Capítulo 23

RESERVA INDIA FORT APACHE, ARIZONA. 87 horas, 15 minutos.

– Creo que me quedaré aquí-dijo Nabinger.

Se habían detenido en una pequeña área de descanso de la autopista 60, en la altiplanicie del Colorado. Soplaba un viento fuerte del noroeste. Turcotte preparaba café instantáneo para todos en un microondas que había dentro de la camioneta, con las provisiones que había encontrado en un armario. Estaban sentados en las butacas del interior del vehículo pero con la puerta lateral abierta.

– Eso no podemos permitirlo -dijo Turcotte.

– ¡Éste es un país libre! -repuso Nabinger-. Puedo hacer lo que me parezca. Yo no planeé meterme en medio de una batalla.

– Nosotros tampoco -dio Kelly-, también nos hemos visto implicados. Aquí están ocurriendo más cosas de las que ninguno de nosotros puede adivinar.

– Yo sólo quería algunas respuestas -dijo Nabinger.

– Las tendrá -aseguró Kelly-. Pero si las quiere, tendrá que acompañarnos.

Nabinger no había reaccionado muy mal ante el hecho de haber sido prácticamente secuestrado y llevado en una camioneta. Kelly conocía a ese tipo de personas, pues había entrevistado a científicos como él. Muchas veces la conquista del conocimiento resultaba más importante que cualquier otra cosa que ocurriera alrededor, incluida la seguridad personal.

– Todo esto resulta increíble -dijo Nabinger. Miró a Von Seeckt-. Así que usted cree que este mensaje se refiere a la nave nodriza.

– Así es -asintió Von Seecht-. Creo que es un aviso para que no hagamos volar la nave nodriza. Creo que, sin duda, la «nave» es la nave nodriza y, francamente, yo me tomaría muy en serio lo de «nunca más», así como lo de «muerte a todos los seres vivientes».

– Si eso fuera cierto -razonó Nabinger-, significaría que los antiguos humanos fueron influidos por los alienígenas que abandonaron estas naves. Ello explicaría la cantidad de puntos en común en mitología y arqueología.

– Un momento -dijo Kelly-. Si esos escritos de la gran pirámide de Egipto se refieren a la nave nodriza y ésta fue abandonada en este continente, entonces seguramente habrá volado alguna vez.

– Claro que voló en algún momento -contestó Von Seeckt-. La pregunta es: ¿por qué dejaron de volar con ella? ¿Cuál es la amenaza?

– Yo tengo una pregunta mejor para ahora mismo. -Turcotte pasó una taza de café humeante a Von Seeckt-. En el avión, al salir del Área 51, me dijo que usted fue reclutado por los militares norteamericanos durante la Segunda Guerra Mundial. Ahora el profesor Nabinger nos explica que usted estuvo con los nazis en la pirámide. Me gustaría que nos diera una explicación, ahora.

– Estoy de acuerdo -dijo Kelly.

– No creo que… -Von Seeckt se quedó callado al ver que Nabinger abría su mochila y sacaba una daga.

– Me la dio el árabe que entonces los guió por la pirámide.

Von Seeckt cogió la daga, hizo una mueca de disgusto y luego la colocó sobre la mesa. Tomó la taza con las manos nudosas y miró al inhóspito terreno de la reserva india.

– Nací en Friburgo en mil novecientos dieciocho. Es una ciudad situada al noroeste de Alemania, no muy lejos de la frontera con Francia. La época en que crecí no corrían buenos tiempos para Alemania. En los años veinte todo el mundo era pobre y estaba disgustado por la forma en que había terminado la guerra. ¿Sabían que al final de la Primera Guerra Mundial ninguna tropa extranjera había puesto pie en territorio alemán? ¿Y que todavía ocupábamos territorio francés cuando el gobierno se rindió?

– Ahórrenos la clase de historia -dijo Turcotte. Había cogido la daga y miraba los símbolos grabados en el mango. Sabía lo que eran las SS-. Eso ya lo hemos oído antes.

