Capítulo once

Debo explicar ahora qué quería decir Mameha cuando se refirió a la «hermana mayor», aun cuando por entonces yo tampoco supiera mucho qué era. Para cuando una chica está preparada para hacer su debut como aprendiza de geisha, tiene que haber establecido una relación con una geisha experimentada. Mameha había mencionado a la hermana mayor de Hatsumono, la gran Tomihatsu, que ya era una mujer madura cuando preparó a Hatsumono; pero las hermanas mayores no siempre les llevan tantos años a las geishas que preparan. Siempre que tenga al menos un día de antigüedad, cualquier geisha puede hacer de hermana mayor de una jovencita.

Cuando dos chicas se vinculan como hermanas, celebran una ceremonia, algo parecido a una boda. Tras lo cual se consideran miembros de la misma familia, y se llaman la una a la otra «hermana mayor» y «hermana pequeña», como lo hacen los miembros de la familia real. Puede que algunas geishas no se lo tomen tan en serio como debieran, pero una hermana mayor que realmente cumple con su deber como tal se convierte en la figura más importante en la vida de la joven geisha. Su función no se limita a enseñar a la hermana pequeña la forma de mezclar la turbación y la risa cuando un hombre le cuenta un chiste malicioso, o a ayudarla a escoger el grado correcto de cera para poner bajo el maquillaje. Asimismo tiene que asegurarse de que su hermana pequeña atrae la atención de la gente que va a necesitar conocer. Y esto lo hace llevándola por Gion y presentándole a las dueñas de las mejores casas de té, al hombre que fabrica las pelucas para las funciones de teatro, a los chefs de los mejores restaurantes, etcétera, etcétera.

Todo ello significa un montón de trabajo. Pero presentar a su hermana pequeña en Gion durante el día es sólo la mitad del papel que ha de desempeñar la hermana mayor, pues Gion es como una pálida estrella que sólo reluce en todo su esplendor al ponerse el sol. Por la noche la hermana mayor ha de llevar a la menor con ella, a fin de presentársela a los clientes y protectores que ha ido conociendo a lo largo de los años. Les dice así: «¿Conoce a tal y tal, mi hermana pequeña? ¡Que no se le olvide su nombre, pues llegará a ser una gran estrella! Y, por favor, no deje de verla la próxima vez que visite Gion». Claro está que pocos hombres pagan grandes cantidades para pasar la velada charlando con una chica de catorce años; de modo que lo más seguro es que cuando vuelva a Gion, el cliente en cuestión no la llame. Pero la hermana mayor y la dueña de la casa de té seguirán insistiendo hasta que termine haciéndolo. Si resulta que después de todo no le gusta por alguna razón… bueno, eso es otra historia; pero si le gusta, lo más probable es que termine siendo su protector y apreciándola igual que a su hermana mayor.

Cuando haces de hermana mayor te sientes a veces como si estuvieras transportando un saco de arroz de aquí para allá por toda la ciudad. Pues no sólo la hermana pequeña depende de la mayor en la misma medida que depende un pasajero del tren en el que viaja; sino que además cuando la hermana pequeña no se comporta como debe, es la hermana mayor la que ha de cargar con la responsabilidad. La razón por la que una geisha de renombre y en plena actividad se toma todas estas molestias por una chica más joven es que cuando una aprendiza de geisha sale adelante y llega a la fama todo Gion se beneficia. La aprendiza porque puede saldar todas sus deudas y, si tiene suerte, terminará de amante de un hombre rico. La hermana mayor porque recibe una parte de los honorarios de su hermana al igual que las dueñas de las diferentes casas de té donde trabaja la chica. Incluso el fabricante de pelucas o las tiendas donde venden los adornos del pelo o los dulces que la geisha compra de vez en cuando para regalar a sus protectores… aunque no reciban directamente una parte de los honorarios de la chica, se benefician de tener como cuenta a una geisha famosa, quien además traerá más gente a gastar dinero en Gion.

Es justo decir que una joven aprendiza de geisha de Gion depende para casi todo de su hermana mayor. Y, sin embargo, muy pocas chicas pueden opinar sobre quién quieren que sea su hermana mayor. Una geisha bien establecida no pondrá en peligro su reputación tomando como hermana pequeña a una chica insulsa o que no vaya a gustar a sus protectores. Por otro lado, la dueña de una okiya que ha invertido un montón de dinero en la formación de una aprendiza no va a esperar sentada a que aparezca una geisha de lo más insulso y se ofrezca de hermana mayor. El resultado es que las geishas con más fama terminan teniendo más solicitudes de las que pueden aceptar. Pueden rechazar algunas, pero otras no. Y esto me lleva a la razón por la que Mamita creía -como sugería Mameha- que ninguna geisha de Gion iba a querer actuar de hermana mayor mía.

