Capítulo 8

EL NIDO DEL DIABLO, NEBRASKA. 229 horas.

– Luz verde -anunció Prague a los hombres que lo rodeaban en la oscuridad-. Nos comunican que el objetivo está despejado. Quiero los tres pájaros en el aire en dos minutos. En marcha. -Prague se encaminó hacia uno de los pequeños helicópteros AH6 e hizo un gesto hacia Turcotte-. Tú, conmigo, carnaza. En el asiento de atrás.

Turcotte hizo una mueca de disgusto. La expresión carnaza le estaba hartando, pero aquél no era el momento de intimidar con la mirada. Siguió a Prague y se reunió con él en el helicóptero. Prague ocupó el asiento delantero, junto al piloto, mientras Turcotte disponía para sí de todo el asiento trasero. Las puertas estaban abiertas y el aire frío de la noche se colaba en el interior. Turcotte se arrepintió de no haberse puesto ropa interior larga. Deberían haberle informado mejor de lo que iba a pasar. Se subió la cremallera de su chaqueta negra de GoreTex por encima del mono, tomó los auriculares que estaban colgados del techo y se los colocó encima del pequeño audífono, que ya tenía en un oído para captar la frecuencia FM del equipo.

Como iba en el mismo pájaro que Prague, el jefe de la misión, en cuanto se elevaron en su ruta hacia el suroeste, por encima de los campos de Nebraska, Turcotte recibió conexión inmediata con la línea segura de comunicaciones por vía satélite de la misión.

– Nightscape Seis, aquí Cubo Seis. Situación. Cambio. -La voz al otro extremo le sonó familiar a Turcotte, pero no acertaba a reconocer con exactitud quién era Cubo Seis.

– Aquí Nightscape Seis -respondió Prague desde el asiento delantero-. En ruta hacia Papa Romeo Osear. Nos detendremos allí. Cambio.

Turcotte entendía la terminología militar. PRO significaba punto de reunión para el objetivo, el último lugar en que las fuerzas amigas se detienen antes de atacar un objetivo. Lo extraño en aquel caso era que Turcotte todavía no tenía ni idea de cuál era el objetivo, ni estaba impresionado por la amistosidad de las fuerzas que lo rodeaban, si es que Prague podía considerarse un ejemplo de ellas.

La otra voz, muy grave, continuó.

– Roger, aquí Cubo Seis. Corto. Agitador número tres. ¿Situación? Cambio.

Una nueva voz salió al aire.

– Aquí, Agitador número tres. En el aire y en ruta. Cambio.

– Roger. Aguarden mis órdenes. Cubo Seis, corto.

El piloto del AH6 examinaba los campos de maíz mientras el Blackhawk UH60 lo seguía a mayor altura. El otro AH6 volaba en la cola. Los maizales se convertían enseguida en pastos, sobre los que se desperdigaba el ganado en todas las direcciones, mientras los helicópteros lo sobrevolaban; luego, el terreno volvió a cubrirse con maizales. Turcotte nunca había visto tantos campos, ni siquiera en Alemania. Parecía como si todo Nebraska se hubiera convertido en un gran tablero de damas hecho de cultivos y haciendas. Con los prismáticos de visión nocturna distinguía de vez en cuando grupos de árboles alejados; a veces se colaba una luz entre ellos, eso indicaba que allí vivían agricultores y ganaderos. Turcotte se preguntaba qué estarían buscando por ahí.

El piloto tiró hacia atrás el mando y redujo la velocidad. Turcotte vio que Prague comprobaba su situación con un GPR, un aparato que servía para la localización en tierra. Prague hizo una señal al piloto.

– Cubo Seis. Aquí Nightscape Seis. En Papa Romeo Osear. Solicito autorización final. Cambio.

– Aquí Cubo Seis. Zona despejada en un radio de doce kilómetros. Se cierra la comunicación. Proceda. Repito. Proceda. Corto.

– Roger. Corto. -Prague señaló hacia adelante y de nuevo se desplazaron por el oscuro cielo-. Fase uno iniciada. Inicie la guardia.


EL CUBO, ÁREA 51. 118 horas, 30 minutos

– Señor, tenemos una sombra sobre el agitador número tres.

