– ¿Nunca has tenido ganas de matar a alguien? ¿Sólo por puro placer?
Bobby se quedó mirando a Rowan con sus ojos azules y fríos.
Rowan estaba atada a una silla en el comedor y Bobby se había sentado en la cabecera. Estaba bebiendo whisky y le apuntaba con una pistola.
Rowan había perdido la batalla.
Él se había anticipado a la posibilidad de que lo atacara y estaba preparado. Rowan no había podido asestarle ni un solo golpe. Él había arremetido contra ella y la había reducido.
Su estado mental era demasiado emocional, demasiado débil.
No cometería el mismo error la próxima vez. Si es que había una próxima vez.
– ¿Y bien? -indagó él, haciendo girar el hielo en el vaso de whisky, con un gesto muy parecido al de su padre años antes.
– Lo he visto -dijo ella.
– ¿A quién?
– A Papá.
Bobby la miró con expresión de asco y desprecio.
– ¡Pobre debilucho! No podía soportar la idea de que la puta estuviera finalmente muerta. Era un encoñado. No era para nada el hombre que yo veía en él.
Rowan se esforzó en controlar sus expresiones. No podía dejar que Bobby la torturara emocionalmente si esperaba derrotarlo.
Sentada ahí, en la elegante sala del comedor, con su mesa muy lustrosa y casi nunca usada, con el lunático de su hermano, tenía la sensación de algo irreal. Se recordó que Bobby no era un lunático. Era un asesino que mataba a sangre fría, que planeaba crímenes enfermos y horrendos y los ejecutaba con precisión.
Además, era su hermano. Los habían concebido los mismos padres, se habían criado en la misma casa. Los dos habían sido testigos del maltrato sufrido por su madre, pero Bobby lo disfrutaba. Se deleitaba con ello. Ella lo aborrecía.
¿Acaso había nacido malo? ¿O era que había asistido a los extremos cambios de ánimo de su padre y lo había acusado? ¿Acaso tenía un gen torcido que se volvía demoníaco en cuanto era testigo del maltrato? ¿O eran las circunstancias de su primera formación que lo habían convertido a él en un asesino y a ella en una agente de la ley?
Se recordó que ésa ya no era su condición. Pero, si en algo podía remediarlo, el festín de matanzas de Bobby llegaría a su fin, esa noche.
– Papá me habló -dijo Rowan.
– ¿Papá? Y una mierda -rió Bobby, sacudiendo la cabeza.
– Me llamó Beth.
– Ha perdido la puta chaveta. Yo también fui a verlo. Cabrón imbécil. Perdió la cabeza, la perdió hace veintitrés años. Podría haber alegado desequilibrio temporal. Haber apostado por un jurado sensiblero que se lo habría tragado. Pero está jodidamente loco.
– Tú no lo estás -dijo Rowan.
– Y razón llevas, ya lo creo que no -dijo, y dio un golpe en la mesa con el vaso-. Creo que me mientes. El gilipollas no ha dicho ni una palabra.
Rowan nunca olvidaría lo que había dicho su padre al confundirla con su madre. Bobby volvió a verte con él. Te dije que no te acercaras a él, pero tú no obedeciste.
– Tú le dijiste que viste a Mamá con otro hombre. Y no era la primera vez.
Él arrugó el ceño y miró con cara de cabreado.
– No sé cómo sabes eso, pero no fue él quien te lo dijo. Estaba más loco que una cabra cuando yo lo vi.
– Cuando lo viste, le dijiste que ya me podía dar por muerta.
– Y así será, muy pronto. -Ahora Bobby parecía más que cabreado. En sus ojos azules asomó una oscuridad violenta. Rowan se preguntó si no habría torturado a su padre para que hablara y si había fracasado. El hecho de que su padre le hubiera hablado a ella seguramente lo irritaba.
– Sí -dijo Rowan, al cabo de un momento.
– ¿Sí? -Bobby entrecerró los ojos-. ¿Qué coño significa eso?
– Me has preguntado si alguna vez he querido matar a alguien por puro placer. Sí. -Rowan le lanzó una mirada de odio, intentando controlar sus emociones. Quería gritar y desatar su rabia y destrozar aquellas ataduras, pero sabía que eso era lo que él quería-. Me daría un placer enorme matarte a ti, cabrón de mierda.
Él se acercó, la golpeó en la cara y la hizo caer. Ella se debatió, atada a la silla. El sabor cobrizo de su propia sangre llegó hasta su boca y Rowan tragó, a punto de ahogarse.
Bobby rió.
