Horas después del estreno de la película de Rowan, Michael entró en un club de North Hollywood con ganas de pelea.
Se arrimó a un taburete cerca del extremo de la barra y le hizo una seña con la cabeza al camarero.
– Un whisky doble. Y una cerveza.
Al fin y al cabo, eran sus horas de descanso, y ahora lo reemplazaba el traidor de su hermano. John le había comentado a Quinn, ese capullo arrogante, que Michael llevaba trabajando sin parar una semana entera, y Peterson se mostró de acuerdo en darle un día libre.
Y en dejar a John a solas con Rowan.
Bebió la mitad del vaso y dejó que el calor del alcohol le calentara hasta la fría boca de su estómago. Le lanzó una mirada rabiosa a una fulana que lo observaba muy interesada desde el otro extremo de la barra y se giró hacia el otro lado.
John se había atrevido a volver a mencionarle el tema de Jessica. Su hermano no tenía ni idea de lo que había sucedido entre él y Jessica. Si supiera, se enteraría de que había sido peor de lo que se imaginaba.
Jessica era una belleza. Pelo largo y negro, enormes ojos color chocolate. Los había contratado porque la acosaba su ex novio, y a Michael lo habían asignado a la tarea.
Jessica estaba muy agradecida por su ayuda ya que temía de verdad por su vida, así que Michael le dio el número de su móvil y le dijo que lo llamara cuando quisiera. Eso fue lo que ella hizo, y Michael acabó visitándola en su casa prácticamente todas las noches.
Acabaron en la cama, y Michael se enamoró. Ella lo necesitaba, se apoyaba en él, y él estaba muy contento de poder protegerla.
Pero Jessica no había sido sincera con él. Michael se dijo que era porque tenía miedo, aunque en el fondo sabía que ella lo utilizaba. Creía que Jessica lo amaba a su manera, pero la verdad era que ella lo necesitaba para algo más que protegerla de un acosador. El hombre que la acosaba no era su ex novio sino su ex marido, el jefe de una banda de delincuentes de poca monta.
Jessica acabó diciéndole a Michael que volver con su marido era la única manera de seguir viva. Michael intentó convencerla de que huyeran juntos, le dijo que podría protegerla, que podrían empezar una nueva vida en otro estado, con nuevas identidades, cualquier cosa. Lo que fuera con tal de no volver con su marido.
Sin embargo, fue precisamente lo que hizo Jessica. Y, dos años más tarde, su cuerpo fue encontrado flotando en un dique de drenaje en las montañas de San Gabriel.
Michael tragó el resto del whisky para ahogar los recuerdos.
Rowan no se parecía en nada a Jessica. Sí, lo necesitaba, y él estaría ahí para ella cuando fuera necesario. Sin embargo, los sentimientos que albergaba por Rowan eran mucho más profundos.
John se negaba en redondo a escucharlo. Lo había llevado aparte después del estreno, aprovechando que Rowan hablaba con su productora, Annette, y le había dicho que parecía cansado y que debería tomarse la noche libre. Él intentó explicarle que su deber era proteger a Rowan, y entonces John volvió a lanzarle a Jessica a la cara. No era la misma situación, pero John no lo entendía.
Y luego, John se había sacado ese truco de la manga. El FBI le había concedido un permiso de doce horas de descanso, pero él sabía que eran maniobras de John para volver a casa con Rowan.
Gilipollas.
Tomó un trago largo de cerveza. Suspiró y se pasó la mano por el pelo. Michael se daba cuenta de que quizá el gilipollas era él. Había llevado el conflicto con su hermano a extremos exagerados, dejando que su ego se interpusiera en la búsqueda de la verdad.
No era culpa de John. Él se había enamorado de verdad de Jessica. Se había enamorado. Podría haber asumido el papel de caballero andante pero, de alguna manera, con el tiempo había llegado a ser mucho más que eso. Él había pasado por alto la actuación de Jessica, todas las cosas sobre las que mentía, y todo porque la amaba.
Le debía una disculpa a John. Algunas de las cosas que le había dicho esa noche eran muy salidas de tono. Sobre todo a propósito de Rowan.
Por primera vez, cayó en la cuenta de que Rowan y Jessica no tenían nada en común. Apreciaba a Rowan, le gustaba de verdad… pero no estaba enamorado de ella. Quizá, con el tiempo… pero no era lo mismo. No era como con Jessica. Cuando vio a Rowan haciendo footing con John, tuvo la sensación de que entre ellos existía cierta camaradería, un estilo similar, una manera de ser independiente y algo más.
Cuando aquel caso se diera finalmente por cerrado, ¿podría vivir con el hecho de que John y Rowan tuvieran una relación? ¿Que Rowan se hubiera sentido atraída por John y no por él?
Puede que su ego lo pasara mal, pero él ya era mayorcito. Lo superaría. Lo primero que haría al día siguiente sería decirle a John… algo. Calmar las cosas. ¡Jo!, le era imposible estar enfadado con su hermano mucho tiempo.
Alguien se sentó en el taburete junto a él y el barman le sirvió un whisky de excelente marca.
– Parece que hubiera perdido a su mejor amigo -dijo el extraño-. ¿Le pago una copa?
Michael se encogió de hombros y miró al tipo. Traje y corbata, zapatos bien lustrados. Unos cuarenta años.
– Estoy bien, gracias -dijo, volviendo a su cerveza-. Sólo he tenido una discusión con mi hermano. Se me pasará.
El ejecutivo le hizo una seña al barman para que sirviera dos whiskys dobles. Michael sacudió la cabeza.
