25. La traición del Capitán Díez

– Está bien -dijo Dozer, asegurándose de que la linterna anclada a su fusil estaba en perfectas condiciones- mejor que hagamos esto rápido.

Encendieron las linternas y se prepararon para avanzar por el pasillo. Aún con el estruendoso clamor lejano de los espectros, los estertores de muerte del barco llegaban hasta sus oídos: hierros que protestaban desde algún lugar chirriando de forma ominosa en la oscuridad, planchas a lo largo de la herida línea de flotación que terminaban reventando y producían un crujido terrible.

Caminaron por el pasillo, inclinado como todo el barco unos catorce grados. Cada pocos metros había instaladas unas pequeñas luces de emergencia, y constataron sorprendidos que todavía eran capaces de arrojar una pálida luz anaranjada sobre la escena. Eso les ayudaba a ver mejor, cosa que interiormente todos celebraron.

– Buscad la primera salida que veáis hacia arriba… -dijo Dozer- las barcas de emergencia estarán en cubierta.

– ¡El Capitán Obvio ataca de nuevo! -exclamó José. Sin embargo, el ambiente tétrico que les rodeaba no animó a nadie a reír la broma.

Cuando doblaron la esquina del pasillo que venían siguiendo sin embargo, el aire volvió a enrarecerse, preñado del olor dulce y sofocante que conocían ya tan bien. Susana fue la primera en ajustarse la mascarilla que habían traído desde Carranque, y los demás la imitaron.

A pocos metros, localizaron la causa de la pestilencia.

– Bueno… ahora ya sabemos -dijo Dozer.

A sus pies se encontraban los cadáveres de dos hombres de color tendidos boca abajo en el suelo. Uno de ellos tenía el cráneo convertido en una masa indescriptible de trozos de hueso y pulpa cerebral, como si alguien le hubiera golpeado con un pesado martillo; al segundo le habían separado la cabeza con algún objeto cortante y la sangre había manado abundante formando un charco que la luz mortecina de las linternas le daba el aspecto del plástico.

– Parece que alguien comprendió que la única forma de pararlos es dándoles en la cabeza -dijo José.

– En cualquier caso está claro que alguien sabe, o supo, manejarse con estas cosas -comentó Susana. -¿Veremos supervivientes?

– Quién sabe, de todas maneras pongamos todos los ojos en esto -exclamó Dozer.

Caminaron en silencio siguiendo el corredor, que era estrecho y de paredes metálicas. El aspecto era del todo funcional sin ningún elemento estético, varias tuberías seguían su línea cerca del techo. En algún momento se encontraron con una encrucijada, una bifurcación de la que nacían corredores en todas direcciones.

– ¿Os habéis fijado? -preguntó José.

– ¿En qué? -dijo Dozer.

– No hay ni un extintor en su sitio, faltan todos.

Iluminó las guías de sujeción de la pared desnudas para que los demás lo viesen.

– ¿No hay ninguno? -quiso saber Susana.

José echó la mirada al pasillo que acababan de recorrer y negó con la cabeza.

– Probablemente no sea nada -comentó Dozer.

Continuaron de frente avanzando con prudencia. Cuando quisieron darse cuenta, el lejano murmullo de los espectros se había apagado completamente y se enfrentaban a la desapacible quietud del barco. Ninguno lo dijo, pero el aire traía un zumbido sordo demasiado sutil como para identificarlo.

Antes de localizar la escalera que ascendía a cubierta, encontraron nuevos indicios de horrores pasados. Rastros de sangre en paredes y suelo, y también una pistola sin balas en el cargador, una Glock 26 subcompacta de las que pueden llevarse cómodamente en una tobillera. Uno de los rastros de sangre conducía a una puerta que estaba cerrada por dentro. El mamparo era de hierro y supieron de inmediato que nunca podrían forzarla.

Las escaleras les condujeron directamente al primer nivel de la superestructura, ya en cubierta. Allí, la inclinación del barco parecía mayor porque tenían la línea del horizonte marino a la vista y estaba definitivamente torcida con respecto a la cubierta. La estancia que tenían inmediatamente a la derecha parecía un comedor, o quizá una cafetería, pero presentaba un aspecto de total abandono con bandejas metálicas tiradas por todas partes, envases,cajas de cartón además de vasos, cubiertosy una buena colección de basura irreconocible. Algunos de los gruesos cristales, diseñados para resistir las embestidas de las olas más violentas, estaban agrietadosy llenos de estríascomo si alguien se hubiera ensañado con ellos.

