Brooke entró en Lucky's Nail Design, el salón de manicura de la Novena Avenida, y encontró a su madre sentada y leyendo un ejemplar de Last Night. Como Julian pasaba tanto tiempo fuera, su madre se había ofrecido para ir a la ciudad, llevarla a hacerse las manos y la pedicura después del trabajo, cenar sushi y pasar la noche con ella, antes de volver a Filadelfia por la mañana.
– Hola -dijo Brooke, inclinándose para darle un beso-. Perdona el retraso. Hoy el metro iba terriblemente lento.
– No te preocupes, cielo. Ya ves que entré, me senté y he estado poniéndome al día de cotilleos. -Le enseñó el ejemplar de Last Night-. No dice nada de Julian ni de ti, así que no te preocupes.
– Gracias, pero ya lo he leído -dijo, mientras hundía los pies en el agua tibia y jabonosa-. Lo recibo por correo un día antes de que llegue a los quioscos. Creo que ya soy oficialmente una autoridad en la materia.
La madre de Brooke se echó a reír.
– Si eres tan experta, quizá me puedas explicar quiénes son todos estos famosillos de los programas de telerrealidad. Me cuesta mucho recordar cuál es cuál.
La señora Greene suspiró y pasó la hoja, dejando al descubierto una doble página con los actores adolescentes de la última película de vampiros.
– Echo de menos los viejos tiempos, cuando podías confiar en que Paris Hilton enseñara las bragas y en que George Clooney volviera a escaparse con otra camarera. Me siento traicionada por una pandilla de niñatos.
Sonó el teléfono de Brooke. Por un momento pensó en dejar que saltara el buzón de voz, pero ante la remota posibilidad de que fuera Julian, lo sacó del fondo del bolso.
– ¡Hola! Esperaba que fueras tú. ¿Qué hora es por allí? -dijo, consultando su reloj-. ¿Por qué me llamas a esta hora? ¿No deberías estar preparándote para esta noche?
Aunque era la quinta o la sexta vez que Julian viajaba solo a Los Ángeles desde la fiesta de «Friday Night Lights», a Brooke todavía le costaba acostumbrarse a la diferencia horaria. Cuando Julian se levantaba en la costa Oeste, ella estaba terminando de comer y estaba a punto de volver a trabajar para el resto del día. Si ella lo llamaba en cuanto llegaba a casa por la tarde, por lo general lo encontraba en medio de una reunión, y si volvía a intentarlo antes de irse a la cama, él había salido a cenar y sólo le susurraba un «buenas noches» sobre un fondo de risas y el tintineo de copas. Eran sólo tres horas de diferencia, pero para dos personas que trabajaban con horarios tan contrapuestos, era casi lo mismo que tratar de comunicarse a través de la línea internacional del cambio de fecha. Brooke intentaba ser paciente, pero la semana anterior habían pasado tres noches sin intercambiar nada más que unos pocos mensajes de texto y un apresurado «te llamo luego».
– Brooke, esto es una locura. Aquí están pasando todo tipo de cosas.
Parecía sobreexcitado, como si llevara varios días sin dormir.
– Cosas buenas, espero…
– ¡Más que buenas! Habría querido llamarte anoche, pero cuando volví al hotel ya eran las cuatro de la mañana de tu franja horaria.
La esteticista terminó de cortarle las cutículas y se apoyó el pie derecho de Brooke sobre el regazo. Echó un chorrito de jabón verde brillante sobre una piedra pómez y se puso a restregar la parte más sensible del pie. Brooke soltó un chillido.
– ¡Ay! Bueno, no me vendría mal una buena noticia. ¿De qué se trata?
– Ya es oficial: me voy de gira.
– ¿Qué? ¡No! Creí que habías dicho que las probabilidades de que te fueras de gira antes de que saliera el álbum eran prácticamente inexistentes. ¿No habías dicho que las discográficas ya no las patrocinan?
Se produjo un momento de silencio y Julian pareció irritado cuando finalmente respondió.
– Ya sé que lo dije, pero esto es diferente. Voy a enlazar con Maroon 5 en mitad de su gira. El cantante del grupo telonero sufrió una especie de colapso nervioso, y entonces Leo se puso en contacto con gente que conoce en Live Nation, y ¡adivina a quién han contratado en su lugar! Supuestamente, hay una probabilidad de que seamos los segundos teloneros, si por fin la otra banda se va de gira por su cuenta; pero aunque eso no saliera, ¿te imaginas la repercusión?