– Pero lo ha preguntado -repuso Von Seeckt-. Como he dicho, en los años veinte todos éramos pobres y estábamos descontentos. En los años treinta, la gente seguía descontenta puesto que llevaba mucho tiempo en la miseria. Como dice el capitán Turcotte, todos saben lo que ocurrió. Yo estudiaba física en la Universidad de Munich cuando cayó Checoslovaquia. Entonces yo era joven y tenía…, ¿cómo decirlo?, la visión miope y egocéntrica propia de la juventud. Para mí era más importante aprobar los exámenes y obtener el título que el mundo que se estaba gestando alrededor.

»Mientras estudiaba en la universidad, no sabía que me estaban espiando. Las SS habían creado ya en esa época una sección especial para controlar las cuestiones científicas. Sus comandantes informaban directamente a Himmler. Hicieron una lista de científicos y técnicos que pudieran ser de utilidad para el partido y mi nombre se encontraba en ella. Fueron a verme en el verano de mil novecientos cuarenta y uno. Había que hacer un trabajo especial, me dijeron, y yo debía colaborar. -Por primera vez, Von Seeckt apartó su mirada del desierto y miró a cada uno de los presentes, uno por uno-. Una de las ventajas de ser un viejo moribundo es que puedo decir la verdad. No voy a mentir ni gimotear, como hicieron muchos colegas míos al final de la guerra, ni diré, por lo tanto, que trabajé contra mi voluntad. Alemania era mi país y estábamos en guerra. Hice lo que consideré que era mi deber y colaboré porque así lo quise.

»La cuestión que siempre se pregunta es: ¿Y los campos de concentración? -Von Seeckt se encogió de hombros-. En un nivel superficial de la verdad diría que no sabía nada cierto sobre ellos. La verdad profunda es que no me preocupé por saberlo. Había rumores, pero no me ocupé de comprobarlos. Repito, mi interés era yo y mi trabajo. Sin embargo, esto no excusa lo ocurrido ni mi participación en la guerra. Es, simplemente, lo que ocurrió.

»Yo trabajaba cerca de Peenemünde. Los mejores trabajaban en cohetes. Yo estaba en otro grupo, haciendo un trabajo teórico con la esperanza de que se le encontrara una aplicación futura. Tenía algo que ver con la posibilidad de crear un arma atómica. Podrán obtener detalles al respecto en otras fuentes. El problema residía en que nuestro trabajo era fundamentalmente teórico, se encontraba en la fase de establecer fundamentos, y los que estaban al mando no tenían mucha paciencia. Alemania estaba luchando en dos frentes e imperaba el sentimiento de que cuanto antes terminara la guerra, mejor, y de que necesitábamos las armas en la práctica, no en teoría.

– ¿Ha dicho que trabajaba en Peenemünde? -interrumpió Kelly con un tono brusco de voz.

– Sí.

– Pero ha dicho también que no intentó saber nada sobre los campos. -Como Von Seeckt permaneció callado, Kelly continuó-: No venga ahora con mentiras. ¿Qué hay del campo de concentración Dora?

Una ráfaga de viento procedente del desierto entró en la camioneta y dejó helado a todo el grupo.

– ¿Qué era Dora? -preguntó Turcotte.

– Un campo que facilitaba trabajadores a Peenemünde -explicó Kelly-. Los prisioneros fueron tratados allí con la misma crueldad y brutalidad que en otros campos más famosos. Cuando el ejército norteamericano lo liberó, por cierto, la víspera de la muerte de Roosevelt, encontraron más de seis mil muertos. Y los supervivientes no estaban muy lejos de morir. Trabajaban para gente como él -señaló con la barbilla la espalda de Von Seeckt-. Mi padre trabajó para la OSS y estuvo en Dora. Fue enviado para obtener información sobre el destino que habían corrido algunos miembros de la OSS y del EOE que habían intentado infiltrarse en Peenemünde durante la guerra para impedir la producción de V2.