– Cuidado aquí -advirtió Dozer- quizá quede alguien vivo, y si lo hay, puede que se parezca tanto a un muerto viviente que el primer instinto sea disparar. -Hizo entonces un gesto con una mano señalando ambos ojos con dos dedos. -Los ojos, fijaos en los ojos.

Susana asintió.

Entraron allí movidos más por la curiosidad que otra cosa, con los rifles preparados. No vieron absolutamente nada que pudieran llevarse a la boca. Los estantes estaban todos vacíos, y cada tarro, caja o cajón estaban abiertos y su contenido volcado en el suelo.

– ¿Eso es sangre? -preguntó José, señalando unos rastros pegajosos adheridos al suelo de la cocina.

– Pudiera ser -contestó Dozer- pero es extraño.

Susana asintió.

– ¿El qué? -preguntó José, cambiando la vista entre sus dos compañeros.

– Hay sangre en muchos sitios pero no hay cadáveres. Tampoco hay zombis ya que lo mencionamos.

– Ni supervivientes parece. Es como el Mary Celeste -comentó Susana, paseando la vista por la sala vacía. Los asientos, unos taburetes bajos sujetos al suelo junto a las mesas parecían devolverle la mirada con una expresión enigmática.

– Bueno -contestó José, pensativo- como decía mi abuela: "Por novedades no nos apresuremos, ya se harán viejas y las sabremos".

Decidieron seguir explorando las salas adyacentes. Efectivamente encontraron muchas más señales de lucha. Hallaron los camarotes de la tripulación y en algunas de las camas los somieres estaban desnudos, sin sábanas o mantas que las vistieran. En otras, los estantes estaban derribados y los libros y enseres personales esparcidos por el suelo. Los rastros resecos de sangre, que olía a herrumbre y a óxido, estaban por todas partes. En otro de los corredores casi se dieron de bruces con una improvisada barricada levantada a base de voluminosas cajas de embalaje, pesadas mesitas de noche de hierro y un par de taquillas.

– He aquí la madre del cordero -comentó Dozer, examinando la barricada. -El proverbial bastión de defensa anti-zombi.

– Quizá los chicos buenos estén al otro lado -opinó José.

– Quizá estaban de éste lado -dijo Susana, lúgubre.

Tardaron un rato en desmontar el cúmulo de muebles, tarea a la que se entregaron José y Dozer mientras Susana permanecía atenta con el fusil preparado. Procuraban no hacer demasiado ruido, lo que les obligaba a levantar en vilo las pesadas cajas, eso les requería más tiempo. Sin embargo detrás de la barricada no encontraron sino un poco más de lo mismo. Allí donde miraban veían destrozos; ahora una mancha negra de tizne producto de algún incendio, ahora la evidencia atroz de restos humanos de los que apenas quedaban algunos trozos inmundos y agusanados, a menudo encharcados en una sustancia oscura que bien pudo una vez haber sido sangre.

– Me está dando una paranoia muy grande -comentó José. -Ya podríamos salir de aquí.

– ¿Os fijasteis en el barco antes de subir? -preguntó Dozer entonces.

– ¿En qué cosa? -preguntó José.

– En el puente.

– Joder, ¿un puente?

– No, coño. El puente de mando -explicó Dozer.

– ¡Ah! Joder, no.

– Quiero llegar hasta allí.

– ¿Para qué cojones?

Dozer suspiró brevemente.

– No lo sé. Una corazonada. Ver quién accionaba la sirena, quién dirigió el barco rumbo al puerto de Málaga, ¿no os parece que si hay alguna respuesta a todo esto debe de estar allí?

Se produjo un momento de silencio mientras todos reflexionaban sobre eso.

– ¿Cuántos pisos se levantaba el puente? -preguntó entonces Susana.

– Tres, creo -contestó Dozer.

– Podemos ir allí primero si encontramos la escalera. Subir hasta el final -dijo Susana.

