Capítulo 19

Hacía mucho frío en Boston para esa época del año. En lugar de una ligera brisa, de árboles en flor y de cielos despejados, todo tenía una palidez grisácea. Una humedad gélida penetraba rápidamente las capas de ropa y se hundía en la médula de los huesos.

Ni John ni Rowan iban vestidos para el clima de Boston. Habían salido de un Los Ángeles soleado con lo que llevaban puesto y habían comprado sólo lo esencial en la tienda de regalos del hotel al llegar a Dallas. Pero entre jerséis y chaquetas, los dos habían tenido que comprar ropa demasiado cara en Logan Airport.

Rowan no había hablado demasiado durante el vuelo ni en el coche que los llevó hasta Bellevue. John respetó el espacio que ella necesitaba para estar a solas. Aunque no demasiado. La vigilaba en todo momento y la seguía de cerca para que supiera que no estaba sola. Al fin y al cabo, era su guardaespaldas. Y algo más.

Pero en ese momento no pensaba en eso.

No sabía si él la ayudaba en algo, aunque de vez en cuando la sorprendía mirándolo con una expresión rara.

John nunca había tenido problemas para entender a las personas, pero Rowan no era una persona cualquiera. Llevaba muchos años ocultando sus emociones para protegerse. John se daba cuenta ahora. Algo en sus ojos lo llamaba. Sus ojos expresaban su dolor, su rabia, sus miedos y su incertidumbre. También veía inteligencia, esperanza y fuerza, una vitalidad que le impedía ceder a la desesperación, y que había convertido a la víctima de un trauma a los diez años en una implacable agente del FBI y, posteriormente, en escritora. Aunque Rowan creyera que era débil, acosada por pesadillas que la obligaron a renunciar al FBI, él veía a una mujer lo bastante inteligente para saber cuándo necesitaba un descanso. Antes de que el trabajo acabara con ella.

Ella era más fuerte que él. John seguía arremetiendo contra los molinos de viento, sabiendo que el molino de viento más grande, la supuesta lucha contra las drogas, era una causa perdida. Cada vez que detenían un cargamento, había un segundo envío el doble de grande que el primero.

Sin embargo, era su trabajo. No podía abandonar, al menos mientras Reinaldo Pomera estuviera vivo.

El Hospital de Bellevue para enfermos mentales criminales ofrecía un aspecto sereno contra el cielo gris y brumoso. Roger conducía, y Rowan viajaba sentada a su lado. El agente Peterson había cogido un avión de vuelta a Los Ángeles para coordinar la búsqueda de Bobby MacIntosh.

Aunque John no podía verle la cara, veía su mandíbula apretada y captaba la tensión que emanaba de todo su cuerpo. Quería consolarla, decirle que no estaba obligada a hacer eso, que él la salvaría del dolor.

Pero ella no lo aceptaría. Ahora no. Quizá más tarde, cuando estuviera hecho, necesitaría a alguien en quien apoyarse. Y él pensaba estar con ella en ese momento.

– Rowan -dijo Roger, al apagar el motor-, ¿estás segura?

Ella no respondió y le devolvió una mirada fría. Cuando fue a abrir la puerta del pasajero, John bajó rápidamente del coche y se la abrió. A Rowan pareció sorprenderle el gesto, luego suspiró y permitió que la escoltara hasta la puerta de entrada.

Roger se apresuró a seguirlos. Había llamado con antelación y el doctor Christopher los esperaba en el vestíbulo.

– Collins -dijo el médico con un gesto seco de cabeza-. Usted debe ser Rowan Smith -agregó, mirando a Rowan.

– Así es.

– Sólo puedo permitir que dos personas visiten al señor MacIntosh. Yo debo estar presente como observador.

– Soy su guardaespaldas -dijo John, mirando directamente a Collins.

– Esperaré aquí -dijo Roger, derrotado. Lo había estropeado todo, y había perdido la confianza y el respeto de Rowan. John casi sentía lástima por él. Hasta que recordó que Michael estaba muerto.

John siguió al doctor Christopher y a Rowan por el ancho pasillo. El silencio reinaba en aquellas dependencias, un vacío inquietante que a John le llamó la atención. ¿No debería haber celadores aquí y allá, enfermeras con medicamentos, pacientes que necesitaban ayuda? Era como si fueran las únicas personas vivas dentro del recinto, y eso lo ponía nervioso.

