John miraba por la ventana del salón mientras pensaba en Michael cuando la oyó gritar. No era un grito cualquiera. Era un grito preñado de terror y dolor. Desenfundó la pistola, subió la escalera de tres en tres e irrumpió en la habitación.
Rowan se retorcía en la cama, y sollozaba. John comprobó rápidamente que no había nadie más en la habitación. Cuando llegó a su lado, le dio una cachetada en la cara para sacarla de su pesadilla. Pero cuando abrió los ojos, vio que todavía estaba atrapada en el terror que había imaginado. Rowan lo miraba con los ojos muy abiertos. Temblaba tanto que le castañeteaban los dientes.
– ¡Estás muerto! ¡Estás muerto! -exclamó, y descargó los puños contra el pecho de John. Él la abrazó cuando vio que se derrumbaba.
Sus sollozos de angustia le partieron el corazón. Jamás había oído tanta agonía en una voz. Pero ella no permitió que él la abrazara mucho rato. Se compuso más rápidamente de lo que él esperaba y se apartó de él.
– Tengo que ducharme.
– ¿Qué ha pasado?
– Una pesadilla. -Rowan se deslizó fuera de su abrazo y desapareció en el cuarto de baño. Él oyó que corría el cerrojo.
Al cabo de quince minutos, bajó. Estaba recién duchada pero todavía estaba pálida y parecía agotada.
– Tienes que comer algo -dijo él, y la condujo hasta la cocina. Consiguió que comiera la mitad de un bocadillo y tomara un vaso de leche.
Acababan de sentarse con una taza de café recién hecho cuando Peterson llamó para informarle de que los archivos de Rowan estaban listos. A John le entraron dudas acerca de la conveniencia de aquella idea. Temía que Rowan estuviera al borde del abismo, y que aquello pudiera darle el empujón final.
Sin embargo, él tenía que encontrar al asesino de su hermano.
Cuando se desataba una batalla, debía prevalecer la justicia. Y asumir las consecuencias.
– Nadie te obliga a hacer esto -le dijo, media hora más tarde. Estaban en el parking subterráneo casi vacío del cuartel general del FBI en Los Ángeles. Los domingos no había demasiada actividad.
Ella se miró las manos y las sostuvo apretadas sobre la falda.
– Sí, tengo que hacerlo. Tú lo sabes y yo lo sé. -Habló con voz queda pero firme. Lo miró con ojos inexpresivos-. No te preocupes por mí.
Fue como si le hincaran un cuchillo en las entrañas. No te preocupes por mí. Rowan lo dijo como si sospechara que a él no le preocupaba. Y lo irónico era que cuando había dispuesto aquello, no le preocupaba. No le importaban las consecuencias que pudiera tener para ella.
Ahora sí le importaba.
Le cogió una mano.
– Rowan, todo saldrá bien. Una palabra tuya y te llevo de vuelta a casa.
– Tengo que mirar. Ojalá lo hubiera visto antes. Pero nunca… nunca pensé que estuviera relacionado con mi pasado. Mis casos, el caso de los Franklin, un admirador desequilibrado… pero, no… no mi familia. -Respiró hondo y reprimió un sollozo-. Si lo hubiera relacionado, quizá lo habríamos detenido antes…
Se quedó mirando las manos entrelazadas, pero no acabó la frase. Con la mano libre, le sostuvo el mentón y la obligó a mirarlo.
– No es culpa tuya. Tú lo abordaste racional y metódicamente. -Se inclinó hacia delante y le rozó los labios con un gesto suave-. No estás en esto sola.
Cuando se apartó, vio en su mirada el alcance de su sorpresa. Y luego Rowan volvió a activar las defensas, y de su cuerpo fibroso y alargado emanó sólo una tranquila frialdad. Retiró la mano lentamente.
– Acabemos con esto de una vez -dijo, y abrió la puerta.
Cuando entraron en la sala de reuniones, John se sorprendió al ver a Tess sentada ante una mesa en un rincón y tecleando a toda velocidad. Tenía el pelo corto lacio pero limpio. No llevaba maquillaje y su rostro irradiaba una férrea determinación.