– ¡Oh, Julian! ¡Enhorabuena!
Brooke intentó calibrar su propia voz, para asegurarse de que su tono fuera de entusiasmo y no de desolación. Por la cara con que la estaba mirando su madre, no era fácil saber si lo había conseguido.
– ¡Sí! ¡Todo esto es una locura! Vamos a pasar el resto de la semana ensayando y después nos pondremos en marcha. El álbum saldrá en las primeras semanas de la gira, ¡en el mejor momento! ¿Y sabes una cosa, Rook? Están hablando de dinero, ¡de mucho dinero!
– ¿Ah, sí? -dijo ella.
– ¡Muchísimo! Un porcentaje sobre la venta de entradas, que incluso podría ser más alto si llegamos a ser segundos teloneros. Teniendo en cuenta que Maroon 5 está llenando sitios como el Madison Square Garden… ¡es una cantidad enorme de dinero! Y me siento un poco raro. -Bajó la voz-. La gente me mira todo el tiempo, me reconoce…
La esteticista extendió crema tibia y empezó a masajearle a Brooke las pantorrillas. En ese momento, Brooke sólo habría deseado presionar la tecla que cerraba la comunicación, reclinarse en el sillón y disfrutar del masaje en las piernas. No sentía más que angustia. Sabía que habría debido preguntar por los fans y la prensa, pero lo único que consiguió decir fue:
– Entonces ¿empezáis a ensayar esta semana? ¿Eso significa que no volverás hoy, en el último vuelo de la noche? Creía que iba a verte mañana por la mañana, antes de irme a trabajar.
– Brooke…
– ¿Qué?
– Por favor, no lo hagas.
– ¿Que no haga qué? ¿Que no te pregunte cuándo vuelves a casa?
– Por favor, no me estropees este momento. Estoy loco de felicidad; esto es probablemente lo más grande que me ha pasado, después del contrato del año pasado para grabar el álbum. Puede que incluso sea más grande. ¿De verdad son tan importantes seis o siete días, en el panorama general de toda mi carrera?
Seis o siete días para volver a casa, quizá no. Pero ¿y si se iba de gira? La sola idea le producía pánico a Brooke. ¿Cómo se las iban a arreglar? ¿Podrían? Pero en ese mismo instante, recordó una noche en Sheepshead Bay, varios años antes, cuando sólo se presentaron cuatro personas y Julian apenas podía contener las lágrimas. Recordó todas las horas que habían pasado sin verse por culpa de sus agitadas jornadas de trabajo, y lo mucho que se habían preocupado por la falta de dinero y de tiempo, y por las incertidumbres que volvían a aflorar cada vez que uno de los dos se sentía particularmente negativo. Todos los sacrificios habían sido para eso, para llegar a aquel momento.
El antiguo Julian habría preguntado por Kaylie. Cuando el mes anterior ella le había hablado de la llamada histérica de la niña y le había contado que había estado investigando alternativas sanas a la comida rápida para enviárselas por mail a su joven paciente, Julian la había abrazado y le había dicho que se sentía orgulloso de ella. La semana anterior, Brooke le había enviado un mensaje a Kaylie para ver cómo iba todo, y se había preocupado al no recibir respuesta. Insistió al día siguiente y, un día después, recibió un mensaje de Kaylie, donde la niña le contaba que había empezado una especie de dieta de limpieza que había encontrado en una revista y que estaba segura de haber dado por fin con la solución que andaba buscando. Brooke estuvo a punto de atravesar la pantalla del ordenador.
¡Esas malditas dietas de limpieza! Ya eran un riesgo para la salud de la población adulta, pero para las adolescentes, que aún estaban creciendo y que se dejaban convencer por los testimonios de personajes famosos y las promesas de resultados rápidos y milagrosos, eran un completo desastre. Brooke había llamado de inmediato a Kaylie para leerle la cartilla (se sabía de memoria la parrafada, porque las limpiezas, los ayunos y las dietas líquidas eran métodos muy extendidos en Huntley), y se había sentido aliviada al descubrir que, a diferencia de la mayoría de sus compañeras de colegio, Kaylie parecía dispuesta a escuchar lo que tenía que decirle. Se prometió llamarla una vez por semana durante el verano, y confiaba en poder ayudarla de verdad, si volvía a tener sesiones regulares con ella cuando empezaran otra vez las clases.
