CAPÍTULO 05

Deshonrada.

Emma se había deshonrado a sí misma. Simplemente no había nadie a quién echarle la culpa. Cierto, no le había pedido a Lord Wolverton que saliera en su defensa. Pero tampoco él le había pedido que ella se apresurara en su rescate. O a sus brazos.

Esos fuertes brazos protectores que la habían anclado a su magnífico cuerpo. Había estado casada años, y nunca había sentido una necesidad tan aguda, tan profunda, que arrasara con su juicio. ¿Había sentido lástima por él? ¿O por ella misma? Con unas pocas sencillas palabras, había desmantelado sus emociones. Pensar que su hermano, o su esposa, podían haber entrado, y ella hubiese tenido que explicar que había estado a punto de dormir con un extraño, par del reino o no. Se llevó una mano al corazón. No sabía si debía hacer penitencia, o algo indescriptiblemente perverso como… quedarse al final de la escalera de la escalera y gritar unas cuantas maldiciones. En vez de eso, las susurró.

– Maldito. Maldición

¿Qué le había pasado? Ella no era la que tenía una herida en la cabeza.

Sin embargo se había dejado medio seducir por un hombre con una reputación terrible, cuando ningún otro hombre había logrado robarle ni siquiera un beso en la mejilla durante años. Ni siquiera ese Sir Williams, cuya conducta lamentable le había hecho sentir desequilibrada. El juego amoroso de Adrian la había dejado sintiéndose vulnerable, pero no violada. Después de escaparse, debería haber experimentado multitud de reacciones apropiadas.

Pero no esta energía vigorizante, esta sensación de Bella Durmiente despertada después de cien años de deseo dormido, de ir volando a las estrellas, de caminar…

– El mueble, Emma, -una familiar voz masculina le avisó a su espalda-. Mira por donde caminas. No necesitamos otro inválido en nuestras manos.

Un culpable rubor coloreó su rostro de rosa con la gentil reprimenda de su hermano. -Bueno, ¿Quién lo ha movido? -exigió, sonriendo desencajada.

Los inteligentes ojos azules de su segundo hermano mayor, Lord Heath Boscastle, la estudiaron un momento. De todos los miembros de su familia, él era el más protector y perceptivo. Y ciertamente tendría algo que percibir si mirase con atención. -Nadie. El mueble siempre ha estado ahí. ¿Estás sonámbula, Emma?

– Por supuesto que no, tengo por costumbre revisar a las chicas todas las noches, antes de irme a dormir.

– Lo sé -dijo divertido-. Sin embargo, ellas duermen en la otra ala del piso de arriba. Como siempre lo han hecho desde que llegaron. -Su mirada se trasladó de ella a la puerta de Adrian-. Creí que ibas a mirar como seguía Wolf -dijo con un tono despreocupado en el que sabía que era mejor no confiar.

Wolf. Se avergonzó por dentro del demasiado conveniente sobrenombre. Espiar para los militares había refinado los instintos de Heath. Ella se moriría, si adivinaba lo que acababa de pasar. Ni ella misma lo entendía. Quiera Dios que Adrian fuera un hombre que mantenía sus promesas, o bueno, se avergonzaba de solo imaginarse las repercusiones.

Le contestó lo más calmada que pudo. -Ya lo he revisado, por supuesto. Una se siente responsable cuando alguien queda incapacitado por su culpa.

Sus labios se estiraron en una especie de sonrisa. -¿Incapacitado? Yo creo que le podrían haber golpeado con una mesa, y todavía sobreviviría. Pero siento curiosidad, Emma. ¿Cuán responsable te sientes por su bienestar?

Esta era la prueba. El juicio por tortura de los Boscastle. Los ojos azules de Heath taladrando los pensamientos más profundos de uno, como un saqueador de tumbas exhumando un libro que contuviera los secretos del universo. Él no sabía nada. ¿Cómo podía saberlo?

Además, ella era una mujer adulta, no una debutante; aunque hasta ese momento nunca había tenido ningún motivo para mentirle a su familia. -Me siento responsable en grado extremo – replicó, sin flaquearle la voz, desafiándole con su actitud. Hermano y hermana estaban igualados en el campo de batalla de los Boscastle.

– En grado extremo. Interesante elección de palabras, Emma.

– ¿Esperabas menos de mí? -inquirió ella en tono similar, enviando delicadamente la pelota de vuelta a su campo.

Él vaciló. -No recuerdo ninguna situación como esta en el pasado, por la cual juzgarte.

– Seguro que me conoces lo suficientemente bien, como para darte cuenta que siempre cumpliré con mis obligaciones.

Él se quedó mirándola con tanta ternura, que se sintió tentada a arrojarse a sus brazos, y rogar por su comprensión, por su consejo. Y si investigaba un poco más podría verse empujada a esa acción humillante.

