Rowan no vio a John después del funeral. No entendía por qué se sentía tan extrañamente vacía. Al final, John tenía familia y amigos de todas partes del país que habían venido a dar el último adiós a su hermano. Y Tess necesitaba consuelo y fuerzas, dos cosas que John poseía en abundancia.
Pero a las tres de la madrugada, hora en que se despertó con otra pesadilla, deseó que él estuviera allí para abrazarla.
Tonterías, pensó, mientras buscaba la Glock debajo de la almohada y se sentaba en la cama. Había vivido con sus pesadillas veintitrés años sin depender de un hombre que la consolara. ¿Por qué ahora? ¿Por qué John?
Empuñó el arma fría y se quedó mirando la oscuridad en el exterior del gran ventanal. Era una noche sin luna, pero las estrellas brillaban con tanta intensidad que daba la impresión de que se podían tocar.
Bobby, ven, ven a buscarme. Por favor, esto tiene que acabar de una vez.
Su fuerza interior comenzaba a flaquear. El muro afanosamente construido que la había protegido durante tanto tiempo se derrumbaba a sus pies. Ahora era un animal atrapado, paseando de arriba abajo sin parar. Esperando que viniera alguien y la matara de un balazo. Un ratón víctima de los juegos de un gato. En cuanto al ratón lo abandonaba la esperanza y le entraba el miedo, el gato mataba a su presa.
¿Era eso lo que hacía Bobby? ¿Jugar con ella hasta que se viniera abajo? ¿Jugar con ella hasta que gritara de rabia o se enajenara y se recluyera en sí misma?
¿Acaso quería convertirla en su padre? ¿En un hombre vacío, en una víctima de su mente débil y su conciencia de culpa?
¿Y qué pasaría si ella no le daba a Bobby lo que buscaba? ¿Qué pasaría si no imploraba piedad y le rogaba que la matara? ¿Qué pasaría si ella se quedaba ahí, sin más, y aceptaba cualquier tormento que él quisiera infligirle?
No pensaba en John en ese momento, sino en Michael.
Y en Doreen y los Harper y la florista y la simpática Melissa Jane Acker.
No se dejaría vencer por Bobby. No por ella misma, sino por los otros. Por las víctimas de su divertimento, el precio pagado para satisfacer sus planes. Ellos se merecían la justicia. Se merecían la paz de los muertos.
La paz sólo vendría cuando Bobby estuviera muerto y enterrado y pudriéndose en el infierno.
Supo que no podría conciliar el sueño. Echó a un lado las mantas e hizo girar las piernas hacia un lado. Se calzó las zapatillas de footing, siempre esperando a un lado de la cama, y se las abrochó en la oscuridad.
Eran las cuatro de la madrugada. No podía despertar a Quinn para salir a hacer footing a esa hora, pero le encantaría salir a correr con el alba asomando más allá de las montañas de Malibú e iluminando el océano. Eso sería hacia las cinco y media. Quizá podría escribir un poco hasta esa hora. Habían pasado semanas desde la última vez que se había sentado a escribir.
Bajó en silencio las escaleras y se dirigió al estudio. Cerró la puerta y encendió el ordenador.
No pensaba trabajar en La casa del terror, una obra de ficción. Al menos no trabajaría en el libro que había comenzado hacía tres meses. Después de la muerte de Doreen Rodríguez, se dio cuenta de que era incapaz de escribir ficción, al menos no en esos momentos. Quizá nunca más. Se habían acabado los asesinatos inventados y las perversiones ficticias.
Sin embargo, su obra en ciernes se llamaba La casa del terror. Y en su nuevo libro aparecía el mismo crimen.
Eso sí, las víctimas eran reales, el asesino era real y también lo eran los supervivientes.
Por primera vez, escribía sobre crímenes reales.
Sintió el corazón aliviado de un enorme peso.
Eran las siete cuando John llamó a la puerta de Rowan. Quinn Peterson, que lo esperaba, le abrió enseguida.
– ¿Collins ha hablado contigo? -preguntó Peterson, mientras cerraba la puerta con llave y volvía a encender la alarma. Tenía la voz ronca por la falta de sueño.
– Sí. -John miró por la sala, sin darse cuenta de que buscaba a Rowan hasta que vio que no estaba-. ¿Dónde está Rowan?
