Nota a la segunda edición

En la contratapa de la primera edición de Noviembre sin violetas, su bisoño autor advertía que los hechos narrados en la novela podían situarse en torno al año 2000. Supongo que la principal razón para ello era evitar que alguien pensara que eran erróneos los cálculos temporales que en el texto tomaban ese año como referencia del presente. Por lo demás, ignoro por qué quise hacer que la historia transcurriera en el 2000: no hay en ella el menor intento de hacer futurología, por fortuna. Y digo por fortuna porque nunca habría podido acertar. Quién me iba a decir cuando la escribí que en el 2000 Madrid iba a estar habitado por una legión de usuarios de teléfono móvil, aparato a la sazón desconocido.

Entonces, cuando escribí este libro, era 1991. Se publicó algo más tarde, en 1995, y fue la primera de mis novelas que se dio a la imprenta. Antes había escrito otras, que no llegaron a ver la luz, y que dudo muy seriamente que nunca la lleguen a ver. Noviembre sin violetas viene a ser el resumen de todas ellas, el homenaje a todo lo que sentí y supe en el ejercicio de la escritura entre los catorce y los veinticinco años; en el curso de mi largo aprendizaje, diría, si creyera haber aprendido. Es el libro más juvenil de todos los que he publicado, el más desprovisto de cálculo, el más lleno de ingenuidad.

Precisamente por eso lo entrego ahora sin tocar una sola coma respecto de su versión original (ni siquiera los errores, como inventarme el revólver del 38 de ocho tiros, exageración increíble que me ha sido reprochada por algún experto en armas). Sé que algunos han querido leer la novela durante los años en que aquella primera edición, agotada, ha estado inencontrable. Para ellos la recupero, y también para todos los que creen en la verdad imperecedera de los ensueños de la juventud.

Getafe, 11 de diciembre de 1999

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