Capítulo XXIII

I


—No lo entiendo —decía Akibombo en tono de queja.

Y miró ansiosamente de una cabeza roja a la otra.

Sally Finch y Len Bateson sostenían una conversación que Akibombo, apenas podía seguir.

—¿Tú crees que Nigel quería que sospecharan de mí o de ti? —preguntó Sally.

—De cualquiera de los dos —replicó Len—. En realidad, creo que cogió los cabellos de mi cepillo.

—Yo no lo entiendo, por favor —dijo Akibombo—. ¿Entonces fue el señor Nigel quien saltó por el balcón?

—Nigel salta como un gato. Yo no hubiera podido saltar ese espacio. Peso demasiado.

—Quiero pedirle disculpas humildemente por mis injustificadas sospechas.

—No tiene importancia —replicó Len.

—En realidad nos ha ayudado mucho —dijo Sally. Con tanto pensar… sobre el ácido bórico.

El rostro de Akibombo se iluminó.

—Tendríamos que haber pensado desde el principio —dijo Len— que Nigel era un tipo desequilibrado y…

—Oh, por amor de Dios… hablas como Colin. Con franqueza, Nigel siempre me ponía nerviosa… y al fin sé por qué. ¿Te das cuenta, Len, que si el pobre sir Arthur Stanley no hubiera sido tan sentimental y hubiese entregado a Nigel a la policía, hoy en día habría tres personas más con vida? Es una cosa muy seria.

—No obstante, uno se hace cargo de sus sentimientos…

—Por favor, señorita Sally.

—Dime, Akibombo…

—Si encuentra a mi profesor en la fiesta universitaria de esta noche, ¿le dirá usted, por favor, que he demostrado saber pensar? Mi profesor dice siempre que tengo una mentalidad muy lenta.

—Se lo diré —prometió Sally.

Len Bateson era la imagen viva de la tristeza.

—Dentro de una semana estarás de regreso en América —dijo.

Hubo un silencio momentáneo.

—Volveré aquí —repuso Sally. O tú puedes ir a estudiar un curso allí.

Después se volvió hacia el otro muchacho.

—Akibombo —le dijo—, ¿te asustaría ser padrino de boda algún día?

—¿Qué es ser padrino de boda, por favor?

—Pues el novio, por ejemplo, te da un anillo para que se lo guardes, y os vais los dos a la iglesia muy elegantes, y en el momento preciso te pide que se lo devuelvas y tú se lo das para que me lo ponga a mí en el dedo mientras el órgano toca la marcha nupcial y todo el mundo llora. Eso es ser padrino.

—¿Quiere decir que usted y el señor Len van a casarse?

—Eso mismo. A menos que a Len no le agrade la idea.

—¡Sally! Pero tú no sabes que mi padre…

—¿Y eso qué más da? Claro que lo sé. Que tu padre está loco. Bueno, así son muchísimos padres.

—No es un tipo de manía hereditaria. Puedo asegurártelo, Sally… si tú supieras lo desesperado e infeliz que me he sentido por temor a que no me quisieras…

—Tenía una ligerísima sospecha.

—En África —dijo Akibombo— y en la Antigüedad, antes de que llegara la Era atómica y los descubrimientos científicos, las costumbres matrimoniales eran muy curiosas e interesantes. Les contaré…

—Será mejor que no lo hagas —replicó Sally—. Tengo idea de que nos harían enrojecer, y cuando se es pelirrojo como Len y como yo, se nota mucho.


II


Hercules Poirot firmó la última carta que la señorita Lemon había puesto ante él.

Très bien —dijo en tono grave—. Ni una sola equivocación.

La señorita Lemon pareció ligeramente molesta.

—¿Observa usted con frecuencia equivocaciones?

—No, pero ha ocurrido una vez. A propósito, ¿cómo está su hermana?

—Está pensando realizar un crucero por las capitales del Norte, señor Poirot.

—¡Ah! —exclamó el detective.

Se preguntaba… ¿Tal vez? ¿Un crucero…? Pero él no se atrevía a emprender un viaje por mar… por nada de este mundo…

—¿Decía usted algo, señor Poirot? —preguntó su secretaria.

—Nada, señorita —contestó el detective.

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