3 de enero de 1999
Esta noche Jaime ha recibido una llamada que me ha despertado, y le he visto salir apresurado sin decirme nada. La única explicación que me ha dado al volver es que su ex mujer ha estado muy mal y su hijo le ha llamado, requiriendo su presencia.
Es el segundo mes que Jaime se olvida de darme el dinero del alquiler, que yo voy pagando igualmente de manera rigurosa. Se lo he recordado y me ha pedido que espere un poco, pero sé que ha dejado definitivamente de hacerse cargo de ello. Me da la impresión de que está cayendo en una profunda depresión, de la cual aparentemente no quiere hablar.
4 de enero de 1999
Ya casi no tenemos relaciones sexuales, salvo hoy. Jaime ha contratado los servicios de una prostituta que ha metido en nuestra casa, sin mi permiso.
Cuando vuelvo del trabajo, está charlando tranquilamente con una mujer, de aspecto dudoso, en el salón. Entiendo enseguida de qué va el asunto.
– Es un regalo para ti, cariño. Como últimamente te hago poco caso…
Su frase tiene una mezcla de ironía y destellos de ternura y, para ver si esto le devuelve el deseo que parece haber perdido, accedo a que esa mujer se quede una hora.
Ha sido un desastre por mi parte. He estado cortada, mientras Jaime se ha sentido como un pez en el agua. Sin embargo, después de que la prostituta se fuese tras haberla pagado yo, se ha excitado y ha comenzado a tocarme.
– Y de paso, ¡a ver si te hago un hijo! -exclama, mientras se encierra en el baño para tomar una ducha.
5 de enero de 1999
Jaime me está preocupando. Sus manías son cada día más extrañas. Siempre le han gustado las agendas pero nunca habla sospechado hasta qué punto. Va comprando agendas de todo tipo, de piel o simplemente de papel acartonado, y cuando ya ha llenado su última adquisición con todos sus números personales de teléfono escritos con su mejor letra, la cambia por otra y traspasa toda la información. ¡Qué pérdida de tiempo! Además, no tiene ningún sentido. Aun así, trato de justificarlo diciéndome que mejor que una persona tenga un hobby, a que no le interese nada. Al menos, es una manera de conservar su salud mental en buen estado. Hay gente que colecciona sellos, pues Jaime colecciona agendas.
Hoy le he comprado una, para hacerme perdonar que me voy otra vez de viaje. Es de piel marrón clara, con anillas, muy moderna y he colocado cuidadosamente una foto mía para que se sienta bien cada vez que la abre.
La agenda parece haberle gustado y la va paseando aquí y allá.
6 de enero de 1999
Hoy he encontrado la agenda de piel en la bolsa de la basura cuando iba a bajarla al contenedor. Jaime la ha abierto cuando ya estaba precintada y ha tirado la agenda, para que no me dé cuenta. He sentido un pequeño pinchazo en el corazón, la he cogido y la he abierto. Están todos sus números personales de teléfono, pero hay un error en uno de ellos. Lo ha tachado y parece que le ha dejado de gustar la agenda. Mi único consuelo es que mi foto no está. Al menos la ha conservado, seguramente en su monedero. ¡Cómo le quiero!
Los relojes son también su pasión. El otro día compró unas cajitas monísimas de madera que apiló en su armario; dentro de ellas, guarda todos los relojes que ha ido acumulando con el paso de los años. Hoy los he contado. Hay más de doscientos. Me encanta comprobar lo organizado que es.
Empiezo a sentirme muy mal, tanto psicológica como físicamente, ya que estoy con náuseas todo el día. En la oficina no han notado nada, porque tengo la cara radiante. Creo que estas náuseas están provocadas por el malestar que hay en casa, porque Jaime no acaba de reponerse del todo de la muerte de su padre.
7 de enero de 1999
Me siento fatal. Hoy he hecho venir a un fontanero porque el baño estaba estropeado. Ya llevaba unos días funcionando mal, y el agua iba llenando el vater hasta amenazar con desbordarlo. La conclusión del fontanero ha sido que algo está obstruyendo el inodoro. Después de desmontar piezas durante una hora, he encontrado los trozos de la foto que le habla colocado en la agenda flotando en la superficie.