– ¿Dónde está la gente? -preguntó, finalmente, mientras cruzaban por una puerta de seguridad y todavía no se habían encontrado con nadie desde su llegada al vestíbulo.

– En esta ala tenemos un contingente mínimo de personal -dijo el doctor Christopher-. Nuestros pacientes siguen un horario estricto. No son los típicos enfermos mentales. Todos los que acaban aquí lo hacen obligados por una orden judicial. La mayoría morirá aquí. Los pacientes violentos están en el ala norte. Es una zona con mucho más personal y es mucho más ruidosa que este sector. Sin embargo, todas las habitaciones y todos los pasillos están controlados por cámaras de seguridad -dijo, y señaló hacia las cámaras que había en todos los rincones-. Un equipo médico preparado y armado puede llegar a cualquier punto del hospital en sesenta segundos o menos.

El doctor Christopher se detuvo delante de una puerta ancha. A través de la ventanilla, John vio la espalda de un hombre delgado sentado en una silla, algo encorvado, frente a una ventana de vidrio blindado que daba a un jardín exuberante. Miró a Rowan. Ella miró a su padre, y el miedo la hizo temblar.

John le cogió el mentón, obligándola a mirarlo. Ella le sostuvo la mirada.

– Puedes enfrentarte a esto, Rowan. Yo estaré junto a ti en todo momento. Sólo te hará daño si tú le dejas.

– Estoy preparada -dijo, con voz temblorosa pero clara.

– Muy bien. -El doctor Christopher introdujo su tarjeta en el panel de seguridad y la puerta se abrió con un «clic» electrónico.

Con la mente en blanco, Rowan no se movió. Sólo veía a su padre, pero no en ese momento, en aquella habitación estéril y apenas amueblada. Lo veía soltando un cuchillo ensangrentado, recogiendo a su mujer muerta. Beth. Beth. ¿Qué he hecho?

– ¿Rowan?

La voz de John le llegaba desde muy lejos, desde el final de un túnel, bañado en luz. Ella se volvió hacia él, queriendo, necesitando su fuerza. Él la miró con sus ojos de color verde oscuro y le transmitió toda su vitalidad.

– Rowan, estoy aquí -decía.

Sintió que John le apretaba la mano. No sabía si ella lo había buscado a él o al revés.

No importaba. No estaba sola.

Rowan colocó la única otra silla de la sala frente a su padre. Respiró hondo, se sentó y se obligó a mirarlo a los ojos.

Él no la veía.

Sus ojos de color azul grisáceo, tan parecidos a los de ella, miraban vacíos, más allá de ella. No la veían a ella, no veían nada. Su padre seguía ausente, su cuerpo convertido en un caparazón vacío, tal como era veintitrés años atrás, después de matar a su madre.

– Papá -murmuró, con un graznido de voz-. Soy Lily.

Ningún reconocimiento. Ningún movimiento. Nada más que una mirada vacía.

Volvió a intentarlo.

– Papá, sé que Bobby ha venido a visitarte.

Silencio.

¡Silencio total! ¿Cómo podía quedarse ahí sentado y no estar en alguna parte?

– Papá, ¡te necesito! -Rowan alzó la voz-. ¡Despierta, maldita sea!

– Señorita Smith, le puede oír perfectamente -intervino el doctor Christopher-. Pero su cerebro no hace conexiones entre el pensamiento y el habla.

– ¿Qué quiere decir eso? ¿Qué su cerebro está muerto? ¿Cómo si estuviera en coma? -preguntó ella, incrédula.

– No, no se parece en nada a eso. Aunque se parece más a un coma que a cualquier otra cosa -explicó el doctor Christopher-. La condición de su padre es puramente psicológica y, técnicamente, el estado de coma es provocado por una lesión interna o externa del cerebro. Por ejemplo, un accidente de coche o un tumor. Su padre sufre de un trastorno neuropsicológico, bastante raro, aunque existen casos documentados. Su padre oye todo lo que le dice, pero no puede entenderlo. Puede ver, pero no puede procesar las imágenes. Se ha encerrado en su propia mente debido al trauma del crimen que cometió. Si no hubiera hecho eso, es probable que se hubiera suicidado al darse cuenta de lo que había hecho. Y es probable que si su hermano no hubiera cogido el cuchillo, su padre lo hubiera usado contra sí mismo.

