16 Un novio con casa propia en las islas y un hijo

– Brooke, por favor, si no vas a escuchar nada de lo que diga esta noche, al menos escucha esto. -Julian alargó el brazo a través del sofá y cogió una mano de Brooke con la suya-. Voy a luchar por nuestro matrimonio.

– Una jugada fuerte, para empezar -replicó Brooke-. Bien hecho.

– Vamos, Rookie, hablo en serio.

La situación no tenía nada de divertida, pero ella ansiaba desesperadamente aligerar el tono de la conversación. En los diez minutos que Julian llevaba en casa, habían actuado como absolutos desconocidos: corteses, precavidos y completamente extraños el uno para el otro.

– Yo también hablo en serio -dijo ella en tono sereno. Y después, al ver que él no decía nada, preguntó-: ¿Por qué no volviste antes? Ya sé que tenías obligaciones con la prensa, pero estamos a jueves. ¿Acaso esto no era suficientemente importante?

Julian la miró, sorprendido.

– ¿Cómo puedes pensar eso, Rook? Necesito algo de tiempo para pensar. Todo está pasando tan rápido… Es como si los acontecimientos se desarrollaran por sí solos.

La tetera empezó a silbar. Sin necesidad de preguntarle, Brooke sabía que Julian no querría la infusión de limón y jengibre que se estaba preparando para ella, pero que probablemente bebería un té verde, si se lo preparaba. Cuando él se lo aceptó agradecido y bebió un sorbo, ella sintió un pequeño pinchazo de satisfacción.

Julian retorció las manos alrededor de la taza.

– Mira, ni siquiera puedo decirte con palabras cuánto lo lamento. Cuando pienso cómo te habrás sentido cuando viste…

– ¡Las fotos no son el problema! -exclamó ella, con más fuerza de lo que habría querido. Hizo una breve pausa-. Sí, fue espantoso verlas. Fue horrible y perturbador, de eso no hay duda. Pero lo que de verdad me preocupa es la razón de que esas fotos existan.

Al ver que él no reaccionaba, Brooke preguntó:

– ¿Qué demonios pasó aquella noche?

– Rook, ya te lo he dicho. Fue un error estúpido; pasó aquella vez y nada más, y te juro que no me acosté con ella. Ni con nadie -se apresuró a añadir.

– Entonces, ¿qué hiciste, si no te acostaste con ella?

– No lo sé… Al principio, éramos un grupo grande de gente para cenar. Después se fueron algunos; al rato se marcharon algunos más, y supongo que a última hora de la noche, ella y yo éramos los únicos que quedábamos en la mesa.

El sólo hecho de oír a Julian decir «ella y yo», refiriéndose a otra mujer, hizo que a Brooke se le revolviera el estómago.

– Ni siquiera sé quién es, ni dónde vive…

– De eso no te preocupes -replicó Brooke en tono sarcástico-. Todo el país se ha ofrecido para averiguarlo por ti. Se llama Janelle Moser, tiene veinticuatro años y vive en un pueblo de Michigan. Había ido a Los Ángeles para asistir a la despedida de soltera de una amiga. ¿Cómo terminó en el Chateau? Misterio…

– Yo no…

– Y en caso de que estés interesado (aunque supongo que de eso podrás hablar con más autoridad que los reporteros de Last Night), las tetas no son operadas.

Julian dejó escapar un prolongado suspiro.

– Bebí demasiado y ella se ofreció para acompañarme hasta mi habitación.

Se interrumpió y se pasó los dedos por el pelo.

– ¿Y entonces?

– Empezamos a besarnos y ella se quitó la ropa. Simplemente, se desnudó, sin más vueltas, y fue entonces cuando volví a la realidad. Le dije que se vistiera y ella se vistió, pero se puso a llorar, diciendo que estaba avergonzada. Intenté calmarla y bebimos algo del minibar, aunque no sé muy bien qué. Lo siguiente que recuerdo es que me desperté completamente vestido y que ella se había ido.

– ¿Se había ido? ¿Y tú simplemente te quedaste dormido?

– Desapareció, sin dejar una nota ni nada. Y hasta que me lo has dicho, ni siquiera recordaba su nombre.