– Una ¿qué? -Gullick se giró sobre su butaca de control-. ¿Qué quiere decir con una sombra?

El mayor Quinn señaló la pantalla.

– Tenemos un duende detrás del número tres. No hemos podido captarlo porque es muy pequeño, pero algo que está siguiendo al agitador número tres. He comprobado las grabaciones y seguramente ha estado aquí desde que el número tres abandonó el hangar. Tiene que haber estado cerca cuando el número tres despegó.

– ¿Qué es? -preguntó Gullick.

– No lo sé, señor. Sólo podemos captarlo con el satélite de rastreo y el sistema de infrarrojos.

El Cubo estaba conectado con el centro de aviso de misiles de la comandancia espacial estadounidense, que se encontraba dentro de la montaña Cheyenne, fuera de los saltos del Colorado. La comandancia espacial se encargaba del sistema de satélites del programa de soporte a la defensa. Esos satélites rastreaban toda la superficie de la tierra, desde una altura de aproximadamente treinta mil kilómetros, en órbitas geosincrónicas. Originariamente, el sistema había sido diseñado para lanzamientos de misiles balísticos intercontinentales durante la guerra fría. En la guerra del Golfo había captado todos los lanzamientos de los SCUD y había resultado ser tan efectivo que el ejército perfeccionó el sistema a fin de que fuera suficientemente efectivo para avisar en tiempo real a los comandantes locales del nivel táctico, un sistema valioso que los del Cubo podían emplear. A través de los miembros de Majic12, Gullick tenía acceso a sistemas como aquél y muchos otros.

Cada tres segundos el sistema de satélites enviaba un mapa infrarrojo de la superficie de la tierra y del espacio aéreo circundante. La mayoría de los datos simplemente se guardaban en cintas en el centro de aviso, excepto que el ordenador detectase un lanzamiento de misil o, como en este caso, una agencia autorizada solicitase una línea directa y codificara un área de destino específica para poder obtenerla en tiempo real.

– ¿Es un Far Walker? -preguntó Gullick empleando el nombre en clave de fuentes de infrarrojos válidas no identificadas, que de vez en cuando el sistema detectaba y que no tenían una explicación lógica.

– Sin duda es un duende, señor. No concuerda con nada de los archivos. Es demasiado pequeño incluso para ser un avión.

¿Qué era aquella pequeña nave dotada de suficiente velocidad para seguir al agitador número tres, que se desplazaba a más de cinco mil kilómetros por hora en dirección hacia Nebraska?

– Póngalo en pantalla -ordenó Gullick, haciendo girar su butaca hacia la pantalla principal. Se pasó la mano por el lado derecho de la cabeza, luego se la contempló. Temblaba levemente. Gullick se asió a su asiento para calmarla.

Quinn transfirió la información a la gran pantalla de la parte frontal de la sala. Había un pequeño punto brillante, justo detrás del punto de mayor tamaño que indicaba el agitador número tres.

– ¿A qué distancia se encuentra del agitador número tres?

– Es difícil de decir, señor. Probablemente esté a unos dieciséis kilómetros.

– ¿Han informado a número tres?

– Sí, señor.

Gullick habló por el micrófono inalámbrico que llevaba ante los labios y pulsó el botón de comunicación que llevaba incorporado a su cinturón.

– Agitador número tres, aquí Cubo Seis. ¿Algún contacto visual del duende? Cambio.

– Aquí Tres. Negativo. No vemos nada. Sea lo que fuere, está demasiado lejos. Cambio.

– Aquí Seis. Hagan alguna maniobra evasiva. Cambio.

– Procedo -respondió el piloto de Tres-. Un momento. Cambio.

En la pantalla, el punto que representaba el agitador número tres se lanzó de repente hacia la derecha, al norte de Salt Lake City. El punto más pequeño lo siguió a igual velocidad. Las series rápidas de zigzags no consiguieron despistar al duende.

– ¿Ordeno cancelar la operación, señor? -preguntó Quinn.