Rowan escuchaba lo que el médico le decía, pero lo único en que pensaba era ¿por qué? ¿Por qué había matado su padre a su esposa? Aunque por sus años de estudio sabía que los maridos maltratadores a menudo llegan a matar, todavía le costaba relacionar el maltrato con el asesinato, o la violencia con sus padres.

Quería poner fin a esa parte de su vida y empezar de nuevo. Pero a pesar de la nueva vida que había creado para sí misma, separada de sus años de infancia, seguía sintiendo un estrecho vínculo con su padre. Con su madre. Con sus hermanas muertas.

Con Bobby.

– ¿Por qué, Papá? -dijo, sorprendida de que su voz sonara tan infantil-. ¿Por qué mataste a Mamá?

Él pestañeó. Rowan percibió que el médico prestaba una atención especial a su pregunta. Nadie dijo una palabra.

– Yo te vi, Papá, te vi apuñalar a Mamá.

– Beth.

Rowan aguantó la respiración. Su padre había pronunciado el nombre de su madre.

Rowan se parecía a su madre. Sólo ella y Bobby tenían el pelo rubio como ella. Asintió con un movimiento de cabeza.

– Sí, Robert. Estoy aquí.

Él volvió a pestañear. Esta vez, una lágrima solitaria rodó por su mejilla. Rowan se quedó mirando cuando la lágrima quedó suspendida del mentón un segundo y luego cayó sobre sus manos.

– Robert, necesito tu ayuda. -Él no respondió, pero ella siguió-. Bobby vino a visitarte. Habló contigo. ¿Qué te dijo?

– Beth.

Era imposible. Rowan tuvo que reprimir el impulso de inclinarse y darle una cachetada a su padre. Al contrario, insistió:

– Robert, Lily necesita tu ayuda. Bobby quiere hacerle daño. ¿Qué te dijo?

Silencio.

Oyó que el doctor Christopher escribía algo a toda prisa en un papel, que luego le entregó. Pregúntele por qué la mató a usted.

Rowan cerró los ojos. Ella era capaz de enfrentarse a aquello. Seguro que podía. Sintió las lágrimas que estaba a punto de derramar, sintió el nudo en la garganta.

– Papá, ¿por qué me mataste?

Él pestañeó y volvió su mirada hacia ella. Su expresión no era normal, pero tampoco era la mirada vacía que tenía cuando ella entró.

El corazón le latía con tanta fuerza que sintió un dolor en el pecho. Conservó su expresión inmutable, firme. No se vendría abajo. No ahí, ni en ese momento.

– Bobby volvió a verte con él. Te dije que no te acercaras a él, pero tú no obedeciste.

Bobby. Rowan ahogó un grito y sintió una mano en el hombro. John. Compartiendo su fuerza con ella. Respiró hondo.

– Bobby quiere hacerle daño a Lily. Por favor, ayúdame a detenerlo.

Su padre sacudió la cabeza muy lentamente hacia atrás y adelante.

– Bobby mató a nuestros hijos, Beth. Lily está muerta.

– No, no estoy muerta, pa… Robert. Lily está viva. Bobby quiere matarla.

Su padre volvió a sacudir lentamente la cabeza. Habló con una voz arrogante, como un niño.

– Es como si estuviera muerta. Bobby me lo dijo.

Rowan quería gritar, golpearlo, sacudirlo hasta que dijera algo que tuviera sentido.

Probó con todo lo que se le venía a la cabeza, pero su padre no volvió a hablar. Se quedó ahí sentado, mirándola con ojos ausentes, con sus ojos que veían y no veían. Sacudía la cabeza, atrás y adelante, hasta que Rowan no pudo más. Se incorporó y salió disparada hacia la puerta. Estaba cerrada, y no pudo salir. Golpeó la puerta con los puños, hasta que se acercó John y le puso el brazo sobre los hombros. El doctor Christopher los dejó salir.

El médico estaba emocionado.

– Jamás pensé que vendría a visitarlo, pero le ha ayudado a dar un paso muy importante. Increíble. -El doctor Christopher se balanceaba sobre los talones-. ¿Vendrá de nuevo? Podemos trabajar juntos para sacarlo de su postración mental. Es la primera vez que veo la posibilidad de llegar a él.

