Capítulo VII



¿El cuarto asesino?

El mayor Despard entró en la habitación con paso rápido y elástico... un paso que hizo que Poirot se acordara de alguien o de algo.

—Siento mucho haberle hecho esperar todo este tiempo, mayor Despard —se excusó Battle—. Pero quería que las señoras pudieran marcharse cuanto antes.

—No hace falta que se excuse. Lo comprendo.

Tomó asiento y miró inquisitivamente al policía.

—¿Conocía usted bien al señor Shaitana? —preguntó Battle.

—Lo había visto en dos ocasiones —respondió Despard.

—¿Sólo en dos?

—Eso es.

—¿Y cuáles fueron esas ocasiones?

—Hace cosa de un mes estuvimos comiendo en la misma casa. Entonces me invitó a un combinado que daba una semana después.

—¿En este piso?

—Sí.

—¿Dónde se celebró? ¿En esta habitación o en el salón?

—En todas las habitaciones.

—¿Vio este pequeño objeto en algún sitio?

Battle sacó una vez más el estilete.

Los labios del mayor Despard se curvaron ligeramente.

—No —respondió—. No tomé nota de él para utilizarlo en otra ocasión.

—No hay necesidad de que se adelante a lo que diga yo, mayor Despard.

—Le ruego que me perdone. La deducción era lógica.

Hubo un momento de silencio y luego Battle reanudó sus preguntas.

—¿Tenía usted algún motivo para aborrecer al señor Shaitana?

—Muchos.

—¿Eh? —El superintendente pareció sobresaltarse.

—Para aborrecerlo... no para matarlo —dijo Despard—. No tenía el menor deseo de matarlo, pero creo que me hubiera gustado darle un buen puntapié.

—¿Por qué quería darle un puntapié, mayor Despard?

—Porque era uno de esos dagos que lo están pidiendo a gritos. Cada vez que lo veía sentía una comezón extraña en la punta de mi zapato.

—¿Sabe usted algo de él...? Que lo desacredite, quiero decir.

—Iba demasiado bien vestido... llevaba el pelo demasiado largo.., y olía a perfume.

—Y, sin embargo, aceptó su invitación para cenar —apuntó Battle.

—Si cenara solamente en las casas cuyo dueño es de mi completo agrado, temo que no saldría mucho de noche, superintendente —replicó Despard con sequedad.

—Le gusta a usted la vida de sociedad, pero no la aprueba, ¿verdad? —sugirió el otro.

—Me gusta, pero por períodos cortos. Sí; me gusta volver de la selva para encontrar habitaciones iluminadas, mujeres vestidas con ropas encantadoras; para comer bien, bailar y reír... pero sólo por poco tiempo. Luego, la insinceridad de todo me produce náuseas y quiero marcharme otra vez.

—Debe ser una vida muy peligrosa la que lleva usted, mayor Despard, recorriendo parajes tan apartados.

El joven se encogió de hombros y sonrió ligeramente.

—El señor Shaitana no llevaba una vida peligrosa... y, sin embargo, ha muerto, mientras yo estoy vivo.

—Puede ser que fuera más peligrosa de lo que usted cree —dijo Battle intencionadamente.

—¿Qué quiere decir?

—El difunto señor Shaitana era una especie de metomentodo.

Despard se inclinó hacia delante.

—¿Quiere dar a entender que se entrometía en la vida de los demás... que descubría...? ¿A qué se refiere?

—Quiero decir que, tal vez, era un hombre de los que gustan entrometerse en... ejem... bueno... en la vida de las mujeres.

Despard se reclinó en la silla y lanzó una risotada divertida aunque indiferente.

—No creo que las mujeres tomaron en serio a tal charlatán.

—¿Quién cree usted que lo mató, mayor Despard?

—Pues no lo sé. La señorita Meredith no fue. Y no puedo imaginarme a la señora Lorrimer haciendo tal cosa... me recuerda a una de mis tías más temerosas de Dios. Queda, por lo tanto, el caballero médico.

—¿Puede describirme lo que hicieron usted y sus compañeros durante la velada?

—Me levanté dos veces. Una de ellas para coger un cenicero y atizar el fuego. Y después para servirme una copa.

—¿Recuerda a qué hora fue eso?

—No puedo decírselo. La primera vez pudo haber sido alrededor de las diez y media y la segunda a las once, pero son meras suposiciones. La señora Lorrimer fue en una ocasión hacia la chimenea y habló con Shaitana. No sé si él le contestó, pues no presté mucha atención. No podría jurar si lo hizo o no. La señorita Meredith dio una vuelta por la habitación, pero no creo que se acercara a la chimenea. Roberts estuvo levantándose continuamente... tres o cuatro veces, por lo menos.

—Voy a preguntarle algo por cuenta de monsieur Poirot —dijo Battle sonriendo—. ¿Qué opina usted de los otros tres, como jugadores de bridge?

—La señorita Meredith es una buena jugadora. Roberts carga la mano ignominiosamente y merecía perder más de lo que pierde. La señora Lorrimer es una jugadora estupenda.

—¿Alguna cosa más, monsieur Poirot?

El detective hizo un gesto negativo.

Despard facilitó su dirección, en el Hotel Albany, deseó buenas noches a todos y salió de la habitación.

Cuando cerró la puerta, Poirot hizo un ligero movimiento.

—¿Qué ocurre? —preguntó Battle.

—Nada —contestó el detective—. Se me ha ocurrido que Despard camina como un tigre... sí, eso es... elásticamente, con suavidad, como se mueve esa fiera.

—¡Hum! —refunfuñó Battle—. Bien... —miró a sus tres compañeros—. ¿Cuál de ellos lo hizo?

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