Peterson señaló la puerta cerrada del estudio con la cabeza.
– Lleva ahí desde las cuatro de la madrugada.
John arqueó las cejas. No le gustaba esa costumbre de Rowan de encerrarse en el estudio.
– ¿Has mirado para ver qué tal está?
El agente asintió con la cabeza mientras se dirigían a la cocina.
– Estaba durmiendo en el sofá y me despertó el ruido del ordenador. Me dijo que estaba escribiendo y que quería salir a correr a las seis. Pero cuando entré a esa hora, no se había movido y me pidió que le diera diez minutos. Pero entonces llamó Roger y… -dijo, y acabó encogiéndose de hombros.
– ¿Se lo contaste?
– Claro que sí. Me arriesgaría a que me tuerza el cuello si se me ocurriera retener información. Le conté todo lo que sabíamos de Bobby y la mujer en Dallas. -Le pasó a John una taza de café humeante y negro, y él se sirvió otra.
– ¿Cómo reaccionó?
– Al comienzo, fue una reacción de rabia, y luego de alegría, cuando supo que la mujer se había salvado. Casi estaba animada. Y luego volvió a escribir.
– Voy a hablar con ella. -Necesito hablar con ella.
– ¿Collins te preguntó por la casa de seguridad?
– Sí, y le he dicho que estoy de acuerdo -dijo John, asintiendo con la cabeza.
– Bien.
– No creo que Rowan vaya a opinar lo mismo.
John se alejó por el pasillo y se detuvo frente a la puerta del estudio. Oyó vagamente sus dedos sobre el teclado, de pronto arrancando en veloces carrerillas.
John no había querido decirle que sí a Roger Collins cuando éste le pidió trasladar a Rowan a un lugar seguro mientras la caza de Bobby MacIntosh estuviera en su punto álgido. Quería, necesitaba, estar presente cuando capturaran a Bobby. El cabrón que había matado a su hermano. El mal nacido que había acosado a Rowan hasta casi destruirla.
John tenía ganas de que Bobby entrara en la casa y así tener un pretexto para matarlo.
Pero no quería poner en peligro a Rowan. Mantenerla a salvo se había convertido en lo más importante. Mantenerla con vida hasta que a Bobby lo capturaran o lo mataran, y luego conservarla a su lado. ¿Cómo conseguirlo? ¿No lo sabía? Aquellos sentimientos eran nuevos para él, lo confundían y desconcertaban.
No podía besarla y luego decir adiós, me voy.
Rowan se había convertido en alguien importante para él en un periodo muy breve de tiempo. Si algo le ocurría, John nunca se lo perdonaría. No confiaba en nadie más para protegerla, en nadie más para encargarse de su seguridad. Así que dijo que sí a la idea de escoltarla a esa casa y quedarse con ella hasta que atraparan a MacIntosh. Había sido una de las decisiones más difíciles de toda su vida pero, en su opinión, era la correcta. Mantenerla a salvo.
Después de su fracaso en Dallas, MacIntosh estaría hecho una furia. Era más probable que ahora cometiera algún error. Sólo era cuestión de tiempo.
Collins le contó a John que la prostituta también tenía protección las veinticuatro horas del día, por si a MacIntosh se le ocurría buscarla para acabar la faena. Al parecer, la mujer había aprendido artes marciales y una amiga la había alertado de que el hombre que se hacía llamar Rex Barker podía ser peligroso.
Esa llamada seguramente le había salvado la vida.
John se quedó mirando la puerta. No tenía ganas de discutir con Rowan lo de la casa de seguridad, pero el tiempo corría. Había que hacerlo. Llamó una vez a la puerta y la abrió.
Rowan estaba sentada frente al ordenador con las manos apoyadas sobre el teclado y miró por encima del hombro. Se cruzaron las miradas y John captó algo en ella que nunca había visto. Una chispa en sus ojos, una luz en su cara, algo diferente. Quizá fuera la media sonrisa de sus labios. ¿Se alegraba de verlo?
Él la había añorado. Se dio cuenta de ello con una intensidad casi física y habría perdido el equilibrio si no se hubiera afirmado.