– Yo ya estoy.
– ¿Trabaja esta noche?
– No, tengo la noche libre.
– Entonces otra copa no le hará daño, ¿no cree?
Michael se lo pensó. No había tenido ni una sola noche de descanso en una semana. Pensó que una copa no le sentaría mal.
– Se agradece -dijo.
– Enfadado con el hermano, ¿eh? -preguntó el ejecutivo.
– Ya no -dijo Michael, negando con la cabeza.
Cuando el barman dejó las copas frente a ellos, Michael dijo «salute», y se tomó la mitad del whisky. No había cenado esa noche y pensó en lo que tenía en casa para prepararse algo. Nada. Vivía en casa de Rowan.
Acabó la copa y picó de un plato de nueces en la barra. Pensó en salir a la calle y comprar algo de comida rápida para llevar. La sola idea le revolvió el estómago. Pero a esa hora de la noche, no tenía demasiadas alternativas.
Michael pensó en pagarle una copa al ejecutivo antes de irse, pero cuando levantó la vista, el tipo había desaparecido. Él, desde luego, no necesitaba otra copa. Dos whiskys dobles y una cerveza con el estómago vacío no le sentarían bien.
Se puso de pie, dejó una propina y salió. Algo de comida rápida, y a casa. Su piso quedaba a sólo dos manzanas del bar, y por eso había escogido ese lugar. Luego dormiría las copas y estaría preparado para decirle a John que Rowan era toda suya. Siempre y cuando no le hiciera daño. Michael la apreciaba y John jugaba duro. En el trabajo y con las mujeres.
Michael tenía toda la intención de estar a la altura de sus responsabilidades como guardaespaldas, y aunque a John le debía una disculpa por algunas de las cosas que había dicho, su hermano tenía que entender que ese caso seguía siendo suyo, y que esta vez no se dejaría desplazar, por mucho que John pensara otra cosa. Luego echarían un pulso, al mejor de tres intentos, y el perdedor tendría que comprarle al ganador una caja de cervezas.
Rowan subió a su habitación a cambiarse en cuanto volvieron a la casa de la playa. John aprovechó para comprobar el perímetro de seguridad. Luego se quitó el esmoquin y se puso un pantalón vaquero y una camiseta negra.
Se puso a pensar en su encontronazo con Michael.
Había sido un golpe bajo meter a Peterson en el asunto, tenía que reconocerlo, pero Michael necesitaba una noche libre. Empezaba a perder la objetividad. Sin embargo, cuando John se lo dijo, tuvo la impresión de que Michael estaba a punto de arremeter contra él.
John lamentaba su papel en la discusión. No quería pelearse con su hermano. No quería recordarle una vez más a Jessica. Simplemente necesitaba estar un rato a solas con Rowan para conseguir que hablara, sabiendo que Rowan no diría ni una palabra sobre su pasado si estaba Michael allí protegiéndola.
John tenía que saber la verdad acerca de Lily MacIntosh y su padre. Ignoraba del todo cómo encajaba aquello con lo de ese loco que andaba por ahí suelto. Pero, de alguna manera, había una relación. Era lo único que tenía sentido.
Esperaba que Michael lo perdonara. Estaba seguro de que lo haría en cuanto se le pasara la rabia. Habían tenido discusiones peores en el pasado, pero cuando se trataba de cerrar filas, estaban siempre el uno junto al otro.
Cuando Rowan no había bajado después de transcurridos treinta minutos, John subió a su habitación y llamó a la puerta.
– Rowan, tenemos que hablar.
– Estoy cansada. Buenas noches.
– No te saldrás con la tuya tan fácilmente. Abre esta puerta o la echaré abajo.
– No te atreverías.
– Ten cuidado conmigo, Lily. -El corazón se le disparó. Era una apuesta arriesgada, pero tenía que conseguir que le abriera. Que confiara en él lo suficiente para contárselo todo.
No dijo más, y tampoco ella. Varios minutos después, oyó el clic del cerrojo. Se preparó mientras ella abría la puerta.
Rowan tenía el odio pintado en el rostro, la mandíbula tensa y el cuello palpitante. Tenía los puños muy apretados. Sin embargo, en los ojos no había odio. Sólo mostraban una emoción: dolor.
– Rowan -dijo John, y ella se le lanzó encima con los puños cerrados y empezó a golpearlo en el pecho.
– ¿Quién te lo ha dicho? ¿Quién? ¡Cabrón! ¡Cómo te atreves a invadir mi intimidad! ¿Cómo te atreves? -Acabó su frase con un sollozo y él la cogió por las muñecas y la hizo entrar en la habitación.
– Cuéntamelo todo.
– ¿Qué? ¿No lo sabes? -dijo ella, con un gesto de amargura-. Es evidente que has descubierto que me llamo Lily -dijo, y se apartó de él, dándole con el pelo en el rostro cuando se giró para ir hasta el otro extremo de la habitación. Se quedó mirando por la ventana. Afuera estaba totalmente oscuro. Él vio su reflejo en el vidrio, el dolor de su expresión de derrota, y sintió que el corazón se le aceleraba.
Odiaba hacerle eso, pero era la única alternativa.
– Sí -dijo con voz queda-. Te llamabas Lily Elizabeth MacIntosh y Roger Collins se convirtió en tu apoderado cuando tenías diez años. Naciste en Boston y tu padre todavía vive allí. -Por su reflejo en el vidrio, vio que abría desmesuradamente los ojos-. Y yo sé dónde está.
Ella se giró y lo encaró alzando el mentón.
– ¿Y no sabes por qué?
