Capítulo 31

Llamé a Raya Singh al móvil. Cingle Shaker se había ido pero Muse se había quedado.

Raya contestó al tercer timbre.

– ¿Diga?

– Puede que tengas razón -dije.

– ¿Señor Copeland?

El acento era tan falso… ¿Cómo había podido creer que era real? ¿O acaso una parte de mí lo había sabido todo el tiempo?

– Llámame Cope -dije.

– Vale, Cope. -La voz era cálida. Capté el tono provocativo-. ¿En qué puede que tenga razón?

– ¿Cómo puedo saber que no eres tú? ¿Cómo puedo saber que no podrías hacerme delirantemente feliz?

Muse levantó los ojos al cielo. Después se pasó el dedo índice por la garganta y fingió que vomitaba violentamente.

Intenté quedar con ella esa misma noche, pero Raya no quiso. No insistí. Si insistía demasiado, podría sospechar. Quedamos en vernos por la mañana.

Colgué y miré a Muse, que sacudía la cabeza.

– No empieces.

– ¿Realmente utilizó esa frase? ¿«Delirantemente feliz»?

– Te he dicho que no empezaras.

Ella sacudió la cabeza otra vez.

Miré el reloj y vi que eran las ocho y media.

– Tengo que ir a casa -dije.

– De acuerdo.

– ¿Y tú, Muse?

– Tengo cosas que hacer.

– Es tarde. Vete a casa.

No me hizo caso.

– Jenrette y Manratz -dijo Muse-. Realmente van a por ti.

– Puedo arreglármelas.

– Sé que puedes. Pero es sorprendente lo que pueden hacer los padres para proteger a sus hijos.

Iba a decir que lo entendía, que tenía una hija, que haría lo que fuera por mantenerla a salvo. Pero sonaba demasiado condescendiente.

– Nada me sorprende, Muse. Trabajas aquí cada día. Ves lo que es capaz de hacer la gente.

– A eso me refiero.

– ¿Qué?

– Jenrette y Marantz han oído que te presentas a las elecciones. Piensan que es tu punto débil. Así que van a por ti, hacen todo lo que pueden para intimidarte. Es inteligente. Muchos tíos se habrían rendido. De todos modos tu caso no era demasiado sólido. Imaginaron que verías la información y te conformarías.

– Se equivocaron. ¿Y qué?

– ¿Crees que van a dejarlo así? ¿Crees que sólo irán a por ti? ¿O crees que hay alguna razón para que el juez Pierce quiera veros mañana en su despacho?


Cuando llegué a casa tenía un correo electrónico de Lucy:

¿Te acuerdas de que nos pasábamos canciones el uno al otro para escucharlas? No sé si has oído ésta, así que te la mando. No seré tan atrevida como para decir que pienses en mí cuando la escuches. Pero espero que lo hagas.

Con cariño

Lucy

Luego descargué la canción adjunta. Era un clásico de Bruce Springsteen bastante raro llamado «Back in Your Arms». Lo escuché sentado frente al ordenador. Bruce cantaba sobre la indiferencia y la añoranza, sobre todo lo que has desaprovechado y perdido y lo que añoras, y después implora desgarradoramente volver a estar entre sus brazos.

Me eché a llorar.

Allí solo, escuchando aquella canción, pensando en Lucy, en aquella noche, lloré por primera vez desde la muerte de mi esposa.

Descargué la canción en mi iPod y me lo llevé al dormitorio. Volví a ponerla. Y después otra vez. Y poco después por fin me venció el sueño.

A la mañana siguiente Raya me esperaba frente al bistró Janice en Ho-Ho-Kus, un pueblo al noroeste de Nueva Jersey. Algunas personas dicen que el nombre procede de una palabra de los americanos nativos utilizada por los indios Lenni Lenape, que controlaban este territorio hasta que los holandeses se instalaron en él en 1698. Pero no existen pruebas definitivas de ello, aunque eso no impide que los viejos discutan sobre el tema.

Raya llevaba unos vaqueros negros y una blusa blanca con el cuello abierto. Estaba impresionante. Arrebatadora. La belleza produce este efecto, a pesar de que yo ya supiera lo que perseguía. Estaba enfadado porque me habían tomado el pelo, y sin embargo no podía evitar sentirme atraído y odiarme por lo que sentía.

Por otro lado, por hermosa y joven que fuera, no podía evitar pensar que no le llegaba a Lucy ni a la suela del zapato. Me gustó sentir eso. Me apoyé en ello. Pensé en Lucy y se me escapó una sonrisa tonta. Se me aceleró un poco la respiración. Siempre me sucedía cuando estaba con Lucy. Todavía me sucedía.

