Heath entró en la antecámara de la doncella, adosada a la pequeña suite de Emma. Su hermano Grayson merodeaba inquieto en el confinado espacio. -¿Algo interesante de que informar?
– Sí. Hay una tabla suelta en el suelo, frente a la ventana, que cruje.
Heath rió por lo bajo.-¿No hay señal de los amantes?
– Ni un atisbo. -Grayson entrecerró los ojos-. ¿Y las demás mujeres?
– Que yo sepa, todavía están en el salón pasando el rato y cotilleando. A propósito, Jane está aquí.
– ¿Jane? -Solo por un momento, Grayson pareció sorprendido-. Ya veo. Bueno, tal vez quiera un consejo sobre sus nuevos zapatos.
Heath vaciló. -Esperemos que sea eso.
– ¿Qué quieres decir?
– Nada. Es solo una sensación. Con todas esas mujeres reunidas…
– Todas las rutas de fuga están vigiladas, ¿No es así? -Grayson sonrió, satisfecho-. No hay un lugar por dónde Adrian pueda salir de la casa, sin encontrarse al menos con uno de nosotros.
Adrian se había preparado, tanto física como mentalmente, para defender su posición ante los hermanos de Emma. Lo cierto es que estaba más preocupado por defenderla, y dispuesto a cargar con las culpas de lo ocurrido. Sin embargo, no tenía la menor idea de cómo reaccionar al entreabrir la puerta, y encontrarse dos mujeres esperando en el pasillo.
La más joven, a quien Adrian reconoció como Jane, cuñada de Emma y Marquesa de Sedgecroft, tomó ventaja inmediata de su sorpresa y metió un pie por la estrecha rendija. Se tensó al darse cuenta de quién la acompañaba; el infierno en persona. La acompañante de Jane no era otra que Hermia, Lady Dalrymple, la dama de grandes huesos y artística malicia.
Jane cerró la puerta y le dio una vuelta a la llave con rapidez.
La miró fijamente. -¿Está todavía Hamm en la escalera?
– Sí -respondió pegando el oído a la puerta-. Y Devon patrullando el pasillo de la entrada. Toda la casa está rodeada por los enemigos del amor verdadero.
Emma se cubrió la cara, mortificada.
– Hay una explicación perfectamente comprensible de por qué me estoy escondiendo -empezó Adrian pero vaciló ante la mirada directa de Jane-. La hay -insistió-. ¿No es cierto, Emma?
Los oscuros ojos verdes de Jane destellaban de júbilo. -Bueno, dudo que apacigüe a cuatro demasiado protectores hermanos Boscastles.
– ¿Cómo supiste tú que estaba aquí? -preguntó Emma suavemente, bajando las manos.
– Charlotte le aplicó a Harriet la tortura Boscastle -respondió Jane.
Adrian abrió la boca para maldecir, pero recapacitó. -¿Te mandaron para hacerme prisionero? -le preguntó a Jane frunciendo el ceño.
– No. Vengo con un plan para que escapes.
– ¿Un plan? -sonrió, escéptico-. Lo veo imposible, pero agradezco tus esfuerzos en mi favor.
Emma abandonó súbitamente su triste expresión y se paró frente a él. -¿En qué consiste, Jane? ¿Julia y Charlotte también participan?
Jane asintió. -Todas las fuerzas femeninas, incluyendo a Chloe, están movilizadas y listas para poner en marcha las distracciones que hagan falta.
– Entonces proceded -dijo Emma, ahogando un suspiro-. Jane, no sé cómo agradecértelo.
Jane le sonrió con afecto. -Al entrar a formar parte de esta familia, fui entendiendo lo mucho que Grayson se preocupa y cuida de todos y cada uno… y también yo lo hago. Sin embargo, mi esposo y yo no pensamos lo mismo cuando se trata de ejecutar sus deberes hacia los que ama.
Adrian se limpió la garganta. -Perdona, pero…
– Sí. Dilo de una vez, Jane -dijo Hermia, desabrochándose la pesada capa de terciopelo dorado-. No tenemos toda la noche, y la oscuridad es nuestra aliada.
