18 La brigada Globin de Ragh

Los goblins seguían a Ragh de cerca, con una expresión expectante en los aplastados rostros. Yagmurth se sentía especialmente feliz, y su sonrisa dejaba al descubierto unos dientes rotos y amarillentos. Por su parte, el draconiano mantenía la cabeza elevada, en dirección al viento, para evitar el hedor que despedía su ejército.

Fiona también se mantenía a favor del viento, pero, a pesar de ello, se sentía interesada por Yagmurth, que parecía muy seguro de sí mismo y hablaba más alto que el resto. Los goblins más pequeños eran los que tenían las voces más débiles, y uno flacucho de piel parduzca sonaba igual que un gato maullando. Por lo general, cuanto mayor era el goblin, más ruido hacía y más apestaba.

La dama solámnica observaba sus expresiones y escuchaba las ásperas voces, y, de vez en cuando, captaba algunas palabras en Común; palabras que o bien no existían en la lengua goblin o bien eran universales en todas las lenguas: «sivak», «Takhisis», «general».

—¿General? —repitió para sí, y descubrió, al ladear la cabeza, que el que no cesaba de decir «general» la observaba ahora con atención—. General… ¿quién?

El goblin en cuestión se separó del grupo. La criatura medía casi un metro, con una nariz que recordó un nabo a la mujer y la piel del color del óxido; los ojos parecían excesivamente grandes para su nariz de perrillo faldero, y los cabellos caían en mechones de distintas longitudes. En la oreja derecha del goblin había un aro de hueso, del que colgaban dos plumas de arrendajo y una cuenta de arcilla.

La dama aspiró con fuerza en un esfuerzo por no lanzar una risita divertida ante la visión de la estrafalaria criatura.

—General —dijo el goblin, y añadió una serie de chasquidos y gruñidos que le resultaron disparatados—. General.

—Sí, general. Perdóname por haber hablado en voz alta. No era mi deseo atraer tu atención. Vete.

El estrafalario goblin no se marchó, sino que se aproximó más. El ser parloteó animadamente, incluyendo la palabra «General» unas cuantas veces más, y su voz gañía como si se tratara de un perrillo fastidioso. Estaba claro que el goblin quería que ella dijera algo como respuesta, pero la mujer se limitó a fruncir los labios en un gruñido para acallar al ser.

—¡Ragh! —llamó—. Tus amigos goblins me están molestando. ¿No puedes hacer algo con tu «ejército»?

El draconiano les gritó en lengua goblin que se callaran.

Al instante, el anciano goblin llamado Yagmurth golpeó en el suelo con el mango de la lanza, para que todos sus compañeros se cuadraran, y, a continuación, asestó un suave golpecito en la pierna de Ragh. Cuando el draconiano bajó los ojos, Yagmurth empezó a parlotear a voz en grito.

—Lo sé —respondió Ragh en la gutural lengua de las criaturas—, esperas que te conduzca contra los hobgoblins y su jefe, el general Kruth. Pero, yo, la más grande de las creaciones de Takhisis, creo que podría existir un modo mejor y más astuto de triunfar.

El draconiano observó la desilusión que se pintaba en los rostros del menudo ejército. Yagmurth volvió a golpear con la lanza.

—Criatura perfecta —inquirió en lengua goblin—. ¿Cómo puede existir un modo mejor que la batalla?

Ragh se encogió de hombros. Muchos años antes de que se encontrara con Dhamon, el sivak casi siempre solucionaba todos sus problemas mediante el combate; con muy pocas excepciones. Por ejemplo, había aprendido que si el problema era mayor y más avieso que él, era más sensato evitar una confrontación.

—Siempre existen alternativas a la lucha —disimuló con aire congraciador—. Ésta es una oportunidad que exige sigilo e inteligencia; dos cosas que apuesto que poseéis en abundancia, y dos cosas de las que estoy seguro que vuestros enemigos hobgoblins no han oído hablar jamás.

Los goblins se hincharon de orgullo, y por el tono de sus voces y expresiones exultantes, incluso Piona comprendió que los halagos de Ragh los habían convencido y que escuchaban el plan del sivak.

Mientras el draconiano se acurrucaba con su ejército, Fiona, cansada de sus chanzas y su peste, se apartó del grupo y sostuvo su propia sesión de estrategia… con la espada.

—Busco venganza —dijo al arma—. Busco…

La espada le ofreció la respuesta que buscaba.