– Qué mierda. Siempre fuiste una mierda de cría. Pero me tenías miedo. Yo lo sabía. Y me tienes miedo ahora. Lo veo. Y morirás. -Desde arriba, la miró con un brillo vengativo en sus fríos ojos azules-. Pero me suplicarás piedad antes de que acabe contigo. -Le dio una patada y salió.
Rowan cerró los ojos y respiró hondo varias veces. Le dolía. Pero no era nada grave. Tenía que aflojar la cuerda, huir cuando menos se lo esperara. Pero no tenía intención alguna de huir.
No antes de haberlo matado.
Habría querido conocer su plan. Bobby había pensado que simplemente la usaría como punching ball. Literalmente golpearla hasta la muerte. Ella no se quebraría. La habían entrenado para aguantar la tortura. Para sustraerse mentalmente, obligarse a pensar en algo que no fuera la situación.
Pero Bobby quería doblegarla. Había empezado por enviarle la corona funeraria, las coletas, los lirios. Tenía toda la intención de matarla, pero antes deseaba verla asustada. Ver sus lágrimas. Se había preparado mentalmente para lo peor.
No tenía ni idea.
Bobby volvió, la desató de la silla, la levantó en vilo y la llevó, en parte a rastras, hasta el salón. La lanzó sobre el sofá y luego la enderezó para que se sentara lo más recto posible. Rowan sentía que las cuerdas de sus muñecas se aflojaban. Justo lo suficiente para darle la esperanza de que podía manipular las ataduras y liberarse.
– Ésta es tu vida, Lily, puta. -Se sentó en una silla reclinable y encendió el televisor con el mando a distancia.
Era uno de esos televisores de pantalla grande, de unas cincuenta pulgadas. Cuando la pantalla se encendió, Rowan vio ante sí una foto de matrimonio.
Eran sus padres.
– Robert MacIntosh se casó con Elizabeth Pierson el primero de junio -dijo Bobby, con voz cantarina, burlona-. Típica boda de primavera de una pareja aburrida. Él tenía un futuro, podría haber viajado y hecho cosas en su vida, pero la perra lo mantuvo atado al hogar con un montón de críos.
Bobby la miró.
– Deberíais haber muerto todos. Seis jodidos críos. ¿En qué estarían pensando? Aquella casa era un jodido zoo. Si yo no os mantenía a raya, jamás se podía tener un poco de paz y tranquilidad. -Hizo una pausa, y en sus ojos asomó un destello cuando miró a Rowan con un dejo de odio-. Pero yo sé por qué. Lo hizo para que Papá se quedara con ella. Cada vez que él pensaba en dejar a la muy puta, ella se quedaba embarazada.
Rowan tuvo cuidado de no mostrar su reacción. No dejaría que las palabras de Bobby le afectaran. Miró a sus padres en la pantalla. El pelo oscuro y los ojos azules brillantes de su padre. La piel blanca y el pelo rubio de su madre.
Era como verse a sí misma.
Parecían felices. Al menos cuando acababan de casarse. Se les veía en la mirada, en cómo su padre sonreía, radiante, a su madre, en la media sonrisa de su madre, captada para toda una eternidad.
¿Qué había sucedido? ¿Su padre había comenzado a golpear a su madre después de casarse? ¿Después de tener hijos? ¿Cuándo había comenzado el maltrato, y por qué su madre se quedó tanto tiempo a su lado?
– ¿Sabías que la muy puta estaba preñada cuando se casaron? -dijo Bobby, y su voz escupió un veneno que a Rowan le provocó un estremecimiento involuntario-. Se quedó preñada, lo engañó para casarse. Yo nací en noviembre. Junio, noviembre. Hmm. Toda esa hipocresía. A la iglesia los domingos, nada de palabrotas, nada de diversión. Pero ellos sí habían hecho de las suyas. A ellos les parecía bien, ¿no?
Rowan no creía que la hipocresía tuviera que ver con la iglesia o con las palabrotas. Tenía que ver con la relación de sus padres. Con el hecho de que su padre golpeara a su madre y ella lo tolerara. Y luego aceptara sus disculpas. Tenía que ver con que ellos iban a la iglesia en familia y fingían que eran normales.
Eran cualquier cosa menos normales.
Rowan no se había dado cuenta de que la imagen estaba congelada hasta que Bobby pulsó «play» y apareció la foto de un bebé. Bobby volvió a «pausa».
– Yo -dijo, con una mezcla de desprecio y orgullo-. El único MacIntosh que merecía nacer. La muy puta debería haberse ligado las trompas, pero no, no podía mantener a Papá atrapado si no se quedaba preñada.