Jane cerró la boca con fuerza. -Tienes toda la razón. Siéntate Adrian… Tendrás que quitarte las botas.
– ¿Las botas? -dijo con la mirada en blanco, mientras se sentaba obedientemente en la silla.
– Tu peluca, Hermia -Jane estiró la mano.
Adrian se puso pálido al entender en qué consistía el plan. -¿Su peluca? No puedes estar sugiriendo… espera un momento… cuando dije que haría cualquier cosa para…
Hermia se quitó los canosos rizos rubios y se aproximó a la silla con el ceño fruncido. -Nuestro pelo era de un color parecido en nuestra juventud. Sin embargo, no recuerdo haber tenido la sombra de una barba en la mandíbula. Ni un hoyuelo en la barbilla.
– Bueno, no hay tiempo para afeitarle.
Emma negó con la cabeza hacia él con simpatía, avergonzada. -Lo siento Adrian. Realmente me duele ser testigo de tu humillación.
– No tanto como me duele a mí -balbuceó.
– Emma, si no quieres mirar -dijo Jane desabrochando el collar de Hermia -serías más útil quedándote, asegurándote de que Grayson no entre.
Emma retrocedió un paso.
– ¿No hay otra forma de sacarme a hurtadillas de la casa? -preguntó Adrian, sin esperar contestación.
Jane frunció el ceño mientras le colocaba la peluca. -¿Tienes una sugerencia mejor? Si es así, dila de una vez. El conde de Odham está afuera, esperando en su carruaje para recoger a Hermia. Está de acuerdo en ayudarte a escapar.
– ¿Y quién es el conde de Odham? -exigió, sintiendo como un actor en una improvisación teatral.
– Es un noble ya mayor que cortejó a Hermia hace algún tiempo -respondió Jane.
– Y me traicionó -agregó Hermia.
Adrian frunció el ceño. -Lamento escucharlo.
– No es necesario -dijo Hermia con una sonrisa implacable-. Lo ha estado pagando desde entonces. Puedes confiar en él. Nunca más me ha vuelto a engañar.
– ¿Se te ocurre otra idea, Emma? -preguntó Adrian esperanzado.
– Toda mi vida -respondió, remarcando cada palabra-, he intentado representar y obedecer las buenas costumbres, tal y como las entiendo.
– Es elegir engaño o enfrentamiento -dijo Hermia con franqueza-. Decídete de una vez, Wolverton.
– ¿Emma? -Adrian miró la peluca que se cernía sobre él, como si fuese la guillotina.
Esta asintió decididamente a Jane. -Creo que va a necesitar unas manchas de rouge si tiene que parecerse a Hermia. Y, cielo Santo, enrollémosle por lo menos los pantalones.
Adrian siguió a Jane por las escaleras, superando el escrutinio de Hamm. Aparentemente, el lacayo sentía aprecio por la robusta Lady Dalrymple, pues aunque se cuadró, e inclinó profundamente la cabeza a Jane, se quedó mirando lo que presumía era la fuerte figura de Hermia. -¿Puedo escoltar a su señoría al carruaje?
– No, no puedes, Hamm -dijo Jane firmemente-. Lady Dalrymple no se siente bien, lo que menos desea en este momento es que se deshagan en atenciones con ella.
Hamm pareció sufrir. -Lamento escucharlo. Espero que no sea nada grave.
– Es… -Jane vaciló-, ronquera, me parece. Debe irse a casa, ya, a descansar la voz.
– Por supuesto que debe hacerlo -dijo Hamm preocupado-. ¿Debo llevar un brasero de carbón al coche para que se caliente los pies?
Adrian maldecía por dentro, resistiendo la tentación de tirar a Hamm por las escaleras. Ya era suficientemente humillante tener que apoyarse en Jane para poder mantener el equilibrio. Apenas podía caminar con los zapatos negros de tacón con hebillas de Hermia, cuyas costuras habían descosido para poder embutir sus grandes pies.
– Su señoría no necesita que la mimen -dijo Jane con sonrisa tensa-. Si estás preocupado por su bienestar, abre la puerta para que el conde pueda llevarla a su casa.
Adrian asintió vigorosamente.