—Fiona. —Ragh golpeó el suelo con el pie—. ¡Fiona!

La solámnica alzó la mirada, enojada con el draconiano por haber interrumpido su diálogo con la espada. El sivak la vigilaba de cerca, pues lo cierto era que aún temía que la dama guerrera, en su locura, pudiera atacarlo a él o a los goblins.

La mujer volvió la cabeza para mirar a Ragh, enarcando una ceja.

—¿Sí?

—Necesitamos tu ayuda.

La expresión de desagrado desapareció, reemplazada por otra casi melancólica, pero los ojos aparecían aturdidos, y se movieron veloces hacia Ragh, para a continuación desviarse, y estudiar algo a lo lejos que tal vez sólo ella podía ver.

—¿Necesitas mi ayuda para tu plan?

El otro asintió.

»Sí, me necesitas —convino la solámnica—. Por ese motivo permanecí a tu lado, sivak. Me necesitas porque tengo aspecto humano, y soy la única que puede entrar en esa aldea y echar una ojeada para averiguar cómo están las cosas, descubrir dónde se encuentran Riki, Varek y el hijo de Dhamon, y enterarme de cómo les va todo. Yo puedo averiguar si saben que se hallan en serio peligro.

El draconiano volvió a asentir.

»Yo puedo enterarme de qué traman los hobgoblins. Sí, desde luego me necesitas.

Ragh tradujo libremente a Yagmurth lo que la mujer había dicho, pues éste se había apresurado a acercarse a él y contemplaba a la dama solámnica con curiosidad y temor.

»Ésa es la única razón por la que permanecí contigo. Por Riki, Varek y el niño. De no ser por eso, estaría siguiendo a Dhamon; aunque más tarde o más temprano le haré pagar, lo sabes muy bien.

—Sí, sí. Le harás pagar —refunfuñó Ragh.

El pequeño ejército de goblins se había reunido alrededor del draconiano, farfullando en sus débiles voces, con gran alarde de chasquidos y gruñidos.

»Pero, por el momento, Fiona…

Yagmurth golpeó el suelo con la lanza y agitó el brazo reclamando silencio.

—Puedes contar conmigo, Ragh —indicó Fiona, una vez que la cháchara de los goblins se hubo apagado.

Sonrió entonces, pero la sonrisa era peculiar, y los ojos seguían sin mirar directamente.

Ragh se preguntó al instante si realmente podía contar con ella.

—Por otra parte, Fiona, tal vez…

—Me gusta bastante Riki —prosiguió ella alegremente—, y me gustaría ayudarla y también al bebé. Yo no tendré jamás un hijo, sivak. No me casaré. Nunca. No tendré familia propia. Ahora que Rig ha muerto…

—Tal vez en lugar de ello deberíamos…

—La aldea se encuentra justo detrás de esa cuesta, ¿no es cierto? —Fiona se apartó—. No la veo desde aquí. —Envainó la espada—. Iré ahora —anunció—, por una criatura que no puedo tener.

Marchó en dirección norte, y Ragh se apresuró a ir tras ella, posando una zarpa sobre su hombro.

—En cuanto a Varek, Fiona; si hablas con Varek probablemente no deberías mencionarle que…

—¿Que el niño no es suyo? —Sonrió sinceramente—. Claro que el niño es de Varek. Es imposible que sea de Dhamon porque Dhamon morirá la próxima vez que lo vea. Pagará por lo que le hizo a Rig. Pagará por todo, más tarde o más temprano, lo juro.

«Loca de remate», pensó el draconiano, y se maldijo mientras la veía marchar, hundiendo las uñas en las palmas de las manos en silenciosa frustración.

—Maldita sea, tendría que haber ido con Dhamon. ¿Por qué, por todas las cabezas de la Reina de la Oscuridad tuve que ofrecerme a rescatar a la semielfa y a su familia? ¿Por qué? —Clavó los talones en la apelmazada tierra—. Una parte de mí piensa que tendría que haber desaparecido en el pantano hace mucho, y haber abandonado a Dhamon, Maldred y Fiona a su propia insensatez. Desaparecer… y… —Se rascó la cabeza—. ¿Y qué diablos habría hecho?

El anciano goblin amarillento hizo repiquetear la lanza con suavidad en la pierna del draconiano, para atraer su atención.

