John tuvo que obligarse a cumplir con su trabajo aquella mañana cuando Rowan y él salieron a hacer footing a lo largo de la playa. Él quería observarla, pero eso entrañaba un peligro. Tenía que vigilar las casas, estar atento a la costa o a cualquiera que en ese momento anduviera por la playa.
Volvía a desearla. Si no supiera que Michael los estaría esperando en la casa cuando acabaran el ejercicio, habría considerado la posibilidad de hacer el amor con ella en la playa. Pero sería preferible que Michael no se enterara todavía de lo ocurrido.
John no sabía si podría poner cara de póquer.
Después de hacer el amor por segunda vez, habían dormido un par de horas. John se despertó repentinamente a las cuatro de la madrugada. Rowan gemía en su sueño y llamaba a Dani. Él la tomó en sus brazos y experimentó una rara sensación de paz cuando ella se calmó y se acurrucó contra él. John no quería analizar sus sentimientos con demasiada profundidad. Al fin y al cabo, estaba convencido de que cuando atraparan al asesino, Rowan seguiría con su vida normal. Y él volvería a la caza de Pomera.
Sin embargo, sus problemas, su dolor por la muerte de Denny y de otros a manos de traficantes asesinos como Pomera, parecían nimios comparado con lo que había sufrido ella cada día de su vida desde que tenía diez años. Incluso antes de los diez. Ver que Rowan tenía el valor de seguir adelante, aunque su existencia estuviera lejos de ser perfecta, le daba aún más fuerzas.
Rowan se detuvo al pie de las escaleras y respiró varias veces profundamente. El aire era fresco y saludable. Le sonrió con ojos vivos. Casi parecía despreocupada y él se alegró de haberle comunicado algo de paz después de los acontecimientos de las últimas dos semanas.
– ¿Te vienes a duchar conmigo?
John casi tuvo una erección con sólo verla transpirar, viendo sus pechos menudos apretados contra la tela húmeda de la camiseta. La cogió y la besó apasionadamente, saboreando la sal de sus labios, el sudor de su espalda, su energía después del ejercicio y una tórrida noche de amor.
Pero no tardó en soltarse del abrazo. No era el lugar indicado.
– Vamos -dijo, con voz ronca, y carraspeó.
No olvidó sus responsabilidades. Comprobó el balcón y la casa para revisar que la seguridad funcionaba. Miró su reloj. Las siete.
– No tenemos demasiado tiempo -dijo.
– Entonces, será mejor que nos pongamos. -Rowan se dirigió al trote hasta su habitación y él la siguió, no sin antes cerrar las puertas. Ella se desnudó delante de él, y él no pudo sino admirar su ágil musculatura. Sin embargo, todo lo que tenía que ser suave lo era.
– Rowan, yo…
Ella le cerró los labios con un dedo.
– Tal como has dicho -dijo, con voz suave-, no tenemos demasiado tiempo.
Él no dejó de captar el doble sentido. No sabía por qué le molestó cuando le escuchó decirlo, aunque él pensara en lo mismo.
Rowan lo condujo hasta la ducha, añorando la cercanía que habían forjado la noche anterior. Jamás se había sentido tan necesitada, tan poderosamente deseosa.
Comenzaron en la ducha, donde ella empezó a enjabonarlo, y él siguió. Ella le dejó. Él cogió el jabón en su mano grande y segura y la enjabonó entera hasta dejarla temblando con algo más que mera lujuria. Rowan se sintió presa de una añoranza, necesitaba prolongar aquella estrecha intimidad. Era algo delicado y transparente y, como todo lo nuevo, podía ser fácilmente destruido.
Rowan no quería perderlo.
Él la lavó, le besó la piel hasta oírla gemir en voz alta.
– Rowan -le murmuró él al oído cuando la empujó contra la pared de baldosas de la ducha.
– Te deseo. -Su voz era ronca y grave, y sonaba como si no fuera ella.
Él se deslizó dentro de ella y ella lo envolvió con sus piernas, apoyada en la pared. Rowan le acarició la piel dura, sin afeitar de la cara y siguió hasta sus labios, buscándole la lengua, el placer de su sabor, deseando quedarse ahí y olvidar el mundo exterior. Darle el amor que jamás había podido compartir. Tomar el amor que él le daba.
No tenían demasiado tiempo, y ella decidió aprovecharlo al máximo.
Apretó los músculos y dejó escapar un gemido en la boca de John. Empujó la pelvis con fuerza, y él retrocedió.
Ella abrió los ojos y frunció el ceño.
– ¿Qué pasa?
– Nada.
John la levantó y la llevó, aún mojada, hasta la cama. Nunca había visto a Rowan tan relajada. Ella se incorporó y le tocó la cara con un gesto entrañable y a John se le aceleró el corazón. La penetró lentamente, mirando la reacción que su sensual invasión le dibujaba en el rostro. Entreabrió los labios al cerrar los ojos.
– Abre los ojos -dijo él, con voz grave, y ella los abrió de inmediato.
Él le sostuvo las manos por encima de la cabeza y la miró de frente mientras le hacía el amor. Rowan sentía un placer cada vez más intenso, y le envolvió la cintura con las piernas, respondiendo con un embate a cada uno de los de John. Cuando los ojos se le volvieron vidriosos de pasión, él la cogió en sus brazos y se derramó en ella. Rowan llegó al orgasmo con un gemido, murmurando su nombre.
Se quedaron así enredados, uno en los brazos del otro, respirando aceleradamente. Él tiró de la sábana para cubrirse y la estrechó en sus brazos. Sabía que debían levantarse, pero no quería dejarla ir. Ahora, no.
Ella apoyó la mano sobre su pecho, sobre su corazón, y él sintió el corazón de ella latiendo contra su brazo. Le apartó un mechón de pelo mojado de la cara y la besó en la frente.
– He oído que trabajabas para la DEA y que lo dejaste -dijo Rowan al cabo de un rato. El cambio de la pasión al trabajo lo sorprendió-. Supongo que es… sólo curiosidad. Saber de tu vida.
Rowan hizo ademán de separarse, pero él volvió a estrecharla. Si creía que iba a poder apartarse de su lado, le esperaba una sorpresa.
– Después de cinco años en el Comando Delta, decidí que ya había tenido suficiente y que era hora de pedir un cómodo puesto en el gobierno. -John intentó reír, pero su risa sonó vacía.
– Hmmm. Y yo ingresé en el FBI porque quería ser Dana Scully.
¿Rowan haciendo una broma? Pero John no sonrió. Pensaba en la mirada de Denny, en sus ojos vacíos y muertos, como si hubiera encontrado su cuerpo ayer.