Pero Julian no le preguntó por Kaylie, ni por su trabajo en el hospital, ni por Randy y ni siquiera por Walter, y Brooke se contuvo para no decir nada. Decidió no recordarle a Julian que no había dormido más que unas pocas noches en casa en las últimas semanas, y que aun entonces había pasado casi todo el día al teléfono o en el estudio, en conversaciones aparentemente interminables con Leo o Samara. Y, lo más difícil de todo, se obligó a no preguntarle por las fechas de la gira, ni por el tiempo que pensaba pasar fuera.
Casi sofocada por el esfuerzo de no mencionar nada de aquello, dijo simplemente:
– No, Julian, lo único que importa es que todo esto salga bien. Es una noticia fantástica.
– Gracias, nena. Te llamaré más tarde, cuando sepa más detalles, ¿de acuerdo? Te quiero, Rookie -dijo, con más ternura de la que le había oído en los últimos tiempos.
Julian había empezado a llamarla Rook al principio de su relación y, con el tiempo, Rook se había convertido en Rookie. Sus amigos y su familia también habían empezado a usar el apodo después de oírselo a Julian, y aunque a menudo ella fingía enfado o irritación, en el fondo sentía una gratitud inexplicable hacia Julian por haberle dado aquel nombre cariñoso. Trató de concentrarse en eso y no en el hecho de que él se había despedido sin preguntarle siquiera qué tal estaba.
La esteticista aplicó la primera capa de esmalte y a Brooke le pareció que el color era demasiado chillón. Pensó en decir algo, pero decidió que no merecía la pena. Su madre tenía las uñas de los pies pintadas de blanco rosado, un color que resultaba a la vez elegante y natural.
– Parece que Julian tenía buenas noticias, ¿no? -dijo la señora Greene, mientras se apoyaba la revista boca abajo sobre el regazo.
– ¡Y que lo digas! -respondió Brooke, confiando en que su voz sonara más entusiasta de lo que ella se sentía-. Sony lo manda de gira, como una especie de preparación antes de que salga el álbum. Van a ensayar en Los Ángeles esta semana y después harán de teloneros de Maroon 5, por lo que tendrán oportunidad de actuar delante del público antes de iniciar su propia gira. Es un gran voto de confianza por parte de la discográfica.
– Pero entonces pasará todavía menos tiempo en casa.
– Así es. Se quedará en Los Ángeles el resto de la semana para ensayar. Tal vez regrese a casa durante unos días y después volverá a marcharse.
– Y a ti ¿qué te parece?
– Es una de las mejores noticias que podían darnos.
La madre de Brooke sonrió, mientras metía los pies recién terminados en las chanclas de papel que proporcionaba el salón de belleza.
– No has contestado a mi pregunta.
El teléfono de Brooke sonó para señalar la recepción de un mensaje.
– ¡Salvada por la campana! -dijo ella con una sonrisa.
El mensaje era de Julian y decía: «Se me ha olvidado contarte que quieren que me compre ropa nueva. Dicen que mi look no funciona. ¡Pesadilla total!»
Brooke soltó una carcajada.
– ¿Qué dice? -preguntó su madre.
– Puede que haya justicia, después de todo. Supongo que la gente de publicidad, o de marketing, o alguien, ha dicho que el «look» de Julian no funciona. Quieren que se compre otra ropa.
– ¿Y qué ropa quieren que se ponga? No imagino a Julian con las chaquetas militares de Michael Jackson, ni con los pantalones de MC Hammer.
Parecía orgullosa de su dominio de la cultura pop.
– ¿Estás de broma? Hace cinco años que estoy casada con él y puedo contar con los dedos de la mano las veces que lo he visto con algo que no fueran unos vaqueros y una camiseta blanca. Se va a oponer con todas sus fuerzas. ¡Ya verás qué batalla!
– ¡Entonces ayudémoslo! -dijo su madre, mientras le entregaba la tarjeta de crédito a la mujer que le había presentado la factura. Brooke intentó sacar la cartera, pero su madre se lo impidió.
