CAPÍTULO 12

Emma se levantó a las tres mañanas siguientes a su hora habitual, si bien no en su típico buen humor. Generalmente no veía con buenos ojos consentir cualquier extremo de humor. Estar a merced de las emociones de alguien era una debilidad de carácter. Tales cambios de humor deben ser contenidos en privado.

Que su padre, el cuarto marqués de Sedgecroft, y su hermano mayor, Drake, hubieran sufrido de esta aflicción oscura de disposición, no la persuadió de que su lucha contra los demonios personales no era en vano.

Una debe luchar contra los diablos sutiles de la desconfianza de sí misma y el desaliento casi diariamente. Este había sido el consejo que su madre, de mentalidad práctica, había concedido a su revoltosa prole. De los hermanos Boscastle, sin embargo, sólo Grayson, Emma y Devon habían heredado la capacidad de su madre para sobrepasar las luchas privadas de su padre con su oscuridad personal.

Emma, por supuesto, entendía la razón de su inquietud actual. Considerando que debería sentirse aliviada, le molestaba que Lord Wolverton no hubiera intentado ponerse en contacto con ella nuevamente desde su último encuentro en la biblioteca.

Sabía que era lo mejor.

Sabía que le había hecho prometer que mantendría su indiscreción para sí mismo. Y hasta ahora lo había hecho. De hecho, los diarios sólo habían hecho una mención breve del incidente embarazoso en la boda. Al parecer, incluso Lady Clipstone no había removido el bote del escándalo. Todo fue bien en que terminó sin alboroto.

Incluso comenzó a parecerle posible a Emma que ella sería capaz de olvidar la semana y volver toda su atención a la academia, donde pertenecía.

Y donde era necesitada desesperadamente.

De hecho, cuando entró en el salón de baile después del desayuno encontró a su clase entera reunida sospechosamente alrededor de una chica de pelo brillante. Y en las manos de la chica había un bosquejo.

Emma tragó saliva y rezó por fortaleza personal cuando anduvo a zancadas para librar una batalla diferente. -Dámelo.

– Es de nuestra clase de Lady Dalrymple -exclamó una de las chicas.

– Harriet Gardner, dame ese dibujo ahora, o voy… que los cielos me perdonen, voy…

Harriet miró con más asombro que miedo. -Pensé que una dama no podía levantar ni su voz ni sus puños.

– Podría ser persuadida a hacer una excepción -dijo Emma-. Dámelo ahora.

Harriet lo hizo, observando el rostro de Emma para ver su reacción mientras miraba hacia abajo, al rústico pero hábil bosquejo que Hermia había hecho de Adrian en el jardín el día de su partida.

Su primer pensamiento mientras estudiaba la figura de carboncillo fue un alivio profundo que le hizo temblar las rodillas de que no había sido representado al natural, a excepción de un brazo y hombro desnudo, que la imaginación artística de Hermia había capturado en toda su gloria muscular.

Para su vergüenza, Emma sintió sus ojos húmedos con lágrimas mientras contemplaba el imperfecto perfil angular de Adrian. Lady Dalrymple había capturado la belleza de su rostro, su estructura ósea severa. Verdaderamente se asemejaba a un joven héroe, aunque Emma pensaba melancólicamente que la representación de Hermia no había tenido éxito capturando los rasgos más atractivos de Adrian.

Suspiró. Le gustaría quedarse este bosquejo incluso si no tenía nada más que ver con él. Bueno, sería educada si se encontraban en una fiesta porque difícilmente se puede ignorar al hijo de un duque en la buena sociedad. Especialmente cuando…

– Emma -dijo Charlotte, tocando su brazo-. ¿Qué vamos a hacer?

Ella recurrió a su buen juicio. -En primer lugar, no debemos dejar a las chicas sin supervisión mientras Lady Dalryample da clases.

Charlotte miró el dibujo. -Oh, pero es encantador…muy artístico, me parece. Solo mira a ese león feroz. Es… bastante creíble.

– ¿León? ¿Qué…? Oh, sí. Asqueroso.

– Además, yo estaba supervisando -añadió Charlotte-, y no había nada perjudicial acerca de la lección. Las chicas están desarrollando un aprecio por la cultura griega.

Emma arqueó su ceja. Dudaba que a su pequeña banda de debutantes les importara de alguna forma la historia antigua.

– No obstante la cultura griega, las chicas están hablando mucho mientras estamos aquí. Se supone que la case de hoy es una continuación del arte del comportamiento en un país extranjero. Por cierto, ¿dónde está Yvette? Voy a usarla como nuestra reina en la corte.

Charlotte vaciló. -Está arriba empacando con su doncella. Se suponía que iba a venir e informarla ella misma.

