Capítulo 13

LAS VEGAS, NEVADA. 220 horas, 30 minutos.

– Díganme, señor Mike Turcotte y profesor Werner von Seeckt, ¿son ustedes los buenos o los malos? -preguntó Kelly. Fue a encender un cigarrillo-. No les importa ¿verdad? -preguntó señalando el cigarrillo.

– Si fuera joven, me fumaría uno -dijo Von Seeckt. Estaban sentados en la habitación del hotel de ella, haciendo las presentaciones.

– ¿Por qué nos seguías? -preguntó Turcotte-. No irás a decir que simplemente estabas en aquel aparcamiento.

– No os diré nada hasta que me digáis quiénes sois y por qué esos tipos os disparaban -repuso Kelly.

Von Seeckt sacó un trozo de papel de su abrigo y lo observó.

– Para responder a la primera pregunta, como dicen ustedes los norteamericanos, nosotros somos los buenos.

– Y los tipos de Nellis -dijo Kelly-. ¿Son ésos los malos? ¿Quiénes son?

– El gobierno -intervino Turcotte-. Mejor dicho, una parte de nuestro gobierno.

– Lo intentaremos de nuevo -dijo Kelly-. ¿Por qué les han disparado?

Turcotte dio una breve explicación de los acontecimientos de las últimas veinticuatro horas, del Área 51 al Nido del Diablo, pasando por el Cubo, el edificio anexo al hospital y el intento de asesinato de Von Seeckt a manos del doctor Cruise.

– ¡Venga ya! -dijo Kelly cuando él finalizó- ¿Esperas que me trague eso?

– Me importa una mierda lo que tú te creas -repuso Turcotte.

– Oye, no te pongas chulo conmigo -advirtió Kelly-. Te acabo de salvar el pellejo.

– Eso es tan cierto como lo que acabo de contarte -repuso Turcotte.

Para su sorpresa Kelly se echó a reír.

– Bien dicho.

– Bueno, ya te he explicado nuestra historia -dijo Turcotte-. ¿Qué hacías ahí?

– Estoy buscando a un amigo que desapareció cuando intentaba infiltrarse en el Área 51, y vosotros acabáis de salir del avión transportador que viene de aquel sitio. No tenía la intención de meterme en un tiroteo. ¿Habéis oído algo de un periodista llamado Johnny Simmons, que fue descubierto al intentar entrar en el Área 51 hace dos noches?

– Aquella noche hubo mucho movimiento -dijo Turcotte. Miró a Von Seeckt.

– Si ha desaparecido intentando entrar en el Área 51, o está muerto o ha sido conducido a las instalaciones del gobierno en Dulce, Nuevo México -afirmó Von Seeckt.

Turcotte recordó que Prague había mencionado ese lugar.

– No creo que esté muerto -dijo Kelly-. El hombre que iba con él, un tipo llamado Franklin, se dijo que había muerto en un accidente de tráfico aquella noche. Si quisieran asesinar a Johnny les habría resultado muy fácil colocarlo en el coche con Franklin. Creo que todavía está con vida. Esto significa que tenemos que ir a Nuevo México.

– Un momento… -empezó a decir Turcotte mientras Von Seeckt asentía con la cabeza.

– Sí, tenemos que ir a Nuevo México. En Dulce hay algo que todos necesitamos. ¿Podría conducirnos allí con el coche?

– Sí. Conozco un sitio en Phoenix donde podemos hacer un alto en el camino -dijo Kelly.

Turcotte se sentó en el sofá y se restregó la frente. Tenía mucho dolor de cabeza y notó que iba empeorando. Su costado le dolía y se sentía cansado.

– No. No iremos a ningún sitio -dijo.

– Puedes quedarte aquí -repuso Kelly-. Yo voy a buscar a Johnny.

– Tenemos que estar juntos -dijo Von Seeckt en alemán.

– ¿Por qué? -le respondió Turcotte en el mismo idioma.

– ¡Oye! -exclamó Kelly-. Nada de alemán en mi presencia.

– Le decía a mi amigo que tenemos que estar juntos -explicó Von Seeckt.

– No. Estoy harto de todo esto -se opuso Turcotte-. Yo ya he cumplido con mi deber y ahora es el momento de que alguien se encargue de nosotros. -Descolgó el teléfono.

– ¿A quién vas a llamar?

– No es asunto tuyo -dijo Turcotte. Empezó a marcar el número de teléfono que la doctora Duncan le había dado. Al marcar el octavo número, la línea se cortó. Al levantar la vista vio a Kelly con el cable en la mano; lo había desenchufado de la pared.

– Es mi teléfono -dijo.

– ¡Esto no es un juego! -exclamó Turcotte colgando el teléfono con brusquedad.

