Todavía no eran las diez y media de una mañana de finales de mayo, y el calor de Tejas ya era agobiante. Julian tenía la camiseta empapada de sudor y Brooke sudando a mares, empezaba a creer que ambos estaban al borde de la deshidratación. Había intentado salir a correr aquella mañana, pero se dio por vencida al cabo de diez minutos, cuando sintió mareos y una curiosa sensación de hambre y náuseas al mismo tiempo. Cuando Julian le propuso, quizá por primera vez en cinco años de matrimonio, que salieran de compras durante un par de horas, se metió a toda prisa en el feo coche verde de alquiler, porque ir de compras significaba aire acondicionado, y en ese momento era lo que más necesitaba.
Atravesaron primero el distrito residencial del hotel, después recorrieron un largo trecho por la autopista y finalmente, después de casi veinte minutos, acabaron en una sinuosa carretera secundaria, que en algunos tramos estaba pavimentada y en otros era poco más que un camino de tierra y grava. Durante todo el trayecto, Brooke rogó y suplicó a Julian que le dijera adónde iban, pero él se limitó a sonreír y se negó a responder.
– ¿Habrías imaginado que esto era así, apenas a diez minutos de las afueras de Austin? -preguntó Brooke, mientras pasaban entre campos de flores silvestres y por delante de un establo abandonado.
– Nunca. Parece salido de una película sobre rancheros en el corazón rural de Tejas. Nadie diría que son los alrededores de una gran ciudad cosmopolita, pero supongo que por eso vienen a rodar aquí.
– Sí, ninguno de mis compañeros de trabajo podía creer que aquí se rodara «Friday Night Lights».
Julian se volvió para mirarla.
– ¿Todo bien en el trabajo? Hace mucho que no me cuentas nada.
– En general, todo bien. Tengo una paciente en Huntley, una estudiante de primer año, que está convencida de padecer obesidad mórbida, aunque en realidad está más o menos en el peso normal. Es becaria y viene de un ambiente totalmente distinto del resto de las chicas. Quizá siente que no encaja por un millón de motivos, pero el que le resulta más difícil de sobrellevar es el peso.
– ¿Qué puedes hacer por ella?
Brooke suspiró.
– No mucho, ya sabes. Además de escucharla e intentar transmitirle confianza, tengo que vigilarla, para que las cosas no se descontrolen. Estoy completamente segura de que lo suyo no es un trastorno alimentario grave, pero es preocupante que una persona se obsesione tanto con el peso, sobre todo cuando se trata de una adolescente. Pronto vendrán las vacaciones de verano y estoy inquieta por ella.
– ¿Y el hospital?
– Bien. A Margaret no le hizo mucha gracia que me tomara estos días libres, pero ¡qué se le va a hacer!
Julian se volvió hacia ella.
– ¿Tan grave es que te tomes dos días?
– Dos días por sí solos, no. Pero ya pedí tres días para ir a Los Ángeles, al programa de Jay Leno; medio día para tu ronda de entrevistas en Nueva York, y un día más para ir a la sesión fotográfica de la portada de tu álbum. Y todo eso ha sido en las últimas seis semanas. Por otro lado, apenas nos hemos visto en los últimos tiempos y esto no me lo habría perdido por nada del mundo.
– Rook, no me parece justo que digas que casi no nos hemos visto. Todo ha sido muy rápido, muy frenético… pero de una manera positiva.
Ella no estaba de acuerdo (¿quién podía decir que coincidir un par de horas los pocos días que Julian pasaba por su casa fuera verse?), pero no había pretendido ser crítica.
– No he querido decir eso, en serio -dijo ella, en un tono más apaciguador-. Mira, ahora estamos aquí juntos, así que disfrutémoslo, ¿de acuerdo?
Continuaron en silencio unos minutos, hasta que Brooke se llevó los dedos a la frente y exclamó:
– ¡No me puedo creer que vaya a conocer a Tim Riggins!
– ¿Cuál de ellos es?
– ¡Por favor! ¿Lo dices en serio?
