Rowan lamentaba no saber manejar las relaciones con los demás. Se había enfadado con John por lo de la casa de seguridad, pero entendía la necesidad de mudarse. Intentó explicarlo en el coche, pero los resultados no fueron excesivamente halagüeños.
Él no había intentado ir a su habitación la noche anterior.
Desde luego, estaba en actitud de vigilancia permanente, y cada hora salía de la cabaña para merodear como un gato por el bosque durante unos diez minutos antes de volver.
Ella le pidió acompañarlo y él le respondió con un escueto «No».
Sin embargo, ahora Rowan estaba a punto de volverse loca de desasosiego, y era evidente que a John le pasaba lo mismo. Ella escribía. John se paseaba de arriba abajo. Ella miraba por la ventana. John inspeccionaba el perímetro. Ella limpiaba las armas. John se paseaba de arriba abajo.
Quinn los había visitado aquella mañana sin novedades. Bobby no había aparecido pero el señuelo estaba en la casa.
Al final, Rowan estaba harta.
– Salgamos a hacer footing.
– No podemos salir.
– Hemos estado encerrados en esta maldita cabaña todo el día. Nos queda al menos una hora de luz y salir a correr nos irá bien a los dos. Además, estás comenzando a gastar la madera del pobre suelo.
John frunció el ceño, a todas luces contrariado por su propuesta.
– De acuerdo -dijo, con un bufido-. Iremos. Pero yo mando.
– Desde luego que tú mandas -murmuró Rowan, irritada.
Se pusieron la ropa adecuada y zapatillas deportivas. En la costa, hacía frío por la noche. John volvió a comprobar el perímetro -una vez más- y llevó consigo un mapa. La playa quedaba a medio kilómetro por el bosque. Él iba por delante, y se le veía muy tenso. Rowan reprimió el impulso de hacerle un masaje en los hombros. Seguro que estaban demasiado tensos y duros como una piedra.
No estar en medio de la acción le hacía tanto daño a él como a ella. El sacrificio que había hecho para protegerla la turbaba y, a la vez, la consolaba. Rowan no quería pensar que ella le importaba a él. Al fin y al cabo, con la muerte de Michael en su conciencia y la realidad de que cuando todo acabara dejarían de estar juntos, apenas se atrevía a pensar que entre ellos hubiera algo más que deseo físico.
La noche anterior, antes de que consiguiera dormirse, sola, no pudo dejar de pensar en lo que podría haber sucedido si a Michael no lo hubieran matado. Si Bobby no la persiguiera. Si ella estuviera segura de su propia cordura.
John Flynn era un hombre al que podía amar.
Pero el amor no era para gente como ella. John le había ayudado a armar las piezas de una vida rota años atrás, pero ahora ella podía seguir sola. Y, al hacerlo, reconocía que no era una mujer entera, que volver a sentirse una mujer entera, una mujer atractiva y digna de confianza, le costaría mucho más que sólo aceptar el pasado y centrarse en el futuro.
Nunca olvidaría lo que John había hecho por ella.
Caminaron hasta la costa y se detuvieron en el borde de un barranco. La playa parecía desierta y limpia. Serena. El océano aquí era más agitado que en Malibú y las olas rompían con fuerza contra la arena húmeda y pedregosa, reclamando violentamente la tierra firme. Caminaron al borde del barranco hasta encontrar una bajada practicable y luego, sin hablar, echaron a correr.
Rowan respiró el aire frío y húmedo. La espuma de las olas rompiendo en la orilla le acariciaba la piel y la sensación le daba energías. Estaba viva. Libre. Sentía el corazón más ligero, algo que le debía a John. Él no podría entender ni reconocer la transformación sufrida en los últimos días. Volver a vivir los asesinatos, volver a sentir a Dani nuevamente en sus brazos, aunque no fuera más que en su recuerdo. Sus deseos de enfrentarse a Bobby. La confluencia de todo aquello liberaba su alma.
Había escrito más en los últimos dos días que en meses. Setenta páginas, y le quedaban más en el tintero.
Se sentía culpable por su entusiasmo. Michael había muerto. Ella quería venganza, justicia y, por primera vez, creía de verdad que así sería. Bobby no se saldría con la suya. Sería castigado; la pena de muerte existía tanto en Colorado como en California, y él se pudriría durante diez años en una celda de tres metros por tres hasta que finalmente se friera en la silla eléctrica.