Imagínate estar enamorado.

– Estoy contenta de que me llamaras -dijo Raya.

– Yo también.

Raya me rozó la mejilla. Desprendía un sutil olor a lavanda. Nos instalamos en un compartimiento del fondo del restaurante. Un mural impresionante de los comensales, pintado por la hija del dueño, ocupaba toda una pared. Todos aquellos ojos pintados parecían seguirnos. Nuestro reservado era el último, bajo un reloj enorme. Había comido a menudo en el bistró Janice durante los últimos cuatro años. Nunca había visto que ese reloj marcara la hora correcta. Una bromita del dueño, supongo.

Nos sentamos. Raya me dedicó su mejor sonrisa irresistible. Pensé en Lucy. Eso hizo que se desvaneciera el efecto.

– Así que eres investigadora privada -dije.

Las sutilezas no funcionarían con ella. No tenía ni tiempo ni paciencia. Seguí antes de que pudiera empezar a negarlo.

– Trabajas para Most Valuable Detection de Newark, Nueva Jersey. No trabajas en ese restaurante indio. Debería haberme dado cuenta cuando la mujer de recepción no supo quién eras.

Su sonrisa tembló pero no perdió nada de su voltaje. Se encogió de hombros.

– ¿Cómo me has descubierto?

– Ya te lo contaré. ¿Cuánto de lo que dijiste es mentira?

– No mucho, en realidad.

– ¿Sigues afirmando que no sabes quién era Manolo Santiago en realidad?

– Esa parte era cierta. No sabía que fuera Gil Pérez hasta que me lo dijiste.

Eso me confundió.

– ¿Cómo os conocisteis en realidad? -pregunté.

Se echó hacia atrás y cruzó los brazos.

– No tengo por qué hablar contigo. Eso se lo dejo al abogado que me contrató.

– Si Jenrette te hubiera contratado a través de Mort o Flair, podrías utilizar este argumento. Pero tu problema es el siguiente: me estás investigando. No hay forma de que demuestres que Gil Pérez formaba parte del trabajo de investigación para Jenrette o Marantz.

No dijo nada.

– Y en vista de que no tienes escrúpulos en ir a por mí, yo iré a por ti. A mí me parece que se suponía que no tenía que descubrirte. No hay ninguna necesidad de que MVD lo sepa. Si tú me ayudas, yo te ayudo; todos salimos ganando, o cualquier tópico que se te ocurra.

Esto la hizo sonreír.

– Le conocí en la calle -dijo-. Tal como te dije.

– Pero no por casualidad.

– No, no por casualidad. Mi trabajo era acercarme a él.

– ¿Por qué él?

John, el dueño del bistró Janice. Janice era su esposa y chef se acercó a nuestra mesa. Me estrechó la mano y me preguntó quién era aquella señorita tan guapa. Los presenté. Él le besó la mano. Yo fruncí el ceño y él se marchó.

– Decía que tenía información sobre ti.

– No lo entiendo. Gil Pérez se presenta en MVD…

– Para nosotros era Manolo Santiago.

– Bueno, vale, Manolo Santiago se presenta y dice que puede ayudar a sacar trapos sucios sobre mí.

– Trapos sucios es un poco fuerte, Paul.

– Llámame fiscal Copeland -dije-. Ésta era tu misión, ¿no? ¿Encontrar algo incriminatorio contra mí? ¿Intentar que yo no siguiera con el caso?

No contestó. No era necesario.

– Y no puedes escudarte en el privilegio abogado-cliente, ¿sabes? Por eso vas a contestar a mis preguntas. Porque Flair nunca permitiría que sus clientes hicieran una cosa así. Ni siquiera Mort, por idiota que sea, tiene tan poca ética. EJ Jenrette os contrató por su cuenta.

– No me está permitido decirlo. Y francamente tampoco estoy en condiciones de hacerlo. Hago trabajo de campo. No trato con el cliente.

No me importaba el funcionamiento interno de su empresa, pero sentí que me estaba confirmando lo que había dicho.

– Así que Manolo Santiago se presenta -seguí-. Dice que tiene información sobre mí. ¿Y entonces qué?

– No dijo qué era exactamente. Se volvió desconfiado. Quería dinero, mucho dinero.

– Y vosotros le pasáis el mensaje a Jenrette.

Ella se encogió de hombros.

– Y Jenrette está dispuesto a pagar. Sigue a partir de ahí.

– Insistimos para que nos dé las pruebas. Manolo empieza a decir que todavía le falta ultimar unos detalles. Pero para entonces ya le hemos investigado. Sabemos que Manolo Santiago no es su nombre auténtico. Pero también sabemos que va detrás de algo gordo. Algo muy importante.

