Durante cuatro horas, Patrick revivió como testigo el peor día de su vida. La señal que había llegado por radio mientras conducía; la oleada de estudiantes que huían de la escuela como una hemorragia; los resbalones en los charcos de sangre cuando corría por los pasillos. El cielorraso cayendo a su alrededor. Los gritos de auxilio. Los recuerdos impresos en su mente pero que no registraría hasta más tarde: un chico muriendo en brazos de su amigo debajo de la canasta de baloncesto del gimnasio; los dieciséis chicos encontrados apelotonados en un armario de mantenimiento tres horas después del arresto, porque no sabían que la amenaza había pasado; el olor a regaliz de los rotuladores utilizados para escribir números en las frentes de las víctimas mortales, para que pudieran ser identificadas más tarde.
Esa primera noche, cuando las únicas personas que quedaban en la escuela eran los técnicos de criminalística, Patrick había caminado por aulas y pasillos. A veces se sentía como el custodio de los recuerdos; aquel que tenía que facilitar la transición entre el modo en que solía ser y el modo en que sería a partir de entonces. Pasó por encima de las manchas de sangre para entrar en aulas en las que los estudiantes habían permanecido acurrucados con los profesores, a la espera de ser rescatados; sus abrigos todavía colgados en sus sillas, como si fueran a regresar en cualquier momento. Había agujeros de balas en los casilleros; en la biblioteca, algún estudiante aún había tenido tiempo y humor para acomodar las figuras de los mediáticos Gumby y Pokey en una posición comprometedora. Los extintores habían dejado un gran charco en uno de los pasillos, pero las paredes todavía estaban revestidas con carteles que anunciaban el baile de primavera.
Diana Leven levantó una cinta de vídeo, la Prueba del Estado Número Quinientos Veintidós:
– ¿Puede identificar esto, detective?
– Sí, lo obtuve de la oficina principal del Instituto Sterling. Muestra la secuencia tomada por la cámara ubicada en la cafetería, el día seis de marzo del dos mil siete.
– ¿Se ve algo en esta cinta?
– Sí.
– ¿Cuándo fue la última vez que la miró?
– El día antes de que empezara este juicio.
– ¿Ha sido alterada de algún modo?
– No.
Diana caminó hacia el juez.
– Pido que esta cinta sea mostrada al jurado-dijo, y un asistente dispuso el mismo televisor que habían utilizado días antes.
La grabación era granulosa, pero clara. En la parte de arriba, en el extremo derecho, estaban las mujeres que servían el almuerzo, echando comida en bandejas de plástico, mientras los estudiantes avanzaban en fila uno a uno, como gotas a través de una vía intravenosa. Había mesas llenas de estudiantes; el ojo de Patrick gravitaba hacia una del medio, donde Josie estaba sentada con su novio.
Él comía patatas fritas.
Por la puerta que había a la izquierda, entró un chico. Llevaba una mochila azul y, aunque no se le pudiera ver el rostro, tenía la complexión delgada y la espalda encorvada que alguien que conociera a Peter Houghton podría reconocer como las suyas. Se metió por debajo de la zona de alcance de la cámara. Sonó un disparo al tiempo que una chica se desplomaba de una de las sillas de la cafetería, una mancha de sangre florecía en su camisa blanca.
Alguien gritó, todos chillaron y se oyeron más disparos. Peter reapareció en pantalla, sosteniendo un arma. Los estudiantes comenzaron a huir en estampida, a esconderse por debajo de las mesas. La máquina de bebidas, acribillada a balazos, burbujeaba y rociaba todo el suelo de alrededor. Algunos estudiantes se doblaban sobre sí mismos en el lugar donde les habían disparado, otros, también heridos, intentaban huir gateando. Una chica que había caído, era pisoteada por el resto de los estudiantes, y finalmente yacía inmóvil. Cuando las únicas personas que quedaron en la cafetería no fueron más que cadáveres o heridos, Peter se volvió en redondo. Caminó hacia la mesa que había junto a aquella en la que había estado Josie y bajó su arma. Abrió una caja intacta de cereales que todavía estaba en la bandeja de la cafetería, los vertió en un tazón de plástico y agregó leche de un tetrabrick. Se llevó cinco cucharadas a la boca antes de dejar de comer; sacó un nuevo cargador de su mochila, lo colocó en su arma y salió de la cafetería.
Diana se acercó hasta la mesa de la defensa, tomó una pequeña bolsa de plástico y se la extendió a Patrick.
– ¿Reconoce esto, detective Ducharme?
La caja de cereales.
– Sí.
– ¿Dónde lo ha encontrado?
– En la cafetería-contestó él-. En la misma mesa en que acaba de verse en el vídeo.
Patrick se permitió mirar a Alex, sentada entre el público de la sala. Hasta entonces no había podido. No creía que pudiera hacer bien su trabajo si se preocupaba en exceso por cómo le estuviera afectando a Alex toda aquella información y el nivel de detalle. Ahora, mirándola, podía ver lo pálida que se la veía, lo rígida que estaba en su silla. Tuvo que esforzarse mucho para no caminar hacia el público, cruzar de un salto la barra que los separaba y arrodillarse a su lado. «Está todo bien-quería decirle-. Ya casi hemos terminado».
– Detective-dijo Diana-, cuando acorraló al acusado en el vestuario, ¿qué tenía en la mano?
– Una pistola.
– ¿Vio alguna otra arma alrededor?
– Sí, una segunda pistola, a más o menos tres metros de distancia.
Diana levantó una imagen que había sido ampliada.
– ¿Reconoce esto?
– Es el vestuario donde Peter Houghton fue detenido.-Señaló un revólver en el suelo, cerca de los casilleros, y luego otro a corta distancia-. Ésta es el arma que dejó caer, el arma A-dijo Patrick-y ésta, el arma B, es la otra que estaba en el suelo.
Unos tres metros más allá, en la misma trayectoria lineal, estaba el cuerpo de Matt Royston. Un amplio charco de sangre se extendía debajo de sus caderas. Le faltaba la mitad superior de la cabeza.
Se oyeron exclamaciones sofocadas entre el jurado, pero Patrick no prestaba atención a eso. Él miraba fijamente a Alex, que no tenía la vista dirigida hacia el cuerpo de Matt, sino hacia el lugar que había a su lado: una mancha de sangre de la frente de Josie, donde la chica había sido encontrada.
La vida era una serie de si…, si hubieras ganado la lotería anoche; si hubieras elegido una universidad diferente; si hubieras invertido en valores en lugar de hacerlo en bonos; si no hubieras llevado a tu hijo al jardín de infantes en su primer día de clase el 11 de septiembre. Si un solo profesor hubiera frenado al niño que atormentaba a Peter en la escuela. Si Peter se hubiera puesto el arma en la boca, en lugar de apuntar a otra persona. Si Josie hubiera estado delante de Matt, podría ser ella la que estuviera enterrada. Si Patrick hubiera llegado un segundo más tarde, quizá Peter todavía podría haberle disparado. Si él no hubiera sido el detective en ese caso, no habría conocido a Alex.
– Detective, ¿recogió usted estas armas?
– Sí.
– ¿Se buscaron huellas dactilares?
– Sí, en el laboratorio de criminalística del Estado.
– ¿Encontró el laboratorio alguna huella de valor en el arma A?
– Sí, una, en la empuñadura.
– ¿De dónde obtuvieron las huellas dactilares de Peter Houghton?
– De la comisaría de policía, cuando lo detuvimos.
Patrick condujo al jurado a través de la mecánica de las pruebas de huellas dactilares: la comparación de diez zonas, la similitud en estrías y espirales, el programa de computadora que verificaba las coincidencias.
– ¿En el laboratorio compararon la huella del arma A con las huellas de alguna otra persona?-preguntó Diana.
– Sí, con las de Matt Royston. Fueron obtenidas de su cuerpo.
– Cuando en el laboratorio compararon las huellas de la empuñadura de la pistola con las de Matt Royston, ¿pudieron determinar si eran coincidentes?
– No había coincidencia.
– Y cuando el laboratorio las comparó con las huellas de Peter Houghton, ¿pudieron determinar si había coincidencia?
– Sí-dijo Patrick-, la había.
Diana asintió.
– ¿Y en el arma B? ¿Alguna huella?
– Sólo una parcial, en el gatillo. Nada relevante.
– ¿Qué significa eso, exactamente?
Patrick se volvió hacia el jurado.
– Una impresión relevante en el análisis de huellas dactilares es aquella que puede ser comparada con otra impresión conocida y excluirla o incluirla como coincidente con esa impresión. La gente deja huellas dactilares en las cosas que toca, pero no necesariamente huellas que podamos usar. Pueden estar emborronadas o ser demasiado incompletas como para ser consideradas relevantes a nivel forense.
– Así que, detective, no sabe con certeza quién dejó la huella dactilar en el arma B.
– No.
– Pero ¿podría haber sido de Peter Houghton?
– Sí.
– ¿Tiene alguna prueba de que alguien más en el Instituto Sterling llevara un arma ese día?
– No.
– ¿Cuántas armas fueron encontradas finalmente en el vestuario?
– Cuatro-dijo Patrick-. Una pistola en manos del acusado, una en el suelo, y dos escopetas recortadas en una mochila.
– Además de procesar las armas que encontraron en el vestuario para buscar huellas dactilares, ¿se hicieron otras pruebas forenses en las mismas?
– Sí, un examen de balística.
– ¿Puede explicar eso?
– Bueno-dijo Patrick-, cada bala que sale de un arma tiene unas marcas producidas en ella cuando gira dentro del cañón. Eso significa que se pueden clasificar como correspondientes a un arma u otra. Para obtener balas de control, se disparan las armas que han intervenido en un crimen, y luego esas balas se cotejan con las recuperadas de un escenario. También se puede determinar si un arma ha sido disparada alguna vez, por el examen que se hace de los residuos que quedan dentro del cañón.
– ¿Se examinaron las cuatro armas?
– Sí.
– ¿Y cuáles fueron los resultados de las pruebas?
– Sólo dos de las cuatro armas fueron efectivamente disparadas-dijo Patrick-. Las pistolas A y B. Las balas que encontramos provenían todas del arma A. El arma B se recuperó del escenario cargada con un doble suministro. Eso significa que dos balas entraron en la recámara al mismo tiempo, lo que no permitió que el arma funcionase de manera apropiada. Cuando el gatillo fue apretado, se bloqueó.
– Pero usted dijo que el arma B fue disparada.
– Al menos una vez.-Patrick alzó la vista hacia Diana-. La bala no ha sido recuperada hasta la fecha.
Diana Leven guió meticulosamente a Patrick a través del descubrimiento de los diez estudiantes muertos y de los diecinueve heridos. Él comenzó con el momento en que salió del Instituto Sterling con Josie Cormier en brazos y la metió en una ambulancia, y terminó con el último cuerpo que llevaron a la mesa de examen médico de la morgue; luego el juez aplazó el juicio hasta el día siguiente.
Cuando abandonó el estrado, Patrick habló con Diana un momento acerca de lo que ocurriría al día siguiente. Las puertas dobles del tribunal estaban abiertas y, a través de ellas, Patrick podía ver a los periodistas absorbiendo las historias de cualquier padre enojado, deseoso de conceder una entrevista. Reconoció a la madre de una chica-Jada Knight-, que había recibido un balazo por la espalda cuando huía de la cafetería.
– Mi hija-decía la mujer-este año irá a la escuela cada día a las once en punto, porque no puede soportar estar allí cuando empieza la tercera clase. Todo le asusta. Esto le ha arruinado la vida por completo; ¿por qué el castigo de Peter Houghton habría de ser menos?
Patrick no tenía ganas de aguantar el acoso de los medios y, como único testigo del día, estaba destinado a ser asediado. Así que se quedó en la sala y se sentó en la barra de madera que separaba a los abogados del público.
– Eh.
Se volvió al oír la voz de Alex.
– ¿Qué haces aún aquí?-Él creía que ella estaría arriba, recogiendo a Josie de la sala de los testigos, como hizo el día anterior.
– Podría preguntarte lo mismo.
Patrick asintió con la cabeza, señalando el vano de la puerta.
– No estaba de humor para la batalla.
Alex se acercó a él, hasta estar de pie entre sus piernas, y le rodeó el cuello con los brazos. Enterró su rostro en el pecho de él y cuando respiró, profunda y rápidamente, Patrick lo sintió en su propio interior.
– Podrías haber mentido-dijo.
Jordan McAfee no estaba teniendo un buen día. El bebé le había vomitado encima mientras salía por la puerta. Había llegado diez minutos tarde al tribunal porque los malditos medios de comunicación se multiplicaban como conejos y no había espacio para estacionar, y el juez Wagner le había reprendido por su retraso. A eso se sumaba el hecho de que, por la razón que fuera, Peter había dejado de comunicarse con él, excepto mediante el extraño gruñido, y, además, lo primero que tenía que hacer esa mañana era interrogar al caballero de la reluciente armadura que irrumpió en la escuela para enfrentarse al maldito francotirador; aunque, bueno, ser un abogado defensor no era mucho más fabuloso que eso.
– Detective-dijo, acercándose a Patrick Ducharme en el estrado-, después de que terminara con el examen médico, ¿regresó al departamento de policía?
– Sí.
– Peter estaba allí, ¿verdad?
– Sí.
– En una celda carcelaria…¿con barrotes y cerradura?
– Se trata de una celda de retención-le corrigió Ducharme.
– ¿Ya se habían presentado cargos contra Peter por algún delito?
– No.
– En realidad, no fue acusado de nada hasta la mañana siguiente, ¿no es así?
– Es correcto.
– ¿Dónde pasó esa noche?
– En la cárcel del condado de Grafton.
– Detective, ¿habló en algún momento con mi cliente?-preguntó Jordan.
– Sí, lo hice.
– ¿Qué le preguntó?
El detective se cruzó de brazos.
– Si quería un poco de café.
– ¿Él aceptó la oferta?
– Sí.
– ¿Le preguntó en algún momento por el incidente de la escuela?
– Le pregunté qué había pasado-dijo Ducharme.
– ¿Cómo respondió Peter?
El detective frunció el cejo.
– Dijo que quería ver a su madre.
– ¿Lloró?
– Sí.
– De hecho, no paró de llorar en todo el tiempo que usted intentó interrogarle, ¿no es verdad?
– Sí, lo es.
– ¿Le hizo usted alguna otra pregunta, detective?
– No.
Jordan dio un paso hacia adelante.