– ¿Y si los putos espectros están entre el puente y nosotros? -preguntó José- o peor, ¿y si descubrimos eso exactamente cuando ya estamos arriba y nos bloquean la salida? Deberíamos hacer esto como cuando limpiábamos los edificios piso por piso, ¿os acordáis?

– Hay una escalera exterior -dijo Susana- en eso sí me fijé.

– Bueno, eso ya es algo -accedió José.

Buscaron entonces la escalera que ascendía en tramos cortos de escalones estrechos por toda la superestructura. También allí encontraron un reguero nauseabundo que parecía haber sido restregado en un fútil intento por limpiarlo, pero que en lugar de desaparecer, manchaba ahora la superficie metálica de la mayoría de los escalones como si fuera una suerte de óxido recalcitrante.

Al llegar al último piso, un cartel los recibió:


BRIDGE


¿Bridge? -preguntó José.

– ¡El puente de mando! -dijo Dozer, satisfecho.

– Veamos entonces.

Pero al accionar el tirador de la puerta descubrieron que estaba cerrada.

– Un momento -pidió Dozer, hablando en voz baja. -¿El misterio de la habitación cerrada por dentro, puede haber alguien en su interior?

– No, no -exclamó Susana- mira, tiene cerradura.

– ¡Ah! -dijo Dozer, chasqueando la lengua. -Pues apartaos, voy a abrirla.

– Espera -exclamó José. -¿Vas a disparar aquí dentro?

Se miraron por unos instantes dándose cuenta del peligro que corrían. En la quietud que envolvía el barco un disparo podría resonar de una forma definitiva, viajando por sus largos corredores como un eco terrible. En sus mentes, la imagen inequívoca de unos ojos blancos despertando en la oscuridad se dibujó con una precisión desgarradora.

Por fin, Susana movió la cabeza afirmativamente. Dozer miró a José, quien tras pensarlo unos breves instantes asintió a modo de respuesta dejando escapar un suspiro.

Se echaron a un lado, y por segunda vez en el día disparó contra el mecanismo que reventó hacia dentro como si nunca hubiera existido. La hoja de la puerta tembló en toda su extensión dejando escapar un sonido cimbreante, como el de un instrumento de música.

Irrumpieron entonces en el puente de mando apuntando en todas direcciones con los fusiles. Cubrieron todos los ángulos, hasta estar seguros de que no había nadie a la vista. Entonces percibieron el olor.

– ¡Por Dios Santo! -exclamó José, cubriéndose la nariz con el ángulo del brazo.

Dozer, que avanzaba por la sala todavía con el fusil pegado a la mejilla, se aproximó a los amplios ventanales y los golpeó repetidas veces con la culata. Por fin, el vidrio se quebró y se deshizo como una lluvia de cubitos de hielo con un sonido crepitante. Una bocanada de aire fresco y húmedo irrumpió en la cámara. Susana se acercó a Dozer y respiró una buena bocanada.

– Mirad -dijo entonces. Señalaba con el rifle a algún punto entre el panel de mandos y el enorme mostrador central. Allí encontraron un cadáver en avanzado estado de descomposición, sus labios habían desaparecido, y unos dientes amarillentos y anormalmente separados asomaban como huesos de varios miles de años de antigüedad. La piel era un lienzo de color sepia, tirante sobre la estructura del cráneo ahora prominente y los párpados se habían enrollado sobre los ojos, enterrados en una masa retorcida y filamentosa.

En la parte superior del cráneo había un agujero de pequeño tamaño.

– ¿El capitán? -preguntó Dozer.

– No lo sé. ¿Cómo va vestido el capitán de un barco mercante grande como éste?

José se fijó en algo más, una pistola pequeña que estaba tirada en el suelo.

– No soy el puto Sherlock Holmes pero diría que este hombre se suicidó.

Susana examinó el agujero.

– Una posición un poco extraña para pegarse un tiro, ¿no?

José la miró brevemente.

– Has visto pocas películas, cariño -y abrió la boca introduciendo el dedo índice y manteniendo el pulgar levantado.

Susana dejó exclamar una exclamación de sorpresa.

– Así lo hizo -dijo José- el tiro sale por arriba y te arranca el cuero cabelludo.