– Tuve una infancia idílica -dijo, al cabo de un momento-. Un hogar al estilo de Leave it to Beaver. Mi padre era poli, un hombre recto y respetado. Mi madre se quedaba en casa, hacía galletas en el horno, nos llevaba a todas las actividades posibles e imaginables, siempre estaba ahí para escucharnos. Era una buena vida. ¡Jo!, era perfecta.
Echaba de menos a sus padres. Habían muerto con menos de un año de diferencia. Su padre, de un repentino infarto, y su madre, sospechaba John, de un corazón roto. Aquello había sucedido hacía tres años, pero todavía le entristecía.
– ¿No están vivos? -inquirió Rowan, con voz queda.
– No. -John carraspeó y tragó aquel dolor que de pronto había aflorado-. Mi mejor amigo era Denny Schwartz. Vivía en la misma calle y hacíamos todo juntos. Michael solía venir con nosotros, pero Denny y yo teníamos la misma edad, íbamos a la misma clase. A los dos nos gustaban los mismos juegos. Mickey siempre quería hacer de poli, como nuestro padre. Así que cuando jugábamos a policías y ladrones, él era siempre el poli.
– ¿Tú eras el ladrón?
– A veces. A menudo me inventaba otros roles, a veces con Mickey, a veces con Denny. Había otros chicos en la pandilla, pero Denny era… el mejor.
Denny siempre se inventaba los juegos de rol más originales y complejos. Y siempre sonreía. Siempre le hacía reír. John se sorprendió de la intensa emoción que lo embargó cuando recordó la voz de Denny murmurándole al oído: No puedo creer que estés llorando por el pasado cuando tienes a esta hembra caliente en tus brazos.
– Denny era un bromista. Siempre de bromas. Mi madre no le tenía ningún apego especial, pero lo aceptaba en su casa porque venía de un hogar destrozado. Su padre los abandonó cuando él tenía cinco años, a él y a dos hermanas menores. Su madre trabajaba en dos sitios distintos para llegar a fin de mes. No era fácil, pero Denny nunca se quejaba.
Tengo un plan, Johnny. Yo cuidaré de mamá y de las niñas, ya verás.
– Yo quería que se alistara en el ejército conmigo. Me enrolé a los dieciocho años. No tenía grandes ilusiones de ir a la universidad, aunque allí fue donde acabé después de mis cinco años en las filas. Patrocinado por la Ley GI Hill.
– Es un buen programa.
Él se encogió de hombros.
– Sí, pues Denny no quiso alistarse. Tenía grandes planes. Siempre pensando en algo nuevo. -John hizo una pausa, reprimiendo sus ganas de gritar. Si hubiera sabido cuáles eran los grandes planes de Denny, habría renunciado al ejército y se lo habría llevado lo más lejos posible de Los Ángeles-. Su gran plan estaba relacionado con las drogas. Todo un proyecto.
– Tú no lo sabías.
– Ni siquiera lo sospechaba. -Todavía se reprochaba el no haberse percatado de las actividades ilegales de su amigo-. Éramos jóvenes, no solíamos escribirnos con mucha frecuencia, y todavía no existía el correo electrónico. Tess me escribió, me contó que Denny se había metido con gente de mala calaña, pero ella no era tan cercana a él, no sabía hasta qué punto eran mala calaña, no sabía lo malos que eran. Y Mickey todavía iba al instituto, luego la academia de policía y la escuela nocturna. Denny no tenía a nadie más.
– Te sientes culpable por haberlo abandonado.
Claro que se sentía culpable. Si se hubiera quedado en Los Ángeles, Denny no habría muerto. Jamás se habría metido con las drogas, no se las habría vendido a los chavales, no habría muerto por morder la mano que le daba de comer.
Rowan le acarició el pecho. No era un gesto de lujuria sino de comprensión. Él le cogió la mano y se la llevó a los labios. Olía a jabón y a sexo y él no podía imaginarse estar en otra parte sino con ella. Compartir una historia que no había compartido con nadie, nunca con esos detalles.
– Volví a Los Ángeles y me matriculé en la UCLA. Busqué a Denny. Ya no vivía en casa, y su madre no lo veía a menudo. Era extraño. Siempre había estado muy cerca de su madre y sus hermanas.
La señora Schwartz parecía cansada, desgastada por los años que llevaba trabajando en dos sitios y criando sola a sus tres hijos.
– Johnny, no sé dónde vive ahora -dijo, encogiéndose de hombros-. Viene de vez en cuando, me entrega un fajo de billetes y se va. No sé dónde lo consigue. -La mujer hizo una pausa y lo miró con ojos llorosos-. No puedo gastarlo. Creo que… creo que está metido en algo feo.
– Le seguí la pista gracias a viejos amigos. Enseguida supe que estaba tramando algo. Uno de sus planes para enriquecerse de golpe. Uno de sus grandes planes. Desde luego, él no me lo contó. No me dio a entender que estuviera pasando drogas a chavales en el instituto. Y a otros, más jóvenes. -La voz se le quebró-. No, tuve que descubrirlo solo. Cuando lo seguí.
– Lo siento mucho. Te debió doler saberlo.
– No, no me hizo daño. Estaba demasiado cabreado para que me hiciera daño. Denny no me hizo caso, así que conseguí que mi padre fuera a hablar con él, que intentara llevarlo por buen camino. Mi padre podía hacer cualquier cosa. Era ese tipo de hombre. Sabía cómo inculcarles algo de sentido a los jóvenes delincuentes que se jactaban de saberlo todo. Delincuentes como Denny. Porque eso era precisamente en lo que se había convertido. En un delincuente traficante de drogas.
– Denny, chico -dijo Pat Flynn, mirando la opulenta casa de Malibú que, inexplicablemente, Denny había comprado a la edad de veinticuatro años, sin tener un empleo conocido ni medios de ganarse la vida-. Creo que te has metido en un charco demasiado profundo.
John observaba desde la perspectiva de su padre, seguro de que podía hacerle reflexionar. Denny tenía los brazos cruzados, en actitud desafiante.
– Oiga, señor Flynn, usted no debería haber venido. -Más allá de su actitud arrogante, daba la impresión de que Denny tenía miedo.
Tenía motivos para estar asustado, pensó John. Se le habían muerto varios chavales de sobredosis. Él mismo ahora consumía esa porquería, a juzgar por la nariz irritada y sus ojos inyectados en sangre. Maldita sea, habían vivido juntos los cuatro años de instituto, sin haber cedido jamás a la tentación de la droga, excepto en una ocasión, a los dieciséis años, cuando la bella Mandy Sayers había compartido con ellos un porro.
– Denny, yo te puedo ayudar. Te puedo sacar de todo este lío.