Tess levantó la vista, se miraron a los ojos y lo saludó con una sonrisa desganada. Luego vio a Rowan y volvió de inmediato a su trabajo.
Tess necesitaba tiempo. Pero el tiempo no cura todas las heridas. Tenía la esperanza de que su hermana no tuviera que vivir con esa desgracia.
Quinn Peterson estaba sentado ante la larga mesa examinando los contenidos de un grueso archivador. Se incorporó cuando John cerró la puerta.
– Roger nos ha mandado por fax todo lo que no pudimos descargar de los archivos -dijo-. He mandado a mi colega a buscar al señor Williams.
Rowan se puso tensa.
– ¿A Adam? -Miró de Quinn a John, sin ocultar su indignación-. ¿Pensáis traer a Adam aquí?
– Puede que sea nuestra única esperanza de identificar a este tipo antes de que sea demasiado tarde -dijo John, con voz pausada.
Ella cerró los ojos con fuerza.
– Nunca se recuperará -dijo, y soltó un largo suspiro-. Pero tenéis razón -añadió, una vez disipada la indignación, o quizá sepultada. John no sabía cuál de las dos-. John, ¿podría pedirte un favor?
– Lo que quieras.
– ¿Podrías bajar a reunirte con el agente Thorne cuando llegue con Adam y explicarle lo que vamos a hacer? A Adam le darán un gran susto cuando lo vayan a buscar a casa y lo traigan aquí. -Le lanzó una mirada a Peterson-. Me lo podrías haber dicho. Habría hablado con él.
– No creo que hubiera hablado contigo -dijo John, y ella volvió su atención hacia él. Abrió los ojos exageradamente, no de rabia sino de sorpresa y algo más. ¿Decepción? ¿Dolor?-. Después del incidente con los lirios, creo que Adam se siente un poco intimidado.
Se sentía herida. En sus ojos encendidos, decididamente estaba ofendida. Ella asintió con la cabeza y se giró, pero él alcanzó a ver el brillo de una lágrima.
– Hablaré con él -le aseguró John, y abandonó la sala.
Rowan miró el grueso archivador lleno de carpetas. El corazón le latía tan sonoramente que pensó que Quinn y Tess lo oían con toda claridad. Tenía mucho miedo, pero no estaba dispuesta a reconocerlo. No en ese momento.
– Nunca lo supe -dijo Quinn, poniéndole una mano en el hombro. Ella se encogió de hombros, temiendo que si hablaba le temblaría la voz-. Miranda lo sabía, ¿no?
Rowan asintió en silencio y respiró hondo.
– La mayor parte. La primera semana que pasamos en la academia, Miranda, Olivia y yo nos contamos por qué queríamos ser agentes. Nos fuimos a beber margaritas, yo casi nunca bebo. -Esbozó un amago de sonrisa, recordando lo agradable que era encontrar a dos mujeres que la entendían-. Nunca había hablado de ello con nadie, ni siquiera con Roger. Él no quería tocar el tema, creo. Era una cuestión del pasado, y yo debía seguir adelante. Yo…, pues… tenía algunos problemas en aquella época.
– No me sorprende.
Ella ignoró su comentario con un gesto de la mano y se sentó a la mesa, sin mirar las carpetas que le esperaban. Tendría que revisarlas, pero necesitaba un minuto. Miró a Tess, que al parecer seguía ocupada en alguna tarea, aunque Rowan intuyó que tenía una oreja pegada a la conversación. ¿Qué importaba? La verdad acabaría saliendo a la luz de todos modos. Daba igual. Tampoco era posible que Tess la odiara más de lo que ya la odiaba.
– Miranda fue muy sincera con nosotras desde el primer día. Es una de las cosas que me gustan de ella.
Rowan alzó la vista para mirar a Quinn, que la observaba de brazos cruzados y con la mandíbula apretada, con sus ojos oscuros impenetrables. ¿Sentía algún tipo de remordimiento o rabia a propósito de lo que había pasado con Miranda en Quántico? Rowan habría querido preguntarle, pero él la habría acusado de desviarse del tema.