Él hizo un gesto casi imperceptible.
– Quiero que me lo cuentes.
– ¿Por qué? Si lo sabes todo. ¿Cuánto tardaste en encontrar esos expedientes? ¿Cuatro, cinco días? Bonito trabajo -dijo, y la voz se le quebró.
– Me temo que no te queda más tiempo, Rowan -dijo, subiendo la voz-. Creo que ese tipo viene a por ti y yo no puedo protegerte si no sé contra quién estás luchando. Creo que tú lo sabes. Creo que sabes exactamente quién es el asesino de todas esas mujeres.
– Si lo supiera, te lo diría -dijo ella, boquiabierta ante sus palabras-. ¡No tengo ni puñetera idea de quién está detrás de todo esto! -Cerró los ojos y John observó cómo se esforzaba por recuperar su compostura. Le dieron ganas de acercarse a ella, de consolarla y mimarla.
Pero sabía que entonces se cerraría en banda. Aquella era la única manera.
– Convénceme -dijo. Se sentó en el borde de la cama y se cruzó de brazos.
Rowan abrió los ojos y se lo quedó mirando. Odiaba a John Flynn. Todos sus temores y todo ese dolor sepultado por tanto tiempo le embargaban el corazón. Estaba a punto de desmoronarse. ¿Así se sentía una cuando estaba a punto de perder la cordura? Como si un millón de kilos de presión empujaran desde dentro, amenazando con explotar.
La mandíbula le tembló y ella la endureció. Volvió a girarse hacia la ventana. A eso se reducía todo. Dijera lo que dijera Roger, a pesar de haberle asegurado en la última semana que los asesinatos no tenían nada que ver con su pasado, Rowan no podía sacudirse de encima la sensación de que alguien sabía lo de Dani. ¿Quién era? No tenía ni la menor idea. ¿Por qué? ¿Por qué habría de perseguirla ahora? ¿Después de tanto tiempo? ¿Quién era esa persona a quien ella había herido tanto y que ahora se había propuesto destruirla?
¿Acaso Roger estaba demasiado cerca de la situación como para verla con claridad? Ella había confiado tanto tiempo en su fortaleza y su sabiduría que ahora no se cuestionaba sus juicios. Roger había sido más que un padre, un mentor más importante que cualquiera de sus muchos compañeros. Ella lo amaba y confiaba en él. Pero ¿y si había pasado algo por alto? ¿Algo importante?
Miró a John por encima del hombro. Sabía lo de su padre, pero en sus ojos verde oscuro no veía ni lástima ni desprecio. Eran unos ojos curiosos, inquisidores.
Y comprensivos.
Quizá, sólo quizás, una tercera persona imparcial podría darle algún sentido a aquel asunto sin pies ni cabeza.
Cuando habló, le sorprendió la tranquilidad de su voz.
– Me cambié el nombre. No quería el nombre que me había dado mi padre. No quería su nombre. -Vio el reflejo de John en el vidrio, y se sintió incapaz de escapar a esos ojos penetrantes. Sin embargo, de alguna manera aquello le aliviaba, y entonces hizo acopio de la energía que le quedaba para contar su historia, un pasado que había permanecido sepultado veintitrés años-. Yo tenía diez años -empezó, y su voz sonaba ajena, distante, plana-. Era tarde, pasadas las once de la noche. Yo miraba el show de Johnny Carson en la tele de la habitación de mis padres. Algo me despertó.
Saltó de la cama con el corazón acelerado. ¿Qué era eso? ¿Qué era ese ruido?
Otra vez. Un grito de dolor.
Se acercó rápidamente a la cama del bebé en un rincón, buscó a Dani entre todos los animales de peluche. Ahí estaba, entre Winnie-the-Pooh y su enorme jirafa.
– Empecé a bajar las escaleras y oí que mi padre decía: «¡No puedo confiar en ti! ¡No puedo confiar en ti!» Mi madre gritó.
– ¡No puedo confiar en ti!
– Robert, ¡no, por favor! ¡Los niños!
Y entonces gritó, pero fue un grito apagado. El sonido del silencio fue aún peor. Y luego, gemidos y un grito de su padre que no era un grito humano. Golpes, un grito, un portazo.
– ¡Beth! ¡Beth! ¡Dios mío, Beth!
– Yo no quería seguir las voces, pero era un impulso más fuerte que yo. Estaban en la cocina.
Las paredes blancas estaban rojas, y los hilillos de sangre corrían por la superficie lisa de la pintura. Un arco de sangre manchaba las cortinas de cuadros azules y blancos de Mamá, las cortinas nuevas que había cosido hacía un mes.
– Mi padre no me vio. Tenía un cuchillo en la mano, y estaba manchado de sangre. Estaba empapado en sangre y, por un momento, creí que se había hecho daño.
»Y entonces vi a Mamá.
Ella tenía un brazo que le tapaba la cara, y su camisón de dormir estaba todo teñido de rojo. Estaba mojado y la sangre manaba de su cuerpo. Un ojo azul la miraba. El otro había desaparecido. Su mamá ya no estaba. Mamá estaba muerta.
– Yo grité, pero mi padre no me oyó. Soltó el cuchillo y cogió a Mamá en sus brazos y empezó a mecerla como un bebé. Pero yo sentía que él ya no estaba allí. Era como si se hubiera ido. Tenía una mirada vacía, oscura.
»Y entonces entró él.
– ¿Quién? -preguntó John, pero su voz sonaba muy distante.
– Bobby, mi hermano, era el mayor. Tenía dieciocho años.