Por la época en que yo llegué a la okiya, probablemente Mamita tenía en mente que Hatsumono fuera mi hermana mayor. Puede que Hatsumono fuera un tipo de mujer capaz de morder a una araña, pero casi cualquier aprendiza habría estado contentísima de ser su hermana pequeña. Hatsumono ya había sido hermana mayor de al menos dos conocidas geishas de Gion. En lugar de torturarlas como a mí, se portó bien con ellas. Tuvo la posibilidad de escoger si las tomaba o las dejaba de tomar bajo su tutela, y lo hizo por el dinero que ello le reportaría. Pero en mi caso, no se podía contar con que Hatsumono me ayudara a salir adelante en Gion, o al menos no se podía contar más de lo que se puede contar con un perro para que escolte a un gato por la calle sin morderle al llegar a la primera esquina. Mamita podría haber obligado a Hatsumono a ser mi hermana mayor, no sólo porque vivía en nuestra okiya, sino también porque apenas tenía kimonos de su propiedad y dependía de la colección de la okiya. Pero no creo que ninguna fuerza terrestre habría obligado a Hatsumono a prepararme debidamente. Estoy segura de que el día que le dijeran que me llevara a la Casa de Té Mizuki y me presentara a las propietarias, me habría llevado en su lugar a las orillas del río y habría dicho: «Río Kamo, le presento a mi nueva hermana pequeña», y acto seguido me habría empujado.

En cuanto a la idea de conseguir que otra geisha me formara… bueno, pues eso significaría cruzarse en el camino de Hatsumono. Y pocas geishas de Gion tenían el valor de hacer tal cosa.


Una mañana, semanas más tarde de mi encuentro con Mameha, estaba sirviendo el té a Mamita y a un invitado en la sala, cuando la Tía abrió la puerta de pronto.

– Siento interrumpir -dijo la Tía-, pero si pudieras salir un momento, Kayoko-san -Kayoko era el nombre real de Mamita, pero raramente lo oíamos en la okiya-. Tenemos una visita en la puerta.

Al oír esto, Mamita soltó una de esas risas suyas que parecían toses.

– Debes de tener un mal día, Tía -dijo-, para venir tú misma a anunciar una visita. Ya bastante poco trabajan las criadas para que encima tú te pongas a hacer sus tareas.

– Pensé que preferirías que fuera yo quien te dijera que la visita que aguarda en la puerta es Mameha -respondió la Tía.

Yo había empezado a preocuparme de que mi conversación con Mameha quedara en nada. Pero al oír que había aparecido sin previo aviso en nuestra okiya, la sangre se me agolpó en la cara con tal fuerza que me sentí como una bombilla que acabaran de encender. El cuarto se quedó en perfecto silencio durante un largo rato, y luego la visita de Mamita dijo:

– Mameha-san… Me marcho inmediatamente, pero sólo si me prometes contarme mañana qué se trae entre manos.

Aproveché que la visita salía de la habitación para salir yo también. Luego, en el vestíbulo, oí a Mamita decirle a la Tía algo que nunca la hubiera imaginado diciendo. Vació la pipa, golpeándola en el cenicero que se había traído de la sala, y, al tiempo que me lo entregaba para que lo vaciara, dijo:

– Tía, ven a peinarme, por favor.

Nunca la había visto preocupada por su aspecto. Es cierto que llevaba ropa elegante. Pero al igual que su cuarto estaba lleno de bonitos objetos y, sin embargo, era un lugar de lo más siniestro, así también por mucho que se envolviera en los tejidos más exquisitos, sus ojos seguían siendo tan pegajosos como un trozo de pescado podrido y apestoso. Y realmente parecía que para ella el cabello no era más importante que el humo para una locomotora: algo que nos sale por arriba.

Cuando Mamita fue a la puerta, yo me quedé en la casita de las criadas limpiando el cenicero. E hice tales esfuerzos por oír lo que hablaban Mameha y ella que podría haberme dislocado todos los huesos del oído.

Primero habló Mamita:

– Siento haberte hecho esperar, Mameha-san. ¿A qué se debe el honor de tu visita?

