EL CUBO, ÁREA 51. 127 horas, 45 minutos.
– Nightscape Seis ha caído, señor -anunció Quinn-. Capto un punto de emisión localizadora. No hay comunicación por radio.
– Envíe una unidad de recuperación de accidentes convencional a ese punto -ordenó el general Gullick. Tenía la vista clavada en el punto que representaba el duende. Ahora se movía lentamente en las cercanías del punto de emisión de Nightscape Seis. Ahora el Aurora se acercaba a la frontera de Nebraska y Colorado.
CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA. 117 horas, 42 minutos.
– ¡Largaos de aquí! -gritó Turcotte a Susie y a Billy, que se habían quedado mirando el helicóptero en llamas.
Turcotte había abierto el traje de vuelo del piloto y estaba comprobando sus signos vitales; primero la respiración, luego, si había hemorragias y, por fin, los huesos rotos. El piloto respiraba bien y no presentaba hemorragias, sólo algunas heridas y cortes. Tenía una fractura evidente en el brazo.
Aunque no podía afirmarlo, Turcotte supuso, dada la gran abolladura en el casco del hombre y su estado inconsciente, que el piloto había sufrido una lesión en la cabeza y él no estaba formado ni equipado para curarlo. Todo lo que podía hacer era dejarle el casco puesto y confiar en que éste detuviera la lesión hasta conseguir auxilio médico. El piloto estaba inconsciente y, por su estado, no parecía que fuera a recuperar la conciencia pronto, algo que convenía a Turcotte. Le inmovilizó el brazo lo mejor que pudo.
– Pero… -dijo Billy confundido-. ¿Qué…?
– Ningún pero, ninguna pregunta, ningún recuerdo -dijo Turcotte bruscamente levantando la vista del cuerpo del piloto-. Olvidaos de lo que ha ocurrido esta noche. No se lo digáis a nadie porque, si lo hacéis, nadie os creerá y luego unas personas que no quieren que habléis vendrán a buscaros. Dejadlo así e idos.
Billy no necesitó más ruegos. Tomó a Susie por el brazo y se marcharon rápidamente por la oscuridad hasta la carretera más cercana.
Turcotte se examinó a sí mismo. Perdía sangre por el lado derecho de su chaqueta de GoreTex y por su manga derecha. Primero se ocupó del antebrazo. Se hizo un vendaje con su chaqueta de combate sobre la piel abierta de forma que logró parar la hemorragia. Con los dedos se palpó cuidadosamente por debajo de la chaqueta y dejó escapar una exclamación de dolor al tocarse la piel desgarrada. Turcotte abrió con cuidado su chaqueta y el mono. Tenía una herida de unos tres centímetros de longitud en el tórax. Se vendó la herida lo mejor que pudo.
Turcotte levantó la vista hacia el cielo. Podía ver aquel pequeño objeto brillante a unos doce pies sobre su cabeza. Se movía perezoso, como si estuviera comprobando el resultado de sus acciones. Miró durante unos momentos pero no parecía haber ningún peligro inminente. De todos modos, si hubiera existido algún peligro, Turcotte creía que no habría tenido mucho tiempo para reaccionar, dada la forma en que se había movido aquella cosa.
Luego miró hacia el horizonte. Pronto vendrían los demás. ¿Y luego qué? Aquélla era la gran pregunta. Había matado a Prague en un acto reflejo. En vista de lo que lo había visto hacer aquella noche, no se arrepentía, pero la situación era muy confusa y Turcotte no estaba completamente seguro de cuál debía ser su siguiente movimiento.
¿Acaso Prague sabía que él era un infiltrado? Eso explicaría algunas de sus acciones, pero no todas. Y si Prague no sabía que era un infiltrado, entonces aquel hombre estaba totalmente loco, a no ser que hubiera otra explicación a cuanto acababa de ser testigo. Turcotte conocía las acciones, pero no su motivo.
Era consciente de que nada de todo ello sería beneficioso para él, excepto que pudiera acudir a la doctora Duncan con lo que acababa de ver y hacer lo posible por desembarazarse de la gente de Nightscape. El estado inconsciente del piloto le daría algún margen de tiempo en cuanto los cogieran. Sólo contarían con la versión de Turcotte, así que empezó a pensar qué les diría.
EL CUBO.
Gullick tenía una conexión telemétrica completa con el Aurora y podía oír al piloto y al oficial de sistemas de reconocimiento mientras hablaban entre sí.
– Sistemas activados. Estaremos en destino en setenta y cinco segundos -anunció el oficial de reconocimiento.
Gullick activó su micrófono.
– Aurora, aquí Cubo Seis. Quiero una buena fotografía en destino. Tendrán que procurar conseguirla a la primera. Seguramente no habrá una segunda oportunidad.
– Roger, Cubo Seis -dijo el oficial-. Cincuenta segundos.
– Descendiendo -notificó el piloto-. Estable en Mach dos punto cinco. La visibilidad será buena -le dijo al oficial de reconocimiento. Luego le indicó una dirección para orientar los sofisticados sistemas de reconocimiento de la nave.
– Desplegando la cápsula -anunció el oficial de reconocimiento mientras el marcador de velocidad iba bajando.
Gullick sabía que ahora que el avión iba a menos de tres mil kilómetros por hora, la cápsula de vigilancia podía desplegarse. Hacerlo a mayor velocidad habría destruido la aerodinámica del avión y provocado su rotura y explosión. Incluso ahora, según el telemétrico, la temperatura del recubrimiento de la nave era de ochocientos grados Fahrenheit.
– Veinte segundos. Luz verde.
– Nivelando altura. Estable en Mach dos.
– Todos los sistemas activados.
