Capítulo VI



¿El tercer asesino?

No he podido conseguir que se alterara —comentó Battle—. Y, además, hasta me he sorprendido. Está chapada a la antigua; con muchas consideraciones para los demás, ¡pero arrogante como el propio diablo! No puedo creer que ella lo hiciera, ¡quién sabe! Tiene mucha firmeza. ¿Qué es lo que pretende con esas hojas de carnet, Poirot?

El detective las extendió encima de la mesa.

—Aclaran mucho las cosas, ¿no cree? ¿Qué es lo que necesitamos en este caso? Conocer el carácter de una persona. Y no sólo de una, sino de cuatro. Aquí es donde podremos encontrarlo reflejado con más seguridad... en estos números garrapateados. Esta hoja corresponde al primer rubber... bastante insípido; pronto acabó. Los números son pequeños y bien hechos; las sumas y las restas realizadas con cuidado... es de la señorita Meredith. Jugaba con la señora Lorrimer. Tenía buenas cartas y ganaron.

»En ésta que sigue, no es tan fácil reconstruir las incidencias del juego, puesto que se ha ido tachando el tanteo. Pero algo nos dice, tal vez, sobre el mayor Despard... un hombre a quien le gusta saber de una ojeada, en un momento dado, la situación en que se encuentra. Los números son pequeños y con mucho carácter.

»La hoja siguiente es de la señora Lorrimer; ella y el doctor Roberts contra los otros dos. Fue un combate homérico. Hay números en ambos lados. Por parte del doctor se aprecia tendencia a sobrepujar, y fallaron algunas bazas; si bien, como los dos son jugadores de primera fila, no fallaron muchas. Si los faroles del doctor impulsaban a los otros a jugar fuerte, tenían ocasión de atraparlos doblando. Vean... estas cifras corresponden a bazas falladas, dobles. Una escritura característica: airosa, legible y firme.

»Y aquí tenemos la última hoja... la correspondiente al rubber sin terminar. Como ven, hemos recogido una hoja escrita por cada uno de los jugadores. En ésta, los números son bastante extravagnates. Los tanteos no llegaron a la altura del rubber precedente. Ello fue debido, con seguridad, a que el doctor jugaba con la señorita Meredith y ésta es una jugadora bastante tímida. Si hubiera lanzado más faroles, corría el riesgo de que ella jugara con más timidez todavía.

»Tal vez creerán ustedes —terminó Poirot— que las preguntas que hago son tonterías. Pero no lo son. Necesito conocer el carácter de los cuatro jugadores y cuando ven que solamente les pregunto acerca del bridge, todos están dispuestos a contarme lo que saben.

—Nunca creí que sus preguntas fueran disparatadas, monsieur Poirot —dijo Battle—. Ya he tenido ocasión de ver cómo trabaja usted. Cada cual tiene sus métodos, lo sé. Tengo por costumbre que mis inspectores gocen de la libertad en este aspecto. De tal forma, cada uno de ellos tiene ocasión de saber qué método cuadra mejor a sus aptitudes. Pero será preferible que dejemos esto para otro rato. Haremos que pase la muchacha.

Anne Meredith parecía bastante trastornada. Se detuvo en el umbral de la puerta, respirando con dificultad.

Los instintos paternales del superintendente Battle se pusieron inmediatamente de manifiesto. Se levantó y dispuso una silla para la joven, en ángulo ligeramente diferente, para que no se sentara frente a él.

—Tome asiento, señorita Meredith, por favor. Vamos, no se alarme. Ya sé que todo esto parece algo terrible, pero en realidad no lo es tanto.

—No creo que haya cosas peores —dijo ella con un hilo de voz—. Es tan horroroso... tan horroroso... pensar que uno de nosotros... que uno de nosotros...

—Déjeme que sea yo quien haga esas reflexiones —dijo Battle con amabilidad—. Bien, señorita Meredith, ¿qué le parece si nos diera su dirección antes que nada?

—Wendon Cottage, en Wallingford.

—¿No vive en la ciudad?

—Paro en mi club durante un par de días.

—¿Y cuál es su club?

—El «Naval y Militar para señoras».

—Muy bien. Y ahora, señorita Meredith, ¿conocía mucho al señor Shaitana?

—No muy bien. Siempre creí que era un hombre temible.

—¿Por qué?

—Pues... ¡porque lo era! ¡Tenía una sonrisa espantosa! Y aquella forma de inclinarse sobre una como si fuera a comérsela...

—¿Hacía mucho tiempo que lo conocía?

—Cerca de nueve meses. Me lo presentaron en Suiza, mientras practicaba los deportes de invierno.

—Nunca hubiera creído que le gustaran tales deportes —dijo Battle sorprendido.

—Sólo patinaba. Era un patinador estupendo. Hacía gran cantidad de figuras y filigranas.

—Sí; eso cuadraba mejor con su carácter. ¿Y lo vio muchas veces después?

—Pues... bastantes. Me invitó a varias reuniones y fiestas que dio. Todas ellas fueron un tanto extravagantes.

—¿Pero a usted no le gustaba él?

—No. Lo consideraba como un hombre escalofriante.

Battle preguntó con suavidad:

—¿No tenía ninguna razón especial para temerle?