– No -repuso Gullick-. Continuaremos. Ponga al Aurora en alerta. Quiero estar encima de este duende. -Tecleó en la radio-. Tres, aquí Seis. Olvídelo. Continúen la misión. A partir de ahora me encargaré de la situación. Corto.

– ¿Informo a Nightscape Seis, señor? -La preocupación de Quinn era evidente.

– Negativo, mayor. -replicó Gullick irritado-. Que esa gente haga su trabajo y deje que yo me ocupe de este duende. Y permítame pensar e informar. ¿Lo ha comprendido? -Gullick escrutó al joven oficial.

– Sí, señor.


CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA. 118 horas, 15 minutos.

– Captamos muchas señales térmicas a la izquierda -anunció el piloto del AH6 mientras se dirigía de inmediato en esa dirección.

– ¡Cázalas, cowboy!-exclamó Prague por el intercomunicador mientras se colocaba los prismáticos. Buscó en el asiento trasero, cerca de las rodillas de Turcotte, y sacó un rifle. En cuanto tuvo el brazo bien asido, Prague sacó su cuerpo fuera del helicóptero de forma que el arnés de seguridad que llevaba le impedía caer. Turcotte se inclinó hacia fuera y miró la misma escena que Prague estaba siguiendo: ganado desperdigándose por todas las direcciones a causa del ruido de los helicópteros.

Prague se puso el rifle al hombro y miró a través del visor nocturo que llevaba montado en el arma. Disparó dos veces y dos de las vacas cayeron inmediatamente

– Sustancia nerviosa -dijo mirando a Turcotte sobre su hombro-. Las mata y no deja huellas. Luego recuperamos el dardo.

El AH6 se elevó y adoptó una posición estática a cien metros de los dos animales. El Blackhawk UH60 quedó prácticamente suspendido sobre los dos cuerpos, y Turcotte vio cómo caían unas sogas del Blackhawk y cuatro hombres con mochilas descendieron rápidamente.

Los cuatro hombres se arremolinaron alrededor de los cuerpos. De vez en cuando se producía un brillo de luz mientras manipulaban las vacas.

– ¿Tiempo de despiece? -preguntó Prague.

– Seis minutos, treinta segundos hasta que el agitador número tres esté en el sitio.

– De acuerdo -dijo Prague-. Vamos bien.

– ¿Qué están haciendo? -preguntó Turcotte por fin.

Prague se volvió hacia atrás, con una mirada de demonio metálico y una amplia sonrisa que asomaba bajo el bulto protuberante de los prismáticos de visión nocturna.

– Allí abajo están cortando unos filetes de primera. ¿Te gustaría el corazón? ¿O los ojos? ¿Qué tal unos ovarios de vaca? Regresamos con todo tipo de buena comida. Disponen de unos rayos láser quirúrgicos ultramodernos que permiten hacer cortes limpios. También tienen equipos de succión que eliminan la sangre. Lo único que queda es un par de vacas muertas con partes específicas del cuerpo seccionadas quirúrgicamente y sin rastro de vehículos en la zona. Y sin sangre, algo inquietante. Nadie puede explicarlo, así que nadie lo investiga suficientemente, pero para nuestro propósito resulta efectivo.

«¿Qué propósito?», se preguntó Turcotte. Había oído hablar de mutilaciones del ganado. Era bastante habitual en la prensa. ¿Por qué efectuar una operación tan complicada sólo para eso? ¿Era por eso que Duncan lo había enviado allí? ¿Para averiguar que la gente del Área 51 estaba detrás de las mutilaciones de ganado?

El Blackhawk se había apartado mientras los hombres trabajaban. Ahora regresó y dejó caer dos arneses en cabestrante, uno a cada lado. Los dos primeros hombres subieron, con su carga ensangrentada, en treinta segundos. Luego los otros dos.

– Inicien fase dos -ordenó Prague y prosiguieron la marcha hacia el suroeste.

– ¿Has oído eso? -preguntó Billy Peters.

– Mmmm… -respondió Susie, con la mente en otras cuestiones. Con el brazo de Billy alrededor de sus hombros y su cabeza reposada sobre su amplio pecho, podía oír el latido del corazón de él, eso seguro.

