40

Reynolds estaba sentada en la sala de su casa con una taza de té entre las manos y con la mirada perdida en el fuego, que se apagaba lentamente. La última vez que recordaba haber estado en casa a esas horas era durante la baja por maternidad después de tener a David. Su hijo se había sorprendido tanto de verla entrar por la puerta como Rosemary. Ahora David estaba echándose una siesta y Rosemary lavaba la ropa. Para ellos era otro día normal. Reynolds se limitaba a contemplar las ascuas de la chimenea, deseando que algo en su vida, cualquier cosa, fuera normal.

Había empezado a llover con fuerza, en perfecta consonancia con la profunda depresión que la embargaba. Suspendida de su cargo. Se sentía desnuda sin su pistola y las credenciales. Todos esos años en el FBI, sin una sola tacha en su expediente, y ahora estaba a un paso de la ruina de su carrera. ¿Qué haría entonces? ¿Adónde iría? Sin trabajo, ¿intentaría su esposo arrebatarle a los niños? ¿Podría evitarlo en caso de que lo hiciera?

Dejó la taza, se quitó los zapatos y se hundió en el sofá. Las lágrimas empezaron a brotar con rapidez y se pasó el brazo por la cara para secarlas y amortiguar sus sollozos. El sonido del timbre de la puerta hizo que se levantara, se frotara el rostro y se dirigiera a la entrada. Echó una ojeada por la mirilla y vio a Howard Constantinople.


Connie se situó frente al fuego que acababa de avivar para calentarse las manos. Reynolds, nerviosa, se enjugaba las lágrimas con un pañuelo. Era imposible que Connie no hubiera reparado en sus ojos enrojecidos y en los regueros de sus mejillas, pero había tenido el tacto de no decirle nada.

– ¿Han hablado contigo? -preguntó ella.

Connie se volvió y se dejó caer en una silla, negando con la cabeza.

– Y por poco consigo que me suspendan a mí también. Me han faltado dos segundos para darle un puñetazo a Fisher en su mierdosa cara de agente de tres al cuarto.

– No destruyas tu carrera por mí, Connie.

– Si hubiera atacado a ese tipo no habría sido por ti sino por mí, créeme. -Cerró el puño con fuerza, para recalcar su afirmación y luego la miró-. Lo que me fastidia es que realmente creen que estás implicada en esto. Les dije la verdad. Surgió algo, estábamos trabajando en otro caso. Tú querías ir con Lockhart porque te habías relacionado con ella, pero teníamos que atender a aquel posible chivatazo en Agricultura. Les dije que estabas inquieta porque no sabías si lo correcto era mandar a Ken allí con Lockhart.

– ¿y?

– No me hicieron caso. Ya habían sacado sus propias conclusiones.

– ¿Por lo del dinero? ¿Te lo han contado? -preguntó Reynolds.

Connie sacudió despacio la cabeza y de repente se encorvó hacia adelante. Teniendo en cuenta que era un hombre alto y fornido, se movía con rapidez y agilidad.

– No me gusta reprenderte en estos momentos pero ¿por qué demonios estuviste husmeando en las cuentas de Newman sin decírselo a nadie? ¿A mí, por ejemplo? Ya sabes que los detectives trabajan en pareja por muchos motivos, y uno de ellos es para cubrirse el uno al otro. Ahora no tienes a nadie que corrobore lo que tú dices, excepto a Anne Newman. Y por lo que a ellos respecta, ella no cuenta.

Reynolds levantó las manos.

– Nunca habría imaginado que esto pasaría. Intentaba ser justa con Ken y su familia.

– Bueno, si le estaban untando la mano, quizá no mereciera tanta consideración. Y te lo dice un buen amigo suyo.

– Todavía no se ha demostrado que no fuera honesto -afirmó Reynolds.

– ¿Dinero en una caja de seguridad a un nombre falso? Sí, supongo que todo el mundo hace eso, ¿no?

– Connie, ¿cómo se enteraron de que estaba investigando las finanzas de Ken? Me cuesta creer que Anne llamara al FBI. Ella me pidió ayuda.

– Le pregunté a Massey pero es una tumba. Se imagina que yo también soy el enemigo. Sin embargo, investigué un poco y creo que recibieron el chivatazo por teléfono. Una Llamada anónima, por supuesto. Según Massey, tú asegurabas que se trataba de una trampa. Y ¿sabes qué? Creo que tienes razón, aunque ellos piensen lo contrario.

Le había alegrado ver a Connie en la puerta. El hecho de que se mantuviese leal significaba mucho para ella. Y también quería ser justa con él; sobre todo con él.