»Me explicó cómo era el campo y el modo en que entraron los Aliados. Aparecieron los agentes del servicio secreto y el personal que se encargaba de los crímenes de guerra y se pelearon entre ellos por los prisioneros alemanes. Así, algunos de los peores fueron rescatados por el servicio secreto y nunca fueron a juicio. Los del servicio secreto trataron mejor a los científicos alemanes que a los supervivientes de los campos a causa de los conocimientos que esos hombres tenían. Fue como si pasaran por encima de los cadáveres.

– Ahora sí sé lo que ocurrió en Dora -intervino Von Seeckt cuando Kelly se detuvo para tomar aire-, pero entonces no lo sabía. Abandoné Peenemünde en la primavera del cuarenta y dos. Eso fue antes-su voz se rasgó- de que todo se viniera abajo. -Alzó una mano para hacer callar a Kelly, que iba a empezar a hablar otra vez-. En estos años me he preguntado qué habría ocurrido si no hubiera sido enviado fuera de Alemania. ¿Qué habría hecho? -Se volvió hacia los otros tres-. Me gustaría creer que habría actuado de forma distinta a la mayoría de mis colegas. Pero antes ya he hablado de la honestidad que debe tener un anciano. Honestidad para hacer las paces con uno mismo y con Dios, si es que se cree en Dios. Y la respuesta más cierta a la que he llegado tras muchos años es que no, que no hubiera reaccionado de un modo distinto. No me habría rebelado ni habría dicho nada contra la maldad.

»Lo sé seguro porque tampoco lo hice aquí, en este país, cuando vi las cosas que ocurrían en el Área 51. Ni cuando oí rumores sobre lo que ocurría en Dulce. -Von Seeckt dio un golpe con la mano contra la mesa-. Pero ahora estoy intentando reconciliarme y ser sincero. Por esto estoy aquí.

– Todos estamos intentando reconciliarnos -dijo Turcotte-. Continúe con su historia. ¿Dijo que dejó Peenemünde en la primavera del cuarenta y dos?

– En efecto -asintió Von Seeck-, fue en la primavera del cuarenta y dos. Lo recuerdo bien. Fue la última primavera que pasé en Alemania. Mi jefe de sección apareció un día con una orden por la que me asignaban a otra misión. Por aquel entonces yo era el miembro más joven del equipo de investigación y no me iban a echar de menos. Por eso fui seleccionado. Cuando pregunté a mi jefe cuál era mi destino, se rió y dijo que iría a cualquier lugar que dictara la clarividencia del Jesuíta Negro. -Al notar las miradas de incomprensión, Von Seeckt explicó-: Así era como los de ahí dentro llamaban a Himmler, el Jesuíta Negro. -Calló y cerró los ojos-. Las SS se parecían mucho a una secta religiosa. Tenían sus propias ceremonias, ritos y dichos secretos. Si un oficial de las SS me preguntaba por qué obedecía, mi respuesta literal debía ser: Por convicción íntima, por mi fe en Alemania, en el Führer, en el Movimiento y en las SS. Ése era nuestro catecismo.

»Se rumoreaban muchas cosas de Himmler y de los otros que se encontraban en los puestos importantes. Sobre cómo creían en cosas en que la mayoría de nosotros no creíamos. ¿Sabían que en el invierno del cuarenta y uno nuestras tropas fueron enviadas contra Rusia sin estar provistas del equipo adecuado contra el frío? Y no fue porque no dispusiésemos de ese material en los almacenes de Alemania, sino porque un vidente le dijo a Hitler que el invierno sería suave y él se lo creyó. Resultó ser uno de los más duros jamás registrados, y miles de soldados perecieron congelados únicamente debido a una visión.

»Así pues, mis colegas científicos vieron una tarea ridícula y enviaron al hombre más joven. Sin embargo, los hombres con los que trabajé para llevar a cabo esa misión no la creían ridícula. Tenían información que no compartieron conmigo. La seriedad con que me enviaron a llevar a cabo la misión era inequívoca. -Von Seeckt sonrió-. Yo mismo me puse muy serio cuando supe hacia dónde nos llevaba aquella misión: a El Cairo, tras las líneas enemigas. Me dijeron que debía estar preparado para encontrar y guardar algo que podría ser radiactivo.