Bobby se quedó parado en la puerta mirando con una expresión rara. Casi sonreía. La miró a ella y frunció el ceño.
– Tú. Estoy hasta el culo de ti, desde el primer día. Ahora te toca a ti.
– Bobby cogió el cuchillo que había soltado mi padre. Me dijo que corriera.
– Corre, putilla. Que ya te cogeré. Cuando me haya ocupado de los demás. Morirán uno tras otro, y después iré a por ti.
– Salí corriendo -dijo Rowan, y la voz se le quebró. Recordó con toda su crudeza el dolor que le había atenazado el pecho.
¡Vete! ¡Sal de aquí! Ella salió disparada hacia la puerta.
– No podía salir de la casa. No sin Dani y Peter. ¿Cómo podía dejarlos morir? Pasé corriendo por la puerta de la entrada justo cuando escuché que el cerrojo se abría. Melanie y Rachel habían ido al cine, y en ese momento volvían a casa. Les grité que escaparan, pero creo que de mi boca no salió ni un sonido.
¡Llamad a la policía! ¡Por favor! ¡Iros de aquí! ¿Era ella la que había hablado? No lo sabía, pero la puerta se abrió y ahí estaba Bobby, justo detrás. Y entonces sí que gritó.
– ¿Lily? -dijo Rachel, y se quedó boquiabierta cuando vio que Bobby se lanzaba contra ella cuchillo en mano. No tuvo tiempo de gritar, pero Mel sí que lo tuvo.
– Acuchilló a Rachel y a Mel en el vestíbulo. Una y otra vez, y yo lo vi todo. Era como si no pudiera moverme. Y luego me miró, él abajo y yo arriba de las escaleras.
– Qué excitante, Lily, ¿no te parece? -Bobby respiraba con dificultad, cubierto de sangre, y volvió a hundir el cuchillo en el cuerpo de Rachel y lo dejó ahí clavado. Cruzó en dirección al armario del salón y ella supo que iba a por la escopeta de Papá. Se dio media vuelta y echó a correr por el pasillo.
– Tenía un arma. Peter acababa de salir de su habitación y estaba en el pasillo, temblando. Lo cogí y entré en mi habitación para coger a Dani. Yo lloraba, no podía parar de llorar y los tres nos metimos en la habitación de mamá.
Giró la llave de la puerta, pero temía que Bobby entrara.
– Lily, ¿qué está pasando? -preguntó Peter, con voz temblorosa.
– ¡Entra en el armario! ¡Coge a Dani! -le ordenó ella.
– Cogí el teléfono y llamé al novecientos once. Esperé y esperé y al final alguien contestó. Pero ya oía a Bobby que se acercaba por el pasillo. Reía, pero no era una risa.
– Nueve-uno-uno. ¿Se trata de una emergencia?
– Mm… mi mamá ha muerto. Pa… papá. Bo… Bobby tiene un arma. -No podía dejar de balbucear, y se odió por ello.
– No cuelgues. ¿Ahora mismo, estás en peligro?
– ¡Sí!
Se oyó una descarga de escopeta en el pasillo y otra carcajada de Bobby. Ella gritó y soltó el teléfono.
– Entré en el armario con Peter y Dani e intenté que no hicieran ruido, pero yo lloraba y sabía que la policía no llegaría a tiempo. Rezamos juntos, Peter y yo, y yo sostenía a Dani entre los dos.
Más disparos, y la puerta de la habitación se abrió de golpe.
– Sé que estás aquí dentro, Lily, putilla. Te crees tan lista. Ya he visto cómo me miras. Pues, ahora seré yo el que ríe último. -Se escuchó otro disparo, y otro, y otro…
Rowan se giró y se quedó mirando a John. Tenía el rostro bañado en lágrimas. Se las secó con la mano con un gesto de impaciencia.
– Oí las sirenas y los disparos cesaron. No sé adónde se fue Bobby, pero después Roger me contó que había saltado por la ventana de una habitación para escapar. Lo cogieron al final de la calle y lo detuvieron. También detuvieron a papá, pero él ya se había ido. En su cabeza ya estaba muerto.
Cerró los ojos y se imaginó a Dani. Su hermanita pequeña, tan hermosa.
– No me enteré de que Dani había muerto hasta que llegó la ambulancia y me la quitaron de los brazos. Le había dado una bala y había muerto en el acto. Yo creía que el líquido tibio que nos bañaba eran nuestras lágrimas. Era su sangre. Me había empapado.
No oyó a John levantarse, pero de pronto él la cogió en sus brazos y le acarició el pelo. Ella se hundió en él, aferrándose a su espalda, alimentándose de su fuerza.
Y luego sintió que él la levantaba en el aire. John la llevó hasta una silla grande en un rincón y la sentó sobre sus rodillas. Ella se apoyó en él, con la cabeza en el hombro y se sintió algo más tranquila.
– ¿Qué pasó con Peter? -preguntó John, con voz queda.
– Fue adoptado por una familia maravillosa en Boston. Ahora es sacerdote. Nos mantenemos en contacto, pero nadie sabe de él. Nadie sabe que es mi hermano.
– ¿No teníais a nadie más en la familia? ¿Nadie que se ocupara de vosotros?
Rowan se dio cuenta de que aquel rechazo seguía vivo en ella cuando reanudó su relato con voz más calmada.
– Mi madre tenía una hermana. La tía Karen. Vino a… vino a vernos, a Peter y a mí. No quiso acogernos. Ella… en fin, éramos hijos de él. Y él había matado a nuestra madre, a su hermana. No podía perdonarnos por ello.
– Pero ¡si erais unos críos!