– Usted no se molestó en hacerlo, porque mi cliente no estaba en condiciones de pasar por un interrogatorio.
– No le hice más preguntas-replicó Ducharme sin alterar la voz-. No tengo idea de en qué tipo de condiciones estaba él.
– ¿Así que usted agarró a un chico, un chico de diecisiete años, que estaba llorando pidiendo ver a su madre, y lo llevó de regreso a su celda de retención?
– Sí. Pero le dije que quería ayudarle.
Jordan echó un vistazo al jurado y dejó que la frase penetrara por un momento.
– ¿Cuál fue la respuesta de Peter?
– Me miró-respondió el detective-y dijo «Ellos empezaron esto».
Curtis Uppergate había sido psiquiatra forense durante veinticinco años. Tenía títulos de tres escuelas de medicina de la Ivy League y tenía un currículum tan grueso como una guía telefónica. Era blanco como un lirio, llevaba el cabello gris peinado con trencitas y había ido al tribunal con una camisa dashiki. Diana casi esperaba que la llamara hermana cuando ella le interrogara.
– ¿Cuál es el campo al que se dedica?
– Trabajo con adolescentes violentos. Los visito en representación del tribunal para determinar la naturaleza de sus enfermedades mentales, si es que las hay, y determino un plan de tratamiento apropiado. También informo al tribunal acerca del estado mental en que podrían haberse encontrado en el momento de cometer el delito. He trabajado con el FBI para elaborar sus perfiles de francotiradores escolares y para estudiar paralelismos entre casos del Instituto Thurston, Paducah, Rocori y Columbine.
– ¿Cuándo entró en contacto con el caso?
– El mes de abril pasado.
– ¿Repasó los informes sobre Peter Houghton?
– Sí-dijo Uppergate-. Revisé todo lo que recibí de usted, señora Leven. Extensos informes escolares y médicos, informes policiales, entrevistas hechas por el detective Ducharme.
– ¿Qué era lo que buscaba, en particular?
– Indicios de enfermedad mental-dijo-. Explicaciones físicas para el comportamiento. Una estructura psicosocial que se pareciera a la de otros perpetradores de violencia escolar.
Diana echó un vistazo al jurado; los ojos de sus miembros estaban poniéndose vidriosos.
– Como resultado de su trabajo, ¿llegó a alguna conclusión con un grado razonable de certeza médica acerca del estado mental de Peter Houghton el día seis de marzo de dos mil siete?
– Sí-dijo Uppergate y miró de frente al jurado, hablando lenta y claramente-. Peter Houghton no estaba sufriendo ninguna enfermedad mental en el momento en que comenzó a disparar en el Instituto Sterling.
– ¿Puede decirnos cómo llegó a esa conclusión?
– La definición de salud implica estar en contacto con la realidad de lo que estás haciendo en el momento en que lo haces. Hay pruebas de que Peter había estado planeando ese ataque durante bastante tiempo, desde la acumulación de armas y municiones hasta listas de víctimas escogidas, así como el ensayo de su Armagedón a través de un videojuego diseñado por él mismo. El tiroteo no fue espontáneo. Era algo que Peter llevaba considerando mucho tiempo, con gran premeditación.
– ¿Hay otros ejemplos de la premeditación con que obró Peter?
– Cuando llegó a la escuela y vio a un amigo en el estacionamiento, intentó advertirle, por su seguridad. Detonó una bomba de fabricación casera en un coche antes de ir a la escuela, para que sirviera como distracción y poder entrar sin impedimentos con sus armas. Ocultó armas que estaban cargadas de antemano. Ésos no son los actos de una persona que no sabe lo que está haciendo, sino característicos de la rabia racional, quizá doliente, pero con certeza no ilusoria, de un hombre joven.
Diana se paseó frente de la tribuna del testigo.
– Doctor, ¿pudo usted comparar información de tiroteos en otras escuelas en el pasado con éste, con el propósito de apoyar su conclusión de que el acusado estaba sano y era responsable de sus actos?
Uppergate echó sus trencitas hacia atrás por encima de su hombro.
– Ninguno de los francotiradores de Columbine, Paducah, Thurston o Rocori tenía prestigio. No es que fueran solitarios, pero en sus mentes percibían que no eran miembros del grupo al mismo nivel que cualquier otro del grupo. Por ejemplo, Peter estaba en el equipo de fútbol, pero era uno de los dos estudiantes a quienes nunca dejaban jugar. Era brillante, pero sus notas no lo reflejaban. Tenía un interés romántico, pero ese interés no era correspondido. El único sitio en el que se sentía cómodo era en un mundo de su propia creación. En los videojuegos Peter no sólo estaba a gusto…sino que además era Dios.
– ¿Eso significa que estaba viviendo en un mundo de fantasía el seis de marzo?
– De ninguna manera. Si así hubiera sido, no habría planeado el ataque tan racional y metódicamente.
Diana se volvió.
– Hay alguna prueba, doctor, de que Peter fuera objeto de intimidaciones en la escuela. ¿Ha revisado esa información?
– Sí, lo he hecho.
– ¿Su investigación le ha llevado a alguna conclusión acerca de los efectos del acoso en chicos como Peter?
– En cada uno de los casos de tiroteos escolares-contestó Uppergate-, se juega la carta del acoso. Es ese acoso, supuestamente, el que hace que el francotirador escolar explote un día y contraataque con violencia. Sin embargo, en cada uno de los otros casos, y también en éste, en mi opinión, la intimidación parece exagerada por el francotirador. Las burlas no son significativamente peores para el francotirador de lo que lo son para cualquier otra persona de la escuela.
– Entonces, ¿por qué disparan?
– Se convierte en una forma pública de tomar el control de una situación en la que normalmente se sienten impotentes-respondió Curtis Uppergate-. Lo cual, otra vez, quiere decir que se trata de algo que venían planeando con tiempo.
– Su testigo-dijo Diana dirigiéndose a Jordan.
Éste se puso de pie y se acercó al doctor Uppergate.
– ¿Cuándo vio por primera vez a Peter?
– Bueno. No hemos sido presentados oficialmente.
– Pero usted es psiquiatra, ¿no?
– Lo era la última vez que lo comprobé-dijo Uppergate.
– Pensaba que la psiquiatría se basaba en intentar compenetrarse con el paciente y llegar a conocer lo que piensa del mundo y cómo lo procesa.
– Eso es una parte.
– Es una parte increíblemente importante, ¿no?-preguntó Jordan.
– Sí.
– ¿Extendería una receta para Peter hoy?
– No.
– Porque tendría que encontrarse físicamente con él antes de decidir si un determinado medicamento es apropiado para él, ¿correcto?
– Sí.
– Doctor, ¿tuvo ocasión de hablar con los francotiradores escolares del Instituto Thurston?
– Sí, lo hice-contestó Uppergate.
– ¿Y con el chico de Paducah?
– Sí.
– ¿Rocori?
– Sí.
– No con los de Columbine…
– Soy psiquiatra, señor McAfee-replicó Uppergate-, no médium. De todas maneras, sí hablé largamente con las familias de los dos chicos. Leí los periódicos y examiné sus vídeos.
– Doctor-preguntó Jordan-, ¿ha hablado usted alguna vez directamente con Peter Houghton?
Curtis Uppergate dudó.
– No-respondió-, no lo he hecho.
Jordan se sentó y Diana miró de frente al juez.
– Su Señoría-dijo-, la fiscalía pide un descanso.
– Toma-dijo Jordan, tirándole a Peter un emparedado mientras entraba a la celda-, ¿o es que también estás en huelga de hambre?
Peter lo miró airadamente, pero desenvolvió el emparedado y mordió un pedazo.
– No me gusta el pavo.
– En realidad, me tiene sin cuidado.-Se apoyó contra la pared de cemento de la celda-. ¿Quieres decirme quién se ha meado hoy en tus cereales?
– ¿Tiene idea de lo que es estar sentado en esa sala escuchando a toda esa gente hablar de mí como si yo no estuviera? ¿Como si ni siquiera pudiera oír lo que dicen de mí?
– Así es como funciona este juego-dijo Jordan-. Ahora, es nuestro turno.
Peter se puso de pie y caminó hacia la parte delantera de la celda.
– ¿Es eso lo que es para usted? ¿Un juego?
Jordan cerró los ojos, contando hasta diez para hacer acopio de paciencia.
– Claro que no.
– ¿Cuánto dinero le pagan?-preguntó Peter.
– Eso no es de tu…
– ¿Cuánto?
– Pregúntale a tus padres-cortó Jordan rotundamente.
– Le pagan tanto si gana como si pierde, ¿verdad?
Jordan dudó y después asintió con la cabeza.
– Entonces, en realidad no le importa una mierda cuál sea el resultado, ¿o sí?
A Jordan le impresionó, con un poco de asombro, que Peter tuviera madera de excelente abogado defensor. Esa especie de razonamiento circular-de la clase que deja al oponente colgado-era exactamente lo que se espera conseguir para usar en el tribunal.
– ¿Qué?-acusó Peter-. ¿Ahora también se ríe de mí?
– No. Sólo pensaba que serías un buen abogado.
Peter volvió a hundirse en la silla otra vez.
– Fenomenal. Quizá la prisión del Estado ofrezca esa carrera presentando el certificado de primaria.
Jordan tomó el emparedado de la mano de Peter y mordió un pedazo.
– Esperemos y veamos cómo va-dijo.
El jurado siempre quedaba impresionado con el historial académico de King Wah, y Jordan lo sabía. Se había entrevistado con más de quinientos sujetos. Había sido perito en 248 juicios, sin incluir aquél. Había escrito más artículos que cualquier otro psiquiatra forense, y era especialista en desorden de estrés postraumático. Y, ahí venía lo bueno: había dictado tres seminarios a los que había asistido el psiquiatra de la acusación, el doctor Curtis Uppergate.
– Doctor Wah-comenzó Jordan-, ¿cuándo comenzó a trabajar en este caso?
– Cuando fui contactado por usted, señor McAfee, en junio. Accedí a encontrarme con Peter en ese momento.
– ¿Y lo hizo?
– Sí, durante más de diez horas de entrevistas. También leí los informes policiales, los informes médicos y escolares tanto de Peter como de su hermano mayor. Me encontré con sus padres. Hice que fuera examinado por mi colega, el doctor Lawrence Ghertz, que es un neuropsiquiatra pediátrico.
– ¿Qué hace un neuropsiquiatra pediátrico?
– Estudia las causas orgánicas de sintomatología y desórdenes mentales en niños.
– ¿Qué hizo el doctor Ghertz con Peter?
– Llevó a cabo varias resonancias magnéticas de su cerebro-contestó King-. El doctor Ghertz usa esos estudios cerebrales para saber si hay cambios estructurales en el cerebro adolescente que no sólo explicarían el desarrollo de algunas graves enfermedades mentales, como la esquizofrenia y el trastorno bipolar, sino también las razones biológicas de algunas conductas salvajes que los padres normalmente atribuyen a la furia hormonal. Eso no significa que los adolescentes no tengan hormonas furiosas, pero también pueden tener una carencia de los controles cognitivos necesarios para el comportamiento maduro.
Jordan se volvió hacia el jurado.
– ¿Han entendido eso? Porque yo estoy perdido…
King sonrió ampliamente.
– ¿En términos sencillos? Pueden decirse muchas cosas de un chico mirando su cerebro. Podría haber una razón fisiológica para que, cuando le dices a tu chico de diecisiete años que vuelva a meter la leche en el refrigerador, él asienta y luego te ignore completamente.
– ¿Envió usted a Peter al doctor Ghertz porque pensó que tenía un trastorno bipolar o que era esquizofrénico?
– No. Pero parte de mi responsabilidad incluye descartar unas causas antes de empezar a buscar otras razones para su comportamiento.
– ¿Elaboró el doctor Ghertz un informe en el que detallara sus descubrimientos?
– Sí.
– ¿Puede mostrárnoslo?-Jordan tomó un diagrama de un cerebro que ya había sido presentado como prueba y se lo entregó a King.
– El doctor Ghertz dijo que el cerebro de Peter era muy similar al del típico adolescente en el que el córtex prefrontal no estaba desarrollado como suele estarlo en un cerebro adulto maduro.
– Doctor-lo interrumpió Jordan-, me estoy perdiendo de nuevo.
– El córtex prefrontal está exactamente aquí, detrás de la frente. Es una especie de presidente del cerebro, encargado del pensamiento calculado y racional. También es la última parte del cerebro en madurar, razón por la cual los adolescentes se meten en tantos problemas.-Luego señaló una minúscula mancha en el diagrama, ubicada en el centro-. Esto se llama amígdala. Como el centro decisorio del cerebro de los adolescentes no está completamente formado todavía, las decisiones recaen en esta pequeña glándula. Se trata del epicentro impulsivo del cerebro, allí donde se alojan sentimientos como el miedo, el enojo y las reacciones viscerales. O, en otras palabras, la parte del cerebro que corresponde a «Porque mis amigos también pensaban que era una buena idea».
La mayor parte de los miembros del jurado se rieron y Jordan vio de reojo que Peter estaba prestando atención. Ya no estaba desplomado en la silla, sino erguido, escuchando.
– Es fascinante-prosiguió King-, porque un chico de veinte años podría ser fisiológicamente capaz de tomar una decisión informada…mientras que uno de diecisiete, no.
– ¿Llevó a cabo el doctor Ghertz otras pruebas fisiológicas?
– Sí.
– Hizo una segunda resonancia, que se realizó mientras Peter estaba llevando a cabo una tarea sencilla. Se le habían dado unas fotografías de rostros y se le pidió que identificara las emociones que veía reflejadas en ellos. A diferencia de un grupo de adultos sometidos a la misma prueba y en los cuales la mayoría de las valoraciones fueron correctas, Peter tendía a cometer errores. En particular, identificaba las expresiones temerosas como de enojo, confusión o tristeza. La resonancia magnética mostró que, mientras estaba concentrado en su tarea, la amígdala era la que estaba haciendo el trabajo…no el córtex prefrontal.
– ¿Qué puede usted deducir de eso, doctor Wah?
– Bueno, que la capacidad de Peter para los pensamientos racionales, planeados, premeditados, todavía está en una etapa de desarrollo. Fisiológicamente, aún no es capaz de tener ese tipo de pensamientos.
Jordan miró la reacción de los miembros del jurado ante esta afirmación.
– Doctor Wah, ¿usted ha dicho que también se entrevistó con Peter?
– Sí, en las instalaciones del correccional, en diez sesiones de una hora.
– ¿Dónde se encontraba con él?