Gullick alzó la mirada hacia la pantalla grande, situada en la parte frontal de la sala. El triángulo rojo que representaba al Aurora se acercó y adelantó el pequeño punto que señalaba el duende. Entonces el duende aceleró.
Gullick habló por el micrófono.
– Aquí Cubo Seis. El duende se marcha. Vector uno nueve cero grados. Persíganle.
El Aurora era rápido pero no ágil. Gullick observó que el triángulo rojo iniciaba un gran giro que abarcaría la mayor parte de Nebraska e Iowa antes de tomar la dirección. El pequeño punto iba en dirección suroeste y ahora se encontraba sobre Kansas.
– ¿Velocidad del duende? -preguntó el general Gullick.
– El ordenador calcula un desplazamiento de Mach tres punto seis -respondió el mayor Quinn.
Cuando el duende traspasó la pequeña franja de territorio de Oklahoma que penetra en Nebraska, el Aurora concluía su vuelta por la parte sur de Nebraska.
– Lo alcanzará -dijo Gullick.
Los dos puntos continuaban avanzando y el Aurora iba acortando cada vez más la distancia.
– El duende está en el espacio aéreo mexicano -informó Quinn. Dudó por un momento, pero su deber le obligaba a hablar-. ¿Autoriza que el Aurora continúe la persecución?
– Mierda -exclamó Gullick-. Los mexicanos no se enterarán de que está ahí. Vuela demasiado alto y rápido. Y en caso de que captaran una interrupción momentánea en el radar, tampoco podrían hacer nada al respecto. Es preciso continuar con la persecución.
En menos de doce minutos atravesaron la superficie de México, el Aurora se encontraba a menos de mil seiscientos kilómetros del duende y se acercaba con rapidez.
– Intercepción en ocho minutos -anunció Quinn.
CERCANÍAS DE BLOOMFIELD, NEBRASKA
Turcotte oyó los helicópteros mucho antes de que llegaran. El Blackhawk aterrizó en el lado opuesto de la colisión y descargó un escuadrón de hombres con extintores. Turcotte sabía que con la luz del día en aquel campo no habría nada más que algunas cañas de maíz carbonizadas. El otro AH6 aterrizó al lado de Turcotte.
– ¿Dónde está el mayor Prague? -preguntó el hombre que salió corriendo del helicóptero.
– Murió en el impacto -informó Turcotte señalando el lugar del accidente.
El hombre se arrodilló junto al piloto.
– ¿Cuál es su estado?
– Un brazo roto. Creo que sufre una conmoción cerebral. No le he quitado el casco para mantener la presión en caso de que se haya fracturado el cráneo.
El hombre hizo una señal para que el piloto fuera colocado a bordo del Blackhawk. Hizo un gesto hacia Turcotte.
– Tú vienes conmigo. Te quieren ver de vuelta en el Cubo.
EL CUBO.
– Señor, el Aurora ya tiene una fotografía del duende -dijo Quinn-. ¿Qué quiere que hagan cuando lo atrapen?
El Aurora era un simple avión de reconocimiento. Montar cualquier tipo de sistema de armamento, incluso misiles, hubiera destrozado su forma aerodinámica y reducido drásticamente su velocidad.
– Quiero saber de dónde procede -dijo Gullick-. Así, luego podremos enviar otros para que resuelvan el problema.
Las dos señales de la pantalla indicaban el principio oriental del océano Pacífico.
Gullick escuchó la voz del oficial de reconocimiento en su oído.
– Cubo Seis, aquí Aurora. Solicitamos que preparen combustible para nuestro vuelo de regreso. En quince minutos habremos superado el punto de no retorno. Cambio.
– Aquí Cubo Seis. Roger. Enviamos de forma urgente algunos aviones cisterna hacia ustedes. Prosigan la persecución. Corto. -Gullick hizo una señal a Quinn que también estaba controlando la radio.
– Me encargaré de ello, señor -dijo Quinn.
Ya hacía rato que habían dejado atrás la línea de la costa mexicana. Gullick sabía que el océano Pacífico, en la parte alejada de la costa de América central y del Sur, al contrario que la zona del canal, era un lugar muy solitario. Continuaban en dirección sur.
– Estamos cerca -anunció el piloto-. Se encuentra a unos trescientos kilómetros delante de nosotros. Voy a reducir la marcha para ponerme encima de él con cuidado.
Gullick observaba el control telemétrico. Recordó cuando, siendo piloto de pruebas, había estado en soporte en tierra. Podía leer los mismos indicadores que el piloto pero no tenía las manos sobre los controles. Cuando el avión llegó al Mach dos punto cinco, el oficial de reconocimiento amplió la cápsula de vigilancia y activó sus sistema de televisión de bajo nivel de luz. Inmediatamente Gullick obtuvo ante sí la imagen en pantalla emitida vía satélite. Aquélla no era una televisión normal. La cámara ampliaba tanto la luz como la imagen de forma que permitía mostrar una imagen incluso de noche y, a la vez, con un aumento superior a cien veces. El oficial de reconocimiento empezó a rastrear hacia adelante; para localizar exactamente el duende se servía de la información que le facilitaban los satélites.
– Ciento veintiocho kilómetros -anunció el piloto.
– Noventa y siete
– ¡Lo tengo! -exclamó el oficial de reconocimiento.
En la pantalla pequeña de televisión Gullick vio un punto diminuto. Entonces, el punto se desplazó de repente hacia la derecha, se levantó una gran ola de agua y desapareció.
Gullick se reclinó en su asiento y cerró los ojos mientras sentía en su frente un intenso dolor.
– Cubo Seis, aquí Aurora. El duende se ha hundido. Repito. El duende se ha hundido. Transmitiendo coordenadas.