Luego Mameha dijo:

– Le pido disculpas por venir tan intempestivamente, Señora Nitta -o algo por el estilo.

Y así continuaron las dos durante un rato. Todos mis esfuerzos por escucharlas me estaban resultando tan poco satisfactorios como los de un hombre que arrastra un baúl colina arriba sólo para descubrir que está lleno de piedras.

Por fin pasaron del vestíbulo a la sala. Yo estaba tan desesperada por oír la conversación que agarré un trapo y empecé a limpiar el suelo del vestíbulo. Por lo general, la Tía no me hubiera permitido trabajar allí mientras había una visita en la sala, pero estaba tan ansiosa de escuchar como yo. Cuando salió la criada que les había servido el té, la Tía se puso a un lado de la puerta donde no pudieran verla y se aseguró de que quedaba abierta una rendija. Estaba escuchando con tanta atención las trivialidades que se estaban intercambiando que debí de perder la noción de lo que pasaba a mi alrededor, pues de pronto levanté la vista y vi la cara regordeta de Calabaza pegada a la mía. Estaba de rodillas, abrillantando el suelo, pese a que ya lo estaba haciendo yo y a que ya estaba exenta de este tipo de tareas.

– ¿Quién es Mameha? -me susurró.

Estaba claro que Calabaza había oído cuchichear a las criadas; precisamente hacía un momento que yo misma las había visto en conciliábulo en el pasillo del patio, en el extremo opuesto de la pasarela.

– Ella y Hatsumono son rivales -le contesté yo también en un susurro-. Es la dueña del kimono que me hizo manchar de tinta Hatsumono -pareció que me iba a preguntar algo más, pero entonces oímos hablar a Mameha.

– Señora Nitta, espero que excuse mi atrevimiento de venir a molestarla en un día tan ajetreado, pero me gustaría tener unas breves palabras con usted a propósito de Chivo, su criada.

– ¡Oh, no! -exclamó Calabaza, y me miró a los ojos para mostrarme cuánto lamentaba lo que estaba a punto de sucederme.

– Nuestra Chiyo puede ser un poco fastidiosa -dijo Mamita-. Espero que no la haya molestado.

– No, no, nada de eso -dijo Mameha-. Pero he notado que durante las últimas semanas no ha asistido a clase. Estoy tan acostumbrada a cruzármela por los pasillos… Justamente ayer pensé que podría estar enferma. Y acabo de conocer a un médico muy bueno. Si quiere le digo que venga a verla.

– Es muy amable por tu parte -contestó Mamita-, pero debes de estar pensando en otra chica. No te puedes haber cruzado con nuestra Chiyo en la escuela. Hace dos años que no va a clase.

– ¿No nos referimos a la misma chica? Es una bastante bonita, con unos sorprendentes ojos azul grisáceo.

– Sí, sí que tiene unos ojos poco comunes. Pero debe de haber dos muchachas muy parecidas en Gion… ¡Quién lo hubiera dicho!

– Puede que hayan pasado dos años desde que la vi por la escuela -dijo Mameha-. Tal vez me impresionó tanto que parece que fue ayer. Si no le importa que le pregunte, Señora Nitta, ¿está bien la chica?

– ¡Oh, sí! Sana como una manzana, y tan revoltosa como siempre.

– Pero… ¿ya no va a clase? ¡Qué extraño!

– Estoy segura de que para una geisha joven y famosa debe ser fácil ganarse la vida en Gion. Pero ya sabes que corren tiempos difíciles. No puedo permitirme invertir dinero en cualquiera. En cuanto me di cuenta de que Chiyo no valía…

– Estoy segura de que nos referimos a dos chicas distintas -dijo Mameha-. No puedo imaginar que una mujer de negocios tan astuta como usted pueda decir que Chiyo «no vale…».

– ¿Estás segura de que se llama Chiyo?

Ninguna de nosotras se dio cuenta de ello, pero mientras decía estas palabras, Mamita se levantó de la mesa y atravesó la habitación. Un momento después corrió la puerta y se encontró con la nariz pegada a la oreja de la Tía. Esta dio un paso atrás y se quitó de en medio como si nada hubiera pasado; y supongo que Mamita se conformó con fingir lo mismo, pues se limitó a mirar hacia donde yo estaba, diciendo:

– Chiyo-san, ven aquí un momento.