– ¿Te das cuenta de que es muy difícil de creer?

– Ella se desvistió, pero yo no. No sé de qué otro modo decírtelo, Brooke, ni cómo hacer para convencerte. Te juro por tu vida y por la mía, y por las vidas de todas las personas que queremos, que lo que te he contado es exactamente lo que pasó.

– ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué la invitaste a tu habitación y la besaste? -preguntó ella, incapaz de mirarlo a los ojos-. ¿Por qué a ella?

– No lo sé, Brooke. Como te he dicho antes, había bebido demasiado, no sabía muy bien lo que hacía y me sentía solo. -Se interrumpió y se frotó las sienes-. Ha sido un año difícil: siempre ocupado, siempre de viaje, sin tiempo para estar contigo… Ya sé que no es una excusa, Brooke, y sé que la he fastidiado (créeme que lo sé), pero te aseguro que nunca he lamentado nada tanto como lo de aquella noche.

Ella se deslizó las manos bajo los muslos para impedir que le temblaran.

– ¿Qué hacemos ahora, Julian? No sólo esto, sino todo lo demás: lo de no vernos nunca, lo de estar viviendo cada uno por su lado… ¿Cómo vamos a superarlo?

Él se le acercó en el sofá e intentó rodearla con los brazos, pero la postura de Brooke se volvió más rígida.

– Supongo que ha sido difícil para mí ver lo mucho que has padecido, sobre todo porque pensaba que esto era algo que queríamos los dos -dijo él.

– Puede que lo quisiéramos los dos, y créeme si te digo que me alegro sinceramente por ti, pero el éxito no es mío. No es mi vida, ni tampoco es nuestra vida. Es sólo tu vida.

Él abrió la boca para decir algo, pero ella levantó una mano.

– No tenía idea de cómo iba a ser. No podía prever nada de esto, cuando tú pasabas los días en el estudio, grabando tu álbum. Era una probabilidad en un trillón, por muy bueno, talentoso y afortunado que fueras. ¡Pero ha sucedido! ¡Te ha pasado a ti!

– Nunca había imaginado que iba a ser así, ni siquiera en mis fantasías más extravagantes o en mis pesadillas -dijo él.

Ella hizo una inspiración profunda y se obligó a decir lo que llevaba tres días pensando.

– No sé si puedo con esto.

Hubo un largo silencio después de sus palabras.

– ¿Qué estás diciendo? -dijo Julian después de lo que pareció una eternidad-. Brooke, ¿qué estás diciendo?

Ella empezó a llorar. No eran sollozos histéricos y entrecortados, sino un llanto tranquilo y silencioso.

– No sé si soy capaz de vivir así. No sé dónde está mi sitio en todo esto, ni si quiero tenerlo. Ya era bastante difícil antes, sin que pasara nada como esto… Y ahora sé que seguirá pasando una y otra vez.

– Eres el amor de mi vida, Brooke. Eres mi mejor amiga. No tienes que encontrar ningún sitio. Todo el sitio es tuyo.

– No. -Brooke se enjugó las lágrimas de las mejillas con el dorso de la mano-. No hay vuelta atrás.

Él parecía extenuado.

– No siempre será así.

– ¡Claro que sí, Julian! ¿Cuándo cambiará? ¿Con el segundo álbum? ¿Con el tercero? ¿Y cuando te envíen de gira por todo el mundo? Estarás fuera durante meses. ¿Qué vamos a hacer entonces?

Al oír aquello, la expresión de Julian cambió, como si de pronto lo hubiera entendido. Parecía a punto de ponerse a llorar también.

– Es una situación imposible. -Brooke sonrió un poco y se secó una lágrima-. La gente como tú no se casa con gente como yo.

– ¿Qué quieres decir con eso? -preguntó él, con expresión de absoluta desolación.

– Ya sabes lo que quiero decir, Julian. Tú eres muy famoso y yo soy una persona corriente.

Se quedaron mirándose sin decir nada durante diez segundos, que en seguida se convirtieron en treinta segundos y en un minuto completo. No había nada más que decir.