El día anterior, la había visto en la parte de atrás de la iglesia y le dieron ganas de tenerla a su lado. Para que lo consolara. Si Rowan hubiera estado con él, la jornada habría sido más llevadera. Pero se había marchado al final del servicio religioso, y él tenía demasiadas obligaciones como para salir en su busca.
Aquello le dejó un vacío en el corazón. Algo que se proponía remediar de inmediato. Verla aquella mañana casi le compensaba por haber estado lejos de ella la noche anterior.
Ella le dijo algo, pero él no se dio cuenta.
– Perdón, ¿qué has dicho? -preguntó, como un tonto.
– ¿La chica está bien? ¿Sadie Pierce? -Rowan giró la silla para mirarlo. Llevaba un pantalón gris y una camiseta azul desteñida. Tenía el pelo recogido y no iba maquillada, pero a John no podría haberle parecido más atractiva.
¿Qué le estaba ocurriendo? No solía crear vínculos amorosos, sobre todo con las mujeres con que trabajaba. Ése no era su modus operandi, y no quería cambiarlo ahora.
– Está bajo protección -dijo-. Ha pasado la noche en el hospital y ya le han dado el alta, lesiones menores. Es una chica dura.
Rowan cerró los ojos y sonrió.
– Qué bien. No te imaginas lo contenta que me he puesto de que haya logrado escapar. -Rowan guardó silencio y lo miró fijamente-. Roger te habrá contado lo del bolso con instrumentos médicos. Y lo del libro. El libro que Bobby robó de mi estantería.
– No se sabe nada de Bobby -dijo él, asintiendo.
– Ya me lo imaginaba. Roger ha eliminado todas las trabas -dijo Rowan, con voz algo temblorosa.
– La policía está totalmente volcada en Dallas -dijo él, sacudiendo la cabeza-. Los medios de transporte en Los Ángeles están avisados. Será difícil que vuelva aquí sin que lo detecten.
– Pero no imposible -murmuró ella.
– No, no es imposible -convino John-. Ha demostrado ser bastante listo, así que, a menos de que corneta un error, llegará. Vendrá a por ti, Rowan. Tenernos que protegerte.
– Eso es lo que estáis haciendo. Hay dos sedanes del FBI en la carretera, y tengo a Quinn instalado en mi salón. Estarnos preparados para cuando venga.
– Tenernos que tornar otras medidas.
– ¿Qué?
– He hablado con Collins esta mañana.
Rowan se puso tensa. Todavía tenía el mal sabor de boca de las mentiras de Roger. John no se lo reprochaba. A él también le había costado guardar las buenas maneras con Collins por teléfono.
– ¿Y?
– Quiere que te traslademos a una casa de seguridad.
– No -dijo ella, y se cruzó de brazos, como si ésa fuera la respuesta final.
– No hay otra opción.
– ¡Y una mierda que no la hay! -Rowan lanzó los brazos al aire y se dirigió al teléfono, lo cogió y señaló a John con un dedo acusatorio-. No pienso huir y esconderme. Bobby vendrá a por mí. Me parece bien. Estamos preparados. Lo cogeremos y ahí se acaba la historia.
Empezó a teclear violentamente los números en el teléfono inalámbrico. John se acercó e intentó quitárselo, pero ella le propinó un golpe de kárate en el brazo.
– Maldita sea, Rowan -dijo John, frotándose la muñeca-. Sabes que es la mejor solución. Van a dejar a un señuelo en la casa, van a montar una trampa.
– Yo quiero estar aquí. Necesito estar aquí.
– No puedes. Estás demasiado implicada en todo este asunto.
– Soy una ex agente, y tengo entrenamiento, maldita sea. -Se volvió hacia el auricular-. Roger, no pienso irme a una casa de seguridad. -Luego escuchó la respuesta, mientras en su rostro empezaba a reflejarse su ira-. ¡No puedes hacer eso! -exclamó y, al cabo de un momento gritó-: ¡Maldito seas! -y, enfurecida, devolvió el auricular al aparato.
Se giró hacia John y lo golpeó en el pecho.
– ¡Tú eres cómplice de todo esto!
– Creo que es una buena idea.
– ¡Y una mierda que es una buena idea! Quiero estar aquí cuando lo atrapen. Me cuesta creer que prefieras huir.