Rowan se lo quedó mirando, boquiabierta, con los ojos muy abiertos.

– ¿Me está hablando en serio? Espero que se pudra en el infierno.

El médico frunció el ceño y parpadeó.

– Es un enfermo mental, señorita Smith. No sabía qué hacía cuando mató a su madre.

– Yo no creo eso. Espero que esté sufriendo en ese mundo que se ha creado. Siempre golpeaba a mi madre. La golpeaba hasta dejarle moretones y hacerla sangrar. Ella se quedaba a su lado porque decía que lo amaba -dijo, con una sonrisa amarga-. Y ahora está muerta. Él la mató. Espero que cuando finalmente muera se queme en el infierno. -Calló y se quedó mirando al médico con expresión desafiante.

– Nunca pensé que hubiera peor castigo que la muerte. Pero quizá sí lo hay.


– ¿Te encuentras bien? -preguntó John, mientras esperaban una mesa en el restaurante del hotel.

Después de dejar Bellevue, se dirigieron a las oficinas del FBI, donde Collins había establecido un cuartel de operaciones provisional para coordinarse con Los Ángeles y Washington. La prioridad número uno era distribuir la foto de Bobby MacIntosh al personal de las líneas aéreas en todo el país. Después del once de septiembre, se había creado un mecanismo precisamente con ese fin, aunque su eficacia dependía de los funcionarios locales.

Después de que Rowan le contó a Collins lo que había dicho su padre, se encerró en sí misma. John no podía culparla. Él también habría querido estar a solas después de una experiencia como ésa. Ahora estaban solos. Collins se había retirado a su habitación, aunque John dudaba que pudiera conciliar el sueño. La culpa era un poderoso elemento para mantenerse insomne.

– Estoy bien -dijo Rowan.

– Sabes que puedes hablar conmigo, ¿no?

Ella lo miró como intrigada, y John frunció el ceño. ¿Acaso no confiaba en él? ¿Después de todo lo que habían vivido juntos?

Sin embargo, él la había tratado como un trapo después de la muerte de Michael el viernes por la noche.

El viernes. Habían pasado tres noches, setenta y dos horas desde que Michael muriera acribillado. Y John estaba allí, en un elegante restaurante de Boston con la mujer de la que se había enamorado su hermano.

– ¿John? -preguntó Rowan, preocupada.

Él no tenía ganas de hablar de Michael, pero ella tenía derecho a saber qué pensaba.

– No te culpo por la muerte de Michael. Por favor, créeme. No estaba en mis cabales, y dije cosas que no quería decir. Me he pasado de la raya.

Ella asimiló sus palabras y John la vio sacudir lentamente la cabeza.

– Puede que no me culpes, pero eso no quita que siga siendo culpa mía.

– Rowan, tú ni siquiera sabías que el asesino era tu hermano. Tenías toda la razón del mundo para pensar que estaba muerto.

A Rowan se le llenaron los ojos de lágrimas, que no llegaron a derramarse.

– No puedo creer que Roger me haya ocultado esto tanto tiempo.

Una camarera se les acercó.

– Su mesa está lista -avisó-. Para tres.

– Gracias -dijo John, y asintió con la cabeza.

– ¿A quién esperamos? Espero que no sea Roger. No… no puedo estar con él en este momento.

– No es Roger. Es Peter.

Rowan lo miró con expresión de sorpresa.

– ¿Peter? Pero se supone que tiene que seguirse manteniendo en el anonimato. ¿Qué pasará si…?

Él le selló los labios con el dedo.

– Rowan, Roger me ha dado su número y lo he llamado. Quiere verte. Creo que te haría bien, sobre todo después de lo que has vivido hoy.

La indecisión que se adivinaba en su rostro era palpable. Quería a su hermano, pero temía por él.

– Tiene una escolta del FBI, si eso te hace sentir mejor.

– Un poco -confesó ella.

Se sentaron a la mesa y Rowan no dejaba de girar la cabeza buscando a su hermano.

Respiró hondo y, cuando habló, su voz era tensa.

– John, llegué a apreciar mucho a Michael. Me gustaba. Lamento mucho que ya no esté.

– No sigas. -Su voz era más ruda de lo que hubiera deseado-. Yo no te culpo, Rowan. Tienes que dejar de culparte.

