Borobá dio un salto y se encaramó a los hombros del viejo, tironeándole las orejas; su ama lo separó de un manotazo y el anciano se echó a reír de buena gana. A Alex le pareció que no tenía un solo diente en la boca, pero como no había mucha luz, no podía estar seguro. El indio y Nadia se enfrascaron en una larga conversación de gestos y sonidos en una lengua cuyas palabras sonaban dulces, como brisa, agua y pájaros. Supuso que hablaban de él, porque lo señalaban. En un momento el hombre se puso de pie y agitó su corta lanza muy enojado, pero ella lo tranquilizó con largas explicaciones. Por último el viejo se quitó un amuleto del cuello, un trozo de hueso tallado, y se lo llevó a los labios para soplarlo. El sonido era el mismo canto de lechuza escuchado antes, que Alex reconoció porque esas aves abundaban en las cercanías de su casa en el norte de California. El singular anciano colgó el amuleto en torno al cuello de Nadia, puso las manos en sus hombros a modo de despedida y enseguida desapareció con el mismo sigilo de su llegada. El muchacho podía jurar que no lo vio retroceder, simplemente se esfumó.
– Ése era Walimaí -le dijo Nadia al oído.
– ¿Walimaí? -preguntó él, impresionado por ese extraño encuentro.
– ¡Chisss! ¡No lo digas en voz alta! Jamás debes pronunciar el nombre verdadero de un indio en su presencia, es tabú. Menos puedes nombrar a los muertos, eso es un tabú mucho más fuerte, un terrible insulto -explicó Nadia.
– ¿Quién es?
– Es un chamán, un brujo muy poderoso. Habla a través de sueños y visiones. Puede viajar al mundo de los espíritus cuando desea. Es el único que conoce el camino a El Dorado.
– ¿El Dorado? ¿La ciudad de oro que inventaron los conquistadores? ¡Ésa es una leyenda absurda! -replicó Alex.
– Walimaí ha estado allí muchas veces con su mujer. Siempre anda con ella -rebatió la chica.
– A ella no la vi -admitió Alex.
– Es un espíritu. No todos pueden verla.
– ¿Tú la viste?
– Sí. Es joven y muy bonita.
– ¿Qué te dio el brujo? ¿Qué hablaron ustedes dos? -preguntó Alex.
– Me dio un talismán. Con esto siempre estaré segura; nadie, ni las personas, ni los animales, ni los fantasmas podrán hacerme daño. También sirve para llamarlo, basta con soplarlo y él vendrá. Hasta ahora yo no podía llamarlo, debía esperar que él viniera. Walimaí dice que voy a necesitarlo porque hay mucho peligro, el Rahakanariwa, el temible espíritu del pájaro caníbal, anda suelto. Cuando aparece hay muerte y destrucción, pero yo estaré protegida por el talismán.
– Eres una niña bastante rara… -suspiró Alex, sin creer ni la mitad de lo que ella decía.
– Walimaí dice que los extranjeros no deben ir a buscar a la Bestia. Dice que varios morirán. Pero tú y yo debemos ir, porque hemos sido llamados, porque tenemos el alma blanca.
– ¿Quién nos llama?
– No sé, pero si Walimaí lo dice, es cierto.
– ¿De verdad tú crees esas cosas, Nadia? ¿Crees en brujos, en pájaros caníbales, en El Dorado, en esposas invisibles, en la Bestia?
Sin responder, la chica dio media vuelta, echó a andar hacia la aldea y él la siguió de cerca, para no perderse.