– No sé de qué está hablando, señor Flynn. No estoy metido en ningún lío.
Denny se pasó la mano por el pelo y sonrió con una mueca mientras con la otra mano se tocaba la oreja. Nunca había sabido mentir convincentemente.
– Mi padre lo intentó. Por Dios que lo intentó. Nunca lo había visto tan frustrado. Acabó gritándole a Denny. Mi padre nunca gritaba. No así, enrabietado. Pero Denny negaba rotundamente que estuviera metido en algo ilegal. Le mintió a mi padre. Me mintió a mí.
– Era como si te hubiera traicionado.
– Sí -convino John, con voz queda, y le apretó la mano.
– ¿Qué le pasó? -preguntó Rowan al cabo de un rato.
– Fue ejecutado.
Hacía una semana que intentaba convencer a Denny de que delatara a sus camellos y jugara del lado de los buenos para variar. Cuando eso no surtió efecto, sólo quería que Denny saliera de la droga antes de que lo matara. Denny ni siquiera reconoció que traficaba, nunca reconoció que estaba metido hasta el cuello en esa mierda.
– Fue culpa mía.
– ¿Por qué? Denny tomó sus propias decisiones. Nadie lo obligó a comenzar a traficar.
– Ni mi padre ni yo abandonamos. Una noche, la noche antes de que lo mataran, me dijo que era un hombre marcado. Que su jefe había visto a los polis en su casa. Yo sabía que se refería a mi padre, pero no lo dijo.
– Yo les contaré toda la verdad. No es lo que te piensas, Johnny. Pero, pero… creo que será mejor que dejes de venir por aquí, ¿vale? Simplemente esfúmate durante un tiempo, ¿vale?
– No quería nada más que ver conmigo, dijo. Me marché. Me sentía herido, tenía mucha rabia y no sabía qué hacer. Volví a hablar con mi padre. Entonces él me contó que había hablado de Denny con los de Estupefacientes. Desde entonces le seguían la pista, esperando que los llevara hasta Reinaldo Pomera.
– Pomera -murmuró Rowan, que conocía el nombre.
– Así es. Por aquel entonces, Pomera todavía no era el capo que es ahora, pero ya era letal. El principal traficante de América del Sur a California. Mi padre no me habló de los detalles. En ese momento, no. Nunca me lo contó. Después, supe que Pomera estaba en el país y que la policía tenía intención de atraparlo. Denny era la mejor pista. Le habían ofrecido acogerse al programa de protección de testigos, pero él negó que necesitara nada, insistió en que no estaba metido en nada ilícito.
»La noche siguiente, ya no lo soportaba más. No quería traicionar a mi padre, pero sabía que algo malo le pasaba a Denny. Tenía que escapar, y tenía que hacerlo rápido. Yo no tenía demasiado dinero, pero era suficiente para llevarlo a alguna ciudad donde esconderle y yo pudiera inculcarle alguna cordura, maldito gilipollas. -La voz se le volvió a quebrar, y el escozor de las lágrimas no derramadas le hizo arder la garganta.
Un recuerdo de él y Denny. Tenían doce años, y montaban en bicicleta por el canal del control de inundaciones. Riendo, dando saltos que no debían practicar. Tuvieron suerte de no romperse un brazo, o una pierna, o algo peor. Denny siempre llevaba el pelo demasiado largo, y le colgaba por encima de los ojos como un perro ovejero.
– Volví, por última vez, y ahí lo encontré.
La casa estaba toda iluminada, como si se estuviera incendiando. Pero no era fuego. Era la muerte, y era fría.
El olor de la muerte no le era desconocido. Había perdido a un par de amigos en la línea de fuego. El olor cobrizo de la sangre, mezclado con el hedor de los fluidos corporales cuando, en el momento de la muerte, el cuerpo se relajaba… la muerte tenía rodeada la casa de Denny.
La muerte de Denny.
– Lo habían matado como si fuera una ejecución. Lo toqué, lo examiné para ver si podía salvarlo.
Los ojos vidriosos lo miraban, oscuros y vacíos. Él le devolvió la mirada, como si viera a su mejor amigo por primera vez.
– Ya estaba muerto. Pero el cuerpo todavía estaba tibio. Había llegado sólo minutos después de que el asesino huyera.
– También te habrían matado a ti -dijo Rowan, con la voz teñida por la emoción.
– Lo sé. -John respiró hondo, y acabó su relato-. Contra los deseos de mi padre, investigué por mi cuenta. Descubrí que Pomera estaba en la ciudad. Supe por los amigos de la movida de Denny que Pomera había ordenado la ejecución porque Denny estaba robando parte de la mercancía.
»Sin embargo -siguió, con la voz marcada por un odio intenso-, creo que fue el propio Pomera el que apretó el gatillo. Por todo lo que he sabido acerca de ese cabrón de mierda, se lo habría pasado muy bien matando a un patético camello de medio pelo y drogota como Denny.
– ¿Y por eso ingresaste en la DEA?
– Sí.
– ¿Y por qué lo dejaste?
Mierda, Rowan hacía las preguntas más difíciles. Hacía mucho tiempo que John no pensaba en todo eso, pero se lo debía, sobre todo después de que ella arrancara el velo de su propio pasado. Después de lo que habían compartido.
– ¿Acaso no dijo alguien que la confesión era buena para el alma?
– Es un poco complicado.
– No tienes que contármelo.
– Quiero contártelo.
Sonaron las campanillas del timbre y el momento se interrumpió. Rowan se puso tensa junto a él, y acto seguido se apartó de él y dejó la cama de un salto. Fue deprisa hacia el armario empotrado y cerró la puerta firmemente a sus espaldas.
Fallo en el cálculo del tiempo. Fallo de planificación, también, Pensó él, mientras recogía su pantalón de chándal sucio, todavía húmedo del sudor. Se lo puso rápidamente, hizo lo mismo con su camiseta, cogió su pistola y bajó corriendo. El sexo, y luego la purga de los demonios… Recuperó la compostura y esperó que Michael no pudiera leer en su rostro lo que había vivido en las últimas doce horas.
Miró por la mirilla y frunció el ceño. Quinn Peterson, el agente federal. Su aspecto desaliñado y su barba incipiente daban a entender que no había dormido demasiado la pasada noche.
No podía tratarse de otro asesinato. Eso quería decir que la siguiente era Rowan. John se puso tenso con sólo pensar en ello. No, Rowan no. Él no dejaría que el asesino ni se le acercara.
Se preparó para la mala noticia y abrió la puerta.
– Peterson.
– Flynn. -Peterson entró y John echó el cerrojo a la puerta y volvió a activar la alarma.
– ¿Dónde está Rowan?
