CAPÍTULO 8

Mientras el inspector Jury interrogaba a los Bicester-Strachan, Lady Ardry bufaba sobre una taza de té servida de mal grado por Ruthven. La cocina de Ardry End había incluso provisto algunas de las masitas que a ella le gustaban tanto.

– Espero que sepa lo que hace – decía, hablando del inspector Jury. Miró a Melrose servirse una copa de oporto. – ¿No es un poco temprano para tomar alcohol, Melrose?

– Es un poco temprano para cualquier cosa – dijo Melrose, bostezando y volviendo a poner el corcho en la botella.

– De todos modos, le di a Jury algunos detalles interesantes acerca de los que estaban el jueves por la noche en lo de Matchett.

– Te habrá llevado su tiempo hacerlo. – Melrose dedicó a su tía una mirada desagradable: Agatha había llegado esa mañana a las ocho y media. Melrose apenas podía mantener los ojos abiertos, ya que se había quedado leyendo la mitad de la noche. Pero, si bien la escuchaba a medias, ella no hablaba más que a medias, así que la situación estaba equilibrada. Asistió a la desaparición de las masitas de la bandeja de plata. Eran unas cositas espantosas con pasas como moscas muertas. Pero él se ocupaba de que Ruthven siempre tuviera algunas para Agatha, que las adoraba. Ya había devorada tres y en ese momento se llevaba la cuarta a la boca, que luego limpió delicadamente con una servilleta.

– ¿A quién acusaste, Agatha? Además de a mí, claro. – Melrose miró distraído el fuego, y ansió que ese policía aclarara las cosas rápido.

– ¿Acusarte a ti? Cielo santo, Melrose. Tengo cierto sentido de honor y no ando por ahí acusando a los de mi propia sangre.

– Entonces a Oliver Darrington. ¿Te estás deshaciendo de la competencia, ¿eh? Debe de ser difícil tener cerca a otro escritor de novelas policiales. Aunque hay que admitir que sus libros no son nada del otro mundo. – Melrose la observó levantarse y dirigirse a la repisa de la chimenea, donde inspeccionó un plato Derby primitivo, buscando el sello en el reverso. Agatha devolvió el plato a su lugar.

– Siempre estuviste celoso de él, ¿no es cierto, mi querido Plant?

– ¿Celoso de Darrington?

– Por Sheila Hogg. No creas que no estoy enterada. – En ese momento tenía en la mano un florero de cristal blanco Nailsea. Quizás estuviera pensando si le cabría en la cartera. ¿De dónde había sacado la idea de que él tenía el menor interés en Sheila?

Como él no respondió, ella se volvió rápidamente, dispuesta a sorprenderlo.

– ¿Vivian Rivington, entonces? – A Agatha no le importaba errar por mucho. Para ella, era lo mismo errar por un milímetro que por un metro. Recorrería la lista de mujeres hasta dar con la correcta.

Melrose volvió a bostezar.

– Parece que hubieras estado curioseando en mi diario íntimo, querida tía.

Luego de que ella se hubo sentado otra vez, acomodando al mismo tiempo los varios adornos de plata y de oropel que había sobre la mesa frente a ella, Melrose agregó:

– ¿Tenía alguna teoría el inspector? Aparte de mis posibles futuras esposas, quiero decir.

– No seas vanidoso, mi querido Plant. No todo el mundo está interesado en tus asuntos personales. – Pasó un cenicero de cristal de Murano de una mano a la otra, como calculándole el peso. – Por alguna razón, el inspector Jury está haciendo miles de preguntas sobre los presentes allí. Nosotros, claro. No entiendo por qué. Lo que tendría que estar haciendo es buscar a algún maníaco, antes de que nos asesinen a todos en nuestras propias camas.

– ¿Así que tú crees que nuestro maníaco se introdujo en el sótano, estranguló a Small, le metió la cabeza en un barril de cerveza y despareció?

– Naturalmente. – Lo miró con asombro. – ¿No pensarás que fue alguien que estaba allí?