– Parecen helicópteros o algo así -murmuró Billy. Con la mano del brazo que tenía libre, frotó el vaho del limpiaparabrisas delantero de su furgoneta Ford 77 e intentó mirar fuera. Llevaban ahí parados mucho rato, desde justo antes de que oscureciera, pero había mucho por decir. Susie iba a irse de su casa y Billy se encontraba en una disyuntiva: no estaba muy seguro de invitarla a vivir en su caravana en Columbus, o dejar que siguiera con el plan original de ella de marcharse a casa de su hermana en Omaha.

Había elegido ese solitario lugar porque estaba seguro de que allí nadie los molestaría; sin embargo, ahora casi se alegraba de la interrupción porque sabía que esa noche no tomaría una decisión, no con ella abrazada a él tal como estaba. ¿Cómo alguien podía pensar tranquilamente en esa situación?

– Alguien viene hacia aquí -dijo Billy mirando fuera de la ventana en el suelo nocturno.


EL CUBO, ÁREA 51. 118 horas, 4 minutos.

Gullick examinaba el gran mapa. El duende todavía iba detrás del número tres. Los dos puntos estaban ahora cerca de la conjunción de las fronteras de Wyoming, Colorado y Nebraska.

– ¿Situación del Aurora? -preguntó Gullick.

– En la pista, listo para despegar.

– Déle la salida.

– Sí, señor.

– ¿Tiempo de la fase dos?

– Ochenta y seis segundos -respondió Quinn.

Gullick pulsó un interruptor en la consola que tenía ante sí y miró la información de vídeo obtenida desde la torre de control en la superficie. Un avión de forma extraña empezaba a moverse hacia adelante. Tenía la forma de un pez manta ondulado; las características más llamativas de aquel avión de reconocimiento biplaza eran sus grandes tomas de admisión situadas debajo de la cabina frontal y los grandes tubos de escape localizados en la parte trasera de los motores. Al poder lograr Mach 7, y avanzar a más de ocho mil kilómetros por hora o, a la máxima velocidad, más de dos kilómetros por segundo podía alcanzar un objetivo rápidamente.

El Aurora, sucesor del famoso Blackbird SR71, había hecho su vuelo de prueba en 1986. Como cada avión costaba mil millones de dólares, sólo había cinco y se empleaban únicamente cuando los demás sistemas se agotaban. Para el público que los había pagado, no existían. Era uno de los secretos mejor guardados de las Fuerzas Aéreas, y GuUick tenía uno a su disposición siempre que quisiera, lo cual indicaba la importancia de ese proyecto para las Fuerzas Aéreas.

Cuando el Aurora alcanzó la potencia suficiente, se elevó de repente y aceleró mientras ascendía en un ángulo de setenta grados, luego giró de forma brusca en dirección al noreste y desapareció de la pantalla.


CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA


El AH6 de Turcotte aguardó a unos sesenta metros a que el Blackhawk los pasase y volviera a su posición estática sobre un maizal situado delante, a la izquierda de Turcotte. El otro AH6 se separó y guardó una distancia de seguridad de cuatrocientos metros en la dirección opuesta. El Blackhawk descendió lentamente hasta quedar a veinticinco metros del suelo, la distancia mínima necesaria para que el remolino de los rotores no causara daños permanentes a las cañas de maíz.

Un haz de luz brillante irradió de la zona de transporte del Blackhawk, apuntó a la parte final del campo, atravesó el maíz y quemó la tierra.

– El láser está controlado por ordenador -explicó Prague por el intercomunicador, orgulloso de sus hombres y de sus juguetes-. Crea un círculo perfecto. Eso confunde a los intelectuales que vienen y se rascan la cabeza durante el día. Cabrones… Se imaginan que está relacionado con la muerte de las vacas del campo vecino, y es verdad -dijo sonriendo-, pero no saben de qué modo y nunca podrán averiguarlo.

«¿Y qué?», se preguntó Turcotte. ¿Por qué Prague quería confundir a esa gente?

– Nightscape Seis, aquí agitador número tres. Tiempo previsto de llegada, cuarenta y cinco segundos. Cambio.

– Roger. Corto. -Prague se volvió hacia Turcotte-. El último acto de esta obra te encantará. Mira hacia el sur.