– Qué puerco eres -protestó Susana apartando la vista.

Dozer examinaba los numerosos controles, distribuidos a lo largo de la pared bajo las ventanas ribeteadas con gruesos tornillos. Sin embargo, no entendía mucho de lo que veía. Todo tenía un aspecto extraordinariamente analógico, con complicados paneles llenos de conmutadores como los de un cuadro de electricidad. Colgados en un extremo había varios telefonillos de color negro, pero cuando los probó descubrió que estaban tan muertos como el resto del barco.

– No parece que aquí funcionen mucho las cosas.

– ¿Y qué hay de la sirena? -preguntó José, todavía caminando en círculos alrededor del cadáver fascinado por su atroz aspecto.

– Puede que algún sistema automático la mantuviera encendida -comentó Susana- o quizá el mismo sistema la activase de manera automática al detectar que el barco iba en rumbo de colisión sin gobierno.

Dozer asintió pensativo.

– Es una pena, este hombre no nos dirá ya mucho -dijo al fin.

José examinaba ahora algunos papeles y documentos que se encontraban en la isla central. Un pequeño libro negro, un Moleskine furiosamente garabateado con letra apretada se encontraba abierto por la mitad. José examinó su portada donde alguien había pegado una etiqueta blanca. En ella se leía en caracteres tipográficos:


CAPTAIN A. DÍEZ

(CLIPPER BREEZE)


– ¿El diario del capitán? -preguntó José.

Examinó las primeras páginas, pero para su consternación estaban en inglés.

– ¿Qué dice? Mira al final.

– Ni caso, está en inglés -dijo José, pero entonces al dejar caer las hojas con el dedo reconoció palabras españolas en la escritura.

– ¡Ah, espera! -añadió- esta parte está en español.

Dozer y Susana se acercaron.

– Hay páginas y páginas escritas en español. ¿Cuándo cambió el idioma? -quiso saber Dozer.

José pasó algunas hojas con el dedo volviendo cada vez más y más atrás. Por fin encontraron el salto en una página determinada, y reunidos alrededor del pequeño documento leyeron en silencio.


* * *

12 de Octubre


He decidido escribir en español a partir de ahora porque no tengo muy claras las intenciones de Mamadou, y nadie de a bordo sabe leer mi idioma. Mamadou siempre está revoloteando alrededor de mi diario, ¿qué creerá que oculto? Como si las cosas no estuviesen ya bastante claras. Hemos dejado Liberia sin recoger la carga, supongo que ya no importa. Todo es un caos. Intentamos notificar a la central pero ya no responden. Esta noche tendremos una reunión para decidir qué destino tomaremos. Mi voto será subir a España, pero ya sé lo que Mamadou opinará de eso.


13 de Octubre


Quieren ir a Agadir. ¡Las Canarias están más cerca! Me pregunto, si como capitán, debiera imponer mi decisión. He dejado que Mamadou tenga demasiado peso entre la tripulación.


15 de Octubre


Sin noticias de la central. La radio sigue arrojando noticias terribles, aunque cada vez funcionan menos emisoras. Es como si el mundo entero se fuera a la mierda, y creo que así es. La tripulación habla de vudú y de "bad juju", es todo lo que sacan de las escalofriantes noticias. Creía que el vudú era más propio de Centroamérica, pero África tiene sus secretos.


16 de Octubre


Sin noticias de la central. El Puerto de la Luz en Canarias está cerrado. No es que la Autoridad Portuaria haya cerrado el puerto, es que no responde nadie. La visión de la ciudad desde la distancia es espeluznante. Hay humo y el resplandor de los incendios ilumina la noche. Las sirenas de otros barcos que rodean la entrada al puerto te pone la piel de gallina, como el ladrido de un perro que barrunta la muerte. Yo no he oído nada, pero los africanos dicen que el viento trae gritos. Les creo. Mamadou ha estado hablando con ellos, pero no entiendo su idioma. Espero que les haya tranquilizado. Zombis, muertos vivientes… todavía me cuesta creerlo.


