Valeria Mesalina, descendiente de César Augusto, nació veinte años después que Cristo y se crió en la corte del emperador Calígula, que -a modo de broma práctica- la obligó a casarse con su primo segundo, Claudio, un tipo corto de luces y treinta años mayor que ella. En el momento de casarse, Mesalina tenía dieciocho años y su novio, cuarenta y ocho. Tres años después, a Calígula lo asesinaron y Claudio ascendió al trono.
En cuanto fue emperatriz, de acuerdo con el historiador Tácito, Mesalina empezó a follarse a gladiadores, bailarines y soldados, y a todo el que la rechazaba lo hacía ejecutar por traición. Da igual que fueras esclavo o senador, casado o soltero, si Mesalina decía que estabas bueno, tenías que consentir en hacerlo con ella.
Eso sí que es para que alguien tenga pánico escénico.
Para enjuagarse el paladar entre sementales y cachas y bellezones, Mesalina se ganó fama de buscar al hombre más feo del Imperio. Para follárselo como si fuera una especie de sorbete sexual.
Por aquella época, la prostituta más famosa de Roma se llamaba Escila, y Mesalina la desafió a una competición para ver quién podía copular con el mayor número de hombres en una sola noche. Tácito registra que Escila se detuvo después de su vigésimo quinto compañero sexual, pero que Mesalina continuó y ganó por un amplio margen.
El historiador Juvenal registra que Mesalina se iba a los bajos fondos, se colaba en los burdeles y allí trabajaba bajo el nombre de Licisca, dorándose los pezones reales con polvo de oro y vendiendo acceso a la vagina aristocrática que había dado luz a su hijo, Británico, el candidato más probable a próximo emperador. Y allí se quedaba trabajando hasta bastante después de que las demás putas se hubieran ido a dormir.
A los veintiocho años de edad, Mesalina se compinchó con Gayo Silio y conspiró para asesinar a su marido. Sin embargo, su plan le fue revelado a Claudio y él ordenó que la ejecutaran. Mesalina se negó a quitarse la vida, aun cuando su madre le suplicó que se suicidara, la única forma honorable de terminar con su existencia. Los soldados romanos entraron a la fuerza en su palacio, la encontraron esperando en su jardín y la mataron allí mismo.
Todo esto se lo conté a la señorita Wright mientras estábamos sentadas en mi apartamento contemplando cómo Annabel Chong se follaba uno tras otro a doscientos cincuenta y un saca-leches. En grupos de cinco. A razón de diez minutos por grupo. Empapa-calcetines. Machaca-porras. Los decorados del set, las columnas acanaladas blancas y las fuentes chapoteantes, una recreación histórica del desafío de Mesalina a Escila. El mármol falso y las estatuas romanas. El gang-bang más grande del mundo. Alumna de estudios de género en la University of Southern California, con nota media de 3,7 sobre 4, la película fue el tributo de Chong a Valeria Mesalina.
Créetelo.
El vídeo porno más vendido de todos los tiempos. Una lección de historia feminista que incontables casca-pichas no van a entender.
Sin dejar de mirar, le pregunté: ¿En qué se distingue esto de los juegos olímpicos?
Le pregunté: ¿Por qué no puede una mujer usar su cuerpo como le venga en gana?
Le pregunté: ¿Por qué estamos luchando esta misma batalla dos mil años más tarde?
Las dos comiendo palomitas. Sin mantequilla. Sin sal. Bebiendo refrescos light. Nuestro aviso de casting ya publicado en un par de periódicos y un artículo en unas cuantas páginas web. Los estruja-plátanos y los saca-pringues ya estaban llamando para apuntarse.
Con las caras pringadas de mascarillas de aguacate reductores de poros y enriquecidas en colágeno. Con el pelo peinado con vaselina y envuelto en turbantes de toalla. El cuenco de palomitas entre nosotras en mi sofá. Las dos con albornoces de tela de toalla con cinturón. La señorita Wright dijo:
– Una chavala emprendedora como la Mesalina esa… no tendría que haber dejado que la mataran.
Solo unos años después de ordenar su ejecución, al emperador Claudio se le encalló una pluma en la garganta. En el año 54 después de Cristo, se estaba atiborrando en pleno banquete, intentando vomitar para poder comer más, cuando se atragantó hasta morir con aquella pluma.
Fue al oír aquello, y mientras miraba cómo se follaban a Annabel Chong, cuando la señorita Wright mencionó lo del seguro de vida. Me hizo prometer que le miraría la póliza aquella. Me hizo prometerlo por mi vida: que en caso de que algo saliera mal, yo encontraría a su hijo perdido y le daría la paga de la póliza, más todos los royalties que hubiera del vídeo.
Ella todavía estaba hablando de cómo quería hacer rico a su hijo cuando yo metí la mano entre los cojines de mi sofá. Palpé entre palomitas caídas, otras sin explotar y calderilla suelta hasta encontrar papel pringoso.
Allí mismo, le di a la señorita Wright los documentos de las seis pólizas. Lo único que faltaba era el autógrafo de ella. Importe total del pago potencial: diez millones.
Sin sus bifocales, la señorita Wright miró los documentos con los ojos guiñados, su máscara de aguacate agrietándose y resquebrajándose y soltando migas verdes. Sostuvo los papeles con el brazo extendido. Mirando la letra pequeña, dijo:
– Siempre vas un paso por delante, ¿verdad?
Es por eso por lo que me paga una pasta gansa, le digo. Pescando con los dedos un bolígrafo de entre los cojines del sofá.
Y la señorita Wright dice:
– La chavala emperatriz esa… -Autografiando todas las pólizas de seguro, señalando el televisor con la cabeza, dice-: La Mesalina esa, se tendría que haber suicidado sin más…