Sé que puede parecer raro empezar dando las gracias al hombre que vino a mi casa para enseñarme a disparar un arma de fuego contra un montón de leña del patio trasero: el capitán Frank Moran. Le doy las gracias también a su colega de profesión, el teniente Michael Evans, por la detallada información sobre armas de fuego; y al jefe de policía Nick Giaccone por el millón de preguntas de última hora que tuvo a bien responderme por correo electrónico, referentes a todo tipo de cuestiones policiales, tales como búsquedas, secuestros y otras. La detective de la policía montada Claire Demarais merece una mención especial como reina de las técnicas de investigación forense y por haber conducido a Patrick por una escena del crimen de enormes proporciones. Tengo la gran suerte de contar con amigos y familiares que han resultado ser verdaderos expertos en sus respectivos ámbitos profesionales, y que me han hecho partícipe de sus historias y experiencias, y también se han prestado a hacer de caja de resonancia: Jane Picoult, el doctor David Toub, Wyatt Fox, Chris Keating, Suzanne Serat, Conrad Farnham, Chris y Karen Van Leer. Gracias a Guenther Frankenstein por la generosa contribución de su familia a la ampliación de la Biblioteca Howe de Hanover, New Hampshire, y por el permiso para utilizar su maravilloso nombre. Glen Libby contestó con gran paciencia a mis preguntas acerca de la vida en la prisión del condado de Grafton, y Ray Fleer, ayudante del sheriff del condado de Jefferson, me proporcionó toda serie de materiales e información sobre lamasacre en el instituto Columbine. Gracias a David Plaut y a Jake Van Leer por el chiste matemático, malo de verdad; a Doug Irwin por enseñarme los aspectos económicos de la felicidad; a Kyle Van Leer y a Axel Hansen por las premisas que encierra el juego del escondite de Scooby Doo; a Luke Hansen por el programa C++; y a Ellen Irwin por la lista de popularidad. Quiero expresar mi agradecimiento, como siempre, al equipo de Atria Books, que hace que yo parezca mucho mejor de lo que soy en realidad: Carolyn Reidy, David Brown, Alyson Mazzarelli, Christine DuPlessis, Gary Urda, Jeanne Lee, Lisa Keim, Sarah Branham y la infatigable Jodi Lipper. A Judith Curr, gracias por cantar mis alabanzas sin detenerse ni para tomar aliento. A Camille McDuffie, gracias por hacer de mí eso tan raro en el mundo de la edición: un nombre de marca. Laura Gross, alzo un vaso de whisky escocés a tu salud, porque no puedo imaginar este negocio sin ti. A Emily Bestler, bueno, no hay más que leer la página siguiente. Un reconocimiento muy especial para la juez Jennifer Sargent, sin cuya contribución el personaje de Alex no podría haber existido. Y para Jennifer Sternick, mi fiscal particular: eres una de las mujeres más brillantes que he conocido jamás, y haces del trabajo algo tan divertido (larga vida al rey Wah), que la culpa no puede ser más que tuya si acudo una y otra vez a ti en busca de ayuda. Gracias como siempre a mi familia, Kyle, Jake y Sammy, quienes se aseguran de recordarme qué es lo que de verdad importa en la vida; y a mi esposo Tim, la razón por la que soy la mujer más feliz del mundo. Finalmente, me gustaría dar las gracias a toda una serie de personas que han sido el corazón y el alma de este libro: los sobrevivientes de ataques reales a institutos de Estados Unidos, y los que les ayudaron a superar las secuelas emocionales: Betsy Bicknase, Denna O’Connell, Linda Liebl y, en especial, a Kevin Braun; gracias por el valor de volver a sondear en tus recuerdos y por haberme concedido el privilegio de tomarlos prestados. Y, finalmente, a los miles de jóvenes de todo el mundo que son un poco diferentes, que van por ahí un poco asustados, que son un poco impopulares: va por ustedes.