Por primera vez en mucho tiempo, Rowan tenía esperanzas. No sólo en que la justicia encontraría su cauce sino en que ella volvería a ser una mujer entera. Volvería a estar sana.
No sabía cuánto habían corrido pero calculaba que serían unos cinco kilómetros cuando volvieron a la cuesta del barranco. Ella empezó a subir primero y John la siguió de cerca. El sol que se ponía llamó su atención y se giró.
– John -dijo con voz queda, señalando hacia el cielo con la cabeza.
Él se volvió y miró.
– Es hermoso -murmuró, y se giró para mirarla a ella-. Igual que tú.
A Rowan se le hizo un nudo en la garganta.
– John, yo…
Él le selló los labios con el dedo, la cogió por el brazo, la invitó a sentarse, y ella aceptó. Juntos miraron la puesta de sol. En realidad, era algo tan normal. ¿Por qué parecía tan extraño? ¿Tan diferente?
Porque ella no hacía cosas normales. Ella no llevaba una vida normal. No miraba las puestas de sol con el hombre que amaba. Con el hombre que estimaba, se corrigió.
Quería congelar aquel momento en el tiempo, cuando John la abrazó y la estrechó con fuerza. Rowan dejó escapar un suspiro y apoyó la cabeza en su hombro. Aquel afecto sosegado era algo que nunca había tenido. Pero podía vivir con él. Para siempre.
– Atraparán a Bobby -dijo John, con voz suave, cuando el sol comenzó su descenso y pareció hundirse en el océano.
– Lo sé.
– Lo correcto es que tu estés aquí segura. Ya sé que te desespera no formar parte del operativo, y lamento no haber sido más discreto en mi manera de decírtelo.
Él se preocupaba por sus sentimientos a pesar de que ella había actuado de manera tan irresponsable.
– Nada de disculpas, John. Estoy bien.
– ¿Sí?
– Sí, estoy bien. Por primera vez en mucho tiempo.
Reconocer que no había estado bien en mucho tiempo era la parte más dura pero, una vez dicho, Rowan se sentía en paz.
John estaba inquieto a su lado. Ella lo miró. Lo vio fruncir el ceño ligeramente, con las cejas arrugadas en una profunda reflexión, y se preguntó qué le pasaría por la cabeza.
También sentía curiosidad por lo que Roger le había contado acerca del pasado de John, la operación de caza y captura que había fracasado.
– Roger me contó lo que ocurrió en Baton Rouge.
John se puso tenso.
– ¿Ah, sí?
– Roger estaba impresionado.
– Hay mucha gente que no piensa igual.
Ella suspiró, le miró la mano apoyada en la tierra y la cogió entre las suyas. Era un gesto inesperado. Rowan nunca se había considerado a sí misma una persona dispuesta a ofrecer consuelo.
– A mí me parece -dijo al cabo de un momento-, que tú arriesgaste tu propia vida para salvar la de tus compañeros. Al menos así me lo contó Roger.
Rowan hizo una pausa y lo miró.
– ¿Ese episodio tuvo algo que ver con tu decisión de dejar la DEA y empezar a trabajar por libre?
Él no habló durante un buen rato, y se quedó mirando el sol en el horizonte y el despliegue de vivos colores que teñían el cielo.
– Alguien tenía que hacerlo.
Rowan tenía muchas preguntas, pero guardó silencio. Al cabo de un rato habló él, como pensando en voz alta.
– Yo formaba parte del círculo cerrado de Pomera. Tardé tres años en conseguirlo. Tres años en ganarme la confianza de su gente, en convertirme en un miembro del equipo. Tuve que violar muchas reglas para llegar hasta allí, y hacer cosas de las que no me siento demasiado orgulloso.
– Ya me lo imagino.
– ¿Te lo imaginas? -dijo John, con voz resentida-. ¿Mirar hacia otro lado mientras tus «compañeros» matan a gente inocente?
Rowan sabía que no estaba enfadado con ella sino consigo mismo.
– Hacemos lo que tenemos que hacer, John. A veces, el mal menor es nuestra única alternativa.
El silencio se hizo entre ellos y, mientras el sol desaparecía en el horizonte, el aire se volvió frío. Pero ellos se quedaron al borde del acantilado, y John tuvo la certeza de que Rowan entendía.