Pero Adrian le había dado su palabra de que nunca lo sabría nadie más. Era su secreto. Su pecado compartido.

La voz de Heath penetró en su ensoñación. -La línea entre deber e inclinación, a menudo es borrosa, y si uno no mira por dónde anda…

– …Entonces uno choca con un mueble. -Ella le tocó el hombro-. Gracias por tu preocupación -le dijo con deliberada ligereza-. ¿Vas a visitarle?

– ¿Está despierto?

– Lo estaba hace un momento. Sin embargo no puedo asegurar de que humor estará. Parece tener problemas para sobrellevar su debilidad. -Aunque debilidad no describía en absoluto a ese diablo viril, que no solo había encontrado un resquicio en su armadura, sino que había despertado instintos femeninos que creía calmados hace tiempo. En un solo día había descubierto que el hombre que creía un admirador decente, era de todo menos eso, y el hombre con pasado indecente había defendido su honor; bueno, faltaba ver cómo era él exactamente, y por qué se sentía obligada en ese momento a defender su interés por él.


Durante la primera noche de su recuperación, llovió. Adrian había olvidado lo diferente que eran las lluvias inglesas de las tormentas que barrían el Lejano Oriente. La lluvia inglesa calaba profundamente, hasta la misma médula. A pesar de eso, o tal vez por ello, cayó en un sueño intermitente con el miserable clima donde había nacido como fondo.

Hubiera encontrado que su situación era a divertidamente cáustica, si no fuera porque el láudano le hizo efecto. Sintió que su poder soporífero se filtraba en su sistema, y más abajo, el calor de Emma Boscastle penetrando aún más profundamente. El tacto de la mano de una dama gentil. Una suave voz reprendiéndole.

La puerta se abrió lentamente.

Adrian levantó la vista, con una sonrisa jugando en las comisuras de su boca. Por favor, que vuelva. Probablemente necesitaría una excusa. Que había olvidado cerrar las cortinas, o que no había movido el banco de en medio de la habitación, para que no tropezara en mitad de la noche. Por una vez se portaría bien y no la molestaría. Le rogaría perdón y le prometería portarse bien si se quedaba a conversar con él.

Sabía lo que estaría pensando de él. Era un pobre amigo que se había aprovechado, un canalla, un seductor. La verdad era que solamente había tenido dos amantes en su vida. Una había sido una cortesana de poca categoría, que le había enseñado todo lo que se moría por conocer acerca del sexo. Su última aventura, de larga duración, había sido con una dama francesa de la Alta Sociedad, que le enseñó todo lo que nunca había deseado conocer sobre el amor.

– ¿Vas a acercarte o no? -preguntó en voz baja-. Si lo haces, me disculparé por lo que hice.

Las cortinas de la cama se abrieron rodando en sus anillos. Se reclinó con pose relajada en las almohadas. Tenía que contenerse y esperar con paciencia que se acercara.

Sus buenas intenciones se volvieron contra él. No fueron los rasgos delicados, etéreos, de Emma los que se materializaron entre las sombras.

Fue el rostro delgado y cínico de su hermano mayor, el teniente coronel Heath Boscastle, que se quedó mirando fijamente a Adrian varios segundos, significativamente, antes de preguntar con sonrisa cautelosa. -¿Disculparte por qué, exactamente?

Un caballero menos experimentado se hubiera derrumbado bajo esa tensa mirada de esfinge. Adrian recordó los rumores de espías franceses que hablaban en secreto de su respeto por el enigmático inglés de hablar suave, que nunca se había quebrado bajo tortura.

A menudo Adrian se preguntaba lo que su valor le habría costado personalmente a Heath. No lo sabría nunca nadie. Heath era el tipo de hombre que se encogía de hombros, ya sea con los elogios o con el reconocimiento de lo que él consideraba su deber. Presumía saber que se llevaría sus secretos a la tumba. Era un buen oficial.

De hecho, Adrian más de una vez había lamentado no haberse alistado con los militares británicos y haber peleado junto a los hermanos Boscastle y sus iguales. Él nunca formó lazos de camaradería con sus pares, como otros oficiales nobles. Pero bueno, él había estado huyendo de su identidad aristocrática. De hecho, se había ido de Inglaterra a los dieciséis; su vida era insoportable por las pullas de su padre. Había conocido a Heath poco después, en una academia militar prusiana. Heath había continuado hacia una tranquila pero privada gloria. Adrian se había entregado a la aventura y a la gloria más oscura.

Sin embargo todavía recordaba la última conversación que había tenido con el hombre que ahora reclamaba ser su padre, Guy Fulham, Duque de Scarfield. Bueno, había tratado de escuchar a hurtadillas, hasta que Scarfield lo había pillado, agarrado del cuello y humillado en medio de una fiesta en la casa.