– ¿El entrenador o el quarterback? Siempre los confundo -dijo Julian, sonriendo. ¡Como si fuera posible confundirlos!
– ¡Ah, sí, claro! Esta noche, cuando entre en la fiesta y todas las mujeres presentes se desmayen de lujuria, sabrás que es él, te lo aseguro.
Julian dio un manotazo al volante, con fingida indignación.
– ¿No deberían desmayarse por mí? ¡Después de todo, yo seré la estrella de rock!
Brooke se inclinó sobre la división de los dos asientos y le dio un beso en la mejilla.
– Claro que se desmayarán por ti, amorcito. Si consiguen dejar de mirar a Riggins el tiempo suficiente para verte, empezarán a desmayarse todas como locas.
– Iba a decirte adónde vamos, pero ahora ya no te lo digo -replicó Julian.
Conducía con el ceño fruncido, concentrado en evitar los baches que más o menos cada tres metros se abrían en la carretera, la mayoría llenos de agua por los chubascos de la noche anterior. Sencillamente, no estaba acostumbrado a conducir. Brooke pensó por un momento que quizá iban a hacer una excursión por el campo, algún tipo de paseo en balsa o a pasar un día de pesca; pero en seguida recordó que su marido era un neoyorquino de pura cepa y que su idea de disfrutar de la naturaleza era regar una vez por semana el bonsái que tenía en la mesilla de noche. Su conocimiento de la fauna era muy limitado. Era capaz de diferenciar una rata grande de un ratoncito en las vías del metro, y parecía poseer un sexto sentido para distinguir, en las bodegas, a los gatos amables de los que bufaban y sacaban las uñas a la menor aproximación; pero aparte de eso, prefería conservar los zapatos limpios y dormir bajo techo, y no se arriesgaba a salir al aire libre (para asistir por ejemplo a un concierto en el Central Park o a la fiesta de algún amigo en el Boat Basin), a menos que fuera armado con un puñado de antialérgicos y llevara el teléfono móvil con la batería bien cargada. No le gustaba que Brooke lo llamara «animal urbano», pero nunca había podido desmentir la acusación con un mínimo de éxito.
Las vastas y feas construcciones que aparecieron de pronto a lo lejos parecían haber brotado directamente de un descampado lleno de arbustos. El rótulo de neón anunciaba: «Prendas vaqueras Estrella Solitaria.» Había dos edificios, que no llegaban a ser adyacentes, pero compartían un mismo aparcamiento sin asfaltar, donde aguardaban dos o tres coches con el motor en marcha.
– Ya llegamos -dijo Julian, mientras abandonaba un camino de tierra para meterse en otro.
– ¿Estás de broma? Dime que estás de broma.
– ¿Qué? ¿No te había dicho ya que íbamos de compras?
Brooke miró los edificios achaparrados y las camionetas estacionadas delante. Julian se bajó del coche, lo rodeó hasta ponerse ante la puerta del acompañante y le tendió la mano a Brooke, para ayudarla a saltar los charcos de barro con sus sandalias de tiras.
– Cuando dijiste «de compras», pensé en algo más parecido a Neiman Marcus.
Lo primero que le llamó la atención a Brooke, después de la bienvenida ráfaga del aire acondicionado, fue una chica bastante guapa con vaqueros ceñidos, camisa de cuadros de manga corta y botas vaqueras, que salió de inmediato a su encuentro y les dijo con acento tejano:
– ¡Buenos días! ¡Ya me dirán algo, si necesitan alguna ayuda!
Brooke sonrió e hizo un gesto afirmativo. Julian puso cara de fingido horror y ella le dio un discreto puñetazo en el brazo. Los altavoces del techo difundían una melodía de guitarra con inconfundibles aires tejanos.
– A decir verdad, necesitamos mucha ayuda -le dijo Julian a la rubia dependienta.
La chica dio una palmada y después puso una mano en el hombro de Julian y la otra en el de Brooke.
– Muy bien, entonces. ¿Qué estamos buscando? -preguntó.
