más de diez años! Pagamos a los agricultores de este país más dinero para que no cultiven que el que destinamos a ayuda humanitaria en el extranjero. Del total del presupuesto federal, la ayuda externa representa alrededor del uno por ciento, y la mayor parte va a parar a dos países, Egipto e Israel. Los americanos gastan cien veces más en maquillaje, comida rápida o alquiler de vídeos en un año que en dar de comer a niños moribundos en los países del Tercer Mundo en toda una década. Podríamos erradicar una docena de enfermedades infantiles graves en los países subdesarrollados de todo el mundo con menos dinero del que gastamos en muñecos Beanie Babies.

– Qué ingenua eres, Faith. Probablemente, tú y Buchanan sólo estáis llenando los bolsillos de algún dictador.

– ¡No! ¡Eso no es más que una excusa fácil y ya estoy harta de oírla! El dinero que conseguimos va directamente a organizaciones legítimas de ayuda humanitaria y nunca al gobierno. Yo misma he visto demasiados ministros de sanidad en países africanos vestidos de Armani y conduciendo un Mercedes mientras los niños mueren de hambre a sus pies.

– ¿Y en este país no hay niños que pasen hambre?

– Reciben mucha ayuda y la merecen, sin duda. Lo único que digo es que Danny y yo teníamos nuestro objetivo, que era echar una mano a los pobres del extranjero. Hay millones de seres humanos a punto de morir, Lee. Niños de todo el mundo mueren por la sencilla razón de que están desatendidos. Cada día, cada hora, cada minuto.

– ¿Y de verdad esperas que me crea que lo hacíais porque tenéis buen corazón? -Echó un vistazo a la casa-. Esto no es precisamente un comedor de beneficencia, Faith.

– Los primeros cinco años que colaboré con Danny hice mi trabajo, representé a los clientes importantes y gané mucho dinero, mucho. No tengo problemas en reconocer que soy una materialista redomada. Me gusta el dinero y me gustaba lo que podía comprar con él.

– ¿Y entonces qué pasó? ¿Encontraste a Dios?

– No, él me encontró a mí. -Lee parecía desconcertado y Faith se apresuró a continuar-. Danny había empezado a cabildear en nombre de los pobres extranjeros. Pero no conseguía nada. A nadie le preocupaba, me decía siempre. Los otros socios de nuestra empresa empezaban a hartarse de los empeños caritativos de Danny. Querían representar a IBM y a Philip Morris, no a las multitudes hambrientas de Sudán. Un día Danny entró en mi despacho, me dijo que iba a fundar su propia empresa y que quería que yo participara en ella. No tendríamos clientes poderosos, pero Danny me dijo que no me preocupara, que él cuidaría de mí.

Lee pareció calmarse.

– Hasta ahí me lo creo. No sabías que estaba sobornando a gente, o por lo menos que ésa era su intención.

– ¡Claro que lo sabía! Me lo contó todo. Quería que me implicara en esto con los ojos bien abiertos. Él es así. No es un sinvergüenza.

– Faith, ¿tienes idea de lo que estás diciendo? ¿Accediste a participar aun sabiendo que infringías la ley?

Ella le clavó una mirada helada.

– Si podía ocuparme de que las tabacaleras siguieran vendiendo cáncer en un cigarrillo a cualquier persona con un par de pulmones y de que los fabricantes de armamento repartieran metralletas a todo bicho viviente, supongo que pensaba que nada estaba fuera de mi alcance. Además, en este caso el fin era algo de lo que podía enorgullecerme.

– ¿La materialista redomada se ablandó? -soltó Lee con desdén.

– No es la primera vez que ocurre -replicó ella.

– ¿Cómo os lo montabais vosotros dos? -preguntó Lee en tono acusador.

– Yo era la agente exterior y me trabajaba a todas las personas que no teníamos en el bolsillo. Se me daba bien conseguir que ciertas celebridades aparecieran en actos sociales e incluso viajaran a algunos de los países. Sesiones de fotos, reuniones con miembros, etcétera. -Sorbió un poco de vino-. Danny era el agente interno. Trabajaba con las personas sobornadas mientras yo presionaba desde el exterior.

– ¿Y te dedicaste a esto durante diez años?

Faith asintió.

– Hace aproximadamente un año Danny empezó a quedarse sin dinero. Pagaba muchos de nuestros gastos de cabildeo de su propio bolsillo. Tampoco podíamos cobrarles nada a nuestros clientes, y él tenía que invertir mucho capital propio en esos «fondos de inversiones», como él los llamaba, para las personalidades que sobornábamos. Danny se tomaba esa parte muy en serio. Él era su fideicomisario. Se encargaba de que todos y cada uno de los centavos que les prometía estuviesen ahí.