– En una sala de visitas. Le expliqué quién era yo y que estaba trabajando con su abogado-dijo King.
– ¿Fue Peter reacio a hablar con usted?
– No.-El psiquiatra hizo una pausa-. Parecía disfrutar de la compañía.
– ¿Algo le impresionó de él al comienzo?
– Parecía que no tuviera emociones. No lloraba, ni sonreía, ni reía, ni mostraba hostilidad. En psiquiatría, lo llamamos nulidad emocional.
– ¿De qué hablaron?
King miró a Peter y sonrió.
– De los Red Sox-respondió-. Y de su familia.
– ¿Qué le dijo él?
– Que Boston merecía otro título más. Lo cual, como hincha de los Yankees que soy, fue suficiente como para que pusiera en duda su capacidad para el pensamiento racional.
Jordan sonrió ampliamente.
– ¿Qué dijo de su familia?
– Explicó que vivía con su madre y su padre y que su hermano mayor Joey había sido asesinado por un conductor ebrio hacía más o menos un año. Joey era dos años mayor que Peter. También hablamos de las cosas que le gustaba hacer, en su mayoría relacionadas con programación y computadoras, y sobre su niñez.
– ¿Qué le dijo sobre eso?-preguntó Jordan.
– La mayor parte de los recuerdos infantiles de Peter incluyen situaciones en la que era victimizado, ya sea por otros niños o por adultos que él percibía que estaban en condiciones de ayudarle pero no lo hacían. Describió todo, desde amenazas físicas, «Sal de mi camino» o «Voy a apagarte las luces a golpes», hasta acciones físicas, que le empujaran contra la pared yendo por un pasillo al pasar por su lado, y burlas emocionales, como que le llamaran «homosexual» o «rarito».
– ¿Le dijo cuándo comenzó esa intimidación?
– El primer día del jardín de infantes. Se subió al autobús, le pusieron la zancadilla mientras caminaba por el pasillo y lanzaron su fiambrera de Superman por la ventanilla. Fue en aumento hasta poco antes del tiroteo, cuando sufrió una humillación pública después de que fuera revelado públicamente su interés romántico por una compañera de clase.
– Doctor-dijo Jordan-, ¿Peter no pidió ayuda?
– Sí, pero incluso cuando se la daban, el tiro le salía por la culata. Una vez, por ejemplo, después de que un chico le empujara en la escuela, Peter le devolvió el empujón. Un maestro lo vio y llevó a los dos niños a la oficina del director para ser amonestados. En la mente de Peter, él se había defendido y, así y todo, también era castigado.-King se relajó en el estrado-. Los recuerdos más recientes de Peter están coloreados por la muerte de su hermano y su incapacidad para alcanzar los mismos niveles que él había establecido como estudiante y como hijo.
– ¿Peter habló de sus padres?
– Sí. Peter quiere a sus padres, pero no sentía que pudiera confiar en ellos para que le protegieran.
– ¿Que le protegieran de qué?
– De los problemas en la escuela, de los sentimientos que tenía, de la idea de suicidio.
Jordan se volvió hacia el jurado.
– Basándose en sus conversaciones con Peter y en los descubrimientos del doctor Ghertz, ¿está usted en condiciones de diagnosticar el estado mental de Peter el día seis de marzo de dos mil siete con un grado razonable de certeza médica?
– Sí. Peter estaba sufriendo un síndrome de estrés postraumático.
– ¿Puede explicarnos qué es eso?
King asintió con la cabeza.
– Es un desorden psiquiátrico que puede aparecer tras una experiencia en la que una persona es oprimida o victimizada. Por ejemplo, todos hemos oído hablar de los soldados que vuelven a casa después de una guerra y no pueden adaptarse a causa de ese síndrome. La gente que lo padece a menudo revive las experiencias en sueños, tiene problemas para dormir, se siente distante. En casos extremos, después de la exposición a traumas serios, pueden presentar alucinaciones o disociaciones.
– ¿Está diciendo que Peter estaba alucinando en la mañana del seis de marzo?
– No. Creo que estaba en un estado disociativo.
– ¿Qué es eso?
– Es cuando se está físicamente presente, pero mentalmente alejado-explicó King-. Cuando se pueden separar los sentimientos acerca de un suceso de la conciencia del mismo.
Jordan levantó las cejas.
– Espere, doctor. ¿Quiere decir que una persona en un estado disociativo podría conducir un coche?
– Por supuesto.
– ¿Y colocar una bomba casera?
– Sí.
– ¿Y cargar balas?
– Sí.
– ¿Y disparar con esas armas?
– Seguro.
– Y todo ese tiempo, ¿esa persona no sabría lo que estaba haciendo?
– Sí, señor McAfee-dijo King-. Eso es exactamente así.
– En su opinión, ¿cuándo entró Peter en ese estado disociativo?
– Durante nuestras entrevistas, Peter explicó que en la mañana del seis de marzo, se levantó temprano y se conectó con un sitio web para ver si había allí observaciones acerca de su videojuego. Por accidente, abrió un viejo archivo de su computadora, el correo electrónico que había enviado a Josie Cormier, en el que explicaba sus sentimientos hacia ella. Era el mismo correo electrónico que, semanas antes, había sido enviado a todos los alumnos de la escuela y que había precedido a la aún más terrible humillación, cuando le bajaron los pantalones en la cafetería. Después de ver ese correo, dijo que no puede recordar nada del resto de lo que ocurrió.
– Yo abro viejos archivos por accidente en mi computadora todo el tiempo-dijo Jordan-, pero no por eso entro en un estado disociativo.
– La computadora siempre había sido un refugio seguro para Peter. Era el medio que usaba para crear un mundo propio, habitado por personajes que le apreciaban y sobre los que él tenía el control, al contrario de lo que le pasaba en la vida real. Que esa zona segura se volviera de repente otro lugar más en el que también lo humillaban fue lo que desencadenó su derrumbamiento.
Jordan se cruzó de brazos, haciendo de abogado del diablo.
– No sé…Estamos hablando sólo de un correo electrónico. ¿Son realmente equivalentes las intimidaciones con el trauma visto en veteranos de la guerra de Irak o en los sobrevivientes del once de septiembre?
– En términos psiquiátricos, el efecto emocional a largo plazo de un solo incidente de intimidación produce el mismo nivel de estrés que un solo incidente de abuso sexual-explicó King-. Lo que es importante recordar acerca del síndrome de estrés postraumático es que un hecho traumático afecta de manera diferente a personas diferentes. Por ejemplo, para unas personas, una violación violenta puede provocar el síndrome. Para otras, puede desencadenarlo un contacto ligero. No importa si el hecho traumático es la guerra, un ataque terrorista, un asalto sexual o acoso, lo que cuenta es dónde lo sitúa el sujeto emocionalmente.
Se volvió hacia el jurado.
– Quizá hayan oído hablar, por ejemplo, del síndrome de las mujeres maltratadas. Visto desde fuera, parece que no tiene sentido el hecho de que una mujer, incluso una que ha sido victimizada durante años, mate a su marido mientras éste está durmiendo.
– Protesto-dijo Diana-. ¿Alguien ve a una mujer maltratada en este juicio?
– Lo permitiré-dijo el juez Wagner.
– Incluso una mujer golpeada que no está inmediatamente bajo amenaza física-prosiguió el doctor Wah-, psicológicamente cree que sí lo está, debido a un patrón de violencia creciente y crónico que le provoca un síndrome de estrés postraumático. Es vivir en ese estado de miedo constante, temiendo que ocurra algo, o que siga ocurriendo, lo que la hace agarrar un arma en ese momento, aunque su marido esté roncando. Para ella, él todavía es una amenaza inmediata-dijo King-. Un niño que sufre del síndrome, como Peter, está aterrorizado ante la idea de que el matón finalmente lo mate. Incluso aunque el matón no esté encerrándolo en un casillero en esos momentos, eso puede ocurrir de inmediato. Y así, como la esposa golpeada, pasa a la acción incluso cuando, para ustedes y para mí, no esté ocurriendo nada que parezca justificar el ataque.
– ¿Alguien se daría cuenta de esta especie de miedo irracional?
– Probablemente no. Un niño que sufre del síndrome de estrés postraumático ha hecho intentos que han resultado frustrados para conseguir ayuda y, como la intimidación continúa, deja de pedirla. Se retrotrae socialmente, porque nunca está muy seguro de cuándo la interacción lo llevará a otro incidente intimidatorio. Probablemente piense en suicidarse. Se evade a un mundo de fantasía, donde él puede tomar las decisiones. Comienza a refugiarse allí tan a menudo que se le hace cada vez difícil volver a la realidad. Durante los incidentes de acoso, un niño con ese síndrome puede refugiarse en un estado alterado de conciencia, una disociación de la realidad que le protege de sentir dolor o humillación mientras ocurre el incidente. Eso es exactamente lo que pienso que le ocurrió a Peter el seis de marzo.
– ¿Aunque ninguno de los chicos que le intimidaban estuviera en su habitación cuando apareció el correo electrónico?
– Correcto. Peter había pasado toda su vida siendo golpeado, vapuleado y amenazado, hasta el punto de creer que sería asesinado por esos mismos chicos si no hacía algo. El correo electrónico provocó el estado disociativo y cuando fue al Instituto Sterling y disparó era completamente inconsciente de lo que estaba haciendo.
– ¿Cuánto tiempo puede durar un estado disociativo?
– Depende. Peter pudo estar disociando durante varias horas.
– ¿Horas?-repitió Jordan.
– Absolutamente. No hay un solo momento durante los tiroteos que demuestre conciencia deliberada de sus acciones.
Jordan echó un vistazo a la fiscal.
– Todos hemos visto un vídeo en el que Peter se sentaba después de disparar varios tiros en la cafetería y se comía un tazón de cereales. ¿Es eso significativo para su diagnóstico?
– Sí. De hecho, no se me ocurre una prueba más clara de que, en ese momento, Peter todavía estaba disociado. Ahí hay un chico completamente inconsciente del hecho de que está rodeado de compañeros de clase muertos, heridos o en plena huida. Él se sienta y se toma su tiempo para servirse con tranquilidad un tazón de cereales, sin que la matanza de su alrededor le afecte.
– ¿Qué pasa con el hecho de que muchos de los chicos a los que Peter disparó no pertenecieran a lo que comúnmente podría denominarse «grupo popular»? ¿De que muchos chicos con necesidades especiales, becarios e incluso un maestro se convirtieran en sus víctimas?
– Otra vez-dijo el psiquiatra-, no estamos hablando de un comportamiento racional. Peter no estaba calculando sus acciones; en el momento en que estaba disparando, él estaba separado de la realidad de la situación. Cualquiera con quien Peter se encontrara durante esos diecinueve minutos constituía una amenaza potencial.
– En su opinión, ¿cuándo termina ese estado disociativo de Peter?-preguntó Jordan.
– Cuando Peter estaba en custodia y hablando con el detective Ducharme. Ahí es cuando comienza a reaccionar con normalidad, dado el horror de la situación. Empieza a llorar y quiere ver a su madre, lo que indica tanto reconocimiento de su entorno como una respuesta apropiada para un niño.
Jordan se apoyó contra la baranda del jurado.
– Ha habido testimonios en este caso, doctor, que demuestran que Peter no era el único chico al que intimidaban. ¿Por qué, entonces, él reacciona de este modo a eso?
– Bueno, como decía, personas diferentes tienen diferentes respuestas al estrés. En el caso de Peter, he visto extrema vulnerabilidad emocional, lo cual, de hecho, era el motivo por el que se burlaban de él. Peter no se regía por los códigos del resto de los muchachos. No era un gran atleta. No era rudo. Era sensible. Y la diferencia no siempre es respetada, particularmente cuando eres un adolescente. En la adolescencia se trata de encajar, no de destacarse.
– ¿Cómo un chico emocionalmente vulnerable acaba un día llevando cuatro armas a la escuela y disparando a veintinueve personas?
– Una parte es debida al síndrome de estrés postraumático, la respuesta de Peter a la victimización crónica. Pero otra gran parte corresponde a la sociedad que ha creado tanto a Peter como a los matones. La respuesta de Peter viene impuesta por el mundo en que vive. Ve videojuegos violentos de venta en las tiendas; escucha música que glorifica el asesinato y la violación. Observa cómo sus torturadores lo encierran, lo golpean, lo empujan, lo menosprecian. Vive en un Estado, señor McAfee, en el que la matrícula de los coches pone «Vive libre o muere»-King sacudió la cabeza-. Lo único que Peter hizo una mañana fue convertirse en la persona que todo el tiempo se había esperado que fuera.
Nadie lo sabía, pero Josie había roto una vez con Matt Royston.
Llevaban saliendo casi un año cuando Matt fue a buscarla un sábado por la noche. Un tipo de clase alta del equipo de fútbol-alguien a quien Brady conocía-daba una fiesta en su casa.
– ¿Te apetece ir?-había preguntado Matt, aunque ya estaba conduciendo cuando se lo preguntó.
Cuando llegaron, la casa latía como un carnaval, había coches estacionados en el cordón de la acera y en el césped. Por las ventanas de arriba, Josie podía ver a gente bailando. Mientras caminaban por el sendero hacia la casa, vieron a una chica vomitando en los arbustos.
Matt no le soltaba la mano. Se mezclaron con la gente que llenaba el espacio de una pared a otra, encaminándose hacia la cocina, donde habían colocado el barril de cerveza, y luego regresaron al comedor, donde la mesa había sido retirada a un lado para que la pista de baile fuera más grande. Los chicos que había allí no sólo eran del Instituto Sterling, sino que también los había de otras ciudades. Algunos tenían los ojos enrojecidos, las miradas desencajadas por haber fumado hachís. Chicos y chicas se husmeaban mutuamente, dando vueltas y buscando sexo.
Ella no conocía a nadie, pero eso no importaba, porque estaba con Matt. Se apretaron más, en el calor de muchos otros cuerpos. Matt deslizó su pierna entre las de ella mientras la música latía como sangre y ella levantó los brazos para encajarse contra él.
Todo había empezado a ir mal cuando ella tuvo que ir al baño. Primero, Matt había querido acompañarla; le dijo que no era seguro para ella andar sola. Josie finalmente lo había convencido de que no tardaría más de treinta segundos, pero en cuanto se alejó de él, un chico alto, con una camiseta de Green Day y un pendiente de aro se volvió demasiado rápidamente y derramó su cerveza sobre ella.
– Oh, mierda-dijo él.