Turcotte comprobó de nuevo la Calicó. Todo era muy raro, pero lo que más le inquietaba era el modo en que Prague le enseñaba las cosas que antes no le había explicado. Turcotte se preguntaba qué sabría Prague de él.

– Dios mío, Susie ¡Mira eso! -exclamó Billy frotando enérgicamente el limpiaparabrisas en cuanto el haz de luz asomó en el campo, a unos cuatrocientos metros a su izquierda.

– ¿Qué es eso? -preguntó Susie dejando de lado por un momento sus problemas vitales.

– No lo sé, pero yo me largo. -Billy activó el contacto y el motor del Ford se puso en marcha.

– He detectado un punto de calor en los árboles que hay al suroeste -anunció el piloto del otro helicóptero-. Es el motor de un vehículo.

– ¡Mierda! -exclamó Prague.

Un haz de luz brillante procedente del sur se asomó en el horizonte; Turcotte jamás había visto algo moverse tan rápidamente. Avanzaba majestuosamente y en silencio, seguido de cerca por otro punto más pequeño y brillante.

– ¿Qué hay detrás del agitador número tres? -preguntó a gritos Prague, perdiendo la compostura por primera vez desde que Turcotte lo conocía. Turcotte estaba sorprendido ante las dos naves que avanzaban. Cada segundo que pasaba, el escenario era más raro.

Turcotte observó cómo el gran disco, que Prague había denominado agitador número tres, hacía un movimiento brusco hacia la derecha y, en una fracción de segundo, cambiaba de dirección a menos de 180 grados de modo que, antes de dirigirse al suroeste, cruzó la pequeña ciudad de Bloomfield.

– ¡Lléveme a ese punto de calor! -ordenó Prague. El piloto del AH6 cumplió la orden apuntando el morro hacia el grupo de árboles. Luego añadió-: Los demás, regresen de nuevo al PAM.

El Blackhawk cambió de dirección y regresó al norte, al área de seguridad del Nido del Diablo, seguido por el otro AH16. Turcotte levantó el seguro de la Calicó mientras se dirigían a la línea de árboles. Fuera lo que fuese que estaba ocurriendo, Turcotte tenía claro que las cosas no marchaban según los planes de Prague.


EL CUBO, ÁREA 51.

– Pase completo, el número Tres regresa a casa, -anunció Quinn.

Todos los ojos estaban fijos en la pantalla. El duende todavía iba detrás del número tres. Prosiguió así durante un minuto y luego, de repente, el segundo punto se separó en dirección hacia el noreste, por donde había venido.

– ¡Que el Aurora persiga al duende! -ordenó Gullick.


CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA.


– Tenemos que atrapar a esa gente -ordenó Prague mientras el helicóptero se acercaba a la camioneta, que avanzaba a gran velocidad.

– Son civiles -protestó Turcotte, sacando el cuerpo por la puerta y observando la camioneta.

– Han visto demasiado. No podemos permitir que cuenten que han visto helicópteros volando por ahí. Dispare a la parte delantera de la furgoneta -ordenó Prague al piloto. Éste volvió el helicóptero sobre un lado de modo que el morro, y también el arma prendida al patín, apuntaron contra el vehículo.

Una ráfaga de balas cruzó por delante de los faros de la camioneta y las luces de los frenos se iluminaron.

– ¡Maldita sea! -exclamó Turcotte- ¿Se ha vuelto loco?

– Situémonos sobre la carretera, frente a ellos -ordenó Prague haciendo caso omiso de Turcotte.

– ¿Quiénes son, Billy? -chillaba Susie-. ¿Por qué nos disparan?

Billy no perdió el tiempo en explicaciones. Dio un golpe brusco al volante para cambiar la dirección en cuanto el helicóptero se posó delante de ellos, cegándolos con la luz de los focos y con el polvo y los escombros que levantaba.

Los neumáticos traseros de la furgoneta se deslizaron por la cuneta de drenaje de la carretera. Cuando Billy intentó poner la primera marcha, se levantó una gran polvareda, pero no consiguió mover el vehículo.