»Fuimos en tren hasta el sur de Italia. Allí, un submarino nos condujo por el Mediterráneo hasta Tobruk, donde nos facilitaron camiones y guías locales. El Octavo Regimiento Británico estaba en una situación confusa y en retirada, así que infiltrarse en sus líneas y pasar a El Cairo no resultó tan difícil como temía, a pesar de que durante el trayecto se produjeron algunos contratiempos.

Turcotte tomó un sorbo de café, que ya estaba frío. La historia era interesante, pero no sabía de qué manera podría ayudarlos en la situación actual. Además, advertía que Kelly estaba muy molesta por las revelaciones que había hecho Von Seeckt sobre su pasado. Por su parte, a Turcotte no le hacia la menor gracia la conexión con las SS. Von Seeckt podía admitir lo que quisiera, pero eso no lo hacía mejor ante los ojos de Turcotte. La confesión no hace que un crimen desaparezca.

– El mayor Klein estaba al mando del grupo -prosiguió Von Seeckt-. No compartía su información con nosotros. Nos dirigimos a la orilla occidental del Nilo y entonces supimos cuál era nuestro destino: la gran pirámide. Todavía me sentí más confundido cuando penetramos por el túnel de la pirámide en medio de la noche, yo con mi detector de radiactividad. ¿Por qué estábamos allí?

»Fuimos bajando mientras Klein se dirigía una y otra vez a un hombre que llevaba un trozo de papel al que consultaba. El hombre señaló un punto, y Klein ordenó a sus hombres, un escuadrón de las tropas del desierto de las SS, que echaran abajo una pared. Nos colamos por una abertura hasta otro túnel que también iba hacia abajo. Todavía tuvimos que atravesar dos paredes más antes de acceder a una cámara.

– La cámara inferior -intervino Nabinger-. Donde yo encontré estas palabras.

– Donde usted encontró estas palabras -repitió Von Seeckt, al tiempo que por la carretera pasaba un camión cargado con ganado.

– ¿Qué encontró en la cámara? -preguntó Nabinger.

– Bajamos y rompimos las últimas paredes que llevaban a la cámara. Allí había un sarcófago intacto. Klein me ordenó utilizar mi aparato. Lo hice y me sorprendí al detectar un nivel elevado de radiación dentro de la cámara. No era peligroso para los humanos, pero aun así, no había razón para que hubiera radiactividad. Era mucho más elevada de lo que sería normal en el caso de una radiación de fondo. Klein no se inmutó. Tomó un pico y levantó la tapa.

»Al mirar por encima de su hombro me sorprendí. Allí dentro había una caja de metal negra. El metal estaba cuidadosamente labrado; no podía ser obra de los antiguos egipcios. Me preguntaba a mí mismo cómo habría llegado allí. No tuve tiempo para pensar más en ello. Klein me ordenó coger la caja, lo hice y la cargué en la mochila. Era muy grande, pero no excesivamente pesada. Tal vez unos dieciocho kilos. En aquella época yo era mucho más fuerte.

«Abandonamos la pirámide del mismo modo en que habíamos entrado. Fuimos hacia nuestros camiones y nos dirigimos hacia el oeste aprovechando que la oscuridad todavía ocultaba nuestros movimientos. Durante el día estuvimos escondidos en las dunas. Teníamos dos guías árabes que se habían quedado en los camiones para mostrarnos el camino y nos condujeron hacia el oeste.