John respiró largo y profundo. Tenía los puños apretados y los relajó lentamente, intentando aliviar la tensión acumulada desde la muerte de Michael. Era culpa suya más que de nadie.

No quería gritarle a Rowan, pero tenía que hacerle entender.

– Soy tan responsable como tú del hecho de que Michael estuviera donde estaba. No debería haber insistido en que se fuera a casa esa noche. Me porté como un egoísta, y lo criticaba por su manera de llevar el caso. -Vaya, costaba decirlo con palabras, pero ya lo había dicho.

– ¿Quien es Jessica?

John frunció el ceño ante el inesperado giro de la conversación.

– Una mujer con la que Michael tuvo una relación.

– Un día oí que tú y Tess decíais que yo era una segunda Jessica. ¿Qué queríais decir con eso?

John se quedó pensativo. No podía contárselo todo sin traicionar a Michael en algún sentido, pero no quería mentirle. No podía mentirle. Optó por una versión ligera de la verdad.

– Michael era poli, y le tocó ocuparse del caso. El ex de Jessica la acosaba. Un matón de la mafia del tres al cuarto. Michael le ayudó, y siguió viéndola. La cosa no funcionó. Jessica volvió con su tipo, y él la acabó matando. -Guardó silencio y luego añadió-: Michael tenía una debilidad por las damiselas en apuros.

– A mí difícilmente se me podría llamar una damisela en apuros -dijo ella y, cuando bajó la mirada, John no pudo verle la cara. Ya era bastante difícil con todas aquellas barreras que se había impuesto a sí misma, pero si no podía verle los ojos, no podía saber en qué pensaba.

– No, pero eres una mujer guapa y necesitabas que alguien se ocupara de ti -dijo él, con voz suave. Estiró la mano para coger la de Rowan-. Rowan, yo no me recuperaré tan fácilmente del golpe que significa la muerte de Michael. Fue culpa mía que estuviera solo. No pensé… nadie pensó… que Bobby iría a por él. -Alzó la mano que tenía libre cuando ella hizo ademán de interrumpirle-. Sin embargo -siguió-, lo superaré, con tiempo y a mi manera.

Ella asintió, y en sus bellos ojos se atisbaba la comprensión.

– Rowan -dijo una voz a sus espaldas.

Rowan sintió que John se ponía tenso. Le soltó la mano y se levantó.

– Peter -murmuró ella, y se giró para saludar a su hermano pequeño.

Peter llevaba un jersey por encima de su alzacuellos de clérigo, y en sus ojos grises asomaba un brillo de inquietud. Le ofreció los brazos y ella se entregó a su cálido saludo, respirando su olor seguro y familiar, apoyando la mejilla en su pecho. Peter era bastante alto, más alto que John, y más bien delgado.

Dio un paso atrás y lo miró de arriba abajo. En las incipientes arrugas del rostro plácido y bello de su hermano se veía claramente su inquietud. Su pelo oscuro ya tenía algunas canas, aquí y allá. Sólo tenía treinta años. ¿De dónde habían salido esas canas? Le acarició la cara.

– Me alegro tanto de verte. -Y era toda la verdad. Era más que alegría, era casi como una curación.

Él la besó en la frente, dio un paso atrás y le tendió la mano a John, que se había puesto de pie y asumido su talante de guardaespaldas, situándose al lado de Rowan, un poco por detrás.

– ¿John Flynn?

– Sí, padre.

Peter sonrió, y en su sonrisa había un toque de humor.

– Con llamarme Peter, basta. Gracias por su llamada.

John asintió con la cabeza y lo invitó a sentarse. Cuando estuvieron instalados, la camarera recogió el pedido y se fue.

– ¿Qué te ha dicho John? -preguntó Rowan, rompiendo un incómodo silencio. Tanto Peter como John parecían medirse con la mirada. Rowan se sintió rara.

– Supongo que debería preguntar lo que no me dijo -dijo Peter-. ¿Por qué habéis venido a Boston?

Rowan entrecerró los ojos.

– Para ver a nuestro padre.

– ¿Qué? -El impacto emocional en la voz grave de Peter sorprendió a Rowan-. Pero, pensé que tú… -balbuceó, y guardó silencio-. ¿Por qué?

– Bobby está vivo -dijo ella, con voz queda-. Está vivo y ha matado a varias personas. Él es el asesino, Peter.