– El honor entre ladrones.

Faith hizo caso omiso del comentario sarcástico.

– Entonces fue cuando me pidió que me dedicara a pagar a los clientes mientras él se ocupaba del resto de los asuntos. Me ofrecí a vender mi casa, y esta casa también, para ayudar a recaudar fondos. Se negó. Dijo que ya había hecho suficiente. -Ella negó con la cabeza-. Quizá debería venderla, créeme, nunca se hace lo suficiente. -Faith se quedó callada por unos instantes y Lee decidió no romper el silencio. Ella lo miró-. Estábamos consiguiendo muchas cosas buenas.

– ¿Qué pretendes, Faith? ¿Quieres que te aplauda? Los ojos de ella centellearon.

– ¿Por qué no te montas en esa estúpida moto de una maldita vez y desapareces de mi vida?

– De acuerdo -dijo Lee con voz queda-, si te parecía tan bien lo que hacías, ¿cómo acabaste siendo testigo del FBI?

Faith se cubrió el rostro con las manos, como si estuviese a punto de romper a berrear. Cuando por fin se descubrió, parecía tan angustiada que Lee notó que su propio enfado se esfumaba.

– Danny llevaba algún tiempo comportándose de forma extraña. Sospeché que quizá alguien lo había descubierto. Eso me asustó muchísimo. Yo no quería ir a la cárcel. No hacía más que preguntarle qué había sucedido pero se negaba a hablar conmigo de ello. Se retraía cada vez más, se volvió paranoico y al final incluso llegó a pedirme que dejara la empresa. Por primera vez en mi vida me sentí muy sola. Era como si hubiera vuelto a perder a mi padre.

– Así que fuiste al FBI e intentaste hacer un trato. Tú a cambio de Buchanan.

– ¡No! -exclamó-. ¡Nunca!

– ¿Entonces por qué?

– Hace unos seis meses los medios de comunicación se hicieron mucho eco de que el FBI había destapado un caso de corrupción pública en el que estaba involucrado un contratista de armamento que al parecer sobornaba a varios congresistas para obtener un suculento contrato federal. Un par de empleados del contratista se pusieron en contacto con el FBI y revelaron lo que estaba ocurriendo. En realidad habían participado en la conspiración pero consiguieron la inmunidad a cambio de su testimonio y ayuda. Eso me parecía un buen trato. Quizá yo también pudiera conseguir algo parecido. Puesto que Danny no confiaba en mí, decidí seguir adelante. En un artículo periodístico se mencionaba a la agente principal, Brooke Reynolds, así que la llamé.

»No sabía qué esperar del FBI pero de algo estaba segura: no les diría mucho de entrada, ni nombres ni nada por el estilo, al menos hasta saber qué terreno estaba pisando. Además, yo me encontraba en una situación ventajosa. Necesitaban a una testigo viva con la cabeza llena de fechas, horas, nombres, reuniones, recuentos de votos y programas para llevar a cabo este trabajo.

– ¿Y Buchanan no sabía nada de todo esto?

– Supongo que no, teniendo en cuenta que contrató a alguien para matarme.

– No sabemos con certeza que contratara a alguien.

– Oh, vamos, Lee, ¿quién lo hizo si no?

Lee se acordó de los hombres que había visto en el aeropuerto. El aparato que uno de ellos tenía en la mano era una especie de cerbatana de alta tecnología. Lee había visto una demostración de un arma parecida en un seminario sobre antiterrorismo. La pistola y la munición eran de plástico para que pudieran pasar sin problemas por los detectores de metal. Se aprieta el gatillo con la palma y el aire comprimido dispara una aguja diminuta cuyo extremo está empapado de un veneno mortal, como el talio, la ricinina o la favorita de los asesinos de todos los tiempos, el curare, porque tiene un efecto tan rápido en el cuerpo que no existe un antídoto conocido. El artilugio permite al asesino perpetrar el acto entre la muchedumbre y desaparecer antes de que la víctima caiga muerta.

– Continúa -dijo él.

– Propuse a los del FBI que incluyeran a Danny en el trato.

– ¿Y cómo reaccionaron ante tu propuesta?

– Pues me dejaron muy claro que Danny tenía todas las de perder.

– No te sigo. Si tú y Buchanan ibais a convertiros en testigos, ¿a quién enjuiciarían los federales, a los países extranjeros?