—Esclavos humanos. —Yagmurth olfateó despectivo—. Son poco de fiar. Es mucho mejor comérselos, pues son apetitosos cuando son jóvenes, aunque creo que éste hará lo que ordenas.

Los dos se quedaron con la vista fija en el paisaje de Throt, que a Ragh le recordó un desierto por su aridez y severidad. Podía contar los árboles que veían con ambas manos, y sólo divisó unos pocos pájaros. Existían lugares tan desolados como ése en Krynn, lo sabía bien, pues había estado en ellos; también existían climas más hostiles. Ése era ciertamente tolerable, pero a él no le gustaba.

—No me gustan los goblins —masculló en su propia lengua, mientras dejaba a Yagmurth rascándose la cabeza—. No me gusta tener que esperar a una dama solámnica demente, y no me gusta no saber nada de Dhamon. Mi amigo Dhamon. —Meneó la cabeza cubierta de escamas sin saber cómo salir de aquella difícil situación—. ¿Por qué no me limité a perderme en el pantano?

Ragh no se movió del lugar hasta que Fiona regresó dos horas más tarde. La mujer respiraba con dificultad, y tenía el rostro manchado de sudor y tierra; la espada que aferraba aparecía cubierta de sangre.

El draconiano corrió a su encuentro, aunque contemplando aún con desconfianza la espada que la dama empuñaba.

—Fiona, ¿qué ha sucedido? ¿Estás herida? ¿Qué…?

Yagmurth parloteaba y saltaba entre la pareja, en un intento de obligarlos a hablar en una lengua que él entendiera.

La dama guerrera dedicó una mirada despectiva al goblin y lo apartó de una patada, mientras se echaba atrás un mechón de cabellos.

—La aldea es pequeña por lo que parece. Mucho. De todos modos, no pude acercarme demasiado. Los hobgoblins pertenecen a los Caballeros de Takhisis; lo sé por los emblemas de las armaduras.

—¿Hobgoblins con armadura? Estupendo.

—Cuero y mallas en su mayor parte. Resultó magnífico volver a combatir contra un adversario cubierto con una armadura, después de tanto tiempo… aunque fueran de asquerosos hobgoblins. Dejé de pensar en Rig durante unos minutos mientras estaba peleando. Todo parecía tan claro. —Hizo una pausa para tomar aire con fuerza, con los ojos muy abiertos y relucientes.

—La batalla te sienta bien —se limitó a contestar Ragh.

—Tropecé con tres de ellos, tres hobgoblins, en el extremo sur del pueblo. Centinelas, evidentemente. No querían dejarme entrar en la población, y si bien no conseguí comprenderlos, deduje la esencia de la situación. La aldea estaba asediada.

El draconiano señaló la espada de la mujer.

—Maté a dos de ellos, el tercero huyó —respondió ella con un encogimiento de hombros—. Lo habría perseguido, pero pensé que podría verme superada en número; de modo que regresé para informarte.

«Una curiosa reacción cuerda», pensó Ragh.

—Estupendo. Estaba preocupado.

La mujer escupió en el suelo.

»Reforzarán el extremo sur de la aldea ahora, claro —razonó el sivak.

—Supongo —convino ella.

De repente, la expresión enloquecida regresó a los ojos de la solámnica. La mujer se volvió en dirección al pueblo, pero Ragh se colocó ante ella, aunque manteniéndose fuera del alcance de la espada.

—No nos apresuremos.

—Soy una Dama de Solamnia, sivak. Mi informe ante ti ha concluido, por lo que regresaré al pueblo y mataré todos los refuerzos que hayan reunido en el sur.

El draconiano lanzó un gemido, y en contra de todo lo que le dictaba el sentido común rodeó, protector, a la mujer con el brazo y tiró de ella fuera de la elevación, hacia el oeste.

—No, Fiona. Estarán esperando a alguien que venga del sur. Los engañaremos, elegiremos otra dirección.

—¿Otra? De acuerdo. Ataquemos desde el oeste. —Sujetó la empuñadura de la espada con firmeza—. Cuenta a tus pequeños y apestosos amigos el plan, y veamos si pueden hacerlo.

Ragh estaba ya explicándolo a Yagmurth y a todos los que se habían reunido a su alrededor. El draconiano ordenó al ejército goblin que lo siguiera y se mantuvieran tan callados como les fuera posible, y luego elevó una plegaria para suplicar que Fiona se mantuviera tranquila y no resultara un estorbo. Tuvo que correr para alcanzar a la mujer, y los dos condujeron al heterogéneo ejército hacia el oeste y un poco al norte, hasta rodear el pueblo, usando un bosquecillo de pinos y robles para ocultarse.