Rowan le contó a Peter todo lo que sabía, de principio a fin. Le contó lo de los asesinatos, los lirios, las coletas, las mentiras de Roger. Llegó la comida y a todos les costó mucho empezar; nadie tenía ánimos para comer.

Cuando Rowan terminó su relato, Peter se volvió hacia John.

– Lamento mucho la muerte de su hermano.

– Gracias. -A Rowan le pareció que John contestaba con cierta rudeza, pero ¿qué otra cosa podía esperar? Acababa de contarle a Peter cómo Bobby había asesinado a Michael.

– ¿Papá ha hablado? Qué extraño -dijo Peter, y bebió un trago de agua.

Rowan asintió.

– A mí también me lo parece. Sabes, no dejo de darle vueltas en mi cabeza a lo que me dijo. Bobby le contó que Mamá estaba con alguien. ¿Fue Bobby el que montó toda la tragedia? ¿Quería provocar problemas entre Papá y Mamá? No lo entiendo.

– Bobby siempre sentía un placer especial haciendo daño a la gente. Física y emocionalmente -dijo Peter-. Yo era demasiado pequeño para entender por qué tenía esa rabia y ese odio tan arraigados, pero sabía lo bastante para mantenerme lo más lejos posible de él.

– Creo que Bobby manipulaba a Papá desde hacía tiempo. Quizá nunca pensó que él mataría a Mamá, y sólo quería causar problemas por puro placer. Pero a Papá le ocurrió algo y perdió la cabeza.

Rowan apartó el plato.

– O puede que sólo intente justificarlo.

– Porque golpeaba a Mamá.

Ella lo miró, sorprendida.

– ¿Tú lo sabías? Nunca dijiste nada.

Un profundo pesar asomó en la mirada de Peter.

– Lo sabía, pero no lo entendía. Yo tenía siete años cuando ella murió. Solía oír cómo reñían, no los veía. Excepto los moretones, que sí los veía -dijo, y respiró hondo-. Mamá decidió quedarse a su lado. Eso hace que todo sea más difícil de asimilar.

Una lágrima rodó por la mejilla de Rowan, y se la secó.

– Tendrías que haber hablado conmigo. Quizá podríamos habernos ayudado el uno al otro.

– Quizá, si hubiéramos sido mayores. Y hubiésemos estado juntos. Pero cuando a mí me adoptó O'Brien y Roger te acogió en su casa, ya no nos veíamos. Y luego…, el tiempo. El tiempo es muy cruel, Rowan. Yo he lidiado con mi pasado lo mejor que he podido, y estoy en paz con ello. ¿Qué otra cosa puedo hacer? Excepto intentar ayudarte. Pero tú nunca has dejado entrar a nadie. -Peter miró a John-. Al menos, así ha sido durante mucho tiempo.

Rowan miró de reojo a John. Se adivinaba la tensión en su rostro, aunque la miraba a ella con simpatía. Y algo más. Algo que los unía. Fue como si el corazón se le hubiera parado cuando cayó en la cuenta de que, en muy poco tiempo, John había llegado a formar parte importante de su vida. Y ella sin percatarse.

No era un pensamiento del todo tranquilizador.

– ¿Por qué los O'Brien no adoptaron a Rowan? -preguntó John, mirando a uno y a otro.

Peter guardó silencio un rato largo.

– Eran momentos difíciles para los dos. Eran buenas personas, pero dos niños traumatizados eran difíciles para cualquiera. La tía Karen, la hermana de nuestra madre, se negó a aceptarnos. Rowan y yo le oímos que nos llamaba la «semilla del diablo».

Rowan nunca olvidaría eso. Le recordaba siempre de dónde venía. De las entrañas del diablo.

– Nuestros abuelos ya estaban viejos -explicó ella, con voz queda-. Estuvimos con ellos una semana, pero yo no se lo puse nada fácil.

– ¿Quién podría recriminártelo? -dijo Peter, como en un arranque, y en su voz vibraba una ira profunda-. ¿Cuándo dejarás de culpabilizarte? ¿Qué podrías haber hecho tú, una niña, para que nuestro padre no matara a Mamá a puñaladas? ¿Qué podrías haber hecho para proteger a Dani? Hiciste todo lo que pudiste. Me salvaste la vida.