– No pasa nada-contestó Josie. Tenía un pañuelo de papel en el bolsillo, lo sacó y empezó a secarse la blusa.
– Permíteme-dijo el chico y le agarró el pañuelo. Ambos se dieron cuenta al mismo tiempo de cuán ridículo era intentar absorber todo aquel líquido con un simple cuadradito de papel. Él comenzó a reírse y luego lo hizo ella; la mano de él estaba ligeramente apoyada en el hombro de Josie cuando Matt apareció y golpeó al chico en la cara.
– ¿Qué estás haciendo?-había gritado Josie.
El chico estaba inconsciente en el suelo y la gente estaba intentando quitarse de en medio pero manteniéndose en cambio lo suficientemente cerca como para ver la pelea. Matt agarró a Josie de la muñeca con tanta fuerza que ella pensó que iba a rompérsela. La arrastró fuera de la casa y la metió en el coche, donde luego se sentó en un silencio glacial.
– Él sólo intentaba ayudarme-dijo Josie.
Matt metió la marcha atrás y aceleró el coche.
– ¿Te quieres quedar? ¿Quieres ser una perra?
Empezó a conducir como un lunático, saltándose los semáforos en rojo, girando sobre dos ruedas las esquinas, doblando la velocidad permitida. Ella le dijo tres veces que fuera más despacio y después sólo cerró los ojos y esperó que terminara pronto.
Cuando Matt hizo rechinar las ruedas para parar frente a la casa de ella, Josie se volvió hacia él, inusualmente tranquila.
– No quiero salir más contigo-le dijo, y bajó del coche.
La voz de él la siguió hasta la puerta de entrada.
– De acuerdo. ¿Por qué querría salir con una maldita perra, de todos modos?
Ella se las había ingeniado para evitar a su madre, fingiendo un dolor de cabeza. En el cuarto de baño, se miró fijamente en el espejo, intentando hacerse una idea de quién era aquella chica a la que, repentinamente, le había nacido una gran fuerza interior, y por qué tenía tantas ganas de llorar. Estuvo tumbada en la cama durante una hora, con las lágrimas cayéndole por la comisura de los ojos, preguntándose por qué-si era ella la que lo había dejado-se sentía tan desgraciada.
Cuando sonó el teléfono, pasadas las tres de la mañana, Josie lo tomó y volvió a colgar, para que cuando su madre lo tomara pensara que había sido un número equivocado. Aguantó la respiración durante unos segundos, y después levantó el receptor y marcó: *69. Sabía, incluso antes de ver la serie de números que le era tan familiar, que era Matt.
– Josie-dijo él cuando ella le devolvió la llamada-, ¿estabas mintiendo?
– ¿Acerca de qué?
– De que me querías.
Ella apretó la cara contra la almohada.
– No-susurró.
– No puedo vivir sin ti-le dijo Matt, y entonces oyó algo que sonaba como si alguien sacudiera un frasco de pastillas.
Josie se quedó de piedra.
– ¿Qué estás haciendo?
– ¿Qué te importa?
Su mente comenzó a correr a toda velocidad. Tenía permiso de conducir, pero no podía sacar el coche ella sola, y tampoco después de que oscureciera. Vivía demasiado lejos de Matt como para correr hasta allí.
– No te muevas-dijo ella-. Simplemente…no hagas nada.
Abajo, en el garaje, encontró una bicicleta que no había montado desde que iba a la escuela, y pedaleó los seis kilómetros y medio que había hasta la casa de Matt. Cuando llegó, estaba lloviendo; su cabello y su ropa estaban adheridos a su piel. En el dormitorio de Matt, en el primer piso, la luz todavía estaba encendida. Josie echó unas piedrecitas a su ventana y él abrió para que ella pudiera trepar y entrar.
En el escritorio de él había un frasco de Tylenol y una botella, abierta, de whisky. Josie le miró a la cara.
– Has…
Pero Matt la rodeó con sus brazos. Olía a alcohol.
– Me has dicho que no…que no quieres seguir viéndome.-Luego se alejó de ella-. ¿Harías algo por mí?
– Cualquier cosa-prometió ella.
Matt la había agarrado otra vez entre sus brazos.
– Dime que no lo decías en serio.
Ella sintió que una jaula estaba encerrándola; se había dado cuenta demasiado tarde de que Matt la tenía atrapada. Como cualquier animal incauto que hubiera caído en una trampa, el único modo de salir incluía dejar atrás una parte de sí misma.
– Lo siento-dijo Josie, al menos mil veces esa noche; porque todo había sido culpa de ella.
– Doctor Wah-dijo Diana-, ¿cuánto le pagan a usted por su trabajo en este caso?
– Mis honorarios son de dos mil dólares por día.
– ¿Sería erróneo decir que uno de los componentes más importantes para diagnosticar al acusado fue el tiempo que usted pasó entrevistándole?
– En absoluto.
– A lo largo de esas diez horas, usted confiaba en que él fuese sincero con usted en su recuerdo de los acontecimientos, ¿verdad?
– Sí.
– No tenía usted forma de saber si él no estaba siendo sincero, ¿o sí?
– Llevo haciendo esto mucho tiempo, señora Leven-dijo el psiquiatra-. He entrevistado a suficiente gente como para saber si alguien está intentando engañarme.
– Para determinar si un adolescente está engañándole o no usted se basa en parte en las circunstancias en las que se encuentra, ¿correcto?
– Claro.
– Y las circunstancias en las que usted encontró a Peter eran que estaba encerrado en una cárcel por múltiples asesinatos de primer grado.
– Es verdad.
– Así que, básicamente-prosiguió Diana-, se podría decir que Peter tenía un incentivo inmenso para encontrar una forma de salir de allí.
– O, señora Leven-rebatió el doctor Wah-, también podría decirse que no tenía nada que perder por decir la verdad.
Diana apretó los labios; una respuesta de sí o no hubiera estado mejor.
– Usted ha dicho que parte de su diagnóstico de síndrome de estrés postraumático venía del hecho de que el acusado estaba intentando que le ayudaran y no lo conseguía. ¿Eso se basa en la información que él le dio durante las entrevistas?
– Sí, corroborada por sus padres y por algunos profesores que testificaron para usted, señora Leven.
– Usted también ha dicho que parte de su diagnóstico del síndrome estaba demostrado por la tendencia de Peter a refugiarse en un mundo de fantasía, ¿correcto?
– Sí.
– ¿Y eso se basa en los videojuegos de los que Peter le habló durante las entrevistas?
– Correcto.
– ¿No es cierto que cuando usted envió a Peter al doctor Ghertz, le dijo que iba a hacerle unos estudios cerebrales?
– Sí.
– ¿No podía Peter haberle dicho al doctor Ghertz que una cara sonriente parecía enojada, si pensaba que eso podría ayudarle a llegar a determinado diagnóstico?
– Supongo que sería posible…
– Usted también ha dicho, doctor, que leer un correo electrónico en la mañana del seis de marzo es lo que puso a Peter en un estado disociativo, uno lo suficientemente fuerte como para permanecer durante toda la incursión asesina al Instituto Sterling…
– Protesto…
– Admitida-dijo el juez.
– ¿Ha basado esta conclusión en alguna otra cosa que no fuera lo que Peter Houghton le había dicho; Peter, que estaba metido en la celda de una prisión, acusado de diez asesinatos y diecinueve intentos de asesinato?
King Wah sacudió la cabeza.
– No, pero cualquier otro psiquiatra hubiera hecho lo mismo.
Diana enarcó una ceja.
– Cualquier otro psiquiatra que hubiera estado ahí para ganar dos mil dólares al día-soltó ella, pero incluso antes de que Jordan objetara, ella retiró su comentario-. Usted ha dicho que Peter estaba barajando la idea del suicidio.
– Sí.
– Entonces ¿quería matarse?
– Sí. Eso es muy común en pacientes con síndrome de estrés postraumático.
– El detective Ducharme ha declarado que encontraron ciento dieciséis casquillos en el instituto esa mañana. Y que treinta balas sin usar fueron encontradas en la persona de Peter, y cincuenta y dos cartuchos sin usar en la mochila que llevaba, junto con dos armas que no usó. Así que, haga la cuenta, doctor, ¿de cuántas balas estamos hablando?
– Ciento noventa y ocho.
Diana lo miró a la cara.
– En un lapso de diecinueve minutos, Peter tuvo doscientas oportunidades para matarse a sí mismo, en lugar de a cada uno de los otros estudiantes que encontró en el Instituto Sterling. ¿Eso es correcto, doctor?
– Sí. Pero hay una línea extremadamente delgada entre el suicidio y el homicidio. Muchas personas deprimidas que han tomado la decisión de dispararse a sí mismas eligen, en el último momento, disparar en cambio a otra persona.
Diana frunció el cejo.
– Creía que Peter estaba en un estado disociativo-dijo-. Creía que era incapaz de tomar decisiones.
– Lo era. Estaba apretando el gatillo sin ninguna idea de consecuencia o conocimiento de lo que estaba haciendo.
– O eso o era la línea de papel tisú que podía cruzar, ¿no?
Jordan se puso de pie.
– Protesto. Está intimidando a mi testigo.
– Oh, por el amor de Dios, Jordan-soltó Diana-, no puedes usar tu defensa conmigo.
– Abogados-advirtió el juez.
– Usted también ha declarado, doctor, que ese estado disociativo de Peter terminó cuando el detective Ducharme comenzó a hacerle preguntas en la comisaría de policía, ¿es correcto?
– Sí.
– Entonces, ¿cómo explica usted por qué, horas antes, cuando tres oficiales de policía apuntaron sus pistolas hacia Peter y le dijeron que soltara su arma, él estaba en condiciones de hacer lo que le pedían?
El doctor Wah dudó.
– Bueno…
– ¿No es esa una respuesta adecuada cuando tres policías tienen sus armas desenfundadas y están apuntándote?
– Él bajó el arma-contestó el psiquiatra-porque, al menos a un nivel subliminal, entendió que de otro modo le dispararían.
– Pero doctor-dijo Diana-, creía que nos había dicho que Peter quería morir.
Ella volvió a sentarse, satisfecha. Jordan no podía hacer nada ante el progreso que ella acababa de hacer.
– Doctor Wah-dijo él-, usted pasó mucho tiempo con Peter, ¿no es así?
– A diferencia de otros doctores en mi campo-respondió deliberadamente-, realmente creo que hay que encontrarse con el paciente del que se va a hablar en el tribunal.
– ¿Por qué es eso importante?
– Para lograr una compenetración-explicó el psiquiatra-. Para fomentar una relación entre médico y paciente.
– ¿Tomaría en serio todo lo que el paciente le dijera?
– Claro que no, especialmente bajo esas circunstancias.
– De hecho, hay muchas formas para corroborar la historia de un paciente, ¿no?
– Por supuesto. En el caso de Peter, he hablado con sus padres. Había informes de la escuela en los que la intimidación era mencionada, aunque no había respuesta de la administración. El material que recibí de la policía apoyaba la declaración de Peter acerca de un correo electrónico enviado a cientos de miembros de la comunidad educativa.
– ¿Encontró puntos de corroboración que le ayudaran a diagnosticar el estado disociativo en el que Peter entró el seis de marzo?-preguntó Jordan.
– Sí. Aunque la investigación policial haya establecido que Peter tenía una lista de víctimas, hubo muchas más personas a las que disparó que no estaban en la lista…que eran, de hecho, estudiantes de los que no conocía ni el nombre.
– ¿Por qué es importante eso?
– Porque me dice que, en el momento en que estaba disparando, no estaba apuntando a ningún estudiante en particular. Simplemente reaccionaba al movimiento.
– Gracias, doctor-concluyó Jordan y asintió con la cabeza a Diana.
Ella miró al psiquiatra.
– Peter le dijo que había sido humillado en la cafetería-dijo ella-. ¿Mencionó algún otro lugar específico?
– El patio. El autobús escolar. El baño de los chicos y el vestuario.
– Cuando Peter comenzó el tiroteo en el Instituto Sterling, ¿fue a la oficina del director?
– No que yo sepa.
– ¿Y a la biblioteca?
– No.
– ¿A la sala de profesores?
El doctor Wah sacudió la cabeza.
– No.
– ¿El aula de arte?
– No creo.
– De hecho, Peter fue de la cafetería, a los baños, al gimnasio y al vestuario. Fue metódicamente de un sitio donde había sido intimidado al siguiente, ¿verdad?
– Así parece.
– Usted ha dicho que reaccionaba al movimiento, doctor-dijo Diana-. Pero ¿no llamaría usted a eso un plan?
Cuando Peter volvió a la prisión esa noche, el funcionario de prisiones que lo acompañó a su celda le extendió una carta.
– Te has perdido el reparto de correo-le dijo, y Peter se quedó sin habla, tan poco acostumbrado estaba a tales dosis de amabilidad.
Se sentó en la litera de abajo, con la espalda apoyada en la pared, y contempló el sobre. Estaba un poco nervioso respecto al correo desde que Jordan le armara la bulla por hablar con aquella periodista. Pero ese sobre no estaba escrito a máquina como el otro. Aquella carta estaba escrita a mano, con pequeños círculos flotando sobre las ies como nubes.
Lo abrió y sacó la carta de dentro. Olía a naranjas.
Querido Peter:
Tú no me conoces, pero yo era la número 9. Así fue como dejé la escuela, con un gran número mágico escrito con rotulador en mi frente. Tú intentaste matarme.
No estoy en el juicio, así que no intentes encontrarme entre la multitud. No podía soportar seguir viviendo en esa ciudad, así que mis padres se mudaron hace un mes. Comienzo las clases dentro de una semana aquí, en Minnesota, y ya hay gente que ha oído hablar de mí. Sólo me conocen como una de las víctimas del Instituto Sterling. No tengo intereses, no tengo personalidad, no tengo historia, excepto la que tú me has dado.
Tengo un promedio de 4 pero las notas ya no me importan. Qué sentido tienen. Solía tener sueños, pero ahora no sé si iré a la universidad, porque ya no puedo dormir por las noches. Tampoco puedo soportar que la gente se me acerque silenciosamente por detrás, ni las puertas golpeando, ni los fuegos artificiales. He estado haciendo terapia un tiempo lo suficientemente largo como para decirte una cosa: nunca más volveré a poner un pie en Sterling.
Tú me disparaste en la espalda. Los médicos dicen que tuve suerte; si hubiera estornudado o me hubiera vuelto para mirarte, ahora estaría en una silla de ruedas. En cambio, sólo tengo que preocuparme por la gente que me mira fijamente cuando me olvido y me pongo una camiseta sin mangas; cualquiera puede ver las cicatrices de la bala y de los tubos del pecho, y los puntos. No me importa; antes me miraban por los granos que tenía en la cara; ahora tienen otro centro de atención.