– Es absolutamente imposible que Julian acepte un nuevo «look», créeme. Moriría antes que ir de compras, y siente más apego por sus vaqueros y su camiseta blanca que algunos hombres por sus hijos. No sé si los de Sony saben dónde se meten, pero están locos si creen que van a convencerlo de que vista como Justin Timberlake.
– Brooke, cielo, esto puede ser divertido. Como Julian no va a comprarse nada por sí mismo, ¡vayamos nosotras de compras por él! -Brooke salió a la calle detrás de su madre y la siguió directamente a la escalera del metro-. Le compraremos lo que ya tiene, sólo que mucho mejor y más bonito. ¡Tengo una idea brillante!
Dos trenes y dos paradas más tarde, las dos mujeres salieron a la calle Cincuenta y Nueve y entraron en los almacenes Bloomingdale's por la planta sótano. La madre de Brooke abrió confiadamente la marcha hacia la sección de ropa de hombre.
Al poco tiempo, encontró un par de vaqueros clásicos, con corte para botas y desgastados, que no eran demasiado oscuros, ni demasiado claros, sino que estaban en su punto justo de apariencia usada y no tenían parches extraños, ni cremalleras, ni rotos, ni agujeros, ni bolsillos raros. Brooke tocó la tela, que le pareció asombrosamente ligera y suave, quizá incluso más que la de los adorados Levi's de Julian.
– ¡Vaya! -exclamó, mientras se los quitaba a su madre-. Creo que éstos le encantarían. ¿Cómo lo haces?
Su madre sonrió.
– No os vestía nada mal a vosotros, cuando erais pequeños, ¿no crees? Supongo que aún me acuerdo.
Sólo entonces, Brooke reparó en la etiqueta con el precio.
– ¿Doscientos cincuenta dólares? Los Levi's de Julian cuestan cuarenta. No puedo comprárselos.
Su madre se los arrebató de las manos.
– ¡Oh, sí, claro que puedes! ¡Puedes y se los comprarás! Vas a comprar éstos y otros dos o tres más que vamos a encontrar. Después, iremos a la sección de camisetas y le buscaremos las camisetas blancas de mejor calidad y mejor caída de toda la tienda. Probablemente costarán unos setenta dólares cada una, pero no hay ningún problema. Te ayudaré a cubrir los gastos.
Brooke se quedó mirando a su madre, sin salir de su asombro, pero la señora Greene se limitó a asentir.
– Esto es importante. Lo es por toda clase de razones, pero sobre todo porque me parece fundamental que en este momento estés tú ahí para ayudarlo y apoyarlo.
Un vendedor aburrido acabó por acercárseles. La madre de Brooke le hizo un gesto para que se marchara.
– ¿Estás sugiriendo que no lo ayudo lo suficiente? ¿Que no lo apoyo? ¿Te parece que trabajar en dos empleos durante cuatro años no es apoyarlo total y completamente? ¿Qué pueden importar unos cuantos pantalones?
Brooke se daba cuenta de que estaba subiendo el tono de voz y de que cada vez parecía más histérica, pero no podía evitarlo.
– Ven aquí -dijo su madre, tendiéndole los brazos-. Ven, para que te dé un abrazo.
Quizá por la expresión de simpatía de su madre o por la sensación poco habitual de sentirse abrazada, Brooke empezó a sollozar en el instante en que sintió el contacto de los brazos a su alrededor. No sabía muy bien por qué lloraba. Aparte del anuncio de Julian de que iba a tardar una semana más en volver a casa, no había nada verdaderamente trágico (de hecho, todo era fantástico); pero cuando empezó, no pudo parar. Su madre la estrechó con más fuerza y se puso a acariciarle el pelo, mientras le murmuraba naderías para tranquilizarla, como solía hacer cuando era pequeña.
– Están cambiado muchas cosas -dijo.
– Pero todas son buenas.
– Eso no quiere decir que no asusten. Brooke, cielo, ya sé que no hace falta que te lo diga, pero Julian está a punto de convertirse en un cantante famoso en todo el país. Cuando salga el álbum, vuestras vidas darán un giro de ciento ochenta grados. Todo lo que ha pasado hasta ahora no ha sido más que el prólogo.
– Es por lo que hemos estado luchando durante todos estos años.