El bebé era muy guapo. Calvo, increíbles ojos azules. Redondo y regordete. Bobby aparecía sentado en una silla de bebé frente a un árbol de Navidad, y tendría un mes. Podría haber sido el bebé de una publicidad para una marca de potitos.
Bobby. ¿Cómo era posible que un pequeño bebé inocente se convirtiera en un monstruo? Rowan cerró los ojos.
– ¡Abre los ojos!
Sintió un latigazo en la cara. Aquel dolor inesperado y agudo hizo que en sus ojos asomaran lágrimas, pero se las tragó. Le lanzó una dura mirada a Bobby y vio que tenía un látigo en la mano.
– No vuelvas a cerrarlos. No te gustaría saber lo que haré si los cierras.
– Puedes torturarme, pero no me romperás -dijo ella, con los dientes apretados, enfurecida.
– Ya lo veremos -respondió él, sonriendo.
Volvió a mostrar el vídeo. Al cabo de un minuto, la foto del bebé cambió a otra de Bobby con Melanie y Rachel. Un retrato hecho en el centro comercial. Bobby tenía tres o cuatro años, Melanie, un año menos, y Rachel era aún un bebé.
Eran tres bebés maravillosos. Bobby con su pelo rubio, Mel y Rachel, de pelo oscuro, como su padre. Niños pequeños y felices.
Bobby no tenía aspecto de niño cruel. Pero ¿acaso era capaz un niño de cuatro años de saber que, de mayor, mataría a sus hermanas? ¿Qué mataría a seres humanos inocentes en la ejecución de su torcida venganza?
Bobby no hacía pausas entre las fotos. Varias instantáneas de los tres MacIntosh mayores pasaron por la pantalla. En una fiesta de cumpleaños. En Navidad y Semana Santa, vestidos con su mejor ropa de domingo. Jugando en el jardín, en el parque, jugando a tomar el té en el jardín trasero.
Rowan buscaba la mirada de Bobby para saber dónde estaba el punto de inflexión, cuándo había dejado de ser un niño feliz y se había convertido en un bruto peligroso que aterrorizaba a sus hermanos menores.
Y de pronto lo vio. No en Bobby, pero sí en Melanie y en Rachel.
Todavía eran pequeñas, unos seis y cuatro años, y Rowan vio que su expresión cambiaba. La de Bobby, no. Él parecía el mismo de siempre. Pero, en una foto, Rachel lo miraba y se adivinaba su miedo. La foto había captado su sentimiento para la eternidad. En otra, Mel abrazaba a Rachel. Podría haber sido una dulce escena de dos hermanitas abrazándose, pero Rowan se percató de la rabia en los ojos de Mel y de las lágrimas en los de Rachel.
¿Su madre lo sabía? ¿Sabía lo que Bobby hacía a sus otros hijos? Tenía que haberlo sabido, pensó Rowan. Recordó las muchas ocasiones en que su madre le decía que llevara a Peter afuera, lejos de Bobby. Recordó todas las veces que Mel los sacaba a comer helados. Aquella mirada hosca de Rachel cada vez que se encontraba con Bobby en la misma habitación.
Su madre lo sabía. Y, aún así, los mantenía a todos juntos en esa casa. Sabiendo que Bobby los aterrorizaba. Aceptando el maltrato del padre y acogiéndolo en su cama. Rowan nunca entendería a su madre. No podía odiarla, aunque era lo que quería. Al fin y al cabo, había muerto. Asesinada por su violento marido.
Estaban todos muertos.
Excepto Bobby y ella. Y Peter, pensó, agradecida. Peter estaba a salvo en Boston.
Si ella moría a manos de Bobby, lo haría sabiendo que él no había ganado. Peter estaba vivo. Y, dado que Bobby pensaba que había muerto, seguiría a salvo.
Las imágenes comenzaron a pasar rápidamente, fotos de Mel y Rachel y Mamá. ¿De dónde habían salido? Mientras miraba, vio que eran las mismas diez fotos que se repetían. Una y otra vez. Le parecían familiares, pero ¿por qué?
Su álbum de fotos. Bobby había encontrado su cabaña en Colorado y robado lo único que ella conservaba de la familia.
De pronto se detuvo en el cuerpo ensangrentado de Mamá.
Rowan dejó escapar un grito y cerró los ojos.
Bobby le dio un latigazo en el cuello y ella hizo una mueca de dolor.
– ¡Ábrelos!
