15 de febrero de 1999
Me despido de Carolina, pidiéndole disculpas por haberme entrometido en su vida. Lo único que he pretendido ha sido entender a ese hombre para deshacer el hechizo amoroso que me ha lanzado. No quiero de ninguna manera hacerle daño a ella, que se ha convertido en la esclava de un monstruo que tan sólo siente egoísmo y rabia hacia el género femenino.
Supongo que, con el tiempo, Carolina me odiará por haber hecho eso.
3 de marzo de 1999
Tengo que deshacerme del piso porque no puedo seguir pagando un alquiler y unos gastos tan elevados, aparte de que ya no puedo seguir viviendo aquí. Cada habitación me recuerda a Jaime y, sobre todo, sus crisis de locura. Me decido a escribir una carta a la agencia inmobiliaria para decirles que les vamos a entregar el piso debido a nuestra separación. Según el contrato, yo tengo que indemnizarles porque no ha pasado ni un año desde que he firmado. Y la única responsable soy yo, la arrendataria. Me está costando unos esfuerzos tremendos hacer todas estas pequeñas gestiones. Por las noches, empiezo a sufrir insomnio y a estar cada vez más nerviosa. Todavía mantengo algo de contacto con Carolina, quien me llama a menudo para informarme de que Jaime la está siguiendo todos los días al trabajo, pidiéndole disculpas y rogándole que le deje volver. Hasta ahora ella se ha negado. Pero sé que volverá a caer en sus brazos. Es difícil resistirse a Jaime, ella volverá con él porque tiene miedo de acabar sola y él, porque está completamente perdido y Carolina es la única persona que realmente le conoce bien.
Abril de 1999
Me he mudado bastante rápido a un piso muchísimo más pequeño, en la parte opuesta a la Villa Olímpica. He llamado a la empresa de transporte para que vengan por la mañana, y, la víspera, ha aparecido Jaime a escondidas, cuando yo estaba fuera, para sacar del piso las cosas más valiosas que teníamos en casa. Es decir, que me ha dejado con casi nada. Se lo agradezco de alguna forma ya que, en donde me voy a alojar, no va a caber todo. He pasado de ciento veinte metros a un modesto apartamento de cincuenta metros cuadrados, escondido del mundo, que he encontrado por casualidad en uno de mis varios paseos por Barcelona. También, a modo de venganza, Jaime ha destrozado -no sé cómo todavía- el mármol de la cocina. Lo que me ha supuesto un problema gravísimo con el propietario, que me está pidiendo, obviamente, que pague las reparaciones. Mi situación es absolutamente catastrófica. Ya no tengo ahorros, estoy llena de deudas por las barbaridades de Jaime con el piso y he dejado mi trabajo con Harry. He renunciado porque no puedo atender el trabajo estando tan mal. Sería una falta de profesionalidad por mi parte. Pero, por encima de todo, estoy destruida, sin nada más en el mundo que el amargo recuerdo de haberme enamorado de una persona que nunca me ha querido, que sólo se ha reído y aprovechado de mí, y que me ha estafado en todos los sentidos.
Curiosamente, no siento celos de Carolina. Creo más bien que nos solidarizamos la una con la otra desde el momento en que nos conocimos; nunca ha puesto en duda lo que yo le conté acerca de mi relación con Jaime y le agradeceré siempre el haberme abierto su casa. En definitiva, no soy más que una extraña para ella, que se ha impuesto a la fuerza en su vida y le ha hecho tambalear una parte de su mundo.
Jaime ha intentado en varias ocasiones hablar conmigo. Sabe dónde me he mudado, porque me ha seguido también a mí. Una noche, ha llamado a mi puerta, y, en un arrebato de amor, que todavía siento por él, le he hecho pasar. Ha venido borracho, pidiéndome perdón, y diciendo que ha acabado su relación con Carolina. Sé que Jaime sigue mintiendo ya que Carolina y yo continuamos en contacto. También me ha confesado que su empresa se está disolviendo y que necesita dinero. Ha vuelto a mí para intentar otra vez engañarme y le he echado a duras penas de patitas a la calle.
Todavía no entiendo realmente por qué Jaime me ha hecho eso, a mí precisamente. Tiene a todas las mujeres a sus pies, y muchas, con mucho más dinero que yo.
He descubierto que aquel pote que supuestamente provenía de una farmacia, contenía cocaína pura, y confieso que he estado tratando de justificarle durante unos días. Porque le quiero. A partir de ahora tengo que luchar contra dos enemigos: contra él y su recuerdo, en primer lugar, pero también contra mí, para no recaer.
Agosto de 1999
Han pasado unos largos meses de letargo, de los que no tengo memoria. Me he encerrado en mi casa, con todos los muebles de la mudanza colocados sin orden contra las paredes. No como, no llamo a nadie, no me aseo, me dejo sencillamente llevar. Me quiero anular. Me estoy dejando morir e incluso una noche, he suplicado con todas las fuerzas que aún me quedan que mi fin no se haga esperar demasiado.