– Mírenlo, escuchando por la cerradura, como un sucio ladronzuelo. Pero no debería sorprenderme, ¿verdad? Tu madre no era sino una puta, y tu padre natural un soldado. Por favor, si ni siquiera era un oficial. Sólo un ordinario, ignorante soldado, que ni siquiera tuvo la habilidad de sobrevivir un año en el campo de batalla.

Su vida había empezado a tener sentido en ese momento. Su padre se había alejado de Adrian desde la muerte de su madre cuatro años antes. No había tardado mucho tiempo en darse cuenta de unos cuantos hechos indeseables, y entender su lugar en el mundo. No compartía sangre con el viejo duque, y él lo quería fuera de su vida. Poco después los abusos y la maligna negligencia del hombre que él creía su padre, tomaron dramático sentido. Constance, su joven madre, aparentemente había tenido un amante, un soldado raso de paso por el pueblo, y por eso el duque odiaba la presencia de Adrian.

El viejo cabrón pensó que su heredero era un bastardo.

La revelación debería haber quebrado el espíritu de Adrian. Otro muchacho se habría avergonzado, al recordársele repetidamente que era producto de una relación adúltera. En vez de eso, se alegró infinitamente. Le proporcionó un nuevo propósito a su vida. Decidió llegar a ser un soldado valeroso con ansias de sangre, como su verdadero padre. Le mostraría al duque lo que pensaba de su cerrado y anticuado mundo. Llegaría a ser un gran militar aventurero, rico y poderoso, y haría ostentación de sus éxitos bajo las narices de la aristocracia.

Solo que el resultado no había sido ese. Venganza. Como Adrian había descubierto, nunca resultaba Pero una vez que se puso en marcha, no hubo vuelta atrás. Era tan víctima de su venganza, como autor.

No había contado con que el resto del mundo no iba a estar precisamente de acuerdo con sus planes. O él mismo. Pelear le había quitado a golpes casi toda la rabia. De hecho, se había saciado de tanta violencia, que se había vuelto insensible.

De acuerdo, había tenido aventuras militares. Solo que su reputación era de mercenario, no de héroe. Había entrenado soldados nativos para reforzar las fuerzas británicas, y había sofocado a insurgentes en la batalla contra el avance de los franceses en las colonias. Los gobernantes, que apreciaban haber escapado a los cuchillos asesinos, le habían recompensado con oro, rupias y diamantes. Había protegido los derechos comerciales de la Compañía de las Indias Orientales, y sus intereses mercantiles en Bombay, Madras, China, Persia e India. Se había creado la reputación de pelear en cualquier parte por un precio.

Y entonces, hacía un año más o menos, el duque había tenido el descaro de pedirle que volviera a casar, declarando estar aquejado de una enfermedad mortal. Le escribió que esperaba que hicieran las paces. ¿Su casa? Infiernos, él solo había vuelto a Inglaterra porque sería una locura rehusar una herencia que era suya por derecho. Ninguna otra razón, excepto que estaba listo para establecerse.

¿Y si quería reclamar a una mujer prohibida para él por sus lazos de amistad?

– Adrian.

Él miró hacia arriba, malhumorado por el leve reproche en la voz de su anfitrión.

– Te pregunté por qué te estás disculpando.

– ¿Disculpando? Ah. -Frunció el ceño. El golpe de la cabeza debía haberle alterado el cerebro, después de todo. Raramente le daba vueltas al pasado-. Bueno, lo siento por todas las molestias. Es bochornoso que te rompan una silla en la cabeza y terminar mimado como una virgen vestal.

Heath suspiró. -Estabas defendiendo a mi hermana. No necesitas disculparte por eso.

Adrian miró al otro hombre frunciendo el ceño. -Excepto que lo estropeé, el verdadero culpable se escabulló, y me desmayé a los pies de tu hermana como una niña. De hecho, ahora que lo pienso, tengo en mente terminar lo que comencé. ¿Dónde reside Sir William?

Heath negó con la cabeza. -Drake y Devon estaban planeando desayunar con él cuando Emma pidió ayuda. Ella no se inclina hacia el escándalo como los demás. Ignóralo por ella.

– No necesito a nadie más -dijo acalorado-. Puedo desafiarle solo. O no.

Heath rió. -En realidad, amigo, me temo que no seas capaz ni de ponerte en pie por ti mismo en estos momentos, y menos aun luchar en un duelo.

– Maldito sea el infierno -dijo Adrian suavemente-. ¿Vas a insistir en que me quede?-

– Creo que necesitas otra cucharada de ese sedante.

– Creo que necesito la botella entera.

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