Cuando oyó que llamaban a la puerta a las diez de la mañana de un sábado, una semana y media más tarde, Brooke supuso que sería el conserje, que por fin acudiría a desatascar el desagüe de la ducha. Se miró los pantalones manchados, que eran los del chándal de Cornell, y la camiseta con agujeros, y decidió que el señor Finley tendría que aguantarse. Incluso compuso una sonrisa superficial antes de abrir la puerta.

– ¡Cielo santo! -exclamó Nola horrorizada, mientras miraba a Brooke de arriba abajo. Olfateó hacia el apartamento e hizo una mueca-. Creo que voy a vomitar.

Como siempre, Nola estaba fabulosa, con botas de tacón, vaqueros oscuros ceñidos, jersey de cachemira de cuello alto y uno de esos plumíferos caros, que de alguna manera hacían que pareciera delgada y llena de estilo, en lugar de dar la impresión de que se había envuelto en un saco de dormir de alta montaña. Tenía las mejillas brillantes por el frío de la calle, y el ondulado pelo rubio, agitado por el viento, resultaba tremendamente sexy.

– Uf. ¿De verdad tienes que presentarte aquí con ese aspecto tan impresionante? -le preguntó Brooke, inspeccionándola a su vez de la cabeza a los pies-. A propósito, ¿cómo has entrado?

Nola la apartó para entrar al apartamento, dejó caer el abrigo y se sentó en el sofá del cuarto de estar. Después, hizo una mueca de disgusto, mientras empujaba con los dedos un cuenco de cereales que llevaba varios días en la mesa.

– Todavía tengo la llave, de cuando venía a cuidar a Walter. ¡Dios, esto está todavía peor de lo que imaginaba!

– Por favor, Nola, no me lo digas. -Brooke se sirvió un vaso de zumo de naranja y se lo bebió de un trago, sin ofrecerle nada a su amiga-. Quizá sería mejor que te fueras.

Nola resopló.

– Créeme que me gustaría, pero no puedo. Tú y yo vamos a salir hoy de aquí, y vamos a salir juntas.

– Ni lo sueñes. De aquí no me muevo.

Brooke se recogió el pelo grasiento en una coleta y se sentó en el sillón pequeño frente al sofá, el mismo sillón que Julian y ella habían comprado en una tienda de segunda mano en el Lower East Side, porque Julian había dicho que el terciopelo color arándano del tapizado le recordaba al pelo de Brooke.

– Claro que te vas a mover. No me había dado cuenta de que las cosas estaban tan mal. Mira, ahora tengo que salir corriendo a la oficina y cumplir con mis obligaciones -dijo, echando un vistazo al reloj-, pero volveré a las tres y saldremos a comer.

Brooke abrió la boca para protestar, pero Nola se lo impidió:

– Primero, limpia un poco este basurero. Después, arréglate tú. Pareces acabada de salir de un casting para el personaje de amante abandonada y desdichada.

– Gracias.

Nola recogió con las uñas un envase vacío de Häagen-Dazs y se lo pasó a Brooke, con una mirada severa.

– Pon un poco de orden y arréglate, ¿de acuerdo? Nos vemos dentro de unas horas. Ni se te ocurra pensar en desobedecerme, porque ya no serás mi amiga.

– Nola…

Su voz sonó como un gemido derrotado.

Nola ya estaba en la puerta del apartamento.

– Volveré. Y me llevo la llave, así que no creas que puedes huir o esconderte.

Y diciendo esto, se marchó.

Después de enterarse de sus vacaciones forzosas en Huntley y de sobrevivir a aquella espantosa conversación con Julian, Brooke se había metido en la cama y prácticamente no se había levantado en una semana Hizo todo lo habitual en un caso semejante: leyó los números atrasados de Cosmopolitan, comió litros de helado, bebió cada noche una botella de vino blanco y vio en el portátil las tres primeras temporadas de Sin cita previa, una y otra vez, en un bucle infinito. Y por alguna extraña razón, casi lo disfrutó. No había descansado ni holgazaneado tanto desde que contrajo la mononucleosis en su primer semestre en Cornell y tuvo que pasar en cama las cinco semanas completas de las vacaciones de Navidad. Pero Nola tenía razón, y además, empezaba a sentirse disgustada consigo misma. Era hora de levantarse.

