6 de septiembre de 1999
Seis de la madrugada.
– Me lo ha contado todo Susana -me dice Cristina, sin compasión, cuando aparece en el marco de la puerta-. Hay de todo en este mundo y tendrás que acostumbrarte, porque te vas a encontrar a más de uno de aquí en adelante.
– No me ha hecho daño por poco -le recalco.
Mi voz es grave, pues casi no he dormido y estoy de muy mal humor. No me apetece nada tener que poner buena cara para las fotos, pero he de hacerlo. De eso depende mi trabajo.
En la calle nos está esperando un coche. Al volante está Ignacio, el fotógrafo, y a su lado un ayudante, que va a resultar de gran utilidad para retocar el maquillaje.
– También te quería decir que es importante que, en cuanto llegues al domicilio del cliente, llames a Susana. De lo contrario pensaremos que has llegado antes y le has sacado un extra al cliente. Ya ha pasado otras veces con algunas chicas y, por eso, Susana no confía en nadie. Lo mismo cuando sales. Queremos saber las horas exactas, y si el cliente quiere estar más tiempo, vuelves a llamar a Susana y se lo dices.
– Iba a llamar a Susana, pero ella se adelantó. El cliente vivía muy lejos y con el taxi y el tráfico que había, llegué tarde. ¡Pero no he estado más tiempo con él, Cristina!
– Susana está convencida de que sí.
Ante una nueva protesta por mi parte, Cristina quiere poner un punto final a la discusión.
– No pasa nada por esta vez -dice-. Pero ¡que sea la última!
La miro escandalizada, pero no digo nada. La mañana se anuncia tensa.
Durante el recorrido, apenas hablamos. Todo el mundo está cansado. Yo, particularmente, aunque empiezo a acostumbrarme a estos despertares de madrugada. Estoy también enfadada con Susana. No entiendo cómo puede pensar y decir cosas así de mí. Soy lo que soy, pero no una choriza.
Antes de empezar con las fotos, paramos en el bar de un pueblo para desayunar.
– Cristina me ha dicho que estás trabajando muy bien en la casa -me dice Ignacio, rompiendo el silencio.
– Bueno, sí, de momento va todo bien.
– Ya verás, con tus fotos trabajarás el doble -me dice, convencido de que el book va a ser la mejor inversión de mi vida.
– ¡Eso espero!
Después de varios cafés con leche, empiezo a sentirme mucho mejor, e impaciente por empezar.
9 de septiembre de 1999
Hoy no ha pasado nada relevante excepto un problema con Isa, para variar. Otra vez le han robado. En esta ocasión, una supuesta pulsera de oro y sus anillos de Cartier, que le ha regalado el viejo que la ha mantenido durante estos tres últimos meses.
Yo estoy en el salón cuando oigo sus gritos histéricos, y unas cuantas palabras que intercambia con Sara, la Barbie.
– Seguro que es la francesa -le está diciendo a Sara.
Prefiero no reaccionar, si no, soy capaz de saltarle encima. Y sé además que es lo que está buscando para que me echen.
Isa y Sara se van a la cocina a ver a Susana. Intento prestar atención a lo que se dice allí, pero farfullan palabras incomprensibles desde donde me encuentro. Susana sale de repente de su cuartel general, un cigarro en la mano, y viene a verme.
– ¿Puedo hablar un momento contigo, cariño? -me pregunta, como quien no quiere la cosa.
Ya sé de qué quiere hablar. Le digo que sí con la cabeza.
– Mira, ¡no sé qué está pasando contigo! El otro día, desaparece la chaqueta de Versace de Isa. Luego, te mando a un cliente y tardas un tiempo increíble en llegar. Ahora, Isa dice que le han robado una pulsera y unos anillos de oro. Perdona, pero son muchas cosas las que ocurren desde que tú estás aquí.
– ¿Qué quieres decir? -le pregunto, cansada de que me acusen sin pruebas.
– No, nada. Pero me parece muy raro todo eso, cariño.
– ¿Estás insinuando que yo le he robado a Isa la chaqueta y las joyas? -ya me ha sacado de quicio.
– Bueno, no digo que seas tú, pero me parece muy raro.
– ¿Y no crees que Isa dice todo eso porque soy nueva, y no me puede ver ni en pintura? ¿Pero es que no ves que quiere que todo el mundo esté en contra mía? No me traga, Susana, lo sabes, y empiezo a pensar que tú tampoco me tragas.
– ¿Qué dices, cariño? Para nada. Yo sólo estoy haciendo mi trabajo. ¡Nada más! Cuando hay problemas entre chicas, tengo que resolverlos. No quiero que pase como la última vez y que Isa llame a Manolo. Luego, tengo yo los problemas.
Y, hablando del lobo, la puerta de entrada se abre y aparece Manolo, con sus pantalones cortos y los mismos mocasines. La eterna riñonera parece vacía esta vez.
– No le digas nada -me dice Susana-. Yo me encargo de hablar con él.
– ¿Qué está pasando aquí? -pregunta chillando-. ¡Nada de reuniones secretas!
– No pasa nada, Manolo. Sólo estábamos charlando.
Susana tiene la voz temblorosa y miente tan mal que se le nota enseguida. Está claro que teme a Manolo.
– Entonces, si no pasa nada, vuelve a la cocina, ¡estúpida!
Esta vez, me siento muy mal por Susana. La está tratando como a un animal.
Ella se va corriendo a la cocina, y salen Isa y Sara.
– Y vosotras, ¿qué estáis haciendo en la cocina? -pregunta Manolo a las chicas.
– ¿Puedo hablar contigo un momento, Manolo? -le pide de repente Isa.
Me echa una mirada malévola, y entiendo que le va a mencionar lo sucedido. Opto por callarme la boca y esperar la continuación de los acontecimientos, mientras Isa se encierra con Manolo en la habitación pequeña. Están un largo rato, hasta que Manolo hace su reaparición con Isa.
– No hay problema. ¡Así me gusta!, que me avisen con tiempo. Tómate dos semanas en Navidad -le dice Manolo a Isa, mientras se despide de nosotras.
Isa no le ha dicho nada, solamente le ha avisado de que se va a ver a su familia a Ecuador en diciembre. Pero también sé que ha hecho todo eso a propósito para asustarme. Cuando se va Manolo, Isa me hace entender con la mirada: «la próxima vez, te meteré en problemas».