– Claro que sí. -La señora Greene le dio primero unas palmaditas a Brooke en el brazo y después le apoyó una mano en la mejilla-. Pero eso no significa que no sea abrumador. Julian ya pasa mucho tiempo fuera de casa, vuestros horarios son un caos y han entrado muchas personas nuevas en escena, que intervienen, dan sus opiniones y se meten en vuestros asuntos. Y lo más probable es que todo vaya a más, tanto lo bueno como lo malo. Te lo digo, porque quiero que estés preparada.
Brooke sonrió y miró los vaqueros.
– ¿Crees que la manera de prepararme es comprarle vaqueros más caros que los míos? ¿De verdad lo crees?
Su madre siempre había estado más interesada en la ropa que ella, pero no gastaba el dinero tontamente o en exceso.
– Así es. Es exactamente lo que creo. Vas a vivir muchas cosas durante los próximos meses, sólo por el hecho de que él estará viajando y tú estarás aquí, trabajando. Es probable que él no tenga un gran control sobre su vida, ni tú tampoco. Será muy difícil. Pero te conozco, Rook, y también conozco a Julian. Vais a superar esto, y cuando todo se asiente y vuelva a ser más rutinario, estaréis mejor que nunca. Tendrás que perdonarme por meterme en tu matrimonio (un tema sobre el que no soy ninguna experta, como todo el mundo sabe), pero hasta que pase esta época de locos, harás bien en tratar de participar en todo lo que puedas y de todas las formas posibles. Ayúdalo a encontrar ideas para venderse mejor. Procura despertarte del todo cuando te llame en medio de la noche, por muy cansada que estés; te llamará más a menudo, si sabe que estás ansiosa por escucharlo. Cómprale ropa nueva y cara, cuando te diga que necesita renovar el vestuario y no sepa por dónde empezar. ¿Qué más da lo que cueste? Si ese álbum se vende la mitad de lo que todos están pronosticando, este pequeño despilfarro ni siquiera será un «bip» en la pantalla del radar.
– ¡Tenías que haberlo oído cuando me dijo lo mucho que piensa ganar con esta gira! Nunca he sido muy buena en matemáticas, pero creo que estaba hablando de cientos de miles de dólares.
Su madre sonrió.
– Los dos os lo merecéis, ¿lo sabes? Habéis trabajado mucho y durante mucho tiempo. Pasaréis por una época de derroche absurdo, durante la cual compraréis toda clase de lujos que ni siquiera sabíais que existían, y disfrutaréis a fondo de cada minuto. Yo, por mi parte, me ofrezco voluntaria para acompañarte a todas las expediciones para reventar dinero, en calidad de porteadora de las bolsas y de la tarjeta de crédito. Desde ahora hasta entonces, tendrás que aguantar muchas cosas, sin duda. Pero yo sé que tú puedes con eso y con mucho más.
Cuando finalmente salieron de la tienda, una hora y media más tarde, necesitaron las cuatro manos para llevar a casa toda la ropa nueva. Habían elegido juntas cuatro vaqueros clásicos y unos vaqueros negros desteñidos, además de un par de pantalones ceñidos de una pana suficientemente parecida al denim, según la señora Greene, para que Julian le diera su visto bueno. Habían pasado los dedos por varias pilas de camisetas blancas de marca, comparando la suavidad del punto de algodón de una con el algodón egipcio de otra, y debatiendo si una resultaba demasiado traslúcida y otra demasiado cuadrada, antes de seleccionar una docena, de diferentes estilos y géneros. Se separaron al llegar a la planta principal, y la madre de Brooke fue a comprarle a Julian varios productos faciales de Kiehl's, tras asegurarle a su hija que no conocía ningún hombre que no idolatrara su crema de afeitar y su loción para después del afeitado. Brooke tenía sus dudas de que Julian fuera a usar alguna vez algo diferente de la tradicional espuma Gilette en aerosol, que compraba por dos dólares en Duane Reade, pero agradecía el entusiasmo de su madre. Ella se dirigió a la sección de accesorios, donde eligió con mucho cuidado cinco gorros de lana (todos en colores apagados y uno de ellos con una sutil franja negra sobre el fondo negro), después de frotárselos por la mejilla, para asegurarse de que no picaran ni dieran calor.