– Eso digo yo -intervino Brooke-. ¿Qué estamos buscando?
– Estamos buscando un traje típico del Oeste para mi mujer, para una fiesta -respondió Julian, eludiendo todo contacto visual con Brooke.
La dependienta sonrió y dijo:
– ¡Perfecto! ¡Tengo justo lo que necesitan!
– Julian, ya tengo pensado lo que me voy a poner esta noche: el vestido negro que me probé delante de ti y aquel bolsito tan mono que Randy y Michelle me regalaron para mi cumpleaños, ¿recuerdas?
Él se retorció las manos.
– Ya lo sé… Es sólo que esta mañana me he levantado temprano, me he puesto a revisar el correo atrasado y al final he abierto el archivo adjunto que venía con la invitación a la fiesta de esta noche y he visto que el estilo de vestimenta recomendado era algo llamado «cowboy couture».
– ¡Dios!
– No te asustes. ¿Ves? Ya sabía yo que te asustarías; por eso…
– ¡Pero si he traído un vestido negro con escote palabra de honor y sandalias doradas! -exclamó Brooke, lo suficientemente alto para que un par de clientes de la tienda se volvieran para mirar.
– Ya lo sé, Rook. Por eso le he mandado en seguida un mensaje a Samara, para que me lo explicara. Y me lo ha explicado. Con todo detalle.
– ¿De verdad?
Brooke inclinó la cabeza, sorprendida pero un poco más calmada.
– Sí.
Julian sacó el iPhone y estuvo buscando unos segundos, antes de tocar la pantalla y empezar a leer.
– «Hola, cariño.» Es la manera que tiene de llamar a todo el mundo. «Hola, cariño. La gente de "Friday Night Lights" ha preparado una fiesta en traje del Oeste como homenaje a sus raíces tejanas. Si exageras en la caracterización, no te equivocarás. Esta noche verás sombreros de cowboy, botas vaqueras, zahones y pantalones ceñidos de lo más sexy. Dile a Brooke que se ponga unos shorts vaqueros muy ajustados. Taylor, el entrenador, va a elegir a la ganadora, así que hay que emplearse a fondo. No veo la hora de…» -La voz de Julian se perdió en un murmullo, al dejar de leer en voz alta-. El resto son minucias aburridas sobre horarios y programaciones. Ésa era la parte interesante. Así que… por eso estamos aquí. ¿Estás contenta?
– Bueno, me alegro de que lo hayas descubierto antes de llegar a la fiesta esta noche… -Se dio cuenta de que Julian parecía ansioso por ver en ella una señal de aprobación-. Te agradezco muchísimo que me hayas ahorrado el mal trago, y que te hayas tomado toda esta molestia.
– No ha sido ninguna molestia -respondió Julian, visiblemente aliviado.
– ¿No tenías que ensayar?
– Todavía hay tiempo; por eso hemos venido pronto. Me alegro mucho de que estés aquí conmigo.
Le dio un rápido beso en la mejilla y le hizo un gesto a la dependienta, que se acercó a ellos entre sonrisas.
– ¿Estamos listos?
– ¡Estamos listos! -respondieron Brooke y Julian al unísono.
Cuando por fin salieron de la tienda una hora más tarde, Brooke tenía las mejillas arreboladas por el entusiasmo. Las compras habían salido mil veces mejor de lo que había imaginado: una estimulante combinación entre el alborozo que le producía la aprobación de Julian al verla probarse shorts diminutos, camisetas ceñidas y botas de aspecto sexy, y la simple diversión infantil de disfrazarse. Mandy, la dependienta, la había guiado con mano experta hacia el atuendo perfecto para la fiesta: minifalda vaquera, con la que Brooke se sentía mucho más a gusto que con los shorts; camisa de cuadros idéntica a la que la chica llevaba sensualmente anudada por encima del ombligo (aunque combinada con camiseta blanca, en el caso de Brooke, para no tener que ir enseñando los michelines); cinturón con una hebilla enorme de latón en forma de estrella de sheriff; sombrero de cowboy con las alas levantadas a los lados y una divertida borla bajo la barbilla, y un par de botas vaqueras, perfectas para un disfraz de reina del Oeste. Mandy le aconsejó que se recogiera el pelo en un par de trenzas y le dio un pañuelo rojo para que se lo atara al cuello.