Para cuando cerré la puerta tras de mí y me arrodillé en el tatami para hacer la reverencia, Mamita ya había vuelto a ocupar su lugar en la mesa.

– Esta es nuestra Chiyo -dijo Mamita.

– ¡La misma que yo decía! -exclamó Mameha-. ¿Cómo estás, Chiyo-san? ¡Me alegro de que tengas tan buen aspecto! Le estaba diciendo aquí a la Señora Nitta que estaba preocupada por ti. Pero parece que te encuentras bien.

– ¡Oh, sí!, señora, muy bien -contesté yo.

– Gracias, Chiyo -me dijo Mamita. Me excusé con una reverencia, pero antes de ponerme en pie, Mameha dijo:

– De veras que es una niña preciosa, Señora Nitta. Le confieso que a veces he estado a punto de venir a pedirle permiso para tomarla como hermana pequeña. Pero como ya no va a clase…

Mamita debió de quedarse de una pieza al oír esto, pues aunque estaba a punto de beber un sorbo de té, su mano se detuvo a mitad de camino de su boca y se quedó inmóvil durante todo el tiempo que me llevó a mí levantarme y salir de la habitación. Ya había vuelto a colocarme limpiando el suelo del vestíbulo cuando la oí responder:

– Una geisha tan famosa como tú, Mameha-san… Tú podrías tener de hermana pequeña a quien quisieras.

– Es cierto que me lo piden con frecuencia. Pero hace más de un año que no tomo ninguna hermana pequeña nueva. Se diría que con la depresión económica que estamos viviendo la clientela tendría que venir con cuentagotas, pero, en realidad, nunca he tenido tanto trabajo. Supongo que los ricos siempre siguen siendo ricos, incluso con los tiempos que corren.

– Hoy necesitan divertirse más que nunca -dijo Mamita-. Pero estaba diciendo…

– Sí, ¿qué estaba yo diciendo? Bueno, lo mismo da. No quiero entretenerla más. Me agrada saber que Chiyo se encuentra bien.

– Muy bien, sí. Pero espera un momento, Mameha, no te vayas aún, si no te importa. ¿No estabas diciendo que casi llegaste a considerar la idea de tomar a Chiyo como hermana menor?

– Bueno… no sé. Ahora lleva ya tanto tiempo sin clases… -dijo Mameha-. Además estoy segura de que tendría usted sus buenas razones para tomar la decisión que tomó. No me atrevería a llevarle la contraria.

– Rompe el corazón ver las decisiones que se ve obligada a tomar la gente hoy en día. ¡No podía permitirme el gasto de su aprendizaje! Pero si tú piensas que tiene potencial, Mameha-san, estoy segura de que todo lo que inviertas en su futuro te será devuelto con creces.

Mamita estaba intentando sacarle ventaja a Mameha. Ninguna geisha pagaba las lecciones de una hermana pequeña.

– Me gustaría que eso fuera posible -dijo Mameha-, pero con los malos tiempos que corren…

– Tal vez yo tenga alguna manera de solucionarlo -dijo Mamita-, aunque Chiyo es un poco testaruda, y sus deudas son considerables. A menudo he pensado que me sorprendería que consiguiera pagar.

– ¿Una chica tan atractiva? A mí más bien me sorprendería que no lo lograra.

– En cualquier caso, en la vida hay otras cosas además del dinero -dijo Mamita-. Una hace todo lo que puede por una chica como Chiyo. Tal vez podría encontrar la manera de invertir algo más en ella… justo para las clases, ya sabes. Pero ¿adonde llevaría todo ello?

– Estoy segura de que las deudas de Chiyo han de ser considerables -dijo Mameha-. Pero aun así creo que para cuando cumpla veinte habrá podido pagarlas.

– ¡A los veinte! -dijo Mamita-. No creo que eso lo haya conseguido nadie en Gion. Y menos ahora, en plena depresión…

– Sí, eso es verdad.

– A mí me parece que Calabaza es una inversión más segura -dijo Mamita-. Después de todo, en el caso de Chiyo, si te tiene a ti de hermana mayor, sus deudas no harán más que aumentar antes de disminuir.

Mamita no hablaba sólo de los honorarios de mis lecciones; hablaba también de lo que tendría que pagar a Mameha. Una geisha del nivel de Mameha por lo general se lleva un porcentaje mayor de las ganancias de su hermana pequeña que una geisha de inferior nivel.