A John se le tensó la mandíbula, una muestra de la rabia que estaba a punto de desatarse. La cogió por las muñecas, la apretó con fuerza y la atrajo hacia él. Sus labios estaban separados por sólo unos centímetros.
– No pienso huir, Rowan -dijo, con voz pausada y tranquila-. Te estoy protegiendo. Collins te ha puesto bajo custodia preventiva por tu propio bien.
– No me hables de lo que me conviene -replicó ella, con voz vibrante y los ojos oscurecidos por el dolor y la rabia.
– Mira cómo te has puesto ahora mismo, Rowan. Acabas de demostrar que estás demasiado involucrada en esto. No adoptes esa actitud.
– Después de todo lo que ha pasado, ¡merezco estar aquí! -Rowan temblaba de pies a cabeza, y en las miradas que lanzaba a John había una súplica latente.
John no estaba en desacuerdo con ella. ¿Cómo no estarlo? Él también entendía el deseo de venganza. De justicia. De hacer algo por sí mismo porque se trataba de su enemigo.
Sin embargo, Bobby MacIntosh había demostrado ser un tipo listo. Había planeado cuatro asesinatos a la perfección. La huída de la última víctima se debía en parte a la mala suerte y en parte a la elección de Sadie Pierce.
John no dudaba de que MacIntosh tuviera un plan para encontrarse a solas con Rowan y matarla. Después de torturarla.
No podía dejar que eso ocurriera. John confiaba en sus habilidades pero confiaba todavía más en sus intuiciones. MacIntosh volaría la maldita casa si pudiera. Haría cualquier cosa para acabar con Rowan. Y John no tenía la menor intención de perderla.
– Pues, no hay más opciones -repitió con voz queda-. Tienes una hora para meter tus cosas en una maleta y nos vamos.
Ella lo miró con un destello salvaje, sintiéndose traicionada. ¿Por qué no entendía que aquella era la mejor solución? No era la solución perfecta, pero la mantendría viva hasta que dieran con su hermano.
Sin decir más, Rowan pasó a su lado y salió del estudio con un portazo.
¿Qué se esperaba? ¿Que ella se mostrara dispuesta a mudarse a una casa en la costa? ¿Que se lo tomara como unas vacaciones? ¿Que podrían dar largos paseos por la playa y hacer el amor junto a la chimenea encendida? Pero no, no iban a quedarse en un puñetero nido de amor. Aquello era una casa de seguridad. Y él no era su amante, sólo un compañero disponible en la cama cuando los dos necesitaban a alguien.
No le convenía pensar en sus encuentros con Rowan en otros términos.
Se giró para irse, pero el brillo de la pantalla del ordenador captó su atención. Se acercó y leyó lo que Rowan había escrito.
Mi infancia fue cualquier cosa menos idílica. Con la mentalidad de una niña, pensaba que el amor de mi madre podía mantener a raya a los monstruos. Al fin y al cabo, los monstruos no existían.
Sin embargo, vivíamos con monstruos. No sólo mi hermano, a quien siempre había temido, sino un monstruo con la máscara de un padre amante. A los pequeños nunca nos levantó la mano. Pero mi madre no escapó a su ira. Ahora no puedo dejar de preguntarme por qué. ¿Por qué permitió que la humillaran constantemente golpeándola? ¿Por qué tuvo que morir para poner fin a su sufrimiento?
¿Y por qué nadie más vio los maltratos de mi padre?
Era un bello día de primavera, y los cerezos en flor estaban llenos de vida…
Era una autobiografía, pensó John, incrédulo. Estaba seguro de que Rowan nunca había pensado en ello antes. Porque ella no hablaba del pasado. Ahora, al parecer, algo la había liberado.
Empezaba a tener dudas acerca de la casa de seguridad. Quizá Collins se equivocaba y Rowan podía, en realidad, enfrentarse a su hermano. Por otro lado, su reacción de hacía cinco minutos le decía que estaba demasiado implicada emocionalmente para pensar con claridad.
Con esos sentimientos contradictorios rondándole la cabeza, miró la puerta cerrada. No, no podía correr ese riesgo. No podía poner en peligro su vida.
Si perdía a Rowan, pensaba que no lo superaría. Sólo esperaba no estar cometiendo un grave error.