– Por supuesto.

– ¡Dios santo! Eso es absurdo. La otra noche creí que bromeabas. – Tan asombrada estaba que se apoderó de otra masita, una de coco.

Melrose oyó el reloj del vestíbulo dar la media hora. Era casi mediodía y ella no se iba. Pero se negaba a invitarla a almorzar.

– ¿Y?

A través de sus ojos entrecerrados vio que ella esperaba que se retractara de su afirmación de que uno de sus queridos vecinos podría ser responsable de los horribles crímenes.

– Espero que la policía aclare todo. – Mejor que lo hiciera, porque si no la tendría todas las mañanas, con las primeras luces, emitiendo boletines con las novedades del caso.

– Hay otra posibilidad. – Ella dedicó una sonrisa torva.

– ¿Cuál? – preguntó él sin interés.

– Que Small no haya sido asesinado en la posada. El asesino pudo haberlo matado afuera y lo entró por la puerta de atrás. Estaría buscando un lugar donde ocultar el cuerpo. ¡Small pudo haber sido asesinado en cualquier lado!

– ¿Por qué?

Ella lo miró recelosa.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿Por qué lo iban a dejar allí? ¿Por qué no abandonarlo afuera, encima de un árbol o algo así?

Agatha estudió una galletita de fruta.

– Porque sabía que la policía pensaría lo que piensan tú y la policía. Que uno de nosotros es el culpable. – Los ojos le resplandecieron triunfantes, y se comió el bocadillo.

Melrose se sirvió otra copa de oporto, y dijo:

– Lo cual sugiere que el asesino es alguien de Long Piddleton, ¿no? No creo que todos los asesinos de las Islas Británicas supieran que nuestro alegre grupito iba a cenar en la posada de modo tal que, al dejar el cadáver en el sótano, uno de nosotros “sufriría las consecuencias”, como se dice. – Bebió un sorbo de oporto; a través de la copa vio cómo a ella se le empequeñecían los ojos mezquinamente.

– ¿Y el segundo asesinato, el de Ainsley? Mi querido Plant, tiene que ser una persona trastornada para meter un cadáver…

Melrose se deslizó en su sillón de cuero marrón y cerró los ojos, esperando que su tía captara la sugerencia. Pero no, seguía tejiendo sus penosas teorías como una araña vieja, senil…

– ¡Melrose!

Abrió los ojos asustado.

– ¿Te vas a quedar dormido otra vez mientras te hablo? Aquí está Roothven, que te necesita para algo.

El mayordomo cerró los ojos, fastidiado. Hacía años que Agatha pronunciaba mal su nombre. ¿A propósito? No, pensó Melrose, era sólo que no terminaba de aprender a pronunciar los nombres ingleses.

– Su señoría – dijo Ruthven – Estaba pensando en el ganso para Navidad. Martha necesita castañas para el relleno, y al parecer no tenemos.

Mierda, pensó Melrose, deseando que Ruthven no hubiera mencionado el ganso delante de Agatha.

– Mande a comprarlas a lo de la señorita Ball. Ella siempre tiene de esas cosas cuando no se consiguen en ningún otro lado.

Ruthven asintió y salió de la habitación.

– ¿Ganso? ¿Vamos a cenar ganso? ¡Qué lindo! – Y Agatha se restregó las manos por anticipado a la fiesta de Navidad.

Por supuesto que siempre iba a cenar para Navidad. Pero él había pensado en sacar a relucir algún viejo pavo para ella y guardarse el ganso para comer a medianoche con una botella de Château Haut-Brion.

– ¿Sabrías diferenciar un ganso de un pavo? Si estuviera pelado y puesto en una fuente, digo.

– ¿Qué estás insinuando, Melrose? Claro que sabría diferenciarlo.

– ¿Aunque fuera un pavo muy flaco?

– Me parece que estás en pleno colapso nervioso, Melrose. Tienes la mirada vidriosa. Si Ruthven…

– ¿Podrías por favor aprender a pronunciar su nombre correctamente?