– Podía haberme cargado a Pomera en ese momento. Pero aquel día, en Baton Rouge, el llamado mal menor lo dejó escapar. Y nosotros perdimos ocho agentes, hombres y mujeres. -Nunca olvidaría el breve momento de indecisión, ni la culpa de que los dos minutos que había desperdiciado persiguiendo a Pomera fueran dos minutos robados al auxilio de sus colegas.
Nunca se había dejado de sentir culpable. Nunca sabría si habría conseguido salvar a más hombres.
– Se habrían perdido muchas más vidas si no hubieras desactivado esas bombas -dijo Rowan.
– Quizás habrían muerto menos personas si yo no hubiera abandonado mi deber.
– No entiendo.
– Yo fui a por Pomera. Podría haberlo atrapado y salí persiguiéndolo, pero…
– Pero te lo pensaste dos veces y acabaste haciendo lo correcto.
Rowan le apretó la mano y lo obligó a mirarla.
No llevaba sus pequeñas gafas de sol, y la compasión y el amor que él vio en sus ojos azules y tormentosos le dijeron que Rowan sí entendía. A veces era imposible tomar ciertas decisiones. Algunas decisiones navegaban entre lo incorrecto y lo incorrecto, y la cosa no tenía ni puñetero remedio.
Sí, John había salvado vidas. Sin embargo, ¿cuántas vidas se habían perdido porque Pomera escapó aquel día? John nunca había estado tan cerca de atraparlo.
Dudaba demasiado a menudo que algún día volviera a estar igual de cerca.
– Sí, hice lo correcto -dijo con voz queda-. Pero tuve que abandonar. Había un topo en el operativo, alguien de confianza de mi jefe que lo protegió al muy cabrón. Murieron demasiadas personas, y «lo siento» no era suficiente para mí. Me harté de la estupidez burocrática, del despilfarro, de tener que caminar sobre tejados de vidrio intentando respetar las reglas.
Siguieron sentados en silencio, mientras John pensaba en las decisiones que había tenido que tomar. ¿Eran las decisiones correctas? No lo sabía. Pero, en ese momento, era lo más adecuado.
Como sucedía con las decisiones de Rowan.
Rowan pensaba en la última decisión que John había tomado.
– John, ¿te sientes bien? Quiero decir, por no estar presente cuando llegue el momento de atrapar a Bobby.
Él la miró y de sus ojos brotó una chispa de rabia, y de algo más, algo personal que le transmitió calidez.
– Eso ni tienes que preguntarlo, Rowan. No estaría en ningún otro lugar excepto aquí, contigo. ¿No te das cuenta de todo lo que me importas?
No le dio la oportunidad de responder. La besó con fuerza en los labios, mientras de su pecho escapaba un gruñido. Ella lo abrazó y, en su impulso de acercarse más, rodaron por el suelo. Él quedó encima, con todo su peso, pero ella ansiaba sentir esa cercanía, el deseo que irradiaba de él.
De pronto, John se incorporó de un salto, arrastrándola a ella.
– No podemos hacer esto aquí -avisó, con voz ronca y los ojos oscurecidos. Empezó a caminar enérgicamente de vuelta a la cabaña.
John estaba seguro de dos cosas: una, que Rowan creía que él desaparecería cuando todo aquello acabara; dos, que él no permitiría que ella lo dejara. De alguna manera, a como diera lugar, Rowan seguiría siendo parte de su vida.
No sabía demasiado bien cómo funcionaría. La próxima vez que Pomera estuviera a su alcance, aceptaría la misión. Volvería a América del Sur el tiempo que fuera necesario para atrapar a ese cabrón asesino. Podrían pasar meses o años. No sería justo pedirle a Rowan que lo esperara.
Sin embargo, la amaba. Ahora y para siempre. No podía imaginarse haciendo el amor con otra mujer. Rowan se había convertido en parte de él. A través del dolor de la pérdida de Michael, de la traición de su mentor y del encuentro con su padre, John había visto los cimientos de Rowan, que eran sólidos. Ella estaba reconstruyendo su vida, John lo veía en todo lo que hacía. Pensaba que había dejado el FBI por una cuestión de debilidad, pero si a algo se debía era al instinto de supervivencia.
Él también se había quemado en una ocasión.
