9. El desempate

Al caer la noche, el grupo de caza se encontraba de nuevo en la mansión, que funcionaba ahora como una especie de cuartel general o punto seguro. Era lo bastante espaciosa para todos ellos y estaba debidamente protegida por un alto muro. La verja de salida era tan sólida como para resistir la embestida de un coche, tanto más de un puñado de espectros con las articulaciones podridas. Y tenían por supuesto electricidad, así como un enorme sótano lleno de provisiones.

Una formalidad, desde luego, se sentían muy capaces de ir de compras cuando quisiesen y donde quisiesen. Marbella estaba a sus pies.

Bluma se preparaba algo de beber en el minibar. Vaso grande de cristal, cubitos de hielo y una generosa porción de whisky. No cualquier cosa, por supuesto, sino un Macallan Fine & Rare Collection de 1939 que su colega había comprado en Nueva York hacía dos años por algo más de unos diez mil dólares americanos la botella.

Esas cosas importaban ya poco, por cierto. Daba exactamente lo mismo conducir un coche que costase un millón de euros o vivir en el mismísimo Reichstag; nada de eso traía ya estatus social porque el maldito estatus social se había ido a tomar por el culo, así de simple. Ahora sólo había una cosa que importase, vivir un día más. Cada día, un día más.

La nueva situación le había hecho rejuvenecer cinco años al menos. Se levantaba por las mañanas con una sola idea en la cabeza, coger su arma y enfrentarse a algún reto, correr riesgos, sentir la adrenalina bombeando, los músculos tensos. Disparar. Disparar. Antes de la Pandemia Zombi, todas las otras cosas le habían acabado aburriendo hasta las lágrimas, pero tenía que ocuparse de ellas para que la máquina del dinero siguiese funcionando. Negocios, tratos, gordos cabrones con mujeres-trofeo a los que tenía que soportar. Llamadas, llamadas, llamadas. Ahora todo eso se había acabado, lo maravilloso del dinero no era todas las cosas que podías comprar o los sitios que podías visitar, era la libertad de hacer lo que te venía en gana en el momento que te apeteciese. Como los zombis. Ahora todo era mucho más sencillo, más básico, más primordial; y esa simpleza hacía que la cabeza le diera vueltas, por fin podía concentrarse en una sola cosa, en sobrevivir.

Bluma había disparado antes contra otros hombres y le era del todo indiferente si suplicaban antes de morir, si eran chinos o noruegos, si tenían familia o no. Les había visto orinarse encima y berrear como bebés y le había importado una mierda, era solo negocios, algo que era necesario hacer de tanto en cuanto para garantizar que el dinero siguiera llamando a la puerta. Para Bluma, la población mundial se dividía en dos tipos de personas: los que eran él, y los que no. Los que no eran él, estaban ahí para ser usados en sus planes personales, en su beneficio, para su disfrute personal. No eran algo cuyas afecciones, sentimientos y necesidades le incumbiesen lo más mínimo.

Apuró el vaso de whisky de un trago y dejó que bajase por su garganta intenso, casi abrasivo. Luego se sirvió otro para regresar al salón donde estaban los otros.

– Entonces… -dijo Bluma dejándose caer en el sofá junto a Guido-, ¿es oficial?

– Sí, es oficial -comentó Dustin ojeando sus notas. -Hay un empate entre Reza y tú, por puntos.

Bluma levantó el vaso en dirección a Reza quien estaba perfectamente sentado con su inmaculado jersey blanco de cuello vuelto, tan pulcro, tan prolijo. Pero él no bebía y no respondió a su gesto de manera alguna. Reza no le gustaba mucho a decir verdad, era demasiado estirado y su sentido del humor era nulo. Un cabrón con suerte, pensaba. Era la única forma de explicar sus increíbles tiempos en El Juego. Su puntería, su precisión, su inequívoca eficiencia en el combate. Pura suerte.

Era verdad que hasta entonces, el cabrón con suerte había sido el mejor en El Juego, pero parecía que eso iba a acabar más temprano que tarde. El empate le situaba en una posición que no pensaba alcanzar tan pronto, un hecho tan inesperado como bienvenido; el antagonista directo del Gran Reza, nada menos. Y empezaba a pensar que eso le fastidiaba bastante, o para decirlo con más exactitud, empezaba a pensar que se lo llevaban los mismísimos demonios. Tanto peor para él, aunque a veces creía que entre ambos, el aire mismo se electrificaba, y cuando eso ocurría buscaba sus ojos, pero éstos parecían inescrutables, distantes, fríos.

Menudo cabrón, se dijo una vez más.

– Esto es excelente… -comentó Theodor con su acostumbrada parsimonia-, realmente interesante.