– Mira, que te vean conmigo no va a beneficiar tu carrera, Connie. Estoy segura de que Fisher ha asignado a alguien para que siga todos mis movimientos.

– De hecho me ha asignado a mí -dijo Connie.

– ¿Bromeas?

– No, te juro que no. Convencí al SEF. Moví algunos hilos. Por los viejos tiempos, dijo Massey. Por si no lo sabías, Fred Massey fue el tipo que me pidió que me dejara ganar en el caso Brownsville hace un montón de años. Si cree que con esto estamos empatados, ha perdido el juicio. Pero no te emociones. Saben que tengo todos los alicientes para cubrir mis propias espaldas. Y eso implica que si tú caes, no tendrán que culpar a nadie más, incluido tu seguro servidor. -Connie se calló y fingió sorpresa-. ¿SEF? Ahora que lo pienso, esta sigla va de perlas. Massey también podría ser el Subnormal En Funciones.

– No muestras mucho respeto por tus superiores. -Sonrió Reynolds-. ¿Qué opina de mí, agente Constantinople?

– Creo que has metido la pata hasta el fondo y que acabas de darle al FBI un chivo expiatorio para guardar las apariencias -soltó.

Reynolds ensombreció el semblante.

– No te andas con rodeos.

– ¿Quieres que pierda el tiempo con ellos? -Connie se puso en pie- ¿0 quieres que limpie tu nombre?

– Tengo que limpiar mi nombre. De lo contrario, lo perderé todo, Connie. Mis hijos, mi carrera, todo. -Reynolds notó que temblaba de nuevo y respiró a fondo varias veces para contrarrestar el pánico que se había apoderado de ella. Se sentía como una adolescente que acabara de enterarse de que estaba embarazada-. Pero me han suspendido del cargo. No tengo placa, ni arma.

Connie se puso el abrigo.

– Bueno, me tienes a mí -dijo-. Tengo credenciales, un arma y aunque no soy más que un humilde agente de campo después de haber estado trabajando dos décadas y media en esta mierda, puedo ejercer mi autoridad como el mejor. Así que ponte el abrigo e intentemos localizar a Lockhart.

– ¿A Lockhart?

– Me imagino que si la entregamos, las piezas empezarán a encajar. Cuanto más hagan, menos te culparán. He hablado con los tipos de la UCV. Están estancados en espera de los resultados del laboratorio y estupideces como ésas. Y ahora Massey les hace trabajar a toda máquina en lo tuyo y deja que se olviden de Lockhart por el momento. ¿Sabes que ni siquiera han ido a su casa a buscar pistas?

Reynolds parecía abatida.

– Fuimos muy lentos en todo este asunto -se lamentó-. Ken asesinado. Lockhart desaparecida. El fiasco del aeropuerto. Luego los tipos que se hacen pasar por agentes del FBI en el apartamento de Adams. Nunca tuvimos una posibilidad auténtica de encauzar bien la investigación.

– Así que imagino que seguiremos algunas pistas mientras estén calientes. Por ejemplo, visitar a la familia de Adams en la zona. Tengo la lista de nombres y las direcciones. Si se dio a la fuga, quizá haya pedido ayuda a alguien.

– Esto podría acarrearte graves problemas, Connie. Él se encogió de hombros.

– No sería la primera vez. Además, ya no tenemos supervisora de brigada. No sé si te has enterado, pero la suspendieron del cargo por tonta.

Intercambiaron una sonrisa.

– Así pues -prosiguió Connie-, como número dos, tengo derecho a investigar un caso abierto que resulta que me habían asignado. Tengo órdenes de encontrar a Faith Lockhart, así que eso es lo que voy a hacer. Lo que no saben es que vas a ayudarme. Y hablé con los tipos de la UCV. Ellos saben lo que llevo entre manos, así que no toparemos con otro equipo que esté investigando a los parientes de Adams.

– Tengo que decirle a Rosemary que quizá pasaré esta noche fuera.

– Pues díselo. -Connie consultó su reloj-. Supongo que Sydney está todavía en la escuela. ¿Y el niño?

– Está durmiendo.

– Susúrrale al oído que mamá va a patear unos cuantos traseros.

Cuando Reynolds volvió, fue directa al armario para tomar el abrigo. Se dirigió a toda prisa a su estudio pero se detuvo de repente.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Connie.

Ella lo miró, ligeramente avergonzada.

– Iba a buscar la pistola. Las viejas costumbres son difíciles de quitar.

– No te preocupes. Recuperarás la tuya pronto. Pero tienes que prometerme algo. Cuando vayas a recoger tu arma y tu placa, llévame contigo. Quiero verles la cara.

Ella le abrió la puerta.

– Trato hecho.

Загрузка...