Epílogo

Un mes después

Lucy no quiere que haga este viaje.

– Por fin ha terminado -me dice, justo antes de que me vaya al aeropuerto.

– Ya he oído eso antes -contraataco.

– No tienes que volver a verle, Cope.

– Sí. Necesito unas últimas respuestas.

Lucy cierra los ojos.

– ¿Qué?

– Es todo muy frágil, ¿sabes?

Lo sé.

– Me da miedo que remuevas las aguas otra vez.

Lo entiendo pero tengo que hacerlo.

Una hora después, estoy mirando por la ventanilla del avión. En el último mes, la vida ha vuelto casi a la normalidad. El caso Jenrette y Marantz dio algunos giros inesperados y raros antes de alcanzar su bastante glorioso final. Las familias no se rindieron. Ejercieron toda la presión que pudieron sobre el juez Arnold Pierce y él cedió. Desestimó el DVD porno, afirmando que no se había presentado a tiempo. Parecía que lo teníamos mal. Pero el jurado vio la maniobra, normalmente es así, y dieron un veredicto de culpabilidad. Por supuesto Flair y Mort apelarán.

Me gustaría procesar al juez Pierce, pero no lo conseguiría jamás. Me gustaría procesar a EJ Jenrette y a MVD por chantaje. También dudo que lo consiguiera. Pero la demanda de Chamique va bien. Se dice que quieren acabar con esto rápidamente. Se habla de un acuerdo de siete cifras. Espero que lo consiga. Pero cuando miro en mi bola de cristal, no veo mucha felicidad para Chamique en el futuro. No lo sé. Su vida ha sido tan agitada. Me da la sensación de que el dinero no va a cambiarlo.

Bob, mi cuñado, está libre bajo fianza. Hablé en su favor. Declaré a las autoridades federales que aunque mis recuerdos eran un poco «borrosos», creía que Bob me había dicho que necesitaba un préstamo y que yo lo aprobé. No sé si funcionará. No sé si estoy haciendo lo correcto o lo incorrecto (probablemente lo correcto) pero no quiero que destruyan a Greta y a su familia. Pueden llamarme hipócrita, lo soy, pero la línea entre el bien y el mal a veces se difumina. Se difumina aquí, bajo la luz brillante del mundo real.

Y, por supuesto, se difumina en la oscuridad de aquel bosque.

Respecto a Loren Muse, sigue siendo Muse, gracias a Dios. El gobernador David Markie todavía no ha pedido mi dimisión y yo no se la he ofrecido. Probablemente lo haré y probablemente debería hacerlo, pero ahora mismo voy aguantando.

Raya Singh acabó dejando Most Valuable Detection para asociarse con Cingle Shaker, nada más y nada menos. Cingle dice que están buscando a una tercera estupenda para que su agencia pueda llamarse «Ángeles de Charlie».

El avión aterriza. Desembarco. Miro mi BlackBerry. Hay un breve mensaje de mi hermana, Camille:

Hola, hermano, Cara y yo vamos a almorzar a la ciudad y de tiendas.

Te quiero, Camille.

Mi hermana, Camille. Es fantástico tenerla de vuelta. No puedo creer la rapidez con que se ha convertido en una parte integral y con todas las de la ley de nuestra vida. Pero la verdad es que sigue existiendo una tensión latente entre los dos. Vamos mejorando. Y mejoraremos más. Pero la tensión existe y no se puede negar, y a veces exageramos en nuestro esfuerzo por combatirla llamándonos todo el rato «hermano» y «hermana» y diciendo «te echo de menos» y «te quiero».

Todavía no sé todo lo que ha hecho Camille durante estos años. Hay detalles que no me cuenta. Sé que empezó con una nueva identidad en Moscú, pero que no se quedó mucho tiempo. Estuvo viviendo dos años en Praga y otro en Begur, en la Costa Brava. Volvió a Estados Unidos, se movió un poco más, se casó y se instaló en Atlanta, pero acabó divorciándose tres años después.

No ha tenido hijos, pero ya es la mejor de las tías posibles. Quiere mucho a Cara, y el sentimiento es más que recíproco. Camille vive con nosotros. Es maravilloso, más de lo que podría haber esperado, y esto alivia mucho la tensión.