– Y no olvide ponerse muchísimo rímel -dijo Mandy, haciendo con los dedos el gesto de aplicarse el maquillaje-. A las tejanas nos encanta tener la mirada misteriosa.
Aunque Julian no iba a vestirse de vaquero para su actuación, Mandy le enseñó a guardar el paquete de cigarrillos en la manga enrollada de la camisa y lo equipó con la versión masculina del sombrero de Brooke.
Hicieron todo el camino de vuelta al hotel entre risas. Cuando Julian se despidió con un beso y le dijo que volvería a las seis para ducharse, Brooke habría querido suplicarle que se quedara, pero en lugar de eso recogió las bolsas de la tienda y le dio otro beso de despedida.
– ¡Suerte! -le dijo-. Ha sido un día genial.
Y no pudo reprimir la sonrisa cuando Julian le respondió que él también lo había pasado como nunca.
Julian regresó tarde a la habitación y tuvo que ducharse y vestirse a toda prisa. Brooke notó su nerviosismo cuando se montaron en el coche de lujo que los estaba esperando.
– ¿Nervioso? -le preguntó.
– Creo que sí, un poco.
– Recuerda que de todas las canciones del universo, han elegido la tuya. Cada vez que una persona encienda la tele para ver un episodio de esa serie, lo que escuchará será tu canción. ¡Es increíble, amor! ¡De verdad que es increíble!
Julian le apoyó una mano sobre una de las suyas.
– Creo que vamos a pasarlo muy bien. Y tú pareces una modelo. ¡Volverás locas a las cámaras!
Brooke no había terminado de formular la pregunta («¿qué cámaras?»), cuando el coche paró delante de la puerta del Hula Hut, un local famoso por servir el mejor chile con queso al norte de la frontera, y una docena de paparazzi salieron a su encuentro.
– ¡Cielo santo! ¿Van a hacernos fotos? -preguntó Brooke, aterrorizada de pronto por una posibilidad que no se había parado a considerar. Levantó la vista y vio una larga alfombra con dibujo de piel de vaca, que debía de ser la versión tejana de la alfombra roja de otras celebraciones. Unos metros más allá, entre la calle y la puerta del restaurante, vio a un par de actores de la serie, posando para las cámaras.
– Espera aquí y te abriré la puerta -dijo Julian, antes de salir por su puerta y dirigirse a la de ella. La abrió y se inclinó, ofreciéndole a Brooke la mano-. No te preocupes. Ya verás que a nosotros no nos hacen mucho caso.
Para Brooke fue un alivio descubrir que lo que decía su marido era cierto. Los fotógrafos los rodearon al principio, ansiosos por ver si eran famosos, pero no tardaron en retirarse y confundirse con el decorado. Sólo uno de ellos les pidió que posaran delante de un gran fondo negro con los logos del «Friday Night Lights» y la NBC, cerca de la entrada. Después de tomarles con desgana tres o cuatro fotos, el fotógrafo les rogó que deletrearan sus nombres delante de una grabadora y se marchó. Entonces se dirigieron a la puerta, cogidos de la mano, y fue en ese momento cuando Brooke divisó a Samara al otro lado de la sala. Nada más ver su vestido de seda, tan sencillo como elegante, sus sandalias de gladiador y sus largos pendientes tintineantes, Brooke se sintió ridícula. ¿Por qué iba ella vestida como para ir a un rodeo, mientras que Samara parecía recién bajada de una pasarela de moda? ¿Y si todo había sido una confusión espantosa? ¿Y si Brooke era la única vestida de vaquera? Sintió que se le ralentizaba la respiración y que una oleada de pánico le subía desde el estómago.