Se resistió al impulso de meterse otra vez bajo las mantas, y en lugar de eso, se puso las zapatillas deportivas y los leotardos de lana para correr en invierno, y corrió cinco kilómetros a orillas del Hudson. Hacía un tiempo increíblemente templado para ser la primera semana de febrero y toda la nieve gris de la tormenta de la semana anterior se había fundido. Revigorizada y orgullosa por haber tenido la motivación de salir a correr, Brooke se dio una larga ducha caliente. Después, se recompensó con veinte minutos vagueando bajo las mantas, dejando que el pelo se le secara solo, mientras leía un par de capítulos del libro que tenía empezado. Finalmente, se levantó y se preparó un refrigerio sano: un cuenco de fruta cortada en rodajas, un cuarto de taza de queso fresco y una magdalena de trigo integral. Sólo entonces se sintió con fuerzas para atacar el apartamento.

La limpieza general le llevó tres horas e hizo más por su estado mental de lo que habría podido imaginar. Por primera vez en meses, quitó el polvo, pasó la aspiradora, fregó el suelo y limpió la cocina y los baños. Arregló toda su ropa en los armarios (pero no prestó atención a la de Julian), separó las prendas que ya no usaba o estaban demasiado viejas, organizó el armario de los abrigos del vestíbulo, ordenó los cajones del escritorio del cuarto de estar y, por último, después de lo que parecían años de aplazamientos, cambió el cartucho de tinta de la impresora, llamó a Verizon para reclamar un error en la factura y se prometió pedir hora para su revisión ginecológica anual, cita con el dentista para ella y para Julian (por mucho daño que le hubiera hecho, no le deseaba que tuviera caries) y cita con el veterinario, para comprobar que Walter Alter tuviera la vacunación al día.

Sintiéndose una diosa de la eficiencia y la organización, abrió la puerta cuando oyó que llamaban, exactamente a las tres, y recibió a Nola con una gran sonrisa.

– ¡Vaya, ya pareces humana otra vez! ¿Te has pintado los labios?

Brooke asintió, complacida con la reacción de su amiga. Se quedó mirando, mientras Nola inspeccionaba el apartamento.

– ¡Impresionante! -Silbó-. Tengo que confesarte que no tenía muchas esperanzas, pero me alegro de comprobar que estaba equivocada. -Descolgó un abrigo marinero del armario del vestíbulo y se lo dio a Brooke-. Ven, voy a mostrarte cómo es el mundo exterior.

Brooke siguió a su amiga hasta la calle y se montó con ella en un taxi, para ir a Cookshop, uno de los restaurantes que más le gustaban de West Chelsea. Nola pidió café y Bloody Marys para las dos, e insistió en que Brooke tomara tres sorbos de cada bebida, antes de decir una sola palabra.

– Muy bien -dijo en tono tranquilizador, mientras Brooke la obedecía-. ¿No te sientes mejor?

– Sí -respondió Brooke, que de pronto sintió muchas ganas de llorar.

Llevaba toda la semana llorando de forma intermitente y cualquier cosa, o nada en absoluto, podía hacerla volver a empezar. El detonante, en aquel momento, fue la imagen de una pareja más o menos de su edad, que compartía un plato de torrijas. Se estaban peleando en broma por cada trocito y cada uno fingía querer apoderarse de cada bocado antes de que el otro lo pinchara con el tenedor. De repente, se echaron a reír e intercambiaron una de esas miradas que parecen decir: «No hay en el mundo nadie más que nosotros dos», la misma mirada que Julian estaría dedicando a desconocidas en habitaciones de hotel.

Entonces, volvió a aparecer. Vio otra vez mentalmente a Julian y a Janelle, abrazados, desnudos y besándose apasionadamente. Imaginó a Julian chupando con suavidad el labio inferior de aquella chica, exactamente del mismo modo que…

– ¿Estás bien? -preguntó Nola, mientras alargaba el brazo sobre la mesa para poner su mano sobre la de Brooke.