»A la tercera noche nos tendieron una emboscada. -Von Seeckt se encogió de hombros-. No sé si fue deliberadamente. Los árabes trabajaban para quien más les pagara. No era raro que los mismos guías trabajasen para los dos bandos. Realmente no importa. El camión que iba delante recibió un impacto directo de un tanque británico. Las balas atravesaron las cubiertas de lona de la parte trasera del camión donde yo me encontraba. Salté encima de la caja para protegerla. Aquélla era mi tarea: proteger la caja. Klein estaba a mi lado. Sacó una granada, pero seguramente le dispararon antes de que pudiera tirarla puesto que, al hacerlo, cayó a mi lado. La aparté de mi lado y la tiré a la parte de atrás, a la arena y allí explotó. Aparecieron militares británicos por todas partes. Klein todavía estaba con vida. Intentó luchar pero le dispararon varias veces. A mí me cogieron, y también la caja.

– Klein no dejó caer aquella granada -interrumpió Turcotte.

– ¿Cómo dice? -Por un momento Von Seeckt se quedó fuera de su historia.

Desde la puerta Turcotte miraba la carretera, donde el camión de ganado era ya un punto que desaparecía en el horizonte.

– Klein tenía órdenes de matarlo a usted y destruir la caja.

– ¿Cómo puede saber eso? -preguntó Von Seeckt.

– Puede que ocurriera hace cincuenta años, pero hay muchas cosas que no cambian. Si no podían llevarse la caja con seguridad, no querían que el otro bando la consiguiera y se llevara además el conocimiento que usted tenía. Éste es el modo en que hubiera ido una misión como ésa. Los británicos hicieron lo mismo cuando enviaron especialistas a controlar los puntos de radar alemanes a lo largo de la costa francesa durante la guerra. Sus hombres tenían órdenes de matar a los especialistas antes de que fueran capturados por su conocimiento sobre los sistemas de radar británicos.

– ¿Sabe que después de tantos años no se me había ocurrido? -dijo Von Seeckt-.Y debería haberlo hecho después de todo lo que he visto desde entonces.

– Bueno, eso está muy bien -dijo Nabinger con impaciencia-, pero hasta ahora no es importante. Lo que importa es lo que había en la caja.

– La caja estaba sellada cuando la encontramos y Klein no me permitió abrirla. Como mi amigo el capitán Turcotte ha señalado tan acertadamente, Klein quería cumplir las normas a rajatabla. Así que los británicos nos cogieron, a mí y la caja, y nos sacaron de ahí rápidamente. Primero regresé al Cairo. Luego, en un avión… -Von Seeckt hizo una pausa-. Baste con decir que finalmente acabé en Inglaterra, en las manos del EOE.

– ¿EOE? -preguntó Nabinger.

– Ejecutivo de Operaciones Especiales -dijo Kelly.

– Así es -asintió Von Seeckt-. Me interrogaron y les dije lo que sabía, que no era mucho. Comprobaron también la caja para ver si era radiactiva. Tuvieron una lectura positiva. -Miró a Kelly y se dio cuenta de que su estado de ánimo cambiaba-. ¿Sabe algo del EOE?

– Como dije antes, mi padre estuvo en la OSS. La versión norteamericana del EOE.

– Esto es lo más curioso -dijo Von Seeckt frotándose la barba-. El EOE me cedió a la OSS. Por lo visto, la radiactividad era una especialidad norteamericana.

– ¿Los británicos tampoco abrieron la caja? -Nabinger se esforzaba por no perder la paciencia.

– No pudieron hacerlo -puntualizó Von Seeckt-. Así que, me enviaron a los Estados Unidos. La caja iba en el mismo avión. Al fin y al cabo, los británicos tenían una guerra en la que combatir y, por lo visto, había cosas más importantes que atender. Además, como luego se vería, la radiactividad era ciertamente la especialidad de los norteamericanos.

– ¿Se consiguió abrir alguna vez la caja? -gimió casi Nabinger.

– Sí, sí, se abrió -afirmó Von Seeckt-. Los norteamericanos lo consiguieron. Me retuvieron en un lugar a las afueras de Washington, en algún punto del campo. Todavía hoy no puedo decir dónde estuve. A la caja la enviaron a otro lugar y a mí me interrogaron. Luego pareció que se olvidaban de mí durante algunas semanas. Un día dos hombres aparecieron en la celda de mi prisión. Uno era un teniente coronel, y el otro, un civil. Me llevaron a otro lugar -Von Seeckt indicó hacia el noreste» a la carretera-. A Dulce.