Por supuesto, una parte de mí sigue preguntándose por qué Camille tardó tanto en volver a casa, y ésta es la mayor fuente de tensión, creo. Entiendo lo que dijo Sosh acerca de que quería protegerme, de mi reputación y del recuerdo de mi padre. Y me parece comprensible que tuviera miedo de nuestro padre mientras estuvo vivo.

Pero creo que hay algo más.

Camille decidió no hablar de lo que pasó en aquel bosque. Nunca dijo a nadie lo que había hecho Wayne Steubens. Su decisión, correcta o no, había dejado a Wayne libre para matar a otras personas. No sé qué habría sido lo correcto, no sé si presentarse a la policía habría cambiado las cosas. Se puede decir que Wayne habría salido impune de todos modos, que podría haber huido o haberse quedado en Europa, que habría sido más cuidadoso en sus asesinatos, y habría cometido incluso más. ¿Quién sabe? Pero las mentiras tienen tendencia a infectarse. Camille creyó que podría enterrar esas mentiras. Puede que todos lo creyéramos.

Pero ninguno de nosotros salió ileso de aquel bosque.

En cuanto a mi vida amorosa, estoy enamorado. Así de sencillo. Amo a Lucy con todo mi corazón. No vamos despacio, nos hemos lanzado como si quisiéramos recuperar el tiempo perdido. Puede que en lo que somos haya una desesperación insana, una obsesión, un agarrarse a un clavo ardiendo. Nos vemos mucho, y cuando no estamos juntos me siento perdido y desorientado y sólo deseo volver a estar con ella. Hablamos por teléfono. Nos mandamos correos y mensajes de texto constantemente.

Pero así es el amor, ¿no?

Lucy es divertida, tontorrona, cálida, lista y hermosa, y me abruma de la mejor de las maneras. Es como si estuviéramos de acuerdo en todo.

Excepto, claro, en que yo realice este viaje.

Entiendo su miedo. Sé perfectamente lo frágil que es todo esto. Pero tampoco se puede vivir siempre sobre hielo fino. Así que aquí estoy, en la cárcel estatal de Red Onion, Virginia, esperando enterarme de algunas últimas verdades.

Entra Wayne Steubens. Estamos en la misma habitación que la última vez. Él está sentado en el mismo sitio.

– Vaya por Dios -dijo-. Has estado muy ocupado, Cope.

– Les mataste -dije-. Después de todo, tú, el asesino en serie, lo hiciste.

Wayne sonríe.

– Lo planificaste todo el tiempo, ¿no?

– ¿Están escuchando esta conversación?

– No.

Él levanta la mano derecha.

– ¿Tengo tu palabra de que no escuchan?

– Tienes mi palabra -digo.

– Entonces, por qué no. Sí, fui yo. Planifiqué los asesinatos.

Ya estamos. Por fin ha decidido que necesita afrontar el pasado.

– Y lo hiciste tal como explicó la señora Pérez. Degollaste a Margot. Después Gil, Camille y Doug echaron a correr. Los perseguiste. Atrapaste a Doug. También lo mataste.

Levanta el dedo índice.

– Cometí un error de cálculo. Metí la pata con Margot. Ella tenía que ser la última porque ya estaba atada. Pero su cuello estaba tan a la vista, tan vulnerable… que no pude resistirme.

– Al principio había cosas que no entendía -digo-. Pero ahora creo que sí.

– Te escucho.

– Los diarios que los detectives privados mandaron a Lucy -digo.

– Ahhh.

– Me preguntaba quién nos había visto en el bosque, pero Lucy lo vio enseguida. Sólo una persona podía saberlo: el asesino. Tú, Wayne.

Separó las manos.

– La modestia me impide decir más.

– Fuiste tú quien facilitó la información a MVD, lo que utilizaron en aquellos diarios. Fuiste la fuente de información.

– Modestia, Cope. De nuevo me remito a la modestia.

Está disfrutando.

– ¿Cómo conseguiste que Ira te ayudara? -pregunté.

– El bueno del tío Ira. Ese hippie medio descerebrado.

– Sí, Wayne.

– No me ayudó mucho. Sólo necesitaba quitarlo de en medio. Mira, Cope, esto puede que te descoloque, pero Ira tomaba drogas. Yo tenía fotos y pruebas. Si se sabía, su precioso campamento iría a la ruina. Igual que él.