Había algunos hobgoblins justo en el interior de la línea de árboles, y Ragh no los detectó hasta que fue demasiado tarde. Una pareja de centinelas cubiertos con corazas olfatearon el aire con suspicacia y percibieron su llegada. Aunque emparentados en ciertos aspectos con sus primos de menor tamaño, los hobgoblins no se parecían demasiado a aquellas criaturas más pequeñas y feas. Aquellos centinelas y soldados tenían el tamaño de los hombres, con extremidades que recordaban vagamente a los humanos, y el cuerpo recubierto por ásperos cabellos de un gris parduzco. Los rostros recordaban los murciélagos, las orejas grandes y puntiagudas, los hocicos húmedos y resollantes, con dientes afilados y un constante reguero de babas derramándose por los hinchados labios.

—¡Moveos! —rugió Ragh—. ¡A por ellos!

Exultantes al verse capitaneados por la criatura perfecta de Takhisis, los goblins cayeron sobre los hobgoblins entre vítores y chillidos.

—¡Victoria! —aulló Yagmurth en goblin—. ¡La victoria es nuestra!

Los goblins se movían con avidez, y apuñalaban a sus parientes a diestro y siniestro. Luchaban bien, pero varios resultaron muertos en la refriega inicial.

—¡Monstruos! —chillaba Fiona—. ¡Criaturas repugnantes!

La solámnica se abrió paso entre las filas de combatientes, desenvainando la espada, que blandió enloquecida hasta que la hoja silbó en el aire.

Los impresionados goblins se apelotonaron detrás de ella, y la animaron con gritos de aliento. Fiona se encontró frente a frente con un hobgoblin de gran tamaño, y las menudas criaturas que la seguían empezaron a hundir las armas en las piernas del ser, chillando como posesas cuando el hobgoblin se encontró rodeado por todas partes.

Ragh consiguió esquivar un lanzazo de un hobgoblin y casi dio un traspié al tropezar con Yagmurth. Su adversario volvió a atacar con la lanza, y esta vez arañó la caja torácica del draconiano.

—¡Eso me ha hecho daño! —gruñó Ragh.

Con una sonrisita satisfecha, el otro redobló sus esfuerzos.

En torno al sivak, goblins y hobgoblins gritaban y luchaban, y unos metros más allá, Fiona seguía con su lucha contra el enorme hobgoblin, y justo en ese instante, la solámnica lanzó una estocada e hirió las manos del adversario, al que rebanó unos cuantos dedos. La criatura aulló y agitó las manos enloquecida, intentando apartar a su atacante de un empujón, pero al mismo tiempo se vio asaltado por una multitud de goblins, que le herían las piernas con sus cortas lanzas.

—¡La criatura es mía! —chilló Fiona.

La mujer apretó los labios hasta formar una fina línea y asestó nuevas estocadas. La primera acabó con su oponente, pero la gran cantidad de goblins apiñados allí mantuvo al ser en pie con sus incesantes cuchilladas hasta que uno de los mandobles de la dama guerrera le cortó la cabeza.

—¡Victoria! —volvió a aullar Yagmurth—. ¡La victoria es nuestra!

El adversario de Ragh echó la cabeza hacia atrás y profirió una retahíla de obscenidades al ver cómo Fiona acababa con su camarada, pero aún chilló con más fuerza cuando una multitud de goblins se arrojó sobre el cadáver.

El contrincante del draconiano era el último hobgoblin que seguía en pie.

—Estás demasiado lejos del pueblo —siseó Ragh—. Demasiado lejos para que nadie oiga tus gritos de advertencia.

Se agachó para esquivar un lanzazo, luego se lanzó al frente y se colocó tan cerca, que el arma del hobgoblin resultaba inútil. Ragh alzó una garra hacia la garganta de la criatura y la arañó salvajemente con las zarpas, luego tiró el adversario hacia sí y le mordió en el cuello.

—¡Monstruo repugnante! —gritó Fiona, mientras se aproximaba para prestar su ayuda.

—Y un sabor repugnante —comentó el draconiano mientras escupía un pedazo de piel cubierta de pelo—. Una bestia repugnante llena de pulgas.