Sólo al cabo de unos segundos se atrevió a echar un vistazo al resto del salón: minishorts vaqueros y sombreros de cowboy hasta donde alcanzaba la vista.
Cogió un cóctel de aspecto afrutado de una bandeja que pasó por su lado y navegó felizmente, bebiendo y riendo, a través de la siguiente hora de presentaciones y relaciones sociales. Era una de esas raras fiestas donde todos parecían estar sinceramente contentos de haber asistido, y no sólo los actores y el equipo de la serie, que obviamente se conocían bien y formaban un grupo bien avenido, sino sus parejas y amigos, y los diversos famosos y famosas con los que estaban saliendo algunos protagonistas de la serie y que los responsables de relaciones públicas habían invitado con especial insistencia para dar mayor difusión al acontecimiento. Brooke vio a Derek Jeter planeando sobre una bandeja rebosante de nachos e intentó recordar cuál de las chicas de «Friday Night Lights» era su prometida, y Julian anunció que había visto a Taylor Swift en la terraza, medio desnuda y rodeada de admiradores. Pero en general, la mayor parte de los asistentes a la fiesta eran gente alegre y bastante ruidosa, con zahones, camisas de cuadros y vaqueros recortados, que bebía cerveza, comía chile con queso y se balanceaba al ritmo de la música de los ochenta que salía de los altavoces. Brooke nunca se había sentido tan cómoda y distendida en ninguna de las actuaciones de Julian, y estaba encantada, disfrutando de la poco frecuente sensación de estar un poco achispada y saberse guapa y triunfadora. Cuando Julian y su banda ocuparon el improvisado escenario, Brooke ya se había integrado en el grupo y hasta había aceptado la prueba de degustación de cócteles margarita propuesta por un grupo de guionistas de la serie. Sólo entonces se dio cuenta de que aún no había visto actuar a Julian con su nuevo grupo acompañante, salvo en la grabación del programa de Jay Leno.
Brooke estudió a los músicos mientras subían al escenario para montar y probar los instrumentos, y le sorprendió observar que no parecían una banda de rock, sino más bien un grupo de veinteañeros que se hubieran conocido en algún internado selecto de Nueva Inglaterra. El batería, Wes, tenía el pelo pulcramente largo, pero no le colgaba en mechones grasientos delante de la cara. Tenía una melena color caoba, densa, ondulada y brillante, que sólo una chica se habría merecido de veras. Llevaba un polo verde de aspecto deportivo, vaqueros limpios y planchados, y unas clásicas zapatillas grises de la marca New Balance. Su aspecto era el de un chico que ha trabajado en verano durante el bachillerato, pero no por necesidad, sino para «templar el carácter», y que ya no ha vuelto a tener ningún empleo hasta entrar en el bufete de abogados de su padre. El primer guitarrista era el mayor en edad (tendría quizá poco más de treinta años), y aunque no parecía tan estirado como Wes, sus pantalones gastados de algodón, sus zapatillas Converse negras y su just do it! no eran precisamente la indumentaria de un rebelde. A diferencia de su colega en la batería, Nate no encajaba en ninguno de los estereotipos del primer guitarrista. Era más bien chaparro y tenía la sonrisa tímida y la mirada huidiza. Brooke recordó lo mucho que se había sorprendido Julian al escuchar a Nate durante las audiciones, después de echarle un primer vistazo cuando subió al escenario.
– Cuando sube al escenario -le había comentado-, te das cuenta de que el tipo ha recibido palos por todas partes durante toda su vida. Parece asustado de su propia sombra; pero en cuanto se pone a tocar, ¡destroza la guitarra! Lo suyo no es de este mundo.
Completaba el trío Zack, el bajista, que tenía más aspecto de músico que sus colegas, aunque con la cresta, la cadena colgando del pantalón y el toque sutil de delineador alrededor de los ojos parecía un poco más preocupado por cumplir con la imagen. Era el único miembro de la banda que a Julian no le entusiasmaba, pero los de Sony habían dictaminado que su primera elección como bajista (una chica) le habría hecho sombra en el escenario, y Julian había preferido no discutir. Era un grupo extraño, una banda de gente que no parecía acabar de encajar del todo, pero nadie podía decir que el conjunto no fuera interesante. Brooke miró a su alrededor y observó que el bullicio se había calmado.
