– ¿Es normal que esté asustada? -preguntó Brooke, mientras doblaba la esquina de la calle de Randy y de Michelle.
– Bueno, hace mucho que no los vemos -masculló Julian, mientras tecleaba furiosamente en su móvil.
– No; me refiero a la fiesta. ¡Estará toda esa gente de mi infancia y todos nos preguntarán por nuestras vidas y nos contarán las vidas de sus hijos, todos los cuales fueron amigos míos, pero ahora han llegado más lejos que yo en todos los aspectos posibles!
– Te garantizo que ninguno de sus hijos se ha casado mejor que tú.
Con el rabillo del ojo, Brooke vio que Julian sonreía.
– ¡Ja! Te habría dado la razón, si no me hubiera encontrado con la madre de Sasha Phillip en la ciudad, hace seis meses. Sasha era la abeja reina de sexto curso, la única niña capaz de ponerte a toda la clase en contra con un solo golpe de su brazalete autoenrollable, la niña con los calcetines menos caídos y las zapatillas KED más blancas de todo el colegio.
– No sé adónde quieres llegar…
– Pues bien, antes de que pudiera escabullirme, vi a la madre de Sasha en Century 21, la tienda de menaje.
– Brooke…
– Y la mujer va y me acorrala entre las cortinas de ducha y las toallas, y empieza a fanfarronear, diciendo que Sasha se ha casado con un tipo al que están «preparando» para llegar a ser «muy influyente» en un «negocio familiar italiano» (guiño, guiño), y que ese tipo (ese partidazo) habría podido elegir entre todas las mujeres del mundo, pero ha preferido a su preciosa Sasha, que ya se ha convertido en la madrastra de los cuatro hijos que ya tenía el hombre. ¡Lo dijo fanfarroneando! Y me lo supo contar con tanta habilidad, que salí de allí lamentando que tú no pertenecieras a la mafia y no tuvieras un puñado de hijos de un matrimonio anterior.
Julian se echó a reír.
– Nunca me lo habías contado.
– Temía por tu vida.
– Entre los dos superaremos muy bien esta fiesta: unos aperitivos, un poco de cena, un brindis y a casa. ¿Te parece bien?
– Si tú lo dices.
Brooke aparcó el coche en el sendero de la urbanización de Randy, en el número 88, y de inmediato observó que el Nissan 350Z, el biplaza deportivo que su hermano adoraba, no se veía por ninguna parte. Estuvo a punto de decir algo al respecto, pero a Julian volvió a sonarle el móvil por milésima vez en las dos últimas horas y además ya se había bajado del coche.
– ¡Volveré por las maletas, ¿de acuerdo?! -le gritó, pero él estaba en el otro extremo del sendero, con el teléfono apretado contra la oreja, asintiendo frenéticamente-. Muy bien, genial -masculló ella, mientras se dirigía a la entrada. Se disponía a subir la escalera, cuando Randy abrió la puerta de par en par, bajó corriendo y la envolvió en un abrazo.
– ¡Hola, Rookie! ¡Cuánto me alegro de verte! Ya viene Michelle. ¿Dónde está Julian?
– Hablando por teléfono. Te aseguro que T-Mobile se arrepentirá de haberle ofrecido una tarifa plana, cuando vea su factura.
Los dos se volvieron hacia él, mientras Julian sonreía, se guardaba el móvil en el bolsillo y se dirigía hacia el maletero abierto del coche.
– ¡¿Necesitas ayuda con las maletas?! -gritó Randy.
– No, ya puedo yo -respondió Julian, echándose las dos al hombro con facilidad-. Estás muy bien. ¿Has adelgazado?
Randy se dio unas palmadas en la amplia barriga, que se había vuelto quizá un poco menos amplia.
– La parienta me ha puesto a régimen estricto -respondió con inequívoco orgullo.
Brooke no se lo habría podido creer apenas un año antes, pero Randy estaba manifiestamente encantado de tener una relación adulta, una casa bien amueblada y un bebé en camino.
– Debería ser bastante más estricto ese régimen -dijo Brooke, al tiempo que se apartaba para eludir la colleja de su hermano.
– ¡Mira quién fue a hablar! Todavía tengo unos kilos de más, lo reconozco. Pero ¿qué excusa tienes tú, que eres nutricionista? ¿No deberías estar prácticamente anoréxica?
Randy la fue a buscar al otro lado del sendero y le desarregló el pelo con una mano.
– ¡Vaya! ¡Una observación sobre mi peso y un insulto a mi profesión, todo en la misma frase! ¡Hoy estás inspirado!
– ¡No te enfades! Ya sabes que estoy de broma. ¡Estás estupenda!
– Ajá. Puede que yo tenga que perder dos o tres kilos, pero Michelle tendrá bastante más trabajo contigo -dijo ella con una sonrisa.
– Ya estoy trabajando, créeme -intervino Michelle, mientras bajaba con cuidado la escalera. Parecía como si el vientre se le extendiera unos dos metros por delante, aunque todavía le faltaban siete semanas, y tenía la cara perlada de sudor en el calor agobiante de agosto. Aun así, parecía feliz, casi eufórica. Brooke siempre había creído que la historia de la belleza de las embarazadas era un mito, pero era indudable que Michelle tenía un brillo especial.
– Yo también estoy trabajando con Brooke -dijo Julian, mientras besaba a Michelle en la mejilla.
– Brooke está estupenda tal como está -replicó de inmediato Michelle, con un repentino endurecimiento de la expresión.
Brooke se volvió hacia Julian, olvidando que Michelle y Randy estaban delante.
– ¿Qué has dicho?
Julian se encogió de hombros.
– Nada, Rook. Una broma, nada más que una broma.
– ¿Estás «trabajando» conmigo? ¿Por qué? ¿Te cuesta mucho trabajo mantener bajo control mi obesidad mórbida?
– Brooke, ¿no podríamos hablar de esto en otro momento? Ya te he dicho que era una broma.
– No, yo quiero hablar ahora. ¿Qué has querido decir exactamente?
En seguida Julian se puso a su lado, apenado y arrepentido.
– Rookie, te prometo que era sólo una broma. Ya sabes que me gustas tal como eres y que no cambiaría nada de ti. Es sólo que… hum… que no quiero que tú te sientas incómoda.
Randy le cogió la mano a Michelle y anunció:
– Ven, llevémoslo todo a la casa. Dame esas maletas. Entrad cuando queráis.
Brooke esperó hasta que hubieron cerrado la puerta de malla metálica.
– Dime exactamente por qué piensas que yo podría sentirme incómoda. No soy una supermodelo, ya lo sé. Pero ¿quién lo es?
– Ya lo sé. Es sólo que…
Dio un golpe al primer peldaño con la zapatilla Converse y después se sentó.
– ¿Qué?
– Nada. Ya sabes que para mí tú eres preciosa. Es sólo que Leo piensa que quizá puedas sentirte incómoda, ya sabes, por la imagen pública y esas cosas.
Se la quedó mirando, esperando una respuesta, pero ella estaba demasiado asombrada para hablar.
– Brooke…
Ella sacó un chicle del bolso, con la mirada fija en el suelo.
– Rookie, ven aquí. ¡Dios, no he debido decir eso! No era en absoluto lo que quería decir.
Brooke esperó un momento a qué él le explicara lo que había querido decir en realidad, pero no hubo más que silencio.
– Ven, entremos -dijo por fin, haciendo un esfuerzo para no desmoronarse. En cierto sentido, todo resultaba más sencillo si no sabía lo que Julian había querido decir en realidad.
– No, espera un momento. Ven aquí -dijo él, mientras la atraía hacia el peldaño donde estaba sentado y cogía sus dos manos entre las suyas-. Nena, siento mucho haber dicho eso. No vayas a creer que Leo y yo nos pasamos el día hablando de ti. Ya sé que toda esa mierda acerca de mi «imagen» no es nada más que eso: un montón de mierda. Pero me estoy muriendo de miedo y en este momento necesito escuchar sus consejos. Acaba de salir el álbum, y estoy tratando de que no me afecte; pero lo mire como lo mire, estoy cagado de miedo. Si todo sale bien y el álbum es un éxito, es para cagarse de miedo. Si por el contrario (lo que es más probable), todo esto no ha sido más que humo y no sacamos nada en limpio, entonces es para cagarse de miedo todavía más. Hace unos meses estaba yo en mi pequeño estudio de grabación, tocando la música que me gustaba, completamente capaz de pensar que todo se reducía al piano y yo, y nada ni nadie más, y ahora de pronto tenemos todo esto: apariciones en televisión, cenas con ejecutivos, entrevistas… No estoy suficientemente… preparado. Y si a raíz de todo eso me he comportado últimamente como un imbécil, créeme que lo siento. Lo siento de veras.
Había un millón de cosas que Brooke habría querido decir (cuánto lo echaba de menos desde que pasaba tanto tiempo fuera, lo nerviosa que la ponían las discusiones de los últimos tiempos, la montaña rusa en que se habían convertido sus sentimientos y lo mucho que se alegraba de que él le hubiera abierto por fin una pequeña puerta para dejarla entrar), pero en lugar de presionarlo todavía más, de hacerle todas sus preguntas o de expresarle sus sentimientos, se obligó a apreciar el pequeño paso que Julian acababa de dar.
Le apretó las manos y le dio un beso en la mejilla.
– Gracias -dijo en voz baja, mirándolo a los ojos por primera vez en el día.
– Gracias a ti -replicó él, mientras le devolvía el beso en la mejilla.
Cuando aún quedaba mucho por decir y la tensión todavía no se había aliviado del todo, Brooke cogió la mano de su marido y dejó que él la ayudara a ponerse en pie para conducirla al interior de la casa. Se propuso hacer un esfuerzo para olvidar su comentario acerca del peso.