Ella intentó contener las lágrimas, pero no pudo. Casi al instante, unas gotas gruesas y calientes empezaron a correrle por las mejillas, y aunque no se puso a sollozar, ni a sacudir los hombros, ni a aspirar el aire entrecortadamente, sintió como si nunca fuera a ser capaz de parar.

– Lo siento -dijo, sintiéndose muy desdichada, mientras intentaba secarse las lágrimas con la punta de la servilleta.

Nola le acercó el Bloody Mary.

– Bebe otro traguito. Muy bien. Es normal que te pongas así. Llora si tienes que llorar.

– Lo siento, ¡es tan humillante! -susurró Brooke.

Miró a su alrededor y se sintió aliviada al ver que nadie parecía fijarse en ella.

– Es normal que estés alterada -dijo Nola, en el tono más suave que Brooke podía recordar-. ¿Has hablado con él últimamente?

Brooke se sonó la nariz tan delicadamente como pudo, pero sintiéndose culpable por hacerlo con la servilleta de tela del restaurante.

– Hablamos anteayer por la noche. Estaba en Orlando, trabajando en algo para Disney World, creo, y pronto se irá a Inglaterra para estar allí una semana. Me dijo algo sobre una actuación contratada y un gran festival de música, pero no estoy segura.

Nola endureció el gesto.

– Fui yo la que dijo que necesitábamos tiempo, Nol -prosiguió Brooke-. Yo le pedí que se fuera aquella noche y le dije que necesitábamos espacio para aclararnos las ideas. Se fue sólo porque yo le insistí -dijo, sin saber muy bien por qué seguía defendiendo a Julian.

– Entonces ¿cuándo volverás a verlo? ¿Se dignará a volver a casa cuando regrese de Inglaterra?

Brooke no hizo caso del tono de su amiga.

– Volverá a Nueva York después del viaje a Inglaterra, sí, pero no vendrá a casa. Le dije que tenía que encontrar otro sitio, hasta que sepamos qué está pasando con nosotros.

El camarero se acercó a tomarles el pedido y afortunadamente no les prestó más que una fugaz atención. Cuando se fue, Nola dijo:

– ¿De qué habéis hablado? ¿Habéis hecho algún progreso?

Brooke se metió un terrón de azúcar en la boca y paladeó la sensación de que se le deshiciera en la lengua.

– ¿Que si hemos hecho algún progreso? No, diría que no. Discutimos por la boda de Trent.

– ¿Por qué?

– Julian dice que deberíamos cambiar de planes y no ir, por respeto a Trent y a Fern. Cree que «secuestraríamos» su gran día con todo nuestro drama. En realidad, me parece que no quiere ver a su familia, ni a todas las personas de su infancia, lo que en principio es comprensible, pero creo que tiene que superarlo. Después de todo, es la boda de su primo hermano.

– ¿En qué habéis quedado entonces?

Brooke suspiró.

– Sé que llamó a Trent y habló de ello, pero no sé cómo han quedado. Supongo que no irá.

– Bueno, al menos eso es bueno para ti. Imagino que es lo último que querrías hacer en este momento.

– No, pero yo voy. Iré sola, si hace falta.

– ¡Pero, Brooke, eso es ridículo! ¿Para qué obligarte a pasar por todo eso?

– Porque es lo correcto y porque no me parece bien rechazar la invitación a la boda de alguien de la familia, con una sola semana de antelación y sin ninguna razón concreta. Julian y yo ni siquiera nos habríamos conocido de no haber sido por Trent, así que tengo que armarme de valor y asistir a su boda.

Nola echó un poco de leche en su segunda taza de café.

– No sé si eres valiente y admirable, o simplemente estúpida. Me temo que todo eso a la vez.

El impulso de llorar asaltó de nuevo a Brooke, provocado esta vez por la idea de ir sola a la boda de Trent, pero intentó no pensar en eso.

– ¿Por qué no hablamos de otra cosa? De ti, por ejemplo. No me vendría mal distraerme un poco.

– Hum, veamos… -sonrió Nola.

Era evidente que había estado esperando una oportunidad para contar algo.

– ¿Qué? -preguntó Brooke-. ¿O debería decir «quién»?

– La semana que viene me voy a Turks y Caicos, a pasar un fin de semana largo.