– ¡Ya sé que no es un juego! -respondió Kelly también en voz alta-. Me acaban de disparar. Mi mejor amigo ha desaparecido. Él, -señaló a Von Seeckt,- estuvo a punto de ser asesinado. ¡No creo que nadie en esta habitación piense que esto es un juego!

– Vuelve a enchufar el teléfono -dijo Turcotte muy lentamente.

– No.

Cuando Turcotte empezaba a incorporarse, Kelly levantó una mano.

– Escucha. Antes de que alguien de nosotros haga algo vamos a ponernos al día.

– De acuerdo -dijo Von Seeckt.

– ¿Quién dijo que íbamos a votar? -preguntó Turcotte. Cruzó la habitación y abrió la puerta.

«Que se jodan», pensó. Estaba cansado y herido y no quería hacer otra cosa que olvidarse del Área 51 y de todo aquel embrollo. Había cumplido con su tarea y eso casi le cuesta la vida. No podían pedirle más.

Bajó a la recepción y entró en la primera cabina de teléfonos. Llamó al número de la doctora Duncan con su tarjeta telefónica. Sonó tres veces y luego descolgaron, pero la respuesta no fue la que esperaba.

Se oyó una voz pregrabada. «El número marcado ha sido dado de baja. Compruebe el número y vuelva a marcar.»

Turcotte volvió a marcar los diez números. Estaba seguro de que eran los correctos. Y obtuvo la misma respuesta.

– ¡Mierda! -exclamó mientras colgaba furioso el aparato. Una mujer que telefoneaba dos cabinas más atrás lo miró con reprobación.

Fue al ascensor. ¿Acaso el número era falso? ¿Le habían colgado cuando entró la llamada? ¿Qué estaba ocurriendo?

Abrió la puerta. Kelly apenas levantó la vista. La tenía clavada en Von Seeckt.

– Pero ¿cómo consiguió el gobierno esos agitadores? ¿Por qué los esconden y esparcen esta mierda de engaños? ¿Qué era aquella pequeña esfera que provocó el accidente en el helicóptero de Turcotte? ¿Por qué intentan matarlo si usted es uno de ellos, uno de Majic12?

– Porque se les ha ido de las manos -explicó Von Seeckt-. Se les está yendo de las manos. -Se corrigió-. En cuatro días habrán traspasado la línea.

– ¿Qué línea? -preguntó Kelly.

– Bienvenido, joven amigo -saludó Von Seeckt-. ¿Has decidido quedarte con nosotros?

– No he decidido nada -musitó Turcotte. Se dejó caer en una de las sillas que había junto a la ventana.

– Ésta es la historia más fascinante que ha habido en años -admitió Kelly.

– Y si la proclamas, tu amigo morirá. -Turcotte no pudo evitar decirlo.

– Esa llamada de teléfono no parece que te haya animado -dijo Kelly.

Turcotte no dijo nada.

– Tenemos que hacerlo por nuestra cuenta -dijo Von Seeckt.

– ¿Hacer qué? -preguntó bruscamente Turcotte.

Von Seeckt miró el papel que tenía en la mano y leyó:

– Poder sol; prohibido; lugar origen, nave, nunca más; muerte a todos los seres vivientes.

– ¿Qué? -Turcotte estaba totalmente confundido.

– ¿Me permite utilizar el teléfono, por favor? -preguntó Von Seeckt a Kelly.

– Por supuesto.

– ¿Cómo le permites hacer una llamada? -preguntó Turcotte.

– Ha dicho por favor -respondió Kelly.

– Espere un momento -dijo Turcotte a Von Seeckt reteniéndolo con una mano-. Al igual que ella, estoy bastante perdido en este asunto. Pero todos estamos metidos en la misma mierda. Sé lo que pasó en Nebraska. Y vi lo que intentaron hacerle a usted en el edificio adjunto al hospital. Y he visto lo que tienen en esos hangares en el Área 51, pero no sé qué cono está pasando. Antes de hacer ninguna llamada de teléfono, díganos lo que está pasando.

– El día quince de este mes van a intentar activar la unidad de propulsión de la nave nodriza. Temo que cuando el motor se ponga en marcha se producirá una catástrofe.

– Ya sé que… -Turcotte empezó a decir.

– ¿La nave nodriza? -interrumpió Kelly.

Eso requirió una breve descripción por parte del profesor Von Seeckt.

– ¿Por qué poner en marcha el motor puede ser catastrófico? -preguntó Kelly.

– No lo sé exactamente -admitió Von Seeckt-, pero hay una persona que tal vez lo sepa. Por eso necesito utilizar el teléfono. -Miró a Kelly-. Dígame la dirección donde estaremos en Phoenix. -Kelly se la dio y Von Seeckt llevó el teléfono a la habitación y cerró la puerta tras de sí.

Turcotte frunció el entrecejo pero tuvo que ceder ante la situación.