Randy y Michelle los estaban esperando en la cocina, donde Michelle estaba preparando una bandeja para que ellos mismos se hicieran unos sándwiches: lonchas de pavo y de rosbif, pan de centeno, salsa rosa, tomates, lechuga y encurtidos. Había latas de refresco de cereza Dr. Brown's y un litro de agua con gas con sabor a lima. Michelle les dio un plato de cartón a cada uno y les indicó con un gesto que se sirvieran.
– ¿A qué hora empieza la celebración? -preguntó Brooke, mientras se servía unas lonchas de pavo, sin nada de pan. Esperaba que Randy y Julian lo notaran y se sintieran culpables.
– La fiesta empieza a las siete, pero Cynthia quiere que estemos allí a las seis, para ayudar a prepararlo todo.
Michelle iba y venía con una gracia sorprendente, dadas sus dimensiones.
– ¿Crees que papá se llevará una sorpresa? -preguntó Brooke.
– Lo que no puedo creer es que vaya a cumplir sesenta y cinco años -dijo Julian, mientras extendía salsa rosa sobre una rebanada de pan.
– Y yo no me puedo creer que por fin vaya a jubilarse -intervino Randy-. Resulta raro, pero este mes de septiembre será la primera vez en casi quince años que no empezamos juntos el curso escolar.
Brooke siguió a los demás al comedor y se sentó con su plato y su lata de Dr. Brown's al lado de su hermano.
– Vas a echarlo de menos, ¿eh? ¿Con quién vas a comer ahora?
En ese momento sonó el móvil de Julian, que se disculpó y salió del comedor, para contestar la llamada.
– Parece relativamente tranquilo, teniendo en cuenta que acaba de salir el álbum -comentó Randy, antes de dar un bocado enorme a un sándwich todavía más colosal.
– Puede que lo parezca, pero no está nada tranquilo. No le deja de sonar el teléfono y todo el tiempo está hablando con gente, pero todavía no hay nada seguro. Tal vez sepamos algo hoy, más tarde, o quizá mañana. Dice que todos esperan que salga en el top veinte de la lista de éxitos, pero supongo que nadie puede garantizar nada -dijo Brooke.
– Es increíble -intervino Michelle, mordisqueando un trozo de pan de centeno-. ¿Te das cuenta de lo que estás diciendo? ¿Alguna vez pudiste imaginar que el disco de Julian iba a salir en el top veinte? Hay gente que lucha por algo así durante toda su vida, y éste no es más que su primer…
Brooke bebió el refresco y se secó la boca.
– Todavía no ha pasado… y no quiero gafarlo. Pero sí, tienes razón. Es lo más increíble del mundo.
– No, no es lo más increíble del mundo, ni mucho menos -dijo Julian, mientras regresaba al comedor con una de sus sonrisas marca de la casa. Era tan amplia su sonrisa, que hizo que Brooke olvidase la tensión anterior.
Michelle levantó una mano.
– No seas tan modesto, Julian. Es un hecho objetivo. Colocar tu primer álbum en el top veinte es lo más increíble del mundo.
– Nada de eso. Lo más increíble del mundo es colocar tu primer álbum en el número cuatro de la lista -dijo tranquilamente, antes de regalarles otra de sus seductoras sonrisas.
– ¿Qué? -preguntó Brooke, boquiabierta.
– Era Leo. Dice que aún no es oficial, pero que va en camino de situarse en el número cuatro. ¡El número cuatro! Me cuesta asimilarlo.
Brooke saltó de la silla a los brazos de Julian.
– ¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Dios mío! -no dejaba de repetir.
Michelle soltó un grito y, tras dar un fuerte abrazo a Julian y a Brooke, fue a buscar una botella especial de whisky, para brindar por Julian.
Randy volvió con tres vasos de cóctel y uno de naranjada para Michelle.
– Por Julian -dijo, mientras levantaba el vaso.
Entrechocaron los vasos y bebieron. Brooke hizo una mueca y dejó el suyo en la mesa, pero Randy y Julian prácticamente vaciaron los suyos de un trago.
Randy le dio una palmada en la espalda a Julian.
– Ya sabes que me alegro por ti, por el éxito y blablablá, pero te aseguro que lo mejor de todo… ¡es tener una puta estrella de rock en la familia!
– Bueno, tampoco es para…
Brooke le dio un golpe a Julian en el hombro.
– ¡Es cierto, cariño! ¡Ya eres una estrella! ¿Cuántos pueden decir que colocaron su primer disco en el número cuatro? ¿Cinco? ¿Diez? Gente como los Beatles, Madonna, Beyoncé… ¡y Julian Alter! ¡Es la locura total!
Siguieron festejando, hablando y acribillando a preguntas a Julian durante cuarenta y cinco minutos más, hasta que Michelle anunció que ya era hora de prepararse y que saldrían para el restaurante en una hora. En el instante en que Michelle les dio un montón de toallas y se marchó, cerrando tras ella la puerta del cuarto de invitados, Brooke se abalanzó sobre Julian y lo abrazó con tanta fuerza que los dos se desplomaron sobre la cama.
– ¡Está pasando, cariño! ¡No hay ninguna duda! ¡Realmente, no se puede negar que está pasando! -exclamó, mientras le cubría de besos la frente, los párpados, las mejillas y los labios.
Julian le devolvió los besos y después se apoyó en la cama sobre los codos.
– ¿Sabes qué otra cosa significa todo esto?
– ¿Que ya eres oficialmente famoso? -replicó ella, besándolo en el cuello.
– Significa que ya puedes dejar Huntley. ¡Qué demonios! Puedes dejar los dos trabajos, si quieres.
Ella se apartó y lo miró.
– ¿Por qué iba a dejarlos?
– Para empezar, porque has estado trabajando como una loca los dos últimos años y creo que te mereces unas vacaciones. Y porque las cosas empiezan a venirnos rodadas desde el punto de vista económico. Entre el porcentaje de la gira con Maroon 5, las fiestas privadas que me contrata Leo y los beneficios de este álbum… no sé, creo que ya puedes relajarte y disfrutar un poco de la vida.
Todo lo que Julian decía era perfectamente lógico; pero por razones que no habría conseguido expresar, Brooke se sintió irritada.
– No lo hago sólo por el dinero, ¿sabes? Las chicas me necesitan.
– Es el momento perfecto Brooke. Todavía faltan dos semanas para que empiece el curso escolar, por lo que seguramente tendrán tiempo de encontrar una sustituta. E incluso si decides seguir en el hospital, supongo que aún tendrás días libres.
– ¿Cómo que si decido seguir en el hospital? ¡Julian, estamos hablando de mi carrera, la razón por la que fui a la universidad! ¡Puede que no sea tan importante como debutar en el número cuatro de la lista de éxitos, pero da la casualidad de que adoro lo que hago!
– Ya sé que lo adoras, pero pensé que quizá pudieras adorarlo de lejos durante un tiempo.
Le dio un codazo y sonrió. Ella lo miró.
– ¿Qué me estás sugiriendo?
Él intentó atraerla hacia sí y ponérsela encima, pero Brooke se escabulló. Julian suspiró.
– No te estoy sugiriendo nada espantoso, Brooke. Quizá si no estuvieras tan estresada por los horarios y la carga de trabajo, disfrutarías más del tiempo libre. Podrías viajar conmigo, venir a las fiestas…
Ella guardó silencio.
– ¿Te ha molestado algo de lo que he dicho? -preguntó él, intentando cogerla de la mano.
– No, no es eso -mintió ella-. Me parece que hago un esfuerzo enorme para encontrar un equilibrio entre mi trabajo y todo lo que está pasando contigo. Fuimos juntos al programa de Jay Leno, a la fiesta de «Friday Night Lights», al cumpleaños de Kristen Stewart en Miami y a Bonnaroo. Te visito en el estudio por la noche, cuando te quedas hasta tarde. No sé qué más puedo hacer, pero estoy bastante segura de que la respuesta no es renunciar a mi carrera para seguirte a todas partes. No creo que a ti te gustara eso, por muy divertido que fuera al principio, y sinceramente, me resultaría muy difícil respetarme a mí misma si lo hiciera.
– Sólo te pido que te lo pienses -dijo él, mientras se quitaba la camisa y se dirigía al baño-. Prométeme que te lo pensarás.
El ruido del agua de la ducha ahogó su respuesta. Brooke decidió no pensar más en ello por aquella noche. No era preciso que decidieran nada, y el hecho de que no fueran exactamente de la misma opinión no significaba que tuvieran un problema.
Brooke se quitó la ropa, apartó la cortina de la ducha y se metió dentro.
– ¿A qué debo este honor? -preguntó Julian, con los ojos entrecerrados y la cara cubierta de jabón.
– A que tenemos menos de media hora para ducharnos y vestirnos -dijo Brooke, mientras daba una vuelta completa al grifo del agua caliente.
Julian chilló.
– ¡Ten un poco de piedad!
Ella se deslizó contra él, disfrutando de la agradable sensación de su pecho enjabonado contra el de él, e inmediatamente acaparó el torrente de agua caliente.
– ¡Aaaaah! ¡Qué bien!
Julian puso cara de fingido enfado y se retiró al extremo más alejado de la bañera. Brooke se echó a reír.
– Ven aquí -dijo, aun sabiendo que él no toleraba el agua caliente y que apenas soportaba el agua tibia-. Hay espacio de sobra para los dos.
Se echó un poco de champú en la mano, ajustó la temperatura del agua para que volviera a estar templada y le dio un beso en la mejilla.
– Ven, cariñito.