Pero había vuelto de la derrota para reiniciar la lucha. Rowan haría lo mismo. Porque eso era lo que ella hacía. No le sorprendería que volviera al FBI cuando acabara todo aquello. Su sentido de la justicia era demasiado arraigado para encerrarse y recluirse escribiendo. Pero aunque no volviera, aunque continuara con su carrera de escritora, no sería por miedo. Sería porque así lo quería ella.
Y eso establecía toda la diferencia del mundo.
Así que la había besado. Pero probarlo una vez no bastaba. Probarlo una vez le recordaba que habían hecho el amor, que la había acariciado, que había abrazado su cuerpo ligero después del amor, cuando los dos estaban saciados.
No por mucho tiempo. Él siempre quería más de ella.
Deseaba volver a la cabaña a toda prisa, pero había que cumplir con un protocolo de seguridad, algo que casi había pasado por alto al haber estado a punto de hacer el amor con ella en el acantilado.
– Espera aquí -dijo, mientras inspeccionaba el perímetro.
Sorprendentemente, cuando acabó de comprobarlo, la encontró donde la había dejado. John casi le sonrió, pero en cuanto vio que ella, con los ojos entrecerrados por el deseo, daba un paso hacia él, ya no pudo resistir más, y se abalanzó hacia ella.
Sus labios respondieron, apasionados, dándole alas. Abriéndose para que pudiera entrar más profundo. Él le tiró de la lengua, jugó con ella, intentando poseerla. Traerla más cerca. Hacerla realmente suya. Ella le siguió el ritmo, y se apretó contra él envolviéndole el cuello con los brazos. Le arañó el cuello con las uñas y él se estremeció.
John pensó en poseerla ahí, sin más. Pero se retuvo. Quería hacerlo correctamente. Manifestarle sentimientos que no estaba preparado para expresar en voz alta. Enseñarle la profundidad de su deseo, y hacerle saber que aquella no era la última vez sino la primera de muchas.
Que el fin distaba mucho de estar cerca.
Ella alargó la mano y tiró de su camisa todavía húmeda después de correr con aquel frío. Él gimió al sentir los dedos de Rowan acariciándole la espalda, siguiendo hasta sus hombros, sin detenerse, atrayéndolo hacia ella.
Se quitó rápidamente la camiseta y la tiró a un lado. Ella se paseó los pulgares por su pecho dibujando círculos alrededor de sus tetillas, desatando descargas de energía que le llegaban a la entrepierna. John ya se había puesto duro y quería acelerar las cosas, pero se retuvo. No quería darse prisas. Respiró hondo y se separó de ella.
Rowan tenía la piel enrojecida y sus pezones, duros y puntiagudos, asomaban a través de su camiseta húmeda. Él tragó saliva, se inclinó y la cogió en brazos. En realidad, ella no pesaba mucho, pero estaba toda hecha de músculos firmes gracias al footing. Sus músculos se tensaron llenos de expectación cuando él la llevó a su habitación y la tendió en su cama.
Ella lo miró con ojos muy claros y serenos, y él permaneció mudo. Rowan confiaba en él. Se le veía claramente en la cara, en sus ojos expresivos, que ponía su vida y su cuerpo en sus manos.
Para John, aquello significaba más que cualquier cosa que ella dijera porque sabía lo difícil que le resultaba tener fe en nadie más que en sí misma.
John se quitó los pantalones y se quedó desnudo delante de ella. Rowan lo miró con una media sonrisa. Su mirada era casi tan excitante como su tacto, y su pene se irguió apuntando hacia ella. John se inclinó y le quitó la camiseta al mismo tiempo que le desabrochaba el sujetador.
No era corpulenta, pero sus pechos cabían perfectamente en el cuenco de la mano, con sus pezones endurecidos. John se llevó uno a la boca y lo probó.
Ella estaba en el séptimo cielo. Jamás había imaginado que hacer el amor pudiera significar algo más que el puro alivio físico. Sentía un vínculo emocional que magnificaba cada caricia, cada sensación, cada murmullo.
Rowan gemía cuando John le chupaba el pecho y jugueteaba con su pezón, que ya ardía de deseo. Ella le acarició los hombros, la cabeza y los brazos. No acababa de saciar su hambre. La noche anterior, casi había entrado en su habitación, pero no sabía cómo iba a responder John. Él estaba tan atrapado como ella en aquel lugar, aunque, en su caso, era por voluntad propia.
