– ¡Bingo! -exclamó el hombre que estaba sentado frente a la pantalla del ordenador. Se encontraba en una furgoneta estacionada cerca del aeropuerto. El FBI tenía un contacto en las compañías aéreas que controlaba los viajes que realizaban las personas que el organismo perseguía. Con más de un sistema de reservas de vuelos compartido entre compañías aéreas y la llegada de los códigos comunes, el trabajo le resultaba más fácil al FBI. Dicha organización había solicitado que se marcara el nombre de Faith Lockhart en los sistemas de reserva de las principales compañías aéreas. Esa petición acababa de rendir grandes frutos.
– Ha reservado un vuelo para San Francisco que sale dentro de una media hora -dijo por el micrófono de los auriculares-. United Airlines. -Facilitó la información sobre el número del vuelo y la puerta de embarque-. A por ella -ordenó a los hombres que estaban en la terminal. Descolgó el auricular para informar a Brooke Reynolds.
Mientras Lee hojeaba una revista que alguien había dejado en el asiento de al lado, dos hombres trajeados pasaron corriendo junto a él. Al cabo de unos segundos, un par de individuos con vaqueros y cazadoras se alejaron en la misma dirección.
Lee se levantó de un salto, echó un vistazo alrededor y, tras cerciorarse de que nadie más corría hacia allí, siguió al grupo.
Los agentes del FBI, seguidos de los hombres con vaqueros, pasaron por delante de los servicios de señoras instantes antes de que Faith saliera. Ya habían desaparecido entre la multitud cuando ella emergió.
Lee aflojó el paso al verla salir del baño. ¿Otra falsa alarma? Cuando Faith dio la vuelta y echó a andar hacia el otro lado, Lee comprendió que sus temores no eran infundados. Advirtió que Faith comprobaba la hora y aceleraba el paso. Mierda, Lee sabía perfectamente qué haría: tomaría otro vuelo. Y a juzgar por el modo en que había mirado el reloj y había apresurado la marcha, no debía de faltar mucho para que despegara. Mientras se abría paso entre la multitud, recorrió con la vista el pasillo. Había diez puertas delante de él. Se detuvo por unos instantes ante los monitores, leyó rápidamente las salidas y las puertas de embarque correspondientes hasta que vio el mensaje parpadearte de «embarque» de un vuelo de United con destino a San Francisco. También reparó en que ya era la hora de embarque de un vuelo para Toledo. ¿Cuál sería el de Faith? Sólo existía una forma de averiguarlo.
Lee corrió a toda velocidad, atravesó una zona de espera y logró adelantar a Faith sin que ella lo viera. Se detuvo bruscamente cerca de la puerta de embarque para el vuelo de San Francisco. Los hombres de traje que habían pasado corriendo junto a él estaban allí, hablando con una empleada de United que parecía estar muy nerviosa. Entonces, los hombres, con el semblante impasible, se colocaron tras un tabique sin apartar la mirada de la multitud y la zona de embarque. Lee dedujo que Faith tomaría el vuelo para San Francisco.
Sin embargo, algo no encajaba. Si Faith había empleado el nombre falso, ¿cómo…? Entonces Lee cayó en la cuenta. No podía poner el nombre falso en dos billetes distintos que salían con tan poca diferencia de tiempo, pues habría despertado sospechas en la empleada. Había utilizado su nombre verdadero porque necesitaba la documentación para tomar el avión. ¡Mierda! La atraparían en cualquier momento. Mostraría el billete, la empleada le haría una seña a los del FBI y todo se habría acabado.
Justo cuando Lee se disponía a dar media vuelta, divisó a los dos hombres con las cazadoras y los vaqueros. Su olfato le indicó que, aunque no lo pareciera, estaban vigilando de cerca a los agentes del FBI. Se acercó un poco más y, gracias al tiempo sombrío del exterior, alcanzó a ver el reflejo de los hombres en el cristal. Uno de ellos llevaba algo en la mano. Lee se estremeció al aproximarse aún más y descubrir de qué se trataba. 0 al imaginarlo. De repente, el caso cobró una dimensión completamente distinta.