17 de Octubre


Sin noticias de la central. Mamadou me ha dicho que los hombres están al borde de un colapso nervioso y quieren hacer algún tipo de ritual. No me ha explicado de qué se trata, pero han pedido algunas cosas a la cocina. Tal y como están las cosas, me preocupa que la comida se desperdicie, pero si sirve para la tranquilidad de su espíritu imagino que está bien empleado, y lo he aprobado. Al menos todavía se me pregunta.

La radio describe lo que está ocurriendo como el fin de la civilización tal y como la conocemos. Es algo que ocurre en todo el mundo. Las emisoras hablan de lugares seguros por todas partes y piden a la gente que se dirija a esos sitios. Esos mensajes se repiten, y da la sensación de que la lista es cada vez más corta. Empiezo a creer que dejar que la tripulación escuche la radio quizá no sea tan buena idea. Veo el miedo en sus ojos. Muchos de estos hombres tienen familias, y no hay forma de saber nada de ellos. Pienso en Mariole. Espero que su nuevo marido esté cuidando de ella.

No he visto a Mamadou en todo el día.


18 de Octubre


Hay gente hablando en la radio de que están masacrando a la población civil. ¡Estúpidos! No son población civil. Son zombis.


19 de Octubre


Hemos atracado cerca de la costa de Agadir. No hay forma de contactar con nadie. Ni con la policía, ni con emergencias, ni con protección civil… o la oficina de atención al turista, ya puestos. Los restos semihundidos de una fantástica barca de recreo han llegado flotando hacia nosotros. Debía costar lo que yo gano en diez años.

Demba es de Senegal, pero tiene familia en Agadir. Ha pedido permiso para tomar una de las lanchas para ir a puerto. Para quitarle la idea de la cabeza le he dicho que hacerlo supondría la pérdida total de emolumentos, pero ha dicho que no le importa. Le he confesado que le mandaríamos su sueldo hasta el día de hoy y le he dejado marchar. Jabulani se ha ido con él. A la mierda de todas formas, no creo que la central ni la puta Torre Eiffel seguramente existan ya.

No sé qué haremos ahora.


* * *

– Es horrible -opinó Susana, apartándose de la mesa.

Dozer tardó todavía un rato en levantar la cabeza, como si hubiera estado demasiado concentrado en la lectura.

– Pasa un poco más adelante, veamos qué ocurrió -pidió José. Dozer pasó una buena cantidad de páginas y leyeron de nuevo.


* * *

27 de Octubre


Mamadou y los suyos siguen en el hangar uno, con parte de la comida robada. Tengo la sensación de que cada vez cuenta con más hombres… pediré que refuercen la vigilancia por la noche, por si se están pasando a sus filas. O quizá sea mejor dejarles ir, ¿quién quiere un enemigo interno que susurre tonterías sobre ritos vudú y sacrificios zombi en la hora bruja de la madrugada?

He intentado hablar con él otra vez, pero…


* * *

– Más, más, pasa más adelante -dijo José.

Con una muesca de fastidio, Dozer pasó unas cuantas páginas más. Allí, la letra era más descuidada y precipitada, y las líneas se curvaban al final del cuaderno como si el capitán hubiera tenido que escribir sin un apoyo suficiente.


* * *

4 de Noviembre


Hoy hemos matado a dos hombres más. Cayeron cerca de la cubierta, y nadie se ocupó de retirarlos o tirarlos por la borda como los otros. Creo que tanto ellos como nosotros teníamos miedo de que el otro bando les atacase. Aún tengo mi pistola, pero sigo pensando que es mejor no revelar su existencia. La tengo siempre conmigo, y no la usaré a menos que sea estrictamente necesario.

Los hombres volvieron a la vida aproximadamente una hora y media después de haber muerto. Yo vi los charcos de sangre desde el puente… tenían que haberse desangrado como cochinos en un día de matanza, pero allí estaban, vagando por la cubierta al vaivén del barco. He ordenado empujarlos con pértigas por la borda si se acercan lo suficiente a la puerta. Si no… los dejaremos como regalo para Mamadou y su gente… ¡jajaja!