– En la ducha -dijo John.
– Estoy aquí -dijo Rowan, que bajaba las escaleras.
John le lanzó una mirada de reojo. Estaba muy compuesta, vestida con un pantalón vaquero y una camiseta blanca, el pelo peinado y recogido en una cola mojada. Su piel tenía una pátina de color ausente el día anterior. John no pudo sino alegrarse de ser la causa de esa mejoría de ánimo.
Pero ese brillo desapareció cuando vio la cara de Peterson. John se giró para volver a mirar al federal.
– ¿Qué ha pasado?
– Sentémonos -dijo Peterson. Cruzó el vestíbulo y se acercó a las ventanas que miraban al mar. No los miró.
– Quinn, dinos ¿qué ha ocurrido? ¿Ha asesinado a alguien más? -preguntó Rowan, con voz temblorosa.
Peterson se volvió para mirarlos, con los ojos enrojecidos.
– Es Michael. El muy cabrón le ha disparado.
John ni siquiera oyó el sobresalto en la respiración de Rowan. Sintió el corazón como un martillo en el pecho, un zumbido en los oídos. Su hermano. No.
– ¿Qué hospital? ¿Dónde?
– Michael ha muerto.
– No. -John sacudió la cabeza-. ¡Maldita sea! ¡No! -Lanzó una patada a la mesa de centro de vidrio con el pie descalzo, y ésta cayó y se hizo trizas contra la mesa del fondo de la sala.
Michael. No, Michael, no. John miró a Peterson y supo que no había ningún error.
Michael estaba muerto.
Un intenso vacío físico se apoderó de su pecho, diez veces peor que cualquier dolor vivido antes. La muerte de su padre fue un golpe que sacudió a toda la familia. La muerte de sus compañeros en el ejército era una herida en el alma. La muerte absurda de Denny había trastocado todo aquello en lo que John creía, y había acabado de forjar su camino.
Pero, Michael. Su mejor amigo. Su hermano.
Todas las muertes, todos los asesinatos absurdos por cuestiones de drogas. Había visto más sangre y entrañas al desnudo que cualquiera en toda su vida. Nada lo había preparado para esto.
Se imaginó a Michael, la sangre fluyendo de su cuerpo inerte. Los ojos abiertos, vidriosos… Tuvo que apartar aquella visión con los ojos borrosos por las lágrimas no derramadas.
– ¿Qué… pasó? -Su aliento era un silbido rasposo, mientras intentaba controlar su ira.
– Anoche fue a un bar, a unas manzanas de su piso. El Pistol. Al parecer, es un sitio donde van los polis.
John conocía el lugar. Michael solía ir cuando estaba agobiado. Y la noche anterior estaba hasta las narices.
– Estuvo allí una hora, más o menos, bebió moderadamente fuerte. El barman no pensó que estuviera ebrio, sólo un poco tocado. Fue a un restaurante de comida rápida, comió algo, y volvió caminando a casa. Habló con alguien en la barra durante un rato, y la policía está interrogando al barman para obtener una descripción. Es un tipo de pelo rubio oscuro, unos cuarenta años. Salió antes que Michael, pero…
Quinn hizo una pausa, carraspeó, y siguió:
– Michael entró en su piso y la policía cree que dentro lo esperaba un intruso. Le dispararon tres balazos en el pecho. Murió enseguida.
John apretó los puños con fuerza. Tenía ganas de golpear a alguien. Matar a alguien.
– No, no puede ser. -Pero su tono de voz decía todo lo contrario.
– No se molestó en ocultar el cuerpo. Tres vecinos llamaron al novecientos once. Yo habría venido antes pero la policía local tardó un tiempo en relacionarlo con los otros casos. El jefe en persona me ha llamado hace menos de una hora. He venido enseguida.
Quinn se lo quedó mirando, y en su propio rostro se adivinaba el dolor y la compasión.
– Es el mismo cabrón. Dejó… una nota. Lo siento, John. Lo siento de verdad.
La cabeza de John era una mezcla abigarrada de recuerdos, de planes y venganza. El asesino había ido a por Michael. ¿Por qué? No estaba en los libros. Lo hizo porque podía. Para demostrar a Rowan que podía alcanzarla a ella también.
Se giró y miró a Rowan. Se sintió vapuleado por emociones complejas y contradictorias. Rabia. Tristeza. Dolor. Culpa. Era culpa suya. Le había dicho a Michael que se fuera a casa para que él pudiera conseguir que Rowan hablara.
Y acostarse con ella.
Lo había deseado desde el principio, sabiendo que entre ellos había un vínculo invisible en cuanto se saludaron. Michael apreciaba a Rowan pero John no le reconocía ninguna capacidad de saber dónde estaban sus sentimientos. Le había lanzado a la cara lo de Jessica como reproche. Desplazó a Michael, lo manipuló hasta sacarlo de la foto. Se pelearon y John sacó su as de la manga, consiguió que el FBI le dijera a Michael que se tomara una noche libre.
Él había mandado a la muerte a su propio hermano.
Jamás podría decirle a Michael cuánto lo sentía.
Dejó escapar un gemido ronco y gutural, y no pudo mirar a Rowan ni ver las lágrimas que le bañaban la cara. Necesitaba aire. Tenía que salir de allí.
– Tess -dijo, con una voz que traducía todo el dolor no reprimido.
– Aún no lo sabe. Tiene que reunirse conmigo en el cuartel general a las nueve, pero…
– Yo se lo diré. -Pasó junto a Rowan sin mirarla. Salió de la casa sin decir palabra.
Rowan lo vio marcharse, sintiendo todo su dolor en carne propia. Sintiendo su propio dolor.
Todo era culpa suya.
Aquel cabrón quería torturarla a ella, pero entretanto estaba haciendo daño a gente inocente.
¿Quién era? ¿Quién conocía su pasado? Tenía que llamar a Roger. Tenía que saber qué datos tenía él, qué había descubierto. ¡Él era el maldito FBI! No podían quedarse tanto tiempo en esa incertidumbre. Tenían que sospechar de alguien.
Y si el asesino sabía lo de su familia, puede que supiera de la existencia de Peter. Si algo le sucedía a él…
Pero no podía dejar de pensar en Michael.
En John. En Tess.
Dios mío, ¿por qué? ¿Por qué la había tomado con Michael?
Porque podía.
– Rowan. -Quinn se le acercó, pisando los trozos de vidrio sobre la alfombra. Frunció el ceño al ver los destrozos, pero no dijo nada-. Tenemos que llevarte a una casa segura.
– No -dijo ella, y cerró los ojos mientras se frotaba la frente. El dolor de cabeza que se había desvanecido en algún momento de la noche anterior volvió, con renovada virulencia.
