Antes de que empiecen este volumen de quince relatos breves, al igual que en anteriores ocasiones, me gustaría confesar que algunos están basados en incidentes verdaderos. En el índice los encontrarán señalados con un asterisco.
En mis viajes alrededor del mundo, siempre en busca de alguna anécdota que poseyera vida propia, me topé con «La muerte habla», y me impresionó tanto que he colocado el relato al principio del libro.
Fue traducido del árabe, y pese a laboriosas investigaciones, el autor sigue siendo «Anónimo», si bien el cuento apareció en la obra de Somerset Maugham Sheppey, y más tarde como prefacio de Cita en Samarra, de John O'Hara.
Raras veces me he encontrado con un ejemplo mejor del sencillo arte de contar historias. Se trata de un don que carece de prejuicios, y se reparte con independencia de la cuna, la educación o la cultura. Para demostrar mi aseveración, bastará con que piensen en las diferentes educaciones de Joseph Conrad y Walter Scott, de John Buchan y O. Henry, de H.H. Munro y Hans Christian Andersen.
En este, mi cuarto volumen de relatos, he intentado dos ejemplos muy cortos del género: «La carta» y «Amor a primera vista».
Pero antes, «La muerte habla»: