2 Piel de cordero

La niña estaba sentada en una roca pequeña, cubierta de musgo, y acariciaba con los pies desnudos las aguas estancadas de una poza, en cuya superficie dibujaba círculos perezosamente con los dedos de los pies. Abundaban los insectos a su alrededor, una neblina viva que se mantenía a respetuosa distancia, pues ni siquiera un solo mosquito osaba posarse sobre la criatura.

La niña canturreaba una vieja tonada elfa que había oído meses atrás y a la que se había aficionado, y las moscas zumbaban a su alrededor en aparente armonía. De vez en cuando, se oía el grito agudo de una cotorra, y a lo lejos sonaba el gruñir de un gran felino y el ruido de algo de gran tamaño que chapoteaba en el río; pero todos esos sonidos se adaptaban a la melodía de la criatura y la satisfacían. Una sonrisa distendió las comisuras de la delicada boca, y la pequeña echó la cabeza hacia atrás para atrapar los rayos de sol de la tarde; rayos que quedaban diluidos por el espeso dosel de hojas de la ciénaga, pero cuya intensidad era suficiente para mantener la temperatura alta y húmeda; como la prefería la niña.

Tras finalizar la cancioncilla, la pequeña bajó la mirada hacia su reflejo, teñido de un pálido verde oliva por la espigada vegetación que crecía en el agua. Un rostro de querubín, con enormes ojos inocentes, la contempló desde allí, y suaves rizos cobrizos se agitaron sobre los hombros, importunados por una brisa inexistente. Dejó escapar un profundo suspiro, que alborotó los bucles que colgaban sobre la frente, luego dio unas pataditas, y las diminutas gotas que cayeron sobre la superficie borraron sumariamente el reflejo. Se alisó el vestido, que parecía confeccionado de frágiles pétalos de flores, y se sacudió una gota de agua del dobladillo; a continuación, giró en redondo y descendió por el otro lado de la roca, riendo tontamente cuando los helechos, que crecían en abundancia allí, le hicieron cosquillas en las piernas.

—¿Te diviertes?

—¡Maldred! —La pequeña escupió el nombre en un tono que era cualquier cosa menos infantil—. ¡No tienes motivos para espiarme! ¡Aquí no! ¡En mis dominios no! Deberías estar muy lejos de aquí y…

—¿Tus dominios? Tú no eres la dueña de la ciénaga.

Quien hablaba era un hombre escultural, con una musculatura fibrosa y curtida por largas horas pasadas al sol, que, no obstante su tamaño, se movía con la elegancia de una pantera, sin producir apenas un sonido mientras se acercaba.

—Y tampoco eres mi dueña, Nura Bint-Drax. Iré a donde quiera, y vigilaré a quien elija.

La niña emitió una especie de «¡oh!» burlón, con una sensual voz femenina, que luego subrayó con un puchero infantil.

—Estarás donde el amo te diga que estés, Maldred, y cuando él te diga que vayas. Es él quién mueve tus hilos, como bien sabes.

El otro cruzó los brazos sobre el pecho y contempló con expresión altanera a la niña-mujer. Abrió la boca como si fuera a protestar, luego cambió de idea y meneó la cabeza. Sudaba profusamente debido al calor, con los cabellos y ropas empapados de humedad, y gotas de sudor le resbalaban por la frente, se introducían en sus ojos y le punteaban la piel por encima del labio superior.

En la niña, por el contrario, no se veía el menor rastro de transpiración.

—Yo soy su aliada, Maldred, tú eres su esclavo —añadió ella con sarcasmo.

Maldred continuó contemplándola en silencio, efectuando un supremo esfuerzo por parecer impasible, pero fracasó por completo cuando su boca se torció hacia abajo en una sonrisa despectiva. Por mucho que lo intentara, Maldred no podía ocultar el desdén que sentía por Nura Bint-Drax.

—El amo vino a mí, para pedir mi ayuda, Maldred. Me escogió a mí por encima de todos los demás de este pantano. —Irguió la barbilla para dar más énfasis a sus palabras, en un claro intento de provocarlo con su burla—. Tú, príncipe coronado de Bloten, tú te arrastraste hasta el amo, suplicaste su ayuda. Eso me hace fuerte y deseable, y a ti…, a ti te convierte… —hizo una pausa, y el silencio se convirtió en una losa entre ambos—… te convierte en prácticamente nada, querido príncipe.

Se oyó una profunda inhalación, pero Maldred siguió callado.

La eterna niña describió un estrecho círculo a su alrededor, luego regresó para colocarse frente a él, y sus brillantes ojos azules lo evaluaron lentamente.

—Me sorprende que el amo no te haya enviado a realizar alguna humilde tarea —insistió la pequeña, entrecerrando los ojos a la vez que agitaba uno de sus pequeños dedos.

Frunció los labios, entonces, y se aproximó más, y él retrocedió para mantenerla a distancia.

—Especialmente, desde que perdiste a Dhamon Fierolobo en Shrentak. Me sorprende que el amo no te tenga limpiando cuevas o reuniendo comida para sus mascotas. A decir verdad, me sorprende que no te haya echado de su servicio.

Los ojos de Maldred se abrieron de par en par, y finalmente se desquitó:

—Dhamon estaba conmigo en Shrentak. No lo perdí.

—Lo pusiste en manos de la anciana loca.

—La mujer sabia. Lo conduje hasta la mujer sabia.

—Lo que no formaba parte del plan. Deberías haber muerto por la afrenta de cambiar el plan. Ayudarlo no formaba parte del plan. —Apoyó los diminutos puños sobre las caderas con firmeza—. Por culpa de tu imprudencia, perdiste a Dhamon.

—No lo habría…

—… ¿qué? ¿No lo habrías perdido si los esbirros de la hembra de Dragón Negro no hubieran interferido? Dhamon había liberado a los prisioneros de Sable. Era inevitable que se produjera una lucha. Dhamon podría haber perecido en ella, Maldred, y habría sido por culpa tuya. Culpa tuya por completo… al perderlo como hiciste. Pensaba que ibas a seguirlo bien de cerca. Creía que ibas a entregarlo al amo. ¿No era eso lo que acordaste?

—Hice lo que consideré que era necesario —replicó Maldred—. Además, todo formaba parte de la prueba, ¿no era así? Había que presionar a Dhamon hasta el límite para ver si era la persona indicada.

La niña lanzó una alegre risita, que sonó a campanillas de cristal tintineando a impulsos de una brisa, y a continuación, el aire relució y se arremolinó alrededor de la criatura, como si la nube de insectos se hubiera transformado toda ella en luciérnagas que se movieran a requerimiento suyo. La piel pálida de la pequeña empezó a oscurecerse y a adoptar el brillo del nogal bruñido, y la figura comenzó a crecer. Los dedos regordetes se tornaron largos y elegantes, terminados en afiladas uñas pintadas; las piernas crecieron proporcionadas y musculosas, muy apropiadas para un cuerpo ágil que llamaría la atención en cualquier ciudad. El rostro, si bien atractivo, adquirió dureza y quedó rematado por un casquete de cabellos negros y cortos que hacían juego con los centelleantes ojos. El vestido de pálidos pétalos de flores se transformó en una desgastada túnica de cuero que, en el pasado, había pertenecido a Dhamon Fierolobo, y que ella le había robado, junto con su preciosa espada mágica, cuando él la había conocido bajo el aspecto de prostituta ergothiana en las estribaciones de Bloten. En aquella ocasión, la mujer había estado a punto de matarlo, como parte de otra de sus pruebas, pero él había conseguido escapar con éxito de aquella trampa.

Y pasar a la siguiente.

—¿Lo que consideraste que era necesario…?

Alargó un brazo delgado y asestó un golpecito a Maldred en el pecho con un dedo. Una mancha de sangre apareció en el lugar donde lo había pinchado con la afilada uña.

—Lo que debías hacer era traérmelo aquí. ¿Fracasas en todo lo que intentas, príncipe mío?

El otro la miró fijamente con expresión vacía, sin responder, y sus ojos se encontraron con los de ella, inquietantes, pero detectando algo en la oscuridad de los de la mujer que le puso la carne de gallina.

—¿No te gusta este cuerpo, Maldred? Es humano, y yo habría pensado que lo encontrarías agradable. O ¿prefieres mi aspecto auténtico? —Su sonrisa era positivamente diabólica ahora, y los ojos se habían tornado gélidos de repente.

Maldred se estremeció sin querer mientras contemplaba su siguiente transformación.

La piel de la seductora ergothiana culebreó como aguas agitadas, y cambió de tono y textura, convertida su suavidad en escamas del tamaño de monedas. Las piernas se fusionaron en una cola mientras se alzaba por encima de Maldred, y su cuerpo se volvió más grueso, hasta que acabó convertida en una serpiente de cuello para abajo, en un reptil de más de seis metros de largo. Anillos alternos de escamas negras y rojas relucían en su cuerpo como gemas húmedas bajo la menguante luz del sol. Sin embargo, la cabeza no era la de una serpiente, sino la de una niña sin edad, y la melena de cabellos cobrizos se abría en abanico hacia atrás para formar una especie de caperuza. Se irguió y recostó sobre los anillos, y dirigió una mirada de reproche a su interlocutor.

—Apropiado —declaró éste, desdeñoso—. Cambias de aspecto del mismo modo que una serpiente muda la piel. —Hizo una pausa—. Y ninguna forma es preferible a las otras.

Los ojos de la criatura se ensombrecieron y centellearon, y motas de luz azul saltaron del rostro para danzar en el aire.

—Tú, sin embargo, prefieres ese lindo caparazón humano que has pintado sobre tu feo cuerpo, ¿no es cierto? Los humanos son una raza inferior, príncipe, pero supongo que incluso ellos se hallan por encima de tu insignificante raza.

Las partículas de luz adquirieron más intensidad y nitidez, y se tornaron amarillas, luego blancas, y, a continuación, a un simple gesto de la niña-serpiente, salieron disparadas al frente, como dardos, para golpear a Maldred en el pecho.

Éste retrocedió ante el impacto, y se llevó las manos al lugar donde los dardos de luz se habían incrustado; luego, se dobló al frente, sin resuello, al verse alcanzado por una segunda andanada. Levantó la cabeza veloz y la miró con ojos que deseaba que pudieran ser dagas dirigidas contra su adversaria.

—¡Zorra!

Habría seguido lanzando improperios contra la criatura de no haber empezado a actuar la magia de la naga. Los dardos luminosos se habían introducido bajo la piel y empezado a eliminar el conjuro que proyectaba la apuesta imagen humana sobre su auténtico cuerpo.

Los músculos de Maldred se hincharon, su cuerpo se ensanchó, y chaleco y pantalones se desgarraron hasta que las prendas apenas consiguieron cubrirlo. El pecho se tornó más amplio a medida que él crecía hasta alcanzar una altura de más de dos metros setenta, y la piel bronceada por el sol cambió a un vivo color azul celeste. Las cejas se espesaron sobre los ojos, la nariz se volvió más grande y achatada, y la corta melena que había tenido un aspecto de meticuloso acicalamiento se trocó por otra blanca como la nieve y se hinchó alrededor del rostro, en forma de cabellera desordenada que le llegaba por debajo de los hombros.

—Ya está —anunció satisfecha la niña-serpiente, una vez completada la metamorfosis—. Realmente me gusta contemplar tu auténtico cuerpo de mago ogro, príncipe. Te desprecio, y sin embargo obtengo un mayor placer al despreciar algo tan horrendo como tu aspecto de ogro. —Se produjo un nuevo silencio entre ambos antes de que ella añadiera—: Me pregunto si el amo te considera también repugnante…

—¿Quién es exactamente tu amo, Nura Bint-Drax? —Las palabras de Maldred surgieron veloces y coléricas—. ¿La Negra, Sable? ¿O aquél que acecha a nuestras espaldas?

Se dio la vuelta y echó una ojeada a un viejo sauce y a las sombras situadas más allá del velo de hojas que colgaba hasta el suelo y que insinuaba la presencia de la entrada de una cueva. Al poco se volvió de nuevo para mirar a su interlocutora con fijeza.

—¿O realmente crees que puedes ser leal a varios amos?

—Desde luego, mi lealtad no es para con la señora suprema de Shrentak. Sólo finjo servir a esa envanecida y despreciable hembra de dragón, ya que eso es de utilidad para mí señor. Obtengo poder e información de Sable. Conjuros mágicos. La capacidad de crear dracs…

—Y abominaciones.

Ella inclinó la cabeza con gesto malicioso.

—Las cosas que aprendo de Sable me hacen más valiosa para mi amo. Nuestro amo.

—Servir a dos dragones es peligroso, Nura Bint-Drax.

—Aliarme con dos dragones. Y yo prefiero pensar que es sensato.

Le tocó entonces el turno a Maldred de asentir, mientras se frotaba, pensativo, la barbilla.

—Si Sable consigue vencer, tendrás un lugar en este mundo diabólico. Y si lo hace el dragón que tenemos ahí atrás…

—… tendré un lugar a su lado. —Se balanceó hacia atrás sobre la enroscada cola, y sonrió con afectación—. Mientras que si Sable vence, tú lo pierdes todo, y si el amo gana, tú no seguirás siendo otra cosa que un sirviente feo. Suceda lo que suceda, has perdido para siempre a tu querido amigo Dhamon Fierolobo.

Maldred dejó caer las manos a los lados, abriendo y cerrando los puños. Dhamon había sido como un hermano para él.

»¿Te duele traicionarlo, príncipe?

Habría golpeado a la naga con todas las fuerzas de su imponente cuerpo de ogro, pero detectó un movimiento en las hojas del sauce situado a su espalda, y, al mirar de reojo, distinguió una luz tenue que emanaba del interior de la boca de la cueva.

—Así que el amo ha despertado —se limitó a decir Nura, y a continuación, se deslizó junto a Maldred y atravesó la capa de follaje.

El ogro se volvió para seguirla, acercó una mano para apartar las hojas, pero entonces se detuvo un momento. Cerró los ojos y buscó la chispa mágica que anidaba en el interior de su fornido pecho azulado. Buscó… ¡y la encontró! Enrollando la mente alrededor de la chispa, la instó a crecer hasta que un calor más intenso que aquel calor húmedo le recorrió brazos y piernas, y ascendió por el cuello, hasta conseguir que la piel le hormigueara llena de energía mágica. Cuando aprendió por primera vez el hechizo, éste incluía también gesticulaciones y frases, y necesitó algún tiempo para dominarlo; pero ahora, con el paso del tiempo, aquel conjuro se había convertido en algo que formaba parte de él. En la actualidad, todo lo que tenía que hacer era concentrarse. En cuanto la chispa prendió, su cuerpo de mago ogro se estremeció, y la piel empezó a arremolinarse. En cuestión de segundos, Maldred pareció plegarse sobre sí mismo, y la piel de un vivo azul celeste regresó a la antigua tonalidad bronceada. La ondulante melena de un blanco níveo desapareció, reemplazada por cortos cabellos rubios que parecían recién cortados y peinados. Sin embargo, las ropas del ogro seguían colgando hechas jirones sobre su figura humana, ya que la magia sólo afectaba al cuerpo, no a lo que lo cubriera.

El ogro con aspecto humano retrocedió hasta la poza estancada y echó una ojeada a su superficie, satisfecho ante lo que veía. Sabía que resultaba un hombre impresionante, pícaro y de aspecto poderoso, y un poco noble por la forma de la mandíbula. Era un aspecto que hacía que las mujeres se volvieran a mirarlo en, prácticamente, todas las ciudades y provocaba que los hombres se lo pensaran dos veces antes de enfrentarse a él. Se trataba de una mezcla que había perfeccionado, y que había creado a base de tomar las mejores características físicas de hombres que visitaban Bloten para hacer tratos con su padre: el semblante lo había tomado prestado de un rey-bandido, la figura de un luchador del circo, y los ojos de un asesino de Kaolyn, que, hacía casi una década, había sido contratado para eliminar a un advenedizo señor de la guerra ogro que amenazaba el poder de su padre. La tez era la de un joven pirata que había visto años atrás en la costa cerca de Caermish, y la sonrisa pertenecía a un espía de Wayfold, a quien su padre había ejecutado después de que dejara de serle útil. La forma de andar y gestos eran todos suyos. Con el tiempo, había llegado a apreciar aquella imagen humana, a preferirla a su aspecto natural, pues también había llegado a preferir a los humanos a los ogros. Nura Bint-Drax no hacía más que expresar lo que él sabía en lo más profundo de su corazón; los ogros eran una raza repulsiva y bestial.

—Nura tiene razón. —Frunció el entrecejo y meneó la cabeza, luego, canceló el hechizo, y su inmensa figura azul reemplazó a la humana y atractiva—. No soy digno de querer parecer un humano.

Maldred miró entonces de soslayo y vio que las hojas de sauce que cubrían la entrada de la cueva tremolaban debido a la fuerza del aliento del dragón. Al cabo de unos instantes, apartó a un lado la cortina vegetal y entró.

La luz del interior de la caverna procedía de los ojos de la criatura; ojos grandes, felinos y de un amarillo mortecino, cubiertos por una gruesa película a la que debían, en parte, su aspecto lóbrego. El dragón, como todos los de su especie, era enorme, y aunque las espesas sombras de la cueva impedían que todo el cuerpo resultara visible, Maldred pudo distinguir con claridad la inmensa cabeza y parte del descomunal cuello. La criatura era negra, sin embargo no era un Dragón Negro. La figura era más elegante, la cabeza, más larga y ancha, el color mate, en lugar de brillante, y las púas de la cresta de espinas, que discurría desde justo por encima de los ojos y desaparecía en las sombras a lo largo del cuello, eran largas y delgadas. No se parecía a ningún otro dragón de Krynn, y tampoco emanaba ningún olor de él, si bien en la caverna reinaba el mismo olor malsano y húmedo de la ciénaga. Aquella criatura rezumaba un poder extraordinario e irradiaba un intenso terror al dragón, y esto último se veía obligado a suprimirlo cada vez que Maldred y Nura Bint-Drax se hallaban en su presencia.

—Maaaaaldred —dijo el ser, estirando la palabra en un ronroneo gutural.

—Amo.

A Maldred, el dragón le parecía cansado y anciano, aunque sabía que era en realidad bastante joven. Bastante joven pero, también, bastante amenazador, y el ogro odiaba a la criatura casi tanto como se odiaba a sí mismo por trabajar para ella.

El hocico de la bestia era vagamente equino, y Nura Bint-Drax se hallaba enroscada frente a su rostro, con las manos que había formado, extrañamente unidas a su cuerpo de serpiente, alzadas para acariciar con suavidad las barbas que pendían de la mandíbula inferior del dragón.

—De modo que has decidido reunirte con nosotros, príncipe mío —gorjeó la niña-serpiente.

Maldred hizo caso omiso de Nura Bint-Drax pero se inclinó respetuoso ante el dragón, luego separó los pies para afirmarse bien en el suelo. Un retumbo recorrió el pétreo suelo cuando la criatura habló; fueron palabras largas y sonoras, y Maldred tuvo que concentrarse para comprenderlas.

—El humano. Habladme del valioso humano.

—Sí, amo —se apresuró a responder Nura—; te hablaré de Dhamon fierolobo. Como he informado ya, Maldred le permitió escapar de Shrentak, hace unos días, a lomos de un manticore…

El dragón rugió, y el sonido hizo temblar la cueva.

—Pero estoy poniendo remedio a la situación —prosiguió ella, alegremente—; he enviado dracs, amo. Les he ordenado que sigan a Dhamon y a sus compañeros y que lo capturen.

Los retumbos aumentaron, y a Maldred le rechinaron los dientes.

—Los dracs nos lo traerán aquí, amo —continuó Nura—. Los compañeros de Dhamon, claro está, serán eliminados, pero no son importantes. Uno es una dama solámnica que ha perdido el seso, el otro un sivak agotado y sin alas. Indiqué a los dracs que se aseguraran de que Dhamon no recibiera el menor daño, pero que hicieran lo que quisieran con los otros dos.

El retumbar se atenuó, y Nura se balanceó ante el dragón, evidentemente complacida consigo misma y considerando que los retumbos de la criatura eran alabanzas. Entonces, el sonido se interrumpió de improviso, y el dragón alzó un labio para dejar al descubierto afilados dientes de un gris nebuloso y una lengua negra como el carbón.

—El valioso humano se ha ido.