– ¿Es usted, Hermia? ¿Y tú, Jane? -Lord Devon Boscastle, el hermano menor de Emma, echó un vistazo, deteniéndose al final de la escalera-. ¿Se va a casa?
Adrian frunció el ceño entre las sombras de la capucha que le ocultaba el rostro. Se debatió entre hacer una escapada rápida por el pasillo, o volver corriendo escaleras arriba, como un cobarde. Prometió que si Jane lo sacaba de este lío sin que Emma pasara más vergüenza, pondría su nombre a su primer hijo en homenaje, y emplearía a todos los zapateros de Europa, para qué mantuviesen sus delicados pies a la moda.
– Hermia no se siente bien, Devon. -Jane tomó a Adrian de la mano y tiró de él para acabar de bajar los últimos peldaños-. Es un problema de garganta y no debe respirar el húmedo aire nocturno. Serías un encanto si me traes los guantes que me he dejado en el salón.
Devon se enderezó, con expresión pensativa. -Bueno, en realidad se supone que debo estar en…
– ¡Devon! -su hermana Chloe vino corriendo por el pasillo y se lanzó sobre él-. ¡Eres un muchacho travieso! No te he visto desde hace una eternidad. Hablaba con Dominic de lo mucho que te he echado de menos.
Devon miró sobre su hombro a Adrian y a Jane, resistiéndose cuando Chloe trató de empujarle al otro lado. -¿No cenamos juntos hace tres días?
– Esto -le susurró Adrian a Jane, tirando de la capa de Hermia en sus hombros-, es una indignidad de la cual no me recuperaré.
Jane avanzó, su voz baja y estable. -Por favor, camina, Hermia, y no fuerces la voz con cháchara inútil. Ah, ahí está tu fiel Odham.
Adrian se tropezó con la hebilla de uno de los zapatos y hubiera acabado en el suelo si Jane no le hubiese prestado su hombro para apoyarse. El conde, un hombre vivaracho en la sesentena de pelo blanco, enamorado de Lady Dalrymple durante años, cruzó la calle desde su carruaje.
– ¿Sabe Odham el por qué de esta farsa? -preguntó Adrian con los dientes apretados.
Jane se encogió de hombros. -Se suponía que Julia tenía que decírselo. Pero no sé si logró traspasar la vigilancia de Heath.
Frunció el ceño. -¿No está Odham enamorado de Hermia? ¿Cómo voy a explicarle…?
– Sube a tu carruaje, mi pequeña flor traviesa -dijo Odham, deslizando su brazo, conspiratorio, por el de Adrian-. Excelente actuación, Wolverton. Me recuerda mis días de libertad. Un pequeño disfraz solo aumenta el deseo, ¿eh?
Súbitamente Adrian se vio trasladado de la calle al carruaje que esperaba. Apenas se había liberado de los zapatos, cuando Odham lo empujó al asiento y golpeó con los nudillos el techo. El cochero instó a los dos caballos a un trote rápido.
Odham dio un golpe con el pie de regocijo. -¡Lo logramos! Es lo más divertido que he hecho, en décadas. Hermia ha sido conocida siempre por su atrevimiento. Y que el cielo me ayude, Wolverton, te digo que esa mujer me vuelve loco. Y ahora he inclinado la balanza a mi favor.
Adrian se quitó la capucha, con expresión hosca. -No quiero parecer grosero. Obviamente estoy en deuda con usted de por vida. Sin embargo tengo que preguntarle, ¿ya nos conocíamos?
Los ojos oscuros del conde se iluminaron. -Hablando de un canalla a otro… ¿tiene importancia, realmente?
Adrian gruñó y miró por la ventana. Jane estaba en la acera con sonrisa satisfecha. Un hombre alto salía de la casa. No pudo saber cuál de los hermanos Boscastle era. Pero algo era seguro, la intrigante de Jane lo mantendría alejado.
Y mañana ya pagaría al diablo.
Heath se quedó al lado de su cuñada Jane, observando el carruaje que partía en la noche. Una horrible sospecha apareció en su mente. ¿De qué acababa de ser testigo? ¿De una fuga? No era posible. Finalmente Jane se volvió hacia él, suspirando profundamente. -Es tarde, ¿no? Debo acostar a mi hijo. ¿Grayson está con Drake?