Ella ahogó un sollozo, y Peter le cogió la mano con fuerza.

– Tienes que dejar ir el pasado.

– Lo sé -murmuró ella-. Pero no podré hasta que detengan a Bobby. Anda por ahí, suelto, matando a gente para llegar hasta mí. Por favor, ten cuidado, Peter. Si descubre que todavía estás vivo, irá a por ti.

– Yo estoy preparado, Rowan. Estoy en paz. La pregunta es ¿lo estás tú también?


Después de despedirse de Peter, John acompañó a Rowan a su habitación. Él ocupaba la habitación contigua, y se aseguró de dejar la puerta abierta por si ella corría algún peligro. Dudaba que Bobby supiera dónde se encontraban, pero si contaba con ayuda o tenía acceso ilegal a los datos de las líneas aéreas, le sería posible conocer su destino.

John no podía dormir. Se quedó tendido de espaldas mirando el techo de la habitación, mientras la tenue luz de la calle proyectaba sombras en las paredes. Pensaba en todo lo que había dicho Peter. En la frustración y la culpa que sentía Rowan. Eso lo entendía. Él mismo era víctima de una profunda frustración y culpa.

Añoraba a Michael. El miércoles era su funeral y no quería asistir. Detestaba los funerales. Había estado en demasiadas exequias en sus casi cuarenta años. Su madre. Su padre. Los colegas. Y los criminales.

Denny.

Se había despedido de Michael en la morgue, cara a cara. Cerró los ojos y vio el cuerpo frío e inerte de su hermano sobre la plancha de acero.

Pero, al final, asistiría. Tenía que hacerlo. Por Tess. Por Michael.

Percibió un leve movimiento en la habitación de Rowan y abandonó en silencio la cama, con la pistola en la mano.

– Soy yo -dijo Rowan, cuando él cruzó el umbral. Su pelo largo y casi blanco le caía por la espalda y brillaba en la oscuridad. Llevaba puesta una camiseta larga que apenas le llegaba a los muslos. Sus piernas largas y bien torneadas estaban desnudas.

John se relajó y dejó la pistola a un lado.

– ¿Todo va bien?

Ella asintió con la cabeza.

– Es que… ¿Puedo dormir contigo esta noche?

Eran las palabras de una niña, pero la voz era ronca y seductora. Su cuerpo respondió al instante.

– ¿Estás segura?

Ella se le acercó y le puso una mano en el pecho. Sus labios estaban a escasos centímetros de la cara de John.

– Sí, John. Estoy segura.

Rowan no había estado segura de demasiadas cosas en su vida, sobre todo desde que había renunciado al FBI pero, en ese momento y lugar, sabía con certeza que necesitaba a John. Era más que una necesidad. Era el deseo más profundo que jamás había sentido por un hombre.

¿Cómo era posible que algo tan poderoso, tan acertado, sucediera tan deprisa?

– Rowan. -La voz de John era grave, teñida por el deseo. Se quedó quieto, temblando ante esas manos de Rowan que descansaban sobre su pecho ancho y musculoso.

Ella no podía imaginar otro lugar donde quisiera estar. Con John.

Le besó el pecho, y el calor de él se derramó por sus labios, pasó por la garganta, le llegó hasta el fondo del alma. Su respiración se volvió entrecortada cuando entendió que sus sentimientos hacia John eran más penetrantes de lo que había imaginado. Quería gritar contra toda aquella injusticia que podría acabar con su vida. O con la vida de John.

Dios mío, no. John, no. No podría vivir consigo misma si él moría protegiéndola.

– ¿Qué pasa? -inquirió él, mientras ella le dejaba un reguero de besos en el pecho y seguía por el hombro.

Él era demasiado perspicaz. Ella no dijo palabra, sólo siguió besándolo. No quería hablar. Sólo quería sentir.

Él dio un paso atrás y, con un dedo, la obligó a alzar el mentón.

– Háblame.

Pero ella no podía hablar de eso. No de sus miedos, ni podía hablar de lo que su corazón le pedía a gritos.

No podía decirlo. Todas las personas que ella amaba morían.

– Hazme el amor -dijo, y le rozó los labios.

– Row…

– Shh -murmuró ella en sus labios, y lo llevó suavemente hacia la cama.