Retrocedió mientras el hobgoblin se desplomaba de espaldas. Fiona hundió la espada en el caído, para asegurarse de que estaba muerto, y los goblins se abalanzaron sobre el cuerpo, que desgarraron en ensangrentados pedazos.

—Yagmurth —llamó Ragh, a la vez que se abría paso por entre la masa de los goblins.

El anciano se acercó al draconiano, arrastrando con él a un goblin de pequeño tamaño, posiblemente su hijo, al que regañaba por tomar parte en el impropio despedazamiento.

—Buen trabajo —felicitó el draconiano.

El viejo goblin sonrió y se pasó la correosa lengua por los dientes.

—En algunos lugares goblins y hobgoblins son parientes —explicó Yagmurth—, pero no en el Hogar Goblin. Aquí somos enemigos.

Empezó a exponer la situación en más detalle, y aunque Ragh no captó unas cuantas palabras, aquéllas que procedían de un dialecto con el que no estaba familiarizado, sí averiguó que la mayoría de las tribus hobgoblins de Throt habían tomado partido por los Caballeros de Takhisis, a los que servían como soldados y mensajeros, a la vez que se dedicaban también a arrebatar territorio a los goblins, que en el pasado habían sido sus aliados.

—Así que los Caballeros de Takhisis desean que este pueblo esté custodiado por los hobgoblins por algún motivo —reflexionó Ragh.

El sivak apartó de un manotazo a unos cuantos goblins para contemplar el vulgar semblante del hobgoblin al que se había enfrentado y eliminado. Él draconiano cerró los ojos y apartó de su consciencia los murmullos atemorizados de sus seguidores goblins para concentrarse en su propia magia interior.

Transcurrieron unos instantes antes de que la figura de Ragh empezara a brillar como plata fundida. Las piernas y brazos del draconiano se tornaron más finas y largas, los dedos se retorcieron como ramitas y el pecho se amplió hasta adoptar la forma de un tonel. Las escamas plateadas perdieron el brillo y se transformaron en un pellejo moteado de color rojo parduzco, que a los pocos instantes quedó cubierto de pelos ásperos y desiguales. Las orejas crecieron largas y puntiagudas, el hocico se ensanchó y acortó, y la cola casi desapareció por completo; los ojos centellearon, y a continuación adoptaron un fulgor mortecino.

Ragh, como todos los sivaks, era capaz de adoptar la forma de cualquier criatura que matara, si bien no utilizaba muy a menudo ese talento, pues prefería su cuerpo de draconiano y estaba orgulloso del modo en que sus agudos ojos sivak percibían el mundo. Un hobgoblin poseía un campo visual desconcertantemente estrecho debido a lo juntos que tenía los ojos.

El sivak flexionó los músculos de brazos y piernas hobgoblins, y los encontró adecuados pero torpes; con las manos, en especial, necesitó cierto tiempo para habituarse a ellas, debido a la excesiva longitud de los dedos. Giró el cuello a un lado y a otro y también movió los hombros, en un intento de sentirse cómodo.

—Criatura miserable —manifestó el draconiano—; desdichada criatura patética.

Sin embargo, adoptar el aspecto del hobgoblin podía resultar ventajoso, según explicó Ragh a los asombrados goblins.

—Criatura perfecta de nuestra venerada diosa —dijo Yagmurth, con una respetuosa inclinación de cabeza.

Ragh resopló divertido. Ahora, cuando se dirigía al goblin, la voz sonaba distinta; todavía áspera pero más profunda y en cierto modo desagradable a sus afiladas orejas.

—Eres sumamente poderoso y sabio, Ragh, tú la más grandiosa de las creaciones de Takhisis —repitió Yagmurth.

—Soy sumamente… algo —replicó él con una risita—. Escuchad, esto es lo que quiero hacer.

—¿Qué les has dicho? —quiso saber Fiona cuando el sivak hubo terminado de hablar en la lengua goblin, y su ejército dejó de parlotear—. Y exactamente ¿qué te ha dicho él a ti?

—Le he contado que tengo la intención de penetrar en el campamento hobgoblin y averiguar cuántos efectivos tiene su ejército y por qué están bajo custodia los aldeanos. Luego, atraeré al exterior a algunas de esas bestias para que puedas manchar un poco más de sangre la espada.