Antes de que ella pudiera responder a esta acusación, Ruthven estaba de regreso en la habitación.

– Hay un caballero de Scotland Yard que desea verlo, señor, en el vestíbulo. Es el inspector en jefe Jury. – La voz de Ruthven, por lo normal impecable, sonó un poco gangosa. Reacción normal, supuso Melrose, al tener a Scotland Yard esperando entre bastidores.

– Por favor, no lo haga esperar ahí, que Lady Ardry ya se va. – Melrose sabía cómo presionar cuando quería. Sacó a su tía de su asiento, tomó su bolso-cartera con la otra mano, y ya la había acompañado hasta la puerta cuando ella bramó:

– ¡El reloj! ¡El reloj! ¡Perdí el reloj! – Se soltó y fue a buscar entre los almohadones.

Melrose suspiró: había perdido otra vez.


Mientras Agatha manipulaba almohadones en la sala de estar, Jury estaba parado en el vestíbulo, nombre demasiado ordinario para la magnífica habitación y su hipnótica exhibición de todo tipo de armas medievales. Espadas, rifles, picas, lanzas; todas colocadas como adornos en los arcos semicirculares encima de las puertas. Las espadas y las picas parecían rayos de sol. El mayordomo regresó e hizo pasar a Jury a través de unas puertas de madera tallada.

Jury se sorprendió al ver a Lady Ardry hurgando entre los muebles, pero apenas apareció él, ella se abalanzó, con la mano extendida.

– ¡Inspector Jury! ¡Volvemos a encontrarnos! – Mientras le sacudía la mano, Jury vio al hombre parado en medio de la habitación. Era alto y de aspecto agradable, vestido algo informalmente con una bata de seda de diseño Liberty y el cabello desgreñado, como si recién lo hubieran sacado de la cama. Lo que le llamó la atención a Jury, sin embargo, fue la expresión de los asombrosos ojos color esmeralda, aunque Plant llevaba anteojos de aro de oro. Penetrante, muy penetrante.

– Mi tía ya se iba, inspector. Yo soy Melrose Plant.

Jury le estrechó la mano, y reparó en que Lady Ardry no parecía alguien que está a punto de irse. Era como si sus piernas hubieran echado raíces.

– Quizás el inspector quiera que corrobore tu declaración – dijo.

– En primer lugar, Agatha, tiene que tomarme declaración. Para eso, seguramente desee hablar conmigo en privado, ¿verdad?

A ella se le empequeñecieron los ojos.

– ¿En privado? ¿Por qué? ¿Qué tienes que decirle que yo no pueda oír?

Melrose la tomó con firmeza del brazo, le puso el bolso contra el pecho y la llevó hasta la puerta.

– Te veré mañana. Pero, por favor, no al amanecer. A menos que haya un duelo en mi jardín.

Agatha seguía dando instrucciones cuando le cerraron con toda firmeza la puerta en las narices.

Plant se volvió hacia Jury.

– Discúlpeme, inspector, pero hacía tres horas que estaba aquí y no me permitía desayunar. Si me acompaña, podemos hablar mientras comemos.

– Yo ya desayuné, señor, pero lo acompañaré con muchísimo gusto mientras usted lo hace.

Ruthven acudió al llamado, tomó la orden y se retiró a cumplirla.

Melrose Plant le indicó una silla a Jury, la misma que su tía acababa de desocupar.

– ¿Se está alojando en la posada de Matchett?

Jury asintió y aceptó el cigarrillo que Plant le ofrecía en una cigarrera laqueada.

– Quiere preguntarme sobre lo sucedido el jueves y el viernes por la noche, ¿no? ¿Prefiere los hechos desnudos o mi impresión de las cosas?

Jury sonrió.

– Primero hablemos de los hechos, si no le importa, señor.

– Inspector, no creo que sea más viejo que usted, ni más sabio, le pido que no me llame “señor”.

Jury se ruborizó. No había logrado olvidar que estaba frente al Marqués de Ayreshire y Conde de Caverness.