– ¿Informarme qué? -preguntó Emma.

– Que su padre la retira para enviarla a la escuela de Lady Clipstone -Charlotte apartó la mirada-. Parece creer que nuestra academia no es quizás el ambiente más favorable para Yvette, considerando la violencia reciente.

– ¿Violencia? ¿En la academia?

– Bueno, en la boda. La pelea. Le recordó al marqués del Terror.

– Ser golpeado en la cabeza y decapitado son difícilmente eventos que se pueden comparar. Pero… -la voz de Emma se fue apagando. No podía defender la pelea en la boda de ninguna manera-. No debemos revolcarnos en nuestra propia suciedad -dijo enérgicamente-. Tampoco nos rebajaremos lamentándonos de nuestro destino. ¡Vamos chicas! Reuniros… Harriet. Sí, vamos a adular a la Srta. Gardner. Hoy es la princesa francesa.

– ¿Una princesa…Harriet?

– Es ‘Votre Altesse’ para ti, miss Butterfield -dijo Emma-. Y si una de nosotras es lo suficientemente afortunada para ser presentada a un príncipe francés, ¿qué haremos en su presencia?

– Me desmayaría a sus pies -dijo Harriet moviéndose exageradamente a la silla que era su trono-. Mejor aún, me gustaría tenerlo a él besándome los pies, siendo como soy una princesa y… – Sin previo aviso saltó de la tarima y voló a la ventana de una manera más acorde a una sirvienta que a una princesa real-. ¡Está aquí!

– ¿Tu príncipe? -preguntó Emma en voz baja.

– No -dijo Harriet distraídamente. Retorciendo el delantal que una de las chicas había atado sobre sus hombros como un manto-. El heredero del duque. El pobre hombre no puede mantenerse alejado. Cristo, mira su calabaza.

– ¿Que mire su qué? -preguntó Emma.

– Su calabaza… el carro y las ruedas.

– ¿Estás hablando del carruaje de Lord Wolverton?

Ante el asentimiento distraído de Harriet, avanzó hacia delante unos pocos pasos para mirar por arriba las cabezas de sus estudiantes emocionadas. La “calabaza” en el que el príncipe había hecho su llegada intempestiva era un carruaje ducal blanco adornado con un escudo de armas con desenfrenados leones dorados y unicornios. El rígido conductor usaba una levita negra y pantalones cortos adornados con encaje de oro.

De verdad, era una vista impresionante, pero no tan impresionante como la hermosa figura con un abrigo negro cruzado que bajó a la acera. Emma robó una mirada a su perfil fuerte y la apartó resueltamente, ignorando el dolor agridulce en su interior.

Su atención se desvío inmediatamente.

La anarquía en la corte imaginaria de Harriet siguió. Emma aplaudió consternada para apartar a las chicas de la ventana. Charlotte tomó un curso de acción más directo y cerró las cortinas en sus caras decepcionadas.

– ¡Qué aguafiestas, señorita!

– No es justo. ¿Y si vino a ver a Lady Lyons? ¿Y si va a pedirle que se case con él?

Emma frunció el ceño a esta especulación frívola, luchando para no volver a la ventana ella misma. -No hay duda que vino a visitar a Lord Heath, no es que sea asunto nuestro.

– ¿Y si está enamorado de Lady Emma? -exclamó Miss Butterfield ante un coro de jadeos escandalizados.

Harriet saltó sobre su silla. -¿Y si la secuestra? ¿Y si la arroja sobre su hombro y se la lleva?

– ¿Qué? -dijo Emma con una voz bien modulada que cruzó el salón de baile como un látigo-. ¿Y si se van a la cama todas sin postre por una semana?

El silencio siguió a esta amenaza impopular. Entonces Harriet se aclaró la garganta. -Orden en esta corte ahora mismo. Así que cierren la boca y…

Adrian irrumpió en la habitación, tan impresionante en su traje negro hecho a la medida y sus pantalones ajustados dentro de las botas de cuero negro que cada par de ojos se abrió de par en par al verlo.

Resistiendo su encanto descarado, aunque solo fuera para dar el ejemplo, Emma permaneció en el centro de la habitación. Estaba disgustada por como las chicas se apresuraron a rodearlo, aún sintiendo un tirón similar de tentación. Su trabajo consistía en establecer un estándar apropiado de protocolo, no lanzarse sobre ese pecho varonil.

Él se desenredó de las niñas con una sonrisa avergonzada y se dirigió al lado de Emma. Parecía ser un hombre, al igual que sus hermanos, al que no le importaba que clase de ejemplo daba.

– Lord Wolverton -dijo, logrando parecer desilusionada debajo de su placer innegable-. Estamos en medio de una clase. ¿Cómo puedo ayudarle? ¿Tal vez está buscando a mi hermano?