7 de Noviembre


Ayer tuvimos una gran crisis. El pue Uno de los hombres fue mordido por uno de los muertos y no dijo nada. Hijo de p Murió en algún momento y apareció en mitad de la cafetería, vestido con un calzoncillo largo. Estaba tan ridículo… pero cuando se tiró encima de Yacouba perdió toda la gracia. Me di cuenta de lo peligrosos que son… Durante algunos segundos, nadie fue capaz de reaccionar, y eso causó la muerte de Yacouba. Era un buen hombre. Sólo quería regresar a su país y ver qué había pasado con su gente. Decía que los dood (muerto en afrikaans) no podrían con ellos.

Los tiramos por la borda tras una pequeña ceremonia.


* * *

– La madre que… -dijo José.

– ¿Porqué no dejáis ya eso? -preguntó Susana visiblemente incómoda. -Pensad en Uriguen por un segundo, joder.

– Tienes razón. Es un segundo -pidió Dozer.

– Pasa al final, al final.


* * *

27 de Noviembre


Los gritos no nos dejan dormir. ¿Por qué tiene que gritar tanto?

¿QUÉ PASA POR SUS CABEZAS MUERTAS?


28 de Noviembre


Al atardecer hemos reconquistado la planta de abajo. Kudu (no sé cómo se escribe y qué más da) ha descubierto una forma de cegarlos… ¡con la espuma de los extintores! Eso nos ha ahorrado muchas lágrimas. ¿Cuántos quedarán todavía, diez, veinte? Ojalá hubiéramos acabado con ellos cuando éramos más… ahora es demasiado tarde, son tan fuertes y nosotros estamos tan cansados.

Hemos subido toda la comida al puente, pero no durará mucho. Los filtros del potabilizador de agua están agotados también, pero ya no vamos allí. Por la noche hablamos. Larga discusión en pocas palabras: si alguno de nosotros no vamos a ver cómo está la cosa en la ciudad, acabaremos por morir de hambre encerrados aquí. Al menos no hay fuego en toda la línea del horizonte.


29 de Noviembre


Hemos perdido a Kudu intentando liberar una de las barcas. Le recordaremos.


30 de Noviembre


Lembani y Kaba han partido por fin. Les hemos dado unas galletas y agua para el viaje, y una bengala de emergencia por si las cosas se ponen feas. No sé para qué demonios, pero parecían más felices con ella en las manos y hasta la han recubierto con plástico.

03:40. Ni rastro de los muchachos.

05:25. Ni rastro.

09:30. ¡¡¡Ni rastro!!!


1 de Diciembre


Ni rastro de los muchachos.

Los zombis consiguieron irrumpir en el recinto. Hemos logrado retrasarlos improvisando una barrera en mitad del pasillo apilando cajas y mesitas de noche. Nos ha costado un gran esfuerzo… creo que empezamos a acusar la falta de una buena alimentación.

Yo he visto sólo cuatro, pero Koyassi dice que al menos había ocho. Jura que Mamadou estaba entre ellos, con la boca abierta hasta el cuello y los ojos blancos. Dice que le miró a través del cristal y le echó una maldición innombrable. Ha estado quemando su propia sangre en un cuenco para librarse de la maldición. Malditos supersticiosos, es lo que yo digo… ¡estoy harto de sus paranoias vudú!


2 de Diciembre


Ni rastro de los muchachos.

Koyassi estuvo anoche gritando a las paredes. Le hemos dado un poco de alcohol para que duerma.


4 de Diciembre


Ni rastro de los muchachos.

Koyassi se ha suicidado con su propio cinturón. Fue una suerte que eligiera ese método. Cuando lo encontramos su cadáver bailaba incapaz de librarse de la soga, con la lengua morada e hinchada colgando a un lado.

Lo tiramos por la borda. Lo recordaremos.


* * *

– Creo que esto no va a acabar bien -comentó José con la boca seca.

– Ah, mierda -soltó Dozer entonces- mira, esta hoja está arrancada.


* * *

10 de Diciembre


Anoche tuve que matar a Doudou. Tuve que hacerlo. Me he encerrado en el puente, solo. Espero que a los otros les vaya bien y lo consigan, pero no pienso abrir. No seré su sacrificio vudú de mierda.


13 de Diciembre


Tengo hambre. ¿Tiene sentido seguir? Han estado aporreando la puerta por un rato. Estúpidos ignorantes. Ojalá espero rezo para que se maten entre ELLOS.