– Sé razonable. Roger no te permitiría…
– Es no. Y ya está. El asesino vendrá a por mí. Y yo lo mataré a él.
– Es un tipo difícil de pillar. Es listo. No puedo dejar que te expongas a ese riesgo -advirtió, y le puso una mano en el hombro. Ella se la sacudió de encima.
– La decisión no es asunto tuyo. No pienso salir huyendo para que siga matando a más gente. Si ha podido matar a Michael… -dijo. La voz se le quebró y reprimió un sollozo-. Puede matar a cualquiera. A ti. A Tess, a Roger. Pero me busca a mí. Se dedica a estas variaciones para demostrarme que es más listo. Más fuerte.
Respiró hondo y cuadró los hombros.
– No tiene ni puñetera idea de con quién se ha metido.
Rowan esperó durante unos cinco minutos largos. Al final, se puso Roger.
Sin preámbulos Rowan le preguntó.
– ¿Qué has averiguado?
– Rowan, me he pasado toda la noche leyendo tus archivos. Tengo a un equipo siguiendo la pista de cada uno de los policías asignados a la investigación. Y bien, esto fue lo que pensé anoche. ¿Qué hay de las familias de los dos guardias que mató Bobby? No puedo entender cómo ni por qué te acosarían a ti, pero es lo único que se me ocurre.
A Rowan se le aceleró el corazón. Venganza. La perseguían porque su hermano había matado brutalmente a un padre, a un hermano, quizás a uno de sus hijos. Era plausible, sobre todo porque Bobby había muerto y era imposible vengarse de él. Pero ¿por qué ahora? ¿Por qué de esa manera?
Durante muchas noches a lo largo de los años, Rowan se había despertado ya entrada la noche, deseando que Bobby estuviera vivo para que ella pudiera matarlo con sus propias manos. Se lo había robado todo, todo excepto la vida, pero su propia existencia era un vacío desde que Bobby había matado a sus hermanas.
Si de alguna manera aquello estuviera relacionado con Bobby, tendría algo más de sentido para ella.
– ¿Lo estás comprobando? -Estaba desesperada. Desesperada y aferrada a una brizna de hierba-. Pero ¿por qué esperar veintipico años? ¿Por qué esperar nada?
– Tengo a Vigo trabajando en un retrato robot, pero todavía no ha producido nada útil. -Hans Vigo era el mejor experto en retratos robot del FBI, pero Rowan sabía que el retrato era sólo tan bueno como la información que se daba al especialista.
Les faltaba mucha información. Más de lo aceptable. Por primera vez en cuatro años, se arrepintió de haber dejado el FBI.
– ¿Qué hay del asesinato de los Franklin? Dijiste que hablarías con el hermano de Karl Franklin. ¿Has…?
– Nada -la interrumpió Roger-. Lo fui a ver, hablé con él. El hombre está en una silla de ruedas. Fui a ver a su médico y es verdad. No puede caminar. No podría estar implicado, aunque tuviera un motivo. Todo lo de Nashville ha acabado en un callejón sin salida.
Un callejón sin salida. Y ella estaba tan segura de que estaba relacionado con el caso Franklin. Las coletas.
Dani.
Estaba relacionado con Dani. Relacionado con su familia.
– Tiene que ver con mi pasado, Roger. Tienes que descubrir qué está pasando. Y decírmelo enseguida. Lo digo en serio, Roger, no intentes protegerme. Tengo que saber la verdad.
Después, llamó a Peter a la casa del párroco en Boston, pero su hermano estaba en la iglesia. Dejó un mensaje breve, con su código personal, y luego se dejó caer en la enorme silla del estudio. Ocultó la cara entre las manos y se permitió un momento de autocompasión, de duelo por su propia vida. Su familia muerta. Y ahora, Michael.
Y la pérdida de algo que casi había tenido con John, una conexión con él que no había sentido jamás con otro hombre. Durante aquel breve interludio, creyó que podía convertirse en algo grande, mejor de lo que ella se merecía.
Pero ahora todo eso había acabado. Como una vida segada antes de tiempo, cualquier asomo de relación entre ella y John se había apagado bruscamente.
¿Qué esperaba? Ella no se merecía a John. A menudo había pensado en sí misma como media persona, incompleta. Menos de la mitad. No podía señalar aquello que no tenía, pero sabía que algo le faltaba. ¿Por qué, si no, era incapaz de tejer vínculos de afecto con otros como una persona normal? ¿Por qué le costaba tanto mantenerse en contacto con sus pocas amigas, como Olivia y Miranda? ¿Por qué no podía entablar una relación con un hombre?
Con John había desarrollado un vínculo más fuerte que con cualquiera de sus anteriores amantes. Pero había que ver dónde estaban ahora.
John nunca la perdonaría. Y ella no podía perdonarse a sí misma.
La sobresaltó la campanilla del teléfono, pero esperó hasta el segundo timbre para contestar.
– Rowan. Soy Peter. ¿Qué ha pasado?
Él sabía que ella nunca dejaría un mensaje a menos que fuera importante.
– El muy hijo de puta ha matado a Michael. Mi guardaespaldas.
– Dios mío. -Rowan se imaginó a Peter persignándose-. ¿A ti te han herido?
– No, lo ha matado en su noche libre. -Mientras yo hacía el amor con su hermano. El sentimiento de culpa la hacía temblar entera.
– Puedo llegar en cuestión de horas…
– ¡No! Quédate ahí. Estás seguro. -No había sido su intención gritar, pero si algo le sucedía a Peter… No podía ni pensar en ello-. ¿No hay algún bonito monasterio, un lugar seguro, donde te puedas quedar un par de semanas? -Quiso que su voz sonara distendida, pero fracasó rotundamente.
– Si no ha venido a por mí, es que no sabe de mi existencia.
– Si algo te sucediera a ti, no sé qué haría.
– Estaré alerta. Además, hay un par de amigos tuyos del FBI aparcados en un sedán muy ostensiblemente camuflado frente a la casa del párroco. Estoy seguro de que aquí no me pasará nada.
Eso mismo pensaba Michael. Rowan se estremeció.
– Peter…
– Me quedaré, a menos que me necesites.
– Mantente alejado de mí.
– Estoy preocupado por ti.
– Sabré cuidarme sola. -Hablaba como una chica petulante-. Creo que este tío sabe todo lo que les pasó a mamá y a las niñas. Lo sabe todo. No sé por qué, pero va a por mí. ¿Se te ocurre alguien… por absurdo que parezca… que pudiera hacer algo así? ¿Recuerdas alguna cosa de esa noche, de esa época, de cualquier cosa, que le dé a Roger una pista para investigar?