– Mameha-san, si puedes perder un momento más -dijo Mamita-, me gustaría saber si tomarías en consideración una propuesta. Si la gran Mameha dice que Chiyo podrá saldar todas sus deudas a los veinte años, ¿cómo voy a dudar de que es cierto? Claro está, que una muchacha como Chiyo no llegará a nada sin una hermana mayor de tu categoría, pero nuestra pequeña okiya está ya realmente al límite de sus posibilidades. No puedo ofrecerte las condiciones a las que estás acostumbrada. Lo más que puedo ofrecerte de las futuras ganancias de Chiyo no pasaría de la mitad de lo que normalmente esperarías.

– Justo en estos momentos estoy considerando varias buenas ofertas -dijo Mameha-. De tomar una hermana pequeña, no podría permitirme hacerlo a mitad de precio.

– Pero si no he terminado, Mameha-san -replicó Mamita-. Esta es mi propuesta. Es cierto que sólo puedo pagar la mitad de lo que normalmente cobrarías. Pero si Chiyo consigue realmente saldar sus deudas a los veinte años, como tu predices, yo te entregaría entonces el resto de lo que debería haberte correspondido más un treinta por ciento adicional. A la larga ganarías más dinero así.

– ¿Y si Chiyo pasa de los veinte sin haber logrado pagar sus deudas? -preguntó Mameha.

– Pues en ese caso, siento decirte que las dos habríamos hecho una mala inversión. La okiya no podría pagarte los honorarios que te debería.

Se produjo un silencio, y luego Mameha suspiró.

– No soy muy buena con los números, Señora Nitta. Pero si entiendo bien, me está proponiendo que haga algo que piensa que podría ser imposible y encima por menos dinero del que cobro normalmente. Hay en Gion muchas chicas prometedoras, que serían unas hermanas pequeñas estupendas y sin riesgo alguno por mi parte. Lo siento pero sólo puedo declinar su oferta.

– Tienes bastante razón -dijo Mamita-. Treinta por ciento es demasiado poco. Te ofrezco el doble, si lo consigues.

– Pero nada si fracaso en mi intento.

– No lo veas así. No lo veas como que no es nada. Una parte de las ganancias de Chiyo ya habría ido a parar a tus manos. Sencillamente la okiya no te podría pagar la cantidad adicional que te debería.

Estaba segura de que Mameha iba a decir que no. Pero, en su lugar, dijo:

– Primero me gustaría saber hasta dónde asciende la deuda de Chiyo.

– Voy a buscar los libros de cuentas para que les eches un vistazo -dijo Mamita.


No oí nada más de la conversación, pues al llegar aquí, la Tía perdió la paciencia y me envió a la calle con una lista de recados. Pasé la tarde más agitada que un montón de piedras en un terremoto; pues no sabía en qué iba a quedar todo aquello. Si Mamita y Mameha no llegaban a un acuerdo, me quedaría toda la vida de criada, tan seguro como que una tortuga no deja de ser tortuga.

Cuando volví a la okiya, Calabaza estaba arrodillada en la pasarela, cerca del patio, sacando unos espantosos chirridos del shamisen. Parecía muy contenta de verme, y me llamó:

– Búscate alguna excusa para entrar en el cuarto de Mamita -me dijo-. Lleva toda la tarde encerrada con el ábaco. Estoy segura de que va a decirte algo. Luego ven a contármelo todo.

Pensé que era una buena idea. Uno de mis recados había sido comprar pomada para la sarna de la cocinera, pero estaba agotada en la farmacia. Así que decidí subir y pedirle excusas por haber vuelto sin ella. A ella le daba absolutamente igual, por supuesto; probablemente ni siquiera sabía que me habían mandado a buscarla. Pero al menos así entraría en su cuarto.

Resultó que Mamita estaba escuchando un serial por la radio. Si cualquier otro día la hubiera molestado en un momento así, me habría hecho una seña para que entrara y habría seguido escuchando la radio -examinando los libros de cuentas y fumando su pipa-. Pero hoy, para mi sorpresa, nada más verme, apagó la radio y cerró el libro de cuentas. Yo hice una reverencia y me arrodillé ante la mesa.

– He observado que mientras estaba aquí Mameha has estado dando brillo al suelo del vestíbulo. ¿Pretendías oír nuestra conversación?

– No, no, señora. La madera estaba arañada y Calabaza y yo estábamos intentando pulirla para que no se notara.