Cuando los patines del helicóptero tocaron tierra, Prague se apeó, esta vez sin el rifle, pero con la Calicó. Turcotte descendió inmediatamente después. Su mente intentaba entender lo que había ocurrido y lo que estaba ocurriendo. -Manos arriba y fuera de la camioneta -ordenó Prague. Las puertas se abrieron y bajó un hombre, luego una mujer, que intentaba esconderse detrás de aquél.

– ¿Quiénes son ustedes? -preguntó el hombre.

– Ponles las esposas -ordenó Prague a Turcotte.

– Son civiles. -Y se quedó quieto.

– Ponles las esposas -repitió Prague apuntando con el cañón de su Calicó a Turcotte.

Turcotte miró el arma y a Prague, luego sacó dos esposas de su chaqueta y ató las manos de aquella gente por detrás de la espalda.

– ¡Déjeme ver su identificación! -exigió el hombre-. Ustedes no pueden hacer esto. No estábamos haciendo nada malo. Ustedes no son policías.

– Subid al helicóptero -ordenó Prague dirigiéndose hacia el AH6.

– ¿Adonde nos llevan? -preguntó el hombre un poco antes de llegar al helicóptero, parándose testarudo en el centro de la carretera con la chica protegiéndose a su lado.

Turcotte miró a Prague. Observó la posición de su cuerpo y vio cómo ponía su dedo en el gatillo, un signo inequívoco de que iba a disparar. Turcotte había sido entrenado igual que Prague: la única seguridad era el dedo fuera del gatillo.

Turcotte se colocó rápidamente en medio.

– Limitaos a hacer lo que se os dice. Ya solucionaremos esto cuando lleguemos a la base. Ha habido un accidente -añadió poco convincente-. Soy Mike -dijo dando una palmadita en el hombro del hombre y señalando al helicóptero, un repentino gesto humano que confundió por un momento a la pareja.

El hombre miró a Turcotte.

– Billy. Ésta es Susie.

– Bueno, Billy y Susie -dijo Turcotte, empujándolos con suavidad hacia el helicóptero-, parece que este señor quiere llevaros de paseo.

– Cállate, carnaza -gruñó Prague, haciendo un gesto con el arma.

Subieron al helicóptero y el piloto emprendió vuelo.


EL CUBO, ÁREA 51.


En la pantalla aparecía un tercer punto al este de Nevada, que se dirigía casi frontalmente contra el agitador número tres, que estaba regresando a la base. Gullick sabía que se trataba del Aurora, que se dirigía a interceptar el duende.

– El duende va a zafarse de la persecución, señor -notificó Quinn. El duende estaba dando la vuelta y se dirigía al objetivo de Nightscape.

– Redirecciona el Aurora hacia Nebraska -ordenó Gullick. Quinn cumplió la orden-. ¿Tiempo previsto de llegada del Aurora al objetivo?

– Diez minutos -anunció Quinn.

No era un mal tiempo considerando la distancia que debía recorrer, pero en este caso podría llegar nueve minutos demasiado tarde, reflexionó Gullick al ver el símbolo que representaba el duende próximo al punto de destino. Consideró brevemente ordenar el regreso del agitador número tres, pero eso excedía el alcance de su autoridad. Gullick golpeó con el puño la mesa que tenía delante, dejando atónitos a los demás en el Cubo.


CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA.

El AH16 agitó las ramas de los árboles situados en el límite de un campo y regresó hacia el norte. Turcotte había sujetado al hombre y a la mujer en el asiento trasero y se había colocado junto a ellos. Prague estaba vuelto sobre el asiento delantero derecho y apuntaba hacia atrás con el cañón de su Calicó, aunque mantenía el dedo fuera del seguro del gatillo.

Turcotte miró la boca del cañón y luego a Prague.

– Le agradecería que no apuntara esa cosa contra mí -le dijo a través del micrófono.

Turcotte estaba asustado. No tanto porque el arma apuntara hacia él, aunque eso era ciertamente un problema, sino porque el hombre que sostenía el arma estaba actuando de un modo irracional. ¿Qué pensaba Prague hacer con aquellos dos civiles?

