Capítulo 17

PHOENIX, ARIZONA. 202 horas.

– Ya os he contado mis razones para estar aquí y ayudaros. ¿Por qué no me contáis las vuestras? -preguntó Kelly.

Se habían refugiado en el apartamento de Johnny Simmons. A Turcotte no le hacía mucha gracia estar ahí puesto que, al parecer, Simmons había sido interceptado por la gente de Gullick. Pero Kelly adujo que nadie conocía su relación con Johnny, por lo que no había razón para que alguien fuera a buscarlos allí, en Phoenix. Por otra parte, en su trayecto hasta Dulce tenían que parar en algún lugar, y un motel estaba descartado. El apartamento se encontraba en el segundo piso de un edificio moderno, y parecía que nadie había entrado en él durante varios días.

Turcotte había expresado sus recelos sobre detenerse en el camino. Quería continuar hasta Dulce e intentar infiltrarse aquella misma noche. Pero Von Seeckt les refirió su posible reunión con el profesor Nabinger la mañana siguiente en aquel lugar y Kelly estuvo de acuerdo en esperar. Turcotte aceptó la decisión de mala gana.

Turcotte iba aceptando poco a poco que todos se necesitaban. Von Seeckt tenía los conocimientos para sacarlos de aquel apuro, Kelly sería la voz ante la opinión pública, lo cual les garantizaría su seguridad en cuanto obtuviesen la información que estaban buscando, y él tenía la experiencia para mantenerlos a salvo y obtener más información.

– Mi historia tendrá que esperar hasta mañana -dijo Von Seeckt. Estaba sentado cerca de la ventana y miraba dos tiendas situadas junto a la zona de aparcamiento-. El profesor Nabinger planteará las mismas preguntas y no quiero explicarme dos veces. Resulta difícil de contar y abarca varios años.

– ¿Bien, y tú? -dijo Kelly mirando a Turcotte.

– Ya os he dicho lo que ocurrió. Me incorporé para realizar la misión Nightscape.

– Sí, pero antes de eso no estarías escondido dentro de una cáscara -dijo Kelly-. ¿Cómo llegaste a trabajar en aquel lugar? Antes has dicho algo sobre una misión.

– Estaba en el ejército y me dieron órdenes de realizar una misión allí. -Turcotte se puso en pie-. Voy a ir a la tienda. ¿Alguien quiere algo?

Salió y fue hacia la escalera sin esperar respuesta. Kelly lo seguía a dos pasos.

– No te librarás tan fácilmente. Hay algo que no cuentas. ¿Por qué ayudaste a Von Seeckt? Tú eras uno de los malos, ¿por qué cambiaste de bando?

Turcotte bajó la escalera y Kelly bajó a su lado.

– Ya te lo he dicho. Mi comandante me ordenó detener unos civiles en Nebraska. Eso no me gustó. Además intentaron matar a Von Seeckt. No estoy a favor de secuestros y asesinatos, incluso si el gobierno los autoriza.

– Sí, claro, y los cerdos tienen alas -dijo Kelly-. No me lo trago. Tú…

Turcotte se giró bruscamente y le clavó la mirada de tal forma que Kelly dio un paso atrás, sobrecogida.

– Me importa una mierda que te lo tragues o no, guapa -espetó-. Preguntas demasiado. Has permitido que Von Seeckt se guarde sus secretos. ¿Por qué no me dejas con los míos?

– Von Seeckt nos los contará en cuanto Nabinger esté aquí -replicó Kelly, acercándose a Turcotte-. Venga. No decidiste sin más ir en contra de tus órdenes y tu adiestramiento. Debes tener alguna razón. Yo tengo un motivo para preguntar. Una vez fui la cabeza de turco del gobierno y no voy a creerme que me estás diciendo la verdad. Sólo tenemos tu palabra sobre lo que ocurrió en Nebraska. Por lo que sé, podría no haber ocurrido.

Turcotte miró por detrás de ella, hacia el oeste, donde el sol estaba ya pendido del extremo del planeta.

– Vale. ¿Quieres información acerca de mí? No perderé nada y, si salimos de ésta, tal vez puedas publicarlo en algún sitio y la gente sepa la verdad. Bueno pues, antes de regresar a los Estados Unidos en mi última misión, estuve implicado en un incidente. Así es como lo llaman: incidente. Sin embargo, hubo gente que murió en él. -Bajó la vista hacia ella, su mirada no era agradable-. Eres periodista. Te va a gustar. Es una buena historia. Cuando esto ocurrió yo estaba asignado a una unidad antiterrorista en Berlín. Todo el mundo cree que desde que cayó el muro todo va bien por ahí, pero lo cierto es que todavía hay problemas con el terrorismo. El mismo que hubo en los setenta y a principios de los ochenta. En cierto modo es peor, porque ahora hay mayores y mejores armas para la delincuencia y proceden del arsenal del antiguo Pacto de Varsovia. En esos países hay mucha gente que vendería cualquier cosa por conseguir divisas occidentales.