– Sí. Ahora por favor, veamos si quiere hacer alguna corrección a los hechos que ya he recogido. – Jury repasó la lista de los presentes, la ubicación de los comensales en la cena y la aparición y desaparición de Small.

– Sí, así lo recuerdo yo. Serían las ocho o las ocho y media cuando Small estaba en el bar con Trueblood.

– ¿No lo vio después de eso?

Melrose negó firmemente con la cabeza.

– No. No hasta que mi tía entró a los alaridos.

– ¿Su tía entró a los alaridos? – Jury trató de no sonreír.

– Dios, sí. Se la podía oír desde Sidbury. – Plant miró a Jury fijamente con los ojos entrecerrados. – ¿Le dijo a usted que estaba en pleno dominio de sí misma en ese momento? No me diga nada. Ya lo veo. Todo el mundo hecho trizas, y Agatha firme como una roca.

– Me comentó que la camarera, la señorita Murch, estaba bastante fuera de sí.

– Supongo que sí. Las reacciones de todos fueron bastante normales: se tomaron de los pelos, gritaron, lloraron, se levantaron de un salto, etcétera.

– Lo dice como si hubieran estado simulando.

Plant sonrió.

– Bueno, admito que estaba preocupado por saber quién simulaba.

El cigarrillo de Jury se detuvo a medio camino.

– ¿Entonces usted supone que fue alguien que estaba en la posada?

Melrose Plant pareció sorprendido.

– Me pareció obvio. A menos que usted comparta la teoría de mi tía, de una maníaco que merodea por Long Piddleton dispuesto a asesinar a los huéspedes de posadas. Todos parecen creer que entró por la puerta del sótano.

– ¿Usted no?

Melrose lo miró como diciendo que esperaba más de Scotland Yard pero era demasiado bien educado como para decirlo.

– Todos hablan de Small como de un “perfecto extraño” que pasaba de casualidad por Long Piddleton, lo cual es bastante improbable.

– ¿Por qué, señor Plant?

– Porque para llegar debió tomar un tren y un ómnibus. ¿Cómo podía “estar de paso”? – Al entrar el mayordomo, Plant dijo: – Ah, el desayuno.

– Lo serví en el comedor, señor.

Melrose se restregó las manos.

– Gracias, Ruthven. Venga, inspector Jury.

Bajo el techo abovedado del comedor colgaban los enormes y suntuosos retratos de los antepasados de Melrose Plant. El más pequeño, contra la pared del fondo, era de él mismo, sentado a una mesa con un libro abierto ante él.

– Vanidoso, ¿no?, eso de tener el retrato de uno colgado en la casa. Pero mi madre insistió, antes de morir. Esa es ella, la de negro.

Era un retrato de una mujer encantadora vestida de terciopelo negro, que posaba sencilla y dignamente. Junto a éste había otro retrato, de un hombre de cara regordeta y amistosa, rodeado de perros de caza. Plant se parecía a su madre.

– Veo que Martha supuso que mi tía se quedaba – dijo Plant mientras llenaba el plato -. Preparó comida para doce personas. Por favor, sírvase, inspector. – Levantó las tapas de plata de las bandejas: riñones condimentados, suavísimos huevos a la manteca, lenguado de Dover, scones calientes.

Jury no podía por cierto encontrar ningún defecto en ese ofrecimiento, pero declinó el elegante desayuno.

– No, gracias, señor Plant. Tomaría un poco de café. Me decía que no estaba de acuerdo con la teoría de que el asesino de Small forzó la entrada al sótano por la puerta de atrás.

– Inspector, estoy casi seguro de que usted tampoco lo cree, pero le daré mis razones, si así lo desea. Si el asesino hubiera sido alguien de afuera, ¿le parece razonable que eligiera un lugar público para encontrarse con su víctima? Pero supongamos que así fue. Luego de acordar un encuentro con Small en el sótano, ¿tiene que romper la puerta para entrar? El mismo Small podría haberla abierto. No se puede aducir que el asesino pasaba por casualidad por la parte de atrás de la posada, vio a Small por la ventana llena de tierra del sótano, y se dijo a sí mismo: “¡Válgame Dios! Ése es Small, mi archienemigo!” y entonces echó la puerta abajo. – Melrose negó con la cabeza y sirvió el café.