Él vaciló sólo un momento antes de entregarse a su abrazo. Como un interruptor, pasó de las caricias suaves a una pasión desatada. Ella recorría su cuerpo robusto de arriba abajo, como si no pudiera dejar de tocarlo. Como si fuera la última vez, tenía que tocarlo por todas partes, desde su pelo corto hasta sus hombros, hasta llegar a la cicatriz que iba desde la mitad del muslo hasta la rodilla.

Su boca siguió por el pecho hasta su vientre. Él se estremeció, y la agarró por el pelo. Ella le besó el ombligo, le lamió el vientre terso hasta llegar a la pelvis, y sus manos buscaron su miembro, duro y grande, y se lo metió en la boca. Él gimió, y ella lo engulló hasta lo más hondo.

El sudor y un tórrido deseo masculino le embargaron los sentidos. Jamás la había sentido tan apasionada, tan deseable.

– Row… an. -La levantó, la apartó de su lado y se montó sobre ella-. Me estás volviendo loco.

Se hundió en ella. En sus labios, buscándola con la lengua. Pecho contra pecho, pelvis contra pelvis. Se hundió cómodamente en ella, hasta arrancarle un largo gemido desde lo profundo de sus entrañas.

No tardaron en encontrar el ritmo. Rápido, duro, intenso. Ella deseaba acercarse más y más a él. Él la estrechó con más fuerza, se hundió más hondo, hasta precipitarse juntos hacia el orgasmo, agarrados el uno al otro, casi enloquecidos. Como si fuera la última vez.

No. No podía ser la última vez. No podía perderlo ahora que había encontrado a alguien que encajaba tan bien en su atormentada vida.

A menos que…

No quería pensar en los sentimientos de John, pero tenía que hacerlo. Él la consolaba, se preocupaba por ella, la amaba… esa noche. Esta noche era de ellos. Mañana… quizá. Pero ¿para siempre?

Era incapaz de imaginar el para siempre. Nunca había habido un para siempre en su vida, y era una necedad pensar que podía convivir con este hombre complejo y duro y de alma tan generosa.

Respiró profundamente e intentó echarse a un lado.

– No tan rápido. -John se aclaró la garganta. Si Rowan creía que volvería a su cama, se las tendría que ver con él.

John se deslizó al centro de la cama y atrajo a Rowan hacia él. Cubrió los cuerpos desnudos y sudorosos con la sábana. No recordaba haberse quitado los pantalones ni haberle quitado la camiseta a ella. Quizá lo había hecho todo ella.

John disfrutaba de la intimidad que compartían, pero ella se apartó al cabo de un rato, como si no quisiera entregarse a aquel cálido bienestar. Como si fuera sólo cuestión de sexo.

No era sólo sexo. Y no lo había sido desde la primera noche que hicieron el amor. ¿Sólo habían pasado tres días?

La besó en la frente, y sintió que Rowan se tensaba.

– ¿Qué ocurre?

– Nada -dijo ella, demasiado rápido, y lo besó en el cuello. Él ya conocía su manera de ser. Intentaba distraerlo para no hablar. Para evitar sus preguntas.

Pero esta vez no sería así.

– Cuéntame.

Ella no respondió y pasó un largo minuto. Y luego, con voz suave y queda, como una brisa de primavera, murmuró.

– Todas las personas que amo acaban muriendo.

A él se le encogió el corazón. Quería darle confianza, costara lo que costara, pero ella no lo aceptaba. No después de todo lo que había vivido.

Tendría que demostrárselo.

– Bobby caerá. -Ella se acurrucó contra él, pero su piel se volvió fría. John había dicho algo equivocado-. Lo siento, Rowan, no quise…

– No, tienes razón, caerá. Es sólo una cuestión de tiempo. Y de muerte.

– No dejaré que te ocurra nada malo. Tú lo sabes.

Ella no dijo nada y él la obligó a mirarlo. Las lágrimas en sus ojos lo desarmaron.

Jamás dejaría que le ocurriera algo malo. Antes, moriría.

Ése era el quid del asunto. Ella lo sabía.

– Tienes que dejarme cumplir con mi trabajo, Rowan.

Ella asintió, y luego se giró. Cuando John la atrajo hacia él y los dos cuerpos se amoldaron uno al otro, ella no se resistió. Su conformidad no lo tranquilizaba. Al contrario, era un motivo más de preocupación.

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