Julian no se presentó ni habló de la canción que iba a interpretar, como solía hacer cuando actuaba, sino que se limitó a hacer un gesto a sus compañeros y a atacar una versión propia de No rompas más (mi pobre corazón). La decisión era arriesgada, pero fue un cálculo brillante. Había elegido un tema archiconocido y un poco cursi, lo había transformado para que sonara serio e incluso profundo, y había conseguido una versión completamente nueva, que resultaba rompedora e irónica. Su mensaje era: «Esperabais que viniéramos a interpretar formalmente el tema que habéis elegido como cabecera de vuestro programa, o tal vez algo del próximo álbum, pero preferimos no tomarnos demasiado en serio.» El público rió, aplaudió y cantó con ellos, y cuando la canción terminó, les dedicó una impresionante ovación.
Brooke aplaudió con los demás y disfrutó oyendo los comentarios a su alrededor, sobre el talento de Julian y las ganas que tenían todos de seguir escuchándolo toda la noche. El entusiasmo del público no la sorprendía en absoluto. ¿Cómo no iban a entusiasmarse? Pero nunca se cansaba de oír los comentarios elogiosos. Cuando Julian se acercó al micrófono y miró al público con una sonrisa enorme y adorable, Brooke sintió que toda la sala le devolvía la sonrisa.
– Hola, gente -dijo, haciendo una exagerada reverencia con el sombrero de vaquero-. Gracias por recibir con tanto afecto a este chico del norte en vuestra ciudad.
Hubo aplausos y gritos de entusiasmo entre el público. Brooke vio que Tim Riggins levantaba el botellín de cerveza para brindar por Julian y tuvo que hacer un esfuerzo para no soltar un gritito de emoción. Derek Jeter puso las dos manos en pantalla alrededor de la boca y gritó:
– ¡Yuju!
Las dos o tres mujeres que había en el grupo de guionistas, con las que Brooke había estado probando margaritas unos minutos antes, se acercaron al escenario para animar a la banda con aullidos de admiración. Julian las recompensó con otra de sus sonrisas ganadoras.
– Creo que hablo por todos nosotros cuando digo lo orgulloso y honrado que me siento de que hayáis elegido mi canción para que sea vuestra canción. -Sus palabras fueron recibidas con más aullidos y exclamaciones de entusiasmo-. Estoy ansioso por cantarla esta noche para todos vosotros. Pero espero que me perdonéis, si antes de cantar Por lo perdido, le dedico un tema a mi mujer, a mi querida Brooke. Ha sido un gran apoyo para mí en los últimos tiempos, un apoyo enorme, creedme, y hace mucho tiempo que no le doy las gracias. Rookie, ésta va por ti.
Al oír su apodo, Brooke se sonrojó y por una fracción de segundo incluso se molestó de que Julian la hubiera llamado así en público. Pero antes de que pudiera pararse a pensarlo, oyó los primeros compases de Crazy love, de Van Morrison, el primer tema que habían bailado juntos el día de su boda, y en un instante la embargó la emoción. Julian la miraba directamente a los ojos, mientras la canción avanzaba y crecía en intensidad, y sólo al llegar al estribillo, cuando echó atrás la cabeza para cantar con toda su alma, Brooke salió de su ensoñación privada y se dio cuenta de que toda la sala la estaba mirando. Bueno, no toda. Los hombres bebían tranquilamente sus cervezas y miraban sobre todo a los músicos de la banda, cada uno con su instrumento. Pero las mujeres no le quitaban los ojos de encima a Brooke y sus miradas eran de envidia y admiración. Era una sensación inédita. En otras actuaciones de Julian ya había sido testigo de la adoración que inspiraba su marido, pero nunca hasta ese momento había sentido los focos de la atención del público concentrados sobre ella misma. Sonrió, se movió un poco al son de la música y siguió mirando a Julian mientras él le dedicaba su canción, y de alguna manera, pese a tener cientos de testigos, le pareció que aquel momento era uno de los más íntimos que habían compartido jamás y uno de los mejores que podía recordar.