He pensado mucho en ti. Creo que deberías ir a la cárcel. Es justo, y lo mío no lo es, y hay una especie de equilibrio en eso.
Yo estaba en tu clase de francés, ¿lo sabías? Me sentaba en la fila de la ventana, la segunda empezando por atrás. Siempre me pareciste misterioso y me gustaba tu sonrisa.
Me hubiera gustado ser tu amiga.
Sinceramente,
ANGELA PHLUG
Peter dobló la carta y la deslizó dentro de la funda de su almohada. Diez minutos después, volvió a sacarla. Se pasó leyéndola toda la noche, una y otra vez, hasta que salió el sol; hasta que no necesitó ver las palabras para recitarla de memoria.
Lacy se había vestido para su hijo. Aunque hacía casi treinta grados, llevaba puesto un pulóver que había rescatado de una caja que había en el desván, uno rosa de angorina que a Peter le gustaba acariciar como a un gatito cuando era pequeñito. Alrededor de la muñeca llevaba una pulsera que Peter le había hecho en cuarto grado, enrollando minúsculos pedacitos de revistas para hacer cuentas de colores. Se había puesto una falda estampada en gris de la que Peter se había reído una vez diciendo que se parecía a una placa base de computadora. Su cabello estaba pulcramente trenzado, porque recordaba que así era como lo llevaba la última vez que le dio a Peter un beso de buenas noches.
Se hizo una promesa a sí misma. Sin importar cuán duro fuera, sin importar cuánto tuviera que llorar a lo largo de su declaración, no dejaría de mirar a Peter. Él sería, lo había decidido, como las imágenes de blancas playas que las madres parturientas necesitaban mirar a veces como un punto de foco. Su rostro la obligaría a concentrarse, aunque su pulso estuviera alterado y su corazón desbocado; y, al mismo tiempo, le demostraría a Peter que todavía había alguien mirándole firmemente.
Cuando Jordan McAfee la llamó al estrado, ocurrió una cosa muy extraña. Entró con el alguacil, pero, en lugar de dirigirse hacia el pequeño banco en el que se sentaban los testigos, su cuerpo se movió por sí mismo en la otra dirección. Diana Leven sabía adónde se dirigía antes de que Lacy misma lo supiera. Se puso de pie para protestar, pero entonces decidió no hacerlo. Lacy caminaba de prisa; con los brazos caídos a los lados, hasta llegar frente a la mesa de la defensa. Se agachó al lado de Peter, de modo que su rostro era lo único que podía ver en su rango de visión. Luego levantó la mano izquierda y le tocó la cara.
Su piel todavía era tan suave como la de un niño, tibia al tacto. Cuando ahuecó la mano para abarcar su mejilla, las pestañas de él le rozaron el pulgar. Había visitado a su hijo semanalmente en la cárcel, pero siempre con una línea divisoria entre ellos. Aquello-el tacto de él bajo sus manos, vital y real-era el tipo de regalo que tienes que sacar de la caja de vez en cuando, sostenerlo alto y mirarlo maravillada, para no olvidar que todavía lo posees. Lacy recordó el momento en que le pusieron por primera vez a Peter en los brazos, todavía manchado de vérnix y sangre, su boca roja abierta con el grito del recién nacido, sus brazos y piernas despatarrados en aquel espacio repentinamente infinito. Inclinándose hacia adelante, hizo en esos momentos lo mismo que había hecho la primera vez que vio a su hijo: cerró los ojos, elevó una plegaria y lo besó en la frente.
El alguacil le tocó el hombro.
– Señora-le dijo.
Lacy apartó su mano con un movimiento del hombro y se puso de pie. Caminó hacia el estrado, levantó el pestillo de la portezuela y entró.
Jordan McAfee se acercó a ella, sosteniendo una caja de pañuelos de papel. Dio la espala al jurado para que no pudieran ver que hablaba.
– ¿Está bien?-susurró. Lacy asintió con la cabeza, miró de frente a Peter y le ofreció una sonrisa como un sacrificio.
– ¿Puede decir su nombre para el registro?-preguntó Jordan.
– Lacy Houghton.
– ¿Dónde vive?
– En el mil seiscientos dieciséis de la calle Goldenrod Lane, Sterling, New Hampshire.
– ¿Quién vive con usted?
– Mi marido Lewis-contestó Lacy-y mi hijo, Peter.
– ¿Tiene usted algún otro hijo, señora Houghton?
– Tenía un hijo, Joseph, pero fue muerto por un conductor ebrio hace dos años.
– ¿Puede decirnos-prosiguió Jordan McAfee-cuándo fue consciente por primera vez de que algo había pasado en el Instituto Sterling el seis de marzo?
– Estaba de guardia y había dormido en el hospital. Soy partera. Al acabar de asistir un parto esa mañana, fui a la sala de neonatología y allí todos estaban reunidos alrededor de la radio. Había habido una explosión en el instituto.
– ¿Qué hizo cuando lo escuchó?
– Le dije a alguien que me sustituyera y conduje hasta la escuela. Necesitaba asegurarme de que Peter estaba bien.
– ¿Cómo va Peter a la escuela normalmente?
– Conduciendo-dijo Lacy-. Tiene un coche.
– Señora Houghton, hábleme de su relación con Peter.
Lacy sonrió.
– Él es mi bebé. Tenía dos hijos, pero Peter siempre fue el más tranquilo, el más sensible. Siempre necesitaba un poco más de estímulo.
– ¿Estaban unidos a medida que él crecía?
– Absolutamente.
– ¿Cómo era la relación de Peter con su hermano?
– Era buena…
– ¿Y con su padre?
Lacy dudó. Podía sentir a Lewis en la sala con tanta fuerza como si estuviera a su lado y pensó en él caminando bajo la lluvia por el cementerio.
– Creo que Lewis tenía un lazo más estrecho con Joey, mientras que Peter y yo teníamos más cosas en común.
– ¿Le habló Peter alguna vez de los problemas que tenía con otros chicos?
– Sí.
– Protesto-dijo la fiscal-. Rumores.
– Denegaré la protesta por ahora-respondió el juez-. Pero tenga cuidado con adónde se dirige, señor McAfee.
Jordan se volvió hacia Lacy de nuevo.
– ¿Por qué cree que Peter podía tener problemas con esos chicos?
– Lo habían elegido porque no era como ellos. No era muy atlético. No le gustaba jugar a policías y ladrones. Era artístico, creativo e imaginativo, y los chicos se reían de él por eso.
– ¿Qué hizo usted?
– Intenté-admitió Lacy-endurecerle.-Mientras hablaba, dirigía sus palabras a Peter, y esperaba que él pudiera interpretar aquello como una disculpa-. ¿Qué hace cualquier madre cuando ve que alguien se burla de su hijo? Le dije a Peter que le amaba; que aquellos chicos no sabían nada. Le dije que él era increíble y compasivo y amable e inteligente, todas las cosas que queremos que sean nuestros hijos. Sabía que todos esos atributos por los que entonces se burlaban de él jugarían a su favor cuando tuviera treinta y cinco…pero no podía llevarle allí de la noche a la mañana. No puedes acelerar la vida de tu hijo, por mucho que lo desees.
– ¿Cuándo comenzó Peter el instituto, señora Houghton?
– En el otoño de dos mil cuatro.
– ¿A Peter lo humillaban allí también?
– Más que nunca-respondió Lacy-. Incluso le pedí a su hermano que le prestara un poco de atención.
Jordan caminó hacia ella.
– Hábleme de Joey.
– A todo el mundo le gustaba Joey. Era inteligente, un atleta excelente. Podía relacionarse tan bien con los adultos como con los chicos de su misma edad. Él…bueno, dejó huella en esa escuela.
– Usted debía de estar muy orgullosa de él.
– Lo estaba. Pero pienso que, a causa de Joey, los profesores y estudiantes tenían un cierto tipo de idea preconcebida acerca de lo que debería ser un chico Houghton, antes de que Peter llegara. Y cuando llegó allí, la gente se dio cuenta de que no era como Joey, y eso sólo empeoró las cosas para él.-Miró el rostro de Peter transformarse mientras ella hablaba, como el cambio de una estación. ¿Por qué ella no se había tomado el tiempo antes, cuando lo tenía, de decirle a Peter que lo entendía? ¿Que ella sabía que Joey había proyectado una sombra demasiado grande, que era demasiado difícil encontrar la luz del sol?
– ¿Cuántos años tenía Peter cuando murió Joey?
– Fue al final de su primer año de instituto.
– Eso debió de ser devastador para la familia-dijo Jordan.
– Lo fue.
– ¿Qué hizo usted para ayudar a Peter a lidiar con el dolor?
Lacy bajó la vista a su regazo.
– No ayudé a Peter de ninguna manera. Lo tenía realmente difícil para ayudarme a mí misma.
– ¿Y su marido? ¿Fue él un recurso para Peter en ese momento?
– Creo que los dos estábamos intentando vivir el día a día y poco más…Puestos a decir algo, Peter era el que mantenía unida la familia.
– Señora Houghton, ¿dijo Peter que quería herir a gente de la escuela?
La garganta de Lacy se apretó.
– No.
– ¿Hubo algo en la personalidad de Peter que alguna vez le hiciera creer que fuera capaz de un acto como éste?
– Cuando miras a los ojos de tu hijo-respondió Lacy suavemente-, ves todo lo que esperas que llegue a ser…no en lo que desearías que no se convirtiera.
– ¿Alguna vez encontró algún plan o nota que indicara que Peter estaba tramando lo que pasó?
Una lágrima cayó por su mejilla.
– No.
Jordan suavizó su voz.
– ¿Lo buscó usted, señora Houghton?
Ella regresó mentalmente al momento en que estaba vaciando el escritorio de Joey; cómo, de pie frente al váter, se deshizo de las drogas que había encontrado escondidas en su cajón.
– No-contestó finalmente Lacy-, no lo hice. Creía que estaba ayudándole. Después de que Joey muriese, lo único que quería era mantener a Peter cerca. No quería invadir su privacidad; no quería discutir con él; no quería que nadie más le lastimase nunca. Quería que fuera un niño para siempre.-Levantó la mirada, llorando con más intensidad ahora-. Pero no puedes hacer eso si eres una madre. Porque parte de tu trabajo es dejarles crecer.
Hubo un alboroto entre el público de la sala cuando un hombre se puso de pie, casi desafiando a una cámara de televisión. Lacy no lo había visto nunca antes. Tenía cabello negro ralo y un bigote; tenía los ojos como brasas ardientes.
– ¿Pues sabe qué?-escupió-. Mi hija Maddie ya nunca crecerá.-Señaló a la mujer que había a su lado y luego a otra más adelante, en un banco-. Ni su hija. Ni su hijo. Si tú, maldita bruja, hubieras hecho mejor tu trabajo, yo todavía podría estar haciendo mi trabajo.
El juez comenzó a golpear con el mazo.
– Señor-llamó-, señor, tengo que pedirle que…
– Su hijo es un monstruo. Un maldito monstruo-gritó el hombre sin hacerle caso, mientras dos alguaciles se acercaban a él, lo tomaban de los brazos y se lo llevaban fuera del tribunal.
Una vez, Lacy había presenciado el nacimiento de una niña a la que le faltaba la mitad del corazón. Durante el embarazo, la familia fue informada de que su hija no viviría, pero decidieron seguir adelante, con la esperanza de poder tenerla unos breves momentos en esta tierra, antes de que, por su propio bien, muriese. Lacy había permanecido de pie, en un rincón de la sala de partos, mientras los padres sostenían a su hija. No podía mirar sus rostros; simplemente no podía. En cambio, se centró en la recién nacida. La observaba, quieta y azul de frío, mover un puñito minúsculo con un movimiento lento, como un astronauta navegando por el espacio. Luego, uno por uno, sus deditos se desenroscaron y murió.
Lacy pensó en aquellos deditos en miniatura abriéndose. Se volvió hacia Peter. «Lo siento», articuló silenciosamente. Luego se cubrió el rostro con las manos y sollozó.
Una vez que el juez hubo llamado a receso y el jurado hubo salido ordenadamente, Jordan se acercó al estrado.
– Su Señoría, la defensa pide ser escuchada-dijo-. Queremos que el juicio sea anulado.
Incluso de espaldas a ella, Jordan podía sentir cómo Diana Leven ponía los ojos en blanco.
– Qué oportuno.
– Bueno, señor McAfee, ¿con qué bases?-preguntó el juez.
«Con la base de que no tengo nada mejor para salvar mi caso», pensó Jordan.
– Su Señoría-dijo-, ha habido un arrebato emocional público por parte del padre de una de las víctimas frente al jurado. No hay forma de que esa especie de declaración pueda ser ignorada, y no hay instrucción que pueda darse que pueda hacer que esa campana no haya sonado.
– ¿Eso es todo, defensor?
– No-dijo Jordan-. Antes de eso, el jurado podía no saber que miembros de las familias de las víctimas estaban sentados entre el público de la sala. Ahora lo saben, y también saben que cada movimiento que hagan es observado por esa misma gente. Ésa es una presión tremenda para el jurado en un caso que ya es extremadamente emocional y altamente publicitado. ¿Cómo se supone que van a dejar de lado las expectativas de los miembros de esas familias y que hagan su trabajo de manera justa e imparcial?
– ¿Estás bromeando?-dijo Diana-. ¿Quién pensaba el jurado que era el público de la sala? ¿Vagabundos? Por supuesto que está lleno de gente afectada por los tiroteos. Por eso están aquí.
El juez Wagner levantó la mirada.
– Señor McAfee, no voy a declarar la nulidad. Entiendo su preocupación, pero creo que puedo reconducir la cuestión con una instrucción para los miembros del jurado de que hagan caso omiso a todo tipo de arrebatos emocionales provenientes del público de la sala. Todo aquel que esté involucrado en este caso entiende que las emociones están a flor de piel, y que la gente no siempre está en condiciones de controlarse. Sin embargo, también expediré una instrucción cautelar para el público de la sala, ordenando que se comporte o de lo contrario el juicio se celebrará a puerta cerrada.
Jordan aspiró profundamente.
– Por favor, que conste que estoy en desacuerdo, Su Señoría.
– Por supuesto, señor McAfee-dijo-. Les veo en quince minutos.