—Mis dracs lo traerán de regreso, amo, lo prometo.

—Tus dracs están muertos, Nura Bint-Drax. —La criatura parpadeó, y un velo de niebla apareció en la entrada de la caverna—. Observa.

Al cabo de unos pocos segundos se materializaron unas imágenes en la neblina: el manticore y sus jinetes, y los tres dracs que los habían perseguido en un principio.

—Muertos.

—Envié más dracs —se apresuró a intervenir la niña-serpiente—. Envié más para asegurarme de que Dhamon Fierolobo sería capturado. El segundo grupo era más formidable; mayor en número y más poderoso, más ingenioso; el manticore no podía vencerlos a todos.

—¿No? Pues te informo de que la mayoría de esos dracs están muertos, también.

La visión mágica que aparecía en el velo de niebla cambió entonces para mostrar lo que quedaba del formidable ejército de Nura: ocho dracs astrosos que volaban de un modo errático de vuelta a la ciénaga, mientras una horrenda tormenta bramaba a su alrededor.

—¿Y Dhamon? —inquirió Maldred en un susurro—. ¿Está muerto, también?

El dragón gruñó, y la caverna volvió a temblar. Si había palabras enterradas en el gruñido, el mago ogro no consiguió distinguirlas.

Cuando los gruñidos se apaciguaron, los ojos de Maldred se clavaron en los de la criatura.

—Si Dhamon Fierolobo vive, regresará a Shrentak. Me dejó allí, y el vínculo de amistad es demasiado fuerte entre nosotros. No me abandonará. Regresará muy pronto, a buscarme.

El dragón parpadeó, y en respuesta, el velo de niebla desapareció.

—Mi magia no muestra la posición exacta de Dhamon Fierolobo y sus compañeros. Sin embargo, sí me proporciona una sensación de adonde se dirige, y no es a Shrentak.

—Vivo. —Maldred respiró aliviado—. Dhamon sigue vivo.

—Dime, amo —intervino rápidamente Nura—. Dime adonde va Dhamon Fierolobo y enviaré otro ejército de dracs. En cuestión de días, te lo juro, el humano estará en esta misma cueva y…

El dragón gruñó más enojado entonces, y el sonido resonó en la piedra de la cueva de tal modo que las vibraciones amenazaron con aplastar a Nura y a Maldred contra el suelo. Cayeron polvo y pedazos de roca del techo, y una grieta apareció en el suelo. Cuando los temblores cesaron por fin, el leviatán se llevó una zarpa gris oscuro a la testa, y arañó la hilera de escamas que discurrían a lo largo de la mandíbula. Una, del tamaño de un plato, cayó al suelo, y el dragón la empujó en dirección a Maldred. Un pálido resplandor verdoso se extendió desde la garra para cubrir la escama. El fulgor se tornó nebuloso, y ocultó la extremidad y la escama; luego, al cabo de unos instantes, se apagó. La escama centelleó sombría con su propia energía mágica.

—Dices que el vínculo de amistad es fuerte entre vosotros —dijo el dragón a Maldred—. Demuéstralo. Toma esta escama y localiza a Dhamon Fierolobo. Cuando rompas la escama, tú y él seréis conducidos mágicamente hasta mí.

El ogro se inclinó y recogió la escama. Los bordes eran tan afilados y ardientes que le cortaron y abrasaron los dedos; pero ocultó el dolor y sostuvo el objeto ante sí, contemplando cómo su ancho rostro ogro se reflejaba en su superficie. Aunque la escama era delgada y dura, el mago ogro sabía que poseía fuerza suficiente para partirla cuando llegara el momento.

—Como desees —respondió a la criatura.

—No te demores —continuó ésta—. El pantano de Sable se hace un poco más grande cada día que pasa. Si no quieres que la ciénaga se trague tu querido territorio ogro y a tu padre, harás bien en encontrar a Dhamon rápidamente. Y no cometas equivocaciones esta vez.

—Pronto será tuyo —prometió Maldred.

Con una nueva reverencia en dirección al dragón y una breve mirada triunfal a la niña-serpiente, giró sobre los talones y abandonó la caverna.

A su espalda, oyó cómo la criatura decía:

—También tengo un cometido para ti, Nura Bint-Drax.

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