– En cualquier caso -siguió-, estábamos bebiendo y Miranda nos preguntó por qué estábamos allí. Salió así, sin más. -Rowan guardó silencio. Incluso después de haberle contado todo a John, resultaba difícil hablar de lo que había pasado esa noche.
– ¿Por qué querías ser agente? ¿Por influencia de Roger?
– En parte. Él me salvó la vida. No físicamente, sino psicológicamente. Me dio la capacidad de centrarme mentalmente. A Roger le importa mucho la justicia.
– A ti también.
– Sí, me importa. Pero él quiere castigar a los criminales, y yo quiero vengar a las víctimas -dijo, y calló. La diferencia era tan sutil que no sabía cómo explicarla.
– Nunca entendí cómo mi padre pudo matar a mi madre. A pesar del maltrato físico permanente, nunca pensé… quiero decir, creía de verdad que la amaba a su manera, aunque retorcida. Pero yo era sólo una niña, no entendía qué estaba ocurriendo. Ahora sé, después de años de clases de psicología y criminología, que la violencia doméstica no es amor. Pero tenía que intentar descubrir por qué mi padre perdió la razón. Cómo Bobby podía ser tan cruel. Si supiera por qué, sería una agente mejor preparada. Podía luchar mejor por las víctimas si entendía a sus agresores.
– ¿Encontraste las respuestas que buscabas?
– No. A todos los criminales que interrogaba les preguntaba por qué. Jamás me dieron una respuesta que yo entendiera.
– Quizá porque tú no eres una asesina.
No, no soy una asesina. Mi padre sí lo es. Mi hermano lo era. Yo no. Todavía no.
Se quedó mirando la carpeta, temiendo su contenido, sabiendo que las fotos y los informes le harían daño y le traerían recuerdos que había intentado sepultar. Ya no podía seguir huyendo. Tenía que hacerlo. Poner fin a aquella locura.
Abrió la carpeta.
Los documentos, que habían imprimido desde el ordenador o que Roger había mandado por fax, no guardaban ningún orden. La primera página era el informe original de la policía. Homicidio múltiple. Los datos correspondientes a las víctimas eran nombre, edad, lugar y aparente causa de la muerte.
Elizabeth Regina MacIntosh, 46, mujer blanca, encontrada en la cocina. Múltiples heridas de arma punzante, fallecida.
Melanie Regina MacIntosh, 17, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Rachel Suzanne MacIntosh, 15, mujer blanca, encontrada en la entrada de la casa. Apuñalada múltiples veces, fallecida.
Danielle Anne MacIntosh, 4, mujer blanca, encontrada en la habitación de matrimonio. Recibió un disparo en el pecho de una pistola de 9 mm, fallecida.
Rowan respiró hondo. Volvía a sentirse como una niña. Vio el cuerpo inerte y ensangrentado de su madre. Vio morir a sus hermanas. Corrió con Peter y Dani hasta el armario.
Pero Bobby los perseguía.
Dio la vuelta a la página y encontró los papeles del proceso de su padre. Los había leído tantas veces en el pasado que se los sabía de memoria, así que dio la vuelta rápidamente a la página.
La detención de Bobby.
El sospechoso del homicidio múltiple escapó por una ventana de la segunda planta y fue perseguido hasta la esquina de Crestline Drive y Bridgeview Court, donde fue detenido sin mayores incidentes. Se le leyeron sus derechos y el sospechoso solicitó un abogado.
Su descripción era clínica. Robert William MacIntosh Junior, 18 años. Pelo rubio, ojos azules, un metro ochenta y cinco, 77 kilos. No hay marcas distintivas. No hay tatuajes. No hay piercings.
Bobby parecía simpático, pero ella sabía la verdad. Siempre había sabido que era malvado. Gracias a Dios que había muerto.
Sin embargo, Bobby la había perseguido desde la tumba. En sus pesadillas. En la elección de su carrera, en su decisión de ingresar en el FBI y luego abandonarlo. Controlaba su vida desde el comienzo, más ahora que estaba muerto de lo que jamás pudo en vida. ¿Cómo es que no lo había visto antes? ¿Cómo podía haber vivido tanto tiempo bajo su sombra perversa sin darse cuenta del control que Bobby seguía ejerciendo sobre ella?