Theodor, el anfitrión, era el mayor de todos. Era también el propietario de la empresa de safaris en la que todos participaban, pero sobre todo había hecho fortuna con el negocio inmobiliario en la Costa del Sol. Había montado una franquicia que acabó aglutinando más de un centenar de oficinas por toda la provincia de Málaga, aplicando su modelo de funcionamiento y comisiones infladas que ya le generó unos grandes beneficios en Alemania. Así, durante años, sus agentes compraron, vendieron, volvieron a comprar y a revender una y otra vez los mismos inmuebles. Todo se vendía y cambiaba de manos en aquellos años, cada vez más gravados con comisiones y subidas de precio mensuales, y casi todo quedaba en manos de agentes comerciales, vendedores y compradores extranjeros. A estos últimos los traía en avión desde toda Europa para meterlos en tours de visita de pisos, y vaya si funcionaba. Cada operación de las más pequeñas podía generar entre diez y veinte mil euros, y en los últimos seis años aquellas operaciones llegaron a producirse hasta tres veces al día. La venta de villas y otras propiedades de gran lujo que solían producirse más o menos una vez cada cuatro o cinco meses, generaban unas comisiones de seis cifras.

Luego llegó la crisis, y Theodor no esperó mucho, apenas tuvo indicios suficientes de que el mercado había caído cerró todas las oficinas menos una. El impacto en la economía local fue notable, con más de dos mil empleados en la calle buscando trabajo en un sector agonizante, pero Theodor debía proteger sus intereses económicos. Esperaría, como un oso hibernando en el largo invierno, a que el ciclo de la crisis pasase moviendo dinero en otros mercados fuera de España.

Pero Theodor no celebraba tanto como sus compañeros la segunda crisis, la de la Pandemia Zombi. Echaba de menos demasiadas cosas de la vida, las comodidades, el ser atendido, los viajes… y sobre todo, las mujeres.

Todo su lenguaje corporal, tan rico en matices cuidadosamente extraídos de cientos de personajes encontrados en diferentes culturas y su exquisito refinamiento pulido en los mejores colegios de Alemania y Francia, los había desarrollado con un único objetivo: el bello sexo. Theodor había sido una esponja de caracteres y poses. Allí donde veía a alguien con carisma o algún encanto particular, fuera acaso una simple pose o una manera particular y agradable de sonreír, lo absorbía y lo añadía a su particular colección. Lo asimilaba, lo hacía suyo. Era indeciblemente bueno en eso.

A cuántas mujeres había seducido con ademanes y susurros anhelantes que había tomado prestados de otros no podía ni decirlo. Los utilizaba según convenía, como un experto en laboratorio sabe qué fármacos combinar para obtener la medicina correcta. Según el tipo de mujer de que se tratase podía ser más suave, o arrogante, o incluso demasiado violento.

– Creo que Theodor ha pensado en algo -dijo Dustin mientras hacía cambiar su vaso de mano con gran rapidez.

Theodor encendió un cigarro y le dio una larga calada con elegancia, terminando con los labios fruncidos, casi como en un beso. Soltó el humo con delicadeza, despacio.

– ¿Cómo vamos a desempatar? -preguntó Reza inclinando ligeramente la cabeza. Bebía cerveza caliente con canela.

Bluma paseó la mirada entre Theodor y Dustin, un poco divertido. Guido permanecía apoltronado en su butaca con el ejemplar de Armas y Cazadores en la mano, aparentemente poco interesado en la conversación.

Theodor le miraba por entre la bruma del cigarro, con una mirada del todo intrigante.

– Oh, joder -dijo Bluma en voz baja-, espero que no nos toquéis mucho las pelotas.

– ¿Cómo… vamos… a… desempatar? -volvió a preguntar Reza, marcando mucho cada palabra.

– Paciencia, amigo Reza -dijo Theodor sin mirarle. -Debes trabajar esa virtud… paciencia y paciencia.

Reza suspiró de forma sonora. Le exasperaban las maneras pausadas de Theodor, estaban bien en ciertas ocasiones, y a veces hasta resultaba solemne, pero cuando había temas que tratar prefería que se fuera al grano.

Dustin sonreía con los brazos apoyados sobre las rodillas. De vez en cuando cambiaba el vaso de mano lanzándolo por el aire de una a otra, tap-tap, tap-tap. Por fin, Theodor soltó una enorme humarada y rompió el silencio.

– El Juego esta vez no consistirá en pruebas individuales en las que se cronometre el tiempo, esta vez, los dos partiréis a la vez por un objetivo común. Una… misión -dijo despacio, moviendo ambas cejas arriba y abajo con una sonrisa burlona.

– En serio, no nos toquéis las pelotas -advirtió Bluma echándose hacia atrás en el sofá con una media sonrisa en el rostro. Aunque conocía demasiado bien a aquel elenco de retorcidos liantes y sabía a ciencia cierta que se traían algo entre manos, sentía además una presión en la base del estómago que era una señal inequívoca de que se avecinaba una buena. Vaya si se avecina una, una de las buenas, pensaba.

– Cada uno -continuó Theodor sin prestarle atención- partirá en la dirección que le dé la gana. Y cada uno buscará… un algo, que luego traerá aquí. El primero en traerla… gana -dijo al fin levantando ambas palmas como un prestidigitador que acaba de esconder la bolita bajo uno de los vasos. El cigarro lo mantenía prieto, cogido con los dientes.

– ¿Qué cosa? -preguntó Reza, girándose para mirarle.