Rowan guardó silencio durante el largo trayecto por la costa, que tardó más de lo normal porque John tomó diversas precauciones para asegurarse de que no los seguían. La casa de seguridad estaba situada cerca de Cambria, un pequeño pueblo al norte de Santa Bárbara.
Rowan pensó que era una ironía que sólo unas semanas antes soñara con pasar una temporada en la costa norte de California, donde el paisaje del océano se mezclaba con el bosque, y donde gozaría de la intimidad que tanto añoraba. La costa central era más o menos lo mismo. Cambria era una comunidad idílica y tranquila donde pasar las vacaciones, y estarían seguros.
Sin embargo, Rowan estaba molesta con todo.
Ya se esperaba ese trato sobreprotector de Roger. Al fin y al cabo, le había mentido desde el principio, con el fin de protegerla. Aunque detestaba las mentiras y la traición, Rowan comprendía sus motivaciones. Ella era una persona diferente de la que había sido a los diez años, en realidad, apenas algo más que una niña. ¿Qué caballero andante no querría proteger a una pequeña damisela en apuros? Y, por aquel entonces, ella pensaba en Roger como en su caballero andante.
Pero no se habría esperado eso de John. De todas las personas, pensaba que John entendería. Él deseaba la justicia para Michael tanto o más que ella. Y lo mismo para el resto de las víctimas de Bobby.
El sacrificio de John le había impresionado. Él lo dejaba todo para protegerla a ella. Había renunciado a la posibilidad de vengar el asesinato de su hermano porque quería mantenerla a ella a salvo. Lo miró con semblante de renovado agradecimiento. Y algo más profundo. Un sentimiento que la había embargado en alma y cuerpo desde la primera noche en que habían hecho el amor.
John formaba parte irrevocable de su alma. No podía perderlo. Finalmente, había comenzado a aceptar y a lidiar con lo ocurrido tantos años atrás. Le parecía impensable perder a John.
Cuando se trataba de decir las cosas como eran, Rowan detestaba huir. Le recordaba el asesinato de los Franklin y el episodio más negro de su vida desde la muerte de Dani.
Ya no sentía el impulso de huir. Su demonio tenía un rostro. Bobby. Quería enfrentarse a él con sus propias fuerzas. Quería ver qué cara pondría cuando se diera cuenta de que ya no era la pequeña niña débil y asustadiza que él perseguía hace veintitrés años. A pesar de su tierna edad, lo había derrotado entonces, y seguro que podría volver a derrotarlo ahora.
Sin embargo, la oportunidad de atrapar a Bobby personalmente había sido anulada por el capricho de un hombre que le había mentido y con la complicidad de un hombre en el que había confiado.
No parecía correcto, aunque supiera que aquella era, en realidad, su única opción. Ella no había hecho ni dicho nada que hiciera creer a Roger o a John que era lo bastante fuerte para enfrentarse a Bobby. ¿Era lo bastante fuerte? Si Bobby la encontraba, sería capaz de luchar contra él y derrotarlo. ¿O iría a esconderse en un armario como lo había hecho la pequeña Lily, esperándolo, dejándole que matara a sus seres queridos?
Esperaba… No, creía que si Bobby la encontraba, ella estaría a la altura del desafío. No dejaría que la dominara. No podía dejar que la venciera.
Sin embargo, huir también protegía a John del peligro. Si bien Rowan no tenía ninguna duda de que él era capaz de dirigir una operación sometido a una gran tensión emocional, en la casa de seguridad también estaría protegido. Aquella idea le daba un mínimo de paz.
– Lo siento -dijo, mirando a John, cuando se detuvieron frente a una verja cerrada que daba a un camino privado.
Él se giró en el asiento para mirarla, con el motor todavía en marcha.
– No tienes por qué pedir perdón.
– Sí que tengo -negó ella con la cabeza-. Me he portado como una niña inmadura allá en Malibú y he venido todo el camino haciendo mohines.
– Es verdad que has hecho un arte de los mohines. Nunca había estado con una mujer que guardara silencio tres horas seguidas. -De hecho, bromeaba, y eso le aligeró el ánimo.
Rowan arrugó la nariz.
– En cualquier caso, te agradezco que me hayas acompañado hasta aquí. Roger me habría asignado un agente. No tenías por qué hacer esto. Podrías haberte quedado en Los Ángeles.