– Sí -De repente se veía intimidado con toda la atención que había atraído-. Iba a invitarlo a asistir a una subasta más tarde hoy -se aclaró la garganta-. ¿Supongo que no has reconsiderado aceptarme como estudiante?

Esta pregunta hizo estallar a la clase en una nueva ronda de risitas. Charlotte rápidamente las hizo callar, pareciendo un poco curiosa ella misma.

– Temo -dijo Emma en una voz cortés y profesional-, que ha habido un malentendido. ¿Puedo preguntar cómo está su cabeza?

– Todavía en mis hombros.

– Puedo ver eso. Sin embargo, me pregunto -dijo con una sonrisa picara-, si ha recuperado su claridad de pensamiento.

– Nunca me he sentido más lúcido en toda mi vida -la miró con calma-. ¿Y tú?

Ella negó con la cabeza.

Adrian, sosteniendo su sombrero de copa negra de seda, sonrió de una manera que le sugería que entendía su incertidumbre. ¿Acaso ella pensaba que toda esta atención intimidaba al hombre? En absoluto.

Se acercó a su oído. -¿Puedo hacerte otra pegunta? Puesto que no respondiste mi primera.

Su cuerpo duro rozó el suyo. Un calor prohibido la inundó. No debería haber venido aquí, pero estaba contenta que viniera. Demasiado contenta para su propio bien. No era un buen augurio para el cuidado de su corazón.

– Las chicas nos están viendo -susurró.

Miró alrededor inocentemente. -Bueno, no estamos haciendo nada malo.

Frunció el ceño. -Es la forma que me miras.

Su ceja se levantó con complicidad. Su mirada viajó sobre su cuerpo con sensualidad perezosa. -¿Si? ¿Qué hay de ella?

Se sonrojó. -Tú sabes.

– De todos modos dime.

– Burlarse es de lo más descortés.

– Por eso necesito tu consejo.

– Le daré un consejo, Lord Wolverton -dijo, subiendo su voz-. Debería volver a Bershire y…

Atrajo su atención en dirección a la ventana. -¿De casualidad has notado mi carruaje? -preguntó.

– No podría pasarlo por alto. -Tampoco había pasado por alto cómo cambió de tema ante la mención de regresar a su hogar. Había visto un verdadero dolor en sus ojos. Tal vez ni siquiera era consciente de eso él mismo. Tal vez había recuerdos desagradables de su pasado que todavía lo atormentaban.

Su voz bajó a un susurro. -El viejo duque lo envió para recogerme con estilo. Es un poco presuntuoso, ¿no crees? Me avergüenza ser visto en él.

– Tu código personal de conducta es lo que debería avergonzarte -susurró ella a su vez.

– Entonces es una cosa buena que haya venido a ti, ¿no? -preguntó, la calidez volviendo a él.

De hecho, el calor en sus ojos de avellana podría haber derretido una piedra. Emma estaba disgustada por lo mucho que disfrutaba estar nuevamente en su compañía provocativa. -No estoy del todo convencida de eso. Estoy en medio de una clase.

– Prefiero clases privadas -murmuró-. ¿Estás disponible para dar orientación a personas socialmente perdidas y enamoradas?

Levantó la vista lentamente, con una pequeña sonrisa. -No, a menos que quieras a mis hermanos sean incluidos en nuestra instrucción. Estoy segura que se podría organizar.

– ¿Tus hermanos? -preguntó, inclinando su cabeza a los oídos de ella.

– Sí -dijo alejándose, indicando la puerta detrás de él-. Heath y Drake han llegado mientras conversábamos, y oh, sí, aquí viene el más joven demonio Boscastle, Devon. A veces es difícil distinguirlos. ¿Dijiste que Heath estaba esperándote?

Adrian se enderezó bruscamente mientras que los tres hermanos Boscastle de cabello escuro se adelantaron a saludarlo.

– Buen día, Lord Wolverton -murmuró Emma.

Él suspiró.

– Hola, Wolf -dijo Devon, lanzando su brazo alrededor del ancho hombro de Adrian-. ¿Vamos a lucir tú linaje hoy? Hay una multitud reunida en la calle para ver quién es el dueño de esa pieza lujosa. Vamos a rescatarte de las debutantes pequeñas y peligrosas, y dar un paseo alrededor del parque. La inocencia puede ser bastante molesta a veces, ¿no te parece?

Lo que Adrian pensó, mientras era escoltado hábilmente ante la presencia de los tres hermanos dominantes de Emma, era que le acababan de dar otra advertencia amistosa de que su hermana estaba bajo su protección.