Había deseado esto, su contacto, sus besos, una conexión física que le dijera que estaba viva, sana y entera. Pero el asalto a sus sentidos era más que físico. Sentía otra cosa, algo posesivo y amoroso.
No pensó mucho en ello, porque sabía que no podía dudar. Sin embargo, por ahora, podía disfrutar de su afecto, su contacto y su deseo.
John pasó al otro pecho mientras seguía acariciando el primero. Rowan sintió el flujo caliente entre sus piernas. Con sólo tocarla bastaba para que se dejara ir. Había algo en las caricias de John, en sus besos, en su firme y seductora seguridad.
Rowan no podía definir aquella sensación pero, en lo más hondo, intuía que no podría entregar su cuerpo a ningún otro hombre que no fuera John. Él se había adueñado de su alma al salvarla. Ésta no le pertenecía a nadie más. No se percató de que lloraba hasta que sintió el hilillo de las lágrimas que le llegaban a las orejas.
John se percató y la miró a la cara.
– ¿Rowan? Cariño, ¿qué pasa?
Ella sacudió la cabeza. Era imposible expresarlo con palabras.
– Bésame -murmuró con voz ronca.
Pero él no la besó. La miró con sus ojos color verde oscuro, llenos de deseo y amor.
No. De amor, no. Todos aquellos que ella amaba, morían.
– Rowan, yo…
Ella lo hizo callar acercando sus labios a los de él y besándolo con fuerza. Alargó la mano entre los dos cuerpos y le cogió el miembro. Él sintió su pulso latiendo entre sus dedos. Con el pulgar, Rowan le rozó el prepucio. Él gimió y le devolvió el beso.
No era sólo un beso. Sus labios se fundieron en un apasionado juego de acoplamiento, imitando el acto del amor que los dos anhelaban, una necesidad voraz que nunca sería totalmente saciada.
Él exploró con las manos su vientre desnudo, bajó sus pantalones deportivos, y la palpó en toda su humedad. Ella arqueó la espalda, deseándolo. Él interrumpió el beso y le quitó los pantalones. Cuando le besó los dedos de los pies, ella suspiró y ahogó un gemido. ¿Desde cuándo se habían vuelto tan sensuales sus pies? El aliento caliente de John en los dedos desataba temblores en su espalda y acrecentaba su deseo.
Cuando creía que ya no podría soportarlo más, la boca de John se desplazó desde sus pies hasta sus gemelos, por debajo de las rodillas, dejando un reguero de húmedos besos hasta llegar a su clítoris.
Rowan sintió venir el orgasmo en cuanto su lengua se hundió en ella. Su cuerpo entero se arqueó contra él, sujetándole la cabeza mientras John la besaba alrededor de su pequeño botón, prolongando el intenso placer. Estaba a punto de descolgarse de aquel maravilloso orgasmo cuando él se incorporó y le cogió la cabeza con ambas manos.
– Oh, John -dijo ella, con el aliento entrecortado y con una voz que no era propiamente la suya. Él tenía los ojos oscuros y los párpados caídos. Su rostro acusaba su esfuerzo por controlarse. Y entonces, con un rápido movimiento, se hundió en ella, y Rowan dejó escapar un grito. No de dolor, sino del placer exquisito de acoger a John entero en su interior. Él se detuvo, y en su rostro se vio claramente que intentaba controlarse.
Aquí, con John, ella sí podía descontrolarse. Descontrolarse de buena manera, purgando y complaciendo, con esperanza y añoranza. Alargó las manos para apretarle las duras nalgas, haciéndolo entrar hasta lo más hondo. Vio la tirantez en su rostro y sintió su pene inquieto en su interior, devolviéndola una vez más al placer. Sintió otra espiral naciendo en ella y él ni siquiera se movía.
John salió y volvió a penetrarla.
Se estaba volviendo loco de tanto controlarse, pero quería prolongar la conexión que había encontrado con ella. No tenía prisa. Quería hacerle el amor lentamente, demostrarle sus sentimientos, que hubiera querido desgranar con palabras, aunque ella lo hacía callar cada vez que lo intentaba.
Rowan no podía ponerle freno a aquello.
John volvió a salir y a entrar, añorando su apretada entrepierna, que lo acomodaba a la perfección. Estaba más grueso de lo que lo había estado en mucho tiempo, más duro de lo que recordaba jamás haber estado. Cerró los ojos, intentando controlarse y prolongar aquella unión.