– Sólo espero que llegues a ser mejor geisha que embustera -dijo, y se echó a reír sin sacarse la pipa de la boca, de tal modo que lanzó una nubécula de cenizas al soplar inadvertidamente en la cazoleta. Algunas hebras de tabaco ardían aún cuando se posaron en su kimono. Dejó la pipa sobre la mesa y se palmoteo toda ella hasta que estuvo segura de apagarlas todas.

– Vamos a ver, Chiyo. Llevas en la okiya más de un año, ¿no? -dijo.

– Más de dos años, señora.

– En todo este tiempo apenas si me había fijado en ti. Y de pronto hoy, aparece una geisha del prestigio de Mameha y me dice que quiere ser tu hermana mayor. ¿Quién puede entenderlo, eh?

Mi forma de verlo era que Mameha estaba en realidad más interesada en perjudicar a Hatsumono que en ayudarme a mí. Pero, claro está, no iba a decirle esto a Mamita. Estaba a punto de decirle que no tenía ni ida de por qué se había interesado en mí Mameha; pero antes de decir la primera palabra, se abrió la puerta, y oí la voz de Hatsumono:

– Lo siento, Mamita, no sabía que estabas ocupada regañando a una criada.

– Poco tiempo le queda de criada -le contestó Mamita-. Hoy hemos tenido una visita que tal vez te interese.

– Sí, me he enterado de que ha venido Mameha y ha sacado a nuestro pececito de la pecera -dijo Hatsumono. Se acercó y se arrodilló ante la mesa, tan cerca de mí que tuve que echarme a un lado rápidamente para hacerle sitio.

– Parece que Mameha tiene alguna razón para creer que Chiyo podrá saldar sus deudas a los veinte años -dijo Mamita.

Hatsumono volvió la cara hacia mí. Viendo su sonrisa cualquiera habría pensado que era la de una madre mirando con adoración a su querida hijita. Pero esto es lo que dijo:

– Tal vez, Mamita, si la vendieras a una casa de putas…

– Compórtate Hatsumono. No te he mandado venir para oír esas cosas. Quiero saber qué le has hecho a Mameha últimamente que haya podido provocarla.

– Puede que Doña Remilgos piense que le he echado a perder el día simplemente por cruzármela en la calle, pero aparte de eso yo no he hecho nada.

– Se propone algo. Y me gustaría saber qué es.

– No hay ningún misterio, Mamita. Cree que la mejor manera de meterse conmigo es a través de la Señorita Estúpida.

Mamita no respondió. Parecía que estaba considerando lo que le había dicho Hatsumono.

– Tal vez -dijo por fin-, piensa de verdad que Chiyo tiene más posibilidades como geisha que Calabaza y quiere sacar algún dinero de ello. ¿Quién no lo haría?

– Realmente, Mamita… Mameha no necesita a Chiyo para hacer dinero. ¿De verdad crees que es una casualidad que haya decidido gastar su tiempo en un chica que vive precisamente en la misma okiya que yo?

Mameha no dudaría en relacionarse con tu perrito, si pensara que eso iba a servir para expulsarme de Gion.

– Venga, venga, Hatsumono. ¿Por qué iba a querer Mameha echarte de Gion?

– Porque soy más guapa. ¿No es ésa una buena razón? Quiere humillarme diciéndole a todo el mundo: «Te presento a mi nueva hermana pequeña. Vive en la misma okiya que Hatsumono, pero es una joya de tal calibre que me han encomendado a mí su aprendizaje».

– No me imagino a Mameha haciendo tal cosa -dijo Mamita, casi para sí.

– Si de veras cree que puede hacer que Chiyo llegue a ser mejor geisha que Calabaza -continuó diciendo Hatsumono-, se va a quedar con un palmo de narices. Pero me encanta la idea de que Chiyo vaya a pasearse de aquí para allá presumiendo de hermosos kimonos. Será una estupenda oportunidad para Calabaza. ¿Nunca ha visto a un gatito atacando a un ovillo de hilo? Calabaza será mucho mejor geisha después de que se haya afilado los dientes con ésta.

A Mamita parecieron gustarle estas palabras, pues alzó las comisuras de la boca, como si fuera a sonreír.

– ¡Quién me habría dicho al despertarme que iba a ser un día tan bueno! -exclamó-. Esta mañana tenía dos chicas inútiles en la okiya. Y ahora tendrán que abrirse camino luchando… ¡y con dos de las geishas más importantes de Gion como introductoras!

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