10:16 DE LA MAÑANA. EL DÍA

– Abajo-siseó Matt y empujó a Josie de modo que ella quedó debajo del banco de madera.

No era un buen lugar para esconderse, pero en ese momento, ningún lugar del vestuario lo era. El plan de Matt era trepar y salir por la ventana que había sobre las duchas; incluso había logrado ya abrirla pero entonces oyeron los disparos en el gimnasio y se dieron cuenta de que no tenían tiempo para arrastrar el banco y escapar por allí. Literalmente, se habían metido ellos mismos en la trampa.

Josie se enroscó sobre sí misma, haciéndose un ovillo, y Matt se agachó delante de ella. Su corazón tronaba contra la espalda de él y se olvidó de respirar.

Él buscó a sus espaldas hasta que encontró la mano de ella.

– Si algo ocurre, Jo-susurró-. Te he amado.

Josie comenzó a llorar. Iba a morir; todos iban a morir. Ella pensó en mil cosas que todavía no había hecho y que tenía muchísimas ganas de hacer: ir a Australia; nadar con delfines. Aprenderse toda la letra de Bohemian Rhapsody. Graduarse.

Casarse.

Se secó la cara contra la espalda de la camisa de Matt y luego la puerta del vestuario se abrió de golpe. Peter irrumpió, con los ojos desorbitados, sosteniendo un arma. Se fijó en que su zapatilla izquierda tenía los cordones desatados, y entonces no pudo evitarlo: gritó.

Quizá fuese el ruido, quizá fue oír su voz. Algo asustó a Peter, que dejó caer su mochila. Se deslizó de su hombro y, cuando lo hacía, otra arma se salió y cayó de un bolsillo abierto.

Resbaló por el suelo, aterrizando justo detrás del pie izquierdo de Josie.

Hay momentos en los que el mundo se mueve con tanta lentitud que puedes sentir cómo tus huesos se mueven mientras tu mente da vueltas. Momentos en los que, no importa lo que ocurra el resto de tu vida, recordarás cada mínimo detalle de ellos para siempre. Josie observó cómo su mano se estiraba hacia atrás; veía sus dedos enroscarse en torno de la culata fría y negra del arma. Se levantó tambaleante y apuntó con el arma a Peter.

Matt se alejó hacia las duchas, con Josie cubriéndole. Peter sostuvo su arma firmemente, todavía apuntando a Matt, aunque Josie estaba más cerca.

– Josie-le dijo-, déjame terminar esto.

– Dispárale, Josie-gritó Matt-. Maldita sea, dispárale.

Peter tiró hacia atrás el pasador del arma para que la bala del cargador se colocara en su lugar. Observándole cuidadosamente, Josie hizo lo mismo.

Se acordó de cuando estaba en el jardín de infantes con Peter; de que otros chicos recogían palitos o piedras y corrían por ahí gritando: «Arriba las manos». ¿Para qué recogerían palitos ella y Peter? No era capaz de recordarlo.

– ¡Josie, por el amor de Dios!-Matt estaba sudando, con los ojos muy abiertos-. ¡Por Dios! ¿Eres estúpida?

– ¡No le hables así!-gritó Peter.

– Cállate, imbécil-dijo Matt-. ¿Crees que ella no va a hacerlo?-Se volvió hacia Josie-. ¿A qué estás esperando? Dispara.

Entonces lo hizo.

Al abrir fuego, el arma le dejó dos marcas en la base del dedo pulgar. Sus manos se sacudieron hacia arriba, paralizadas, entumecidas. La sangre se veía negra en la camiseta gris de Matt. Se quedó quieto por un momento, atónito, con la mano sobre la herida de su estómago. Ella vio la boca de él pronunciar su nombre, pero no podía oírlo de tan alto que le zumbaban los oídos. «Josie», y luego cayó al suelo.

Josie comenzó a temblar violentamente; no le sorprendió cuando el arma se le cayó, como excepcionalmente repelida, como si momentos antes hubiera estado pegada a ella.

– Matt-lloró, corriendo hacia él. Apretó las manos contra la herida, porque eso era lo que se suponía que había que hacer, ¿no?, pero él se retorcía y gritaba en su agonía. La sangre comenzó a manar de su boca, fluyendo sobre su cuello.

– Haz algo-sollozó ella, volviéndose hacia Peter-, ayúdame.

Peter se acercó, levantó el arma que tenía en la mano y le disparó a Matt en la cabeza.

Horrorizada, ella gateó hacia atrás, alejándose de ambos. Aquello no era lo que ella había querido decir; aquello no podía ser lo que ella había querido decir.

Miró fijamente a Peter y se dio cuenta de que en ese momento, cuando dejó de pensar, supo exactamente lo que él había sentido mientras se movía por la escuela con su mochila y sus armas. Cada chico en esa escuela asumía un rol: atleta, cerebrito, belleza, freak. Lo que Peter había hecho era algo con lo que todos, secretamente, habían soñado: ser alguien, aunque sólo fuera durante diecinueve minutos, a quien nadie pudiera juzgar.

– No digas nada-susurró Peter, y Josie se dio cuenta de que él le estaba ofreciendo un camino de salida, un trato sellado con sangre, una sociedad de silencio: «No traicionaré tu secreto si tú no traicionas el mío».

Josie asintió con la cabeza lentamente, y luego su mundo se volvió negro.


Creo que la vida de una persona es como un DVD. Puedes ver la versión que todos ven o puedes elegir la del director: lo que él quiere que veas, antes de que todo lo demás se interponga.

Hay menús, probablemente para que puedas comenzar en las partes buenas y no tengas que revivir las malas. Puedes medir tu vida por el número de escenas en las que has sobrevivido o los minutos en que has estado allí.

Sin embargo, la vida es más como uno de esos vídeos tontos de las cintas de vigilancia. Borrosas, por más fijamente que las mires. Y circulares: la misma cosa, una y otra vez.

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