Cuando el juez se fue, Jordan volvió a la mesa de la defensa, intentando pensar en algún tipo de magia que pudiera salvar a Peter. La verdad era que, no importaba lo que dijera el doctor Wah, no importaba cuán clara fuera la explicación del síndrome del estrés postraumático, no importaba si el jurado se compadecía completamente de Peter, Jordan había olvidado un punto importante: siempre sentirían más compasión por las víctimas.
Diana le sonrió mientras salía de la sala.
– Buen intento-dijo.
El lugar preferido de Selena en la corte era una habitación que había junto a la conserjería y que estaba llena de mapas viejos. No tenía idea de qué hacían en una corte en lugar de en una biblioteca, pero le gustaba esconderse allí a veces, cuando se cansaba de ver a Jordan pavonearse delante del estrado. Durante el juicio, había ido allí un par de veces, a amamantar a Sam en los días en que no tenía niñera para que lo cuidara.
Ahora, guió a Lacy hasta su cielo personal y la sentó frente a un mapamundi que tenía el hemisferio sur en el centro. Australia era de color morado; Nueva Zelanda, verde. Era el mapa preferido de Selena. Le gustaban los dragones rojos pintados en los mares y las furiosas nubes de tormenta en las esquinas. Le gustaban las brújulas caligrafiadas, dibujadas para indicar la dirección. Le gustaba pensar que, desde otro ángulo, el mundo podía verse de una forma completamente diferente.
Lacy Houghton no había parado de llorar, y Selena sabía que tenía que hacerlo, o la declaración sería un desastre. Se sentó a su lado.
– ¿Puedo traerte algo? ¿Sopa? ¿Café?
Lacy sacudió la cabeza y se sonó la nariz con un pañuelo de papel.
– No puedo hacer nada para salvarle.
– Ése es el trabajo de Jordan-replicó Selena aunque, a decir verdad, no podía imaginar una alternativa para Peter que no incluyera un largo tiempo en la cárcel. Se estaba rompiendo la cabeza intentando pensar en algo más que pudiera decir o hacer para tranquilizar a Lacy, justo cuando Sam se levantó y agarró la trenza de Lacy.
«Bingo».
– Lacy-le dijo Selena-, ¿te importaría sujetarlo un minuto mientras busco una cosa en mi bolso?
Lacy levantó la mirada.
– ¿A ti…no te molesta?
Selena sacudió la cabeza y le colocó el bebé en el regazo. Sam miró fijamente a Lacy, mientras intentaba, con diligencia, meterse un puño en la boca.
– Gah-dijo.
Una sonrisa apareció como un fantasma en la cara de Lacy.
– Hombrecito-susurró, y levantó al bebé para poder sostenerlo más firmemente.
– ¿Permiso?
Selena se volvió y, en una rendija de la puerta entreabierta, vio la cara de Alex Cormier asomándose. Se puso en pie de inmediato.
– Su Señoría no puede entrar…
– Déjala-dijo Lacy.
Selena dio un paso atrás mientras la jueza se introducía en la sala y se sentaba al lado de Lacy. Colocó una taza de plástico en la mesa y se la acercó, con una ligera sonrisa, mientras Sam agarraba su rosado dedo y tiraba de él.
– El café de aquí es horrible, pero te lo he traído de todas formas.
– Gracias.
Selena se movió cautelosamente detrás de la pila de mapas hasta quedar tras las dos mujeres, a las que miraba con la misma perpleja curiosidad que hubiera mostrado si una leona acogiera a un impala, en lugar de comérselo.
– Lo has hecho bien allí dentro-la animó la jueza.
Lacy sacudió la cabeza.
– No lo suficiente.
– Ella no te preguntará mucho, por si eso te consuela.
Lacy levantó al bebé hasta su pecho y dio golpecitos en su espalda.
– No creo que pueda volver a entrar allí-dijo, con la voz ahogada.
– Puedes y lo harás-contestó Alex-. Porque Peter te necesita.
– Le odian. Me odian.
La jueza Cormier puso su mano sobre el hombro de Lacy.
– No todos-le dijo-. Cuando volvamos, me sentaré en la primera fila. No tendrás que mirar a la fiscal. Sólo mírame a mí.
Selena se quedó boquiabierta. A menudo, a los testigos frágiles o a los niños pequeños se les coloca una persona como punto de foco para hacer que declarar no les resulte tan difícil. Para hacerles sentir que, entre toda aquella gente, tienen por lo menos un amigo.
Sam encontró su pulgar y comenzó a chuparlo, quedándose dormido contra el pecho de Lacy. Selena observó a Alex estirar la mano y tocar los mechones oscuros del pelo de su hijo.
– Todo el mundo piensa que se cometen errores cuando se es joven-le dijo la jueza a Lacy-. Pero no creo que cometamos menos cuando somos adultos.
Jordan entró en la celda en la que estaba Peter, haciendo una evaluación de los daños.
– Lo que ha pasado no nos perjudicará-anunció-. El juez dará instrucciones al jurado para que desestimen todo ese exabrupto.
Peter estaba sentado en el banco de metal, con la cabeza en las manos.
– Peter-dijo Jordan-, ¿me has oído? Sé que ha sido desagradable, pero legalmente, no te afectará…
– Necesito decir por qué lo hice-lo interrumpió Peter.
– ¿A tu madre?-preguntó Jordan-. No puedes. Ella todavía está aislada-dudó-. Mira, tan pronto como pueda ponerte en contacto con ella, yo…
– No. Quiero decir decírselo a todos.
Jordan miró a su cliente. Peter no tenía lágrimas en los ojos, y sus puños descansaban en el banco. Cuando levantó la mirada, ya no tenía el rostro aterrorizado del niño que se había sentado a su lado el primer día del juicio. Era alguien que había crecido de la noche a la mañana.
– Estamos presentando tu parte de la historia-dijo Jordan-. Sólo tienes que ser paciente. Sé que es difícil de creer, pero se arreglará. Estamos haciéndolo lo mejor que podemos.
– No lo estamos haciendo-atajó Peter-. Tú lo estás haciendo.-Se puso de pie, caminando hacia Jordan-. Lo prometiste. Dijiste que era nuestro turno. Pero cuando lo dijiste, querías decir tu turno, ¿no es así? Nunca has tenido la intención de que yo me levantara y les dijera a todos lo que pasó en realidad.
– ¿Has visto lo que le han hecho a tu madre?-respondió Jordan-. ¿Tienes idea de lo que te ocurriría a ti si te sientas en ese estrado a declarar?
En ese instante, algo se rompió dentro de Peter: no fue su enojo ni su miedo oculto, sino la última telaraña de esperanza. Jordan pensó en la declaración de Michael Beach, acerca de cómo era cuando la vida abandonaba el rostro de una persona. No hace falta presenciar la muerte de alguien para ver eso.
– Jordan-dijo Peter-, si voy a pasar el resto de mi vida en la cárcel, quiero que escuchen mi versión de la historia.
Jordan abrió la boca con la intención de decirle a su cliente que de ninguna jodida manera, que no lo llamaría al estrado y arruinaría así el castillo de naipes que había creado con la esperanza de que lo absolvieran. Pero ¿a quién estaba engañando? Desde luego, no a Peter.
Respiró profundamente.
– De acuerdo-dijo-, dime qué es lo que vas a decir.
Diana Leven no tenía ninguna pregunta para Lacy Houghton, lo cual-Jordan lo sabía-era más bien una bendición. Además del hecho de que no había nada que la fiscal pudiera preguntarle que no hubiera sido cubierto por el padre de Maddie Shaw. Él no sabía cuánta tensión más podría resistir Lacy sin que su declaración se volviera incomprensible. Mientras era escoltada para salir del tribunal, el juez levantó la vista de su dossier.
– ¿Su próximo testigo, señor McAfee?
Jordan inspiró profundamente.
– La defensa llama a a declarar a Peter Houghton.
Detrás de él, se produjo una oleada de actividad. Susurros, los periodistas sacando lápices nuevos de sus bolsillos y pasando las páginas de sus libretas. Rumor de voces, las familias de las víctimas mirando fijamente cómo Peter subía al estrado. Podía ver a Selena en uno de los laterales; con los ojos muy abiertos ante aquel inesperado giro.
Peter tomó asiento como Jordan le había dicho que lo hiciera.
«Buen chico», pensó.
– ¿Eres Peter Houghton?
– Sí-contestó Peter, pero no estaba lo suficientemente cerca del micrófono como para que se le oyera. Se inclinó hacia adelante y repitió la palabra.
»Sí-dijo, y esta vez, salió un pitido del sistema de megafonía por los altavoces del tribunal.
– ¿En qué curso estás, Peter?
– Era estudiante de último año cuando fui arrestado.
– ¿Cuántos años tienes ahora?
– Dieciocho.
Jordan caminó hacia el cubículo del jurado.
– Peter, ¿eres tú la persona que fue al Instituto Sterling en la mañana del seis de marzo del dos mil siete y disparó a diez personas matándolas?
– Sí.
– ¿Y heriste a otras diecinueve?
– Sí.
– ¿Y el que causaste daño a incontables personas más y a una gran cantidad de bienes materiales?
– Así es-respondió Peter.
– No niegas nada de eso hoy, ¿o sí?
– No.
– ¿Puedes decirle al jurado-preguntó Jordan-por qué lo hiciste?
Peter lo miró a los ojos.
– Ellos lo empezaron.
– ¿Quiénes?
– Los matones. Los atletas. Los que me llamaron freak toda mi vida.
– ¿Recuerdas sus nombres?
– Es que hay muchos-contestó Peter.
– ¿Puedes decirnos por qué sentiste que tenías que recurrir a la violencia?
Jordan le había dicho a Peter que, pasara lo que pasase, no podía enojarse. Que tenía que permanecer tranquilo y sereno mientras hablara o su testimonio podría volverse contra él; incluso más de lo que Jordan ya esperaba que se volviese.
– Intenté hacer lo que mi madre quería que hiciera-explicó Peter-, intenté ser como ellos, pero no funcionó.
– ¿Qué quieres decir con eso?
– Intenté jugar a fútbol, pero nunca me sacaban al campo. Una vez, ayudé a unos chicos a gastarle una broma a una profesora, llevando su coche desde el estacionamiento hasta el gimnasio…a mí me sancionaron, pero a los otros chicos no, porque estaban en el equipo de baloncesto y tenían un partido el sábado.
– Pero, Peter-dijo Jordan-, ¿por qué hiciste lo que hiciste?
Peter se humedeció los labios.
– No se suponía que fuera a terminar de ese modo.
– ¿Habías planeado asesinar a todas esas personas?
Lo habían ensayado en la celda. Lo único que Peter tenía que decir era lo que había dicho allí, cuando Jordan le adoctrinaba. «No. No lo había planeado».
Peter bajó la vista hacia sus manos.
– Cuando lo hice en el juego-contestó tranquilamente-, yo ganaba.
Jordan se quedó de piedra. Peter se había salido del guión y ahora Jordan no podía encontrar su línea. Sólo sabía que iban a bajar el telón antes de que él terminara. Confundido, repitió la respuesta de Peter en su mente: no era del todo mala. Hacía que sonara deprimido, como un solitario.
«Puedes salvar esto», pensó Jordan para sí.
Caminó hasta Peter intentando desesperadamente comunicarle que necesitaba que se concentrara en él; necesitaba que Peter jugara de su parte. Necesitaba mostrarle al jurado que aquel chico había querido declarar frente a ellos con el propósito de demostrar arrepentimiento.
– ¿Entiendes ahora que no hubo ningún ganador ese día, Peter?
Jordan vio que algo brillaba en los ojos de Peter. Una llama minúscula, una que se reavivaba: optimismo. Jordan había hecho su trabajo demasiado bien: después de cinco meses de decirle a Peter que podía conseguir que lo absolvieran; de que tenía una estrategia; de que sabía lo que estaba haciendo…Peter, maldita sea, había elegido ese momento para creer finalmente en él.
– El juego no ha terminado todavía, ¿verdad?-respondió Peter y le sonrió a Jordan con confianza.
Mientras dos de los miembros del jurado se inquietaban, Jordan luchó por no perder la compostura. Caminó de vuelta hasta la mesa de la defensa, maldiciendo por lo bajo. Aquélla había sido siempre la perdición de Peter, ¿no era así? No tenía ni idea de cómo se lo veía o se lo escuchaba desde la perspectiva de un observador ordinario, desde la mente de una persona que no supiera que Peter no estaba intentando sonar como un asesino homicida sino, más bien, como alguien que intentaba compartir una broma privada con uno de sus únicos amigos.
– Señor McAfee-dijo el juez-, ¿tiene más preguntas?
Tenía mil: «¿Cómo has podido hacerme esto? ¿Cómo has podido hacerte esto a ti mismo? ¿Cómo hago que este jurado entienda que no has querido decirlo como ha sonado?». Sacudió la cabeza, perplejo, ante el desmoronamiento de su plan de acción, y el juez tomó eso como una respuesta.
– ¿Señora Leven?-dijo.
Jordan levantó la cabeza de golpe. «Un momento-quería decir-. Espere, todavía estoy pensando». Contuvo la respiración. Si Diana le preguntaba algo a Peter-incluso si sólo le preguntaba cuál era su segundo nombre-, luego tendría una oportunidad de recuperar el rumbo. Y, seguramente, entonces podría darle al jurado una impresión diferente de Peter.
Diana revolvió las notas que había ido tomando y luego las puso boca abajo en la mesa.
– El Estado no tiene preguntas, Su Señoría-dijo.
El juez Wagner llamó a un alguacil.
– Lleve al señor Houghton de vuelta a su asiento. Se levanta la sesión durante el fin de semana.
Tan pronto como el jurado se retiró, la sala entró en erupción con un rugido de preguntas. Los periodistas nadaron entre la marea de espectadores hacia la barra divisoria, con la esperanza de acorralar a Jordan para conseguir una declaración. Él tomó su maletín y apresuró el paso hacia la puerta trasera, la misma por la que los alguaciles se estaban llevando a Peter.
– Un momento-dijo. Se acercó a los hombres, que permanecieron quietos, con Peter, esposado, entre ellos-. Tengo que hablar con mi cliente acerca del lunes.
Los alguaciles se miraron entre sí y luego a Jordan.
– Dos minutos-contestó uno de ellos, pero no se alejaron ni un paso.
Si Jordan quería hablar con Peter, ésas eran las condiciones en que podría hacerlo.
La cara de Peter se sonrojó, con una sonrisa radiante.
– ¿Lo he hecho bien?
