6:30 DE LA MAÑANA. EL DÍA

– Peter. ¡¿Peter?!

Se dio la vuelta y entonces vio a su padre de pie en el umbral de su habitación.

– ¿Estás despierto?

¿Parecía que estuviera despierto? Peter gruñó y se tumbó sobre la espalda. Cerró los ojos otra vez por un momento y recorrió su día. «Inglésfrancésmatemáticahistoriaquímica». Una larga oración de corrido, una clase sangrando sobre la siguiente.

Se sentó, se pasó la mano por el pelo para aplacárselo. Abajo, podía oír a su padre sacando ollas y sartenes del lavavajillas, como una especie de sinfonía tecno. Agarraría su termo, lo llenaría de café y dejaría a Peter a merced de sus propios recursos.

Peter arrastró los bajos de los pantalones del pijama por el suelo mientras se trasladaba de la cama al escritorio y se sentaba en la silla. Se conectó a Internet, porque quería ver si alguien le había hecho más observaciones acerca de «Escóndete y chilla». Si era tan bueno como él creía que era, entraría en alguna especie de competición amateur. Había chicos como él en todo el país-en todo el mundo-que fácilmente pagarían 39,99 dólares por jugar a un videojuego en el que la historia estaba escrita por los perdedores. Peter imaginó lo rico que podría hacerse con los beneficios. Quizá hasta podía plantar la universidad, como Bill Gates. Quizá, un día, la gente lo llamaría, fingiéndose amigos.

Entornó los ojos para mirar, y luego se puso los lentes, que tenía junto al teclado. Pero eran las 6:30 de la mañana, una hora en la que no podía esperarse mucha conexión de nadie. Se le cayeron los anteojos justo sobre las teclas de funciones.

La ventana se minimizó y, en su lugar, se abrió la papelera de reciclaje.

Sé que no piensas en mí.

Y que desde luego nunca nos has imaginado juntos.

Peter sintió que la cabeza le daba vueltas. Clavó un dedo en el botón de borrado pero no pasó nada.

Por mí mismo, no soy nada especial. Pero contigo, creo que podría llegar a serlo.

Intentó reiniciar la computadora, pero estaba congelada. No podía respirar; no podía moverse. No podía hacer nada que no fuera mirar fijamente su propia estupidez, allí plantada, en blanco y negro.

Le dolía el pecho y pensó que quizá estaba teniendo un infarto, o quizá aquello era lo que se sentía cuando el músculo se volvía de piedra. Con movimientos torpes, Peter se inclinó para alcanzar el cable del enchufe múltiple pero, al hacerlo, se dio con la cabeza en el borde del escritorio. Por eso se le llenaron los ojos de lágrimas; o eso fue lo que se dijo a sí mismo.

Tiró del enchufe y el monitor se apagó.

Luego se sentó y se dio cuenta de que no había diferencia. Todavía podía leer aquellas palabras, claras como el día, escritas sobre la pantalla. Podía notar las teclas bajo sus dedos cuando las escribía:

Con amor, Peter.

Podía oírlos a todos, riéndose.

Peter echó otro vistazo a su computadora. Su madre siempre decía que si pasaba algo malo, podías verlo como un fracaso o bien como la oportunidad de cambiar de rumbo.

Quizá aquello había sido una señal.

La respiración de Peter era superficial mientras vaciaba su mochila de la escuela de libros escolares, carpetas de tres aros, su calculadora, lápices y exámenes arrugados que le habían devuelto. Metió la mano por debajo del colchón y buscó a tientas las dos pistolas que había estado guardando sólo por si acaso.


Cuando era pequeño, solía poner sal en las babosas. Me gustaba observar cómo se disolvían delante de mis ojos. La crueldad es divertida hasta que te das cuenta de que alguien sale herido.

Ser un perdedor podría ser algo llevadero, si eso sólo significara que nadie te prestaba atención, pero en la escuela significaba que eras buscado activamente. Tú eres la babosa y ellos tienen la sal. Y no han desarrollado una conciencia.

Hay una palabra que aprendimos en ciencias sociales: schadenfreude. Es cuando disfrutas viendo el sufrimiento de otro. La pregunta es, ¿por qué? Creo que forma parte del instinto de autoconservación: si quieres subir más arriba de la escalera, debes pisar a alguien más. Y en parte eso se debe a que un grupo se siente mucho más grupo cuando se une contra un enemigo. No importa si ese enemigo nunca ha hecho nada para lastimarte, sólo tienes que hacer como si odiaras a alguien más de lo que te odias a ti mismo.

¿Sabes por qué la sal les hace eso a las babosas? Porque se disuelve en el agua que forma parte de la piel de la babosa y el nivel de agua que hay dentro de su cuerpo comienza a descender. La babosa se deshidrata. También funciona con los caracoles. Y con las sanguijuelas. Y con la gente como yo.

Con cualquier criatura, en realidad, con la piel demasiado delgada como para existir por sí misma.

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