Razones para morir

Porque ya usted lo decía: no me faltan razones para morir, estimado señor. La soledad, el aburrimiento, la sensación de encontrarme fuera de lugar en este pueblo tranquilo, la novela de Faulkner, y sobre todo, sobre todas las cosas, el recuerdo de Julián (el año que pasamos juntos; la enfermedad que lo apartó de mí y de la vida y lo recluyó en un psiquiátrico; su suicidio, del que fui informada un mes antes de venir a Roquedal mediante una carta con el membrete de la clínica): todas éstas son buenas razones, en efecto. Podría aducir más, señor mío, pero no quiero compadecerme tanto.

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