– No. Sus representantes no sabían lo que estábamos haciendo. Como he dicho, el dinero no iba directamente a los gobiernos. Y organizaciones como CARE, Catholic Relief Services o UNICEF no estarían de acuerdo con los sobornos. Danny era su cabildero oficioso y sin sueldo, pero no tenían la menor idea de lo que estaba haciendo. Representaba a unas quince organizaciones como ésas. Era un trabajo duro. Todas tenían sus programas, querían abarcar muchas cosas distintas al mismo tiempo. Lo típico es que presentaran cientos de proyectos de ley sobre un solo tema, en vez de menos propuestas pero de mayor alcance. Danny las organizó, estableció colaboraciones entre ellas, apoyó un pequeño número de proyectos con un enfoque más global. Les enseñó qué hacer para resultar más eficaces.

– Entonces, ¿contra quién ibais a testificar exactamente?

– Contra los políticos a quienes sobornábamos -respondió-. Lo hacían por dinero. Les importa un rábano que niños con los ojos velados vivan en el paraíso de la hepatitis. Lo notaba cada día en sus rostros avariciosos. No esperaban más que una recompensa suculenta; pensaban que se la habían ganado.

– ¿No crees que estás siendo muy dura con esos tipos?

– ¿Por qué no dejas de ser tan ingenuo? ¿Cómo te crees que la gente sale elegida en este país? La eligen los grupos que organizan a los votantes, que influyen en las decisiones de los ciudadanos para que voten a una persona en concreto. ¿Y sabes cuáles son estos grupos? Son grandes empresas, intereses particulares y los ricos que llenan las arcas de los candidatos políticos cada año. ¿De verdad crees que la gente normal asiste a cenas que cuestan cinco mil dólares el cubierto? ¿De verdad crees que estos grupos donan todo ese dinero desinteresadamente? Cuando los políticos acceden a un cargo de importancia, puedo asegurarte que se espera de ellos que den algo a cambio.

– 0 sea que crees que todos los políticos de este país son corruptos. Sin embargo, eso no significa que lo que hicisteis estuviera bien.

– ¿Ah, no? ¿Qué congresista del estado de Michigan votaría a favor de medidas que perjudicaran seriamente la industria automovilística? ¿Cuánto tiempo crees que permanecería en su escaño? ¿Y un diputado que actuase contra la industria informática en California, los granjeros en el Medio Oeste o la industria tabaquera en el Sur? En cierto modo, es como una especie de profecía que se cumple a sí misma. Las empresas, los sindicatos y demás grupos con intereses particulares se juegan mucho. Saben lo que quieren, disponen de millones de dólares, cuentan con comités de acción política y con cabilderos que no paran de vocear sus mensajes en Washington. Tanto las empresas grandes como las pequeñas tienen en nómina a prácticamente todo el mundo. Esas mismas personas votan en las elecciones. Votan por sus billeteras. Ya ves, ésta es la grande y oscura conspiración de la política americana. Creo que Danny es el primer visionario que ha burlado la avaricia y el egoísmo.

– Pero ¿qué me dices de la ayuda externa? Si esta historia saliera a la luz, ¿no sería como cortar el suministro?

– ¡Precisamente! ¿Te imaginas toda la publicidad positiva que eso supondría? Los países más pobres de la Tierra, obligados a sobornar a políticos estadounidenses avariciosos para conseguir la ayuda que necesitan desesperadamente porque les resulta imposible recibirla de otro modo. Si esto llegara a oídos del gran público, entonces quizá se producirían algunos cambios verdaderos y notables.

– Todo esto suena demasiado rocambolesco, ¿no crees?

– Puede que sí, pero no me quedaban demasiadas alternativas. Es muy fácil criticar a posteriori, Lee.

Lee se recostó en el asiento mientras reflexionaba sobre todo el asunto.

– De acuerdo, de acuerdo -dijo-. ¿De verdad crees que Buchanan intentaría matarte?

– Éramos socios, amigos. De hecho, más que todo eso. En muchos sentidos era como un padre para mí. No… no lo sé. Tal vez descubriera que acudí al FBI y pensara que lo había traicionado; eso lo habría empujado al límite.

– La hipótesis de que Buchanan está detrás de todo esto presenta un grave problema.

Ella lo miró con curiosidad.

– Yo no he informado a Buchanan, ¿recuerdas? -prosiguió Lee-. Así que, a no ser que haya contratado a alguien más, no sabe que tienes tratos con el FBI. Y lleva su tiempo planear un trabajito de categoría profesional. No se puede llamar al matón del pueblo y pedirle que se cargue a alguien y luego te lo cobre con la Visa.