– ¡Venga, dame de latigazos hasta morir! ¡Me da igual! -Intentaba controlar su dolor y su rabia, pero no lo conseguía.
– Ábrelos o tu amante será el próximo.
Rowan abrió los ojos de golpe y le lanzó una mirada indignada.
– No sé de qué me hablas. -Aunque Bobby no lo supiera, John estaba muerto. No habría abandonado a Tess.
Parpadeó y las lágrimas cesaron. Ahora no podía pensar en John. No podría concentrarse en lo que tenía que hacer.
Bobby se reclinó hacia atrás con una mueca de soma en los labios y sosteniendo el látigo sobre las piernas.
– Sí que sabes. Mira esto.
Con el rostro demudado, preparándose para más imágenes sangrientas de la familia que amaba, Rowan miró la pantalla.
Se oyó una música. A todo volumen, rodeada de altavoces en todos los rincones de la sala. Un tema de rap donde aparecía una y otra vez la palabra «matar» y una percusión que a Rowan le vibraba en las entrañas. Le dieron ganas de vomitar.
La foto de su madre aparecía en blanco y negro. Los matices del gris no disimulaban el terror de la escena. La sangre casi negra contra el gris pálido del suelo de linóleo, arcos y salpicaduras por las puertas demasiado blancas del armario, mientras el destello de luz daba a la escena un ambiente irreal, como una mala película de serie B.
A la foto de Mamá seguía una de su padre tomada recientemente. El pelo entrecano, la mirada vacía, hueca. Bobby la debió tomar cuando visitó a Papá. Tenía el mismo aspecto que ella recordaba de su visita la semana anterior.
Y luego, Mel y Rachel juntas, sonriendo a la cámara. Y luego muertas y ensangrentadas en el vestíbulo.
Matar, matar, matar a la puta.
Rowan se estremeció con la letra del tema, y se preguntó de dónde habría sacado Bobby las fotos de la escena del crimen. Casi se echó a reír. Le costaba creer que hubiera escapado de la cárcel y que se hubiera hecho reemplazar por un imbécil. Robar esas fotos habría sido un juego de niños.
Peter a los cinco años, una foto de la guardería. Y luego, Peter muerto. No, muerto no, se recordó Rowan. Peter no estaba muerto.
Una foto mostraba a un policía que llevaba a Peter en brazos. Su pijama de los dinosaurios estaba todo ensangrentado. La sangre de Dani. Pero Peter tenía los ojos cerrados y, con la boca abierta, parecía muerto.
La imagen cambió a Dani. Dani. Un gemido escapó de su boca, pero Rowan se obligó a mirar. Dani, un bebé hermoso. Dani aprendiendo a caminar. A los tres años, jugando a tomar el té con sus animales de peluche.
Y luego el pequeño saco mortuorio. De alguna manera, aquel saco negro era peor que volver a verla muerta. Tan genérico, tan estéril.
No se había dado cuenta de que lloraba hasta que sintió las mejillas calientes y húmedas.
Su verdugo lanzó un gruñido.
– Nunca entendí por qué te gustaba tanto esa cría llorona. ¿Qué le vamos a hacer?, ahora está muerta y enterrada. No pudiste protegerla. ¿Qué hiciste? ¿La usaste como escudo? ¿Para que muriera en tu lugar? -Bobby lanzó una carcajada como un ladrido, y Rowan quiso estrangularlo con sus propias manos. Jamás en su vida había odiado tanto a alguien. Una furia oscura ardía en ella mientras intentaba aflojar las ataduras, cuidándose mucho de que él no se percatara.
La música cambió a una canción de los Beatles: «Paperback Writer», el tema lento y melódico como contraste con las fotos espantosas que seguían.
Un cuerpo ensangrentado y masacrado, cortado en trozos y abandonado en un contenedor de basura. Rowan tardó un momento en entender que se trataba de Doreen Rodríguez. Bobby había tomado fotos de sus crímenes. Rowan sintió que la bilis le subía, y tuvo que tragarla.
La florista, apuñalada, con su bonito pelo rubio empapado en sangre.
Los Harper. La pequeña, cuando todavía tenía sus coletas. La madre que miraba a la cámara con ojos vacíos.
Melissa Jane Acker, una muchacha bonita, violada, estrangulada, con el cuerpo totalmente desarticulado. Era la marca del asesino ficticio de Rowan en su Crimen de corrupción.
– Estás chalado -murmuró.
Bobby rió y ella siguió aflojando la cuerda. ¿Se habían aflojado? Eso creía. Tenía las uñas rotas y sangrando después de buscar con furia los nudos.
