10 de octubre de 1999
Ha pasado poco más de un mes, y practicar sexo con desconocidos ya no tiene ningún tipo de interés para mí. Se ha convertido en pura «gimnástica». Ya he conseguido casi dos millones de pesetas en tan sólo un mes de trabajo y a este ritmo, habré reembolsado mis deudas más rápido de lo que me había imaginado. Si las cosas van bien, en cinco meses habré acabado de pagar; pienso en seguir trabajando en la casa un poquito más para terminar de sanearme económicamente, y cambiar luego de vida.
Esta tarde estoy en casa, haciendo limpieza, cuando me llama Susana.
– Ven corriendo, tengo a dos clientes italianos que te están esperando. Tienes que darte prisa porque han de coger un avión. ¿Vale, cariño?
– Vale. Me preparo, pero tú ya sabes que no puedo volar. Voy a intentar ir a toda prisa. Diles que se esperen.
Me pongo inmediatamente en marcha. Sólo falta maquillarme y al poco rato salgo corriendo a la calle a buscar un taxi. Ironía del destino… Imposible coger uno libre. Está pasando el tiempo, más de media hora desde la llamada de Susana, cuando vuelve a sonar mi móvil.
– ¿Qué estás haciendo, cariño? Si no te das prisa, voy a tener que llamar a otra chica.
– Lo sé, Susana. Estoy intentando encontrar un taxi libre, pero es la hora punta de salida del trabajo y no encuentro ni uno. Por favor, diles a los clientes que estoy en camino y que hay mucho tráfico. ¡Por favor, Susana!
Otro día, me hubiese enfadado con ella, pero esta vez, algo me dice que he de conservar la calma. Llego finalmente a la casa con una hora de retraso, el rímel corrido de tanto sudor, Susana enfadada, y los dos clientes italianos a punto de marcharse.
Me presento enseguida. Son dos hombres muy elegantes, como saben ser los italianos, uno pequeño, gordo y calvo, llamado Ales-sandro y otro alto, delgado, y con una picardía en los ojos que me hace quererle enseguida. Giovanni no es un hombre guapo, pero su rostro proyecta serenidad y simpatía. Desgraciadamente, está claro, una vez más, que yo no puedo elegir. Vuelvo a la habitación pequeña donde se encuentran Estefanía y Mae. Las dos ya se han presentado, pero sólo Estefanía le ha gustado a Alessandro. Interiormente, me siento aliviada al saber que me ha tocado el que más me atrae.
Mae se ha quedado colgada, está fumando sentada encima de la cama, pero no me pone demasiada mala cara ahora porque ya se ha establecido una especie de código de honor entre nosotras: «el cliente me ha elegido, entonces ¡no jodas!».
Giovanni y yo pasamos a la suite y se da una ducha rápida. Yo me quito la ropa y, cuando sale de la bañera, empieza a cogerme fuertemente en sus brazos, cosa que me sorprende, ya que los hombres nunca suelen hacer eso. Todos prefieren ir directo al grano. Nos entrelazamos unos instantes y luego me mira con ternura y nos fundimos en un beso tierno. Los dos tenemos ganas de besarnos, hay como una especie de energía entre nosotros que nos atrae y nos hace pegarnos como dos imanes. De hecho, estamos muy sorprendidos de esa atracción, tanto él como yo, y empezamos a intercambiar palabras sobre Italia y las razones de su viaje a España. Mientras tanto, en la habitación de al lado, oímos los gritos de Estefanía que se funden con los de Alessandro. Nuestra actividad sexual está muy lejos de alcanzar ese nivel. El encuentro se acaba después de que masturbe a Giovanni, que está demasiado cansado para tener una relación completa. Yo me he conformado con el beso que me ha dado y no me siento para nada frustrada. Lo que ha sucedido entre nosotros es más que gratificante para mí. Tengo la extraña sensación de conocer a este hombre de toda la vida, su olor, su sonrisa, sus manos. Al despedirse de mí, me dice que regresará dos días más tarde, y que espera volver a verme. También me pregunta cuál es mi nombre verdadero.
– El que te he dicho. Es mi verdadero nombre, te lo aseguro.
– Dai! Non é vero. So che il tuo nome é diferente. (¡Venga! No es verdad. Sé que tu nombre es diferente.)
– No, no. Te lo aseguro. Yo no tengo nombre de guerra, si a eso te refieres.
Y se va riendo, y asegurándome que la próxima vez le acabaré dando mi verdadero nombre y mi número de teléfono. Yo no sé nada de él, ni sé si lo volveré a ver. Los hombres prometen muchas cosas que luego no cumplen. Pero algo en mi interior me dice que pronto volveré a cruzarme en su camino.