Lee, no sin dificultad, volvió sobre sus pasos; al parecer, todos los habitantes de la zona metropolitana de Washington habían decidido volar ese día. Localizó a Faith en el pasillo. En cosa de segundos pasaría junto a él. Se lanzó hacia el muro de personas y tropezó con una maleta que alguien había apoyado en el suelo. Cayó al suelo y se hizo daño en las rodillas. Cuando se incorporó, ella ya lo había dejado atrás. Apenas le quedaban unos segundos.
– ¿Suzanne? ¿Suzanne Blake? -gritó.
Al principio, Faith no se dio por enterada, pero luego se detuvo y se volvió. Lee sabía que si lo veía era posible que intentara huir corriendo. No obstante, al pararse le había dado los pocos segundos que necesitaba. La rodeó y se le acercó por detrás.
Cuando él le sujetó el brazo, Faith estuvo a punto de sufrir un colapso.
– Date vuelta y ven conmigo -dijo Lee.
Faith intentó soltarse.
– Lee, no lo entiendes. Por favor, deja que me vaya.
– No, eres tú quien no lo entiende. El FBI está esperándote en la puerta de embarque para el vuelo de San Francisco. Aquellas palabras le helaron la sangre.
– Lo has echado todo a perder. Has hecho la segunda reserva a tu nombre. Controlan ese tipo de cosas, Faith. Ahora saben que estás aquí.
Regresaron a toda prisa al pasillo que conducía a la puerta de embarque por la que tendrían que pasar. Los viajeros ya estaban embarcando. Lee recogió las bolsas pero, en lugar de subir al avión, giró bruscamente y arrastró a Faith tras de sí. Volvieron a pasar por la puerta de seguridad y se dirigieron hacia el ascensor.
– ¿Adónde vamos? -preguntó Faith-. El avión para Norfolk está a punto de despegar.
– Nos largaremos de aquí antes de que cierren la maldita terminal para buscarnos.
Tomaron el ascensor hasta la planta baja, salieron y pararon un taxi. Después de entrar, Lee indicó al taxista una dirección de Virginia y el vehículo salió disparado. Sólo entonces Lee la miró.
– No podíamos subir al avión a Norfolk.
– ¿Por qué no? Ese billete estaba a mi otro nombre.
Lee observó al conductor: un tipo mayor arrellanado en el asiento que escuchaba música country en la radio.
Satisfecho, respondió a Faith en voz baja.
– Porque lo primero que harán será comprobar en el mostrador de venta de billetes quién ha comprado el billete para Faith Lockhart. Entonces sabrán que lo ha hecho una tal Suzanne Blake. Y sabrán que Charles Wright viaja contigo. Y les proporcionarán nuestras descripciones. Y comprobarán las reservas para Blake y Wright y el FBI nos estaría esperando cuando nos bajásemos del avión en Norfolk.
Faith palideció.
– ¿Se mueven tan deprisa?
Lee montó en cólera.
– ¿Con quién demonios crees que estás jugando? ¿Con los Tres Chiflados? -Se dio una palmada en el muslo en un arrebato de furia-. ¡Mierda!
– ¿Qué? -inquirió Faith agitadamente-. ¿Qué?
– Tienen mi pistola. Está registrada a mi nombre. Mi nombre verdadero. ¡Maldita sea! Ya he instigado y secundado a una persona en la comisión de un delito, y los del FBI nos pisan los talones. -Desesperado, apoyó la cabeza en las manos-. Las cosas me están saliendo tan bien que supongo que debe de ser mi cumpleaños.
Faith se disponía a tocarle el hombro, pero se acobardó y miró por la ventanilla.
– Lo siento. Lo siento de veras.
– Colocó una mano contra la ventanilla y dejó que el frío del cristal le atravesara la piel poco a poco-. Entrégame al FBI. Les contaré la verdad.
– No es mala idea. El problema es que el FBI no te creería. Y hay algo más.
– ¿Qué? -Faith se preguntó si le revelaría que trabajaba para Buchanan.
– Ahora no. -Lee estaba pensando en los otros hombres que había visto junto a la puerta y en lo que uno de ellos llevaba en la mano-. Ahora mismo me gustaría que me explicaras lo que ha pasado en la terminal.
Faith contempló el Potomac, gris y revuelto a través de la ventana.
– No sé si podré -dijo en voz tan baja que Lee apenas la oyó.
– Bueno, será mejor que lo intentes -repuso Lee con firmeza-. Me gustaría que te esforzaras al máximo.
– No creo que lo entendieras.
– Lo entenderé a la perfección.