– Roger ya me llamó el otro día.
– ¿El otro día? -preguntó ella, frunciendo el ceño.
– Sí, creo que fue el miércoles.
¿El miércoles? Pero eso fue antes de que Rowan le hablara de sus nuevas sospechas. Quizás él llegó a las mismas conclusiones y no quiso preocuparla. Qué raro que no se lo mencionara cuando hablaron antes.
– ¿Qué quería?
– Exactamente lo mismo que tú. Recuerdos. Y yo le dije que no tenía nada. Bobby está muerto, y es el único que se me ocurre que sea capaz de matar tan despiadadamente.
Con el corazón desbocado, John se paseaba de arriba abajo por el pequeño piso de Tess, como un tigre enjaulado y enfurecido. La piel le ardía. Cada aliento era un golpe de dolor caliente y penetrante contra su estómago.
Michael estaba muerto.
Al contárselo a Tess, ella se puso histérica. Lloró, y sus sollozos le nacían de las entrañas; sus gritos eran agónicos. Durante una hora, se aferró a John. Culpó de todo a Rowan.
– Es culpa mía -dijo John-. Le insistí en que se tomara unas horas libres. -Para poder tirarme a Rowan. Una culpa negra le atenazaba el corazón.
– No, no, ¡es ella! ¡Tú dijiste que se guardaba unos secretos! Ella lo mató. ¡Ha matado a mi hermano!
John tardó un buen rato en calmar a Tess y convencerla de que se tendiera un rato. Ella sollozó en silencio y cuando paró, John fue a verla. Ya dormida, su cara irritada era un vivo testigo de su dolor.
La ira, la rabia y la culpa le roían las entrañas hasta que todo lo vio en rojo; su furia consumiendo hasta el último poro. Y ahora se paseaba de un lado a otro.
Mataré a ese cabrón.
Es todo culpa mía.
Michael se habría quedado en casa de Rowan si él no hubiera intervenido. Si él no hubiera estado tan confiado de que podía conseguir que Rowan hablara, y tan convencido de que Michael no sería más que un estorbo, su hermano estaría vivo. Si no hubieran discutido, Michael no habría ido al bar. Habría podido defenderse si no lo hubiera pillado con las defensas bajas. Recordaba que, según Peterson, el intruso en el piso le había disparado inmediatamente.
No había tenido tiempo de reaccionar. Pero Michael estaba entrenado. Si no hubiera estado bebido, habría tenido una oportunidad.
Quizás.
Un gemido agónico escapó de su boca y se tragó las lágrimas que le quemaban. Ya tendría tiempo para sufrir. Ahora tenía que encontrar a un asesino.
Se sirvió de alguien que le debía un favor para conseguir el número de móvil de Roger Collins, y lo llamó.
– Collins -contestó el director adjunto después de tres timbres.
– Señor Collins, soy John Flynn.
Siguió una pausa larga.
– Acabo de saber lo de su hermano. Lo siento.
– Y yo he oído cosas acerca de usted.
– ¿Y eso qué se supone que significa?
– Lo sé todo acerca de Lily MacIntosh y de que usted era su apoderado.
– ¿Rowan se lo dijo?
– Al final, se lo tuve que sonsacar, pero me lo contó todo. -John miró por la ventana del piso de Tess, concentrado sólo en obtener información-. Usted conoce los detalles de este caso. Ese gilipollas conoce el pasado de Rowan. Sabe de su familia. ¡Sabe que se llamaba Lily! -No tenía intención de gritar, pero estaba muy crispado. No ayudarás a Michael si pierdes la calma ahora.
Más tranquilo, John dijo:
– Sé que Peter MacIntosh está vivo y que ahora se llama Peter O'Brien. Por lo visto, es sacerdote en Boston. Supongo que está bien enterado del pasado de Rowan.
– ¿Peter? Anda muy perdido, Flynn.
– No lo creo. A menos que usted tenga otra idea.
Otra larga pausa.
– Tengo a un equipo vigilando a Peter desde que se produjo el segundo asesinato. No ha salido de Boston.
– Creo que tendría que contrarrestar esa información.
– Oiga, Flynn, no me diga cómo tengo que hacer mi trabajo.
John ignoró la amenaza implícita en el tono del director adjunto. Le daba igual que los funcionarios de alto rango se cabrearan.
– Usted sabe que este tío va a por Rowan. Y lo conseguirá, a menos que usted averigüe quién conoce su pasado. Al parecer, es usted el único que está en una posición para hacer algo al respecto. -Guardó silencio un momento-. Mi hermano está ahora en una morgue porque usted y Rowan ocultaron su pasado. Todos los recursos destinados a revisar sus casos son tiempo perdido. Deberíamos habernos remontado más atrás. Sin retener información. Y ustedes, al contrario, se quedaron callados. La muerte de mi hermano pesa sobre su conciencia.
– No se atreva usted a decirle eso a Rowan, señor Flynn. Rowan ha estado en el infierno y ha vuelto, y…
– Me importa un pepino. -John cerró los ojos con fuerza y se apretó el puente de la nariz. Sólo podía ver la expresión de desamparo de Rowan cuando le contaba el asesinato de su madre. Mierda.
Sin embargo, Michael estaba muerto.
– ¿Por qué no ha investigado más en profundidad, Collins? Aunque Rowan no supiera, o no entendiera, todo lo que había en juego cuando le sucedió eso de pequeña, usted sí lo entendía.
– He estado revisando viejos archivos, he hablado con gente…
– Por lo visto, no ha sido suficiente.
– Tengo a seis agentes siguiéndole la pista a la familia de los dos guardias que mató Bobby MacIntosh cuando intentó escapar.
– Debería haberlo hecho desde el principio. -John tenía la mandíbula tan apretada que apenas podía hablar.
– Flynn, estamos haciendo todo lo que está en nuestras manos. ¿Acaso no se da cuenta de lo compleja que es esta situación? -Roger hablaba con un dejo de frustración, hablaba demasiado alto y rápido.
– ¿Compleja? ¿Usted qué oculta? -preguntó John. Algo no estaba del todo bien.
– No sé de qué me está hablando -dijo Roger, rápido y seco-. He estado trabajando veinticuatro horas al día sin parar desde que mataron a Doreen Rodríguez. No se crea que no he hecho todo lo posible. Me preocupa Rowan más de lo que usted se podría imaginar. Como si fuera mi propia hija.
Mi hija. Aquello le recordó al sacerdote.
– Espero que a Peter O'Brien lo investiguen a fondo y que usted piense en el asesinato de la familia de Rowan con un poco más de claridad. Alguien que tiene un conocimiento íntimo de su familia ha matado a mi hermano. Y -siguió John, en voz baja-, matará a Rowan si no damos con él antes.