– Gracias por recogernos con el coche.

– Más vale tarde que nunca -dijo ella.

– ¿Qué?

– Olvídalo -señaló hacia el dormitorio-. ¿Está en sus cabales?

– Tanto como yo -respondió Turcotte.

– Fantástico.


EL CUBO, ÁREA 51.


El general Gullick hizo crujir los dedos y miró a los asistentes sentados alrededor de la mesa de reuniones. El doctor Cruise sostenía una bolsa de cubitos contra la sien. Los demás miembros del círculo también estaban ahí. Naturalmente, la doctora Duncan no había sido informada de la reunión.

– Prioridades -dijo Gullick-. Uno. La puesta en marcha de la nave nodriza y del sistema de propulsión. ¿Ferrell?

– Según el programa -dijo el doctor Ferrell-. Estamos analizando los datos derivados de la puesta en marcha.

– ¿Qué hay del efecto físico que indicó la doctora Duncan?

– No lo sé -Ferrell negó con la cabeza-. Fue la única que resultó afectada. El único cambio de las variables es que ella es mujer.

– ¿Y qué? -dijo Gullick.

– Tal vez el efecto de las ondas del motor afecte a las mujeres de forma distinta.

– ¿Es algo significativo? -preguntó Gullick.

– No, señor.

– ¿Algún problema previsible?

– No, señor.

– Dos -continuó Gullick-. El caza Fu. ¿Almirante Coakley?

– Tengo tres barcos en ruta hacia el punto donde se sumergió. Uno es el USS Pigeon, un barco de rescate de submarinos. Está preparado para enviar un mini submarino al fondo de esa zona.

– ¿Tiempo previsto de llegada y hora de rescate? -quiso saber Gullick.

– La llegada está prevista para dentro de unas seis horas. El rescate, si lo encuentran y está intacto, en el plazo de veinticuatro horas -respondió Coakley.

– ¿Qué significa «si lo encuentran»?

– Es un objeto pequeño, general -explicó Coakley-. Ha desaparecido en aguas profundas y no estamos seguros de que continúe estando allí.

– Lo encontrarán -afirmó Gullick.

– Sí, señor.

– Señor… – Quinn calló.

– ¿Qué? -dijo Gullick bruscamente.

– ¿Y si aquel caza Fu no fuera el único? Los informes que tenemos de la Segunda Guerra mundial señalan avistamientos múltiples. Hubo tres que volaron con el Enola Gay.

– ¿Y qué ocurriría si no fuera el único? – repitió Gullick.

– El patrón que hemos observado con este que se hundió en el océano Pacífico indica que estaba esperando en algún punto de las cercanías y que interceptó al agitador número tres al salir del área.

– ¿Y? -dijo Gullick.

– Bueno, señor, podría ser que hubiera otro de estos cazas Fu por las cercanías e interceptara la prueba de vuelo de la nave nodriza. Obviamente, de algún modo los cazas Fu están informados de nuestras operaciones.

El general Gullick consideró esa posibilidad. Había dedicado mucho tiempo a la prueba de vuelo de la nave nodriza. Aquélla era una situación nueva; había que buscar un modo de hacerle frente.

– ¿Tiene alguna sugerencia, mayor?

– Creo que deberíamos inspeccionar y comprobar si hay algún otro en las cercanías. El último reaccionó con un vuelo del agitador. Si hubiera algún otro por aquí, es posible que reaccionara ante otro vuelo del agitador, con la diferencia de que esta vez estaríamos más preparados.

– Bien -asintió Gullick-. No podemos permitirnos que el día quince algo vaya mal. Prepararemos una misión para esta noche. La diferencia es que esta vez tendremos dispuestos dos agitadores. Uno como cebo, el otro para seguirlo e interceptar. También prepararemos zonas de peligro por si aparece una de esas cosas y pica el anzuelo.

– Sí, señor.

– Tres -prosiguió Gullick. Miró al doctor Cruise y luego al general Brown, el responsable de la seguridad. El lado derecho del rostro de Gullick se crispó-. La movida de esta mañana.

– Von Seeckt ha huido -dijo Brown-. Hemos puesto vigilancia en su apartamento de Las Vegas por si aparece por ahí. Hemos…

– Von Seeckt es un viejo y es una verdadera molestia, pero no es precisamente un estúpido -dijo Gullick-. Si yo hubiera sabido que ustedes iban a joder una simple ejecución, habría permitido que la naturaleza siguiera su curso. Habría escuchado toda esa mierda que dice durante cinco meses más y luego lo habría dejado morir. Ahora tenemos a ese bocazas libre con todo lo que sabe.

– No puede haberse ido muy lejos -afirmó el general Brown.

– La palabra que me viene a la mente -dijo Gullick mirando al doctor Cruise- es diarrea mental. ¿Cómo se le ocurrió teclear el certificado de muerte antes de matarlo?