Pero las manos de Rowan lo apretaban y lo acariciaban, lo acercaban más a ella, le recorrían la piel sensible por debajo del miembro. Él gimió, empujando con más fuerza hasta que la sintió retorcerse bajo su impulso.
Ya no aguantaba más. Quería reclamarla, llevarla al orgasmo, compartir su calentura. Entró en ella duro y rápido y sintió su aliento entrecortado cuando se dejó ir y perdió todo control. Con cada impulso le rozaba el clítoris y Rowan respiraba y lo atraía hacia ella con fuerza. De pronto se arqueó, lo cogió con las piernas y se hundió en el placer de otro orgasmo. Con un último embate, él se derramó en ella. Le fascinaba sentir los cuerpos que se encontraban, la manera de Rowan de acogerlo en su interior.
Le fascinaba ella.
John gimió y se dejó ir con todo su cuerpo, sudando y completamente saciado. Le besó el cuello, los hombros y las orejas. La besó en los labios. Ella se aferró a él, como si quisiera tenerlo más cerca y él se deleitó en aquella unión. Aunque Rowan no lo dijera ni le dejara hablar de ello, se habían unido tan profundamente que ni siquiera la muerte podría separarlos.
¿De dónde había salido esa idea? John tuvo un estremecimiento. Rowan percibió que John se ponía tenso después del acto sexual más increíble que jamás había disfrutado. Increíble porque había experimentado algo diferente al acto puramente físico entre los dos, que fue glorioso. Había otra cosa, más profunda, como si se hubieran comprometido a algo sin palabras.
Y él se había puesto tenso.
– ¿Ocurre algo? -La voz de Rowan era apenas un susurro.
Él se giró de costado hasta que ella quedó sobre él y la besó suavemente en los labios.
– No -dijo, y volvió a besarla-. Nos acoplamos bien el uno al otro.
– Sí, supongo que sí -dijo Rowan, sonriendo apenas.
– Nunca he conocido a nadie… con quien me acoplara tan bien. -John miró a Rowan con ojos inquisidores y ella aguantó la respiración. No se había perdido el doble sentido.
– Yo tampoco -dijo ella suavemente, y dejó de sostenerle la mirada.
Él la obligó a mirarlo.
– Rowan, después… Después de que todo haya acabado, quiero…
– John, por favor, no…
Él la silenció con un beso.
– Rowan, esto no va a acabar aquí. Tú y yo no vamos a acabar. No sé qué ha pasado entre nosotros, pero tú formas parte de mí de una manera que no puedo explicar, y no voy a dejar que te vayas.
La punzada que ella sintió en el corazón le dio la certeza de que lo amaba. Lo supo porque la posibilidad de que John muriera era la idea que dominaba su pensamiento. Todas las personas que ella amaba morían.
– John, hablemos de esto más tarde, después de… de que todo haya acabado.
Él se la quedó mirando largo rato y ella era incapaz de descifrar su expresión. ¿Acaso estaba enfadado? ¿Molesto? No quería hacerle daño pero más le dolería perderlo. Sí, su actitud era egoísta. Pero el gran paso que había dado al poner el pasado a sus espaldas no tendría sentido si ella se enamoraba y luego ocurría lo peor. Ningún plan para el futuro, nada que acoger con todo su corazón, ahora no. Quizá nunca. Algo inconsciente, un pensamiento se le insinuó como un murmullo. Es demasiado tarde. Él te importa. Lo amas. Pero a ella le costaba aceptarlo.
– Ya entiendo -dijo él, y la besó.
Ella creía que era verdad.
La puta ésa tendría que estar muerta, pero lo había vencido.
Aquella zorra se había resistido como un gato y ahora él tenía dos ojos ensangrentados para demostrarlo. Le dolían un horror y la visión de su ojo izquierdo era borrosa. Si tenía tiempo, en caso de que no lo hubieran identificado, volvería y acabaría la faena. La golpearía hasta que quedara hecha una masa informe antes de rebanarle el cuello y verla desangrarse como un cerdo empalado.
Pero ahora no podía volver a Dallas. Estaba metido en una mierda de motel en el desierto de Arizona. Tendría que esperar que oscureciera para robar el coche de alguna fulana y volver a Los Ángeles. Allí estaba Lily. Lily lo estaba esperando.
Y esta vez esa estúpida zorra no sobreviviría.