Por lo menos hasta que otro hombre asumiera la responsabilidad. Y como Adrian había llegado a la decisión que era el más apropiado, el único candidato actual de sus afectos, necesitaría el permiso de sus hermanos para cortejarla. Esto planteaba un dilema, teniendo en cuenta la promesa que le había hecho. Por ahora estaba forzado a pretender que era sólo una amiga.

No impresionaría a Emma avergonzándola. ¿Pensaría mejor de él si iba a ver a su padre? Frunció el ceño. Supuso que parecía un cobarde ante sus ojos al evitar lo inevitable. Y para su sorpresa, estar en la compañía de los unidos Boscastles le había hecho desear ver a su propio hermano y hermana. Recordaba que lloraron cuando se fue de la casa. ¿Habían encontrado la felicidad?

– ¿Grayson ha visto esa monstruosidad dorada tuya? -preguntó Heath mientras caminaban hacia la puerta que daba a la calle-. Juro que estará muy celoso.

– Llegó de parte de mi padre esta mañana. -Adrian hizo una pausa. Sabía que no debía asumir que Heath le creería que había entrado al salón de baile por error. O que después de sólo tres días había extrañado la compañía de Heath.

Heath confirmó su corazonada en el instante siguiente. -Te sugiero que vayas a visitar a Grayson alrededor de la próxima semana. Estoy seguro que estará interesado en hablar contigo.

Y no de carruajes, si Adrian entendía lo que Heath quiso decir. Grayson Boscastle, el quinto marqués de Sedcroft, era el patriarca de la familia y antiguo sinvergüenza. Era el hombre que concedía tanto dispensas como dictaba penas de muertes sociales.

El mensaje de Heath no podía ser más claro. Si Adrian tenía la intención de perseguir a Emma, tendría que pedir primero el permiso de Grayson y declararse.

Y lo haría. De verdad que lo haría. Tan pronto como haya convencido a Emma de que era sincero y le probara que incluso un despiadado aventurero descarriado podría ser redimido.

Tal vez en el curso de esta misión, podría incluso convencerse a sí mismo de que su redención era posible.


Sir Gabriel Boscastle miró hacia atrás de la entrada de la casa de la cuidad al carruaje ducal que bajó rápidamente la calle. Una audiencia de peatones admirados, vendedores ambulantes y pilluelos se habían congregado para ser testigos de salida. -¿Ese no era Adrian, verdad? -preguntó a su primo Heath unos minutos más tarde, después que una criada le hubiera indicado el camino a la biblioteca-. Uno podría pensar que era un…

– …¿Duque? -dijo Lord Drake Boscastle con una sonrisa cínica. Él y Gabriel habían estado en desacuerdo en el pasado, pero desde el casamiento de Drake y su institutriz, su vieja enemistad había empezado a desvanecerse-. Él y Devon han ido conduciendo. Los podrías alcanzar si la multitud te dejara pasar.

Heath estaba sentado tras su enorme escritorio militar, sus brazos doblados detrás de su cabeza. Como de costumbre su expresión no revelaba nada de sus pensamientos. -¿Vienes esta noche con nosotros a la opera, Gabriel?

– Por supuesto -dijo, asintiendo con gratitud el vaso de jerez que Drake le había dado-. Nunca dormí tan profundamente como durante un aria -hizo una pausa-. Hay un claro ambiente ensombrecido en esta reunión. ¿He hecho algo para ofender a alguien? Sé que en el pasado, no éramos tan cercanos como…

– Tenemos un pequeño problema familiar -Drake miró a su hermano-. ¿Crees que deberíamos decirle?

Heath se rió bruscamente. -Malditamente debes hacerlo ahora, después de arrastrado ese bocado bajo su nariz.

Gabriel sacudió su cabeza, su cara divertida. -¿Eso significa que en realidad seré incluido en alguna intriga Boscastle… ¿Y quiero estarlo?

– Es Emma -dijo Drake.

– Y Wolf -Heath pasó su mano por su cabello grueso y negro-. Emma y Adrian. Una unión improbable si es que alguna vez hubo alguna.

Gabriel tomó un trago largo de jerez. -Romances más extraños han ocurrido a través de la historia inglesa. Mira a Nell Gwyn, una chica vendedora de naranjas, hecha una duquesa por el rey.

– Una duquesa. Ahora ahí está la cuestión. Adrian no está casado. Su padre le organizará un matrimonio -Heath miró significativamente a Drake-. Creo que esto necesita una conspiración familiar antes de que Emma esté involucrada más allá de nuestra ayuda.

– Grayson está en Kent hasta el viernes, enseñándole a Rowan a cazar -contestó Drake.

– El niño ni siquiera puede caminar todavía – exclamó Gabriel, ahogándose con su trago-. ¿No es un poco pronto para que él esté disparando un arma?