Jury sonrió, pues Plant acababa de resumir sus propias ideas sobre el asesinato. Sacó el paquete de cigarrillos y le ofreció uno a Plant, que aceptó.

– ¿Qué piensa usted, señor Plant?

Plant estudió los cuadros de la pared por un momento y luego dijo:

– A juzgar por el lugar de reunión, yo diría que no fue planeado de antemano. Alguien fue sorprendido por la aparición de Small en el pueblo, y durante el curso de la tarde tomó medidas para encontrarse con él en el sótano. El método improvisado del asesinato probaría que así fue, ¿no? El asesino lo estranguló con un alambre sacado de una botella de vino y luego le metió la cabeza en ese barril de cerveza. ¿Sabe cómo lo imagino?

– ¿Cómo?

– El asesino está hablando con Small y mientras tanto desenrolla el alambre. – Plant se llevó un alambre imaginario al cuello. – Oprime sobre la laringe lo suficiente como para que pierda el conocimiento y luego le sostiene la cabeza dentro del barril. Así parece bastante espontáneo. O…

– ¿Qué?

– También está la posibilidad de que fuera premeditado y quieren hacer parecer que no lo fue. El detalle grotesco de meterle la cabeza a Small en un barril de cerveza y de instalar a Ainsley ahí arriba en esa viga. – Los ojos verdes de Plant resplandecieron. – ¿Por qué? Los toques misteriosos son excesivamente misteriosos.

– ¿Se refiere a que llaman demasiado la atención hacia el método, alejándonos de otra cosa, como el motivo, por ejemplo.

– ¿Y no podría ser que cometieran un asesinato para apartarnos del otro? – sugirió Melrose -. Pudieron haber matado a Ainsley para apartar la atención de Small o viceversa.

Jury aceptó el café servido de la cafetera de plata, y pensó que Plant era un hombre excepcionalmente inteligente. Esperó que no fuera el asesino.

– Qué curioso – dijo Melrose -. Small y Ainsley eran, al parecer, perfectos extraños. Nadie los conocía, y ellos no se conocían entre sí, o eso parece, al menos. ¡Válgame Dios! Muy bien, inspector, ahí tiene un caso en el que todos tuvieron la oportunidad, pero ninguno parece haber tenido un motivo. Sería mucho más fácil si la víctima hubiera sido uno de nosotros.

– ¿Por qué?

– Porque hay tantos motivos. De haber sido Willie Bicester-Strachan, por ejemplo, se le podía endilgar a Lorraine. Si hubiera sido yo, ¡por Dios!, las posibilidades son infinitas, empezando por mi tía. De haber sido Sheila Hogg la víctima, tendríamos a Oliver Darrington.

– ¿Darrington asesino de la señorita Hogg? ¿Por qué?

– Porque entonces quedaría libre para casarse con Vivian Rivington. Por el dinero, se da cuenta. Sheila ejerce cierto chantaje sobre él, no me cabe ninguna duda, por si Oliver va demasiado lejos. De haber sido la tía Agatha, todo el pueblo sería sospechoso.

– ¿Y si hubiera sido Vivian Rivington?

Melrose le dirigió una larga mirada.

– ¿Qué pasa con Vivian?

– ¿No es significativo el hecho de que la señorita Rivington heredará muchísimo dinero dentro de seis meses? ¿Quién perderá y quién ganará con eso?

– Escuche, no estoy hablando en serio. ¿Qué tiene que ver la fortuna de Vivian con Ainsley y Small?

– Nada, que yo sepa. Pero no sería la primera vez que varias personas son asesinadas para enmascarar el verdadero motivo.

– No le entiendo, inspector.