– Pero quizá ya conociera a un asesino a sueldo y luego tuviese pensado tenderte una trampa para que te acusaran del homicidio.

Lee negó con la cabeza antes de que ella terminara de hablar.

– Era imposible que supiera que yo estaría allí aquella noche. Y si te hubieran matado, habría corrido el riesgo de que yo lo descubriera y acudiera a la policía, con lo que todas las pistas apuntarían a él. ¿Por qué buscarse tantas complicaciones? Piénsalo, Faith, si Buchanan hubiera proyectado matarte no me habría contratado.

Ella se desplomó en una silla.

– Dios mío, lo que dices tiene sentido. -Una sombra de terror asomó a los ojos de Faith al pensar en las implicaciones de todo aquello-. Eso significa que…

– Significa que otra persona quiere verte muerta.

– ¿Quién? ¿Quién? -preguntó ella casi gritando.

– No lo sé -admitió él.

Faith se levantó con brusquedad y dirigió la vista hacia la chimenea. Las sombras de las llamas se reflejaban en su rostro. Habló con voz calmada, casi resignada.

– ¿Ves mucho a tu hija?

– No mucho, ¿por qué?

– Pensé que el matrimonio y los hijos podían esperar. Y luego los meses se transformaron en años y los años en décadas. Y ahora esto.

– Todavía no has llegado a la tercera edad.

Faith lo miró.

– ¿Puedes asegurarme que estaré viva mañana o dentro de una semana?

– Nadie tiene esa garantía -repuso él-. Siempre podemos acudir al FBI. Quizá deberíamos.

– No puedo hacer eso, sobre todo después de lo que acabas de decir.

Él se levantó y la agarró por los hombros.

– ¿De qué estás hablando?

Ella se apartó de él.

– El FBI no me dejará que incluya a Danny en el trato. 0 él o yo tendremos que ir a la cárcel. Cuando creía que él estaba detrás del intento de asesinato probablemente habría vuelto para testificar. Pero ahora no puedo. No puedo contribuir a su encarcelamiento.

– Antes de que atentaran contra tu vida, ¿qué pensabas hacer? -Iba a darles un ultimátum. Si querían mi cooperación, entonces tendrían que conceder la inmunidad a Danny.

– ¿Y si no aceptaban el trato, tal como hicieron?

– Entonces Danny y yo habríamos desaparecido. No sé cómo, pero de alguna manera. -Fijó los ojos en él-. No voy a regresar. Por muchas razones. No quiero morir ahora que estoy en la cima.

– ¿Y puedes decirme dónde diablos encajo yo en todo esto?

– Este lugar no está tan mal, ¿no? -comentó Faith con timidez.

– ¿Estás loca? No podemos quedarnos aquí para siempre.

– Pues entonces será mejor que pensemos en otro sitio adonde huir.

– ¿Y mi casa? ¿Y mi vida? Yo sí tengo una familia. ¿Pretendes que lo deje todo atrás?

– Quienquiera que desee verme muerta dará por supuesto que tú sabes todo lo que yo hago. No estarías a salvo.

– Me corresponde a mí tomar esa decisión, no a ti.

– Lo siento, Lee. Nunca pensé que otra persona se vería involucrada en esto. Especialmente alguien como tú.

– Tiene que haber otra solución.

Ella se dirigió hacia las escaleras.

– Estoy muy, pero que muy cansada. ¿Y de qué más podemos hablar?

– Maldita sea, no puedo marcharme así como así y empezar de cero.

Faith había subido medio tramo de escaleras. Se paró, se volvió y bajó la vista hacia él.

– ¿Crees que la situación nos parecerá mejor mañana? -le preguntó.

– No -respondió Lee con sinceridad.

– Ésa es la razón por la que no tenemos nada más de que hablar. Buenas noches.

– ¿Por qué tengo la sensación de que tomaste la decisión de no volver hace mucho tiempo? Incluso me atrevería a decir que fue en el momento en que me conociste…

– Lee…

– Me embaucas para que vaya contigo, montas ese numerito estúpido en el aeropuerto y ahora yo también estoy atrapado. Muchas gracias, señora.

– ¡Yo no lo planeé así! Te equivocas.

– ¿De verdad esperas que me lo crea?

– ¿Qué quieres que diga?

Lee alzó los ojos hacia ella.

– Ya sé que mi vida no es gran cosa pero me gusta, Faith.

– Lo siento. -Faith desapareció escaleras arriba.

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