– No si estás siendo preparado como el próximo marqués -dijo Heath con una risa mordaz-. Drake, reunámonos el vienes por la noche. ¿Harás los honores de asegurarte que Devon asista? Invitaría a Dominic, pero él y Adrian son muy cercanos. No es justo ponerlo en una encrucijada.

– ¿Así que estoy incluido? -preguntó Gabriel, se veía complacido.

Drake le sonrió abiertamente. -No sería una conspiración sin tu cínica perspectiva, primo.

– Una advertencia -Heath alzó una mano-. Las mujeres no serán informadas. Tan profundamente como las amamos, su interferencia debe ser evitada a toda costa. No queremos que las emociones nublen lo que decidamos.

Gabriel terminó su jerez. -Mis labios están cocidos.

– Los míos están encadenados -dijo Drake.

Heath asintió con satisfacción. -Ninguno de nosotros puede romper, ni siquiera bajo coacción de… bueno sabes de sus artimañas. Las mujeres de esta familia, e incluyo nuestras hermanas y esposas, tienen un extraño juicio para estos asuntos. Si sospechan que estamos tomando una decisión sin consultarles, nuestras vidas no valdrán la pena ser vividas.

Gabriel lo miró con incredulidad. -¿Estás tratando de decirme que vosotros dos, antiguos espías que no se quebraron bajo tortura, estáis realmente asustados de que vuestras esposas de alguna manera se enteren de esta reunión?

Heath miró el mapa de Egipto enmarcado en la pared. -No tienes idea, Gabriel, el poder que las mujeres ejercen en esta familia.


La esposa de Grayson Boscastle, la antigua Lady Jane Welsham, la cuñada de Emma, y la actual marquesa de Sedgrecroft, bajó sus prismáticos mientras el lacayo jefe de los Boscastle, Weed, caminaba sin aliento hacia arriba la colina cubierta de hierba de la finca de Kent. Su Hijo Rowan gorjeando en su manta, mientras su padre y la familia del guardabosque trataban de compartir sus conocimientos de caza con un niño que no podía ni hablar. Jane juró que si Grayson le mostraba a Rowan la ballesta una vez más, la confiscaría.

Sintió una oleada de ansiedad en su pecho. Weed agitó ante ella una misiva doblada, jadeando por el esfuerzo de lo que aparentemente era una frenética carrera desde la casa.

– ¿De parte de quién es, Weed? -pregunto calmadamente, imaginando que alguna tragedia había sucedido a cualquiera de los ancianos tías y tíos, sus queridos padres, sus hermanas…

– No sé, señora -respirando con dificultad, sosteniendo su lado-. Me dijeron que era asunto de suma importancia y que debía llegar a usted a toda prisa.

Una de las tres asistentes femeninas sentadas a sus pies levantó la mirada preocupada hacia Jane. -Por favor informa a mi esposo que el joven Orion necesita de su descanso de la tarde -dijo, con una mirada oscura.

Mientras el sirviente se apresuró abajo hacia el terreno arbolado, Jane cuidadosamente rompió el sello de la carta y le echo un vistazo. Era de Julia, la esposa de Heath, de Londres.

Y era una petición urgente de verdad, escuetamente redactado.


Emma. Adrian Ruxley. Espero que seas capaz de leer lo que la discreción me impide escribir. Heath es conocedor de la situación e intenta convocar una conspiración para decidir su destino. ¿Puedo pedirte que intervengas a favor de la contingencia femenina?

En el nombre del amor verdadero,

Tu cuñada y no ajena al escándalo

Julia


Jane se dio vuelta tan abruptamente que Weed, sonriendo al ver el marqués y el joven amo abajo, casi perdió el equilibrio. De hecho, se hubiera resbalado loma abajo si la mano de Jane no hubiera salido disparada para agarrar su manga.

– Soy una chica muy torpe -dijo, arrastrándolo a su lado.

Su mirada parpadeó a la carta que ella había metido si ceremonia a su corpiño.

– ¿Son malas noticias, señora?

– Lo serán si no intervengo -murmuró, luego se mordió el labio.

Weed adoraba a la familia Boscastle. Jane no dudaba que daría su vida para salvarla si estuviera en peligro. Pero cuando en cuanto a elegir bandos entre ella y su esposo, sospecha que Grayson ganaría. Weed, después de todo, era hombre y leal a los Boscastle.

– ¿Debo ordenar el carruaje para una salida inmediata? -preguntó, soltándose con cuidado de su asimiento mientras recuperaba su dignidad.