– Y luego mis abuelos, los padres de mi padre. Eran mayores. Más de sesenta años. Ahora están muertos. Lo intentaron, pero no podían cuidar de nosotros. -Rowan respiró hondo-. Yo tenía pesadillas. Peter no quería, o no podía hablar. Ellos no sabían cómo ayudarnos.
– ¿Y entonces apareció Roger Collins?
Ella respiró hondo y soltó lentamente el aire.
– Conocí a Roger cuando decidí declarar en contra de mi hermano, Bobby. No era un caso del FBI, pero Roger era un investigador experto en las escenas de crímenes y tenía experiencia trabajando con las personas que sobrevivían. Me hizo dar parte. -Dar parte, qué clínico sonaba-. Le di lástima y me preguntó si quería vivir con él y su mujer. Dije que sí. Pero no quise que me adoptaran.
– ¿Por qué?
– No podía -dijo ella, encogiéndose de hombros-. No quería amarlos. Todas las personas que amo acaban muertas.
– ¿Dónde está Bobby ahora? -La voz de John salió como un gruñido ronco, con la rabia a flor de piel. Rowan lo percibió en sus músculos tensos.
– Muerto. -Guardó silencio un momento y luego respiró bruscamente hasta acabar en un sollozo-. Intentó escapar de camino al tribunal. Mató a dos guardias. Y luego cayó acribillado unos kilómetros más allá cuando intentaba secuestrar a alguien en su coche. Me alegro de que se hayan librado de él.
– Tú querías declarar -dijo John, mientras le acariciaba el pelo.
– Sí, ¡maldita sea! Quería que todo el mundo se enterara de lo que había hecho. Se libró demasiado fácil. Yo quería que él sufriera. -Apretó la mano que apoyaba contra su camiseta y un sollozo largo y gutural escapó de su pecho.
Se quedó así un buen rato, hasta que pudo controlar la respiración y dejó de temblar. La fuerza pura que emanaba del cuerpo de John, que la sostenía, sus brazos musculosos que la apretaban contra su pecho le daban una paz que nunca había sentido. Aunque no fuera más que por ese momento, se sintió segura de verdad.
Rowan se había quitado un peso de encima, como si compartir su dolor con John le hubiese lavado el alma. Por eso, dejó que la consolara, le permitió compartir su dolor. Se sentía casi libre, y aquello era una experiencia embriagadora.
John la estuvo meciendo un buen rato, reflexionando sobre todo lo que le había contado. Él ya sospechaba que Rowan había vivido una experiencia traumática en la infancia, y cuando supo que su padre había matado a su madre no pudo imaginar nada peor.
Sin embargo, era mucho peor. Lo ponía enfermo. Habría estrangulado a ese cabrón con sus propias manos. A su padre y a su hermano muerto.
Tanta muerte, tanta miseria con que cargar para una niña de diez años. Era asombroso que no se hubiera derrumbado antes.
– ¿Es por eso que dejaste el FBI? ¿El asesinato de los Franklin te afectó demasiado?
Ella se puso rígida en sus brazos y él dejó escapar una silenciosa imprecación. No era justo lo que hacía, pero tenía que saberlo todo. De alguna manera, su pasado y los hechos de ahora estaban relacionados. Quizás el asesinato de los Franklin encajaba de alguna manera.
– Creí volverme loca cuando vi muerta a la pequeña Rebecca Sue Franklin, porque era igual que Dani. ¿Satisfecho? -preguntó, con voz pretendidamente dura y amarga, pero no lo consiguió. Sonaba más bien derrotada.
– No tengo intención de hacerte daño, Rowan. Pero tienes que enfrentarte a la verdad. Algo en tu pasado está relacionado con estos asesinatos. Alguien sabe lo que te sucedió. Después de recibir las coletas y los lirios, no puedes decirme que eso es imposible.
Ella guardó silencio un rato largo, y John se preguntó si finalmente hablaría.
– Después de lo de las coletas, pensé de verdad que todo estaba relacionado con el asesinato de los Franklin. Por eso abandoné el FBI. Fue el impulso que me ayudó a centrarme para empezar a escribir, porque era incapaz de trabajar. Creí que seguro que… -dijo, y su voz se desvaneció.
– ¿Y?
– Roger interrogó al hermano de Franklin, que nunca creyó que Franklin matara a su familia y luego se suicidara. Ha revisado los archivos del caso. Ahora yo los he visto por primera vez. Tiene a una docena de agentes revisando no sólo ese caso sino todos mis casos. Y nada, absolutamente nada.
Hizo una larga pausa, y John no interrumpió su reflexión. Al cabo de un rato, dijo:
– Le pregunté a Roger si alguien más sabía de mí, alguien del pasado. Un pariente del que no supiera nada, un poli que estuviera mal de la cabeza, cualquiera. Me prometió que lo investigaría, pero hasta ahora… -dijo, y se encogió de hombros-. Están todos muertos, John. Desaparecidos.
– ¿Y qué hay de tu hermano?
– Ya te lo he dicho. Está muerto.
– Tu otro hermano, Peter.
Ella se incorporó de un salto y se apartó de él. Todo el cuerpo le temblaba.
– ¿Peter? ¿Lo dices en serio? ¿Cómo te atreves?
– Sólo intento hacerme un cuadro -dijo él, poniéndose lentamente de pie y alzando las manos. Esperaba que ella entendiera que no pretendía hacerle daño. Ella siguió retrocediendo.
– ¡Es lo más ridículo que he oído en mi vida! ¡Peter es sacerdote, maldita sea! Es el hombre más amable y generoso que conozco. Jamás, jamás le quitaría la vida a nadie. Y nunca me haría daño a mí.