Se deslizó otra vez contra su cuerpo y sonrió, mientras él, con cierta vacilación, volvía a colocarse bajo la ducha. Le enjabonó el pelo y lo observó disfrutar del agua tibia.
Era uno de los cientos o quizá miles de pequeños detalles que cada uno conocía del otro, y ese conocimiento mutuo era siempre una fuente de intensa felicidad para ella. Le encantaba pensar que tal vez era la única persona del mundo en saber que Julian detestaba sumergirse en agua caliente (la evitaba escrupulosamente en la bañera, en la ducha, en los jacuzzis y en los baños termales), pero que era capaz de soportar sin una sola queja el agua templada e incluso la fría; que se bebía las bebidas calientes de un trago y él mismo reconocía que era un «tragafuegos» (bastaba dejarle delante una taza de café hirviendo o un cuenco con sopa humeante para que él se lo echara al gaznate sin un sorbito de prueba), y que tenía una resistencia al dolor poco frecuente, como había quedado demostrado la vez que se fracturó el tobillo y reaccionó solamente con un breve «¡Mierda!», pero en cambio gritaba y se retorcía como un niño pequeño cuando Brooke intentaba arrancarle un antiestético pelo del entrecejo. Incluso en aquel momento, mientras él se enjabonaba, Brooke sabía que él se alegraba de poder usar una pastilla de jabón, en lugar de gel de baño, pero que mientras el producto no oliera a lavanda o, peor aún, a pomelo, estaba dispuesto a usar cualquier cosa que tuviera a mano.
Ella se inclinó para besarle la barbilla sin afeitar y recibió un chorro de agua en los ojos.
– Te lo mereces -dijo Julian, dándole una palmadita en el trasero-. Así aprenderás a no meterte con un cantante que está en el número cuatro.
– ¿Qué opina don Número Cuatro de un achuchón rápido?
Julian le devolvió el beso, pero salió de la ducha.
– No seré yo quien le explique a tu padre que hemos llegado tarde a su fiesta porque su hija me ha asaltado en la ducha.
Brooke se echó a reír.
– Cobardica.
Cynthia ya estaba en el restaurante cuando llegaron, recorriendo como una tromba el salón privado, en un frenético despliegue de energía e instrucciones. Habían escogido Ponzu, que en su opinión era el nuevo restaurante de moda del sureste de Pennsylvania. Según Randy, sin embargo, la supuesta «fusión asiática» del lugar era un intento excesivamente ambicioso de servir sushi y teriyaki japoneses, rollitos de primavera de inspiración vietnamita, un pad thai que pocos tailandeses habrían reconocido y un plato «de autor» de pollo y brécol, que apenas se diferenciaba de los que ofrecían en los restaurantes chinos baratos. A nadie parecía preocuparle que no hubiera ningún plato de verdadera fusión, por lo que los cuatro mantuvieron la boca cerrada y de inmediato se pusieron a trabajar.
Los dos hombres colgaron dos enormes carteles de papel de aluminio que decían ¡felices 65! y enhorabuena por la jubilación, mientras Brooke y Michelle arreglaban las flores compradas por Cynthia en los jarrones proporcionados por el restaurante, suficientes para colocar dos arreglos por mesa. No habían terminado el primer arreglo, cuando Michelle dijo:
– ¿Habéis pensado qué vais a hacer con tanto dinero?
A Brooke casi se le caen las tijeras de las manos por la sorpresa. Nunca hasta entonces había hablado con Michelle de nada personal y una conversación sobre el potencial económico de Julian le parecía totalmente inapropiada.
– Oh, ya sabes. Todavía tenemos un montón de préstamos que devolver de nuestra época de estudiantes y una tonelada de facturas que pagar. No es tan fabuloso como parece -respondió, encogiéndose de hombros.
Michelle cambió una rosa por una peonía y ladeó la cabeza, para estudiar el efecto.
– ¡Vamos, Brooke! No te engañes. ¡Vais a nadar en dinero!
Sin saber cómo responder a eso, Brooke se limitó a soltar una risita incómoda.
Todos los amigos de su padre y de Cynthia llegaron a las seis en punto y se pusieron a circular por la sala, sirviéndose bocaditos de las bandejas que pasaban y bebiendo vino. Cuando por fin llegó el padre de Brooke a lo que ya sabía desde hacía tiempo que era su fiesta «sorpresa», el ambiente era adecuadamente festivo. Así lo demostraron los invitados, cuando el encargado del restaurante acompañó al señor Greene al salón privado y todos los presentes lo recibieron con gritos de «¡Sorpresa!» y «¡Felicidades!», mientras él pasaba por el ciclo de reacciones habituales en las personas que necesitan fingir asombro ante una fiesta sorpresa que en realidad no lo es. Aceptó la copa de vino que le tendió Cynthia y se la bebió de un trago, en un esfuerzo deliberado por disfrutar de la fiesta, aunque Brooke sabía que habría preferido mil veces quedarse en casa, preparando el calendario de partidos de pretemporada.
Por fortuna, Cynthia había preparado los brindis para la hora del cóctel. Brooke era una oradora nerviosa y no quería pasar toda la velada sufriendo. Pero con una copa y media de Vodka Tonic, todo le resultó un poco más fácil y pudo pronunciar sin ningún contratiempo el discurso que se había preparado. El público pareció disfrutar sobre todo con la historia de cuando Randy y ella visitaron a su padre por primera vez después del divorcio y lo encontraron metiendo pilas de revistas viejas y de facturas pagadas en el horno, porque tenía pocos armarios y no quería que el espacio del horno «se desperdiciara». Randy y Cynthia fueron los siguientes y, pese a la incómoda mención por parte de esta última de «la instantánea conexión» que habían sentido «en el momento mismo en que se conocieron» (cuando casualmente el padre de Brooke aún estaba casado con su madre), todo marchó a pedir de boca.
– ¡Eh, atención todo el mundo! ¿Puedo pediros que me prestéis atención sólo un minuto más? -preguntó el señor Greene, mientras se ponía en pie desde el puesto que ocupaba, en el centro de una mesa alargada de banquete.
El salón guardó silencio.
– Quiero daros las gracias a todos por haber venido. Agradezco especialmente a mi adorable esposa que haya organizado esta fiesta en sábado y no en domingo (¡por fin ha entendido la diferencia entre fútbol universitario y fútbol profesional!), y a mis cuatro queridos hijos, por estar aquí esta noche. ¡Vosotros hacéis que todo merezca la pena!
Los invitados aplaudieron. Brooke se sonrojó y Randy levantó la mirada al cielo, meneando la cabeza. Cuando Brooke miró a Julian, lo encontró tecleando furiosamente en su móvil, debajo de la mesa.
– Sólo una cosa más. Quizá algunos de vosotros sepáis que tenemos una estrella en ascenso en la familia…
Eso captó la atención de Julian.
– Pues bien, ¡tengo el placer de anunciar que el disco de Julian saldrá en el número cuatro de la lista de éxitos de la revista Billboard, la semana que viene! -Todos los presentes respondieron con aclamaciones y aplausos-. Os propongo un brindis por mi hijo político, Julian Alter, por conseguir lo que parecía casi imposible. Sé muy bien que hablo por todos, Julian, cuando digo que estamos muy orgullosos de ti.
Se acercó entonces a Julian, que estaba asombrado pero claramente encantado, y lo abrazó, y Brooke sintió una corriente de gratitud hacia su padre. Era exactamente lo que Julian llevaba toda la vida esperando que hiciera su propio padre, y si no iba a recibirlo de él, Brooke se alegraba de que al menos pudiera disfrutar del aprecio de su familia. Julian dio las gracias al padre de Brooke y rápidamente volvió a sentarse, y aunque estaba un poco sonrojado por ser el centro de la atención, era evidente que estaba muy complacido. Brooke le cogió la mano y se la apretó, y él le devolvió el apretón el doble de fuerte.
Los camareros estaban empezando a servir los entremeses, cuando Julian se inclinó hacia Brooke y le pidió que lo siguiera a la sala principal del restaurante, para hablar un momento en privado.
– ¿Es la manera que has encontrado de llevarme a los lavabos? -le susurró, mientras lo seguía-. ¿Te imaginas el escándalo? Si alguien nos sorprende, sólo espero que sea la madre de Sasha…
Julian la llevó hacia el pasillo donde estaban los lavabos y Brooke le dio un tirón del brazo.
– ¡Te lo decía en broma! -exclamó.
– Rook, acabo de recibir una llamada de Leo -dijo él, mientras se apoyaba en un taburete alto.
– ¿Ah, sí?
– Está en Los Ángeles y supongo que está teniendo un montón de reuniones en mi nombre.
Parecía como si Julian tuviera algo más que decir, pero se interrumpió.
– ¿Y ha surgido algo interesante?
Al oír aquello, Julian ya no se pudo contener más. Una enorme sonrisa le iluminó la cara, y aunque Brooke sintió de inmediato en la boca del estómago que eso que parecía tan interesante no iba a ser nada agradable para ella, lo imitó y sonrió también.
– ¡Cuéntamelo! ¿Qué es? -preguntó.
– Bueno, verás… -Julian bajó la voz y abrió mucho los ojos-. Me ha dicho que Vanity Fair quiere incluirme en el grupo de artistas emergentes que aparecerá en la portada de octubre o noviembre. ¡Una portada! ¿Te lo puedes creer?
Brooke le echó los brazos al cuello.
Julian le dio un beso rápido en los labios y se apartó en seguida.
– ¿Y sabes qué más? ¡Annie Leibovitz hará la foto!
– ¿Estás de broma?
