Encuentro empleo

27 de julio de 1998


Cuando vuelve Jaime de su fin de semana en familia, le comento la cena prevista el jueves con Sonia.

– Me encantaría, cariño, pero tengo que estar toda la semana en Málaga, con Joaquín, para visitar a unos clientes. Salgo mañana temprano, y el viernes voy directamente a Madrid en coche.

No me hace ninguna gracia este programa, pero intento disimular mi disgusto como puedo.

– Así que, ¿no nos vamos a ver hasta el próximo domingo?

– Cariño, es mi trabajo. ¡Entiéndelo! Tenemos unos contratos con clientes en el sur de España, y debemos ir esta semana. Ya estuve aplazando este viaje demasiado tiempo. Luego estaremos juntos.

Me coge en sus brazos y fijamos otra fecha para la cena con Sonia.

Después de sus confesiones sobre sus infidelidades, esta noche le voy contando mis relaciones esporádicas y la facilidad que he tenido todos estos años para llevarme a todos los hombres que me han gustado a la cama. Quiero ser transparente con él, no esconderle nada. Jaime me ha advertido que, ahora que estamos viviendo juntos, he de abandonar a todos los novios que tengo por ahí, palabras textuales. No es difícil aceptar eso, no tengo ninguno desde hace bastante tiempo, pero me cuesta convencerle. Jaime es tremendamente celoso. Él me ha prometido serme fiel. Yo, con veintinueve años y él con veinte más, nos hemos cruzado en el mismo punto, pero a edades diferentes. Estamos hartos de la vida que llevamos. De hecho, yo ya no me fijo en nadie. Esa transformación me ha sorprendido bastante, pero creo que es porque estoy enamorada de verdad por primera vez en mi vida y todo deseo sexual por otro hombre que no sea Jaime ha desaparecido. Le voy a ser fiel, del principio al final, incluso durante meses después, si acaso se rompe nuestra relación.

Esta noche hacemos el amor. Nuestras relaciones han mejorado bastante desde que ya no utilizamos preservativos, pero Jaime tiene una extraña manera de pensar solamente en él. No espera a que yo esté satisfecha. A veces, parece un animal. Pero me da igual. No es lo que más valoro en nuestra relación. El sexo, para mí, ha pasado curiosamente a un segundo plano.


28 de julio de 1998


Jaime se ha ido a Málaga con Joaquín como habían planeado. Me he despedido de él tiernamente, pidiéndole que tenga cuidado en la carretera. Voy a estar varios días totalmente sola, y he decidido ocuparlos en buscar nuevamente un empleo.

Ya he recibido varias ofertas (mi anuncio sigue apareciendo de vez en cuando en el periódico) y hay una muy interesante que parece prometedora. Se trata de una multinacional extranjera, con base en Barcelona, especializada en ropa, que está buscando a una mujer que se encargue de las últimas tendencias. Esto va a suponer viajar a las ferias más importantes del sector en el mundo, olfatear el mercado y ver las novedades para cada temporada. Aunque no está relacionado con la publicidad, la perspectiva de trabajar en este sector es bastante atractiva. Además, viajar no me parece un inconveniente, si tengo en cuenta que Jaime viajará también muy a menudo.

Así que me he presentado a la entrevista. Todo ha sido muy rápido y me anuncian que, en una semana, puedo empezar ya. Estoy muy feliz, porque eso supone que van a aumentar nuestros ingresos. No sé lo que gana Jaime, ni me lo ha comentado, pero parece llevar un gran tren de vida. Lleva siempre mucho efectivo encima y nunca repara en gastos ni pone pegas a nada en lo relativo al tema económico, ni para alquilar un piso en un edificio de tan alto standing. Al contrario, siempre me demuestra que quiere lo mejor. Aun así, yo quiero participar en los gastos de la casa.

Jaime me ha llamado sólo dos veces, diciéndome que está muy ocupado. Yo he intentado hablar con él en varias ocasiones, aunque sin éxito porque su móvil siempre está apagado. Por no parecer desconfiada, no le he pedido el número de teléfono del hotel.