– ¿Turks y Caicos? ¿Desde cuándo? ¡No me digas que te envían por trabajo! ¡Dios, cómo me he equivocado de carrera!

– No, por trabajo no. Por placer. Placer sexual, para ser exactos. Voy con Andrew.

– Ah, ahora lo llamas Andrew. ¡Qué madurez! ¿Significa eso que vais en serio?

– No, lo confundes con Drew. Con ése he terminado. Andrew es el tipo del taxi.

– Me estás tomando el pelo.

– ¡No, te lo digo en serio!

– ¿Estás saliendo con el tipo que te llevaste a la cama después de conocerlo por casualidad en un taxi?

– ¿Qué tiene de raro?

– De raro, nada. ¡Pero es increíble! Eres la única mujer del planeta capaz de conseguirlo. ¡Esos tipos nunca llaman al día siguiente!

Nola compuso una sonrisa maliciosa.

– Le di buenas razones para llamar al día siguiente, y al otro, y al otro también.

– Te gusta, ¿no? ¡Cielo santo, sí! ¡Te gusta! ¡Te has puesto colorada! ¡No puedo creer que te ruborices por un chico! ¡Ay, que se me desboca el corazón!

– Sí, sí, de acuerdo, me gusta. Me encanta, estoy colada por él, de momento. Y me encanta la idea de ir a Turks y Caicos.

Volvió a interrumpirlas el camarero, esta vez para servirles las ensaladas chinas de pollo picado. Nola atacó la suya con voracidad, pero Brooke no hizo más que mover la ensalada por el plato.

– Bueno, dime cómo fue. ¿Estabais una noche en la cama y de pronto él te dijo: «Huyamos juntos»?

– Más o menos. En realidad, tiene casa propia en las islas, en el Aman Resort. Suele llevar a su hijo a menudo.

– ¡Nola! ¡Eres una perra! ¡No me habías contado nada!

Nola fingió inocencia.

– ¿Nada de qué?

– ¡De que tienes un novio con casa propia en las islas y un hijo!

– No sé si yo lo llamaría «novio».

– ¡Nola!

– Mira, todo está siendo divertido y muy tranquilo. Intento no pensar demasiado en ello. Además, a ti te han pasado tantas cosas últimamente…

– ¡Empieza a contar!

– De acuerdo, se llama Andrew, pero eso ya lo sabes. Tiene el pelo castaño, es un tenista excelente y su plato favorito es el guacamole.

– Te doy diez segundos.

Nola aplaudió brevemente y dio un saltito en el asiento.

– ¡Me divierto demasiado torturándote!

– Nueve, ocho, siet…

– ¡De acuerdo! Mide en torno al metro ochenta, quizá un poco más en un buen día, y tiene marcada la chocolatina del vientre, lo que me resulta más amenazador que atractivo. Sospecho que se hace todos los trajes y camisas a medida, pero no tengo confirmación al respecto. Pertenecía al equipo de golf de la universidad y pasó un par de años haciendo el vago en México y dando clases de golf, hasta que al final fundó una empresa de Internet, la sacó a Bolsa y se retiró a los veintinueve años, aunque parece ser que ahora tiene mucho trabajo de consultor, aunque no sé exactamente qué significa eso. Vive en una casa antigua del Upper East Side, para estar cerca de su hijo, que tiene seis años y vive con su ex mujer. Tiene un apartamento en Londres y una casa en Turks y Caicos. Y es total y absolutamente inagotable en la cama.

Brooke se llevó la mano al corazón y fingió desmayarse.

– Estás mintiendo -gimió.

– ¿Sobre qué parte?

– Sobre todo.

– No -insistió Nola, con una sonrisa-. Todo es cierto.

– Me gustaría alegrarme por ti, de verdad, pero no consigo olvidar mi amargura.

– No te alegres demasiado. Tiene cuarenta y un años, está divorciado y es padre de un niño. No es exactamente un cuento de hadas, pero diría que es un tipo bastante decente.

– ¡Por favor! A menos que te pegue a ti o al crío, es perfecto. ¿Se lo has dicho ya a tu madre? Ten cuidado, porque podría morirse de la impresión.