Finalmente, Faith se volvió, ruborizada, sin atreverse a mirar a Lee a los ojos. Jugueteó nerviosa con el dobladillo de la chaqueta.
– Pensaba que era mejor que no fueras conmigo. Creía que estarías más seguro.
Lee apartó la vista, indignado.
– ¡Tonterías!
– ¡Es verdad!
Lee giró de nuevo y le agarró el hombro con tanta fuerza que a Faith se le crispó el rostro de dolor.
– Óyeme bien, Faith, fueran quienes fueran, han estado en mi apartamento. Saben que estoy implicado. Tanto si estoy contigo como si no, corro el mismo peligro o incluso más. Y el que intentes huir de mí no me ayuda en absoluto.
– Pero ellos ya sabían que estabas implicado. Recuerda lo que sucedió en tu apartamento.
Lee negó con la cabeza.
– No eran del FBI.
Faith parecía sorprendida.
– Entonces, ¿quiénes eran?
– No lo sé, pero los del FBI no se disfrazan de trabajadores de UPS. Regla número uno del FBI: la fuerza arrolladora puede con todo. Habrían enviado a unos cien agentes y al Equipo de Rescate de Rehenes y a los perros y a los cuerpos blindados y toda esa mierda. Llegan y te pillan, caso cerrado. -Lee hablaba con más tranquilidad a medida que reflexionaba-. Veamos, los tipos que te esperaban en la puerta eran del FBI. -Asintió pensativo-. No intentaban disimular su identidad. -¿Y los otros dos hombres? Ni idea. Pero sabía que Faith tenía suerte de estar viva-. Ah, y por cierto, de nada por volver a salvarte el pellejo. Unos segundos más y estarías de nuevo en manos del FBI, acribillada a preguntas que no sabrías responder. Quizá debería haber dejado que te atraparan -añadió en tono de hastío.
– ¿Por qué no lo has hecho? -preguntó Faith en voz baja.
A Lee le entraron ganas de reírse. Toda aquella experiencia era como un sueño. «Pero ¿dónde me despertaré?», pensó.
– En estos momentos la locura parece prevalecer sobre todo lo demás.
Faith intentó sonreír.
– Menos mal que hay locos en el mundo.
Lee no le devolvió la sonrisa.
– A partir de ahora, somos siameses. Será mejor que se acostumbre a ver mear a un hombre, señora, porque ahora somos inseparables.
– Lee…
– ¡No quiero oírlo! No digas una maldita palabra. -Le temblaba la voz-. Te juro que me falta bien poco para romperte la cabeza. -Le sujetó con fuerza las muñecas, como si sus manos fueran una especie de esposas vivientes. Luego se recostó, con la mirada perdida.
Aunque hubiera podido, Faith no habría intentado soltarse. Le aterraba la idea de que él la golpeara. Era probable que Lee Adams nunca se hubiera enfadado tanto en toda su vida. Al final, también ella se recostó e intentó relajarse. El corazón le latía con tanta fuerza que le sorprendió que los vasos sanguíneos soportaran la presión. Quizá lo mejor sería ahorrarle un montón de problemas a los demás y morirse de un infarto.
En Washington era fácil mentir sobre el sexo, el dinero, el poder o la lealtad. Las mentiras se convertían en verdades y los hechos en mentiras. Faith había visto de todo. Era uno de los lugares más frustrantes y crueles del mundo, donde había que confiar en las viejas alianzas y en los reflejos para sobrevivir y donde cada día y cada relación nueva podían acabar contigo. Faith se encontraba a gusto en ese mundo e incluso había llegado a amarlo. Hasta ese momento.
Faith no se atrevía a mirar a Lee Adams porque temía lo que vería en sus ojos. Lee era todo cuanto tenía. Aunque apenas lo conocía, por algún motivo que desconocía ansiaba obtener su respeto y su comprensión. Sabía que no lo conseguiría. No lo merecía.
Por la ventana vislumbró un avión que ganaba altitud rápidamente. Al cabo de unos segundos desaparecería entre las nubes. Los pasajeros sólo verían abajo la capa de cúmulos hinchados, como si el mundo se hubiera esfumado de repente. ¿Por qué no viajaba ella a bordo de ese avión, con rumbo a un lugar donde pudiese comenzar de nuevo? ¿Por qué no existían lugares así? ¿Por qué?