Jordan dudó, intentando encontrar las palabras.
– ¿Has dicho lo que querías decir?
– Sí.
– Entonces lo has hecho bien-le contestó Jordan.
Permaneció en el vestíbulo y observó a los alguaciles llevarse a Peter. Justo antes de que volviera la esquina, Peter levantó sus manos unidas y lo saludó. Jordan asintió con la cabeza, con las manos en los bolsillos.
Se escabulló de la cárcel por una puerta trasera y pasó junto a tres furgonetas de los medios de comunicación, con antenas parabólicas encima, como enormes pájaros blancos. A través de las ventanillas traseras de cada furgoneta, Jordan podía ver a los productores editando el vídeo para las noticias de la noche. Su rostro aparecía en cada uno de los monitores.
Al pasar junto a la tercera furgoneta, oyó a través de la ventanilla abierta, la voz de Peter. «El juego no ha terminado todavía».
Jordan se recolocó la correa del maletín en el hombro y caminó un poco más rápido.
– Sí, sí ha terminado-dijo.
Selena le había preparado a su esposo lo que él llamaba La Comida del Verdugo, lo que siempre le preparaba antes del cierre de un caso: ganso asado. Con Sam ya en la cama, ella deslizó un plato delante de Jordan y se sentó frente a él.
– Ni siquiera sé qué decir-admitió.
Jordan apartó el plato.
– Todavía no estoy listo para esto.
– ¿De qué hablas?
– No puedo terminar el caso así.
– Cariño-le dijo Selena-, después de lo de hoy, no podrías salvar este caso ni con un escuadrón entero de bomberos.
– No puedo renunciar. Le dije a Peter que tenía una oportunidad.-Miró a Selena angustiado-. Yo fui el que permitió que subiera al estrado, incluso a sabiendas de que no era lo mejor. Tiene que haber algo que pueda hacer…algo que pueda decir para que el testimonio de Peter no sea con lo último que se quede el jurado.
Selena suspiró y tomó el plato de Jordan. Con su cuchillo y tenedor y se cortó un pedazo, untado en la salsa de cereza.
– Este ganso está buenísimo, Jordan-comentó-. No sabes lo que te pierdes.
– La lista de testigos-dijo Jordan de repente, levantándose y hurgando en la pila de papeles que había dejado en el otro extremo de la mesa del comedor-. Tiene que haber alguien a quien no hayamos llamado que pueda ayudarnos.-Examinó los nombres-. ¿Quién es Louise Herrman?
– La maestra de tercer grado de Peter-dijo Selena con la boca llena.
– ¿Por qué demonios está en la lista de testigos?
– Ella nos llamó-explicó Selena-. Nos dijo que si la necesitábamos, estaría dispuesta a testificar que en tercer grado era un buen chico.
– Bueno, eso no va a funcionar. Necesito a alguien reciente-suspiró-. Aquí no hay nadie más…-Al dar vuelta a la segunda página, vio un solo nombre escrito a máquina-. Excepto Josie Cormier-dijo Jordan lentamente.
Selena bajó el tenedor.
– ¿Vas a llamar a la hija de Alex?
– ¿Desde cuándo llamas Alex a la jueza Cormier?
– Esa chica no se acuerda de nada.
– Bueno, estoy completamente perdido. Quizá recuerde algo ahora. Vamos a traerla y ya veremos si habla.
Selena rebuscó entre las pilas de papeles que cubrían la mesa auxiliar, el borde de la chimenea y la parte superior del andador de Sam.
– Aquí está su declaración-dijo, entregándosela a Jordan.
La primera página era la declaración jurada que la jueza Cormier le había llevado en la que Josie decía que no sabía nada. La segunda era la más reciente entrevista que la chica había dado a Patrick Ducharme.
– Son amigos desde el jardín de infantes.
– Eran amigos.
– No me importa. Diana ya ha hecho el trabajo preliminar aquí; Peter estaba enamorado de Josie; él asesinó al novio de ella. Si podemos conseguir que esa chica diga algo bueno de él, quizá incluso mostrar que le perdona, eso tendrá peso para el jurado.-Se levantó-. Vuelvo al tribunal-dijo-. Necesito una citación.
Cuando sonó el timbre, el sábado por la mañana, Josie todavía estaba en pijama. Había dormido profundamente, lo cual no era sorprendente, porque no había podido descansar bien en toda la semana. Sus sueños estaban poblados de caminos llenos de sillas de ruedas, de candados con combinaciones que no tenían números, de reinas de belleza sin rostro.
Era la única persona que quedaba en la sala de los testigos de la defensa, lo que significaba que casi había terminado todo; que pronto podría volver a respirar.
Josie abrió la puerta y se encontró con la alta y despampanante mujer afroamericana de Jordan McAfee, que le sonreía y sostenía en la mano una hoja de papel.
– Tengo que darte esto, Josie-dijo ella-. ¿Está tu madre en casa?
Josie bajó la mirada a la nota azul doblada. Quizá fuera una fiesta de despedida por el final del juicio. Eso estaría bien. Llamó a su madre por encima de su hombro. Ésta apareció con Patrick tras ella.
Imperturbable, Alex se cruzó de brazos.
– ¿Qué hay?
– Jueza, siento molestarla en sábado, pero mi esposo se preguntaba si Josie podría hablar con él hoy.
– ¿Por qué?
– Porque la ha citado para testificar el lunes.
La habitación comenzó a dar vueltas.
– ¿Testificar?-repitió Josie.
Alex dio un paso adelante y, por la apariencia de su rostro, probablemente la hubiese agredido si Patrick no le hubiera pasado un brazo por la cintura para mantenerla en su lugar. Arrancó el papel azul de la mano de Josie y lo examinó.
– No puedo ir al tribunal-murmuró Josie.
Su madre sacudió la cabeza.
– Tienen una declaración jurada de Josie donde dice que no recuerda nada…
– Sé que está enojada, pero sea como sea, Jordan va a llamar a Josie el lunes, y preferiríamos hablar con ella acerca de su testimonio con anterioridad. Es mejor para nosotros y es mejor para Josie-dudó-. Jueza, podemos hacerlo por las malas o podemos hacerlo de este modo.
La madre de Josie apretó la mandíbula.
– Iremos a su despacho a las dos en punto-dijo con los dientes apretados, y le cerró a Selena la puerta en las narices.
– Lo prometiste-lloró Josie-. Me prometiste que no tendría que subirme allí a testificar. ¡Dijiste que no tendría que hacerlo!
Su madre la tomó por los hombros.
– Cariño, sé que te asusta. Sé que no quieres hacerlo, pero nada de lo que digas le ayudará. Será corto e indoloro.-Echó un vistazo a Patrick-. ¿Por qué demonios le hace esto?
– Porque tiene el caso perdido-dijo Patrick-. Y quiere que Josie lo salve.
Eso fue todo lo que hizo falta.
Josie rompió a llorar desesperada.
Jordan abrió la puerta de su oficina, llevando a Sam en brazos como una pelota de fútbol. Eran las dos en punto y Josie Cormier y su madre llegaron. La jueza Cormier parecía tan dura como el muro de un acantilado escarpado; en cambio, su hija estaba temblando como una hoja.
– Gracias por venir-dijo Jordan, esbozando una enorme sonrisa. Por encima de todas las cosas, quería que Josie se sintiera a gusto.
Ninguna de las dos mujeres dijo una palabra.
– Lo siento por esto-dijo Jordan, haciendo una seña hacia Sam-. Se suponía que mi esposa habría llegado para encargarse del bebé y que nosotros podríamos hablar, pero un camión maderero ha volcado en la carretera 10.-Amplió su sonrisa aún más-. Sólo tardaremos un minuto.
Hizo un gesto hacia el sofá y las sillas de su despacho, ofreciéndoles asiento. Había galletas en la mesa y una jarra de agua.
– Por favor, sírvanse.
– No-dijo la jueza.
Jordan se sentó, haciendo dar brincos al niño sobre su rodilla.
– Bueno.
Miró el reloj, asombrado de cuán largos podían ser sesenta segundos cuando querías que pasaran en seguida y entonces, de repente, se abrió la puerta y Selena entró corriendo. Al hacerlo, la mochila llena de pañales resbaló de su hombro, deslizándose por el suelo hasta los pies de Josie.
Ésta se levantó, mirando fijamente la mochila caída de Selena, y se alejó, dando un traspié con las piernas de su madre y con el borde del sofá.
– No-gimió, y se enroscó sobre sí misma haciéndose una bola en un rincón, cubriéndose la cara con las manos mientras se echaba a llorar. El ruido hizo que Sam chillara y Selena lo apretó contra su hombro mientras Jordan miraba a Josie boquiabierto.
La jueza Cormier se puso en cuclillas al lado de su hija.
– Josie, ¿cuál es el problema? ¿Josie? ¿Qué está ocurriendo?
La chica se mecía adelante y atrás, sollozando. Levantó la vista hacia su madre.
– Recuerdo-susurró-más de lo que dije que recordaba.
La boca de la jueza se abrió de sorpresa y Jordan aprovechó la ocasión que le brindaba el estado de shock de Josie.
– ¿Qué recuerdas?-preguntó, arrodillado al lado de la chica.
La jueza Cormier lo apartó y ayudó a Josie a ponerse de pie. La sentó en el sofá y le sirvió un vaso de agua de la jarra que había en la mesa.
– Está bien-murmuró la jueza.
Josie respiró con un estremecimiento.
– La mochila-dijo, señalando con el mentón hacia la que estaba en el suelo-. Se cayó del hombro de Peter, como lo ha hecho ésa. El cierre estaba abierto y…y un arma cayó fuera. Matt la agarró.-El rostro de Josie se contorsionó-. Disparó contra Peter, pero erró. Y Peter…y él…-cerró los ojos-. Entonces Peter le disparó a él.
Jordan atrajo la atención de Selena. La defensa de Peter se basaba en el síndrome de estrés postraumático: cómo un evento puede desencadenar otro; cómo una persona traumatizada puede olvidar algo por completo. Cómo alguien como Josie puede ver caer una mochila con pañales y en cambio estar viendo lo que había ocurrido en el vestuario meses antes: Peter, con un arma apuntándole; una amenaza real y presente; un matón a punto de asesinarlo.
O, en otras palabras, lo que Jordan había estado diciendo todo el tiempo.
– Es un desastre-le dijo Jordan a Selena después de que las Cormier se fueran-. Y eso es bueno para mí.
Selena no se había ido con el bebé; Sam estaba ahora dormido en el cajón vacío de un archivador. Ella y Jordan se sentaron a la mesa en la que, menos de una hora antes, Josie había confesado que recientemente había comenzado a recordar fragmentos y pedacitos del tiroteo, pero que no se lo había dicho a nadie por miedo de tener que ir al tribunal y hablar de ello. Y que, cuando la mochila con los pañales había caído, todo le había vuelto como una inundación, con toda su fuerza.
– Si hubiera tenido esto antes de que comenzara el juicio, se lo habría llevado a Diana y lo habría usado tácticamente-dijo Jordan-. Pero ya que el jurado ya está constituido, quizá pueda hacer algo aún mejor.
– No hay nada como el truco final en el último segundo.
– Supongamos que subimos a Josie al estrado y que dice todo esto en el juicio. De repente, esas diez muertes no son lo que parecían ser. Nadie sabe la verdadera historia que hay detrás de ésta, y eso hace que todo lo demás que ha dicho la fiscal sobre los tiroteos sea puesto en entredicho. En otras palabras, si el Estado no sabe eso, ¿qué más hay que no sepan?
– Y-señaló Selena-eso refuerza lo que dijo King Wah. Allí, delante de Peter, estaba uno de los chicos que atormentaban a Peter, apuntándole con un arma, tal como él se había imaginado que ocurriría.-Dudó-. De acuerdo, Peter era el que había llevado el arma…
– Eso es irrelevante-prosiguió Jordan-. No tengo que tener todas las respuestas.-Besó a Selena en la boca-. Sólo necesito asegurarme de que el Estado tampoco las tenga.
Alex se sentó en el banco, mirando un desparejo equipo de estudiantes universitarios jugar al Ultimate Frisbee como si no tuvieran idea de que el mundo se había roto por las costuras. Al lado de ella, Josie se abrazaba las rodillas contra el pecho.
– ¿Por qué no me lo dijiste?-preguntó Alex.
Josie levantó la cara.
– No podía. Eras la jueza en este caso.
Alex sintió una punzada debajo del esternón.
– Pero digo después, cuando me retiré. Josie…cuando fui a ver a Jordan tú dijiste que no recordabas nada…Por eso firmaste la declaración jurada.
– Pensé que eso era lo que tú querías que hiciera-replicó Josie-. Tú me dijiste que, si la firmaba, no tendría que declarar…y yo no quería hacerlo. No quería volver a ver a Peter.
Uno de los jugadores saltó y perdió el Frisbee. Éste partió con rumbo a Alex, aterrizando en el montón de tierra que había a sus pies.
– Lo siento-dijo el chico, haciendo una seña con la mano.
Alex lo agarró y lo mandó por los aires. El viento levantó el Frisbee y lo llevó más alto, una mancha contra un cielo perfectamente azul.
– Mami-dijo Josie, aunque no había llamado así desde hacía años-, ¿qué pasará conmigo?
Ella no lo sabía. Ni como jueza, ni siquiera como abogada, y tampoco como madre. Lo único que podía hacer era ofrecerle un buen consejo y esperar que su hija resistiera lo que tuviera que venir.
– De ahora en adelante-le dijo Alex a Josie-, lo único que tienes que hacer es decir la verdad.
Patrick había sido llamado para una negociación de rehenes en un caso de violencia doméstica, en Cornish, y no llegó a Sterling hasta casi la medianoche. En lugar de dirigirse a su propia casa, fue a la de Alex, donde se sentía más como en un hogar. Había intentado llamarla muchas veces para ver cómo les había ido con Jordan McAfee, pero donde estaba no tenía cobertura en el móvil.
Al llegar la encontró sentada en el sofá del salón, a oscuras, y se sentó a su lado. Por un momento, miró fijamente la pared, igual que Alex.
– ¿Qué estamos haciendo?-susurró.
Ella lo miró a la cara y entonces él se dio cuenta de que había estado llorando. Se culpó a sí mismo. «Deberías haber intentado llamarla más veces, deberías haber vuelto más temprano».
– ¿Qué pasa?
– He metido la pata, Patrick-dijo Alex-. Creí que estaba ayudándola. Pensé que sabía lo que estaba haciendo. Pero resultó que no sabía nada en absoluto.