Ahora lo sabía. Y le pondría fin de una vez por todas.
Giró la página.
– ¿Estás bien, Ro? -preguntó Quinn, con voz queda, y puso un vaso de agua delante de ella.
Asintió y aceptó, agradecida, el agua. Tomó un trago, y el líquido frío le calmó la garganta irritada. Quinn permanecía de pie detrás de ella como un soldado. Ella sentía su mirada clavada en la espalda. Oía también el clic-clic-clic de Tess en el teclado. Pausa. Clic-clic-clic. Si no fuera tan rítmico, sería desagradable.
Giró otra página.
Fotos.
Dejó el vaso, temiendo que su mano temblorosa derramara el agua sobre la carpeta. La cocina. Mamá no estaba, pero ella vio la crudeza de la imagen en blanco y negro, las paredes salpicadas de sangre, la silla por el suelo. Algunos artistas elegían el blanco y negro porque su impacto era más potente que el color. No había nada que se comparara con la sangre en tono gris oscuro. Uno esperaba que fuera de color rojo, y no se daba cuenta de que tenía tanta profundidad hasta que el color era lavado de la imagen.
Hojeó rápidamente las fotos. No podía mirar. Había venido a hacer eso, pero no podía. Quinn las cogió del montón y las colocó boca abajo, lejos de ella. Rowan se pasó la mano por la cara, y le sorprendió darse cuenta de que tenía las mejillas húmedas.
Tenía que concentrarse en los informes. Imaginar que no había estado en la escena. Sólo se trataba de una investigación más, los miembros de la familia eran extraños.
No sabía si sería capaz de terminar, pero tenía que hacerlo.
Volvió a coger las fotos y respiró hondo.
Se percató de que se había hecho el silencio en la sala. Quinn la observaba atentamente. Tess había dejado de trabajar y la miraba con el ceño fruncido. Maldita sea. Si las respuestas estaban ahí, en aquella maldita carpeta, ella tenía que encontrarlas.
Sonó el teléfono móvil de Quinn y él contestó.
– Peterson… De acuerdo, gracias por decírmelo -dijo, y apagó el móvil con gesto brusco.
– ¿Qué ha pasado? -preguntó Rowan, temiendo lo peor. No será otro cadáver.
– Colleen está con Adam y John en el garaje. Ahora suben.
Ella asintió y volvió a las carpetas. Las palabras eran borrosas. ¿Iba a desmayarse? No. Eran lágrimas. ¿Había conocido a esas personas cuando era una niña? ¿Estaban ahora de alguna manera en su vida?
Tenía que fingir, pensar que esa familia masacrada sin piedad no era la suya. Imaginar que eran extraños.
Eso es. Extraños que venían a molestarla en sus sueños.
Alzó la vista y vio que Tess seguía mirándola, con una expresión rara pintada en la cara. La puerta se abrió y Tess volvió a su trabajo en el ordenador. John entró en la sala con Adam, acompañándolo con una mano en el hombro. El chico parecía aterrado y miraba a John en busca de seguridad. Cuando vio a Rowan, retrocedió con un gesto visible y se acercó a John. Rowan se sintió pequeña y miserable. Había hecho daño a alguien que quería y ahora no sabía cómo repararlo. Tampoco sabía si era posible.
John le murmuró algo al oído y Adam se relajó un poco, pero evitó mirar a Rowan. John lo sentó ante otra mesa mirando hacia la pared.
– ¿Las fotos? -le preguntó a Quinn.
Rowan lanzó un suspiro de alivio cuando Quinn cogió la carpeta que tenía delante y se la entregó a John.
Éste la abrió, la repasó rápidamente y sacó las fotos.
– Adam, recuerda lo que te he dicho -dijo John, inclinándose sobre la mesa y mirando fijamente al chico asustado-. Yo estaré aquí. Sólo quiero que mires estas fotos y me digas si alguna vez has visto a alguna de estas personas. Recuerda, puede que no tengan el mismo aspecto, puede que ahora sean mayores.