»La única diferencia entre los ochenta y la actualidad es que aprendimos la lección de aquella época y ahora prevenimos el terrorismo. Por eso ahora no se oye hablar del tema, pero no es porque esos cabrones hayan desaparecido. La gente es muy inocente.

– ¿Prevenir? -preguntó Kelly.

– Sí -asintió Turcotte tras proferir una risotada-. En la época en que todo terrorista de tres al cuarto secuestraba a alguien o un chalado tiraba una bomba, alguien en las alturas de la OTAN tuvo la brillante idea de, en lugar de estar sentados y permitir que los terroristas nos atacaran, buscarlos antes y atacarlos primero. El único problema residía en que eso no era muy legal. -Miró hacia la calle y vio una cafetería-. Vamos a tomar un café.

Cruzaron la calle y tomaron un asiento en un rincón del local. Turcotte se sentó y se reclinó contra la pared mientras miraba la calle. En el local el constante chasquido de los platos y otros utensilios se sobreponía al murmullo de conversaciones procedentes de los demás clientes. Después de que la camarera les trajera una taza a cada uno, continuó hablando en voz baja.

– Así pues, combatimos el fuego con fuego. Para parar los pies a los delincuentes, nosotros nos convertimos en delincuentes. Yo formaba parte de un equipo conjunto norteamericano y alemán. Eran hombres escogidos de los cuerpos de élite DETA de los Estados Unidos de las afueras de Berlín y la fuerza antiterrorista alemana GSG9. -Turcotte, emocionado, vertió un montón de azúcar en el café-. ¿Has oído alguna vez el eslogan «Mataremos por la paz»? -Kelly asintió-. Bueno, pues eso era lo que hacíamos.

»A mí no me importaba gran cosa. Nos cargábamos personas que habían puesto una bomba en una estación de tren sin importarles quién resultaría afectado. En menos de seis meses nos habíamos cargado los restos de la banda BaaderMeinhof. Participé en seis operaciones. -La voz de Turcotte sonaba abatida-. En el transcurso de esas operaciones maté a cuatro personas.

»Entonces nos llegó el soplo de que algunos tipos del IRA estaban en la ciudad con la intención de comprar armamento procedente de la antigua Alemania del Este, que algunos ex miembros del ejército habían acumulado cuando el muro cayó por si algún día venían vacas flacas. Se decía que esos irlandeses intentaban conseguir misiles antiaéreos SAM7, que son unos que se disparan apoyándolos en el hombro.

»No sabíamos qué pensaban hacer con ellos, aunque era de suponer que se apostarían a las afueras de Heathrow y abatirían el Concorde en cuanto despegara. Sería un gran titular, que es lo único que esos cabronazos quieren. Ya sé que firmaron un acuerdo de paz, un alto al fuego y toda esa mierda, pero eso no detiene a los tipos que aprietan el gatillo. Tienen que estar al filo de la navaja. Mucha de esa gente hace lo que hace porque le gusta. Les importa una mierda lo que llaman objetivos, ellos disparan a las cámaras. Es sólo una excusa para ser un sociópata. -Cuando la camarera se acercó para tomar el pedido, se calló. Kelly pidió un bocadillo y, Turcotte, un zumo de naranja. Luego prosiguió-: En fin. El caso es que la misión tuvo que hacerse a toda prisa porque los agentes del servicio secreto llegaron tarde. Cuando fuimos alertados, el IRA ya había comprado los misiles y los llevaba en un coche en dirección a Francia. Nos transportaron en avión hasta un punto que quedaba por delante del camino que ellos seguían y tomamos algunos coches. Los terroristas circulaban por carreteras secundarias, siempre alejados de las autopistas alemanas, lo cual también nos convenía mucho. -La rabia interna se coló en la voz de Turcotte-. Lo que deberíamos haber hecho era simplemente detenerlos y ponerlos bajo custodia. Pero, verás, no pudo ser. Eso habría causado una gran controversia, el juicio y todo eso. Y eso dificulta el problema de meterlos en la cárcel, porque entonces cada pariente tiene un motivo para tomar algunos rehenes y solicitar la excarcelación. Y entonces comienza de nuevo el ciclo.