Jane lanzó una mirada cariñosa hacia su marido e hijo. -No hay necesidad de arruinar los planes de mi esposo. Saldré a Londres con la señora O’Brien y mi hijo. -La señora O’Brien era la niñera irlandesa de Rowan, una mujer que no tenía miedo de desafiar la autoridad de Grayson en lo que se refería a los mejores intereses de su cargo.

El lacayo principal fue testigo de muchos escándalos de los Boscastle como para que sus sospechas no se levantaran. -¿Señora? -preguntó con precaución con una voz que decía todo y sin embargo nada.

Bajó la voz a susurro ronco, sus ojos verdes brillando con malicia. -Hay un zapatero que acaba de llegar desde Milán y tengo la intención de contratar sus servicios exclusivos antes que cualquier otra dama lo robe para sí misma.

– Ah. -Asintió con complicidad. La pasión por atuendos de moda, la entendía.

– No lo divulgará ¿verdad? -preguntó con una sonrisa suplicante.

– ¿Todavía tiene que preguntar?

– Bien. Me iré a Londres tan pronto como le haya explicado la situación al marqués.

Grayson sospechó que algo estaba en marcha cuando su esposa le informó de su intención de regresar a su residencia de Park Lane. Los dos sabían que el zapatero podía ser llevado a su propiedad en Kent para hacer su oferta, como lo hicieron el corsetero, la modista, y los numerosos joyeros en las varias ocasiones pasadas. Una hora después, cuando el marqués recibió la misiva de su hermano Heath informándole de noticias alarmantes sobre Emma, sus sospechas fueron confirmadas.

No sabía que conspiración tortuosa estaba tramando su esposa, pero consideró prudente tomar medidas antes que pudiera obtener alguna ventaja sobre él. Él y Jane disfrutaban superándose al otro.

No estuvo nada contenta cuando descubrió su decisión de viajar con ella a Londres. -No hay necesidad de estropear tus planes por mí -dijo cuando se encontraron en vestíbulo donde una montaña de equipaje mutuo había sido reunido.

– Pero mis planes no tienen importancia si no te incluyen a ti, cariño.

Levantó una ceja. Miró fijamente a sus ojos verde oscuro y sintió agitarse su corazón. El matrimonio no había disminuido su pasión por ella en lo más mínimo. Tampoco había disminuido su espíritu ingenioso. Mientras algunos hombres podrían haber caído en un matrimonio de autocomplacencia, a él todavía lo mantenía en vilo la deseable Lady Jane.

– En serio, Grayson -se estuvo quieta mientras su criada cubría sus hombros con una pelliza forrada de terciopelo-. No necesito tu ayuda para reunirme con un zapatero.

Se hizo cargo de la tarea de abrochar el chal de su esposa. -Te extrañaría más de lo que puedo soportar. ¿No te importa, cierto?

Su boca llena se endureció. -Es solo un zapatero.

Sonrió. EL zapatero.

Algo estaba definitivamente en marcha.


Adrian estudió el perfil de camafeo perfecto de Emma Boscastle desde los binoculares de opera incrustados con perlas que pertenecía a uno de los dos caballeros que se sentaron a su lado en su palco de Haymarket. Adrian había estado ligeramente sorprendido de que su aparición en la sala esta noche había atraído una cantidad vergonzosa de atención. De hecho, mientras que el vestíbulo atestado guardó silencio cuando entró, había mirado alrededor con curiosidad en busca del importante personaje que había enviado a las señoritas en tal estado de nervios.

El respeto femenino no era exactamente una experiencia nueva. Comprendía que atraía al sexo opuesto incluso si no siempre se había molestado en aprovecharse. Ciertamente, no celebraba su hombría contando cada corte que podía tallar en el pilar de su cama.

Por lo tanto, le resultaba absurdo que porque era el hijo del duque, existieran numerosas mujeres que lo consideraban tan deseable que incluso antes que la opera comenzará, recibió siete invitaciones para la cena, tres para el desayuno, y dos entretenimientos más oscuros.

– Me gustaría tener tu suerte con las damas -comentó el baronet que se sentó a su derecha.

Adrian le hubiera gustado decirles a sus admiradoras nuevas que buscar un amorío con él era una completa pérdida de tiempo. En vez de eso, se divirtió dándole a las notas que dirigía al palco de los Boscastle, en el lado opuesto de la sala, formas de misiles puntiagudos.

Le hubiera gustado atraer a Emma a su palco, cerrar las cortinas y prestar atención a ella para el resto de la noche. Pero con su banda de hermanos amenazantes, la agradable fantasía parecía poco probable esta noche, o en el futuro cercano.

Sin embargo, nada iba a terminar tan fácilmente entre él y su leona evasiva. Si Emma pensaba por un instante que era el tipo de hombre que seducía a una mujer en secreto, y luego se iba a otra conquista, encontraría algunas sorpresas en camino. En realidad, nadie podría haber estado más sorprendido que el mismo Adrian por su deseo de perseguirla para una asociación más duradera.