John habló lentamente, sin inflexiones, queriendo que Rowan fuera rigurosa y pensara en todas las posibilidades, pero no estaba seguro de lograrlo.
– Rowan, escúchame. Alguien conoce tu pasado, detalles íntimos de tu familia y de tu hermana Dani. Diablos, he tardado casi una semana en conseguir lo que he conseguido y no hemos hecho más que rozar lo superficial. Alguien conoce tu dolor. Tu hermano Peter es una posibilidad.
– No. ¡No! -exclamó ella, sacudiendo la cabeza-. Tú no lo conoces. -Se tapó la cara con las manos y empezó a sollozar amargamente.
John se le acercó. Ella intentó rechazarlo, pero en su angustia tropezó y él la levantó.
– Lo siento, Rowan, lo siento. -La besó en la frente y se sentó con ella en el borde de la cama.
– No es Peter -murmuró ella al cabo de unos minutos largos, relajándose por fin contra el pecho de John, aunque todavía temblaba entera-. Roger tiene a un equipo del FBI que lo vigila desde el segundo asesinato. Como protección. Si anduviera de un lado a otro matando a gente, ellos lo sabrían.
Parecía una explicación lógica, pensó John, mientras le acariciaba el pelo a Rowan. La única persona viva que conocía el pasado de Rowan sabía cómo atormentarla. Estaba convencido de que en cuanto Rowan empezara a hablar, desvelaría la respuesta. Peter era una de las pocas personas que sabía qué había ocurrido esa noche, que sabía lo del pelo de su hermana y que Rowan se llamaba Lily. Estaba dispuesto a perdonarla por proteger a su hermano pequeño, y no deseaba creer que él fuera el culpable.
Pero si Peter estaba bajo vigilancia, no había manera de que pudiera ir y venir de Los Ángeles a Portland, Washington, y Boston. ¿Y qué pasaría si Rowan se equivocaba? ¿Y si Peter tenía un cómplice? ¿Y si pagaba a alguien para que le ayudara? A John se le insinuaban un sinfín de posibilidades.
El asunto justificaba de sobras una llamada a Roger Collins.
– ¿Estás segura de que tu padre todavía está encerrado? -preguntó finalmente.
– Sí. No ha vuelto a hablar desde que mató a Mamá. Roger llamó al hospital justo después del primer asesinato. Para estar seguro.
Era una posibilidad remota. Ahora no tenían nada. Aunque no del todo. Quedaba Peter. Miró su reloj. Eran más de las tres en Washington. Llamaría a Collins temprano por la mañana.
Mantuvo a Rowan en sus brazos, sintiendo cómo se relajaba poco a poco. Ella se sentía bien ahí, como si ése fuera su lugar en el mundo. Él le frotó la espalda arriba y abajo, masajeándola para aliviarle la tensión de los músculos. Lo que ella había vivido… John cerró los ojos. Pensaría en su dolor más tarde, cuando estuviera solo y pudiera reflexionar más detenidamente. Trataría de entender su confianza total y absoluta en Roger Collins.
Collins se tenía las cosas muy calladas. ¿Por qué pensaría que era tan importante mantener en secreto el pasado de Rowan? ¿Para protegerla a ella? ¿De sus emociones… o de otra persona?
¿Sabía el director adjunto más de lo que daba a entender? Las cosas que intuía le zumbaban en la cabeza. En su búsqueda de respuestas, Rowan había recurrido a Collins para confirmarlas con él. Él le había asegurado que sus inquietudes a propósito de su pasado no tenían fundamento. Ella le creía porque confiaba en él.
John tenía la impresión de que la confianza de Rowan en aquella figura paterna estaba a punto de hacerse añicos.
Le pasó una mano por el cuello y ella dejó escapar un suave gemido de placer cuando él le masajeó los músculos tensos. Sintiendo la humedad de sus lágrimas en la mano, la miró a la cara.
Era muy bella. Tenía los ojos cerrados pero se acercó más a él para facilitarle el masaje en el cuello. A pesar de su piel pálida teñida por las lágrimas y la emoción, todo en ella, sus pómulos prominentes, su nariz elegante y sus labios rojos y carnosos, todo le llamaba a acercarse a ella.
Resistió el deseo de besarla y cerró los ojos. Cada vez estaba más cerca del abismo. Era precisamente lo que le había advertido a Michael.
¿Quizá ya había caído?
Sintió que ella le besaba el cuello, apenas un roce de beso, pero la sensación le llegó hasta más abajo del cinturón.
– ¿John? -susurró en su oído.
– ¿Qué? -Su voz sonó ronca, y carraspeó, y la mano con que le acariciaba el delgado cuello quedó quieta.
– No te vayas.
Él la abrazó con más fuerza y tragó saliva. Ella le besó el lóbulo de la oreja. John pensó que debería irse. Rowan estaba alterada, huérfana, emocionalmente vacía. Se sentía como si se estuviera aprovechando.
Rowan le dejó un reguero de besos desde la oreja hasta el hombro. Le rodeó el cuello con una mano y con sus dedos largos y finos le acarició el pelo, un gesto que le transmitió calor a toda la espalda.
No se iría a ninguna parte. Dejó de lado sus sentimientos de hipocresía y entendió por primera vez qué había sentido Michael por Jessica.
Jamás debería haber juzgado a su hermano con tanta ligereza. Se prometió a sí mismo que se lo diría al día siguiente.