—¿Una razón especial? ¡Oh, no!

—Está muy bien. Y hablando de lo que pasó esta noche, ¿se levantó usted de la mesa en alguna ocasión?

—No lo creo... Oh, sí, una vez. Di la vuelta a la mesa para ver el juego de los otros tres.

¿No se alejó de ella durante toda la velada?

—No.

—¿Está usted segura, señorita Meredith?

Las mejillas de la muchacha enrojecieron de pronto.

—No... no. Creo que di una vuelta por la habitación.

—Bien. Perdone, señorita Meredith: trate de contarnos la verdad. Ya sé que está nerviosa y cuando uno se encuentra así, es capaz de... bueno, de contar lo sucedido como intentaba usted hacerlo. Pero eso no da ningún resultado. Quedamos, pues, en que dio una vuelta por la habitación. ¿Se dirigió hacia donde estaba el señor Shaitana?

La joven guardó silencio durante un momento y luego dijo:

—De verdad... de verdad... no me acuerdo.

—Está bien; consideraremos que pudo hacerlo. ¿Sabe usted algo acerca de los otros tres?

Anne sacudió la cabeza.

—Nunca los había visto.

—¿Qué opina usted de ellos? ¿Le parece que alguno pudo ser el asesino?

—No lo puedo creer. No puedo. El mayor Despard no pudo sen Y no creo que fuera el médico... al fin y al cabo, un médico puede matar a cualquiera de una manera mucho más fácil. Una droga... o algo parecido.

—Entonces, de ser alguien, fue la señorita Lorrimer, ¿verdad?

—No. Estoy segura de que no lo hizo. Es tan encantadora... y tan amable cuando se juega al bridge con ella. Es una gran jugadora y, sin embargo, no hace que una se ponga nerviosa, ni le reprende por las equivocaciones que cometa.

—No obstante, dejó usted su nombre para el final —dijo Battle.

—Fue sólo porque el apuñalar a una persona no me parece cosa de mujer.

—Battle volvió a repetir el juego de manos y Anne Meredith inició un movimiento de retroceso.

—¡Oh, qué horrible! ¿Debo... cogerlo?

—Me gustaría que lo hiciera.

La observó mientras ella cogía el estilete con repugnancia. La cara de la muchacha se contrajo, demostrando la aversión que sentía.

—Con esta cosa tan pequeña... con esto...

—Penetra cualquier cosa como si fuera mantequilla —comentó Battle con tono de satisfacción—. Un niño lo puede hacer.

—¿Quiere usted decir... quiere decir... —la joven lo miró con ojos abiertos y aterrorizados—, que yo pude hacerlo? Pero yo no lo hice. ¿Por qué tenía que hacerlo?

—Eso es precisamente lo que deseamos saber —dijo el superintendente—. ¿Cuál fue el motivo? ¿Por qué alguien quería matar a Shaitana? Era un individuo bastante pintoresco, pero, por lo que sé, no era peligroso.

Hubo una ligera interrupción en la respiración de la muchacha... una repentina elevación de todo su pecho.

—No era un chantajista, por ejemplo, ni cosa parecida —prosiguió Battle—. De todas formas, señorita Meredith, no parece ser usted el tipo de joven que esconde gran cantidad de secretos criminales.

Por primera vez sonrió ella, ganada por su afabilidad.

—No; desde luego, no los tengo. Ni de éstos, ni de otra especie.

—Entonces, no tiene usted por qué preocuparse. Tal vez tendremos que vernos de nuevo para hacerle unas cuantas preguntas, pero sólo será una cosa rutinaria.

Battle se levantó.

—Puede usted marcharse. El guarda le llamará un taxi. Y procure pasar la noche sin dar vueltas en la cama, preocupándose por esto. Tómese un par de aspirinas.

La acompañó hasta la puerta y cuando volvió, el coronel Race en voz baja y acento divertido dijo:

—¡Qué consumado embustero es usted, Battle! Ese aire paternal es insuperable.

—No podía perder el tiempo con ella, coronel Race. La pobre chica podía estar mortalmente asustada... en cuyo caso obrar de otra forma hubiera sido crueldad. Y no soy, ni nunca fui cruel. O podía ser una actriz consumada, con lo que no hubiéramos adelantado un paso, por más que la interrogáramos toda la noche.

La señora Oliver suspiró y se pasó la mano por el flequillo de manera que lo descompuso, dando a su cara un aspecto alegre, como si hubiera tomado una copa de anís.

—Sepa usted que estoy por creer que lo hizo ella. Suerte que esto no ocurre en una novela. La gente no quiere que la culpable sea una muchacha joven y bonita. De todos modos, creo que ella lo hizo. ¿Qué opina usted, monsieur Poirot?

—Acabo de hacer un descubrimiento.

—¿En las hojas del carnet otra vez?

—Sí. La señorita Meredith dio la vuelta a la suya, trazó unas líneas y utilizó el dorso.

—¿Y qué significa eso?

—Significa que está acostumbrada a la estrechez, o bien que tiene instintivamente el sentido de la economía.

—Pues el vestido que lleva es de los caros —observó la señora Oliver.

—Que pase el mayor Despard —ordenó el superintendente Battle.

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