—Es aceptable —afirmó ella, tras recapacitar unos momentos—. No tardes demasiado. Debemos asegurarnos de que Riki y su hijo están a salvo, y luego tengo que ir en pos de Dhamon antes de que su rastro se enfríe. Tiene que pagar.

—Claro que tiene que pagar —masculló Ragh, sacudiendo la cabeza de hobgoblin mientras se alejaba pesadamente, seguido por todo su séquito de goblins, que avanzaban en fila india, sin dejar de chistarse unos a otros—. Seguidme —indicó, volviendo la cabeza—, y os mostraré dónde podéis ocultaros y esperar.

Fiona contempló los cadáveres de los hobgoblins y los cuerpos de ocho goblins que habían caído en el enfrentamiento, y a continuación los cubrió a todos, apresuradamente, con ramas recogidas del suelo, antes de seguir al grupo.

—Dhamon pagará —musitó para sí.


En menos de una hora, Ragh se tropezó con otros dos centinelas más, que despachó sin hacer ruido, mientras proseguía su avance hacia el campamento hobgoblin. Allí, averiguó que había más de sesenta hobgoblins de servicio; lo que significaba un ejército reducido pero que igualaba en número a los habitantes del pueblo. Sesenta eran, desde luego, bastantes más que las dos docenas de goblins con los que contaba.

El draconiano descubrió, también, que la gente de la aldea carecía de armas, ya que los hobgoblins la habían desposeído de todas las espadas, lanzas y arcos. Habían dejado a los aldeanos unos cuantos cuchillos para cocinar, pero la población estaba desarmada e indefensa.

Tras entablar conversación con un hobgoblin cansado y confiado, Ragh consiguió la siguiente información: el ejército hobgoblin había sitiado el pueblo siguiendo órdenes de los Caballeros de Takhisis, debido a que la mayoría de los habitantes de la población eran simpatizantes de los solámnicos o de la Legión de Acero. Varios vecinos habían transmitido información a enemigos de los Caballeros de Takhisis y hospedado a espías en el pasado; de modo que a los hobgoblins se les había ordenado matar a cualquier Caballero de Solamnia o de la Legión de Acero que capturaran, como advertencia a los pueblos cercanos.

Ragh recordó que el esposo de Riki había estado relacionado con la Legión de Acero en el pasado, e imaginó que ése podría ser el motivo de que su joven familia se encontrara allí. Probablemente, Varek mantenía sus antiguas lealtades.

—Conseguiré que algunas criaturas me sigan hasta este bosquecillo —explicó el draconiano a su ejército de goblins, y luego repitió lo mismo en Común para Fiona—, y espero que tú y tu gente les tendáis una emboscada, Yagmurth, pero dejad que Fiona, la humana, se ocupe de los de mayor tamaño. —También indicó en goblin, pero sin traducirlo al Común—: Dejad que la esclava humana se enfrente a los hobgoblins más peligrosos. De ese modo vosotros estaréis a salvo. Su vida no es tan valiosa como la vuestra.

Lo que no tuvo el valor de decir a Yagmurth fue que Fiona era mejor combatiente que doce de sus goblins juntos.

El draconiano, haciéndose pasar por un hobgoblin, había robado una armadura que era una mezcla de cota de mallas y piezas de metal. Durante su batida, Ragh había encontrado al general de los hobgoblins y lo había convencido para que fuera al otro lado de una elevación, donde el draconiano lo había matado y adoptado su aspecto. Aquel cuerpo de hobgoblin, algo más grande, resultaba más satisfactorio para el sivak, ya que el general se hallaba en mejor forma que el centinela. No obstante, se veía obligado a cargar con unas piernas ligeramente torcidas, que le impedían andar con comodidad.

—Ahora el enemigo cree que soy su general —dijo a los goblins con una sonrisa satisfecha—; pero no intentaré nada tan sospechoso como ordenarles a todos que se marchen. Apuesto a que algunos de ellos se opondrían. Sin embargo, les ordenaré que vengan aquí, conmigo, en pequeños grupos de los que os podáis ocupar sin problemas. Creo que conseguiré que sigan mis órdenes los suficientes como para que podamos reducir su número.

—Igual que nosotros seguimos las órdenes de la más grandiosa de las creaciones de Takhisis —declaró Yagmurth—. Igual que nosotros servimos a la criatura perfecta.