Bluma observó como Dustin se encorvaba más sobre sí mismo y Guido pareció hacerse más pequeño tras la revista. Joder, pensó con gravedad, estos cabrones van a jugárnosla de verdad, van a pasarse tres pueblos.

– ¿Qué cosa? -repitió Reza, impaciente.

El silencio cayó en el enorme salón. Fuera, la noche discurría por todas las calles y avenidas, mansa y silenciosa; pues desde donde estaban el eterno lamento de los muertos vivientes era apenas audible. El único sonido que les llegaba era el rumor sordo y lejano de los generadores de electricidad que rumiaban a plena potencia en el jardín.

– Una mujer -dijo Theodor al fin.


* * *

Reza tomó la noticia con el interés del deportista al que anuncian que en lugar de hacer saltos de valla tiene que participar en carreras de relevos. Se concentraba en el objeto de la misión, no en lo que la misión representaba. Lo que fueran a hacer con la mujer una vez la hubiera traído le daba exactamente lo mismo. Ni siquiera pensaba en la necesidad lujuriosa de sexo que brillaba como el fuego del infierno en los ojos de sus colegas, su apetencia por esos temas había rayado lo anecdótico cuando era más joven, y ahora hacía ya tiempo que esos intercambios de fluidos, esos amasijos de sudor y pelos, le aburrían sobremanera.

No, él empezaba a trazar planes prácticos. Dónde podría encontrar mujeres, qué haría cuando encontrase una, cómo traerla. Pero el asunto tenía muchos más afluentes para otros. Y algunos de esos afluentes eran rápidos tumultuosos donde el agua podía arrastrarte al fondo para siempre.

– ¿Cómo que… una mujer…? -preguntó Bluma despacio.

Theodor le miró desafiante, casi altivo, mientras Guido y Dustin se entregaban a reírse por lo bajo como colegiales. Sin decir palabra, Reza les despreció por su actitud infantil.

– ¿Vamos a hacer esto? -preguntó Bluma al fin, incorporándose y pasando la mirada de uno a otro.

– Yo diría que sí, Bluma -dijo Theodor, cortante. -Es lo que vamos a hacer.

– ¡Una mujer, sí! -exclamó Guido haciendo un gesto obsceno con ambas manos alrededor de su zona genital.

– Por mí no hay problema -anunció Reza, terminando de un sorbo su cerveza caliente.

Dustin soltó una carcajada.

– No es que tenga un puto problema -soltó Bluma, sintiéndose desplazado del grupo -ya lo sabéis -añadió con una mueca retorcida -pero ¿dónde vamos a encontrar una mujer? no hemos encontrado a nadie en toda Marbella. No hay electricidad, no hay comunicaciones, no hay Internet, no hay televisión, ni radio.

– Lo sorprendente -exclamó Reza- es justo lo contrario, que no queden otros supervivientes en la ciudad. Estadísticamente si nosotros hemos sobrevivido tiene que haber alguien más. Últimamente he estado pensando sobre este hecho y lo que he determinado es, que los supervivientes que pueda haber se esconden de nosotros.

Theodor se volvió para mirarle con interés. Reza era un hijoputa frío y maquinal, pero su cabeza funcionaba de veras.

– Cinco hombres con trajes de combate que llevan armas y equipamiento de alta tecnología -continuó- que las manejan con una habilidad envidiable contra los zombis, y que conducen por la ciudad en unos todoterrenos y Humvees modificados. Vaya. Yo me escondería, sin dudarlo.

– Puede ser -dijo Theodor pensativo.

– En cualquier caso, para esta misión hemos ampliado la zona de juego -anunció Dustin. -Podéis ir a cualquier parte, lo único que importa es que traigáis una mujer.

Reza asintió. Parecía satisfecho.

– Y también otra cosa -dijo entonces Theodor quien utilizó el español para esa sola frase. Sonrió con cierta sensualidad y soltó una humarada espesa que rodeó su rostro astuto, provocándole un imperceptible parpadeo en el ojo. -Como la misión es de una importancia… vital- para este grupo, cada uno de vosotros irá con un compañero.

Reza pestañeó varias veces.

– Tú -continuó Theodor señalando a Reza- irás con Dustin, y Bluma irá con Guido.

– ¿Y tú qué harás, viejo zorro? -preguntó Bluma con una media sonrisa, aunque demasiado bien conocía la respuesta.

– ¿Yo? -preguntó Theodor llevándose la palma abierta al corazón y mostrando la otra como quien es acusado de algo. -Por favor, querido amigo, yo vigilaré… ¡el fuerte!

– Zorro del demonio -dijo Bluma entre dientes, sonriendo como una hiena hambrienta.

– Ah, joder -interrumpió Dustin. -Se nos olvidaba un requisito.

– Sí, sí, es verdad -dijo Guido, señalándole con el dedo.

– La mujer -dijo entonces- tiene que estar buena.

Y ambos rieron como hienas siniestras; demasiado excitadas y nerviosas a la vez. Bluma y Theodor miraron a puntos indeterminados de la habitación, cada uno envuelto en brumas con formas femeninas, ensoñaciones personales con pechos turgentes y curvas voluptuosas.

Estaba dicho.

Загрузка...