Sin embargo algo en él había comprendido, había reconocido en el instante que escuchó su voz, que era la mujer que había esperado toda su vida. Y ni siquiera se había dado cuenta que estaba esperando, o que el amor verdadero estaría en su futuro.

Conocía muchos hombres, especialmente soldados de fortuna, que no creían en el amor. Abandonados por sus padres, maltratados en su hogar, que se habían enseñado a no buscar nada más que una gratificación instantánea. No sentir. Pero Adrian recordaba el amor de su madre. Y a su hermano y hermana andando como cachorros desventurados, dispuestos a seguirlo en cualquier travesura. Lo habían amado. Y él los amo. Así que nunca había admitido ante sus compañeros de mentalidad cruda que creía en la realidad del amor.

Había existido una vez.

¿Por qué no podría ser suyo nuevamente?

Se sentó, su pesado abrigo negro cayendo en cascada por su espalda. ¿Se estaba marchando? ¿Sola? ¿Justo cuando el canto había comenzado? Ah, que bendición. -Perdón -murmuró a sus conocidos, uno de los cuales ya estaba dormido-. No esperen por mí si no regreso pronto.

Casi tira al suelo a cada lacayo y a las personas que llegaron atrasadas, en su apuro por interceptarla en la entrada del vestíbulo. Estaría satisfecho si podía convencerla de reunirse con él una vez más para hablar del futuro que ella afirmó que ni siquiera tenían.

– ¡Dios santo! -una voz inquietantemente familiar trinó en su oído-. ¿Es ese mi Hércules?

No ella. Tropezó con la robusta anciana bloqueando su proceso. Lo siguió hasta que estuvo pegado a la pared. Sobre la parte superior del turbante de plumas de pavo real, vio a Emma abanicándose. Hamm, el lacayo de la casa de la cuidad de Lord Heath, se paró ociosamente a su lado. -Querida Lady Dalrymple -dijo educadamente, luego prácticamente la sacó de su camino-. Nada me gustaría más que continuar esta conversación, pero acabo de ver un amigo que no puedo ignorar.

– ¿Un amigo? -se giró con interés, jadeando cuando se dio cuenta a quien se refería-. ¿Es Emma? Sí. Emma. ¿Ella es tu amiga?

Demasiado tarde entendió que ella había entendido exactamente lo que quería decir. -Por supuesto que es mi amiga -dijo torpemente-. Y usted también, y su sobrina Julia…

Su voz se convirtió en un susurro aterrador. -Puedes confiar en mí, Lord Wolverton.

– ¿Puedo? -preguntó. Emma regresó hacia las escaleras que la llevaban a su palco. Podía ver su oportunidad deslizarse entre sus dedos.

Corrió a través del vestíbulo, alcanzando a Emma antes que pudiera evadirlo. -Lady Lyons -hizo una reverencia, luego tomó su mano enguantada y la llevó a la esquina-. Que placer es verte aquí.

Por un momento satisfactorio su cara se iluminó y no se quejó cuando se acercó más de lo que debería. Luego se rió. -Como si fuera una coincidencia. ¿Sabías que estaríamos aquí esta noche?

– Tu hermano podría haberlo mencionado antes. Sólo esperaba que los acompañaras.

Ella bajó su mirada. -¿Disfrutas la ópera?

– La detesto.

Lo golpeó su hombro con su abanico. -No preguntaré entonces por qué viniste.

– Sabes por qué Emma.

Levantó su mirada a la suya. -¿Es esa de allí Hermia mirándonos?

Absorbió la vista de ella, ni siquiera se molestó en mirar alrededor. Estaba abotonada en cada una de sus entradas. Su cuello, mangas, corpiño. Pequeños botones que tardaría una eternidad en desabotonar pero un momento para arrancarlos de sus amarras. Su aspecto remilgado sólo lo hizo desearla más. -¿Quién es Hermia? -preguntó distraídamente.

– Lady Dalrymple. La artista.

– Escóndeme de ella, ¿lo harías? -dijo con un gemido.

Se rió nuevamente, inclinó su rostro al suyo con una seducción inconsciente que calentó su ser entero. Bajó su cabeza, hambriento por sentir su boca. Si hubiera pensado por un momento que le dejaría besarla en público, la llenaría de besos, devorándola…

Un duro puño le pegó juguetonamente en el hombro. -Por Dios, Wolf, eras en el placo contrario al de nosotros. Y yo que pensaba que habías renunciado a la buena sociedad.