30 de julio de 1998


Cuando llega hoy, le noto muy cansado y tenso. Se encierra en el baño en cuanto se quita los zapatos, y durante poco más de una hora permanece allí. Trato de escuchar algún ruido desde detrás de la puerta, y al no oír nada le pregunto:

– ¿Te pasa algo, Jaime?

– ¡Déjame en paz!

Su respuesta es corta y seca.

– ¿Puedo hacer algo por ti?, cariño. Quizá te iría bien hablar. No sé. ¿Tienes problemas?

– ¡Déjame en paz! -me repite-. ¡No tienes ni puta idea de los problemas que tengo!

A la hora, sale tan cansado como ha entrado, con los ojos hinchadísimos y se pasa toda la tarde y parte de la noche fumando cigarro tras cigarro, sin hablarme.

Cuando viene a la cama, ni me toca. Cada vez que hemos pasado noches juntos, hemos hecho el amor. Es la primera vez que dice no al sexo.


2 de agosto de 1998


Jaime se ha marchado temprano por la mañana al despacho. Ni he podido anunciarle que empiezo a trabajar hoy mismo, cuando todo el mundo se va de vacaciones, así que le dejo una nota en la cocina por si llega antes que yo a casa al final del día. Y así sucede. Cuando vuelvo de mi jornada laboral, un poco angustiada por lo de ayer y su reacción, él está en el salón mirando la televisión.

– Me podías haber dicho que hoy ibas a trabajar -me reprocha enseguida.

– Lo sé, Jaime, pero ayer estabas insoportable. No querías hablar y te habías encerrado de tal forma que parecías tener un bloqueo.

– Tuve un problema y no me apetecía hablar del tema. ¿Qué es eso de tu trabajo?

Le explico cómo lo he encontrado y en qué consiste.

– ¿Vas a tener que viajar?

Leo en su mirada que está enfadado.

– Sí. De vez en cuando.

– ¿Sola?

– No. Con mi jefe. Es americano. En septiembre tenemos que ir a una feria en Italia y…

– ¿Americano? ¡Otro que va a querer follarte!

Me quedo sin habla ante este comentario inesperado. Sigue con el mismo humor que ayer.

– Pero ¿qué dices?

– ¡Lo que oyes! Te hace viajar con él porque quiere follarte. Ya verás como tengo razón. Eres demasiado joven todavía. No sabes cómo funciona la vida.

Estoy desconcertada. Me parece injusto que piense eso de una persona que no conoce para nada.

– Da igual. Ve allí, a Italia. Viaja con el gilipollas ese. Pero si se pasa un pelo contigo, coges el primer avión y vuelves aquí, ¿de acuerdo?

No me queda otro remedio que decirle que sí, porque si no lo hago creo que me va a pegar.

– Sí, claro.

– ¿Me lo prometes?

– ¡Claro, Jaime!, te lo prometo.

Tras cinco minutos en silencio, pienso que el tema ha quedado olvidado.

– ¿Y tú? Tienes ganas de follártelo, ¿verdad?

Me quedo otra vez boquiabierta. No entiendo por qué, de repente, me hace este tipo de preguntas.

– No. No tengo ganas de follármelo -contesto, repitiendo tristemente sus palabras.

Y me voy a llorar al baño. Esta vez se ha pasado, tiene de repente un aire endemoniado y está buscando el conflicto para pelearse conmigo. Ha cambiado tanto en unos días, que parece otra persona. En el baño me encuentro un pote que no había visto hasta hoy, con unos cien gramos de polvo blanco y una etiqueta que describe los ingredientes de un preparado de farmacia. Mientras lo voy cogiendo entre mis manos, Jaime llega por detrás, en silencio, y me pone una mano sobre el hombro. Del susto, casi dejo caer el pote.

– Son polvos para la herida que tengo en el tobillo. Me lo tienen que preparar especialmente en una farmacia. Cuesta mucho, así que ¡déjalo en su sitio!

Deposito el pote encima del lavabo y no le digo nada.

Jaime utiliza, cada mañana, una especie de escalpelo para cortar las pieles muertas que le recubren el tobillo. De no hacerlo así, no podría ponerse el zapato y andar normalmente. Ya ha ido a ver a varios especialistas y, según él, es un fenómeno rarísimo que no tiene cura. Nunca antes se habían encontrado con un caso semejante.

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