– ¿Como qué?

El chico vino a llenar los vasos de agua y Raya tomó un sorbo.

– Nos dijo que sabía lo que había ocurrido realmente aquella noche a los cuatro chicos que murieron en el bosque. Dijo que podía demostrar que tú mentiste sobre esa noche.

No dije nada.

– ¿Cómo os encontró? -pregunté.

– ¿A qué te refieres?

Pero yo estaba pensando.

– Fuisteis a Rusia a investigar a mis padres.

– Yo no.

– No, me refiero a un investigador de MVD. Y vosotros sabíais lo de aquellos asesinatos, que el sheriff me interrogó. Así que…

Ahora lo veía.

– Así que interrogasteis a todos los que estuvieron relacionados con el caso. Sé que mandasteis a alguien a visitar a Wayne Steubens. Y eso significa que también fuisteis a ver a la familia Pérez, ¿no?

– No lo sé, pero tiene lógica.

– Y así es como se enteró Gil. Fuisteis a ver a los Pérez. Su madre o su padre o alguien os llamó. Él vio la manera de obtener algún dinero. Se presenta. No os dice quién es en realidad. Pero tiene suficiente información para despertar vuestra curiosidad. Y te mandan a ti para… ¿seducirle?

– Para acercarme a él. No seducirle.

– Tú dilo como quieras. ¿Y qué? ¿Mordió el anzuelo?

– Los hombres casi siempre pican.

Pensé en lo que había dicho Cingle. No era un camino que tuviera ganas de recorrer otra vez.

– ¿Y qué te dijo?

– Casi nada. Bueno, nos dijo que aquella noche estabas con una chica. Una tal Lucy. Sólo sabía eso, lo que te dije. El día después de que nos conociéramos, llamé a Manolo al móvil. Se puso el detective York. El resto ya lo sabes.

– ¿O sea que Gil intentaba conseguir pruebas? ¿Para cobrar esa importante recompensa?

– Sí.

Reflexioné. Había visitado a Ira Silverstein. ¿Por qué? ¿Qué podía decirle Ira?

– ¿Gil dijo algo sobre mi hermana?

– No.

– ¿Dijo algo sobre… bueno, sobre Gil Pérez? ¿O sobre cualquiera de las víctimas?

– Nada. Era desconfiado, ya te lo he dicho. Pero estaba claro que tenía algo gordo.

– Y entonces acaba muerto.

Sonrió.

– Imagínate lo que pensamos.

Vino el camarero a tomar nota. Yo pedí la ensalada especial. Raya pidió una hamburguesa con queso, poco hecha.

– Te escucho -dije.

– Un hombre dice que tiene trapos sucios sobre ti. Está dispuesto a darnos pruebas a cambio de dinero. Y antes de que pueda contarnos lo que sabe, acaba muerto. -Raya cortó un pedacito de pan y lo untó con aceite de oliva-. ¿Qué habrías pensado tú?

Me salté la respuesta obvia.

– Por lo tanto, cuando Gil apareció muerto, tu misión cambió.

– Sí.

– A partir de entonces tenías que acercarte a mí.

– Sí. Pensé que mi historia triste de Calcuta serviría contigo. Dabas el tipo.

– ¿Qué tipo?

Se encogió de hombros.

– Un tipo y ya está. Yo qué sé. Pero no me llamaste. Así que te llamé yo.

– Esa habitación de Ramsey en la que me dijiste que vivía Gil…

– La alquilamos. Intentaba hacer que admitieras algo.

– Y lo que hice fue contarte cosas.

– Sí. Pero no estábamos seguros de que contaras la verdad o de que la contaras toda. Nadie creyó realmente que Manolo Santiago fuera Gil Pérez. Pensamos que probablemente era un pariente.

– ¿Y tú?

– Yo te creí, francamente.

– También te dije que Lucy era mi novia.

– Eso ya lo sabíamos. De hecho, ya la habíamos localizado.

– ¿Cómo?

– Somos una agencia de detectives. Pero según Santiago, ella también mentía sobre algo que sucedió aquella noche. Por eso pensamos que un interrogatorio directo no serviría.

– Y en lugar de eso le mandasteis el diario.

– Sí.

– ¿De dónde sacasteis la información?

– Eso no lo sé.

– Y entonces le tocó a Lonnie Berger espiarla.

No se molestó en contestar.

– ¿Algo más? -pregunté.

– No -dijo-. La verdad es que es un alivio que me hayas descubierto. No me importaba cuando creía que eras un asesino. Ahora me siento sórdida.

Me levanté.

– Puede que te pida que testifiques.

– No lo haré.

– Ya, me lo dicen siempre -dije.

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