Y entonces se detuvo.
Michael.
Estaba medio tendido, medio sentado contra la pared en lo que, supuso Rowan, era su piso, el pecho convertido en una masa sanguinolenta y los ojos desenfocados. Se estaba muriendo.
Dejó escapar un sollozo sin darse cuenta y Bobby dijo:
– Pensé que te lo estabas follando. Pero no, tú eres la princesa de hielo -añadió, con tono burlón-. Fría como el hielo, sin sentimientos. A la prensa no le gustabas. No creo que hayas hecho muchas amistades, ¿me equivoco?
Michael no se merecía eso. Ninguno de ellos se lo merecía.
– Cabrón de mierda -murmuró-. Te mataré.
El látigo volvió a restallar, esta vez en su nuca, y Rowan sintió la sangre caliente que le caía por la espalda.
– No estás en condiciones de amenazarme, Lily.
El vídeo siguió. Imágenes de Tess. De John. Roger. De ella misma. Muchas tomadas desde la casa vecina a la suya. Roger en Washington. Tess entrando en su piso.
Bobby detuvo la cinta.
– Y bien, ahora está convertida en un millón de trozos, achicharrada hasta el tuétano. De una manera u otra, la hermana de tu amante está muerta. Junto con Roger Collins. Gilipollas. Ése se lo merecía. Con su actitud de burla, pensando que era mucho mejor que yo. Pues, me lo he cargado, ¿no? ¿No? -Bobby volvió a lanzar un latigazo, y esta vez le dejó un corte en el brazo-. Ya lo creo que sí.
Oh, Roger. Lo siento mucho.
– Pensaba cargarme a la zorra de su mujer, pero no tuve la oportunidad. Ahora no sería divertido mandarla al otro barrio. Así que supongo que vivirá. -Casi parecía triste.
– De verdad que estás enfermo -dijo ella, con voz queda. Con sólo pensar que tenían los mismos padres y la misma sangre, le venían náuseas.
– No, Lily, no estoy chalado. -Paró la cinta y se volvió hacia ella-. Mírame. Nuestro padre está enfermo -dijo, con una voz de odio amargo-. Débil, patético, enfermo. El muy gilipollas se dejó encoñar por esa mujer que siempre se salió con la suya. El día que finalmente se le enfrentó y le dio una zurra, lloró y pidió perdón. Claro que ella lo perdonaba. ¿Qué importaba una herida si tenía todo lo que quería? Si él le hubiera enseñado quién mandaba, nunca se habría puesto a joder por ahí.
– Eso no es verdad. Es tu lógica retorcida.
– Ay, Lily, eres una ingenua. Papá finalmente se enfrentó a ella esa noche. Estaban en medio de una pelea tremenda cuando entré en la cocina. Papá le estaba pegando y yo pensé que por fin la mataría.
– ¿Qué? -Rowan no estaba segura de haberlo oído bien. ¿Bobby había visto a su padre matar a su madre? Pero ¿acaso no había entrado después?
– Ya me has oído. Le dije que matara a la muy puta. ¿Y sabes lo que hizo el gilipollas? Me pegó -dijo, como sorprendido. Rowan estaba anonadada-. Así que hice lo que él nunca había tenido los huevos de hacer. Cogí el cuchillo más grande de Mamá y le abrí el cuello. Y él se quedó mirando. ¡Imbécil!
– ¿Tú? ¿Tú mataste a Mamá? -Rowan sintió que el estómago se le revolvía. Ella había visto a su padre con el cuchillo. Lo vio arrodillado junto a su madre. Lo vio soltar el cuchillo. Vio cómo entraba Bobby y decía La puta por fin está muerta.
– Claro que fui yo. Él nunca lo hubiera hecho. Lo único que hizo fue zarandearla y lloriquear, pedir perdón y gemir. No paraba. Yo ya estaba harto. También lo habría matado a él, pero él no quería enfrentarse a mí. Se quedó ahí arrodillado, cogió el cuchillo y lo miró. Perdió la chaveta totalmente, al menos eso parecía.
– Estás enfermo.
– ¿Crees que estoy enfermo? ¿Y tú, qué? He leído todos tus libros, Lily. Todos. Te has inventado unos crímenes tan horribles que me has dejado pasmado. -Con los ojos desorbitados, se llevó las manos al pecho, fingiendo sorpresa-. Te lo digo en serio, Lily -siguió-, tienes una mente retorcida. Yo sólo hice lo que tú no podías hacer porque eres débil. Convertí tus fantasías en realidad.