Heath miró el carruaje que desaparecía. Una reticente sonrisa cruzó su rostro. -Por lo que sé, continúa arriba.
Jane lo miró. Una actriz notablemente convincente. -¿Arriba? ¿Haciendo qué? Creía que teníais vuestras cábalas masculinas en tu estudio.
Una divertida voz femenina les interrumpió. -¿Qué estáis susurrando, que no me he enterado?
Heath se giró. Su corazón no dejaba de reaccionar nunca a la presencia de su esposa. Incluso cuando, como estaba empezando a sospechar, Julia y las demás damas de la familia lo habían engañado.
Negó con la cabeza. No. No podía ser, pero… -¿Dónde está Tía Hermia?
Julia bajó los peldaños y puso la cabeza en su hombro. -Me parece que continúa arriba con Emma.
Pero Devon preguntó… -¿Quién se marchó en el coche de Odham?
Jane lo condujo de vuelta a la casa. -Odham, por supuesto. No creí que necesitaras preguntarlo.
Heath apretó los labios. -Pero creía que Hermia…
Julia se separó de él frunciendo el ceño. -Hermia está con Emma, Heath. Si estás preocupado por ella, estoy segura de que no tendrá ningún problema en confirmarte que está bien, aunque me parece que le dolía la garganta hace un rato.
– Ya veo -murmuró Heath.
Volvió caminando lentamente a la casa, subió las escaleras y se detuvo ante la puerta cerrada de la habitación de Emma. Allí fue, donde, varios minutos después, lo encontró su hermano Grayson.
– Entremos por sorpresa -dijo Grayson con el puño en la puerta. Está durando demasiado. Wolverton no puede ocultarse para siempre.
Heath negó con la cabeza. Un hombre sensato sabía cuando abandonar la partida. -Como quieras Grayson. Sin embargo, preferiría que no estropearas la puerta.
Grayson golpeó con fuerza.
Emma abrió, agitada. -Grayson -dijo molesta-. ¿Qué ocurre? ¿Por qué estás haciendo tanto escándalo? ¿Hay alguien enfermo?
La empujó a un lado y entró. -¿Por qué no sale Adrian de su escondite y responde a esa pregunta? ¿Está en tu baño?
Parecía ofendida. -Grayson Boscastle. Te prohíbo que des un paso más.
Se congeló. Tan imperativa había sido la orden. -No te culpo, Emma -dijo después de un momento-. Wolverton es un hombre atractivo. Heredero de un duque o no, tendrá que…
Se detuvo, tomó aire, y abrió la puerta del baño, para retroceder alarmado ante el chillido indignado que recibió su entrada.
– Oh, cielos. Oh, Dios Todopoderoso. Hermia… no tenía ni idea. Yo no…
Lady Dalrymple se plantó frente a él, sin peluca, con las manos en la cintura, su amplio pecho con multitud de arrugas, se estremecía. -Espero que tengas una explicación para esta invasión, Sedgecroft.
A Grayson se le quedó la cara de piedra de la impresión, incapaz de pronunciar ni una palabra en defensa propia. Hasta que Heath, riendo a carcajadas, lo empujó a un lado. -Se acabó.
– ¿Qué demonios quieres decir? -demandó Grayson, tropezando otra vez en el pasillo.
– Nos han vencido -dijo Heath con sonrisa compungida-. Es momento de retirarse.
– ¿Lo has encontrado? -preguntó Devon desde la entrada.
La voz grave de Hamm resonó a su espalda. -Lord Wolverton no ha cruzado las puertas de la entrada principal, señorías. He mantenido mi posición, tal y como me pidieron. No hay forma posible de que haya escapado a nuestra vigilancia.
Grayson se volvió a Heath con expresión airada. -¿Estás absolutamente seguro que Wolf estaba aquí?
Heath negó con la cabeza. -Debería haberlo imaginado -comentó asombrado.
– Yo lo sabía.
Grayson lo miró disgustado. -¿Entonces por qué no tomaste las medidas necesarias?
Heath sonrió.