El importe total de la jornada de compras alcanzó la astronómica cifra de 2.260 dólares, la suma más elevada que Brooke había cargado a su tarjeta de crédito en toda su vida, incluidas las compras de muebles. La sola idea del cheque que tendría que firmar cuando le llegara la factura de la tarjeta de crédito le cortaba la respiración, pero se obligó a permanecer concentrada en lo único importante: Julian estaba a punto de dar un gran paso adelante en su carrera y ella tenía que respaldarlo al cien por cien, por el bien de ambos. Además, se sentía muy satisfecha por haber permanecido fiel al estilo personal de su marido y haber respetado su estética de vaqueros clásicos, camiseta blanca y gorro de lana, sin intentar imponerle una nueva imagen. Aquella tarde fue una de las mejores que había tenido en mucho, muchísimo tiempo. Aunque la ropa no era para ella, le había resultado igualmente divertido elegirla y comprarla.
Cuando el domingo siguiente Julian llamó para decir que estaba en un taxi de camino a casa desde el aeropuerto, Brooke no cabía en sí de entusiasmo. Al principio, sacó las compras y las distribuyó por todas partes: dispuso artísticamente los vaqueros sobre el sofá; las camisetas, sobre las sillas del comedor, y los gorros, colgados de las lámparas y las estanterías, como adornos de Navidad; pero sólo unos instantes antes de que llegara Julian, cambió de idea y volvió a recogerlo todo. Dobló rápidamente las prendas y las devolvió a sus correspondientes bolsas, que escondió en el fondo de un armario, en el vestidor que compartía con Julian, imaginando lo mucho que se divertirían cuando sacaran una a una todas las novedades. Al oír que se abría la puerta y Walter empezaba a ladrar, salió corriendo del dormitorio y saltó a los brazos de Julian.
– Nena -murmuró él, mientras hundía la cara en su cuello e inspiraba profundamente-. ¡Dios, cuánto te he echado de menos!
Parecía más delgado, todavía más enjuto que de costumbre. Aunque pesaba unos diez kilos más que Brooke, era difícil entender por qué. Los dos medían exactamente lo mismo de estatura, y ella siempre sentía que lo envolvía y lo aplastaba con su cuerpo. Se apartó para mirarlo de arriba abajo, pero en seguida volvió a abrazarlo y apretó los labios contra los suyos.
– Yo también te he echado mucho de menos. ¿Cómo ha estado el avión? ¿Y el taxi? ¿Tienes hambre? Queda un poco de pasta; puedo calentarla.
Walter ladraba con tanta fuerza que era casi imposible oírse. Como no iba a calmarse hasta ser saludado como era debido, Julian se dejó caer en el sofá y le señaló con la mano el lugar a su lado; pero Walter ya le había saltado al pecho y había empezado a bañarle la cara a lametazos.
– ¡Uf! ¡Tranquilo, muchacho! -dijo Julian con una carcajada-. ¡Puaj! ¡Qué mal te huele el aliento! ¿No hay nadie que te lave los dientes, Walter Alter?
– ¡Estaba esperando a su papi! -exclamó alegremente Brooke desde la cocina, mientras servía un par de copas de vino.
Cuando volvió al cuarto de estar, Julian se encontraba en el baño. La puerta estaba entreabierta y lo vio de pie delante del inodoro. Walter estaba a sus pies, contemplando embelesado cómo orinaba.
– Tengo una sorpresa para ti -canturreó Brooke-. ¡Algo que te va a encantar!
Julian se subió la cremallera, hizo un intento desganado de pasar las manos por el agua del grifo y se reunió con ella en el sofá.
– Yo también tengo una sorpresa para ti -dijo-, y también estoy seguro de que te va a encantar.
– ¿En serio? ¿Me has traído un regalo?
Brooke sabía que estaba hablando como una niña pequeña, pero ¿a quién no le gustaban los regalos?
Julian sonrió.
– Bueno, sí, supongo que podría considerarse un regalo. En cierto sentido, es para los dos, pero creo que a ti te gustará incluso más que a mí. Pero tú primero. ¿Cuál es tu sorpresa?
– No, primero tú.
Brooke no quería arriesgarse a que su presentación de la ropa nueva se viera ensombrecida por ninguna otra cosa. Quería que Julian le dedicara toda su atención.