Rowan se giró para no mirarlo, ardiendo de la rabia de no poder pasar a la acción. Volvió a hurgar en las cuerdas. Casi estaba libre. Paciencia, Rowan, paciencia.
Él había matado a su madre. Su padre no era un asesino. Era él, Bobby. Ella no había visto a su padre apuñalando a su madre, pero daba por supuesto que eso había sucedido porque había llegado justo después, y él sostenía el cuchillo ensangrentado.
Pero no, el asesino era Bobby.
Volvió a poner en marcha la cinta y le dijo que mirara.
Ella corriendo por la playa. Tomada desde la casa.
– Nunca entendí por qué corrías en la playa cuando hay un gimnasio perfectamente equipado a sólo tres kilómetros. Hace frío, y ese olor asqueroso a algas y sal. Demasiado ordinario.
Y luego una foto de ella y John en la playa. Y ella y John.
John y ella en las escaleras que daban a su balcón. John le acariciaba la mejilla. Recordaba ese momento. Era el momento en que había sentido esa íntima conexión entre los dos.
Te amo, Rowan.
Se obligó a no mostrar emociones. Era muy difícil aguantarlo.
Y luego, la imagen volvía a cambiar y ella estaba besando a John, en el comedor. Era una foto borrosa, tomada a través de la ventana, pero era evidente que su abrazo era apasionado.
Sintió asco al pensar que Bobby había sido testigo de un momento de intimidad entre ella y John. Que los hubiera fotografiado.
Todavía sentía el beso de John en los labios, un beso fantasma. Se llevaría ese último sabor suyo a la tumba.
Bobby se quedó mirando a su hermana pequeña.
– Y bien, ¿tienes algo que decir?
– No.
– Venga, Lily. Debes estar destrozada por dentro. Sabiendo que eres responsable de la muerte de toda esa gente. Doreen. Gina, Natalie y Kimberly Harper. Michael Flynn, tu guardaespaldas gilipollas y borracho. Casi lloraba esa noche tomando su whisky. Encoñado, igual que Papá. Digamos que aceptaba que tú y su hermano estuvierais pecando y que él tuviera que apartarse.
¿Qué? ¿Michael había hablado con Bobby? No lo habría reconocido, era un extraño. Sólo dos tíos tomando algo en una barra.
La frustración le hizo retorcerse.
– Gilipollas. ¡Tú no sabes nada de Michael ni de nadie! ¡Te pudrirás en el infierno! ¡Cerdo!
Bobby rió, como si se nutriera de su rabia.
– Venga, chica, sácalo todo. Ya sabía yo que esa fachada de hielo se fundiría. Seguro que te mueres por ponerme las manos encima. Después de que te rompa el pescuezo, voy a matar a tu amante por la espalda. Parece lo correcto, ¿no? Una nueva versión de Romeo y Julieta. Qué pena que no tengas tiempo para escribirlo.
Rowan dio un salto y estaba de pie, liberada de sus ataduras. Se lanzó contra Bobby, sin reparar en el latigazo que le dio en el pecho. No se dio cuenta del grito que brotaba de sus pulmones hasta que lo oyó, un grito desesperado que le retumbó en los oídos.
Tenía el elemento sorpresa a su favor. Juntó los brazos y le dio en un lado de la cabeza. Bobby cayó de la silla con la fuerza del golpe, y lanzó una imprecación.
Rowan saltó sobre él y lo cogió por el cuello, presionando con fuerza la tráquea con los pulgares. Él se retorció y pateó y logró quitársela de encima. Ella intentó huir a cuatro patas, pero Bobby la cogió por la pierna y la arrastró hacia él.
Chillando de rabia y dolor, Rowan luchó para escapar.
– ¡Puta! ¡Me las pagarás! -Le cogió la cabeza y se la estrelló contra el suelo. A Rowan se le nubló la visión. Bobby la hizo girarse para quedar cara a cara con ella, y la golpeó-. Vas a morir. Y luego me encargaré de tu amiguito.
Iba a descargar un golpe, pero falló cuando ella le dio en la entrepierna. Bobby soltó un gruñido y Rowan se escabulló como pudo y se lanzó hacia la puerta.
La había abierto cuando él volvió a cerrarla de una patada y la tumbó de un puñetazo.
Rowan miró y vio la chimenea.
Se arrastró hacia allí y Bobby le dio una patada.
– ¡Jo, esto es demasiado divertido! -gritó Bobby-. Vuelve a escapar. -Otra patada en las costillas.