– ¿Estás de broma? Parece que la oigo: «¿Qué te había dicho, Nola? Cuesta lo mismo enamorarse de un hombre rico que de un hombre pobre.» ¡Uf! Me deprimo con sólo pensar lo feliz que la haría.

– Bueno, por si te interesa, opino que serías una madrastra estupenda. Creo que tienes un talento natural para los niños.

– Ni siquiera me molestaré en comentar eso que acabas de decir -replicó Nola, levantando la vista al cielo.

Cuando terminaron, empezaba a anochecer, pero cuando Nola salió a llamar un taxi, Brooke le dio un abrazo y le dijo que prefería volver a casa andando.

– ¿De verdad? ¿Con este ambiente? ¿Ni siquiera vas a volver en metro?

– No, me apetece caminar. -Le cogió la mano a Nola-. Gracias por sacarme de casa. Realmente necesitaba que me dieran una patadita en el culo y me alegro de que me la hayas dado tú. Prometo volver al mundo de los vivos. ¡Y no sabes lo que me alegro por ti y tu amante del taxi!

Nola le dio un beso en la mejilla y se metió en su taxi.

– ¡Te llamo luego! -exclamó, mientras el vehículo se alejaba, y una vez más, Brooke se quedó sola.

Subió por la Décima Avenida, se detuvo un minuto para ver jugar a los perros en el pequeño parque vallado de la calle Veintitrés y después pasó a la Novena, por donde retrocedió un par de manzanas, para comer uno de los famosos cupcakes Red Velvet de Billy's y beber otro café, antes de seguir hacia el norte. Había empezado a llover, y cuando llegó a casa, tenía el abrigo marinero empapado y las botas enfangadas con el barro sucio propio de la ciudad, de modo que se desnudó en el vestíbulo y se envolvió en la manta morada de cachemira que su madre le había tejido varios años antes. Eran las seis de la tarde de un domingo y no tenía nada que hacer por el resto de la noche, y lo que era más extraño aún, tampoco tenía que ir a ningún sitio al día siguiente por la mañana. Estaba sola, sin trabajo y libre.

Con Walter hecho una bola y apretado contra uno de sus muslos, Brooke sacó el ordenador y repasó el correo electrónico. No había nada interesante, excepto un mensaje de una tal Amber Bailey, cuyo nombre le resultó familiar. Lo abrió y lo empezó a leer.


Querida Brooke:

¿Cómo estás? Creo que mi amiga Heather te avisó de que te iba a escribir, ¡o al menos espero que lo haya hecho! Ya que es muy precipitado y que quizá sea lo último que te apetecería hacer ahora mismo, pero mañana por la noche vamos a reunimos varias amigas para cenar. Te lo explicaré con más detalles si estás interesada, pero básicamente se trata de un grupo de mujeres fantásticas que conozco, todas las cuales han tenido… digamos la «experiencia» de haber estado casadas o haber salido con un hombre muy famoso. No es nada formal. Nos reunimos una vez cada dos meses, más o menos, ¡y bebemos bastante! ¿Querrás venir? Nos vemos a las ocho y la dirección es 128 West 12th Street. ¡Por favor, ven! ¡Ya verás qué bien lo pasamos!

Besos y abrazos,

Amber Bailey


Aparte del uso excesivamente entusiasta de los signos de exclamación, Brooke encontró el mensaje perfectamente amable y simpático. Lo leyó una vez más y, sin pensárselo dos veces ni permitirse enumerar los cientos de razones por los que no debía ir, pulsó el botón de respuesta y escribió:


Querida Amber:

Gracias por la invitación. Me parece que es justo lo que me ha recetado el médico. Nos vemos mañana.

Saludos,

Brooke


– Puede que sea un desastre, Walter, pero no tengo nada mejor que hacer -dijo, mientras cerraba de un golpe el portátil y se subía el perrito a las rodillas. El spaniel la miró jadeando, con la larga lengua rosada colgando a un lado de la boca.

Sin previo aviso, se inclinó hacia adelante y le lamió la nariz.

– Gracias, compañerito -le dijo, devolviéndole el beso-. Yo también te quiero.

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