Quiero investigar sobre Jaime. He vuelto a hurgar en sus cosas, no sin sentimiento de culpabilidad. Pero he de encontrar una pista que me haga entender lo que le está sucediendo.
He encontrado avisos de devolución de cheques, que Jaime habla emitido para pagar a las tiendas de muebles cuando nos mudamos. También hay facturas de teléfono que él va pagando, colocadas en un archivo que ha escondido cuidadosamente entre los demás de la oficina. Los importes son tan elevados, que no ha podido pagar las últimas y las cartas de reclamación se han ido acumulando. Todos los números aparecen detallados, en particular uno, de Madrid, que se repite todos los días a cualquier hora pero, casualmente, no aparece los fines de semana cuando se supone que él está allí.
He decidido llamar a ese número. Quiero aclarar, una vez por todas, lo que está sucediendo. Sé que no está bien lo que voy a hacer, pero siento que debo hacerlo.
Me ha contestado la voz dulce de una mujer joven y, sin cortarme, le he preguntado si puedo hablar con Jaime Rijas.
– No está durante la semana, pero vendrá el viernes. ¿De parte de quién?
– De su mujer -contesto sin pensarlo. La mujer, al otro lado del teléfono, se ha quedado en silencio. Pero luego me comenta:
– Mire, no sé quién es usted. Pero yo soy Carolina, su novia. Acaba de pronunciar estas palabras con toda la tranquilidad del mundo y me sorprende un poco. Creo que debe pensar que le están gastando una broma. O quizá, también sospecha, como yo, que Jaime está llevando una doble vida y no se ha sorprendido demasiado por lo que le he dicho. Carolina y yo congeniamos desde el primer momento. Parece una persona inteligente que nunca manifiesta los típicos rencores de las mujeres que comparten a un mismo hombre.
– Carolina, lo siento. Me llamo Val y soy la novia que Jaime tiene en Barcelona. Vivimos juntos desde hace unos cuantos meses.
Suena a chiste y tengo miedo de que Carolina no me tome en serio.
De repente, me estoy sintiendo muy mal, todo está dando vueltas en mi cabeza y creo que me voy a desmayar. Son estas malditas náuseas, que vuelven a manifestarse, y tengo que colgar el teléfono y echarme un momento.
Ha pasado una hora y ya me siento mucho mejor. Vuelvo a llamar a Carolina.
– Disculpe. Me encontraba muy mal y tuve que colgar. Siento entrar así en su vida. No pretendo nada, pero Jaime está tan rain que quería saber lo que pasaba. Ahora comprendo. Lo siento.
Carolina no parece estar enfadada conmigo e intenta tranqui lizarme.
– No te preocupes -dice tuteándome-. Jaime es una persona que siempre ha tenido muchos problemas. Pero no pensaba que iba a hacer esto, la verdad.
Su serenidad al otro lado del aparato me está asombrando Carolina prosigue:
– Jaime y yo estamos juntos sólo los fines de semana, porque tiene sus negocios en Barcelona. No sabía que vivía con otra persona.
Le doy mi teléfono y nos despedimos. Ella me ha rogado que no le diga nada a Jaime y decidimos «vengarnos» a nuestra manera, provocando un encuentro los tres, sin que él se entere. Carolina me ha comentado que Jaime tiene intención de pasar San Valentín en Madrid -¿cómo me puede hacer eso?- y si yo quiero, puedo ir y aprovechar para ver con mis propios ojos lo que él siempre me ha escondido.
Debo decir que Carolina siempre ha sido muy cortés conmigo No nos hemos peleado ni ella me ha reprochado nada. Al fin y al cabo, estamos las dos «en el mismo saco». El único culpable de esta situación es Jaime, y nosotras somos simplemente dos pobres victimas, enamoradas hasta los huesos del mismo hombre, intenlo esconder mi descubrimiento, no sin dificultad, hasta la fecha acordada con Carolina.
Mientras tanto, mis náuseas se van acentuando cada vez más por las mañanas, y empiezo a temerme lo peor.