– ¿Josie?-preguntó él, intentando recomponer las partes-. ¿Dónde está?
– Dormida. Le he dado una pastilla.
– ¿Quieres hablar de ello?
– Hemos visto a Jordan McAfee hoy y ella le ha dicho…le ha dicho que recordaba algo del tiroteo. De hecho, lo recordaba todo.
Patrick silbó suavemente.
– Entonces, ¿estaba mintiendo?
– No lo sé. Creo que estaba asustada.-Alex levantó la vista hacia Patrick-. Eso no es todo. Según Josie, Matt disparó a Peter primero.
– ¿Qué?
– La mochila que Peter llevaba se cayó delante de Matt y éste tomó una de las armas. Disparó, pero falló.
Patrick se pasó una mano por el rostro. Diana Leven no iba a estar contenta.
– ¿Qué le ocurrirá a Josie?-dijo Alex-. En el mejor de los casos, subirá al estrado y declarará a favor de Peter. En el peor, cometerá perjurio y puede ser acusada de ello.
La mente de Patrick iba a toda velocidad.
– No debes preocuparte por eso. No está en tus manos. Además, Josie saldrá con bien. Ella es una sobreviviente.
Él se inclinó y la besó suavemente, con la boca llena de palabras que no podía decirle todavía y promesas que tenía miedo de hacer. La besó hasta que sintió que ella se relajaba.
– Tú deberías tomar también una de esas pastillas para dormir-susurró.
Alex inclinó la cabeza.
– ¿No te quedas?
– No puedo. Todavía tengo trabajo que hacer.
– ¿Has hecho todo el camino hasta aquí para decirme que te vas?
Patrick la miró, deseando poder explicarle lo que tenía que hacer.
– Te veré más tarde, Alex-dijo.
Alex había confiado en él, pero como jueza, debería saber que Patrick no podía guardar su secreto. El lunes por la mañana, cuando Patrick viera a la fiscal, tendría que decirle lo que ahora sabía acerca de que Matt Royston había disparado primero en el vestuario. Legalmente, estaba obligado a revelarlo. Sin embargo, técnicamente, tenía todo el domingo para hacer con esa información lo que le viniera en gana.
Si Patrick podía encontrar pruebas que respaldaran las alegaciones de Josie, entonces amortiguaría el golpe que ella iba a recibir declarando, y eso convertiría a Patrick en un héroe a los ojos de Alex. Pero una parte de él quería buscar en el vestuario otra vez por otra razón. Patrick sabía que había peinado personalmente ese pequeño espacio en busca de pruebas, y que no había sido encontrada ninguna otra bala. Si Matt había disparado primero a Peter, debería haber una.
No había querido decirle eso a Alex, pero Josie ya les había mentido una vez. No había razón para que no pudiera estar haciéndolo de nuevo.
A las seis de la mañana, el Instituto Sterling era un gigante durmiente. Patrick abrió la cerradura de la puerta de entrada y se movió por los pasillos en la oscuridad. Habían sido limpiados por profesionales, pero él no podía dejar de ver, al haz de su linterna, los lugares donde las balas habían roto ventanas y la sangre había manchado el suelo. Se movía rápidamente, los tacones de sus botas resonando, mientras apartaba las lonas y evitaba los montones de madera.
Patrick abrió la doble puerta del gimnasio y siguió su camino. Dio un rápido toque a un panel de interruptores y el gimnasio se inundó de luz. La última vez que estuvo allí, había mantas de emergencia echadas en el suelo, correspondientes a los números escritos en las frentes de Noah James, Michael Beach, Justin Friedman, Dusty Spears y Austin Prokiov. Había técnicos de criminalística a gatas, tomando fotografías de las marcas en los ladrillos de cemento, extrayendo balas del tablón de la canasta de baloncesto.
Había pasado horas en la comisaría de policía, su primera parada después de irse de la casa de Alex, examinando las huellas dactilares ampliadas que había en el arma B. Una parcial; una que se había asumido, vagamente, que era de Peter. Pero ¿qué pasaba si no era de Peter? ¿Había alguna forma de probar que Royston había agarrado el arma, como afirmaba Josie? Patrick había estudiado las huellas tomadas del cuerpo sin vida de Matt y las había comparado, parte por parte, con la huella parcial, hasta que las líneas y espiras se le hicieron más borrosas todavía de lo que estaban.
Si tenía que encontrar una prueba, debía ser en la escuela misma.
El vestuario se veía exactamente como en la fotografía que él había utilizado durante su declaración, tomada unos días antes, aquella misma semana, excepto porque los cuerpos, por supuesto, habían sido quitados. A diferencia de los pasillos y de las aulas, el vestuario no había sido limpiado ni reformado. La pequeña área contenía demasiado daño-no físico, sino psicológico-, y la administración había acordado por unanimidad echarlo abajo, junto con el resto del gimnasio, y más adelante la cafetería, aquel mismo mes.
El vestuario era un rectángulo. La puerta que daba a él desde el gimnasio se abría en el medio de una larga pared. Directamente enfrente de ésta había un banco de madera y una hilera de casilleros metálicos. En la esquina más alejada, había un pequeño pasillo que daba a una serie de duchas comunes. En esa esquina fue encontrado el cuerpo de Matt, con Josie yaciendo a su lado; a diez metros de distancia de ese lugar estaba Peter agachado. La mochila azul permanecía en el suelo justo a la izquierda del pasillito.
De ser cierto lo que decía Josie, entonces Peter habría entrado corriendo al vestuario, donde Josie y Matt se habían escondido. Se suponía que él sostenía el arma A. Se le cayó la mochila, y Matt-que habría estado de pie en medio del vestuario, lo suficientemente cerca como para alcanzarla-tomó el arma B. Matt disparó a Peter-la bala que nunca fue encontrada, la que probaba que el arma B fue disparada-y erró. Cuando intentó disparar otra vez, el arma se atascó. En ese momento, Peter le disparó dos veces.
El problema era que el cuerpo de Matt había sido encontrado por lo menos a cinco metros de la mochila de donde habría agarrado el arma.
¿Por qué Matt habría retrocedido y luego disparado a Peter? No tenía sentido. Era posible que los disparos de Peter hubieran enviado el cuerpo de Matt hacia atrás, pero la física elemental le decía a Patrick que un tiro disparado desde donde estaba Peter no hubiera arrojado el cuerpo de Matt hasta donde fue encontrado. Sumado a eso, no había rastro de salpicaduras de sangre que sugirieran que Matt hubiera estado cerca de la mochila cuando Peter le dio. Más bien se había desplomado donde fue alcanzado.
Patrick caminó hacia la pared, hasta el sitio donde detuvo a Peter. Comenzó por la esquina superior y recorrió metódicamente con los dedos cada hornacina y zócalo, los bordes de los casilleros y dentro de ellas, alrededor de cada ángulo de las paredes perpendiculares. Anduvo a gatas por debajo del banco de madera y examinó la parte de debajo. Sostuvo su linterna hacia el cielorraso. En un recinto tan reducido, cualquier bala disparada por Matt debería haber causado suficiente estropicio como para que fuera detectado y, sin embargo, no había absolutamente ningún indicio de que un arma hubiera sido disparada en dirección a Peter.
Patrick se desplazó hacia la esquina opuesta del vestuario. Todavía había una oscura mancha de sangre en el suelo y una marca de bota seca. Pasó por encima de la mancha y entró en las duchas, repitiendo la misma meticulosa búsqueda en la pared de azulejos de detrás de donde había estado Matt.
Si encontrara esa bala perdida allí, donde se había encontrado el cuerpo de Matt, entonces Matt no habría sido quien disparase el arma B, sino Peter quien blandiese ambas, tanto el arma A como la B. O, en otras palabras, Josie le habría mentido a Jordan McAfee.
Era un trabajo fácil, porque los azulejos eran blancos, prístinos. No había rajaduras ni descamados, no había astillas, nada que pudiera sugerir que una bala había sido disparada por Matt y dado en la pared de las duchas.
Patrick dio una vuelta, mirando en lugares que no tenían sentido: la parte de arriba de la ducha, el cielorraso, el desagüe. Se quitó los zapatos y los calcetines y arrastró los pies por el suelo de las duchas.
Lo sintió al rozar con un dedo del pie justo el lado del desagüe.
Patrick se apoyó sobre sus manos y rodillas y notó donde el metal había rozado. Una señal áspera, larga, en el azulejo que bordeaba el desagüe. Era fácil que hubiera pasado desapercibida por el lugar donde se encontraba; los técnicos que la vieran, probablemente pensaron que era parte del sumidero. Pasó el dedo y se esforzó por mirar enfocando con la linterna dentro del desagüe. Metió los dedos. Si la bala se hubiera deslizado por allí, habría recorrido un largo trayecto; y sin embargo, los huecos del desagüe eran lo suficientemente minúsculos como para que eso no pareciera posible.
Abrió un casillero y desprendió un cuadradito minúsculo de espejo que colocó boca arriba en el suelo de la ducha, justo donde estaba la marca. Después apagó las luces y sacó un puntero láser. Se colocó donde Peter había sido detenido y señaló en dirección al espejo; observó que la luz rebotaba en la pared más lejana de las duchas, donde ninguna bala había dejado marca.
Girando sobre sí mismo, continuó señalando la posible trayectoria hasta que llegó a una pequeña ventana superior que servía de ventilación. Se arrodilló, marcando el lugar donde él estaba con un lápiz. Luego sacó su teléfono móvil.
– Diana-dijo cuando la fiscal respondió-, no dejes que mañana comience el juicio.
– Sé que es inusual-dijo Diana en el tribunal a la mañana siguiente-y que tenemos un jurado aquí sentado, pero tengo que pedir un receso hasta que llegue mi detective. Está investigando un nuevo aspecto del caso…posiblemente algo exculpatorio.
– ¿Lo ha llamado?-preguntó el juez Wagner.
– Muchas veces.
Patrick no atendía el teléfono. Si lo hiciera, ella podría decirle cuántas ganas tenía de matarlo.
– Debo protestar, Su Señoría-dijo Jordan-. Estamos listos para seguir adelante. Estoy seguro de que la señora Leven me dará esa información exculpatoria en cuanto la tenga, si es que eso sucede, pero llegados a este punto, estoy dispuesto a correr el riesgo. Y ahora quisiera llamar a un testigo que está preparado para declarar.
– ¿Qué testigo?-preguntó Diana-. No tienes a nadie más a quien llamar.
Él le sonrió.
– La hija de la jueza Cormier.
Alex estaba sentada fuera de la sala del tribunal, sosteniéndole la mano a Josie.
– Esto terminará antes de que te des cuenta.
La gran ironía, pensó Alex, era que meses atrás, cuando luchó tan arduamente para ser la jueza de aquel caso, lo había hecho porque se sentía más a gusto ofreciéndole consuelo legal a su hija que consuelo emocional. Y allí estaban ahora, con Josie a punto de testificar en una arena que Alex conocía mejor que ninguna otra persona, y así y todo no tenía ningún magnífico consejo judicial que darle.
Sería horrible. Sería doloroso. Y lo único que Alex podría hacer sería verla sufrir.
Un alguacil fue hacia ellas.
– Su Señoría-dijo-, si su hija está lista…
Alex apretó la mano de Josie.
– Sólo diles lo que sabes-dijo, y se levantó para ir a sentarse a la sala.
– ¿Mamá?-Josie la llamó y Alex se volvió-. ¿Qué pasa si lo que sabes no es lo que la gente quiere escuchar?
Alex intentó sonreír.
– Tú di la verdad-le contestó-. No puedes hacer otra cosa.
Para seguir las normas sobre descubrimientos, Jordan le entregó a Diana una sinopsis del testimonio de Josie mientras ésta estaba subiendo al estrado.
– ¿Cuándo obtuviste esto?-susurró la fiscal.
– Este fin de semana. Lo siento-contestó él, aunque realmente no lo sentía. Se dirigió hacia Josie, a la que se veía pequeña y pálida. Se había recogido el cabello en una pulcra cola de caballo y tenía las manos dobladas sobre el regazo. Evitaba, estudiadamente, la mirada de cualquiera, enfocando una veta de la madera de la baranda del estrado.
– ¿Puedes decirnos tu nombre?
– Josie Cormier.
– ¿Dónde vives, Josie?
– En el número cuarenta y cinco de la calle East Prescott, en Sterling.
– ¿Cuántos años tienes?
– Diecisiete-dijo ella.
Jordan se acercó un paso, para que la única que pudiera oírlo fuera ella.
– ¿Ves?-murmuró-. Es pan comido.-Le hizo un guiño y pensó que ella podría haber esbozado aunque fuera una minúscula sonrisa.
– ¿Dónde estabas en la mañana del seis de marzo del dos mil siete?
– Estaba en la escuela.
– ¿Qué clase tuviste a primera hora?
– Inglés-dijo Josie suavemente.
– ¿Y a segunda?
– Matemáticas.
– ¿A tercera?
– Tenía hora libre.
– ¿Dónde la pasaste?
– Con mi novio-dijo-, Matt Royston.-Miró a los lados, parpadeando a toda velocidad.
– ¿Dónde estuvieron Matt y tú durante la tercera hora?
– Salimos de la cafetería. Estábamos yendo hacia su casillero, antes de la clase siguiente.
– ¿Qué ocurrió entonces?
Josie fijó la vista en su regazo.
– Hubo mucho ruido, y la gente comenzó a correr. Todos gritaban algo sobre unas armas, sobre alguien con un arma. Un amigo nuestro, Drew Girard, nos dijo que era Peter.
Entonces levantó la mirada y sus ojos se clavaron en los de Peter. Por un largo momento, ella lo miró fijamente, luego cerró los ojos y desvió la vista hacia otro lado.
– ¿Sabías qué era lo que ocurría?
– No.
– ¿Viste a alguien disparar?
– No.
– ¿Adónde fueron?
– Al gimnasio. Lo cruzamos corriendo, hacia el vestuario. Sabía que él estaba acercándose, porque seguía oyendo disparos.
– ¿Quién estaba contigo cuando fuiste al vestuario?
– Creía que Drew y Matt, pero cuando me di la vuelta, vi que Drew no estaba allí. Le había disparado.
– ¿Viste cuando Peter le disparó a Drew?
Josie sacudió la cabeza.-No.-¿Viste a Peter antes de que entraras al vestuario?-No.-Su cara se arrugó y se limpió los ojos.-Josie-dijo Jordan-, ¿qué ocurrió luego?