Cuando por fin Julian empezó a cantar Por lo perdido, Brooke estaba convencida de que toda la sala se había enamorado de él. La energía era palpable e intensa; pero hacia la mitad de la canción, el estremecimiento de entusiasmo fue aún mayor. La gente empezó a moverse, a girar la cabeza y a susurrar. Unos cuantos estiraron el cuello para ver mejor y uno incluso señaló con el dedo. Estaba pasando algo, pero Brooke no veía bien qué era, hasta que…
«¡Un momento! ¿Será realmente ella? ¿Será de verdad… Layla Lawson?»
¡Claro que sí era ella! Aunque Brooke no habría podido imaginar qué estaba haciendo Layla Lawson en la fiesta de presentación de la nueva temporada de «Friday Night Lights», era indudable que ahí estaba… ¡y estaba guapísima! A juzgar por el vestido corsé de diseño floral y las botas vaqueras que llevaba, Brooke no habría podido decir si iba vestida o no según el código de etiqueta recomendado para la fiesta, pero no había duda de que la chica estaba muy en forma, era muy famosa y parecía muy feliz. Toda la sala se concentró en ella y la siguió con la mirada mientras saludaba a Samara con un fuerte abrazo y pasaba a través del público, hasta situarse cerca del lugar que ocupaba Brooke, al pie del escenario.
Sucedió antes de que nadie (incluido Julian) tuviera tiempo de asimilarlo. Unos segundos antes de que terminara la canción y el público estallara en aplausos, Layla subió la escalerilla que había a un lado del escenario, se dirigió confiadamente a Julian y le dio un abrazo. Después, con una sonrisa, le dio un beso en la mejilla, lo enganchó por un brazo con las dos manos y se volvió hacia el público. Parecía como si colgara literalmente de su brazo y lo miraba con una sonrisa de un blanco centelleante y una mirada de absoluta adoración. Hasta ese momento, Julian se había quedado helado de incredulidad, pero algo en su interior debió de hacer clic, porque al cabo de unos segundos empezó a mirarla con idéntico arrobo.
Layla se acercó al micrófono, como si le perteneciera, y exclamó:
– ¿A que está para comérselo? ¡Un aplauso para Julian Alter!
El público enloqueció. Todos los fotógrafos que los habían ignorado a la entrada se volvieron locos. Dándose codazos para conseguir el mejor ángulo, empezaron a tomar una foto tras otra; por los destellos de los flashes, se hubiera dicho que era la noche de los Oscar. El frenesí acabó casi tan rápidamente como había empezado, cuando Layla se inclinó para susurrarle algo al oído a Julian y bajó del escenario. Brooke supuso que se quedaría para tomar una copa, pero la estrella se encaminó directamente a la salida.
Diez minutos después, Julian volvía a estar a su lado, todo sudor y sonrisas, con el halo habitual que solía tener después de las actuaciones, exacerbado por la emoción. Le dio un beso a Brooke, la miró como diciéndole «no veo la hora de comentar todo esto contigo» y le apretó con fuerza la mano, para recorrer con ella la sala, recibiendo felicitaciones y palmadas en la espalda con una sonrisa sincera.
No estuvieron solos ni un segundo hasta casi la una de la madrugada, cuando Samara y Leo les dieron las buenas noches y se dirigieron a sus habitaciones de hotel (en el caso de Leo, en compañía de alguien que había conocido en la fiesta, por supuesto). En cuanto la puerta se cerró tras ellos, Julian miró a Brooke y le dijo:
– ¿Puedes creer que Layla Lawson subiera al escenario conmigo?
– Si no lo hubiese visto con mis propios ojos, no lo creería. Todavía no estoy muy segura de que haya pasado.