Sonríe más aún.

– Así que, cuando Gil y yo amenazamos con destaparlo todo -digo-, Ira se asustó. Como has dicho, estaba medio descerebrado entonces, y ahora era mucho peor. La paranoia le nubló el raciocinio. Tú ya cumplías condena, y Gil y yo no haríamos más que empeorar las cosas destapándolo todo. Ira fue presa del pánico. Silenció a Gil e intentó silenciarme a mí.

Otra sonrisa de Wayne.

Pero ahora su sonrisa tiene algo diferente.

– ¿Wayne?

No habla. Sólo sonríe. No me gusta. Repaso lo que acabo de decir. Sigue sin gustarme.

Wayne sigue sonriendo.

– ¿Qué? -pregunto.

– Se te escapa algo, Cope.

Espero.

– Ira no fue el único que me ayudó.

– Lo sé -dije-. Gil contribuyó. Ató a Margot. Y mi hermana también estuvo allí. Te ayudó a atraer a Margot al bosque.

Wayne entorna los ojos y separa un poco los dedos pulgar e índice.

– Todavía se te escapa una cosita de nada -dice-. Un secretito de nada que he guardado todos estos años.

Contengo el aliento. Él sólo sonríe. Rompo el silencio.

– ¿Qué? -repito.

Se inclina hacia delante y susurra:

– Tú, Cope.

No puedo hablar.

– Estás olvidando tu papel en esto.

– Sé lo que hice -digo-. Abandoné mi puesto.

– Sí, cierto. ¿Y si no lo hubieras hecho?

– Te habría detenido.

– Sí -dice Wayne, arrastrando la palabra-. Exactamente.

Espero algo más. No dice nada.

– ¿Esto es lo que querías oír, Wayne? ¿Que me siento responsable en parte?

– No. No es tan sencillo.

– ¿Entonces qué?

Sacude la cabeza.

– No captas la idea.

– ¿Qué idea?

– Piensa, Cope. Cierto, abandonaste tu puesto. Pero tú mismo lo has dicho: yo lo tenía todo planificado.

Se rodea la boca con las manos y su voz es sólo un susurro.

– Contéstame a esto: ¿cómo sabía yo que no estarías en tu puesto aquella noche?


Lucy y yo vamos en coche al bosque.

Ya he conseguido el permiso del sheriff Lowell, así que el guarda de seguridad, sobre el que Muse me había advertido, nos deja pasar enseguida. Paramos en el aparcamiento frente a los pisos. Es raro, pero ni Lucy ni yo habíamos vuelto allí en dos décadas. Evidentemente, entonces aquella urbanización no existía. Aun así, después de tanto tiempo, sabemos perfectamente dónde estamos.

El padre de Lucy, su querido Ira, había sido el dueño de aquella tierra. Había llegado allí hacía muchos años, sintiéndose como Magallanes descubriendo un nuevo mundo. Probablemente Ira miró aquel bosque y sintió que estaba cumpliendo su sueño de toda la vida: un campamento, una comuna, un hábitat natural libre de los pecados del hombre, un lugar de paz y armonía, todo, algo que fomentara sus valores.

Pobre Ira.

La mayor parte de los delitos que veo empiezan con algo pequeño. Una mujer hace enfadar a su esposo por algo intrascendente -dónde está el mando de la tele, una cena fría- y la cosa pasa a mayores. Pero en este caso, era todo lo contrario. Algo grande hizo rodar la bola. Al final, un asesino en serie desquiciado lo había iniciado todo. La sed de sangre de Wayne Steubens había sido el desencadenante.

Tal vez todos se lo pusimos fácil de un modo u otro. El miedo terminó por ser el mejor cómplice de Wayne. EJ Jenrette también me había enseñado su poder: si metes miedo a la gente, logras que acepten lo que tú quieres. Aunque no había funcionado en el caso de violación contra su hijo. No había podido asustar a Chamique Johnson. Tampoco había podido asustarme a mí.

Tal vez porque a mí ya me habían asustado bastante.

Lucy lleva flores, pero no debería haberlo hecho. En nuestra tradición no colocamos flores en las tumbas. Colocamos piedras. Tampoco sé para quién son las flores: para mi madre o para su padre. Probablemente para ambos.