Rowan respiró con un silbido, aguantó la respiración. Sintió un dolor agudo en el costado, como una puñalada. No podía respirar, pero se obligó a recuperar el aliento, a concentrarse. Y controlarse.
Bobby la levantó, y ella sintió su aliento cargado y apestoso. Miró esos ojos azules que le eran tan familiares, unos ojos llenos de un placer salvaje y desquiciado. Una ligera sonrisa le curvó los labios.
Bobby sacó una pistola del cinturón y la apuntó a la cara de Rowan.
– Corre -dijo, riendo-. ¡Huye!
John bajó del coche antes de que la agente Thorne se detuviera y corrió por la entrada que bajaba hacia la casa. Oyó un estruendo que venía del interior, la puerta se abrió y entonces la vio.
Rowan. Las luces tenues de la calle proyectaron unas sombras siniestras sobre su cara. Y entonces John vio que era sangre. Apareció un hombre a sus espaldas y cerró de un portazo.
La está matando.
Peter estaba justo detrás cuando John llegó a la puerta. Hizo girar el pomo con la mano izquierda, con la pistola en la derecha. La puerta no estaba cerrada con llave, y la abrió del todo.
Vio a MacIntosh que le gritaba a Rowan.
– ¡Corre!
– ¡MacIntosh! -gritó John.
Bobby se giró, chorreando sangre por un lado de la cabeza. Tenía un arma.
Rowan se escabulló de debajo de él y tropezó junto a la chimenea de ladrillo. Al caer, se dio con la cabeza en la dura superficie con un golpe seco.
A John le dio un vuelco el corazón cuando, por el rabillo del ojo, vio a Rowan caer. No apartó la vista de Bobby.
– Iba a ir a por ti después -dijo Bobby-. Ahora Lily podrá verte morir.
John iba a apretar el gatillo cuando Peter se acercó por detrás.
– ¡No, Bobby!
– ¡Peter! ¡No se quede ahí! -dijo John, intentando cerrarle el paso al sacerdote.
En la cara de Bobby asomó un destello de reconocimiento.
– No, no es posible. Estabas muerto, yo te vi.
– Viste lo que querías ver -dijo Peter-. Esto debe acabar ahora. Nadie más tiene que morir, Bobby. Suelta el arma.
La rabia le deformó la cara. John seguía intentando cerrarle el paso a Peter, pero el maldito cura no paraba de moverse.
Rowan gimió desde la chimenea cuando intento sentarse, y Bobby bajó la guardia un instante. John se lanzó contra él.
Bobby percibió el movimiento y se giró, a la vez que disparaba. John recibió el impacto en el brazo derecho y la pistola salió volando hacia un lado.
Bobby rió y dio un par de pasos hacia él.
– Y ahora mueres tú. Es más divertido de lo que me pensaba. Lily puede ver morir a su amante. Ay, Romeo -dijo Bobby, y apuntó-. Y luego le llegará el turno a él -dijo, con tono despreciativo, apuntando a Peter con el arma-. Se suponía que estabas muerto.
Peter estaba en el vestíbulo.
– Bobby, para esta locura. Ahora.
La voz de Peter era firme y grave. Rowan abrió los ojos. ¿Peter? ¿Qué hacía allí? Su visión era borrosa. Buscó medio a tientas algo, cualquier cosa con que defenderse. Con que defender a Peter.
John estaba desarmado, y la sangre le goteaba por el brazo. Pero estaba vivo. Aquello la aliviaba en el alma y el corazón. John no había muerto en la explosión.
Todas las personas que amo mueren…
Nunca más. El festín sangriento de Bobby acabaría aquí. Esta noche. Ahora.
– ¿Qué pasa, predicador? ¿Me mandarás al infierno? -escupió Bobby, con la pistola apuntando de Peter a John-. ¿Qué pasó con el perdón? -preguntó, y rió con aquel ladrido de voz. A Rowan le ardía la cabeza, le latía con fuerza y le retumbaba. La sacudió, intentando recuperar todos los sentidos.
Un arma. Un arma. Vio el arma de John, pero veía doble. Intentó enfocar, pero estaba demasiado lejos.
– Bobby, debes desear el perdón. Tienes que arrepentirte.
Otra vez, esa risa desquiciada.
– Quieres que me arrepienta. Vale, me arrepiento -dijo, con una risilla-. Me arrepiento de que todos vosotros hayáis nacido.
Rowan finalmente dio con algo sólido. Algo metálico. Miró a su derecha y vio que sostenía el atizador de la chimenea. Lo empuñó con fuerza. Sólo tendría una oportunidad.