Brooke se quitó las botas y se derrumbó en la cama.
– ¡Layla Lawson! ¡Es increíble! ¿Qué demonios hacía en esa fiesta?
– Ni idea, pero te diré que esa chica sabe actuar. ¿Te has fijado cómo se movía a tu lado, cómo se balanceaba y movía las caderas? Era electrizante. Actúa desde el instante en que tiene un micrófono en las manos. No puede evitarlo.
Alguien llamó a la puerta.
Julian miró a Brooke, que se encogió de hombros. Fue a abrirla, y Leo entró en tromba, sin esperar a que lo invitaran. Brooke estuvo a punto de reírse al verlo, porque llevaba la camisa desabotonada hasta el ombligo y tenía una mancha de algo sospechosamente parecido a pintalabios por la parte interior del cuello.
– Oye -le dijo a Julian, sin pararse a saludar, ni disculparse por la interrupción-, ya sé que esto es muy de último minuto, pero Samara acaba de decirme que te tiene programadas una serie de cosas para mañana, en Los Ángeles. Esa escena de Layla ha sido una puta genialidad; la gente todavía está alucinando. Salimos para el aeropuerto a las nueve, ¿de acuerdo?
– ¿Mañana? -consiguió articular Julian, que parecía tan sorprendido como Brooke.
– A las nueve en punto, en el vestíbulo. Ya hemos reservado los billetes. Probablemente estarás de vuelta en Nueva York dentro de tres o cuatro días. ¡Has estado genial esta noche! Hasta mañana.
– Bueno -dijo Brooke, cuando la puerta se cerró de un golpe detrás de Leo.
– Bueno, supongo que mañana salgo para Los Ángeles.
– Muy bien -dijo Brooke, porque no sabía qué otra cosa decir.
Iba a tener que cancelar la cena programada para la noche siguiente con unos compañeros de universidad de Julian, que estaban de paso por la ciudad. Y Julian tampoco podría asistir a la gala de beneficencia del museo a la que Nola los había invitado y de cuyo comité de organización formaba parte su amiga, aunque las entradas les habían costado un ojo de la cara.
Llamaron otra vez a la puerta.
– ¿Ahora qué? -gruñó Brooke.
Esta vez era Samara, y estaba más animada de lo que Brooke la había visto nunca. También ella entró en la habitación sin saludar y, sin levantar la mirada de su libreta encuadernada en piel, dijo:
– Bueno, parece que la operación Lawson ha funcionado mejor de lo que esperábamos. Todo el mundo se ha fijado, absolutamente todo el mundo.
Julian y Brooke se limitaron a mirarla sin decir palabra.
– He recibido doscientas llamadas pidiendo entrevistas y fotos. Brooke, estoy pensando en ofrecer un reportaje sobre ti, algo así como «¿Quién es la señora Alter?», así que tenlo en cuenta. Julian, tienes toda la semana que viene ocupada. Todo marcha a pedir de boca, los resultados son estupendos y, lo que es más importante, todos en Sony están encantados.
– ¡Vaya! -exclamó Julian.
– Genial -añadió Brooke con voz débil.
– Hay un montón de paparazzi rondando por el vestíbulo del hotel, así que preparaos para cuando os asalten mañana por la mañana. Puedo daros los nombres de algunas personas que os asesorarán sobre temas de privacidad y seguridad, todas muy competentes.
– No creo que haga falta -dijo Brooke.
– Sí, claro, ya me lo diréis, si os parece. Mientras tanto, os sugiero que empecéis a registraros con nombre falso en los hoteles y que tengáis mucho cuidado con lo que escribís en los mensajes de correo electrónico, sea quien sea el destinatario.
– Hum, ¿de verdad es tan…?
Samara interrumpió a Julian cerrando de un golpe la libreta. La reunión quedaba oficialmente clausurada.
– Brooke, Julian -dijo, articulando lentamente los nombres de ambos, con la clase de sonrisa que a Brooke le daba escalofríos-, bienvenidos a la fiesta.