»Así que se suponía que había que matarlos. Hacer ver que éramos terroristas y así nadie, con excepción de los policías locales, pondría mala cara. -Turcotte cogió aire para calmar su voz-. Nos dispusimos a atacarlos a las afueras de una pequeña ciudad en el centro de Alemania. Los terroristas iban en dirección a Kiel para cargar las armas en un buque de carga y enviarlas a Inglaterra. Pero esos tipos del IRA, al fin y al cabo, eran irlandeses, tuvieron que parar en un hostal típico alemán para tomar unas cervezas y cenar antes de llevar eso al puerto. Yo era el oficial al mando del equipo. Mi comandante era alemán. Nos dirigimos a la parte norte de la ciudad, en la dirección hacia la que debían partir. Había una curva en la carretera desde la que teníamos una buena vista.

»Cuando, al cabo de una hora, el coche no apareció, mi comandante, llamémoslo Rolf, se puso nervioso. Los de vigilancia nos dijeron que se habían detenido en la ciudad. Era posible que se hubieran marchado por otro camino. Rolf me preguntó qué pensaba. ¿Cómo cono podía saberlo? Así que Rolf y yo fuimos a la ciudad y encontramos el coche esperando fuera del bar. Nos habían dicho que eran tres. Entonces Rolf me dijo: «Vamos, echémoslos de aquí ahora. Tú y yo». Le preocupaba que hubieran reconocido el equipo de vigilancia que los había estado siguiendo y que hubieran tomado una ruta distinta fuera de la ciudad para despistar y zafarse de la emboscada que nuestro equipo les había preparado. También podía ocurrir que se deshicieran de los misiles en la ciudad y que perdiésemos el rastro de la artillería.

»Así es que acepté su propuesta. Bajo nuestros largos abrigos llevábamos una MP5 con silenciador y pistolas en los portapistolas del hombro. Rolf ordenó que la gente de seguridad rodeara bien el bar para asegurarse de que nadie escapara y para que nos recogieran en cuanto hubiésemos acabado. -La camarera llevó el bocadillo y el zumo de naranja. Turcotte tomó aire profundamente y fue soltándolo cuando ella se fue-. Entramos por la puerta principal. El lugar estaba a tope de gente cenando y bebiendo. Habría unas veinte o veinticinco personas. Pero distinguimos a nuestros sospechosos inmediatamente y ¿sabes qué? En la mesa sólo había dos de los tipos sentados bebiendo. Rolf se me queda mirando como diciendo: ¡eh!, ¿dónde se ha metido el tercero? Y otra vez, ¿cómo iba yo a saberlo? Probablemente estaría meando. Fui a la barra para pedir una cerveza y, de paso, echar un vistazo a la sala. Pero Rolf dudó.


»No puedo culparlo demasiado. Mierda, bajo los abrigos llevábamos metralletas silenciosas y habíamos ido a matar. -Turcotte lanzó una mueca a Kelly-. Contrariamente a lo que la gente piensa, no éramos asesinos fríos. Éramos buenos en nuestro trabajo, pero también estábamos asustados. Mucha gente lo está en una situación así. Si no lo estás, es que estás loco, he conocido locos de ésos. En fin, uno de los tipos del IRA de la mesa miró a Rolf, que estaba de pie, y lo reconoció. Rolf no era precisamente el mejor actor del mundo y seguro que no estaba en su mejor ambiente.

»El tipo buscó algo bajo su abrigo, y entonces Rolf y yo lo cosimos a tiros, a él y a su compañero. Ambos disparamos medio cargador, quince balas cada uno, y en las sillas no quedó más que un amasijo de carne. Lo más extraño de todo es que tras el primer disparo no se oyó otro ruido que el de los casquillos cayendo al suelo. La gente estaba petrificada y nos miraba pensando quién sería el siguiente. Luego alguien tuvo que chillar y todo se fue a la mierda. -Turcotte entornó la mirada mientras recordaba aquel lugar-. Rolf y yo les ordenamos en alemán que se tiraran al suelo, pero la mitad de la gente se agolpó contra las puertas. Entonces vimos al tercer tipo. Se encontraba en el centro de un grupo de cuatro, yendo también hacia la puerta. Es posible que estuviera meando o que estuviera en un rincón del bar. No lo sé. El caso es que ahí estaba. -Turcotte negó con la cabeza-. Y entonces Rolf, ese jodido, les disparó a todos. No sé qué se le cruzó por la cabeza. El tercer tipo no podía ir a ningún lado. La gente de seguridad estaría ya con un coche fuera y podría haberlo atrapado en cuanto lo tuviera a tiro fuera de aquel bar. Pero Rolf perdió el control. -La voz de Turcotte se rompió-. Lo único bueno es que sólo tenía quince balas en la recámara. Mató al del IRA, pero también hirió a varios civiles. En aquel momento no lo sabía. Sólo se veía un montón de cuerpos; por lo menos las tres personas que estaban junto al tipo del IRA más otros que estarían en la línea de fuego. Rolf ya estaba a punto de poner más balas cuando le arrebaté el arma de las manos. -Turcotte extendió su mano derecha y se la mostró a Kelly. La piel de la palma tenía la señal de la cicatriz de una quemadura-. Todavía puede verse el lugar donde el supresor del cañón de la metralleta de Rolf me quemó la mano. En aquel momento no noté nada, estaba demasiado impresionado.