– No -sonrió él-. Seremos otros cuatro artistas y yo. De diferentes disciplinas, creo. Leo me ha dicho que probablemente seremos un músico, un pintor, un escritor, ya sabes… ¿Y sabes dónde harán la foto? ¡En el Chateau!
– ¿Dónde si no? Pronto seremos clientes habituales.
Brooke ya estaba calculando mentalmente qué hacer para perder el mínimo de horas de trabajo y aun así acompañarlo. También tendría que pensar en las maletas…
– Brooke.
La voz de Julian era normal, pero su expresión parecía dolida.
– ¿Cuál es el problema?
– Siento mucho hacerte esto, pero tengo que salir ahora mismo. Leo me ha reservado un asiento en el vuelo de las seis, que sale del aeropuerto JFK, mañana por la mañana, y todavía tengo que volver a Nueva York y recoger un par de cosas del estudio.
– ¿Te vas ahora, en este instante? -preguntó ella, horrorizada porque sabía que el billete de Julian ya estaba reservado, y que por mucho que él intentara mantener la expresión solemne, se veía claramente que apenas podía reprimir el entusiasmo.
En lugar de seguir intentándolo, Julian la abrazó y se puso a acariciarle la espalda, entre los hombros.
– Ya sé que es una putada, nena. Siento que todo sea tan repentino y siento tener que irme en medio de la fiesta de tu padre, pero…
– Antes.
– ¿Qué?
– No te vas en medio de la fiesta; te vas antes. Todavía no hemos empezado a comer.
Julian guardó silencio. Por un momento, ella se preguntó si no iría a decirle que todo había sido una broma y que no tenía que irse a ningún sitio.
– ¿Cómo vas a volver a casa? -preguntó finalmente, con la voz teñida de resignación.
Él la acercó para darle un abrazo.
– He llamado a un taxi para que me lleve a la estación, así nadie más tendrá que dejar la fiesta. Además, de ese modo, tendrás el coche para volver mañana. ¿Te parece bien?
– Sí, claro.
– ¿Brooke? Te quiero, nena. Y voy a llevarte a celebrarlo en cuanto vuelva. Todo son cosas buenas. Lo sabes, ¿verdad?
Brooke se obligó a sonreír, por él.
– Lo sé y me alegro mucho por ti.
– Creo que estaré de vuelta el martes, pero no estoy seguro -dijo, antes de besarla suavemente en los labios-. Deja que yo lo organice todo, ¿de acuerdo? Quiero que hagamos algo muy especial.
– Yo también.
– ¿Me esperas aquí un segundo? -preguntó-. Voy a volver a la sala, para despedirme rápidamente de tu padre. No quiero llamar mucho la atención…
– Será mejor que te vayas sin decir nada -replicó Brooke, que en seguida notó el alivio de Julian-. Yo les explicaré lo que ha pasado. Lo entenderán.
– Gracias.
Ella hizo un gesto afirmativo.
– Ven, te acompaño afuera.
Bajaron la escalera cogidos de la mano y consiguieron salir al aparcamiento sin toparse con ninguno de los invitados de la fiesta, ni con nadie de la familia. Una vez más, Brooke le aseguró que lo mejor era que se marchara de aquella forma, que ella se lo explicaría todo a su padre y a Cynthia y daría las gracias en su nombre a Randy y a Michelle por su hospitalidad, y que todo aquello era preferible a montar una gran escena de despedida, en la que tendría que dar un millón de explicaciones. Julian intentó conservar la expresión contrita mientras la besaba para despedirse y le susurraba cuánto la quería; pero en cuanto llegó el taxi, salió corriendo hacia él, como un alborozado perro de caza en busca de una bola de tenis. Brooke se recordó que debía sonreírle y agitar alegremente la mano para saludarlo, pero el taxi arrancó y se alejó antes de que Julian pudiera darse la vuelta para devolverle el saludo. Volvió a entrar en el restaurante, sola.
Echó un vistazo al reloj y se preguntó si aún le quedaría tiempo para salir a correr un poco, después de su última paciente y antes de ir a visitar a Nola. Se prometió hacer lo posible por salir, pero en seguida recordó que el termómetro marcaba treinta y cuatro grados en la calle y que sólo una demente habría salido a correr con ese tiempo.
Llamaron a la puerta. Era su primera sesión con Kaylie desde el comienzo del nuevo curso escolar y tenía muchas ganas de ver a la niña. Los mensajes que recibía de ella le parecían cada vez más positivos y estaba convencida de que pronto se adaptaría por completo al colegio. Sin embargo, cuando se abrió la puerta, la que entró fue Heather.
– Hola, ¿qué tal? Gracias otra vez por el café de esta mañana.
– Oh, no tiene ninguna importancia. Oye, sólo quería avisarte que Kaylie no vendrá esta mañana. Está en casa, con una especie de gastroenteritis.
Brooke miró la lista de las ausencias del día, que tenía sobre la mesa.
– ¿Ah, sí? Sin embargo, no está en la lista.
– Sí, ya lo sé. Ha estado en mi despacho hace un rato y tenía muy mala cara, así que la he mandado a ver a la enfermera y ella la ha enviado a su casa. Estoy segura de que no es nada grave, pero quería avisarte.
– Te lo agradezco.
Heather se volvió para marcharse, pero Brooke la llamó.
– ¿Cómo la has visto? Aparte de que tuviera mala cara.
Heather pareció reflexionar un momento.
– Es difícil de decir. Era nuestra primera entrevista desde el curso pasado y no se ha sincerado del todo. Hablando con otras chicas, me han llegado rumores de que ahora es amiga de Whitney Weiss, lo que me parece inquietante por razonas obvias; pero Kaylie no lo ha mencionado. Una cosa que me ha llamado la atención es que ha adelgazado muchísimo.
Brooke levantó bruscamente la cabeza.
– ¿Cuánto dirías que es «muchísimo»?
– No sé… Diez kilos, quizá doce. De hecho, estaba estupenda. Parecía realmente contenta consigo misma. -Heather observó que Brooke parecía preocupada-. ¿Por qué? ¿Es malo?
– No necesariamente, pero son muchos kilos en muy poco tiempo. Si a eso le sumamos la amistad con Whitney Weiss, digamos que hay razones para encender una lucecita roja de alarma.
Heather asintió.
– Bueno, supongo que tú la verás antes que yo. Mantenme informada, ¿de acuerdo?
Brooke se despidió de Heather y se reclinó en la silla. Doce kilos eran una cantidad enorme de peso perdido en apenas dos meses y medio, y la amistad con Whitney aún la inquietaba más. Whitney era una chica extremadamente delgada que había engordado dos o tres kilos el curso anterior, cuando había dejado de practicar hockey sobre hierba, y a su esquelética madre le había faltado tiempo para presentarse en el despacho de Brooke y pedirle que le recomendara un buen «campamento para gordas», como ella misma lo expresó. Las vehementes afirmaciones de Brooke de que el aumento de peso era completamente normal e incluso positivo en una chica de catorce años que aún estaba creciendo no sirvieron de nada, y por fin su madre la envió a un selecto campamento al norte de Nueva York, para que recuperara su peso anterior haciendo ejercicio. Como era de esperar, desde entonces la niña había empezado a ayunar, a darse atracones, a vomitar y a purgarse, un tipo de conducta con el que era preferible que Kaylie no tuviera ninguna relación. Brooke se propuso llamar al padre de Kaylie en cuanto tuviera la primera sesión con la niña, para preguntarle si había observado algo extraño en la manera de comportarse de su hija.
Tomó unas notas sobre las sesiones anteriores y después salió del colegio, para dejarse aplastar por el sofocante manto de humedad de comienzos de septiembre, que hizo saltar por los aires su determinación de coger el metro. Como si un ángel hubiera leído sus pensamientos o, más probablemente, como si un taxista bangladesí la hubiera visto agitar la mano levantada, un taxi se detuvo justo delante del colegio para que bajara un cliente y Brooke se dejó caer en el asiento trasero del vehículo con aire acondicionado.
– A la esquina de Duane y Hudson, por favor -dijo, mientras acercaba las piernas al aire frío que salía de la rejilla.
Pasó todo el trayecto con la cabeza echada hacia atrás y los ojos cerrados. Poco antes de que el taxi se detuviera delante del portal de Nola, recibió un mensaje de texto de Julian.
«¡¡¡Acabo de recibir un mail de John Travolta!!! Dice que "le encanta" mi nuevo álbum y me felicita.»
El entusiasmo de Julian palpitaba a través de la pantalla.
«¡¿John Travolta?! -le respondió ella-. ¿De verdad? ¡Impresionante!»
«Le escribió a su agente, y su agente le pasó el mensaje a Leo», explicó Julian.
«¡Enhorabuena! ¡Qué bien! ¡No lo borres!», escribió ella, y en seguida añadió: «En casa de Nola. Llama cuando puedas. Besos.»
El apartamento de un solo dormitorio de Nola estaba al final de un largo pasillo y tenía vistas a la terraza de un café de moda. Brooke entró por la puerta que su amiga había dejado abierta, dejó el bolso al tiempo que se quitaba los zapatos y fue directamente a la cocina.
– ¡Estoy aquí! -gritó, mientras sacaba una lata de Coca-Cola Light de la nevera. Era su placer culpable favorito y sólo se lo permitía en casa de Nola.
– Hay Coca-Cola Light en el frigorífico. ¡Tráeme una a mí también! -gritó Nola desde el dormitorio-. Casi he terminado de hacer la maleta. Voy en seguida.
Brooke abrió las dos latas y le llevó la suya a Nola, que estaba sentada entre montones de ropa, zapatos, cosméticos, aparatos electrónicos y guías de viaje.