John no habló durante un momento largo, y luego le cogió la mano y se la apretó con tanta fuerza que casi le dolió.
– Significas mucho para mí, Rowan. No pienso confiar tu seguridad a nadie más. Michael ha muerto -dijo, y tragó saliva, presa de ese agudo dolor que le nublaba los ojos-. Tú estás viva. Necesito que sigas así.
John hablaba con una voz templada por una tranquila emoción. Le puso una mano en la nuca y le acercó la cara hasta besarla con ganas en los labios. Acto seguido, bajó del coche para abrir la verja.
Rowan cerró los ojos y deseó que a Bobby lo atraparan pronto. No sólo porque era un asesino perverso que se merecía estar encerrado en una cárcel -o peor- el resto de sus días, sino porque su propia vida transcurriría en una especie de limbo, en el plano profesional y personal, hasta que le echaran el guante.
Al cabo de cinco minutos, el camino acababa frente a una cabaña de madera. La casa de seguridad. No tenía vistas al mar pero, a través de los árboles, Rowan oía el rugido distante de las olas rompiendo en las rocas. No sonaba nada lejos. Era exactamente el tipo de lugar con que había soñado.
La cabaña era abierta y espaciosa, con dos dormitorios abajo y un ático. Todo lo demás, el salón, el comedor y la cocina, era un solo espacio abierto con grandes ventanales que miraban hacia el oeste, hacia el bosque y el mar invisible.
Se parecía a su cabaña de Colorado, aunque más grande. Rowan se sentía como si hubiera vuelto a casa.
John acabó su ronda para comprobar la seguridad y entró las maletas. El equipaje de Rowan era ligero. Un pequeño bolso y su ordenador portátil. John también tenía dos bolsas, una para la ropa, la otra para las armas. Rowan llevaba consigo su Glock y su cuchillo.
John descargó las armas de fuego.
– Voy a dejar este pequeño cuarenta y cinco en la cocina, aquí, junto a la caja del pan -dijo, cruzando el pequeño espacio de la cocina-. Y -siguió, hasta llegar al sofá más grande de los dos que había en el salón-, la nueve milímetros debajo de este cojín-. Apenas asomaba la empuñadura, y no se podía ver a menos que uno supiera que estaba ahí.
Rowan asintió con la cabeza. John llevaba su favorita, una pistola de diez milímetros, en el nacimiento de la espalda, y trasladó el rifle plegable y una segunda arma a su habitación, además de una caja de municiones.
Ella lo vio alejarse por el breve pasillo y entrar en la habitación de la derecha. Estaban en una fortaleza, pero alguien se había quedado para ocupar su lugar. Otros le darían caza a Bobby.
Aquello no le procuraba ningún consuelo.
Adam volvió a tener el mismo sueño esa noche.
Era un sueño que se repetía desde que había visto la foto del hombre que le dijo que comprara los lirios a Rowan. En el puesto de flores junto al mar, tenía la impresión de que había algo familiar en aquel desconocido, pero no sabía qué era ni por qué esa sensación.
Siempre empezaba con las flores. Adam quería comprar rosas. El hombre quería que comprara lirios.
En el sueño, Rowan decía que no, que a Rowan no le gustaban los lirios. Rompía los lirios y se enfadaba. No quería comprárselos.
– Le gustan los lirios, lo que pasa es que no lo sabe -decía el hombre, y su voz sonaba rara, como a través de la niebla.
Adam sacudía la cabeza una y otra vez. Y luego, como sucede en los sueños, ya no estaba en el puesto de flores sino en el balcón de Rowan mirando la puesta de sol. Rowan estaba contenta y sonreía. Sostenía un tallo grueso y verde coronado por un lirio de cala blanco.
Él fruncía el ceño.
– Tú odias los lirios.
– No, es que sencillamente no sabía lo bonitos que eran.
Adam oía cómo las olas rompían y se derramaban en la orilla. Era un ruido que lo calmaba.
Y luego se despertaba y tenía que ir al baño.
Tenía el sueño todas las noches y, a veces, más de una vez en una noche. Pero siempre se despertaba, como si estuviera olvidando algo, algo muy, muy importante.
– Estúpido -se decía a sí mismo-. No eres más que un chaval estúpido.