CAPÍTULO 09

El médico había estado y se había marchado cuando Emma comenzó su rutina habitual de la mañana. Según la información de Julia, Lord Wolverton estaba despierto cuando llegó, y lo había echado de su habitación. Después de eso, nadie excepto su ayuda de cámara, se había atrevido a importunarle otra vez. Toda la casa esperaba que fuera un signo de que se estaba recuperando, y de que pronto volvería a ser el de antes. Exactamente quién era, qué tipo de hombre, ese era el tópico sobre el cual Emma reflexionaba mientras se sentaba con una taza de té en el salón informal, sentada en el largo sofá con respaldo de volutas labradas y mesita de palisandro a juego.

Reunió a tres de las señoritas para instruirlas sobre los modales más elegantes para una visita social, cuando Julia y su vivaracha tía aparecieron, pidiendo ser incluidas.

Emma difícilmente podía rehusar. Después de todo, era el hogar de Julia. La experiencia práctica era esencial en el arte de la etiqueta.

Y, mejor todavía, si había una persona que era bien recibida en Londres, y capaz de distraerla de pensamientos conflictivos, esa era Lady Dalrymple, o tía Hermia, como toda la familia Boscastle había llegado a llamarla cariñosamente. La robusta anciana dama todavía tenía admiradores entre los caballeros. Una no podía evitar que le gustara la vibrante Hermia y las damas de su club de pintura, aunque Emma les había advertido privadamente a sus estudiantes que no emularan a ese poco convencional círculo de mujeres mayores, que creían haber superado la edad del decoro.

– No me diga que vamos a tomar té otra vez -dijo Harriet, mientras entraba precipitadamente en la habitación sin ser anunciada, y se dejaba caer en un sillón, desplazando a las otras tres señoritas que esperaban pacientemente permiso de Emma para sentarse.

Emma frunció el ceño. -¿Qué estás haciendo aquí, Harriet? Yo no te llamé.

– La señorita Charlotte me mandó que viniera con usted. He interrumpido la historia.

– Indudablemente, querida. Contén tu lengua por favor.

– Y cómo bebo voy a beber mi té, si…

– Silencio por favor.

Harriet suspiró.

Lady Dalrymple examinó la cara crispada de Harriet con una sonrisa alentadora. -Otro diamante del cubo del carbón, parece.

Los ojos de Emma brillaron. -En la academia hacemos excepciones con la juventud y los enfermos.

– ¿Enfermo como Lord Wolf? -preguntó Harriet, maliciosa.

Lady Dalrymple cambió su atención, era una mujer con un entusiasta instinto para las travesuras. -¿Lord Qué?

– Ahora no -dijo Emma rápidamente. No es tema para oídos jóvenes.

– Mis oídos tienen bastantes años -dijo Lady Dalrymple-. ¿Tienes secretos para mí, Julia? -exigió a su sobrina. ¿Qué quiere decir hablar de un lobo en Londres? Creo que esas pobres bestias murieron hace casi dos siglos.

Emma exhaló lentamente. -La señorita Gardner se estaba refiriendo incorrectamente a Lord Wolverton, y no a un genuino lobo.

Lady Dalrymple podía estar en la vejez; podía estar tan arrugada y gruesa como un hada madrina. Sin embargo su mente era de todo menos anciana. Sus dedos aletearon coquetamente en sus guantes amarillos-mantequilla. -¿Dijiste Lord Wolverton?

Emma dejó a un lado su taza de té. El elixir del escándalo flotaba en el aire y Hermia claramente había captado su estimulante olorcillo. -Sí. Desafortunadamente, lo he dicho.

– ¿Adrian? -Lady Dalrymple presionó sus nudillos enguantados en la barbilla-. ¿Adrian Ruxley?

– Creo que ese es su nombre de pila -dijo Emma suavemente.

– Ese es, el gran hombre -remachó Harriet, aprovechando la momentánea falta de atención de Emma, para meterse en la boca de una vez una tartaleta de grosellas.

– Te he visto -dijo Emma por lo bajo, y me siento horrorizada.