Tomamos el antiguo sendero, que todavía existe, aunque está un poco desdibujado, hacia el lugar donde Barrett encontró los huesos de mi madre. El hoyo donde ha yacido todos estos años está vacío. Los restos de cinta amarilla de la escena del crimen han volado con la brisa.

Lucy se arrodilla. Escucho el viento, me pregunto si oigo los llantos. No. No oigo nada más que el hueco de mi corazón.

– ¿Por qué fuimos al bosque aquella noche, Lucy?

No me mira.

– Nunca había pensado en ello. Todos se lo preguntaban. Todos se preguntaban cómo había podido ser tan irresponsable. Pero para mí estaba claro. Estaba enamorado. Me había escapado con mi novia. ¿Qué podía ser más natural que esto?

Deposita las flores con esmero. Sigue sin mirarme.

– Ira no ayudó a Wayne Steubens aquella noche -digo a la mujer que amo-. Fuiste tú.

Oigo al fiscal en mi voz. Quiero que se calle y se vaya. Pero no se va.

– Me lo dijo Wayne. Los asesinatos estaban cuidadosamente planificados: ¿cómo podía saber que yo no estaría en mí puesto aquella noche? Porque tu misión era hacer que no estuviera.

Veo que se encoge y se marchita.

– Por eso no podías enfrentarte a mí -digo-. Por esto te sientes como si rodaras colina abajo y no pudieras parar. No es porque tu familia perdiera el campamento o la reputación o el dinero. Es porque ayudaste a Wayne Steubens.

Espero. Lucy baja la cabeza. Estoy de pie detrás de ella. Esconde la cara entre las manos. Solloza. Le tiemblan los hombros. La oigo llorar y mi corazón se parte en dos. Doy un paso hacia ella. A la mierda, pienso. Esta vez el tío Sosh tiene razón. No necesito saberlo todo. No necesito destaparlo todo.

Sólo la necesito a ella. Así que doy este paso.

Lucy levanta una mano para detenerme. Se recupera poco a poco.

– No sabía lo que pensaba hacer -dice-. Me dijo que haría arrestar a Ira si no le ayudaba. Pensé… pensé que sólo iba a asustar a Margot. A hacerle alguna broma estúpida.

Se me forma un nudo en la garganta.

– Wayne sabía que nos separamos.

Asiente.

– ¿Cómo lo supo?

– Me vio.

– A ti -digo-. No a nosotros.

Asiente otra vez.

– Encontraste el cadáver, ¿no? El de Margot. Ésa era la sangre de la que habla el diario. Wayne no hablaba de mí. Hablaba de ti.

– Sí.

Pensé en ello, en lo aterrada que debió de sentirse, en cómo debió de correr a ver a Ira, el pánico que debió de sentir también Ira.

– Ira te vio manchada de sangre. Pensó…

No habla. Pero ahora todo cobra sentido.

– Él no nos habría matado a Gil ni a mí para protegerse -digo-. Pero era padre. Al final, por mucha paz, amor y comprensión que predicara, Ira era ante todo un padre como cualquier otro. Y mató para proteger a su hijita.

Ella vuelve a sollozar.

Todos habían callado. Todos tenían miedo: mi hermana, mi madre, Gil, su familia y ahora Lucy. Todos eran igual de culpables, y todos habían pagado un precio terrible. ¿Y yo qué? Busco excusas argumentando que era joven y que sólo quería echar una canita al aire. Pero ¿es esto una excusa en realidad? Tenía la responsabilidad de vigilar a los campistas aquella noche y fui un vago.

Los árboles parecen caernos encima. Los miro y después miro la cara de Lucy. Veo la belleza. Veo el dolor. Quiero acercarme a ella. Pero no puedo. No sé por qué. Quiero hacerlo, sé que es lo correcto. Pero no puedo.

En lugar de esto me doy la vuelta, alejándome de la mujer que amo. Espero que me llame, que me pida que me detenga. Pero no lo hace. Me deja marchar. La oigo sollozar. Sigo caminando. Camino hasta salir del bosque y llegar al coche. Me siento en una acera y cierro los ojos. Un día u otro tendrá que pasar por aquí. Así que me siento y la espero. Me pregunto adonde iremos cuando venga. Me pregunto si nos marcharemos juntos o si este bosque, después de todos estos años, se habrá cobrado una última víctima.


* * *

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