Hicieron falta varias horas, pero el plan funcionó de un modo brillante; tan brillante que Ragh, disfrazado como el general hobgoblin, consiguió atraer a los enemigos al bosque, en grupos sucesivos de reemplazo, hasta que todos los efectivos resultaron vencidos, eliminados o huyeron. Por desgracia, no obstante, aquella táctica costó casi una docena de vidas goblins. Sólo catorce de los hombres de Yagmurth sobrevivieron al combate, en ocasiones caótico. El anciano jefe sobrevivió, también, y se mostró ansioso por seguir a Ragh a cualquier otra batalla que pudiera sugerir, pero éste consiguió hacer marchar al caudillo goblin y a su menguante ejército con una falsa promesa de reunirse al cabo de dos días en el arroyo donde se habían enfrentado al coloso pardo. Entristecido, como si sospechara la verdad, Yagmurth estrechó las manos de Ragh y partió con su gente.

Fiona había disfrutado con el combate, y en aquellos momentos detestaba al sivak por despedir a los valerosos goblins.

—Mentiroso, mentiroso, mentiroso —masculló mientras los veía alejarse.

Ragh sacudió los hombros, para despojarse del aspecto de hobgoblin y recuperar su forma de sivak sin alas.

—Les has mentido, sivak.

—Sí, Fiona, les he mentido —admitió él—, y probablemente tendré que contar unas cuantas mentiras más para poder sacar a Riki, al niño y a Varek y llevarlos a lugar seguro.

La mujer sacudió la cabeza.

—Sí, Riki y Varek y… la criatura. Ésa es mi misión ahora.

—Iremos juntos —indicó Ragh en tono conciso.

A pesar de lo mucho que habría preferido enviarla de vuelta sola —pues los humanos se harían preguntas sobre la desaparición de todos los hobgoblins y la repentina y alarmante presencia de un draconiano—, seguía sin ser capaz de confiar completamente en Fiona, pues en los ojos de la mujer ya no centelleaba nada que pareciera cordura.

—Juntos, pues —asintió ella de mala gana—. Luego debo correr tras Dhamon.


Las cosas no fueron bien. Los alarmados aldeanos ya se habían preparado para los sobresaltos y se alarmaron ante la visión de Ragh descendiendo por la calle principal. El draconiano resultó herido por una lanza hobgoblin antes de que pudiera gritar nada para mitigar los temores de la población, y en aquellos momentos se encontraba al cuidado de Riki, que lo había hecho sentar en una silla en el interior de su pequeña casa —la única silla que consideraba capaz de soportar el considerable peso del sivak— para vendarle la herida. Le aplicó ungüento en la zona herida de las costillas en la zona agujereada y le limpió la sangre del antebrazo y el hombro, que habían sido acribillados con rocas.

—¡Cerdos, pues sí que te han dejado bueno, animalito! —comentó la semielfa, que se deshacía en atenciones con el draconiano, mientras Varek y Fiona observaban—. Mis nuevos amigos de este lugar no sabían que no eras un animalito malvado. Simplemente estaban hartos de todos los…

—Hobgoblins —facilitó Ragh.

—Hobgoblins y criaturas parecidas que nos han estado impidiendo que fuéramos a ninguna parte. —Enrolló un vendaje alrededor del hombro del herido, uno que recordaba sospechosamente a un pañal infantil, y retrocedió unos pasos para admirar su obra—. Eso debería ser suficiente, Ragh.

La solámnica había tomado al bebé en brazos y lo acunaba con gesto maternal. Un niño con brillantes ojos oscuros y cabellos color trigo. En la pierna del bebé se veía una curiosa marca de nacimiento, y Fiona siguió su contorno con el dedo. La marca recordaba vagamente a una escama y era dura al tacto. El dedo de la mujer acarició el rostro de la criatura, cuyas orejas eran redondeadas, sin nada en ellas que recordara a las de su madre. Por lo que Fiona pudo observar no existía el menor parecido con Varek, sólo con Dhamon, y se preguntó si Varek había adivinado la verdad.

—Debo admitir que me sorprende que estéis vivos. —Riki se puso a charlar con el sivak—. Tú y Dhamon… y Maldred, también, según te he oído decir. —Agitó un dedo ante él—. Imaginaba que os habrían ahorcado a todos hace meses. No era mi intención abandonaros allí, en aquella cárcel, pero tenía que pensar en el bebé. Y en mí y en Varek.