Jury no insistió.

– La señora Bicester-Strachan me dijo que había compartido la mesa con usted durante esa noche. Me refiero a la noche en que mataron a Small.

– Yo no diría “compartió”. Me las arreglé para defenderme con una estrategia que habría sido la envidia de Rommel.- Melrose se sirvió una tostada de la bandeja de plata, la mordió, y dijo: – ¿Por qué los ingleses tienen fama de adorar las tostadas frías? – dejó el resto en su plato.

– La señora Bicester-Strachan parece tener sentimientos ambivalentes respecto de usted.

– Qué manera tan delicada de decirlo. – Melrose suspiró, y agregó: – No, inspector. Nunca hubo nada entre Lorraine y yo.

– ¿Tampoco entre la señorita Rivington y usted?

– Se está pareciendo a mi tía. No veo qué conexión puede haber entre mi vida privada y este asunto.

– Vamos, señor Plant. Si ignoráramos las vidas privadas nunca atraparíamos a ningún criminal, ¿no?

Plant levantó la mano.

– Está bien, está bien. Escúcheme, inspector. A pesar de lo que cree mi tía, que la mitad de las mujeres del condado quiere casarse conmigo y por lo tanto despojarla de su “legítima herencia”, créame que han sido poquísimas las mujeres que alguna vez t

Vieron alguna intención conmigo. He mantenido relaciones perfectamente comunes con mueres normalmente hermosas. Estuve comprometido, la dama en cuestión rompió el compromiso por considerar que yo era perezoso y frívolo, lo cual quizá sea cierto. Mi tía tiene terror a que alguna mujer me “pesque”, para usar su encantadora palabra. Pero ninguna parece muy interesada, en realidad.

Jury lo dudaba, pero volvió a cambiar de tema.

– Según el señor Scroggs, varios de ustedes fueron a la posada Jack and Hammer la noche siguiente, el viernes, cuando asesinaron a Ainsley.

– Sí, yo llegué entre las ocho y las ocho y media. Casi todos los demás estuvieron allí también. Vivian estuvo sentada conmigo; Matchett se acercó a comer algo. Creo que no podía soportar estar solo en su posada. De todas maneras, está la puerta de atrás de Scroggs. Cualquiera en Long Piddleton pudo haber entrado por ahí y haberse ido de la misma manera.

– ¿Ya se enteró?

– Por supuesto; como todos. No le sirve de mucho saber quién estaba adentro.

– ¿Qué me dice de ese rumor sobre un compromiso entre el señor Matchett y Vivian Rivington?

– No sé nada de ello. Pero espero que no sea cierto.

– ¿Por qué?

– Porque no me gusta Matchett. Ella es demasiado para él. Usted dio algo de “enmascarar” el motivo “verdadero”. ¿Espera que haya más asesinatos?

– No querría hacer semejante predicción. Usted mismo sugirió que había varios motivos para un asesinato en Long Piddleton.

– Ah, pero no hablaba en serio. – Melrose giró hacia la puerta del comedor, de donde llegaba un gran estruendo y voces.

Ruthven entró en ese momento.

– Perdón, señor. Es Lady Ardry. Insiste…

– ¿Mi tía? ¿Dos veces en el mismo día?

Pero antes de que pudiera reaccionar o de que Ruthven pudiera sacarla de en medio, Agatha empujó la puerta, llevándose a Ruthven por delante, y avanzó dentro de la habitación.

– ¡Ajá! Ya los veo, muy tranquilos aquí, comiendo riñones y tocino mientras todo el pueblo está en plena conmoción.

– El pueblo ha estado en plena conmoción desde hace días, Agatha. ¿Qué te trae de vuelta?

Lady Ardry plantó el bastón frente a ella. No podría haber suprimido el acento triunfal aunque lo hubiera querido.

– ¿Qué me trae de vuelta? Ver si logro arrancar al inspector en jefe Jury de su almuerzo. ¡Hubo otro!

– ¿Otro qué?

– Otro asesinato. En The Swan.

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