– Sí, John -dijo Adam, con voz temblorosa.
Rowan intentó concentrarse en su tarea y dejó de mirar a John y a Adam.
Sentía el peso del corazón en el pecho. John miró las fotos con Adam, y la miró a ella. ¿Era tristeza lo que ella veía en sus ojos? John apretó la mandíbula y ella vio el pulso latiéndole en el cuello.
No, no era tristeza, sino rabia. No iba dirigida contra ella, pero la ponía incómoda. No quería que nadie, sobre todo John, luchara contra sus fantasmas. Pero, si no podía controlarse, no podría combatir a sus demonios, ni al demonio real que era el asesino ni a los demonios de sus pesadillas.
Volvió a concentrarse en el archivo.
La sala permaneció en silencio durante los próximos diez largos minutos. Adam fue el primero en hablar, con la cabeza gacha.
– Lo siento, lo siento. No está aquí. Lo juro, John, no está aquí. Lo recordaría, ¡estoy seguro, seguro! -dijo, alzando la voz, frustrado.
John apoyó la mano en el hombro de Adam.
– No te preocupes, Adam. -Miró a Quinn-. Peterson, ¿has conseguido aquella foto de la que te hablé?
– ¿O'Brien? Sí. -Se inclinó sobre la mesa donde estaba Rowan y le entregó a John una carpeta delgada.
Rowan levantó la cabeza como impulsada por un resorte y entrecerró los ojos.
– ¡Ya te he dicho que Peter no tiene nada que ver con esto!
– Collins lo ha comprobado, pero sólo quiero una segunda verificación.
Ella le dio la espalda y apretó los ojos hasta que le dolió.
Peter no tenía nada que ver con todo eso. Pero si ella no lo conociera tan bien, ¿acaso no pensaría también que había razones para sospechar de él?
– Tienes razón, John -murmuró, aunque reconocerlo le partiera el corazón. Peter, por favor, perdóname-. Tenemos que descartarlo.
John le llevó la carpeta a Adam.
– Adam, ¿reconoces a este hombre? -preguntó, y le enseñó una foto. Rowan no pudo resistir la tentación de ponerse de pie y mirar la foto con sus propios ojos.
Peter no se parecía en nada a ella, excepto, quizás, en los ojos. Tenía el pelo oscuro, como Dani. En la foto salía retratado sin el cuello que lo identificaba como cura, y vestía una camisa. ¿De dónde la había sacado Quinn? Parecía reciente.
Lo echaba de menos. Al ver la foto recordó que había apartado deliberadamente a su hermano de su vida. Él tenía la iglesia, su familia adoptiva, su propia vida. Ella era un recordatorio del pasado para él, como él lo era para ella. Pero Rowan todavía lo quería.
– ¿Adam? -dijo John.
Adam negó con la cabeza.
– Lo siento. Lo siento mucho, mucho, mucho. No es él.
Rowan se relajó. Sabía que no era Peter, pero no dejaba de sentir cierto alivio ante la afirmación de Adam.
– ¿Qué pasaría si tuviera el pelo rubio -preguntó John-. Como si lo llevara teñido. Recuerda que el hombre que viste llevaba gafas de sol.
Adam volvió a negar con la cabeza.
– No es él, estoy seguro. El hombre que yo vi en el puesto de las flores tenía la nariz torcida.
John miró a Quinn.
– ¿La nariz torcida? ¿Cómo si se la hubiera roto? ¿Cómo el agente Peterson, aquí?
Adam se giró para examinar a Quinn. Inclinó la cabeza a un lado, como si viera algo que nadie más en la sala veía. Rowan se puso tensa.
– Sí, como su nariz -dijo Adam, casi sorprendido por haber reconocido al menos un detalle-. No era recta, como ésta -dijo, señalando la foto-. Y el hombre que yo vi tenía el mentón más pronunciado.
– Estoy orgulloso de ti, Adam. Has recordado muchas cosas.
– Pero el que yo vi no es él -dijo, señalando la foto de Peter.
– No importa. ¿Qué diferencias ves entre esta foto y el hombre que viste?