– ¿Y la caja? -Nabinger estaba exhausto.

– En la caja había una pequeña arma nuclear -dijo Von Seeckt.

– ¡Oh mierda! -exclamó Turcotte-. ¿Dónde nos hemos metido?

– ¿Enterrada bajo la gran pirámide durante diez mil años? -preguntó Nabinger reclinándose lentamente en su asiento.

– Enterrada bajo la gran pirámide durante unos diez mil años -confirmó Von Seeckt-. Naturalmente, al principio sólo pudimos adivinar lo que era. Los norteamericanos estaban sólo al inicio del proyecto Manhattan, por lo que nuestros conocimientos eran bastante primitivos comparados con los de la actualidad. Diez años antes probablemente no habríamos sabido lo que había en la caja.

«Sacamos la bomba con mucho cuidado. -Von Seeckt soltó una risita-. Los norteamericanos pensaron siempre que yo sabía más de lo que en realidad sabía. Al fin y al cabo, me habían encontrado a mí con esa maldita cosa. La verdad es que a medida que trabajábamos, cuanto más estuve ahí, más aprendí. Sin embargo, aun con la tecnología de hoy no creo que seamos capaces de hacer una bomba tan pequeña, liviana y eficaz como la que estudiamos. Era extraña. Hay cosas que todavía hoy no entiendo. Pero fuimos capaces de aprender lo suficiente para, junto con el trabajo realizado en otros lugares, construir las bombas que empleamos para poner fin a aquella guerra.

– Así que, ¿la bomba de la pirámide era de la misma gente que construyó esos discos y la nave nodriza? -La pregunta de Nabinger era puramente retórica-. Esto resuelve muchas preguntas y problemas sobre la pirámide y el porqué de su construcción. Tal vez…

– Profesor. -La voz de Turcotte irrumpió igual que el viento frío que soplaba desde la puerta-. Esas preguntas pueden esperar. Ahora necesitamos avanzar por la carretera. No estamos lejos de Dulce y tenemos que esperar a que anochezca para intentar lo que sea, pero me gustaría echar un vistazo por ahí a la luz del día. Pueden continuar con esto durante el camino.

Mientras Von Seeckt y Nabinger subían a la parte trasera de la camioneta, Kelly agarró a Turcotte por el brazo y se acercó a él.

– ¿Viste alguna vez esa nave nodriza que tanto preocupa a Von Seeckt?

– No. Sólo vi los agitadores pequeños. -Turcotte la miró-. ¿Por qué?

– Porque sólo tenemos la palabra de Von Seeckt de que eso existe. Y esa historia en la que admite las cosas que hizo durante la Segunda Guerra Mundial no me ha conmovido. ¿Qué pasaría si hubiera algo más que no nos cuenta? ¡Por Dios, era de las SS!

– ¿Hay alguna cosa en concreto que te haga dudar de su historia y de lo que está ocurriendo ahora? -preguntó Turcotte.

– He aprendido a cuestionar las cosas. Mi razonamiento es: si la nave nodriza no existe, entonces tal vez todo esto sea una trampa. Y si existe, también todo esto puede ser una trampa.

– ¿Una trampa para qué? -preguntó Turcotte.

– Si lo supiera, sabría que es una trampa -repuso Kelly.

– Me gusta eso: pensamiento paranoico. -Una pequeña sonrisa asomó en los labios de Turcotte-. Me hace sentir casi cuerdo.

– En cuanto podamos, te contaré mi historia y entenderás el porqué de la paranoia.


EL CUBO, ÁREA 51.


– General. -El doctor Slayden inclinó su cabeza en dirección a Gullick y luego saludó a las demás personas que había en la sala-. Caballeros, señora.