14 de Diciembre


Han quemado nosequé en la cubierta. Creo que esperaban que el humo me sofocara, pero el viento ha cambiado en el último momento, jajajaja.

Mariole, Mariole… espero que lo hayas conseguido.


15 de Diciembre


La Navidad ha llegado antes de tiempo: ¡fun-fun-fun! ¡Hoy ha llovido! He podido beber agua, y he llenado una caja de galletas entera. Me siento mejor, pero como no coma algo pronto, fun-fun-fun, ya vernos qué pasa.


19 de Diciembre


He escuchado disparos hoy. Ni idea de qué los ha producido, o quién, pero me da igual. He puesto en marcha el barco de nuevo. Si no sabotean las máquinas, voy a girarlo y dirigirlo a España. Al fin y al cabo, es cuestión de tiempo que el final sobrevenga.

Tengo hambre.


* * *

Pasaron la página para encontrarse con la última anotación. Al enfrentarse con el vacío horrible del resto de las páginas sintieron un escalofrío, pero devoraron las últimas memorias del capitán Diez con fruición.


* * *

28 de Diciembre


No me encuentro bien. Tengo alucinaciones de puré de patatas, compota de manzana y chuletones gruesos como un libro. He programado el Clipper Breeze para que vaya directo al puerto de Málaga. Es el más cercano. He estado haciendo unos cálculos y el combustible disponible alcanzará si mantengo la velocidad al mínimo, afortunadamente no llevamos carga. Ojalá lo hubiera decidido antes, ahora ya es demasiado tarde. No es más que un intento de cerrar un ciclo, la realización de una vieja idea que no pudo llevarse a cabo porque no tuve bastante carácter. Ahora estoy demasiado débil y creo que no lo conseguiré. Si noto el sueño de la muerte precipitarse sobre mí finalmente, pienso utilizar mi pistola. No me convertiré en una de esas cosas. Es mi decisión.

Ahora sé que si hubiéramos desembarcado todos cuando aún estábamos unidos, hubiéramos tenido alguna posibilidad.

Mariole, Mariole. ¿Estarás allí cuando llegue yo?


* * *

Permanecieron en silencio unos instantes releyendo las últimas líneas. José se acercó al cadáver del capitán Diez, de repente le parecía tan delgado.

– Pobre hombre -dijo al fin.

Susana, que había permanecido apartada, no dijo nada.

– Pero entonces puede haber zombis en el barco.

– O se cayeron por la borda, o vete a saber. Solo esperemos que quede alguna de esas barcas todavía, usaron unas cuantas -y metiendo el pequeño libro en la mochila de José, les hizo un gesto con la mano para ponerse en marcha.

Volvieron a descender por las escaleras sin descuidar la prudencia. Cuando llegaron a cubierta el cielo plomizo los saludó, no quedaba ni rastro del esplendoroso Sol que los había saludado por la mañana y en días anteriores. Desde el Oeste, el viento traía una complicada formación de nubes negras y henchidas de lluvia. Y vieron algo más entre los edificios de Málaga, una columna de humo denso y negro que se elevaba hacia el cielo y que luego el viento esparcía horizontalmente sobre el horizonte.

José lo vio primero.

– Coño, ¡mirad eso! -dijo.

Susana se volvió y dejó escapar un sonoro suspiro.

– Eso… -exclamó- eso parece venir directamente de…

Dozer se llevó ambas manos a la boca incapaz de decir nada.

– Sí… ¿no? Justo por ahí es donde debe estar Carranque.

Susana asintió.

– Si no es así debe ser el jodido edificio de al lado, por lo menos -continuó diciendo José.

– Joder -soltó Dozer al fin.

– ¿Qué habrá pasado? -preguntó Susana sintiendo que la inquietud crecía en su interior.

– Que me jodan si lo sé, pero no me gusta una mierda -exclamó Dozer entonces.

– Debe de ser todo un señor incendio -dijo Susana.

– Hay que volver, tenemos que volver.

Susana no lo dijo, pero de algún modo que no sabía explicar se sintió como si el capitán Díez les hubiera traicionado. Los había retrasado, sólo esperaba que no irremediablemente.

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