– ¿Cómo coño esperan que meta todo esto en una mochila? -soltó, mientras arrojaba al suelo un cepillo redondo, tras fracasar en el intento de meterlo en el bolsillo delantero de la mochila-. ¿En qué estaría yo pensando, cuando contraté este viaje?
– Ni idea -respondió Brooke, observando el caos-. De hecho, hace dos semanas que me pregunto lo mismo.
– Esto es lo que pasa cuando los días de vacaciones no se pueden pasar de un año a otro y no tienes novio. Tomas decisiones como ésta. ¿Dieciséis días con once desconocidos en el sureste asiático? La culpa es tuya, Brooke, de verdad.
Brooke se echó a reír.
– Me da igual lo que digas. Desde el primer momento te dije que era la peor idea que había oído en mi vida, pero tú no me quisiste oír.
Nola se levantó, bebió un sorbo de Coca-Cola Light y se dirigió al cuarto de estar.
– Deberían ponerme como ejemplo aleccionador para todas las mujeres solas del mundo: nada de viajes contratados impulsivamente y en el último minuto. ¡Vietnam no va a moverse de su puto sitio! ¿A qué venía tanta prisa?
– ¡Oh, ya verás como te diviertes! Además, puede que haya algún tío con buena pinta en tu grupo.
– Ah, sí, claro que sí. Apuesto a que no serán parejas alemanas de mediana edad, ni hippies con ganas de volverse budistas, ni un montón de lesbianas. ¡No! Serán todos hombres adorables y sin compromiso, de entre treinta y treinta y cinco años.
– ¡Me gusta tu actitud positiva! -replicó Brooke con una sonrisa.
Algo llamó la atención de Nola, que en seguida se acercó a la ventana del cuarto de estar. Brooke miró y no vio nada fuera de lo corriente.
– ¿No es Natalie Portman la de la primera mesa a la izquierda? ¿No es ella, con gorra de visera y gafas de sol para pasar inadvertida, como si su esencia «natalie-portmaniana» no fuera a traslucirse de todos modos? -dijo Nola.
Brooke volvió a mirar y esa vez se fijó en la chica de la gorra, que bebía una copa de vino y reía por algo que había dicho su compañero de mesa.
– Hum, sí, creo que podría ser ella.
– ¡Claro que es ella! ¡Y está fantásticamente guapa! No entiendo por qué no la odio. Debería, pero no la odio.
Nola inclinó la cabeza, pero sin quitar la vista de la ventana.
– ¿Por qué ibas a odiarla? -preguntó Brooke-. A mí me parece una de las más normales.
– Razón de más para odiarla. No sólo es increíblemente atractiva (incluso con la cabeza completamente rapada), sino que encima ha estudiado en Harvard, habla algo así como quince idiomas, ha viajado por todo el mundo para promover los microcréditos y le importa tanto la naturaleza que nunca usa zapatos de piel. Y por si todo eso fuera poco, quienes han trabajado con ella e incluso aquellos que se han sentado alguna vez junto a ella en un avión aseguran que es la persona más simpática, sensata y amable que han conocido en su vida. Ahora dime, por favor, ¿cómo es posible no odiar a alguien así?
Nola abandonó finalmente su mirador y Brooke la siguió. Las dos se tumbaron sobre sendos sofás enfrentados y se pusieron de lado para verse.
Brooke bebió un sorbo y se encogió de hombros, pensando en el fotógrafo que había delante de su casa.
– Supongo que me alegro por Natalie Portman.
Nola meneó lentamente la cabeza.
– ¡Dios, qué rara eres!
– ¿Qué he dicho? No lo entiendo. ¿Debería obsesionarme con ella? ¿Sentir celos? ¡Si ni siquiera existe!
– ¡Claro que existe! Está sentada ahí abajo, justo enfrente, ¡y está estupenda!
Brooke se apoyó un brazo sobre la frente y gimió.
– Y nosotras la estamos espiando, lo que no me hace ninguna gracia. Déjala en paz.
– ¿Te preocupa la privacidad de Natalie? -preguntó Nola, en tono más suave.
– Sí, supongo que sí. Es muy raro. La parte de mí que ha leído todas esas revistas durante años, que ha visto todas sus películas y se sabe de memoria los vestidos que ha llevado a todas las galas querría quedarse delante de la ventana y pasar toda la noche mirándola. Pero la otra parte de mí…
Nola apuntó el mando a distancia al televisor y fue pasando de un canal de radio a otro, hasta encontrar el de rock alternativo.
– Ya te entiendo -dijo, apoyándose sobre un codo-. ¿Qué más ha pasado? ¿Por qué tienes ese humor de mierda?
Brooke suspiró.
– Tuve que pedir otro día libre para ir el fin de semana que viene a Miami, y digamos que a Margaret no le entusiasmó la idea.
– No puede pedir a sus empleados que no tengan vida privada.
Brooke resopló.
– Pero no podemos culparla si nos pide que vayamos a trabajar de vez en cuando.
– Estás siendo demasiado severa contigo misma. ¿Podemos hablar de algo más divertido? No te ofendas.
– ¿De qué? ¿De la fiesta de este fin de semana?
– ¿Estoy invitada? -sonrió Nola-. Podría ser tu acompañante.
– ¿Estás de broma? Me encantaría, pero pensé que no sería posible.
– ¿Creías que preferiría quedarme en Nueva York, para salir con algún perdedor, cuando puedo comer caviar con la mujer de una estrella de rock emergente?
– Hecho. Seguro que Julian estará encantado de no tener que ocuparse de mí toda la noche. -El móvil de Brooke vibró sobre la mesa baja-. Mira, hablando del rey de Roma…
– ¡Hola! -contestó Brooke-. Estaba hablando con Nola de la fiesta de este fin de semana.
– ¿Brooke? ¡Adivina! Me acaba de llamar Leo, que ha hablado con el vicepresidente de Sony. Dice que las cifras iniciales del álbum están muy por encima de sus expectativas.
Brooke oía música y ruido de fondo, pero no recordaba dónde estaba Julian aquella tarde. ¿En Atlanta? ¿O tocaba en Charleston aquella noche? Sí, eso debía de ser. En Atlanta había estado la noche anterior. Recordaba haber hablado con Julian, cuando la llamó a la una de la madrugada, con voz de haber bebido bastante, pero de buen humor. Llamaba desde el Ritz de Buckhead, en Atlanta.
– Nadie quiere asegurar nada todavía, porque aún faltan tres días para que termine la semana del control de radiodifusión, pero la semana del control de ventas ha terminado hoy y al parecer todo va perfectamente encaminado…
Brooke había pasado dos horas la noche anterior leyendo acerca de todos los cantantes y grupos que habían editado álbumes en las últimas dos semanas, pero todavía no podía entender cómo funcionaban los controles de ventas y radiodifusión. ¿Debía preguntárselo a Julian? ¿O se molestaría por su ignorancia?
– … para saltar por lo menos del número cuatro al número tres, ¡y posiblemente todavía más arriba!
– ¡Qué orgullosa estoy de ti! ¿Os estáis divirtiendo en Charleston? -preguntó en tono animado.
Hubo un silencio y por un instante sintió miedo. ¿Sería que no estaban en Charleston? Pero en seguida, Julian dijo:
– Lo creas o no, aquí estamos trabajando: ensayando, actuando, desmontando y volviendo a montar, y pasando cada noche en un hotel diferente… Aquí todos estamos currando como locos.
Brooke guardó silencio un momento.
– No pretendía decir que os pasarais el día de fiesta.
Con gran esfuerzo, consiguió contenerse para no mencionar que la noche anterior la había llamado borracho, de madrugada.
Nola captó la mirada de Brooke y le indicó con un gesto que se iba a la otra habitación, pero Brooke le hizo un ademán negativo y la miró con una expresión que significaba: «No seas ridícula.»
– ¿Todo esto es por haberme marchado en medio de la fiesta de tu padre? ¿Cuántas veces tendré que disculparme por eso? ¡No puedo creer que todavía me sigas castigando!
– No, no es por nada de eso, pero te recuerdo que me avisaste con unos seis segundos de antelación antes de marcharte y que desde entonces no te he vuelto a ver, y ya han pasado dos semanas. -Suavizó el tono-. Supongo que esperaba tenerte en casa uno o dos días después de la sesión de fotografía, antes de que volvieras a irte de gira.
– ¿A qué viene esa actitud?
Para Brooke, fue como una bofetada.
– ¿Actitud? ¿Es tan espantoso preguntarte si te estás divirtiendo? ¿O querer saber cuándo vamos a vernos? ¡Sí! ¡Soy malísima!
– Brooke, ahora mismo no tengo tiempo para una escena.
El modo en que la llamó por su nombre completo le hizo sentir escalofríos.
– ¿Una «escena», Julian? ¿De verdad?
Ella casi nunca le contaba cómo se sentía. Julian siempre estaba demasiado estresado, o demasiado ocupado, o demasiado distraído, o demasiado lejos, por lo que ella procuraba no quejarse y mostrarse animada y comprensiva, como le había aconsejado su madre. Pero no era fácil.
– Entonces ¿por qué te pones así? Siento mucho no poder volver a casa esta semana. ¿Cuántas veces quieres que me disculpe? Todo esto lo hago por los dos, ¿lo sabes? No estaría de más que lo recordaras de vez en cuando.
Brooke volvió a experimentar una sensación de angustia que ya había sentido otras veces.
– Creo que no lo entiendes -dijo en voz baja.
Julian suspiró.
– Intentaré coger una noche libre y volver a casa antes de este fin de semana en Miami, ¿de acuerdo? ¿Te sentirías mejor? No creas que es tan fácil, cuando sólo han pasado dos semanas desde que salió el álbum.