Emma permaneció despierta toda la noche, o más bien lo que quedaba de ella, susurrando acerca de su compromiso secreto con las conspiradoras Julia, Chloe, Charlotte y Tía Hermia. Ahora que había aceptado la proposición de Adrian, y había admitido lo que sentía por él, no encontró ninguna razón para no compartir su alegría.
De manera decorosa, como era de esperar de una futura duquesa, y si su dignidad había sufrido un resbalón… ya había pasado. Tenía toda una vida por delante junto a Adrian para enmendarlo.
– Las chicas tendrán que aprender a llamarte “su gracia” -dijo Charlotte, tumbada en la cama de Emma, con expresión soñadora y una copa de champán en la mano.
Weed, el lacayo de Jane, les había entregado cuatro botellas del apreciado Dom Perignon de Grayson una hora antes, después de que la marquesa hubiera regresado a casa de su triunfante escapada en nombre del amor. Chloe había descorchado exitosamente la botella, para brindar por su hermana mayor con el burbujeante vino, famoso gracias al humilde monje Benedictino, que había donado sus ganancias a los pobres.
– Está bien que la bebida tenga una vertiente caritativa -anunció Chloe con júbilo.
Los ojos de Emma brillaron. -¡Entonces bebamos, hasta el fondo!
– ¡Por los Boscastle y sus amigos! -dijo Hermia resueltamente.
– ¿Cómo les anunciamos a las chicas tu compromiso? -preguntó Charlotte suavemente.
Emma bajó la vista a su copa. -No estoy muy segura. Sé que no puedo abandonar la academia sin mirar atrás.
– ¿Y por qué diablos no? -preguntó Hermia con intensidad, arrastrando algo las sílabas-. Nunca he sido más feliz, que cuando me he entregado a un impulso. Ya está. Lo he dicho. Revelé mi secreto. Que el mundo tiemble. Soy una mujer peligrosa.
– Solo para guapos jóvenes que parezcan dioses griegos -dijo Charlotte sin pensar.
Su sobrina Julia rompió a reír. Y poco después, las otras damas la siguieran. Emma se deslizó de la silla alarmada.-Señoras, por favor. Debemos… debemos…
– …Beber más champaña -dijo Chloe, levantando la botella a lo alto-. Oh, Emma, Emma. ¿Quién te hubiera adivinado capaz de hacer honor a nuestros antepasados? Juro que me iré a la tumba con una sonrisa en la cara. Adrian es el granuja más adorable, y ahora va a ser mi cuñado. La infamia familiar continúa y no me avergüenza en absoluto.
Pronto se hundieron en el silencio, agotadas. Charlotte recogió sus zapatos, besó a Emma, y se fue a revisar a las chicas y a buscar su cama. Hermia se quedó dormida en la silla. Julia la tapó con una colcha y se fue de puntillas a reunirse con su esposo, para lo quedaba de noche. Emma y su hermana pequeña se acomodaron en la cama, como habían hecho a menudo en su niñez. En los momentos felices, y en los tristes, Emma había sido una madre protectora para sus salvajes hermanos. Y ahora iban a tener que arreglarse sin ella. ¿Pero, podría dejarles?
Chloe apoyó la cabeza en el hombro de Emma. -Si me dejara llevar por mis impulsos malvados, te echaría en cara todas esas ocasiones donde nos sermoneabas…
– No seas bruja -dijo Emma brusca, y suavizó el efecto de su regaño con un suspiro-. No cuando estoy castigándome a mí misma… y rebosante de felicidad.
– Entonces nada la arruinará -suspiró Chloe-. Sé feliz, Emma. Disfruta de la vida.
Emma suspiró otra vez, y sonrió al recordar a Adrian escapando de su habitación con la peluca y la capa de Hermia. ¿Y si sus hermanos lo hubiesen pillado? ¿Y si una de sus estudiantes se hubiese despertado en medio de su charada? Ya era bastante sombrío pensar en qué ocurriría con la academia, cuando se anunciara su compromiso.
Como Emma entendía la hipocresía de la sociedad bien educada, sabía que el escándalo de su amorío secreto se desvanecería, olvidado, cuando se diesen cuenta de que Emma se convertiría en duquesa algún día. Y además estaría con el hombre que amaba