Ragh lo recordó con un gruñido. Riki los había denunciado a unos caballeros de la Legión de Acero, meses atrás en una cárcel dejada de la mano de los dioses en las Praderas de Arena. Lo había hecho para garantizar la seguridad de Varek y de sí misma, y lo había hecho, al parecer, sin sentir ningún remordimiento.

—No me juzgues equivocadamente, animalito —añadió la semielfa, mientras ajustaba los vendajes una vez más—. Me alegro de que no murieras. No eres malo para ser lo que eres. Pero no comprendo cómo tú y tus amigos evitasteis la soga.

—El relato es largo y habrá que dejarlo para otro momento, Rikali —respondió él con voz cansina.

—Tengo unos cuantos de tales relatos para contárselos a mi bebé cuando sea mayor —replicó ella, alegremente—. Historias sobre este pueblo, también. Esos horribles hobgoblins nos han impedido ir a ninguna parte durante bastantes meses, y todo porque Varek y algunos de los otros trabajaban para ayudar a la Legión de Acero. No existe recompensa para las buenas obras en este triste mundo.

El draconiano asintió. La semielfa tenía razón. Las buenas acciones no resultaban provechosas.

—¿Qué hay de los solámnicos? —intervino Fiona, sin apartar ni un instante los ojos del bebé—. Tengo entendido que hay simpatizantes solámnicos en este pueblo, también.

—¡Cerdos, ya lo creo que los hay! —prosiguió Riki, al mismo tiempo que daba una palmada a Ragh en la espalda para indicar que había terminado—. Por aquí hay toda clase de gentes de ésas que son tan buenas que resultan insoportables. Me sorprende que consiguiéramos llevarnos tan bien con todas; yo, Varek y el niño. —Calló y paseó la mirada por la vivienda de una sola habitación—. ¿Dónde está Dhamon? ¿No sabéis dónde está?

—No —Fiona negó con la cabeza—, pero lo encontraré. Lo localizaré, te lo prometo.

—Estupendo —respondió ella, sin comprender del todo; luego cerró las menudas manos y las apoyó en las caderas—. Puedes decirle que Varek y yo nos hemos ido de aquí; no vamos a perder ni un minuto, esperando a que los hobgoblins regresen. Nos vamos hoy mismo. Vamos a… —Se volvió hacia su esposo—. ¿Adónde dijiste que íbamos, Varek?

—Evansburgh, creo. —Miró a su alrededor nervioso, pues no parecía que hubieran avanzado mucho en la tarea de embalar sus pertenencias—. Puede que hoy no, pero nos iremos muy pronto, Riki. Si… cuando… llegue la noticia a los Caballeros de Takhisis de que sus pequeños monstruos han sido…

—Asesinados —interpuso Fiona.

—Asesinados, sí, enviarán caballeros en lugar de hobgoblins. Evansburgh es un lugar más grande. O tal vez iremos a Haltigoth y nos perderemos allí. —Se frotó las palmas de las manos en la túnica—. Quiero que mi familia esté a salvo. Soy leal a la Legión, pero éste no es momento de arriesgar mi vida. No cometeré el mismo error de poner a Riki y a nuestro hijo en peligro.

Riki se deslizó hasta Fiona y tomó el niño.

—Di a Dhamon que probablemente nos habremos ido. También a Mal, ¿de acuerdo? ¿Se lo dirás a los dos? No me importaría volver a verlos.

La mujer no dijo nada.

—Díselo tú —agregó la semielfa, volviéndose entonces de nuevo hacia Ragh—, y diles que lamento de verdad haberlos entregado a aquellos caballeros de la Legión de Acero hace unos cuantos meses. Hice lo que tenía que hacer, tú lo comprendes. —Empezó a arrullar al bebé y le sopló con dulzura en la frente—. Díselo a los dos.

—Lo haré —respondió el draconiano, y tal vez aquello fuera otra mentira.

En un instante, el sivak llegó ante la puerta, miró al exterior y esbozó una mueca divertida al observar la presencia de un grupito de aldeanos curiosos que aguardaba fuera.

Fiona pasó veloz junto a él y salió a la brillante luz del sol.

—Sí, díselo tú a Dhamon, sivak, pero tendrás que hablar deprisa, porque cuando lo encuentre, no le quedará mucho tiempo de vida.

Riki enarcó una ceja, pero Ragh ya había salido corriendo, y alcanzado a Fiona, que tenía la espada desenvainada, con los nudillos blancos sobre la empuñadura, y la hoja del arma limpia y reluciente.

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