Julian la miró y sonrió. Se levantó, se dirigió al vestíbulo y volvió con una maleta rodante que Brooke no reconoció. Era una Tumi negra, absolutamente gigantesca. Julian la llevó rodando, se la puso delante y se la señaló con un amplio movimiento de la mano.
– ¿Me has comprado una maleta? -preguntó ella, un poco desconcertada. No había duda de que era preciosa, pero no era exactamente lo que esperaba. Además, esa maleta en concreto parecía llena casi a reventar.
– Ábrela -dijo Julian.
Con aire dubitativo, Brooke se inclinó y le dio un tironcito a la cremallera, que no se movió. Tiró un poco más fuerte, pero tampoco consiguió nada.
– Así -dijo Julian, mientras apoyaba la colosal maleta sobre un costado y abría la cremallera. Cuando levantó uno de los lados, dejó al descubierto… pilas y pilas de ropa pulcramente doblada. Brooke estaba más desconcertada que nunca.
– Parece… hum… ropa -dijo, preguntándose por qué estaría Julian tan contento.
– En efecto, es ropa, pero no una ropa cualquiera. Lo que ves aquí, mi querida Rookie, es la nueva y mejorada imagen de tu marido, por gentileza de la flamante estilista que le ha proporcionado la compañía discográfica. ¿No te parece genial?
Julian miró a Brooke con gesto expectante, pero a ella le llevó cierto tiempo procesar lo que acababa de oír.
– ¿Me estás diciendo que una estilista te ha comprado un vestuario nuevo?
Julian asintió.
– Total y completamente nuevo: un look fresco y totalmente único, o al menos eso fue lo que dijo la chica. Y te aseguro, Rook, que la mujer sabía lo que se hacía. No nos llevó más de un par de horas y lo único que tuve que hacer fue pasar un rato en un enorme salón privado en Barneys, mientras unas chicas y unos tipos con pinta de gays traían percheros llenos de ropa. Con todo eso formaron… no sé… conjuntos… y me enseñaron qué cosas tenía que ponerme con qué otras cosas. Bebimos un par de cervezas y yo me probé un poco de todo, mientras los demás opinaban sobre lo que me sentaba bien y lo que no. Al final, salí cargado con todo esto. -Señaló la maleta-. ¡Algunas cosas son una locura! ¡Ven a ver!
Hundió las manos en las pilas de ropa, sacó un buen montón y lo arrojó sobre el sofá, entre los dos. Brooke estuvo a punto de gritarle que tuviera más cuidado y que procurara mantener los dobleces y el orden de las pilas, pero hasta ella se dio cuenta de que habría sido una ridiculez. Se inclinó sobre el montón y sacó un jersey de cachemira verde musgo, con capucha. Estaba tejido en punto de abeja y era suave como la manta de un bebé. La etiqueta del precio marcaba 495 dólares.
– ¿A que mola? -preguntó Julian, con el tipo de entusiasmo que solía reservar a los instrumentos musicales y a los aparatos electrónicos.
– Nunca te pones nada con capucha -fue todo lo que Brooke consiguió articular.
– Sí, pero ¿qué mejor momento para empezar que ahora? -replicó Julian con otra sonrisa-. Creo que seré capaz de acostumbrarme a un jersey con capucha de quinientos dólares. ¿Has visto lo suave que es? Mira, fíjate en estas otras cosas.
Arrojó hacia ella una cazadora de piel suave como la mantequilla y un par de botas John Varvato de cuero negro, que eran un cruce entre botas vaqueras y de motociclista. Brooke no estaba muy segura de cómo describirlas, pero hasta ella se daba cuenta de que molaban muchísimo.
– ¿A que te encantan?
Una vez más, ella asintió. Por miedo a ponerse a llorar si no hacía algo (cualquier cosa), se inclinó sobre la maleta y sacó otra pila de ropa, que apoyó sobre las rodillas. Eran un montón de camisetas clásicas y de diseño, de todos los colores imaginables. También vio un par de mocasines Gucci (de elegante suela de cuero, sin el logo delator) y unas zapatillas Prada blancas. Había gorros y sombreros, un montón de sombreros: gorros de lana como los que usaba siempre Julian, pero también fedoras y sombreros panamá. Serían en total unos diez o doce, en diversos estilos y colores, todos diferentes, pero cada uno bonito a su manera. Había cantidades enormes de jerseys de cachemira muy finos y montones de blazers de corte italiano de escandalosa elegancia informal. Y había vaqueros, pilas de vaqueros de todos los cortes, colores y efectos imaginables, tantos que probablemente Julian habría podido estrenar pantalones todos los días durante dos semanas, sin tener que repetir nunca. Brooke se obligó a desdoblarlos y a mirarlos todos, uno por uno, hasta encontrar (como sabía que encontraría) exactamente los mismos que había elegido su madre en Bloomingdale's aquel día, los que a Brooke le habían parecido perfectos desde el primer momento.