Adam frunció el ceño, como si no entendiera.
– No lo sé.
Maldita sea, habían llegado tan lejos. Si tuvieran una foto del sospechoso, Rowan no dudaba de que Adam lo habría reconocido.
– ¿John? -llamó Tess, agotada-. John, Quinn, creo que he encontrado algo.
Los dos hombres se abalanzaron sobre su mesa.
– ¿Qué? -preguntó John.
– He hecho una búsqueda de Robert MacIntosh en la base de datos médica a la que Quinn me ha dado acceso. Mira esto.
Miraron en silencio.
– ¡Joder! -dijo John-. Rowan, ven aquí. -Era una orden, y Rowan obedeció. Pero sentía los pies pesados, como si arrastrara todo el cuerpo.
Miró la pantalla por encima del hombro de Tess. Al principio, no vio lo que había visto John. Cada una de las filas parecían entradas médicas sobre Robert William MacIntosh. Su padre. Todas las entradas provenían del hospital de Bellevue, en Boston. Excepto una, dos semanas después del asesinato. Múltiples heridas de arma de fuego. La fecha de alta era cuatro semanas más tarde, bajo custodia federal.
– Mi padre no fue herido de bala.
– Pero tu hermano, que también se llamaba Robert MacIntosh, sí, cuando intentó escapar.
– A Bobby lo mataron cuando intentaba escapar -dijo Rowan, negando con la cabeza.
– Según estos datos, no.
Rowan empezó a temblar descontroladamente. Bobby no podía estar vivo. Era imposible. ¿Cómo? ¿Dónde había estado todo ese tiempo? Roger se lo habría contado. ¿Acaso le había mentido todos esos años?
John se le acercó pero ella se apartó de él.
Roger tenía que haberlo sabido. Tenía que haber estado enterado de que Bobby estaba vivo. Y si Bobby estaba vivo era perfectamente capaz de haber matado a esas personas. Doreen Rodríguez. La pequeña Harper, la niña de la coleta.
Michael.
Cogió el montón de fotos de la mesa y las hojeó, descartando la mayoría, sin importarle las que caían al suelo.
Bobby.
Eligió la foto más nítida de Bobby que había en el montón. Estaba esposado, y lo sujetaba un poli mientras otro abría la puerta de un coche patrulla. Bobby tenía sangre en la ropa. La sangre de Mel y Rachel. Nadie podía apuñalar a un ser humano y salir indemne.
Tenía el pelo rubio, un poco más oscuro que el de ella. Tenía los ojos fijos en ella. Arrogante. Sin remordimientos.
Tragó bilis con sólo pensar que Bobby seguía con vida. No podía ser. Eso significaba que Roger le había mentido desde que la conocía.
Aplastó la foto contra la mesa frente a Adam.
– ¿Éste es el hombre que viste? -No conseguía disimular el miedo y la rabia en su voz.
– Rowan. -John estaba junto a ella, y le puso una mano en el brazo. Ella intentó soltarse, pero él le apretó la muñeca-. Necesitamos una foto reciente. Han pasado veintitrés años,
Veintitrés años. Sí. Bobby habría cambiado, pensó Rowan. ¿Qué aspecto tendría ahora? ¿Era posible que lo hubiera visto y no lo supiera? ¿Qué no supiera que su maldito hermano estaba vivo y andaba libre por las calles?
Adam balbuceó algo, y ella se volvió hacia él.
– Adam, lo siento. Yo… oh, mierda -dijo, sin acabar, con la voz débil.
– Quizá -murmuró Adam.
Rowan sacó su móvil y marcó el número directo de Roger.
– Collins.
– ¿Por qué nunca me has contado que Bobby está vivo? -preguntó, con voz fría, impersonal, como si otra persona hablara por su boca.
Roger estuvo sin responder un rato muy largo.