– Ya lo sé. -La voz de Collins temblaba de rabia.
Bien, pensó John. Es importante que se cabree.
– Flynn, sé que es un momento difícil, pero ¿piensa seguir con este caso? ¿Tengo que reemplazarlo?
John cerró los ojos. La venganza que buscaba le pesaba en la lengua, le nublaba el juicio. ¿Era capaz de hacerlo? ¿Era capaz de proteger a Rowan?
¿O quizás él también acabaría muerto, con los reflejos anulados por la rabia en lugar del alcohol? Pero ¿qué otra cosa podía hacer? Si no hubiera formado parte de todo aquello, se habría desentendido. No podía quedarse al margen, mirando lo que ocurría, preguntándose si la muerte de Michael sería vengada, o si al cabrón ése le caería cadena perpetua.
O si Rowan también acabaría muerta.
Tenía las emociones demasiado a flor de piel en lo que le concernía a ella, así que la apartó de sus pensamientos y se despidió de Collins:
– Mañana volveré. Hoy tengo que estar por mi familia.
– Le entiendo.
– Manténgame informado -dijo John, y colgó.
No podía pensar en Rowan. En ese momento, no. Aquello era un trabajo, y algo más que un trabajo. Dejaría de pensar en ella, al menos durante ese día.
Se dirigió a la habitación de Tess. Pensó que la había oído moverse mientras hablaba por teléfono, y quería asegurarse de que se encontraba bien.
– ¿Tess? -preguntó, y llamó suavemente.
No hubo respuesta.
John abrió la puerta y se quedó mirando la cama deshecha. No estaba. Tras un rápido vistazo por el piso, supo que había salido.
Y él sabía exactamente adónde había ido.
Rowan oyó el zumbido familiar de un Volkswagen en la entrada y sospechó que Tess había venido a decirle lo suyo. Cerró los ojos y se reclinó en su silla preferida, una silla de leer muy acolchada que le había fascinado al entrar en aquella casa estéril unos meses atrás con Annette.
Había pensado pasar allí el mes de julio y luego volver a su cabaña en las afueras de Denver. Echaba de menos el único lugar que consideraba su hogar desde aquella fatídica noche de hacía veintitrés años.
Pero ¿podría irse dentro de dos meses? ¿Atraparían al asesino? ¿O sería ella su próxima víctima? ¿Sería la última?
Puede que valiera la pena sacrificar su vida si ella era la última. Y si pudiera desenmascararlo a la vez.
Aquella idea, en realidad, la calmó. Venganza, justicia, paz. Después del asesinato de Michael, nada que no fuera la muerte le devolvería la paz. Aunque ella no había apretado el gatillo, ¿cómo podía vivir sabiendo que era responsable de su muerte? El asesinato de Michael estaba vivo en su alma, y temía que esa herida nunca sanara. Michael había ido a reunirse con Dani. Y con Rachel, Mel y su madre.
Mientras ella yacía satisfecha en brazos de John, a Michael lo habían acribillado.
No sabía si sería capaz de volver a mirar a John a la cara. El dolor y la agonía que seguramente estaba viviendo… y la tristeza en su rostro. Sabía muy bien cómo se sentía. Algo se le retorció dolorosamente en el estómago.
La puerta del estudio se abrió con tanta violencia que el pomo dio contra la pared y abolló el revestimiento. Entró Tess a grandes zancadas, la cara bañada en lágrimas pero con ademán decidido. El dolor. El odio. Llevaba el pelo corto y negro todo enmarañado, y tenía el vestido arrugado.
Quinn estaba detrás de ella, con cara de preocupación, pero Rowan apenas le hizo caso. Se concentró en la hermana de Michael.
– ¡Es todo culpa tuya! -exclamó Tess.
– Lo siento -dijo Rowan-. Créeme que lo siento. -Se incorporó y se giró para mirar de frente a Tess, dispuesta a asumir cualquier castigo.
– ¡Mentiste! Tú te guardas tus secretos y Michael está muerto. John me lo ha contado todo. Yo… no te perdonaré jamás. Espero que te encuentre. Espero que acabéis los dos ardiendo en el infierno.
¿Qué podía decir Rowan? Ella también esperaba que el asesino la encontrara. Entonces tendría la oportunidad de detenerlo. Y, si moría en el intento, no sería una gran pérdida para el mundo.
– Lo sé. -Fue lo único que dijo.
– Tess, no digas esas cosas -dijo Quinn, y le puso una mano en el hombro. Ella lo apartó con un gesto y avanzó un paso.
– Sí, lo sé.
Rowan no se había dado cuenta antes, pero ahora vio que Tess tenía los mismos ojos verdes de sus hermanos, sólo que un poco más claros. Eran muy parecidos. Tess. Michael. John. No podía pensar en John ni en lo que habían hecho la noche anterior. ¡Qué error más estúpido y egoísta! Un error que a Michael le había costado la vida. Michael debería haber estado allí, todavía vivo.
Pero si John hubiera vuelto a su piso, ¿acaso el asesino le habría tendido la trampa mortal a él?
Michael no se habría enfadado con su hermano por obligarlo a tomarse la noche libre. Enfrentado a John a causa de ella.
La conciencia de esa verdad casi le hizo tambalearse. Michael se había dado cuenta, o al menos intuido la tensión y la atracción que había entre ella y John. Estaba celoso. Se había peleado con su hermano a causa de ella, no sólo porque John insistiera en que descansara aquella noche.
Era culpa suya.
Alzó el mentón y, mirando a Tess, asintió.
– No te reprocho nada, Tess. Michael era un tipo excelente, y yo…
– ¡No digas eso! -chilló Tess y avanzó hacia Rowan con las manos apretadas a los lados-. ¡No hables de él! ¡Era mi hermano! ¡Perra! -Comenzó a golpear a Rowan con los puños y Rowan la dejó. Por dentro se sentía entumecida, muerta. ¿Tenía algún dolor que comunicar? El dolor de los golpes era como la agonía de la muerte, las pesadillas, la culpa que le atenazaba el alma con su puño hiriente.
– Tess, por favor. -Quinn se acercó a ellas e intentó suavemente que soltara a Rowan.
Se oyó un portazo en la entrada. Quinn desenfundó su arma y salió de la habitación a toda prisa. Un instante después, John irrumpió en el estudio con Quinn siguiéndole los pasos.
– ¡Tess! -John la cogió y le hizo girarse. Tess lloraba descontroladamente y comenzó a golpear a su hermano en el pecho. Él la agarró por las muñecas e intentó dominarla con gestos suaves-. Tess, cariño, para. Por favor, cariño, no sigas. -Hablaba con voz tranquila, calmándola, controlando la situación.