Brooke habría querido mandarlo a hacer gárgaras, pero en lugar de eso, hizo una inspiración profunda, contó hasta tres y dijo:
– Si puedes, sería estupendo. Me encantaría verte.
– Lo intentaré, Rook. Ahora te tengo que dejar, porque tengo prisa, pero recuerda que te quiero. Y que te echo de menos. Te llamo mañana, ¿de acuerdo?
Antes de que ella pudiera decir ni una palabra más, Julian cortó la comunicación.
– ¡Me ha colgado el teléfono! -gritó, antes de estrellar el móvil contra el sofá, donde el aparato botó sobre un cojín y aterrizó en el suelo.
– ¿Estás bien?
El tono de Nola era suave y apaciguador. Estaba en la puerta del cuarto de estar, con una pila de cartas de restaurantes que enviaban la comida a casa y una botella de vino. En el canal de radio del televisor, empezó a sonar Por lo perdido, y las dos se volvieron hacia el altavoz.
Mi sueño se escurrió entre las manos,
como si fuera arena, pero era mi hermano.
– ¿Podrías quitar eso, por favor? -dijo Brooke, cayendo en el sofá con las manos sobre los ojos, aunque no estaba llorando-. ¿Qué voy a hacer? -gimió.
Nola cambió rápidamente de estación.
– Primero, vas a decidir si quieres pollo al limón o gambones al curry del restaurante vietnamita, y después, vas a contarme qué os pasa a Julian y a ti. -Nola pareció recordar la botella que tenía en la mano-. Rectifico. Primero vas a tomar una copa.
Se apresuró a cortar el envoltorio de papel metálico con la punta del sacacorchos y se disponía a descorchar la botella, cuando dijo:
– Creí que habíais superado aquella tontería de la foto con Layla.
Brooke resopló y aceptó la copa de vino tinto, que en ambientes más exquisitos habría parecido demasiado llena, pero en aquel momento le pareció perfecta.
– ¿Qué foto? ¿Aquella donde mi marido aparece agarrando a Layla por la cinturita de sesenta centímetros, con una sonrisa tan enorme y tan decididamente beatífica que parece sorprendido en medio de un orgasmo?
Nola bebió un poco de vino y puso los pies sobre la mesa.
– No era más que una estrellita tonta, tratando de aprovechar el tirón en la prensa de un cantante en ascenso. A ella Julian le da igual.
– Ya lo sé. No es tanto la foto como… ¿Te das cuenta de que Julian salió del Nick's y de unas prácticas de media jornada en un estudio de grabación, para meterse directamente en esto? Todo ha cambiado de la noche a la mañana, Nola. Yo no estaba preparada.
No tenía sentido que lo siguiera negando. Julian Alter, su marido, era oficial e indiscutiblemente famoso. Racionalmente, Brooke sabía que el camino había sido muy largo y tremendamente difícil: un montón de años de ensayos diarios, pequeñas actuaciones y muchas horas dedicadas a la composición (por no mencionar las incontables actuaciones y lo mucho que había trabajado Julian antes de conocerla). Había habido demos, maquetas de promoción y singles que siempre estaban a punto de tener éxito, pero nunca lo tenían. Incluso después de firmar el contrato para el álbum que supuestamente no iba a conducir a nada, había habido semanas y meses enteros de discutir minucias jurídicas, de consultar y trabajar con abogados especialistas en la industria del espectáculo y de hablar con artistas más experimentados para pedirles consejo y posiblemente guía. Después vinieron muchos meses en un estudio de grabación del Midtown, exprimiendo los teclados y la voz cientos o incluso miles de veces, hasta conseguir el sonido justo. Hubo reuniones interminables con los productores y con el departamento de nuevos talentos de Sony, y con ejecutivos temibles que tenían las llaves del futuro de Julian en sus manos (y se comportaban en consecuencia). Hubo un casting para elegir a los miembros de la banda y después vinieron las entrevistas y las audiciones; las idas y venidas entre Los Ángeles y Nueva York, para asegurarse de que todo funcionara bien; las consultas con la gente de relaciones públicas, para valorar las percepciones del público, y las instrucciones de los asesores del departamento de prensa sobre la forma de comportarse ante las cámaras, por no mencionar la intervención de la estilista, encargada de la imagen de Julian.
Durante años, Brooke había trabajado con gusto en dos empleos para que Julian pudiera dedicarse a su música, pese a los confusos accesos de resentimiento que experimentaba a veces, cuando estaba extenuada y se sentía sola en casa, mientras él estaba en el estudio. Tenía sus propios sueños (aparcados por decisión propia): el deseo de hacerse un lugar en su profesión, de viajar más, de tener un bebé… Había sufrido la tensión económica de tener que invertir y volver a invertir hasta el último dólar en diferentes áreas de la carrera de Julian, las largas y tediosas horas en el estudio de grabación, las noches que había pasado con Julian lejos de casa, para que él pudiera actuar en bares atestados de gente y de humo, en lugar de pasar la velada acurrucados en el sofá o de salir el fin de semana fuera con otras parejas de amigos. Y después de todo aquello, ¡los viajes! Los viajes constantes, implacables e interminables de Julian, de una ciudad a otra, de una costa a otra. Los dos se esforzaban, los dos hacían lo que podían, pero parecía como si todo fuera cada vez más difícil. Una conversación telefónica sin interrupciones ya empezaba a ser un lujo para ellos.
Nola volvió a llenar las dos copas y cogió su teléfono.
– ¿Qué quieres que pida?
– No tengo mucha hambre -replicó Brooke, y se sorprendió de que fuera cierto.
– Pediré gambas y pollo para compartir, y unos rollitos de primavera. ¿Te parece bien?
Brooke hizo un gesto con la copa y casi se echa el vino encima. La primera se le había acabado en seguida.
– Sí, está bien.
Pensó un momento y se dio cuenta de que le estaba haciendo a Nola lo mismo que Julian le hacía a ella.
– Y dime… ¿cómo te van a ti las cosas? ¿Alguna novedad con…?
– ¿Drew? Se ha acabado. Tuve una pequeña… distracción el fin de semana pasado, que me hizo recordar que el mundo está lleno de hombres mucho más interesantes que Drew McNeil.
Una vez más, Brooke se tapó los ojos con las manos.
– ¡Oh, no! ¡Ya estamos otra vez!
– ¿Por qué? Sólo fue una pequeña diversión.
– ¿De dónde sacas el tiempo?
Nola fingió ofenderse.
– ¿Recuerdas el sábado, después de cenar, cuando tú querías volver a casa y en cambio Drew y yo queríamos seguir de fiesta?
– ¡Dios! ¡No me digas que montasteis otro trío! ¡No tengo corazón para otro trío!
– ¡Brooke! Drew se fue poco después que tú, pero yo me quedé un poco más. Bebí otra copa y después salí completamente sola a la calle a buscar un taxi.
– ¿No estamos ya un poco mayorcitas para rollos imprevistos a última hora de la noche?
Nola levantó la vista al cielo.
– ¡Dios santo! ¡Qué mojigata eres! Bueno, verás. Yo iba a meterme en el primer taxi libre que vi aparecer en veinte minutos, cuando ese tipo intentó robármelo. Con todo el descaro, abrió la puerta y se metió por el otro lado.
– ¿Ah, sí?
– Sí, bueno, verás. Como era muy mono, le dije que podíamos compartir el taxi, siempre que me llevara a mí primero, y antes de que me diera cuenta, pasó todo.
– ¿Y entonces? -preguntó Brooke, aunque ya se sabía la respuesta.
– Fue increíble.
– ¿Sabes por lo menos cómo se llama?
– Ahórrate el sermón -dijo Nola, poniendo los ojos en blanco.
Brooke miró a su amiga, intentando recordar sus tiempos de soltera. Ella también había salido con mucha gente y se había ido a la cama con algunos, pero nunca había sido tan, tan… libre como Nola en su predisposición para montárselo con cualquiera. A veces, cuando no se espantaba por la forma de actuar de Nola, le envidiaba su confianza en sí misma y la seguridad con que vivía su sexualidad. La única vez que Brooke había tenido un rollo de una noche había tenido que obligarse a hacerlo, repitiéndose una y mil veces que iba a ser divertido, emocionante y muy bueno para adquirir mayor control sobre su vida. Después del condón roto, las veinticuatro horas de náuseas por la píldora del día siguiente y las seis semanas de espera hasta que fuera fiable el resultado negativo de la prueba del sida, y tras recibir exactamente cero llamadas de su supuesto amante, supo que no estaba hecha para ese tipo de vida.
Hizo una inspiración profunda y sintió alivio al oír el timbre, señal de que había llegado la cena.
– Nola, ¿te das cuenta de que podrías haberte…?
– Sí, ya lo sé. Podía haber sido un asesino en serie. ¿Hace falta que me lo digas?
Brooke levantó las manos, dándose por vencida.
– Muy bien, de acuerdo. Me alegro de que lo hayas pasado bien. Quizá es la envidia que habla por mí.
Nola soltó un chillido, se puso de rodillas en el sofá y alargó el brazo para darle un golpe en la mano a Brooke.
– ¿Qué haces? -preguntó Brooke con expresión azorada.
– ¡No vuelvas a decir nunca que me tienes envidia! -exclamó Nola, con una intensidad que Brooke rara vez le había visto-. Eres guapa, inteligente y no te imaginas lo maravilloso que es para mí, como amiga tuya, ver la cara que pone Julian cuando te mira. Ya sé que no siempre he sido su fan número uno, pero él te quiere, de eso no hay duda. No sé si lo notarás, pero sois una inspiración para mí. Sé que os ha costado mucho trabajo, pero ahora estáis cosechando los beneficios.