– Rowan, él te amenazó. Yo estuve sentado frente a esa semilla del diablo y lo escuché decirme cómo te mataría. Cuando escapó, mató a dos guardias. Lo juzgamos por esas muertes para que tú no tuvieras que declarar. Había muchos testigos, y con dos policías muertos, no tardaron en darle cadena perpetua sin libertad condicional. No iba a salir en toda su vida, Ro. Y tú tenías unas pesadillas horribles. Gracie y yo estábamos preocupados. Si pensabas que estaba muerto, ¿te hacíamos algún daño? Nunca pensé…
– ¿Ha estado en la cárcel todo este tiempo y yo no lo sabía? ¿Cómo te has atrevido? ¿Cómo te atreves a ocultarme una información tan importante? Ya no soy una niñita miedosa. Habría sido capaz de lidiar con ello.
– Pero…
– ¿Dónde está? Ahora mismo, ¿dónde está?
– En Texas.
– Quiero verlo.
– Hablé con el director de la prisión después del primer asesinato, y…
– ¿Sospechaste de él? -Rowan sintió que todo le daba vueltas. Sintió las manos de John en sus brazos, calmándola, obligándola a sentarse. Pero no veía nada. Estaba cegada por la rabia, una rabia del color de la sangre. Se imaginó a Roger, el hombre que a menudo había deseado tener como su verdadero padre, sentado a su mesa, diciéndole que le había mentido durante veintitrés años.
– No, en realidad, no. Sólo lo comprobaba. Quería asegurarme de que no hubiera errores. Está en la cárcel de máxima seguridad, a prueba de fugas.
– Quiero verlo. Ahora.
– Rowan…
– Con o sin ti. -Era incapaz de hablar con Roger. Le lanzó el móvil a John y él lo cogió.
– ¿Collins? -dijo-. ¿Dónde está la cárcel? -Siguió una pausa-. Tomaremos el próximo vuelo -dijo, y colgó-. Rowan, si…
– John -interrumpió Tess-. Mira.
John y Rowan se giraron hacia la pantalla. Tess había encontrado la foto de Bobby cuando lo encarcelaron.
– Ésta es de hace cinco años.
Bobby había envejecido notablemente bien en la cárcel, pensó Rowan. Se le había oscurecido el pelo y llevaba un corte estilo militar. Tenía el rostro duro, la mirada fría, la tez pálida. Pero, en realidad, parecía una persona cualquiera. Una persona normal.
– Quiero irme a casa -se quejó Adam, desde su silla.
John se volvió hacia él y le ayudó a levantarse.
– Una foto más, Adam. Sólo una.
– ¿Lo prometes? -inquirió Adam, con gesto enfurruñado.
– Lo prometo.
Adam se dejó llevar hasta el ordenador de Tess. Se quedó mirando la pantalla.
– Adam, ¿es éste el hombre que viste en el puesto de flores?
Adam asintió con la cabeza.
– ¿Puedo irme a casa ahora? -preguntó, con lágrimas en los ojos.
Quinn le hizo una seña a Colleen, que permanecía en silencio en un rincón desde que había entrado con John y Adam.
– Adam, Colleen te llevará a casa.
Rowan miraba la foto en la pantalla. ¿Era Bobby el responsable de todo eso? ¿Cómo era posible? Si se estaba pudriendo en la celda de una cárcel, ¿cómo podría haberlo visto Adam en Malibú?
– Gracias, Adam -dijo, intentando expresar su agradecimiento. Adam salió sin mirarla.
– Voy a mandar un boletín de busca y captura sobre Robert MacIntosh -dijo Quinn-. Buen trabajo, Tess. Si alguna vez quieres trabajar en el gobierno, llámame.
– Tenemos que irnos -dijo Rowan-. Tengo que verlo entre rejas. ¿Qué pasará si no está allí? ¿Y si se ha fugado? -Pero aquello era imposible. Habrían informado a Roger. Todo el país habría estado alerta buscando a un asesino fugado de la cárcel.
Nada tenía sentido.
John se mostró de acuerdo.
– Quinn, ¿cuánto tardaremos en llegar?
– En el primer vuelo disponible. Vosotros, id a Burbank, y yo bajaré a quien sea del avión si es necesario.
– Gracias -dijo John, y miró a Rowan-. ¿Estás preparada?
Ella asintió con la cabeza. Preparada o no, tenía que enfrentarse a Bobby.