A Tess le tembló el labio inferior y tenía el rostro bañado en lágrimas. Al final, se dejó caer en sus brazos, sollozando.
John alcanzó a cruzar una mirada con Rowan antes de salir del estudio. La mezcla de dolor y rabia que Rowan vio en su expresión dura y angulosa fue como una puñalada.
Quinn se le acercó, le puso un brazo en el hombro y la ayudó a sentarse nuevamente en la silla.
– Rowan, no es culpa tuya. -Le acarició la espalda y le apartó el pelo de la cara-. No te culpes a ti misma.
Ella no respondió. ¿Qué podía decir? Las últimas dos semanas habían sido una larga e interminable pesadilla. ¿Acabaría de una vez? ¿La encontraría finalmente a ella para que pudiera tener un poco de paz?
La justicia.
No podía dejar que escapara. Cuando la encontrara, ¿acaso le contaría sus crímenes entusiasmado? ¿Buscaría sus halagos? ¿Su horror? ¿Su ira? Daba igual lo que él quisiera de ella, porque sólo estaba dispuesta a darle un balazo.
Pero primero tenía que confirmar que Roger había hecho lo que ella le había pedido.
– Rowan. Tess no decía nada de eso en serio. Está destrozada.
Rowan miró a Quinn. Su rostro atractivo traducía toda su tristeza y su inquietud.
– Protégela, Quinn. Cuando las personas se alteran, hacen tonterías. Y llama a la policía de Dallas y de Chicago, y al FBI. Asegúrate que entiendan la importancia de advertir a las prostitutas. Sobre todo a las chicas de alto vuelo.
– Ya nos hemos encargado de eso…
– ¡Vuelve a llamar! -exclamó Rowan, y se apretó el puente de la nariz. No servía de nada gritarle a Quinn. No era culpa suya.
– De acuerdo -dijo él, con voz queda-. Rowan, puede que te sorprenda, pero sé lo que hago. Hace quince años que trabajo como agente. Y Roger no ha descansado desde que esto comenzó.
– Lo sé, lo siento mucho. -Rowan lo tocó en el brazo-. Sólo que… -dijo, y gesticuló hacia la estantería donde guardaba los ejemplares de sus libros. Se acercó a ellos y se los quedó mirando.
– Sentía algo tan catártico al escribir estos libros, siempre consiguiendo que el bien triunfara sobre el mal, cuando los dos sabemos que los malos ganan a menudo. -Miró los títulos de la estantería. Crimen de oportunidad. Crimen de pasión. Crimen de claridad. Crimen de corrupción. Y su último libro, cuyo lanzamiento habían postergado hasta que atraparan a aquel miserable, Crimen de riesgo.
Le habían enviado como adelanto veinte ejemplares, pero ella sólo se había traído cinco a Malibú, por si necesitaba enviárselos a alguien. Le había dado uno a Adam…
Y quedaban tres en la estantería.
Se los quedó mirando fijamente, y de pronto se le aceleró el pulso. Quedan tres. Tenían que ser cuatro.
– Rowan… -alcanzó a decir Quinn.
– Ha estado aquí -dijo, con voz apenas audible.
– ¿Quién?
– El asesino. Ha estado aquí. Aquí mismo -dijo, y señaló la estantería-. Tiene el último libro. Podría matar en cualquier momento.
Faltaban tres días.
Se acercó a la ventana y miró hacia la oscuridad. Eran las tres de la madrugada y todo estaba muy, muy oscuro aquí en la costa. Él lo detestaba. Odiaba el mar, las mañanas frías y nebulosas y el aire salado. Verla a ella correr todas las puñeteras mañanas en aquel aire húmedo era algo que superaba su entendimiento, pero la verdad es que ella siempre había sido rara. Lo contrario de él.
Con una excepción. Ella sabía inventar unos procedimientos muy refinados para la puesta en escena de la muerte.
En Crimen de riesgo, el alter ego de Rowan, Dara Young, investiga el asesinato de una prostituta en Dallas, un crimen vinculado a una serie de asesinatos sin resolver en Chicago. Las víctimas son mutiladas y los órganos vitales son extraídos con precisión.
Él ya había estudiado los procedimientos básicos de cirugía, pero leía las mejores partes, los detalles de cada asesinato, tres veces para aprendérselas correctamente. Tal como Rowan lo había imaginado.
Se alejó de la ventana y cruzó el salón espacioso y apenas amueblado y subió a acostarse. Echó mano de un libro en su mesilla de noche y acarició la tapa. Crimen de riesgo. No estaría en las librerías hasta dentro de tres días, pero él había sustraído ese ejemplar bajo las narices mismas de Rowan hacía semanas. Semanas. Antes de que Doreen Rodríguez espirara su último aliento. Antes de que él acabara de diseñar cada golpe, antes de planear lo que le haría a Rowan.
Pero ahora sabía, y sería algo suculento. Muy, muy suculento.
Eso sí, primero, Riesgo. Dallas o Chicago. Chicago o Dallas. Hmmm. Pensar en volver a Texas lo ponía un poco nervioso, pero el desafío no dejaba de ser emocionante.
Chicago, Dallas. Dallas, Chicago. A él le daba igual. Alguna estúpida puta iba a morir con el vientre destripado, de una manera u otra.
Se recostó en la cama, desnudo y se tapó con el cálido edredón. Tenía que concentrarse seriamente en sus planes.
Se le estaba acabando el dinero. Era muy difícil que se cargara a la puta si no tenía el dinero para pagar un billete a Dallas. Robar no era, en verdad, lo suyo, pero cada ciertos meses asaltaba un par de tiendas y sacaba dinero suficiente para ir tirando. El truco estaba en escoger tiendas donde las mujeres estuvieran en el mostrador. Solían entregar el dinero sin rechistar y él abandonaba el local en menos de cinco minutos. Sólo una vez había tenido que matar.
Se ocuparía de sus finanzas al día siguiente, y pondría punto final a sus planes para la puta.
¿Cuánto sabían? Era evidente que sabían lo suficiente para mantener a Rowan bajo siete llaves.
Había varios federales cuidando de ella. Un par fuera de la casa, en un sedán que pretendía pasar inadvertido, y el turno cambiaba cada doce horas. Ella se mostraba muy amigable con uno de los agentes. Y el hermano del guardaespaldas. Ése le preocupaba un poco. Era un tipo esquivo, más difícil que el guardaespaldas que había matado. Era más bien como un federal curtido, un secreta.
No subestimaría al hermano. No, eso sería un error. Pero tenía tiempo. Una puta en el medio oeste y Rowan sería suya.
Sonrió antes de dormirse apaciblemente.