John siguió con el masaje, frotándole la espalda a Rowan. Vio que la Glock le presionaba el pecho y la sacó de su funda. Ella se puso rígida al sentirse desarmada, pero le quitó el arma de las manos y la dejó debajo de la almohada. Él desenfundó su propia pistola y la dejó sobre la mesilla de noche, sin quitarle a Rowan los ojos de encima.
– ¿Rowan, estás segura…?
Ella le puso un dedo en los labios.
– Shh. No digas nada.
Él quería hablar, pero no quería perder esa conexión con ella. Había sentido una enorme atracción desde el momento en que la vio, y todo lo que había ocurrido desde entonces los había acercado aún más. Más tarde tendrían tiempo para hablar.
John le cogió las muñecas, le besó los dedos y se los llevó a la boca. El dolor y la tensión en su rostro se desvanecieron. No deberían estar haciendo eso, pero, maldita sea, era muy agradable. Sacó los dedos de su boca, inclinó la cabeza y le rozó los labios.
Un solo beso no le bastaría. Empujó más profundo, deseando darle el calor y el contacto físico que necesitaba, sabiendo que ya no había vuelta atrás. Aquella no sería una guardia de una sola noche, no podría darle un beso de despedida y desaparecer sin más de su vida.
Ya la tenía alojada en el alma.
La empujó dulcemente hacia la cama y ella le rodeó el cuello con los brazos, atrayéndolo con más fuerza, respondiendo al poderoso asalto de su boca exuberante. Abrió la boca y dejó escapar un gemido. Él le lamió los labios, el cuello, detrás de la oreja. Nadie debería jamás vivir lo que había vivido Rowan. Nadie. Era asombroso que hubiera aguantado tanto. Era una mujer extraordinaria.
La besó hasta volver a sus labios y hundirse entre ellos con su lengua. Ella le respondió beso a beso, entrelazando su lengua con la de él, mientras le frotaba y rascaba la espalda.
Con un gesto de impaciencia, ella tiró de su camiseta y él interrumpió el beso para quitársela de un tirón por encima de la cabeza y echarla a un lado. Ella todavía tenía puesto el diminuto vestido negro y él estiró la mano y le bajó la cremallera por la espalda hasta abajo. Ella se quitó el vestido con un gesto rápido y él vio su cuerpo exquisito.
Rowan tenía cicatrices. John le besó una herida que parecía a todas luces la de un disparo que le había rozado la costilla inferior derecha. Tenía la parte de arriba del brazo marcada por una herida de arma cortante, una vieja herida. John la besó. Le desabrochó el sujetador y le cogió los pechos en el cuenco de las manos y los acarició. La miró a la cara. Tenía los ojos cerrados y la boca abierta. Las lágrimas habían cesado.
No quería volver a verla llorar, jamás.
Le besó un pecho, le tiró del pezón para chuparlo y ella gimió. Repitió el gesto con el otro pecho, disfrutando de cómo ella respondía a su contacto. Antes, se había portado como un témpano. Ahora se estaba derritiendo, al fuego vivo. Rowan tiró de su pantalón y él se lo quitó con movimientos impacientes. Descansó todo su peso sobre ella y volvió a besarla.
Jamás se sentiría saciado, y entonces supo que había caído redondo por ella.
Rowan dejó vagar sus manos por el cuerpo duro y musculoso de John. Bajo su piel bronceada, palpitaban todos sus músculos, y sólo una línea por debajo de su cintura demostraba que no tomaba el sol desnudo.
Ella no quería que todo eso ocurriera, pero cuando John la sostuvo en sus brazos, el corazón se le disparó y se sintió segura. Por primera vez en mucho tiempo, se había sentido segura. Él había compartido con ella su dolor, y ahora su pasado parecía más ligero de llevar. Ignoraba cómo era posible que eso hubiera sucedido después de que John la obligara a desnudar su alma, pero liberarse de sus secretos era un alivio. No había hablado de ello en veintitrés años.
Como si le hubieran quitado un velo del corazón. Su fardo parecía más ligero, como si John le ayudara a llevarlo. Se sentía más libre que nunca. Gracias a él.
Así que le besó el cuello y le pidió que se quedara. No estaba segura de que lo haría. Si él se iba, encontraría una manera de vivir sin él. Ella sobreviviría, sola.
Pero se alegró de que se quedara. Suplicar para que sus deseos se cumplieran no era algo que hiciera fácilmente, pero en ese momento no estaba ella para remilgos si se trataba de conseguir que se quedara con ella.
Quizá por primera vez en las dos semanas transcurridas desde el asesinato de Doreen Rodríguez, cesarían las pesadillas.
Sin embargo, más que el sentimiento de seguridad, sentía una camaradería y un entendimiento con John que no había tenido en toda su vida. Su manera de mirarla, con sus ojos profundos y oscuros, llamándola, prometiéndole que podía confiar en él, y que no se dejaría matar. Que era lo bastante fuerte para cargar con ella y con el mundo.
La excitaba como ningún hombre la había excitado antes. Era algo más que su aspecto de hombre guapo, su cuerpo bronceado y duro. Era su manera de concentrarse en la tarea entre manos, ya se tratara de arrancarle los recuerdos del pasado, hacer justicia o hacerle sentirse nuevamente en su plenitud, aquí y ahora. Haciéndole el amor.
Rowan tenía infinidad de preguntas, y quería saberlo todo acerca de él. Y cuando lo supiera todo, lo desearía todavía más. Lo querría demasiado.
Eso era algo que ya le había sucedido.
