Un día, Roquedal amanecerá silencioso y blanco como un pueblo amortajado. Habrá olor a flores de funeraria por las calles. Despertaremos como lápidas, nos erguiremos rígidos y alabastrinos en las sillas, los balcones, las camas, las cunas, las mecedoras. Los perros vagabundos se alzarán petrificados como ángeles custodios. Las paredes de cal se esponjarán de nichos negros. El mar, ya viejo, perderá los dientes de las olas.
No desperdicie su tiempo en buscarme. La identidad de un precipicio consiste en caer.
Mi inestimable ángel caído. Voy a exorcizarle.
He urdido el método preciso: demostrarle que soy la cocinera y usted la receta, el manjar que, por ahora, sólo existe en los papeles, aunque pueda ser saboreado en un futuro próximo.