Si no lo conseguía, Peter y John, los dos hombres que más amaba, morirían.
No podía dejar que Bobby los venciera.
A través de su visión borrosa, se percató de que John se apartaba lentamente de Peter, y de ella. Podía atacar sin que Bobby se percatara. Y Bobby sostenía la pistola sin apuntar a Peter.
Rowan avanzó lentamente.
– Bobby, el FBI tiene la casa rodeada -avisó John-. No podrás escapar.
– Tengo rehenes -dijo él, burlón-. Trabajabas con tu hermana, ¿eh? Es una pena que tuviera que volar por los aires, no era fea. Una lástima que me faltara tiempo para follármela.
La ira se adueñó del semblante de John.
– No ha muerto -dijo-. Se salvó. Yo desactivé tu bomba de principiante. Y fracasaste.
– Mientes. -Bobby le apoyó el cañón en la cabeza.
Con un grito desesperado, Rowan se abalanzó sobre Bobby blandiendo el atizador. Sonó un disparo. ¿Era Bobby? Y luego un segundo disparo, y un tercero. Rowan no sabía de dónde venían, como si dispararan de todas partes.
Bobby se giró, con los ojos inyectados en sangre, rabioso de dolor, y disparó cuando ella corría hacia él con el atizador en mano. Rowan sintió un pinchazo agudo en el hombro izquierdo, pero siguió. Si ella fracasaba, John y Peter morirían.
El sonido seco y mórbido del atizador penetrando en la carne de Bobby fue seguido de un grito inhumano. Rowan tropezó y cayó sobre él. Con cada aliento, sentía ese dolor en el pecho.
Unas manos fuertes la levantaron. Ella miró a través de la nebulosa.
– Peter -murmuró-. Corre. No pude… -dijo, y tosió y escupió.
– Shh -dijo él y la tendió suavemente. Peter rezó en silencio, con labios temblorosos, pero Rowan no sabía si era de verdad en silencio o si ella no podía oírlo. Peter se volvió hacia Bobby e hizo la señal de la cruz.
John interrumpió a Peter.
– No se atreva usted a pedir por su alma -dijo, arrodillándose junto a Rowan.
– Está muriendo -dijo Peter.
– Espero que se pudra en el infierno -respondió John.
Bobby intentaba hablar al tiempo que tenía cogido el atizador clavado en el vientre. Sólo consiguió borbotear y escupir sangre. Se retorció, tuvo una convulsión y quedó inerte, con los ojos abiertos y fríos.
– John -murmuró Rowan, con los ojos cerrados.
– Estoy aquí. Abre los ojos.
– Estás… estás vivo. -Los ojos parpadearon y se cerraron.
– Sí, tú también. Peter, llame a una ambulancia.
– ¿Por qué… Peter?
– Roger lo llamó para que viniera. No sabíamos dónde estabas. Tess está a salvo. Lograste ganar el tiempo suficiente. -John se inclinó hacia un lado y la besó, y sus lágrimas rodaron sobre la cara de Rowan. Se quitó la camisa, con una mueca de dolor al arrancar el tejido, y la apretó contra la herida que ella tenía en el hombro.
– Yo… pensaba que habías muerto. La bomba -dijo ella, y tosió débilmente.
– Quédate conmigo, Rowan. No le dejes ganar.
– Yo… -balbuceó, y volvió a toser.
– Shh. No hables.
– La ambulancia está en camino -anunció Peter, y se arrodilló junto a John y le pasó unas toallas. John le quitó rápidamente la camisa y aplicó las toallas a la herida.
La agente Thorne y otros dos federales que John no reconoció limpiaban el lugar. Uno de ellos se arrodilló junto a Bobby y confirmó que estaba muerto.
– ¿Cómo está? -preguntó Thorne, preocupado.
– Se pondrá bien -dijo John, con los dientes apretados. Tiene que salir de ésta. No quiero vivir sin ella. No creo que pueda.
– John -dijo Rowan, con un hilo de voz, respirando con dificultad.
– Shh. Guarda tus fuerzas.
– Yo… te amo.
Unas lágrimas rodaron por las mejillas de John.
– Rowan, sabes que yo también te amo. Quédate conmigo.
– Sí.
– No hables. -La sangre se le escurría entre los dedos, pero él mantuvo una presión firme en el hombro-. No te atrevas a morirte.
Ella cerró los ojos y sacudió la cabeza con un gesto casi imperceptible. Volvió a toser.
– Todo ha acabado, Rowan -dijo John-. Todo ha acabado.