Llamaron a la puerta. Brooke se inclinó hacia Nola y le dio un abrazo.
– Eres un cielo. Gracias por decirlo; lo necesitaba.
Nola sonrió, cogió la cartera y se dirigió al vestíbulo.
Cenaron rápidamente y Brooke, cansada por el día de trabajo y la media botella de vino, se escabulló en cuanto terminaron. Por costumbre, fue andando hasta la línea 1 del metro y ocupó su asiento favorito de la punta, sin recordar hasta que estuvo a medio camino que podía pagarse un taxi. Mientras recorría andando el trayecto de tres manzanas hasta su casa, recibió una llamada de su madre que no atendió y empezó a imaginar su ritual nocturno de chica sola: infusión de hierbas, baño caliente, dormitorio helado, pastilla para dormir y sopor sin sueños bajo su enorme y abrigado edredón. Quizá incluso apagara el teléfono, para que Julian no la despertara con sus llamadas esporádicas, impredecibles en todos los aspectos, excepto en que oiría música, voces femeninas o ambas cosas entre el ruido de fondo.
Perdida en sus pensamientos y ansiosa por entrar de una vez y quitarse la ropa, no vio las flores depositadas en el felpudo de la entrada hasta que tropezó con ellas. El jarrón cilíndrico de cristal era alto como un niño pequeño y estaba forrado con hojas de banano de un verde brillante. Rebosaba de lirios de agua, de color violeta intenso y blanco cremoso, con una solitaria caña de bambú como única nota discordante.
Le habían regalado flores otras veces, como le regalan a toda mujer en un momento u otro (los girasoles que le enviaron sus padres cuando le extirparon las muelas del juicio en el primer año de universidad, la obligada docena de rosas para San Valentín por parte de varios novios poco originales y los ramilletes comprados apresuradamente por amigos que había invitado a cenar), pero nunca en toda su vida había recibido algo así: una escultura, una obra de arte. Brooke llevó las flores adentro y desprendió el pequeño sobre del discreto rincón donde estaba pegado a la base. Walter saltó para olfatear la nueva y fragante adquisición.
Querida Brooke:
¡Cuánto te echo de menos! No veo la hora de que llegue el fin de semana para verte. Con amor, J.
Brooke sonrió y se inclinó para oler los preciosos lirios, pero la alegría le duró exactamente diez segundos, el tiempo necesario para que la invadiera la duda. ¿Por qué había escrito «Brooke», cuando siempre la llamaba Rookie, sobre todo cuando intentaba ponerse romántico o íntimo? ¿Eran las flores su manera de disculparse por haberse portado como un imbécil desconsiderado en las últimas semanas? Y de ser así, ¿por qué no le pedía perdón? ¿Cómo era posible que alguien que se enorgullecía de su arte con las palabras (¡un compositor de canciones, por el amor de Dios!) hubiera escrito algo tan genérico? Y por encima de todo, ¿por qué iba a elegir Julian precisamente aquel momento para enviarle flores por primera vez, cuando Brooke sabía muy bien que él detestaba las flores cortadas? Según Julian, eran una muletilla estereotipada, sobrevalorada y comercializada, para gente incapaz de expresar adecuadamente sus emociones de manera creativa o verbal, y para colmo, se morían en seguida, por lo que como símbolo dejaban mucho que desear. Brooke nunca había sido ni muy entusiasta ni muy enemiga de las flores, pero comprendía perfectamente lo que quería decir Julian, y siempre guardaba como un tesoro las cartas, los poemas y las canciones que él se tomaba el trabajo de escribirle. ¿A qué venía entonces eso de que «no veía la hora»?
Walter le empujó la rodilla con el hocico y dejó escapar un aullido luctuoso.
– ¿Por qué no te saca a pasear tu papi? -le preguntó Brooke, mientras le ponía la correa y se disponía a volver a salir-. ¡Ah, ya sé! ¡Porque nunca está en casa!
Pese al enorme sentimiento de culpa que tenía por dejar solo a Walter tanto tiempo, lo arrastró de vuelta a casa en cuanto hubo hecho sus necesidades y lo sobornó con un poco más de pienso para la cena y una zanahoria más grande de lo normal para postre. Volvió a coger la tarjeta, la releyó dos veces más y después, suavemente, la depositó sobre el contenido del cubo de basura, pero en seguida volvió y la recuperó. Quizá no fuera lo más romántico que había escrito Julian en su vida, pero no dejaba de ser un gesto.
Marcó el número del móvil de Julian, pensando en lo que iba a decir, pero de inmediato saltó el buzón de voz.
– Hola, soy yo. Me encontré las flores al llegar a casa. ¡Dios, son increíbles! No sé qué decir…
«Al menos estás siendo sincera», se dijo.
Pensó en pedirle que la llamara para hablar, pero de repente se sintió demasiado cansada.
– Bueno, todo bien. Buenas noches, amor. Te quiero.
Llenó la bañera con el agua más caliente que podía soportar, cogió el último ejemplar de Last Night, que acababa de recibir, y poco a poco se fue metiendo en el baño. Tardó casi cinco minutos en aguantar la temperatura con todo el cuerpo sumergido. En cuanto el agua le llegó por encima de los hombros, exhaló un prolongado suspiro de alivio.
«¡Gracias a Dios que está a punto de acabar este día!»
En los tiempos anteriores a La Foto, nada la relajaba más que meterse en un baño caliente con un ejemplar de Last Night recién salido de la imprenta. Ahora se sentía vagamente aterrorizada por lo que pudiera encontrar, pero no era fácil abandonar las viejas costumbres. Miró por encima las primeras páginas, parando un momento para reflexionar sobre la cantidad de famosos casados que estaban dispuestos a parlotear sobre su vida sexual, con joyas como éstas: «¿Nuestro secreto para mantener encendida la llama? Me trae el desayuno a la cama los domingos y después le doy las gracias… calurosamente», o «¿Qué puedo decir? Soy un tipo con suerte. Mi mujer es una máquina en la cama». La página donde la revista mostraba a los famosos haciendo cosas «normales» estaba más aburrida que de costumbre:
Dakota Fanning de compras en un centro comercial de Sherman Oaks, Kate Hudson paseando con su acompañante del día, Cameron Díaz eligiendo un biquini en una tienda y Tori Spelling con un niño rubio en brazos y saliendo de un salón de belleza. Había una doble página medianamente interesante que explicaba qué había sido de los niños famosos de los ochenta (¿quién hubiera dicho que Winnie Cooper era un genio de las matemáticas?), pero sólo cuando llegó a la sección de reportajes más largos, a Brooke se le cortó el aliento. Allí encontró un artículo de varias páginas, titulado «Cantantes que ponen la banda sonora a nuestro mundo», que reunía textos y fotografías de media docena de artistas. Los ojos de Brooke volaron por la página, buscando intensamente. John Mayer, Gavin DeGraw, Colbie Caillat, Jack Johnson. Nada. Pasó la página. Bon Iver, Ben Harper, Wilco. Nada tampoco. ¡Un momento! «¡Dios mío!» Allí, al pie de la cuarta página, había un recuadro amarillo, con encabezamiento violeta, que parecía gritar: ¿quién es julian alter? Aquella foto espantosa de Julian con Layla Lawson ocupaba la mitad superior del recuadro y el resto era todo texto. «¡Cielo santo!», pensó Brooke, mientras notaba, en una experiencia casi extracorpórea, que le palpitaba el corazón y estaba conteniendo la respiración. Deseaba con igual desesperación leer el artículo y verlo evaporarse, desvanecerse, desaparecer por completo de su conciencia para siempre. ¿Lo habría leído alguien ya? ¿Lo habría leído Julian? Ella sabía que, por ser suscriptora, recibía la revista un día antes de que llegara a los quioscos, pero ¿era posible que nadie la hubiera avisado? Cogió una toalla para enjugarse el sudor que le perlaba la frente y secarse las manos, hizo una inspiración profunda y empezó a leer.
Julian Alter no sólo saltó a los titulares al principio del verano con una aplaudida actuación en el show de Jay Leno y una foto supercaliente, sino que ha demostrado que puede mantenerse arriba: su primer álbum se colocó directamente en el número cuatro de Billboard la semana pasada. Ahora todos nos preguntamos: ¿quién será ese chico?
Brooke empujó con los pies para situarse en una postura más erguida. Empezó a notar una creciente sensación de mareo, que en seguida atribuyó a la combinación de un exceso de vino con el baño demasiado caliente. «Ni tú te lo crees», se dijo. Hizo una inspiración profunda. Era natural que se sintiera un poco rara al toparse por sorpresa con un artículo sobre su marido en una revista de difusión nacional. Hizo un esfuerzo de voluntad para seguir leyendo.
Primeros años: Nacido en el Upper East Side de Manhattan en 1979, fue alumno de la prestigiosa Dalton School y veraneaba en el sur de Francia. Destinado a ser el perfecto chico formal de buena sociedad, su interés por la música chocó con los planes que sus padres tenían para él.
Carrera musical: Acabados los estudios en Amherst, en 1999, renunció a la carrera de medicina para probar suerte con la música. Firmó con Sony en 2008, tras dos años de prácticas en el departamento de nuevos talentos. Su primer álbum será seguramente uno de los estrenos de mayor éxito del año.
Aficiones: Cuando no está grabando, le gusta pasar el tiempo con su chucho, Walter Alter, y salir con los amigos. Sus antiguos compañeros dicen que era el mejor tenista de Dalton, pero ya no juega porque el tenis no casa con su imagen.