– Bueno, excúseme -dijo Harriet, con restos en el mentón-. Nadie me dijo que se suponía que solo teníamos que mirarlas. ¿O están para aquí para pasar el rato?

– Puedes irte, ahora Harriet -dijo Emma sin levantar la voz-. Tu lección ha terminado.

– ¿Tengo que dormir otra siesta?

– ¿Por qué no ayudas en la cocina? -sugirió Julia con delicadeza-. Aprender cómo llevar una casa es una destreza útil para cualquier dama elegante.

Harriet se quedo paralizada. -Preferiría robar un…

Emma abrió los ojos peligrosamente. -Estás excusada, Harriet.

Después de un momento de aparente indecisión, Harriet hizo caso al combativo fuego de la voz de Emma y se escapó rápidamente. Sin embargo la tía Hermia no había estado lo suficientemente entretenida como para olvidar el escandaloso tema de conversación.

– ¿Qué está haciendo Adrian en esta casa? -preguntó con un susurro conspirador.

Emma se levantó. -Se está recuperando de un desafortunado contratiempo. Me sorprende que no lo hayas escuchado.

– Bueno, acabo de llegar de Tunbridge… ¿Qué tipo de contratiempo? -preguntó vivaz.

– Estoy segura que Julia estará feliz de responder a tus preguntas, tía Hermia -murmuró Emma. He dejado a las demás estudiantes demasiado tiempo solas.


El silencio envolvió la habitación cuando Emma se marchó. Julia bebió té y mordisqueó su tartaleta rápidamente. Lady Dalrymple se sentó y la miró fijamente, hasta que se revolvió molesta.

– No me voy de esta casa, hasta no saber la verdad, Julia.

– Oh, ¿En serio? ¿De todas maneras, de qué conoces a Adrian?

– Una de mis amigas me hizo ver que él sería una buena adición a nuestra colección de deidades. Conocí a su padre y a su tía hace tiempo.

– No vas a pintar a un hombre herido al natural -le dijo Julia acaloradamente-. No lo permitiré.

– Es un tema artístico, querida mía -dijo Hermia con una brusca encogida de hombros-. ¿Tiene el hombre un gran físico?

– ¿Arte? -dijo Julia con una risa escéptica-. No engañas a nadie. A ti y a tus amigas os gusta dibujar cuadros picantes de caballeros jóvenes y guapos. Ninguna tenéis excusa. ¿No os da vergüenza, a vuestra edad?

– ¿Necesito recordarte, Julia, que cierta mujer soltó como una bomba sobre la población un boceto del apéndice primario de su amante? La malvada Lady Whitby. ¿No era esa tu firma?

Julia estaba más que avergonzada con esa metedura de pata en particular. Lo más probable era que la caricatura del cetro real de su esposo sería inmortalizada en su lápida. -No sé si Adrian tiene un gran físico o no -dijo airadamente-. Ha estado en cama con una herida en la cabeza, y no se me ocurrió examinarlo.

Lady Dalrymple vació su taza. -Debo presentarle mis respetos al héroe.

Julia abrió sus ojos grises, espantada. -No vas a molestarle. Es indecente de tu parte, tía Hermia. Es…

– Nada de tu incumbencia, querida. Soy lo suficientemente mayor, como para ser su abuela. Solo le ofreceré el gentil consuelo que solo una dama de edad puede dar.

Julia saltó. -No te atrevas a pedirle que pose para tu grupo de pintura. Es el hijo de un duque. Además, sufrió un golpe en la cabeza y difícilmente se entera de lo que ocurre a su alrededor.

– Por Dios, querida. Me haces sentir como si fuese dañar a un hombre valeroso. Te acabo de decir que conocí a su familia. Su padre, el viejo Scarfield, sintió una gran pasión por mí hace muchos años. Es solo por cortesía el visitar a su hijo.

– ¿Sola, tía Hermia?

Lady Dalrymple se interrumpió. -A menos que quieras acompañarme.

Julia se ruborizó. -Me gustaría impedírtelo. Pero como no puedo, solo te pido que no le des una perorata a mi invitado, acerca de posar para tu vergonzoso club.

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