Volvió su cabeza. Los ojos azul índigo de Drake Boscastle lo miraron directamente a los suyos. -¿No te has enterado? -preguntó en una voz uniforme-. Estoy en clase de superación personal.

– ¿De veras? -Su sonrisa era escéptica-. Deberías venir con nosotros. Mis hermanos y yo siempre estamos contentos de tener como compañía a un amigo granuja.

Y para mantenerlo lejos de su hermana.

Era un tema que iba a ser repetido a lo largo de la semana siguiente.


Emma se había excusado del palco para tomar aire. La verdad era que si tenía que ser testigo de una mujer más que riera o se pavoneara para captar la atención de Adrian, abandonaría todo sentido de refinamiento y… diría entre dientes un comentario desagradable. Para prevenir esa posibilidad degradante, escapó de la compañía de sus hermanos y para estar un momento a solas.

Por supuesto, que había visto a Adrian desde detrás de su abanico en el instante que entró al vestíbulo. Su primera sospecha fue que se iba a encontrar con una amante. Su aparición aquí esta noche ciertamente había revuelto las esperanzas en la audiencia. Pero después, había visto el placer en su cara cuando la había divisado en la esquina.

Había visto con incredulidad como prácticamente había sacado a Lady Dalrymple de su camino para alcanzarla a ella, Emma. No había otras mujeres jóvenes a la vista.

Sin embargo, no debería ni siquiera reconocerlo en el vestíbulo. Pero luego estaba de pie frente a ella, cálido, vital, tan endemoniadamente guapo que no pudo pensar en una huida. Todo lo que pudo hacer, por desgracia, fue disfrutar de unos pocos minutos prohibidos en su presencia.

Y cuando bajó su cabeza a la suya, sintió su corazón acelerarse salvajemente, se sintió suspendida entre la aprensión y la esperanza. No se atrevería a besarla en público. No podría…

Su hermano Drake terminó con su agonía.

Aunque Emma apenas podía ver la cara de Drake, oculta por el cuerpo grande de Adrian, se dio cuenta con vergüenza de que su interrupción había sido preparada. Hamm, el lacayo, estaba parado solo unos metros más allá. Por lo tanto, su persona había estado protegida, lo que solo podía significar que Drake estaba deliberadamente manteniéndolos a ella y a Adrian separados.

Se abanicó la cara, escuchando el breve intercambio entre los dos hombres. -En serio, Adrian -dijo Drake-. Te hubiera invitado a venir con nosotros esta noche de haber sabido que ibas a asistir. ¿Cómo estuvo la subasta hoy?

Lady Dalrymple eligió ese momento inoportuno pasar entre Drake y Adrian, invitando a Adrian a que la acompañara a ella y a su escolta, el conde de Odham, para una cena tardía después de la actuación. Emma apartó la mirada, consiente del brillo especulativo en los ojos de Drake, que sabía perfectamente bien cuán nerviosa se sentía. ¿Pero que más sabían él y sus otros hermanos? ¿Estaban simplemente adivinando o eran demasiados perspicaces?

Cuando se atrevió a mirar a su alrededor otra vez, Lady Dalrymple estaba arrastrando a Adrian por el codo a través del vestíbulo, y un grupo pequeño de señoritas, que le estaban siguiendo la pista, habían inventado una docena de excusas para aparecer en su camino. No les dio una sola mirada a ellas.

– Que grosero -murmuró.

– ¿Quién, querida? -preguntó lánguidamente Drake, apoyándose en la pared a su lado-. ¿Yo o Adrian?

– Esas mujeres atrevidas, allí.

– Ah. Eso es.

Rompió las varas de su abanico cerrado. -¿Eso es qué?

– Nada. -Su inocente encogimiento de hombros le indicó más de lo que sinceramente ella quería saber-. ¿Volvemos al palco?

– Por supuesto.

– ¿Estás bien? -preguntó, ofreciendo su brazo.

– ¿Por qué piensas lo contrario?

– Bueno, expresaste tu deseo de un poco de aire.

– Ahora estoy bien.

Le acarició la mano. -Eso es todo lo que quería oír. Y recuerda que siempre estoy aquí si quieres hablar.

– ¿Hablar de qué? -preguntó tensamente, su mirada fija al frente.

– Bueno, no sé.

– ¿Del tiempo?

La miró -Si quieres. La lluvia, el sol…el amor.

Se rió interiormente. -Lo voy a tener en cuenta.

Debería estar agradecida por la intervención oportuna de Drake. Agradecida que los brazos protectores de la familia Boscastle no solo la protegerían del daño sino también de la tentación. Agradecida de que sus hermanos se preocuparan lo suficiente por ella como para protegerla como una ciudadela.

Sí, verdaderamente. Los Boscastles se cuidaban entre ellos.

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