Slayden era un hombre de edad avanzada, el segundo de mayor edad del comité después de Von Seeckt; en vista de la butaca desocupada en el lado derecho de la mesa, ahora era el más anciano. Calvo y con la frente llena de arrugas, su rasgo sobresaliente lo constituían sus cejas blancas y pobladas, que contrastaban con su cabeza despoblada.

El general Gullick siempre había considerado al doctor Slayden como un miembro sin valor de Majic12, pero la visita de la doctora Duncan lo había forzado a encontrar algún modo de ganar tiempo. Aquel psicólogo había sido la respuesta.

El doctor Slayden empezó.

– En el campo de la ciencia ficción se han hecho muchas películas y se han publicado muchos libros sobre la reacción de la gente de la Tierra ante los alienígenas, tanto si éstos nos visitaran aquí en la Tierra como si en el futuro nos expandiéramos hacia las estrellas. De hecho, en las últimas décadas ha habido varios grupos de trabajo del gobierno que se han dedicado a analizar posibles reacciones de la gente ante el contacto con formas de vida extraterrestre.

»Mientras el Proyecto Libro Azul fue el guardián oficial de las Fuerzas Aéreas para objetos voladores no identificados, se creó un grupo de estudio secreto formado por psicólogos sociales y representantes militares con el objeto de preparar planes de contingencia ante el contacto con alienígenas. Estos proyectos formaron parte del ámbito de la Agencia de Proyectos de Investigación Avanzada de Defensa. Yo fui uno de los miembros fundadores del comité de contactos de la agencia.

»Inicialmente, el problema que teníamos era teórico. -El doctor Slayden sonrió-. Por aquel entonces, los del comité no sabíamos de la existencia de esta instalación. También estábamos muy limitados por consideraciones éticas y de seguridad. Trabajábamos en el campo de dinámicas de grupos amplios: ¿cómo respondería la gente de la Tierra ante una entidad exterior? La posibilidad de efectuar experimentos realistas era prácticamente nula. De hecho, nuestros datos de investigación más válidos proceden de la reacción del público ante la película La guerra de los mundos, de Orson Welles, en 1978.

»El resultado más relevante ante esa película fue la histeria en masa y el miedo. Como muestra esta tabla…

Mientras el doctor Slayden proseguía su actuación, el general Gullick fijaba su atención en la pantalla del ordenador incorporada a la mesa que tenía delante. Todos los presentes ya sabían que lo que el doctor Slayden dijera no era importante. Todos menos uno, la doctora Duncan, y éste era el objetivo principal de esa reunión informativa.

No había nada nuevo de las fuerzas operativas Lincoln sobre los cazas Fu ni tampoco sobre Von Seeckt y los otros tres objetivos. Gullick volvió a dirigir de mala gana su atención a la reunión.

– Sin embargo -estaba diciendo el doctor Slayden-, nadie había considerado la posibilidad de que nuestra exposición a la vida alienígena se produjera con el descubrimiento de los discos y la nave nodriza, una especie de descubrimiento arqueológico de vida extraterrestre. Ha habido personas, la mayoría de ellas majaderas, que señalaron distintos artefactos y símbolos del planeta como señales de que en el pasado habíamos sido visitados por formas de vida alienígenas. Los agitadores y la nave nodriza son una prueba irrefutable de lo que ocurrió. Esto nos brinda varios retos y también una gran oportunidad.

El doctor Slayden se había olvidado de que se trataba fundamentalmente de una sesión informativa de propaganda dirigida a la doctora Duncan y estaba totalmente inmerso en el tema.

– Verán, una de las variables incontrolables en la teoría del contacto era que éste se produjese a discreción de los propios extraterrestres, es decir, que ellos vinieran a nosotros. O bien que el hallazgo de pruebas de que el planeta había sido visitado en el pasado por alienígenas llegase a la prensa de forma incontrolada. Sin embargo, aquí, en el Área 51, esta variable está controlada. Tenemos las pruebas y depende de nosotros revelar esa información. Al controlar la variable podemos preparar, tanto al público como a nosotros mismos, para el momento de dar a conocer la noticia. -El doctor Slayden miró a la doctora Duncan y siguió hablando-: Es posible que en los últimos años haya advertido un aumento de informes en la prensa sobre el Área 51. Estas informaciones no han surgido de la nada. Hemos hecho muchas cosas premeditadamente a fin de crear un fundamento para que el público acepte la revelación de lo que tenemos aquí.