Intentó murmurar «¡Uah!», pero no le salió más que un gemido sofocado.
– ¿No es increíble? -preguntó Julian, con creciente excitación en la voz, mientras recorría rápidamente el montón de prendas-. ¿Estás contenta, nena? Por fin voy a tener pinta de adulto: un adulto con ropa carísima. ¿Tienes idea de lo que han pagado por toda esta ropa? ¡A ver, adivina!
Brooke no tuvo que adivinar nada; con sólo fijarse en la calidad y la cantidad de prendas, supo que Sony se había gastado por lo menos diez mil dólares. Pero no quiso arruinarle la sorpresa a Julian.
– No lo sé. ¿Dos mil dólares? ¿Tres mil? ¡Es una locura! -exclamó, con todo el entusiasmo que pudo reunir.
Julian se echó a reír.
– Ya sé. Probablemente yo habría dicho lo mismo. ¡Pero han sido dieciocho mil! ¿Te lo puedes creer? ¡Dieciocho mil malditos dólares en ropa!
Ella acarició con ambas manos uno de los suéteres de cachemira.
– Pero ¿te parece bien cambiar de imagen? ¿No te importa ponerte ropa completamente distinta de la que llevabas hasta ahora?
Brooke contuvo la respiración, mientras él parecía reflexionar un momento.
– No, no puedo negarme -respondió él-. Ha llegado la hora de avanzar, ¿sabes? El viejo uniforme funcionó durante un tiempo, pero ahora empiezo de cero. Tengo que aceptar la nueva imagen y, con ella, la nueva carrera que espero que vendrá. Yo mismo me siento sorprendido, no te lo niego, pero estoy totalmente a favor del cambio. -Sonrió con una expresión demoníaca-. Además, si voy a hacerlo, será mejor que lo haga bien, ¿no crees? Entonces ¿qué? ¿Estás contenta?
Ella hizo un esfuerzo para sonreír.
– Muy contenta. Es fantástico que estén dispuestos a invertir tanto dinero en ti.
Julian se quitó el viejo gorro de lana y se puso el sombrero fedora con cinta de batista. Se puso en pie de un salto, para ir a mirarse en el espejo del vestíbulo, y estuvo unos minutos dando vueltas, admirando su imagen desde diferentes ángulos.
– Ahora cuéntame tus noticias -le dijo a Brooke desde el vestíbulo-. Si no recuerdo mal, no soy el único que tiene una sorpresa esta noche.
Aunque él no la podía ver, ella compuso una sonrisa triste, para sí misma.
– No es nada -le contestó, confiando en que su voz sonara más alegre de lo que ella se sentía.
– ¿Cómo que nada? Había algo que querías enseñarme, ¿no?
Brooke recogió las manos sobre el regazo y fijó la vista en la maleta rebosante de ropa.
– Nada tan emocionante como lo que tú has traído, cariño. Disfrutemos ahora de todo esto y yo reservaré mi sorpresa para otra noche.
Julian fue hacia ella con el fedora puesto y le dio un beso en la mejilla.
– Me parece bien, Rookie. Voy a deshacer la maleta con todo mi botín. ¿Quieres ayudarme? -preguntó, mientras arrastraba la maleta hacia el dormitorio.
– Voy dentro de un minuto -dijo ella, rezando para que él no descubriera las bolsas de la tienda en el armario.
Al cabo de un momento, Julian volvió al cuarto de estar y se sentó junto a Brooke en el sofá.
– ¿Estás segura de que todo va bien, cariño? ¿Es que hay algún problema?
Ella volvió a sonreír y negó con la cabeza, deseando que se le deshiciera el nudo que tenía en la garganta.
– Todo va estupendamente -mintió, mientras le apretaba la mano a Julian-. No hay ningún problema en absoluto.