– Señor, yo…

Gullick acalló al doctor con un gesto con la mano y continuó hablando:

– ¿Qué hay de ese… -bajó la vista a su pantalla de ordenador- capitán Turcotte?

– Era nuevo, señor. -Brown tenía su carpeta abierta-. Llegó a tiempo para la misión Nightscape de la noche pasada. -Hizo una pausa-. Después del suceso de esta mañana he pedido informes a los demás miembros supervivientes de la misión Nightscape del PAM a través de SATCOM. Parece que se produjo un contacto con civiles justo cuando el agitador número tres apareció en el objetivo de Nebraska y fue interceptado por el caza Fu. El capitán Turcotte iba a bordo del helicóptero del mayor Prague. El helicóptero de Prague se quedó para encargarse de los civiles.

– No hubo informes sobre civiles. Nada de nada -dijo Gullick-. Interrogué personalmente a Turcotte sobre lo ocurrido y no mencionó nada sobre aquello. -Se quedó perplejo-. Me mintió.

– No sabemos quiénes eran los civiles, pero no ha habido ningún informe de las autoridades locales sobre las actividades de la noche -dijo Brown.

– Claro que no -dijo Gullick-. Turcotte les diría que mantuvieran la boca cerrada. -Volvió a mirar la pantalla del ordenador-. ¿Qué sabemos sobre su pasado?

– Infantería, luego el cuerpo de élite. Lo reclutamos al salir de DETA en Berlín.

– Ahora le recuerdo. -Gullick dio un golpe sobre la mesa de reuniones-. Estuvo implicado en aquel incidente en Dusseldorf con el IRA. Nunca lo vi. Nos encargaron la investigación después de la acción por conexión telefónica segura, pero ahora reconozco el nombre. Estuvo ahí. ¿Por qué nos está mintiendo y colaborando en la huida de Von Seeckt? ¿Es un infiltrado?

– No lo sé, señor -repuso el general Brown moviendo la cabeza.

– Podría serlo -intervino Kennedy. Las demás personas de la mesa volvieron sus miradas hacia el hombre de la CÍA.

– Explíquese – ordenó Gullick.

– Al hacer nuestras investigaciones sobre el pasado de la doctora Duncan, mi gente tuvo noticias de que estaba trabajando con alguien de nuestra organización o bien que iba a enviar a alguien para infiltrarse entre nosotros. La NSA le proporcionó una conexión telefónica para hablar con ese agente. Hace cuarenta minutos, esa línea se activó. Mis hombres ya la han desconectado.

– ¿Sabe quién llamaba?

– No sin atraer la atención de la NSA -dijo Kennedy-. Pero quien fuera que estaba llamando por esa línea, y, en vista de lo ocurrido, estoy convencido de que era Turcotte, no logró contactar.

– ¿Por qué no fui informado? -quiso saber Gullick.

– Pensé que podía encargarme de ello -repuso Kennedy-. Avisé al mayor Prague para que estuviera atento y examinara con cautela a todo el personal nuevo.

– ¡Está claro que todo funcionó perfectamente! -explotó Gullick, tirando por el aire una carpeta llena de papeles-. ¿Hay alguien aquí que me informe de lo que pasa antes de que continuemos jodiendo más asuntos?

Los hombres del círculo de Majic12 se intercambiaron miradas interrogantes, sin estar seguros de qué hacer ante aquella pregunta. Con la misma brusquedad con que había explotado, Gullick se calmó.

– Quiero todo lo que tengan sobre Turcotte. -Comprobó la pantalla del ordenador-. ¿Quién es la mujer del coche alquilado?

– Hemos comprobado el número de matrícula que copiaron los guardas. La mujer que alquiló el coche es Kelly Reynolds. Una periodista independiente.

– Fabuloso -Gullick levantó los brazos-. Justo lo que necesitábamos.

– Estoy intentando obtener una fotografía de ella así como su pasado.

– Localícelos. Ponga un aviso confidencial por los canales de la CÍA a las redes de policía. Que nadie se les acerque. Debemos atraparlos nosotros. ¡Rápido!

– También tenemos un informe de Jarvis -prosiguió Kennedy-. Esa mujer, Reynolds, lo entrevistó ayer por la tarde. Jarvis le contó la historia habitual pero resultó estar mejor preparada y consiguió quebrar su tapadera. Preguntó específicamente por el periodista que capturamos la pasada noche en la Whites Sides Mountain.

– Me pregunto por qué habrá ayudado a Turcotte y Von Seeckt -dijo Quinn.

– Encuéntrela -dijo Gullick poniéndose en pie-. Entonces lo sabrá. Mientras tanto localicen a Turcotte y a Von Seeckt y acaben con ellos. Luego ya no tendremos que preocuparnos de los porqués.

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