»Le cogí el arma, lo tomé por el cuello y lo saqué por la puerta. Una cosa es cierta, esta vez, la gente nos dejó pasar. Seguridad tenía un coche esperándonos, tiré a Rolf adentro y nos largamos. -Turcotte tomó un sorbo de café-. Luego supe que aquella noche Rolf había matado a cuatro civiles, incluida una chica de diecinueve años embarazada, y que había herido a tres personas más. Los informativos de la televisión lo explicaron como una reyerta interna del IRA, y todo el país estaba en estado de alerta para cazar a los asesinos. Pero no podían cazarlos ¿verdad? El asesino era el propio país.

«Durante un tiempo pensé que podrían entregarnos a Rolf y a mí, como chivos expiatorios, pero entonces se impuso el sentido común. Fui un estúpido al pensarlo. Si nos hubieran entregado, toda la operación antiterrorista habría salido a la luz, y los del poder no querían eso. Podrían haber perdido votos en las urnas. Así que ¿sabes qué hicieron? -Turcotte miró a Kelly con ojos rojizos. Ella respondió que no con la cabeza-. Hicieron una investigación, por supuesto. Es lo que corresponde entre militares. El general Gullick que vi en el Cubo fue uno de los militares nombrados para investigar el asunto. Por razones de seguridad, nunca vimos quién nos interrogaba, ni supimos sus nombres. Nos hablaron y luego hablaron entre ellos y ¿sabes qué decidieron? Nos dieron dos asquerosas medallas. Sí, una a Rolf y otra a mí. ¿Fabuloso verdad? Una medalla por asesinar a una mujer embarazada.

– Tú no la mataste -dijo Kelly suavemente.

– ¿Y eso importa? Formaba parte de aquello. Podría haberle dicho a Rolf que esperase. Podría haber hecho muchas cosas.

– Él era el comandante. Era su responsabilidad -arguyó Kelly recordando lo que su padre le había contado sobre el ejército y las operaciones secretas.

– Sí, ya sé. Yo sólo obedecía órdenes ¿verdad? -Kelly no supo qué decir a eso. El prosiguió-: Así fue como finalizó mi carrera en el ejército regular y en el cuerpo de élite. Me dirigí hacia el comandante norteamericano y le dije dónde podía meterse aquella medalla y, acto seguido, me devolvieron a los Estados Unidos. Pero primero tuve que apearme en Washington para entrevistarme con alguien.

A continuación Turcotte explicó a Kelly el encuentro con la doctora Duncan, las órdenes que le dio y la línea de teléfono desactivada.

– ¿Por qué te escogieron a ti?

– La persona apropiada en el momento oportuno -repuso Turcotte encogiéndose de hombros-. No hay muchos tipos como yo con acreditación de confidencialidad y que saben disparar un arma.

– No -repuso Kelly moviendo la cabeza en un gesto de negación-, te escogieron porque no aceptaste la medalla. A alguien le pareció, en algún lugar, que eras honrado. Y eso es todavía más raro que una acreditación de confidencialidad. -Kelly pasó la mano por encima de la mesa y le acarició la carne áspera de la palma-. Te jodieron, Turcotte.

– No -Turcotte negó con la cabeza-. Me jodí yo mismo en el momento en que empecé a creerme Dios con un arma. Pensé que yo tenía el control, pero sólo era un peón y me emplearon como a tal. Ahora ya sabes por qué me alcé contra mi comandante en Nebraska y lo maté, y por qué salvé a Von Seeckt, y no me importa si lo crees o no. Porque eso es algo entre yo y todos esos hijos de puta que manejan los hilos y permiten que la gente muera. Si me joden una vez, es culpa mía; si me joden dos, me rebelo.

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