«Contrariamente a lo que la prensa ha dicho, la seguridad que tenemos no se ha diseñado para mantener alejados a los observadores, sino para que éstos vean lo que nosotros queremos que vean. Podríamos haber impedido el acceso a todos los puntos de avistamiento del área de Groom Lake. En cambio, en algunos momentos y lugares hemos dejado fisuras en nuestra red de seguridad para permitir que se observaran y consignaran estímulos visuales y auditivos diseñados.

«También utilizamos agentes de desinformación. Un ejemplo famoso es un hombre llamado Steve Jarvis, que dice haber trabajado durante años aquí, en el Área 51. En realidad, Jarvis es un agente de los nuestros encargado de revelar información a la prensa. Algunos de los datos que da son ciertos, y otros, falsos. Todo esto está diseñado específicamente para preparar a la gente a aceptar sin temor lo que tenemos aquí. Hace años efectuamos una prueba de información pública, cuando las Fuerzas Aéreas presentaron el caza Stealth F117 y lo mostraron públicamente. No había una razón militar o de seguridad válida para revelar la existencia del caza Stealth.

De hecho, las fuerzas armadas se opusieron enérgicamente a la presentación en público. En cualquier caso, la operación se llevó a cabo para calibrar la reacción de los medios de comunicación y de la gente ante algo que previamente el gobierno mantuvo en secreto. Como pueden ver en los datos de…

Gullick se acordaba muy bien del acontecimiento. El ejército organizó un buen revuelo por hacer público el F117. Pero para Gullick lo interesante era que Slayden y sus majaderos doctores emplearon las tablas del personal general de las Fuerzas Aéreas para mostrar los efectos beneficiosos que la publicación tendría en el momento de negociar el presupuesto en el Congreso. Al final las Fuerzas Aéreas se mostraron entusiastas ante el acontecimiento. No obstante, Gullick no era tan tonto como para creer que el anuncio del F117 se asemejaba a anunciar la existencia de la nave nodriza. Pero, de todos modos, eso sonaba muy bien.

Naturalmente, Slayden mostraba a la doctora Duncan sólo la punta del iceberg. Slayden y su gente ya había presentado antes una de las verdades de la preparación psicológica: la sobreestimulación. Hacer creer a la gente que la verdad era mucho peor de lo que en realidad era, constituía uno de los principales objetivos de las misiones Nightscape.

Nightscape había efectuado numerosas mutilaciones a animales, vuelos de los discos sobre zonas rurales e incluso secuestros de personas. No se podía permitir que la doctora Duncan supiera todo eso. El propio Slayden no conocía el alcance real de Nightscape; ignoraba para qué se llevaban las personas secuestradas o las partes de los animales a Dulce. Gullick se frotó el lado derecho de la cabeza, molesto por el timbre de voz de Slayden. «Malditos cabrones académicos», pensó Gullick mientras comprobaba su pantalla de nuevo, buscando una actualización de la búsqueda de los cazas Fu y del grupo de Von Seeckt.

Gullick observó a la doctora Duncan en la mesa de reuniones. Le molestaban los extraños que se lamentaban y se quejaban del secretismo y la seguridad del gobierno. Lo consideraba una paradoja extraña; le resultaba incomprensible que los demás no vieran las cosas del modo en que él las veía. Si el público fuera capaz de saberlo todo, entonces no habría necesidad de secretos porque el mundo viviría en armonía. La misma gente que desacreditaba al gobierno era la que lo convertía en necesario. Si todos tuvieran la autodisciplina que él o sus militares tenían, el mundo sería un lugar mejor, pensó Gullick mientras esperaba con impaciencia el final de la reunión para volver al trabajo de verdad.

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