– Me importa una mierda lo que tú me agradezcas -respondió Prague por el intercomunicador-. Me has cuestionado durante una misión. Eso está prohibido, carnaza. Voy a joderte vivo.

– Son civiles -volvió a decir Turcotte. La pareja asistía ignorante a la conversación, pues no llevaba cascos.

– Para mí ahora sólo son carne muerta -repuso Prague-. Han visto demasiado. Tendrán que ser trasladados a la instalación de Dulce y allí serán sometidos.

– No sé qué mierda está haciendo, ni de lo que habla -replicó Turcotte-, pero ellos… -Se detuvo en cuanto el helicóptero maniobró bruscamente hacia la derecha y luego empezó a perder altura.

– ¿Qué estás haciendo? -gritó Prague al piloto mientras mantenía su atención en el asiento trasero.

– ¡Tenemos compañía! -respondió, también a gritos, el piloto. Una esfera brillante, de aproximadamente un metro de diámetro, apareció en el centro del parabrisas. El piloto hizo un descenso rápido y apretó hacia adelante el mando a modo de maniobra de evasión, pero la esfera bajó con ellos y fue a estrellarse contra la parte frontal del helicóptero. El plexiglás se rompió y Turcotte agachó la cabeza.

– ¡Prepárense para una colisión! -dijo el piloto por el intercomunicador-. Vamos a…

La frase se interrumpió cuando el morro del helicóptero chocó contra el suelo. Las hojas siguieron girando en la tierra blanda y se soltaron, milagrosamente hacia fuera, sin atravesar el fuselaje.

Turcotte sintió un dolor agudo en su costado derecho, luego todo quedó en silencio. Levantó la cabeza. Susie tenía la boca completamente abierta y emitía algún sonido. Billy tenía los ojos abiertos y parpadeaba, intentando ver en la oscuridad.

Turcotte hurgó por debajo y desabrochó el cinturón del asiento de Billy, luego sacó su machete y les liberó las manos.

– Salid -les dijo, empujándolos hacia la puerta izquierda antes de dirigir su atención al asiento delantero.

El piloto colgaba de su arnés, con el brazo derecho doblado en un ángulo poco natural. Prague empezaba a moverse. Su Calicó había desaparecido con el impacto de la nave.

El olor del combustible del helicóptero se expandía con rapidez. En cuanto topara con una superficie metálica caliente, como el tubo de escape del motor, el helicóptero ardería como en un infierno.

Sujeto por el cinturón del asiento, Prague se movía con torpeza. Turcotte se inclinó hacia adelante, entre los dos asientos delanteros, sin hacer caso del agudo dolor que ese movimiento causaba en su costado derecho. Con la mano derecha, Prague abrió la tapa de la funda de su pistola.

– Que no escapen -dijo a Turcotte. Ya había sacado el arma y apuntaba hacia Billy, el cual estaba ayudando a Susie a salir por la puerta.

Turcotte reaccionó cogiendo a Prague por el cuello con su mano izquierda; sintió cómo la garganta cedía bajo la presión de sus dedos. Con su mano derecha asestó un golpe en la mano con que Prague sostenía el arma y oyó el crujido de los huesos del antebrazo al romperse contra el borde del asiento. Los ojos de Prague se abrieron de dolor e intentó decir algo con su garganta destrozada.

Turcotte siguió a Billy y Susie por la puerta izquierda trasera del helicóptero.

– ¡No os paréis! -les ordenó mientras los empujaba.

En algún punto de la parte trasera del helicóptero se encendió una llama. Turcotte se dirigió hacia el asiento delantero y desató al piloto. De repente la mano de Prague se movió y rasgó el cuerpo de Turcotte con una navaja. El filo le cortó la chaqueta de GoreTex y le causó una herida en el brazo derecho.

Turcotte sujetó con la mano derecha la izquierda de Prague, se inclinó sobre el piloto y cogió a Prague de nuevo por el cuello con la mano izquierda. Esta vez no se detuvo y apretó con todas sus fuerzas. La garganta se rompió por completo y Prague dejó de respirar.

Turcotte se echó el piloto a la espalda y se alejó corriendo del helicóptero en cuanto éste estalló en llamas.

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