Apartó esos pensamientos de su mente, estiró las manos y le tocó las nalgas, duras como la piedra. Hincó los dedos en ellas y él se impulsó hacia delante. Tenía el miembro tieso en contacto con ella y ella lo deseaba. Lo besó y él respondió acogiendo su boca profundamente en la suya, sin que sus manos dejaran de moverse, acariciándole todo el cuerpo, conservando su calor, poniéndola caliente.
– Hazme el amor -le murmuró al oído, y luego lamió ese punto sensible detrás del lóbulo. Él se estremeció en sus brazos.
– Todavía no. -Su voz era ronca y grave. Le quitó las bragas con los dientes. Ella se enfrió sin su cuerpo firme sobre ella, pero entonces, con la lengua, John le abrió la vagina y ella dio un respingo cuando un calor líquido le inundó la entrepierna.
Agarró el edredón en un puño mientras con la lengua John obraba magia. Dejó escapar un gemido, placer mezclado con una pizca de dolor cuando sintió venir el orgasmo y su boca que la chupaba. Arqueó la espalda, levantó las caderas de la cama y él le mordisqueó suavemente su protuberancia. Ella se dejó arrastrar a un orgasmo tembloroso que la dejó jadeando y con la voz enronquecida.
Y luego se montó sobre ella y la besó con fuerza. Ella se agarró a él, atrayéndolo cuanto pudo. Él le abrió las piernas para penetrarla.
Y entonces ella les dio un vuelco a los dos.
John ni siquiera se dio cuenta de lo que había pasado. En un momento estaba a punto de hundirse profundamente en el cuerpo ardiente de Rowan, necesitándola, queriéndola, deseándola con todo su ser. Y al instante siguiente estaba tendido de espaldas y el pelo largo y rubio de Rowan le caía sobre la cara. Se quitó un pelo de la boca y comenzó a decir «¿Qué?» cuando ella lo besó con fuerza y se enderezó.
Él miró mientras ella lo cogía en sus manos delgadas y lo guiaba hacia su interior. A ella le faltó el aliento cuando él entró apenas la punta. Cerró los ojos y entreabrió los labios. Era todo lo que John podía hacer para no penetrarla hasta el fondo y correrse. Estaba a un tris de dejarse ir.
Pero estaba fascinado mirándola. Rowan era como una diosa suspendida sobre él, con la espalda arqueada, los pechos firmes, los pezones duros y puntiagudos. Tenía la piel muy blanca, suave y perfecta, a pesar de las cicatrices.
Y entonces ella hizo que se deslizara hasta el fondo y John vio las estrellas.
Le cogió las manos y las sostuvo con fuerza. Era ella quien dirigía, y era lo único que él podía hacer para permitirlo. John quería recuperar el control, pero se deleitaba con su abandono. Rowan dejaba que se fuera hundiendo aún más en ella y gemía, luego subió hasta casi dejarlo fuera, y volvió a hundirlo en ella.
Era una tortura difícil de soportar, pero maravillosa a la vez.
Rowan lo apretaba con los músculos al hundirse en ella y ella quedó temblorosa, desatando una sucesión de olas que iban desde sus testículos hasta el cerebro. John no podía esperar más.
La cogió por su hermoso culo con ambas manos, la empujó hacia abajo hasta tenerla entera, y entonces empezó a darle. Ella gimió y se dejó caer sobre su pecho, temblando. Él sintió sus músculos que se cerraban en torno a él.
Su orgasmo fue el más poderoso que recordaba haber tenido jamás. La mantuvo apretada contra él mientras ella se mecía con su propio orgasmo.
La hizo girarse suavemente y tapó a los dos con el edredón. La cogió, le besó el pelo, la cara, los labios. Ya volvía a tenerla dura, todavía arropada por su cuerpo cálido.
– Rowan, quiero hacerlo otra vez.
Ella lo besó un momento largo y dulce. Juntos, exploraron.
Michael entró a trompicones en su piso, con la cabeza martillándole y el estómago bien revuelto. No debería haber comido las dos hamburguesas con queso y patatas fritas con la tripa llena de whiskys y cerveza. Tienes que llegar al lavabo, no paraba de repetirse. No ensucies el suelo.
Llegó a tiempo, y se inclinó ante el dios de porcelana durante unos buenos diez minutos. Cuando se incorporó, ya no se sentía enfermo, y por un momento pensó en volver a casa de Rowan para echarle una mano a John con la seguridad. No, dormiría tranquilamente y volvería por la mañana.
Después de beber agua directamente del grifo del lavabo, volvió a paso lento hasta el salón. La puerta de la entrada había quedado abierta de par en par.
– Mierda -murmuró, fustigándose por su estupidez. Cruzó el pasillo y la cerró de un portazo.
– Hola, señor Flynn.
Michael se giró de golpe y vio que en medio de su salón había una figura que le pareció familiar. El desconocido. El ejecutivo del bar.
Michael quiso desenfundar su pistola pero sabía que era demasiado tarde. Tres balas le dieron en todo el pecho. Sintió calor y un dolor horrible que se apoderaba de su cuerpo. Estaba ardiendo.
Se fue contra la pared y cayó al suelo. Todo se movía en cámara lenta. El desconocido se le acercó, con la luz reflejada en su pelo rubio castaño. Sacudió la cabeza, con una sonrisa siniestra pintada en el rostro cuando miró a Michael caído.
– Lo siento, señor Flynn. No estaba en el libro pero, a veces, tenemos que improvisar.
El libro. Rowan. Mierda, la había cagado. Lo siento, John. Tenías razón.
Un destello de luz, ¿una cámara? Quizá fuera un túnel. Sí, un túnel de luz.
Y luego el mundo se apagó.