Capítulo XXV



La señora Lorrimer habla

El día no era muy radiante y el salón de la señora Lorrimer parecía estar muy oscuro y triste. Ella misma tenía un aspecto gris y daba la impresión de ser mucho más vieja que cuando la visitó Poirot últimamente. Lo recibió con su habitual sonrisa de confianza.

—Ha sido usted muy amable al venir tan pronto, monsieur Poirot. Ya sé que se halla muy ocupado.

—Estoy a su disposición, madame —replicó el detective haciendo una reverencia.

La señora Lorrimer pulsó un llamador que había en la repisa de la chimenea.

—Haremos que nos sirvan el té. No sé lo que pensará usted al respecto, pero siempre he creído que es una equivocación el empezar a hacer confidencias sin haber allanado un poco el camino.

—Entonces, ¿va a haber confidencias, madame?

La señora Lorrimer no contestó, porque en aquel momento entró la doncella. Cuando hubo recibido instrucciones y volvió a salir, la mujer observó con sequedad:

—Recordará usted que cuando vino a visitarme dijo que volvería si lo llamaba. Me figuro que tendría usted una idea formada sobre las razones que me impulsarían a ello.

Después de esto cambiaron de tema. Trajeron el té y la señora Lorrimer lo sirvió, comentando con sensatez varios tópicos corrientes.

Aprovechándose de una pausa que hizo ella, Poirot comentó:

—He oído decir que usted y la señorita Meredith tomaron el té juntas hace unos días.

—Sí. ¿La ha visto usted últimamente?

—Esta misma tarde.

—Entonces está en Londres, ¿o ha ido usted a Wallingford?

—No. Ella y su amiga tuvieron la amabilidad de venir a visitarme.

—¡Ah!, su amiga! No la conozco.

—Este asesinato... ha servido para un rapprochement. Usted y la señorita Meredith toman el té juntas. El mayor Despard también cultiva la amistad de esa joven. El doctor Roberts es quizás el único extraño a ello.

—Lo encontré el otro día en una partida de bridge —dijo la señora Lorrimer—. Parecía tan jovial como de costumbre.

—¿Tan aficionado al bridge como siempre?

—Sí... haciendo las más absurdas subastas... y, no obstante, consiguiendo buenos resultados a menudo.

Calló durante unos instantes.

—¿Hace mucho tiempo que no ha visto al superintendente Battle? —preguntó.

—Esta tarde también. Estaba conmigo cuando telefoneó usted.

—¿Qué tal va en sus investigaciones? —indagó.

—No adelanta muy rápidamente —respondió Poirot con gravedad— Es lento, pero llegará por fin a donde se propone, madame.

—Me extrañaría. —Sus labios se plegaron en una sonrisa ligeramente irónica.

Luego prosiguió:

—Me ha dedicado mucha atención. Creo que ha investigado en mi vida pasada; hasta mi niñez. Se ha entrevistado con mis amistades y hablado con mis criados... tanto con los que tengo ahora como los que me sirvieron hace años. No sé qué es lo que esperaba encontrar, pero estoy segura de que no lo ha conseguido. Debía haber aceptado lo que yo le dije. Era la verdad. Conocía al señor Shaitana muy superficialmente. Me lo presentaron en Luxor, como ya le conté, y nuestra amistad no tenía ningún otro significado. El superintendente Battle no será capaz de eludir esos hechos.

—Tal vez no —dijo Poirot.

—¿Y usted, monsieur Poirot? ¿Ha hecho algunas investigaciones?

—¿Respecto a usted, madame?

—Eso quería decir.

El hombrecillo sacudió lentamente la cabeza.

—No hubiera sacado ningún provecho.

—¿Qué es lo que quiere dar a entender con ello exactamente, monsieur Poirot?

—Voy a serle franco, madame. Me di cuenta desde el principio, que de las cuatro personas que estaban en el salón del señor Shaitana aquella noche, la que poseía el mejor cerebro y pensaba más fría y lógicamente era usted. Si hubiera tenido que apostar dinero por alguno de los cuatro, pensando en el que planeó el crimen y lo llevó a la práctica con éxito, lo hubiera apostado por usted.

—¿Debo sentirse halagada por ello? —preguntó secamente.

Poirot prosiguió sin hacer el menor caso de la interrupción:

—Para que un crimen tenga éxito es necesario generalmente un planteo detallado, en el cual todas las probables contingencias deben tenerse en cuenta. El tiempo debe contarse al segundo. El emplazamiento ha de ser escrupulosamente correcto. El doctor Roberts podría cometer un crimen chapucero, con mucha prisa y sobra de confianza en sí mismo. El mayor Despard será probablemente demasiado prudente para perpetrar uno, y la señorita Meredith perdería la cabeza y se delataría. Pero usted, madame, no haría ninguna de esas cosas. Usted es inteligente y tiene sangre fría, tiene suficiente resolución y podría obsesionarse con una idea, pero sin desechar la prudencia. No es de esas mujeres que pierden la serenidad.

La señora Lorrimer guardó silencio mientras una ligera sonrisa entreabría sus labios.

—Eso es lo que usted piensa de mí, monsieur Poirot —dijo al fin—. Cree que soy la mujer indicada para llevar a cabo un asesinato ideal.

—Por lo menos tiene usted la amabilidad de no ofenderse por esta opinión mía.

—La encuentro muy interesante. ¿Supone usted, por lo tanto, que soy la única persona que pudo matar con éxito a Shaitana?

Poirot replicó despacio:

—Existe una dificultad, madame.

—¿De veras? Dígame cuál es.

—Habrá advertido que acabo de decir una frase poco más o menos, como ésta: «Para que el crimen tenga éxito se necesita generalmente planear cada detalle por adelantado.» Generalmente es la palabra hacia la que quiero llamar su atención. Porque hay otro tipo de crimen afortunado. ¿No le dijo usted nunca a nadie, de repente: «Lanza una piedra y prueba a dar en ese árbol, y aquella persona obedece con presteza, sin pensarlo... y, en la mayoría de los casos, acierta a dar con el objetivo propuesto? Pero si se trata de repetir la prueba ya no es tan fácil... porque ha empezado a pensar: «Más fuerte... no tanto... un poco más a la derecha... a la izquierda.» La primera fue una acción casi inconsciente, pues el cuerpo obedece al pensamiento como lo haría el cuerpo de un animal. Eh bien, madame, hay un tipo de crimen parecido a eso... un crimen cometido de repente... una inspiración... un destello de genialidad... sin tiempo para esperar a pensarlo. Y así, madame, fue el crimen del que fue víctima el señor Shaitana. Una terrible necesidad momentánea; una inspiración fulminante y una rápida ejecución.

Poirot movió la cabeza.

—Y tal crimen no es el que usted cometería, madame. De haberlo hecho usted, tenía que haber sido un asesinato premeditado.

—Comprendo. —La señora Lorrimer agitó la mano ante su cara, como si quisiera evitar que el calor del fuego llegara hasta ella—. Como no fue un crimen premeditado no pude ser yo quien lo cometiera, ¿no es eso, monsieur Poirot?

Poirot se inclinó.

—Eso es, madame.

—Y sin embargo... —se inclinó hacia delante y detuvo el movimiento oscilante de su mano—, yo maté a Shaitana, monsieur Poirot.

Загрузка...