Vida sentimental: Si esperabais un idilio con Layla Lawson en un futuro cercano, os vais a llevar una decepción. Alter lleva cinco años casado con Brooke, su novia de siempre, aunque se rumorea que hay nubarrones en el paraíso debido a las exigencias de su nuevo calendario. «Brooke fue un apoyo increíble para él cuando era un don nadie, pero ahora que él es el centro de atención, lo está pasando muy mal», dijo una fuente cercana a Julian y a Brooke. La pareja vive en un modesto apartamento de un dormitorio cerca de Times Square, pero sus amigos dicen que ya están buscando algo mejor.
Al pie del recuadro había una foto de Brooke y de Julian tomada por uno de los fotógrafos profesionales presentes en la fiesta de «Friday Night Lights», una foto que ella todavía no había visto. La devoró ansiosamente con los ojos y dejó escapar un enorme suspiro de alivio. Milagrosamente, los dos habían salido favorecidos. Julian estaba inclinado, besándole a ella el hombro, y se le adivinaba en la cara la sombra de una sonrisa. Brooke le había pasado un brazo por detrás del cuello y en la otra mano tenía un colorido cóctel margarita; tenía la cabeza un poco echada hacia atrás y se estaba riendo. Pese al vaso de cóctel, los sombreros de cowboy y el paquete de cigarrillos que Julian llevaba metido en la manga como parte del disfraz, no parecían borrachos ni desastrados, sino despreocupados y alegres. Si la hubieran obligado a encontrarle algún defecto a la foto, probablemente habría señalado el raro efecto que hacía su cintura, donde el ángulo inusual con que flexionaba el talle, las sombras proyectadas por un ambiente oscuro adyacente y la brisa que entraba desde el patio se combinaban para abombarle ligeramente la falda tejana y hacerle un poco de barriga. No era nada exagerado, sino sólo la insinuación de un pequeño michelín que en realidad no existía. Sin embargo, un mal ángulo de la cámara no le preocupaba en exceso. Teniendo en cuenta todas las posibles maneras de que la foto hubiera salido mal (y había miles), Brooke estaba bastante contenta.
Pero después venía el artículo. No sabía ni por dónde empezar. Seguramente a Julian no le haría mucha gracia lo del «chico formal de buena sociedad». Por mucho que Brooke le repitiera que nadie se fijaba en los colegios en que había estudiado, Julian no podía soportar ni la más mínima insinuación de que sus logros tuvieran algo que ver con su educación privilegiada. El apartado sobre sus aficiones, donde el artículo decía que le gustaba pasar el tiempo con su perro, era un poco humillante para todos los implicados, porque ni siquiera mencionaba los ratos que pasaba con su familia o la de Brooke, ni señalaba ninguna auténtica afición. La sugerencia de que las lectoras de todo el país se sentirían decepcionadas al saber que Julian y Layla no tenían ningún romance era a la vez halagüeña y desconcertante. ¿Y el comentario entrecomillado sobre el apoyo que ella le había brindado a Julian y lo mal que se sentía ahora? Era cierto, pero ¿por qué parecía una insidiosa acusación? ¿Sería cierto que uno de sus amigos había hecho esa declaración, o las revistas se inventaban las cosas cada vez que les convenía y se las atribuían a fuentes anónimas? Pero de todo el artículo, la única línea que le aceleró el pulso fue la que decía que Julian y ella supuestamente estaban buscando «algo mejor» para mudarse. «¿Qué?» Julian sabía muy bien que Brooke estaba desesperada por volver a Brooklyn, pero no habían empezado a buscar, ni mucho menos.
Lanzó la revista al suelo, se puso en pie lentamente, para evitar el mareo del baño caliente, y salió de la bañera. No se había lavado el pelo ni se había enjabonado el cuerpo, pero eso ya le daba lo mismo. Lo único importante era hablar con Nola antes de que desconectara el teléfono y se fuera a dormir. Con una toalla anudada sobre el pecho y Walter lamiéndole el agua que se le escurría por las pantorrillas, Brooke cogió el teléfono y marcó de memoria el número de Nola.
Su amiga contestó después de cuatro tonos de llamada, justo antes de que saltara el buzón de voz.
– ¿Qué? ¿No hemos hablado lo suficiente esta noche?
– ¿Te he despertado?
– No, pero estoy en la cama. ¿Qué pasa? ¿Estás llena de remordimiento por insinuar hace un momento que soy una prostituta?
Brooke resopló.
– Para nada. ¿Has leído Last Night?
– ¡Oh, no! ¿Qué dice?
– Eres suscriptora, ¿no?
– Dime lo que has leído.
– Ve y mira por ti misma.
– Brooke, no seas ridícula. Estoy literalmente entre las sábanas, con la crema reparadora aplicada y me acabo de tomar un Lunesta. No hay nada en el mundo capaz de convencerme para que baje al buzón a ver una revista.
– Hay un recuadro enorme titulado «¿Quién es Julian Alter?» y una foto de nosotros dos en la página doce.
– De acuerdo, te llamo dentro de dos minutos.
Pese a su ansiedad, Brooke sonrió para sus adentros. Sólo tuvo tiempo de colgar la toalla y meterse desnuda en la cama, antes de que sonara el teléfono.
– ¿Lo tienes?
– ¿Tú qué crees?
– Me estás asustando. ¿De verdad es tan horrible?
Silencio.
– ¡Nola! ¡Di algo! Me está dando un ataque de pánico. Es todavía peor de lo que me ha parecido a mí, ¿verdad? ¿Me van a despedir del trabajo por ser una vergüenza para el hospital? A Margaret no le gustará nada que…
– Esto debe de ser lo más fabuloso y genial que he visto en toda mi vida.
– ¿Estamos mirando la misma página?
– ¿Quién es este cantante tan sexy? ¡Sí, claro que estamos mirando la misma página! ¡Y es impresionante!
– ¿Impresionante? -Brooke estuvo a punto de gritar-. ¿Qué tiene de impresionante eso de que mi matrimonio peligra porque no soporto que él sea el centro de atención? ¿O eso de que estamos buscando piso para mudarnos, cuando en realidad ni siquiera hemos empezado?
– Chis -dijo Nola-. Respira profundamente y cálmate. No voy a permitir que conviertas esto en algo negativo, como haces siempre. Párate un segundo a pensar y date cuenta de que tu marido (¡tu marido!) es lo suficientemente famoso para merecer un recuadro grande en Last Night, con un artículo que, en mi opinión, es enormemente halagador. Lo que dice, básicamente, es que todo el país se muere por él, pero es tuyo. ¡Piénsalo un segundo!
Brooke guardó silencio, mientras lo pensaba. Hasta ese momento, no lo había visto de aquel modo.
– Mira la foto grande. Ahora Julian es superfamoso, y tú no eres mala ni rara si toda la situación te coge un poco por sorpresa y te hace sentir un poco mal.
– Supongo que…
– ¡Ya lo sé! Si ha llegado donde ha llegado, en gran parte es gracias a ti. Es lo que hablamos antes. Se lo debe en gran medida a tu apoyo, tu esfuerzo y tu amor. ¡Ahora disfruta y siéntete orgullosa de él! ¿Te das cuenta de que tu marido es famoso y de que las mujeres de todo el país te tienen envidia? ¿Qué más quieres? ¡Disfrútalo!
Brooke estaba callada, mientras intentaba asimilar lo que le decía su amiga.
– Todo lo demás es pura tontería -prosiguió Nola-. No importa que escriban esto o lo otro, sino el hecho de que escriban acerca de Julian. Si te espantas ahora, ¿qué vas a pensar cuando el mes que viene sea portada de Vanity Fair, eh? Dime, ¿qué piensa Julian de todo esto? Imagino que estará eufórico.
Sólo entonces Brooke cayó en la cuenta.
– Todavía no lo he hablado con él.
– En ese caso, permíteme que te dé un consejo. Llámalo y felicítalo. ¡Esto es grande! ¡Es un gran momento para su carrera! Es la señal más clara de que lo ha conseguido. No te enredes en los pequeños detalles, ¿de acuerdo?
– Lo intentaré.
– Coge la revista, métete en la cama y piensa que a muchísimas mujeres de todo el país les gustaría estar ahora en tu lugar.
Brooke se echó a reír.
– Yo no estaría tan segura.
– Es verdad. Bueno, ahora tengo que dormir. Deja de estresarte y disfruta, ¿de acuerdo?
– Gracias, Nola. Lo intentaré. Besos.
– Besos para ti también.
Brooke cogió la revista y se puso a estudiar otra vez la foto, sólo que esta vez se concentró en Julian. Era cierto. No había duda de que en aquel momento, en el instante que captaba la foto, parecía lleno de amor por ella, afectuoso, dulce y feliz. ¿Qué más podía pedir? Y aunque jamás lo habría reconocido ante nadie, era bastante increíble y fantástico verse en una revista como Last Night y saber que tu marido estaba entre los famosos. Nola tenía razón. Tenía que relajarse y disfrutarlo un poco. No había nada malo en eso.
Agarró el teléfono móvil y tecleó un mensaje de texto para Julian:
Acabo de ver Last Night. ¡Impresionante! Estoy muy orgulloso de ti. Gracias por las flores ridículas. Me encantan. Te quiero. Besos y abrazos.
Ya estaba. Eso era justo lo que Julian necesitaba en aquel momento: amor y apoyo, en lugar de críticas y reconvenciones. Orgullosa de sí misma por haber logrado superar el pánico inicial, apartó el teléfono y cogió el libro que estaba leyendo. Mientras lo abría, se dijo que en todo matrimonio hay momentos buenos y malos. Los suyos eran un poco exagerados, porque las circunstancias eran extraordinarias, pero con un poco de dedicación y esfuerzo por parte de ambos, no había nada que no pudieran superar.